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1.

La ambigüedad en el concepto kantiano de felicidad

De acuerdo con José Santos Herceg (2004), algunos autores han sostenido
que a partir del texto Reflexiones sobre filosofía moral se pueden sustentar
dos concepciones distintas de felicidad en Kant: la felicidad intelectual o
moral y la felicidad sensible. “La felicidad tiene dos lados: o bien aquella
que es efecto del libre arbitrio del ser racional en sí mismo, o bien aquella
que es solamente un efecto contingente y externo dependiente de la
naturaleza” (Reflexiones, 6907). La primera se define como un estado de
satisfacción que se alcanza mediante la realización de elecciones que no
derivan exclusivamente de las necesidades físicas del hombre; mientras, la
segunda, se entiende como la satisfacción de instintos relacionados
únicamente con las necesidades físicas del hombre (alimentación,
reproducción, entre otros). De poder sustentarse esta dualidad en el
concepto kantiano de felicidad, estaríamos en mejores condiciones para
sostener una conciliación entre moralidad y felicidad, pues tendríamos en la
felicidad intelectual o moral una noción más amplia e incluyente de
felicidad. Sin embargo, antes de exponer cuál será nuestra posición frente a
esta posible interpretación del concepto kantiano de felicidad, debemos
adelantar algunas aclaraciones importantes. En primer lugar, debemos
exponer, brevemente, cuál es la noción de felicidad con la que Kant se ha
comprometido en la reconstrucción que hemos realizado de la Crítica y la
Fundamentación, posteriormente, debemos mostrar hasta dónde nos
permite llegar Herceg con su análisis de la posible dualidad del concepto de
felicidad kantiano; y, finalmente, estableceremos cuál es la interpretación
que mantendremos en los apartados siguientes de esta tesis. Así pues,
comenzaremos, entonces, con una breve exposición de la felicidad desde la
Crítica y la Fundamentación.

Hasta ahora, en la reconstrucción que hemos hecho de la teoría moral


kantiana, Kant sostiene una noción sensible de la felicidad. Su idea acerca
de la felicidad en la Crítica y la Fundamentación no excede el límite de lo
que naturalmente desean los hombres, es decir, de la persecución
irrestricta del agrado y la satisfacción sensible. “[P]ara Kant la felicidad fue
siempre sensible, sensorial, estética, física. Desperdigados a lo largo de
toda su obra hay textos en los que él la define expresamente en este
sentido” (Herceg, pág. 40). Esta noción de felicidad funciona como un
estado en el que la razón actúa únicamente bajo la finalidad de satisfacer
las necesidades sensibles del hombre y es concebida como “esa
benevolencia para consigo mismo (philautia) que pasa por encima de todo”
(KpV, A 129).

Pese a la aparente facilidad con la que puede sostenerse esta definición


general de la felicidad kantiana, algunos lectores sostienen que en la
propuesta moral de Kant se pueden rastrear al menos dos conceptos de
felicidad distintos, pues “parece haber una diferencia (al menos en
concepto) entre la felicidad que podemos disfrutar sin ninguna violación del
deber y la felicidad de la cual nos hemos hecho dignos por nuestra
conducta”1 (Reath, pág. 155). No obstante, una variación relevante en la
explicación sensible de la felicidad kantiana, solo aparece claramente
cuando atendemos a algunos fragmentos de Kant publicados en el texto de
las Reflexiones. “[E]l Kant de las Reflexiones considera que junto al
elemento sensorial hay un componente intelectual que constituye
esencialmente el concepto de felicidad” (Herceg, pág. 48).

Para Herceg, esta consideración intelectual de la felicidad no da lugar a un


concepto distinto de felicidad en Kant, ya que su única función es integrar
al mismo concepto de felicidad un componente intelectual. “También en las
Reflexiones se pone en evidencia que no se trata de la existencia de dos
felicidades diferentes, sino que más bien [se trata] de dos lados de una
misma felicidad” (Herceg, pág. 48). No obstante, en la interpretación que

1
“… there seems to be a difference (at least in concept) between the happiness we may
enjoy without any violation of duty and the happiness of which we have made ourselves
worthy by our conduct” (Reath, pág. 155).
sostendremos en los apartados siguientes, sí se argumentará que de las
afirmaciones kantianas en el texto de las Reflexiones se puede sostener un
concepto alterno de felicidad en Kant. Sin tantas vacilaciones, queremos
mostrar que la simple consideración de ‘lo intelectual de la felicidad’ es una
variación importante respecto a la explicación de la felicidad que Kant
sostiene preponderantemente en la Fundamentación y la Crítica. A decir
verdad, Herceg tampoco cierra completamente esta posibilidad; sin
embargo, su posición al respecto es, por demás, prudente al respecto.

La idea de una felicidad de otro tipo —moral, intelectual— pululó


permanentemente a lo largo de toda la evolución del pensamiento [kantiano],
integrándose y desligándose, ocupando diferentes lugares y de distintos
modos, sin ser nunca completamente asimilada ni definitivamente olvidada.
(Herceg, pág. 52)

En definitiva, para los efectos de este trabajo, haremos una caracterización


de la felicidad sensible sostenida por Kant en la Crítica y la
Fundamentación; y, posteriormente, la diferenciaremos del análisis de ‘lo
intelectual de la felicidad’ realizado por Kant en las Reflexiones. Esta última
acepción de la felicidad la denominaremos felicidad intelectual o moral
(categoría que es acuñada por Herceg en su análisis general del concepto
de felicidad en Kant). Someramente, mostraremos que existe una diferencia
significativa en la organización de estos modelos de felicidad, pues,
mientras la primera parece poder darse sin ninguna consideración de tipo
intelectual, para la segunda resulta fundamental integrar tal componente.
Como mencionamos anteriormente, esta concepción más amplia de felicidad
nos servirá para establecer un modelo de acción prudencial que no sea,
necesariamente, indiferente a consideraciones de carácter moral.

1.1 La felicidad sensible

La conciencia del placer que cabe esperar de la existencia humana es la


noción fundamental de felicidad en Kant, pues “esa conciencia tenida por
un ser racional respecto del agrado de la vida que le acompaña sin
interrupción durante toda su existencia es la felicidad” (KpV, A 41). Tal
conciencia es una idea creada por la imaginación del hombre en la que hace
referencia a un estado de plena satisfacción. Para Kant, todas las acciones
realizadas por los hombres en aras de alcanzar tal noción de felicidad se
definen como principios prácticos de orden material, de los cuales se puede
esperar algún grado de placer o satisfacción. En este punto, la felicidad es
para Kant una noción que mantiene a los hombres en los estrechos límites
de la satisfacción de sus necesidades sensibles, en ella “[…] el hombre
disfrutaría de su felicidad de la misma manera en que un animal lo hace,
puesto que estaría ligada simplemente a las inclinaciones y su satisfacción y
con ello a lo más básico del ser humano: su animalidad” (Herceg, pág. 44).
Aunque la imagen que obtenemos de este modelo de felicidad parece apelar
exclusivamente a la consecución mecánica —que no implica reflexión— de
inclinaciones, la manera como se construye y opera este modelo de felicidad
da lugar a un sistema en el que se prioriza la persecución de ciertos objetos
de satisfacción en lugar de otros, pues, según Kant, un estado en el que se
desee la satisfacción aleatoria y desordenada de necesidades anularía la
posibilidad misma de satisfacción de los deseos y fines propios de la
naturaleza humana. “Las inclinaciones […] hay que domarlas, para que no
se consuman las unas a las otras, sino que puedan ser llevadas a concordar
con un todo llamado felicidad”. (Religión KGS VI.58, citado por Herceg, pág.
43).

De esta manera, para que este actuar pueda concebirse como felicidad,
debe hacer uso de un modelo de razón prudencial que le permita al hombre
elegir los medios adecuados para sus fines y organizar en un sistema
coherente la satisfacción de sus necesidades. No obstante, aquello que
mantiene a este tipo de felicidad ligada irrevocablemente a la animalidad
humana es la clase de deseos que satisface. En ella no se podrán encontrar
fines que persigan algo más que aquello que desean y necesitan los
hombres de acuerdo a su naturaleza sensible. Para Kant, este concepto de
felicidad propia es una alternativa de acción que, dada su completa
dedicación a la satisfacción de la sensibilidad humana, rebaja el valor de los
hombres. Pues, dado que el hombre es un ser dotado de razón, debe
concluirse que esta capacidad le fue otorgada con miras a su independencia
o dominio del mecanismo de la naturaleza, no para su estadía tranquila en
un estado natural. Por consiguiente, la única manera en la que el hombre
puede cumplir con la real finalidad de su condición humana es explotando el
uso total de su razón pura:

Desde luego, conforme a lo dispuesto […] por la naturaleza, el ser humano


necesita la razón para tener presente a cada momento su provecho y su
perjuicio, pero la tiene además para una misión más alta, […] sobre lo cual
únicamente puede juzgar la razón pura al margen de cualquier interés
sensible. (KpV, A 108)

En una palabra, de acuerdo con esta definición de felicidad, es “algo


completamente diferente hacer a un hombre feliz que hacerlo bueno, pues
es muy distinto convertirlo en alguien prudente y atento a su provecho que
hacer de él alguien virtuoso” (Fundamentación, A 90). De esta manera, la
felicidad sensible que se sostiene en la Fundamentación y la Crítica, se da al
hacer uso exclusivo de un modelo de razón prudencial, que, como hemos
mencionado (véase, pág 00 de este texto), no incluye ninguna evaluación
moral de los fines a los que el hombre se dirige.

Un concepto mucho más robusto de felicidad aparece cuando centramos


nuestra atención en la felicidad intelectual o moral. Esta noción, sustentada
principalmente en el texto de las Reflexiones, intenta mostrar que existe un
componente de carácter moral que resulta importante para el logro de la
felicidad propia. En este tipo de felicidad se admite que es posible que el
hombre modifique sus inclinaciones en aras de alcanzar el fin de la
moralidad. A continuación, explicaremos más claramente este concepto y
las posibilidades que abre para una posible conciliación entre moralidad y
felicidad.
1.2 La felicidad intelectual o moral

Este modelo de felicidad es aquel en el que somos capaces de procurarnos


nuestra propia felicidad más allá de la satisfacción exclusiva de
inclinaciones sensibles. “[P]uesto que la felicidad de hecho consiste en
sentirse bien, en tanto que ello no sea externamente contingente, ni
tampoco dependiente de lo empírico, sino que tenga su fundamento en
nuestra propia elección” (Reflexiones, 7202). A diferencia de la felicidad
sensible, en la que la satisfacción de deseos se mantenía en el límite de lo
deseado por la sensibilidad humana, la manera de alcanzar satisfacción a
través de un concepto de felicidad intelectual o moral se basa en la
modificación de los deseos naturales del hombre, hasta el punto en que éste
se pueda convertir en aquello que libremente ha decidido hacer de sí
mismo. “La alegría más grande del hombre es que él mismo es el creador de
su felicidad, cuando siente que puede disfrutar de aquello en lo que se ha
transformado” (Collins KGS XXVII, citado por Herceg, pág. 45).

Para Kant, el valor de este tipo de felicidad descansa en que el hombre es


capaz de actuar libremente, pues “[e]l buen uso de la libertad es más
valioso que la felicidad contingente. Ella tiene un valor interno necesario”
(Reflexiones, 6867). En este sentido, este modelo de felicidad debe lograr
que el agente tome decisiones conducentes a la felicidad que, al mismo
tiempo, puedan considerarse libres de las ataduras del mecanismo de la
sensibilidad humana. Para Kant, la manera de lograr esta conjunción
es mediante la creación de un concepto propio de felicidad que
adquiera una forma moral, pues el seguimiento de la moralidad es el
único criterio que puede dictar leyes prácticas a los seres racionales
sin la intromisión de condiciones o inclinaciones de carácter
externo:

La moralidad es la idea de la libertad en tanto que principio de la felicidad


(principio regulativo de la felicidad a priori). De allí que las leyes de la
libertad tengan que contener, independientemente de la intención de alcanzar
la propia felicidad, la condición formal y a priori de esta. (Reflexiones, 7202)

Dicha liberación permite al hombre la modificación de sus inclinaciones de


acuerdo a lo que, respetando los principios de la moralidad, considere que
debe hacer de sí mismo. Esta capacidad humana de auto-determinarse, es
decir, de ser el autor de su propia felicidad, resulta ser un valor en sí mismo
que, aun cuando no se alcance la satisfacción esperada, constituye un
motivo de felicidad. “La felicidad no es en realidad la (mayor) suma de los
placeres, sino que es el gusto que surge de tener conciencia del propio
poder para ser feliz” (Reflexiones, 7202, énfasis añadido). Sin embargo, esto
no significa necesariamente que deba renunciarse a aquel componente de
satisfacción o agrado que se alcanza mediante la felicidad sensible, antes
bien, el propósito de Kant parece ser transformar el placer por la vida
sensible hasta el punto en que tal placer concuerde con consideraciones
morales que hagan posible un ejercicio libre de la felicidad. “La praxis de la
moral consiste, por lo tanto, en una formación tal de las inclinaciones y del
gusto que nos hagan capaces de unificar las acciones que surgen de las
inclinaciones con los principios morales” (Reflexiones, 6619).

A diferencia de la felicidad sensible, atender a esta perspectiva moral de


nuestras acciones es, en este tipo de felicidad, esencial para el disfrute de
la vida, pues “[e]l hombre tiene la causa del estar satisfecho consigo mismo
en la conciencia […] Esto es lo intelectual de la felicidad […] sin l[o] cual el
desprecio de sí mismo nos arrebata lo esencial del valor de la vida”
(Reflexiones, 7202). En consonancia con el sistema kantiano, los seres
humanos deberían dar prioridad al fomento de este tipo de felicidad que
involucra el desarrollo de la moralidad, pues “[l]os seres humanos pueden
procurarse la verdadera felicidad que, antes que nada, es independiente de
la naturaleza, a través de acciones que están dirigidas a ellos mismos y a
otros recíprocamente” (Reflexiones, 6970, énfasis añadido).
En términos generales, todos los esfuerzos kantianos por establecer un tipo
de felicidad de carácter intelectual buscan establecer un modelo de agencia
racional que sea respetuoso de la moralidad en los términos en los que él la
ha definido, es decir, como buena en sí misma. Así, la consideración de los
beneficios y satisfacciones que podemos lograr al valorar esta perspectiva
moral solo funciona como una manera de impulsar la creación de una
voluntad buena en sí misma.

El medio más poderoso para impulsar a los hombres hacia lo moralmente


bueno es, por lo tanto, la representación de la virtud pura, con el objeto en
que se tenga en gran estima y se vea claramente que uno sólo se puede
apreciar a sí mismo en la medida en que uno está de acuerdo con ella, […]
que si bien es cierto no [es] la razón por la cual uno hace el bien, no obstante
lo acompaña. (Reflexiones, 6619).

De esta forma, este modelo de felicidad se sostiene, en gran parte, bajo la


suposición de que la moralidad debe ser un valor objetivo para los hombres;
y, que, de esta manera, todos deben atender a sus mandatos aun cuando
esto les cueste la modificación de sus propias inclinaciones. En este sentido,
en este concepto de felicidad volvemos a encontrar una suerte de
desconexión entre la satisfacción de las inclinaciones y los intereses
personales de un ser humano y el respeto que este el agente le debe a la
ley moral. En pocas palabras, en la felicidad intelectual o moral se reconoce
nuevamente que las inclinaciones humanas no pueden ser un reflejo de la
libertad del hombre a no ser que puedan acoplarse a una forma de acción
moral que sea independiente de la naturaleza.

En lo precedente hemos aclarado (véase el apartado Perspectivas de valor)


que un modelo de acción que no pueda relacionarse subjetivamente con el
agente pone en riesgo su propia realización. De esta manera, aun cuando
sea posible unificar ‘el gusto y las inclinaciones’ humanas a los principios de
la conducta moral, si este objetivo no se considera como subjetivamente
importante para cada ser humano, difícilmente podrá llevarse a cabo. Con
independencia de este hecho, la construcción kantiana de este modelo de
felicidad es de gran provecho para nuestro propósito en esta tesis. Este
modelo de felicidad muestra que algunas consideraciones acerca del valor
de ciertas acciones pueden influenciar la idea de felicidad de los hombres;
y, pese a usar una noción racional de libertad como moralidad, destaca la
importancia de que nosotros seamos los propios agentes de nuestra
felicidad, es decir, que podamos elegir libremente los fines prudenciales
hacia los que nos dirigimos.

Consideramos que este modelo de felicidad, al ser susceptible a diversas


consideraciones del valor de ciertas acciones, es un concepto
significativamente más amplio de felicidad que puede dar lugar a
compromisos personales de orden normativo; no obstante, reconocemos que
la adopción de cualquiera de estos valores depende de un compromiso
subjetivo en su realización. Si bien para Kant el mérito de este tipo de
felicidad descansa en que es susceptible al valor de la moralidad como
única expresión genuina de la libertad y autonomía humana, a continuación
argumentaremos que manifestar un interés enteramente subjetivo en la
realización de ciertas acciones que se consideran valiosas para la propia
vida también es una manera genuina de gobernarse a sí mismo. Para ello,
debemos mostrar cómo puede un hombre gobernarse a sí mismo sin que
esto signifique la pérdida de sus intereses subjetivos y cómo este gobierno
no se identifica con la persecución de inclinaciones o deseos arbitrarios. En
suma, lo que realizaremos a continuación será una reinterpretación de la
noción de agencia kantiana. Veamos.

2. Reinterpretación de la noción de agencia kantiana

La noción de agente que aquí se persigue debe poder establecer una


diferencia entre la ejecución de ciertas acciones realizadas en aras de
satisfacer deseos aleatorios, y aquellas acciones que —también impulsadas
por alguna motivación subjetiva— permiten al hombre tener control sobre sí
mismo. De lo contrario, será imposible construir un sistema de acción que
permita a los hombres autogobernarse a través del seguimiento de sus
intereses subjetivos, ya que estos serán tomados por impulsos adventicios a
la voluntad consciente del individuo, negando cualquier posibilidad de
autonomía y agencia, pues si“[l]a distinción entre mi voluntad y la operación
de deseos e impulsos en mí no existe, […] eso significa que yo considerado
como un agente, no existo” (Korsgaard, 2009, pág. 70).

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