Considerar los fines particulares de los hombres como producto de su
propia agencia implica definir algunas características que nos permitan concebir una noción de agente en la que los deseos particulares del hombre hagan parte de sus acciones conscientes. Esto, en contraposición a una noción kantiana de agente como un sujeto libre de sus inclinaciones y sometido por la razón. “Sencillamente no puede darse por sentado que los mandatos por los cuales la gente se gobierna, cualesquier sean, deben ser derivados de la aplicación racional de principios generales. La capacidad de gobernar no es patrimonio exclusivo de la razón” (Frankfurt, pág. 209).
Este tipo de agencia ha de concebirse como un modo de actuar en el que
cada hombre es capaz de dedicar su vida a aquello que subjetivamente quiere alcanzar. Sus acciones, por lo tanto, no estarán fundamentadas exclusivamente en opiniones externas acerca de ‘lo correcto’ o ‘lo valioso’, ni se realizarán sin considerar su constitución personal; antes bien, obtendrán su valor y autoridad gracias al interés particular del agente en la realización de dichas acciones.
La capacidad que nos permite empezar a constituirnos como agentes de
nuestras propias acciones bien puede llamarse auto-conciencia. Esta capacidad tiene dos efectos en la vida del hombre, por una parte, lo libera de las ataduras de su vida irreflexiva; y, por otra, le revela su capacidad para crearse a sí mismo a través de la acción. Realizar este ejercicio auto- reflexivo significa para el hombre conocerse a sí mismo y actuar conscientemente de acuerdo a aquellos motivos que más le importan.