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Introducción
La justificación es algo que no efectuamos, y no podemos efectuar por nosotros mismos. Tal
como la ley no nos hace culpables, sino nos declara culpables, la justificación no nos hace
justos, sino nos declara culpables. Ser justificado quiere decir que ni Satanás, ni nadie más,
nos puede acusar (cf. Romanos 8,33)
La maravilla de la justificación está en esto: Dios hace lo que ningún juez humano puede
hacer: Él declara justo lo que en verdad es inmundo y abominable. Sin embargo Dios o hace y
no es injusto al hacerlo. La razón es que Dios mismo provee la base suficiente y legal,
adecuada y eficaz, para declarar justo al injusto. Ahí esta la gracia.
Cristo murió por los impíos, los que no son ni buenos ni justos. Entonces, nosotros
no somos justificados por ser buenos, sino somos justos en Cristo. El catecismo
menor de Westminster en su pregunta y respuesta # 33 respecto a la justificación:
Pensemos en la falta máxima en el fútbol: El penalti. Se cometió una falta y debe ser
castigada. La pena establecida contra un delito y equivale a un castigo. La idea de
perdón involucra la idea de ‘transgresión’ y de ‘culpabilidad’. El hombre ha actuado en
contra de la ley de Dios, ha quebrantado el pacto establecido en Edén, pacto de
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Obras. Esa ‘transgresión’ tiene que ser castigada. El perdón tiene que ver con la
satisfacción del ‘castigo establecido’.
En segundo lugar la ‘aceptación’ tiene que ver con la re-instalación del ser humano
en el Pacto de Gracia como obediente a sus términos. Es la recepción en el favor de
Dios con derecho a las bendiciones y a la vida eterna como legítima herencia.
Pablo en los versículos 9-12 dice que la justificación no es solamente para los
judios, sino para todos aquellos que han descubierto que Dios es el único que los
justifica en los méritos de Cristo a razón del Pacto de Gracia. Esto es, a todos aquellos
que Dios llamó eficazmente.
En este párrafo (vv. 13–25), esta idea que la gracia divina, no el esfuerzo humano, es la base
sobre la cual des- cansa el edificio de la salvación plena y gratuita es hecha resaltar aún más
claramente por medio del énfasis que se pone en la promesa divina. Esa palabra promesa—
que a veces indica la declaración divina misma, o bien su cumplimiento o realización (la
bendición prometida)—aparece aquí por vez primera en la epístola de Pablo a los ro- manos.
La idea de que el Dios del pacto es el Dios de la promesa es repetida varias veces (vv. 13, 14,
16, 20 y 21). Esta promesa, además, tiene un significado de alcance universal. Afecta no
solamente a todos los verdaderos creyentes, sean ya judíos o gentiles, sino que también hace
sentir su influencia en toda época, sea pasada, presente o futura. Los versículos 11 y 12 ya
nos han preparado para esta aplicación del alcance universal de la promesa divina.
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“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería
heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. 14 Porque si los que son de la ley son los
herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. 15 Pues la ley produce ira; pero donde no
hay ley, tampoco hay transgresión.”
Según la entendían los judíos, la promesa hecha a Abraham se cumpliría por medio de la
obediencia a la ley mosaica. Los rabinos aun sostenían que mucho antes de que la ley fuese
promulgada desde el Sinaí, Abraham ya tenía un completo conocimiento de ella y la había
obedecido en todos su detalles.
que fue resultado de esta fe que la justicia le había sido contada o atribuida. Las obras o el
mérito nada tenían que ver con la promesa o con su cumplimiento. La obediencia a la ley no
estaba en juego, y que la promesa fue hecha a Abraham mucho antes de que la ley fuera
promulgada. Cf. Gá. 3:16–18.
Gálatas 3,16 Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y
a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es
Cristo. 17 Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley
que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa.
18 Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a
Abraham mediante la promesa.
La garantía que en la simiente de Abraham todas las familias de la tierra serán bendecidas. Gá.
3:16 afirma que es en Cristo, la verdadera simiente, en quien todos aquellos que le abrazan
serán bendecidos. Gá. 3:29 añade: “Y si vosotros pertenecéis a Cristo, entonces sois simiente
de Abraham, herederos según la promesa”.
Es a la luz de pasajes como éstos, que debemos interpretar el pasaje que indica que Abraham
o su simiente recibió la promesa de que él sería heredero del mundo (Ro. 4:13), “padre de
muchas naciones (vv. 17, 18). ¿Y no es también cierto que Abraham y todos aquellos que por
gracia soberana constituyen su simiente en realidad poseen, en un sentido, el universo? ¿No
colaboran todas las cosas para bien de los que aman a Dios y son llamados según su
propósito (Ro. 8:28), tanto así que Pablo puede decir: “Todo es vuestro” (1 Co. 3:21)? Una
correcta interpretación, en consecuencia, indica que Abraham, a quien se la imputó la justicia
de Cristo, fue “heredero del mundo”. Lo mismo fue y es cierto, por supuesto, de todos los que
tienen parte en la fe de Abraham. Si el Señor es su Dios, hecho que constituye la esencia
misma del pacto de gracia (Gn. 17:7), todo está bien.
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Pasaron los años y la promesa no se había cumplido todavía. Con valor el patriarca enfrentó el
hecho que él tenía ahora unos cien años, o sea, que “su propio cuerpo”—haciendo aquí una
referencia especial a su capacidad reproductiva—estaba como muerto,136 y que Sara era
estéril. Sin embargo, él no sólo continuó ejerciendo su fe en Dios y en su promesa, sino que
aun fue fortalecido en su fe. Que esto es lo que realmente sucedió es evidente del hecho que
cuando Dios repitió la promesa a esa edad tan avanzada—“ciertamente Sara tu mujer te dará
a luz un hijo” (Gn. 17:19)—y ordenó que todos los varones de su casa fuesen circuncidados
(Gn. 17:9–14), Abraham inmediatamente glorificó a Dios al obedecer este mandato (Gn. 17:23–
26). Y por haber glorificado de esta manera a Dios, él fue fortalecido en su fe. Y dado que esta
fe lo esperaba todo de Dios, confiándose en él completamente, la misma le pudo ser y en
realidad le fue, “contada por justicia”.
Un adecuado estudio de la Escritura, sin embargo, debe convencer a tal persona de que si
bien hay un sentido en que la fe de Abraham no vaciló y hasta fue fortalecida, esto no quiere
decir que él no tuviera su lucha. ¡La tuvo! Esto está claramente explicado en Gn. 17:18 (y
quizás también en 17:17, aunque en lo referente a este versículo los interpretes están
divididos). Pero Dios inmediatamente volvió a darle seguridad (Gn. 17:19), y fue en ese sentido
en que la fe de Abraham no vaciló y hasta fue fortalecida. Por eso, todo pastor debe orientar a
su congregación hacia el Salvador, quien, en respuesta a la oración del alma que lucha y en
cooperación con la enseñanza de la Palabra, la fortalecerá y tranquilizará.
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Lo que Pablo está diciendo es que nosotros también estamos vitalmente involucrados en esta
historia sobre Abraham y con el modo en que la justicia de Cristo le fue imputada. ¿No es
cierto que nosotros también somos aquellos a quienes esta justicia ha de ser contada? ¿No
estamos incluidos en la familia de aquellos que ponen su fe en aquel que resucitó a Jesús
nuestro Señor de entre los muertos?
25 el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.
“El fue entregado por, o debido a, nuestras transgresiones” significa que nuestras
transgresiones hicieron necesario que él fuera entregado, en tanto que” (él) fue resucitado por,
o a causa de, nuestra justificación” indica que él fue resucitado para asegurarnos que ante los
ojos de Dios nosotros estamos sin duda libres de pecado. En otras palabras, la resurrección
de Cristo tenía como propósito sacar a la luz el hecho que todos los que reconocen a Jesús
como su Señor y Salvador han entrado en un estado de justicia ante los ojos de Dios. El
Padre, al resucitar a Jesús de entre los muertos, nos asegura que el sacrificio expiatorio ha
sido aceptado; en consecuencia, nuestros pecados son perdonados.
Por medio de evidencia corroborativa tomada del Antiguo Testamento, Pablo ha dejado bien
claro que la con- soladora doctrina de la justificación—y por ello también la salvación—por la
fe, basada en la gracia soberana de Dios, es por cierto completamente bíblica.