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La Justificación
Los frutos de la Justificación
Texto: Romanos 5,1-11
Introducción
La semana pasada estudiamos el capítulo 4 de Romanos, donde Pablo esta
enseñando que la justificación del hombre es por medio de la fe en Cristo Jesús. El
apóstol Pablo usa el ejemplo de Abraham, padre de los creyentes, para argumentar
que ningún mérito humano es aceptable ante Dios para la justicia.
No hay otra manera en la que nosotros podamos tener una relación con Dios sino es
solo por la fe. Ya hemos aprendido las semanas pasadas que las obras no han de
llevarnos a la comunión con Dios. El hombre en sí mismo no tiene nada que ofrecer
para agradar a Dios. Ningún esfuerzo, aunque parezca de lo más piadoso, no
justificará al hombre ante el Señor. Pablo inicia este capítulo afirmando que somos
justificados por medio de la fe sola, “Justificados, pues, por la fe…”
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como no culpables por los méritos del Señor Jesucristo, y ahora, por medio de la fe en
Jesucristo, somos amigos de Dios, “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados
con Dios por la muerte de su Hijo…” (v10)
La palabra ‘paz’ en este versículo significa, ‘la tranquilidad de conciencia que viene
de conocer por la revelación de Dios que, por la obra de nuestro Señor Jesucristo, no
le debemos nada a Dios, nuestra deuda ha sido cancelada por la vida, muerte, y
resurrección de Cristo.’ 1 La persona que vive confiando en sus propios méritos para
justificación, siempre vivirá afligido por sus propios pecados.
En segundo lugar, Pablo escribe: ‘por quien también tenemos entrada por la fe a
esta gracia en la cual estamos firmes…’ La persona que ha sido justificada por Dios
en los méritos de Cristo permanece firme y estable en la salvación. Entonces, el
perseverar en la salvación no es cosa nuestra sino de Cristo. No hay esfuerzo humano
que Dios necesite ver en sus hijos para mantenerlos en la salvación. Es el Evangelio el
que debe estar profundamente arraigado en nuestros corazones, para así apoyarnos
en la Verdad de Dios para enfrentarnos con valor contra las obras del Diablo y la carne.
Por tanto, Pablo con estas palabras esta enseñándonos que la ‘fe’ no es pasajera,
no viene y se va. La fe es un don de Dios. Aquella persona que dice tener ‘fe’, y por un
tiempo esta entre nosotros pero después regresa nuevamente al lugar de donde vino
significa que nunca tuvo la fe.
2 Carballosa E. Romanos.
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Nada tiene el hombre en que ‘gloriarse’ sino solo en el poder de Dios para salvar.
Aunque vivimos como peregrinos en este mundo, tenemos la confianza y la seguridad,
que vivimos en comunión con Dios, y disfrutamos de esta comunión en el momento en
que creemos al Evangelio, que disfrutamos de la herencia futura como sí ya la
tuviéramos.
Sin embargo, esto no quiere decir que el creyente jamás debe entristecerse por las
circunstancias que vienen a su vida; tampoco significa que no van a sentir miedo o la
opresión que un problema hace sentir en el corazón. Pero, a diferencia de la persona
que no ha sido justificada, el creyente posee un gran consuelo al conocer que todo
sufrimiento que viene a su vida es permitido por la mano dulce y compasiva del Padre.
El motivo que el creyente tiene para gloriarse en las tribulaciones es que en ellas hay
un avance en la salvación, y un propósito claro de parte de Dios en la tribulación:
Formar en él la imagen de su Hijo Jesucristo (cf. Romanos 8,26-29)
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Dios sobrevienen la tranquilidad y dulzura interior debemos atribuir estas cualidades a
la obra del Espíritu Santo. Por esto debemos dar por conocido que los padecimientos
que el creyente experimenta en este mundo son por gracia de Dios solamente.
Entonces, las tribulaciones en lugar de convertirse en instrumentos de tropiezo, se
convierten en instrumentos de la paciencia para beneficio de los que han sido
declarados justos por Dios.
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“Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.
7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno
osara morir por el bueno. 8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”
A. “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.”
Amados hermanos, si Cristo ha tenido misericordia de nosotros siendo malos y nos
ha reconciliado con el Padre cuando éramos enemigos suyos, y lo ha hecho por medio
de su muerte, mucho más ahora que somos justificados por su obra nos mantendrá
firmes en la gracia.
B. “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno
osara morir por el bueno.”
Es raro que alguien entre los hombres quiera morir por una persona ‘buena’; pudiera
ser así; pero nadie entre los hombres moriría por un perverso, y Cristo lo ha hecho así.
Amados hermanos, entre los hombres es imposible encontrar un amor como el que
Cristo demostró tener por nosotros.
C. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros.”
Aquí Pablo nos aclara de qué somos salvados: de la ira de Dios. Toda persona que
no se haya refugiado en Cristo tendrá que experimentar la ira de Dios en el día final.
Pero la muerte de Cristo es la base sobre la cual Dios puede declarar justo al pecador.
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Así como las familias hebreas fueron salvadas del juicio de Dios (cf. Éxodo 12) por
medio de la muerte de aquel cordero, y que con su sangre sellaron sus casas, y la ira
de Dios no se derramó en sus familias, así todos aquellos que han sido sellados con la
sangre del Cordero de Dios no experimentarán la santa ira de Dios en el día final.
Aquellos que han sido justificados por Dios, en los méritos de Cristo, tienen la
seguridad de la salvación.
Sin Cristo éramos considerados enemigos de Dios. Por el hecho de odiar Dios el
pecado, nos aborrece mientras somos pecadores. Pero ahora, que nos ha llevado a
Cristo, nos mira revestidos de la justicia de Jesucristo, y ya no somos enemigos de
Dios, ahora, por la muerte de Cristo somos reconciliados con Dios, y por Su gracia,
nos convertimos en amigos de Dios por la eternidad.
C. “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro
Jesucristo…”
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que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. 35 ¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o
desnudez, o peligro, o espada?
37 Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que
nos amó. 38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro.