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EL DOCUMENTO NOTARIAL EN EL AMBITO MERCANTIL.

Con los presupuestos anteriores, es decir las cuestiones que han sido abordadas por
los módulos anteriores, corresponde incursionar en el derecho mercantil para –sin
ánimo de agotar la materia- detener el estudio en los distintos supuestos en que –
generalmente - el documento notarial es exigido por el legislador.

 Las Sociedades Anónimas.

Contrato y persona jurídica.


De manera general, consideran la doctrina y la jurisprudencia que la existencia de una
Sociedad mercantil como persona jurídica depende necesariamente de su
formalización notarial y de su entrada al Registro mercantil. Se encuentra tan difundida
esta creencia que –incluso- es aceptada por los que sostienen que la sociedad
constituida por acuerdo contractual se documenta en escritura pública y
posteriormente se registra.

Las razones de esta unanimidad de criterios se fundamentan en la consideración de


la sociedad como aspecto y efecto del contrato de sociedad. La constitución de la
sociedad es un hecho anterior a la escritura que lo formaliza y a su inscripción registral;
sin embargo, su personalidad jurídica estará bidimensionalmente condicionada por el
cumplimiento de ambos requisitos.

Se hace necesario –por tanto- distinguir entre constitución de la sociedad y adquisición


de su personalidad jurídica. La primera tiene lugar mediante escritura pública en los
tipos societarios con formalidades de constitución, como las Sociedades anónimas y
de responsabilidad limitada. En estos tipos sociales la escritura no cumple –tan solo-
la función de mero elemento probatorio, sino que se convierte en requisito constitutivo
del contrato de sociedad, cuya consecuencia jurídica más importante resulta ser que
la Sociedad nace al mundo del derecho con la autorización del documento notarial,
aunque para el mundo de los hechos haya nacido con antelación.

En cuanto a la personalidad jurídica de la sociedad notarialmente constituida, la


mayoría de la doctrina que aborda el asunto se decanta por asociarla a su inscripción
registral. Es decir, con la inscripción en el Registro Mercantil adquirirá la Sociedad su
personalidad jurídica, con ellos sus actos, no tendrán solo efecto interpartes, sino
también frente a terceros, al adquirir la publicidad registral exigida para algunos tipos
de sociedades, como por ejemplo, las anónimas, las de responsabilidad limitada y las
comanditarias por acciones.

Un matiz de interés en este asunto, resulta al abordar la protección de los terceros


frente a los actos de la sociedad constituida y no inscripta. Si la sociedad se manifiesta
en el tráfico como entidad independiente de los socios, la sociedad se entenderá
publicada de hecho, aunque sin publicidad legal, porque se ha dado a conocer y a los
terceros que con ella contraten, conociendo su constitución como tal, le serán
oponibles sus actos. Otra cuestión es que los terceros confíen en la apariencia registral
y en tal virtud, los actos de la sociedad no serán oponibles a éstos, al encontrarse
ausente del Registro y en consecuencia sin publicidad.

Requisitos formales del proceso fundacional.

Los requisitos formales del proceso fundacional de una Sociedad Anónima son: la
escritura pública y la inscripción en el Registro Mercantil.

a) Escritura pública y estatutos.

Formalmente escritura y estatutos forman una unidad, un único instrumento público,


pues los estatutos son parte esencial de la escritura fundacional. Según la doctrina
más generalizada y tradicional la escritura es expresión de la voluntad fundacional y
germen de la sociedad. Los estatutos regulan la vida social, el funcionamiento de la
sociedad como corporación.

Esa es la razón por la que en la mayoría de los casos las cláusulas de la escritura no
son susceptibles de modificación sin el consentimiento unánime de los socios; sin
embargo, la modificación de los estatutos se somete a las reglas de mayorías,
estatutariamente conformadas.

El contenido contractual de la escritura social se conforma con las siguientes


menciones: datos personales de los otorgantes, expresión de la voluntad de constituir
una sociedad anónima, las aportaciones sociales al capital social con expresión de las
acciones recibidas, datos personales de los administradores de la sociedad, y de los
auditores de cuentas en su caso, los gastos de constitución, y las demás cláusulas o
pactos que los fundadores juzguen convenientes.

Los estatutos son de redacción más compleja, aunque la autonomía de la voluntad


fundacional en estos casos está menguada en correspondencia con el fenómeno de
la estandarización de los pactos estatutarios. En ellos se harán constar los siguientes
particulares: la denominación de la sociedad, el objeto social, la duración de la
sociedad, la fecha de comienzo de las operaciones sociales, el domicilio social y el
órgano competente para establecer sucursales, agencias o delegaciones, el capital
social, expresando la parte de capital no desembolsado y el modo en que han de
satisfacerse los dividendos pasivos, el número de acciones en que se divide el capital
social, su valor nominal, clase, serie, derechos de cada clase y si son nominativas, al
portador o representadas por anotaciones en cuenta, estructura del órgano de
administración, su régimen de actuación, número y nombre de los administradores,
sistema de retribución, plazo de duración y número máximo y mínimo de miembros del
Consejo, el modo de deliberar y tomar acuerdos colegiados, la fecha de cierre del
ejercicio social, régimen de prestaciones accesorias –si existieran -, las ventajas o
derechos especiales de los fundadores –si es el caso -, y otras menciones que en cada
país determinado exige la regulación del Registro Mercantil al efecto de su inscripción.
La representación societaria. Órganos de dirección de la sociedad anónima.

La teoría del órgano que se aplica a la representación de las sociedades mercantiles


tiene su nacimiento –precisamente- bien entrado el siglo XIX. Surge frente a la teoría
de la ficción que trató de explicar la expresión de la voluntad social en ellas. La
denominada teoría orgánica entiende a la persona jurídica como una persona real con
voluntad colectiva y, desde tal punto de vista, no existe imposibilidad alguna de que
pueda actuar o ejercitar su capacidad jurídica por ella misma a través de sus órganos.

El vocablo órgano –según De Castro- expresa mejor que se trata de quienes reciben
su poder del mismo estatuto de la persona jurídica. Con ello se hace visible que los
actos de sus órganos se consideran como de la propia persona jurídica, con todas las
consecuencias favorables o desfavorables que de ello se deriven.

Sin embargo, es preciso apuntar que la actuación de la persona jurídica a través de


sus órganos no excluye la posibilidad de que puedan también actuar por medio de un
representante nombrado por el propio órgano. Sobre este particular ha dicho
Albaladejo: “La posición del órgano respecto a la persona jurídica es monista; y hay un
acto de ésta, cuando aquél obra, porque no obra como persona (física), aparte, como
ser distinto. La posición del representante frente al representado es dualista; y cuando
obra hay un acto de éste aunque sea acto para aquél, porque obra como persona
(física), aparte, aunque por cuenta de otra”1.

La capacidad jurídica y capacidad de obrar de las personas jurídicas son conceptos


que inciden directamente en la legitimación de su representación. De ahí, la precisión
de la siguiente referencia.

Una sociedad anónima inscripta es una persona jurídica con capacidad para ser sujeto
de derecho y obligaciones. La capacidad jurídica de los entes sociales es una cuestión

1
Albaladejo, Derecho Civil, tomo I, pág. 377.
de orden público. Dicha capacidad jurídica no se restringe - de forma general -
legislativamente, ni siquiera por delimitación de su objeto, porque ella se extenderá a
todas las esferas de su actividad jurídica, con excepción de aquellas que precisen de
un organismo físico. Entonces, el ejercicio de esa capacidad de la persona jurídica
societaria determinante de su capacidad de obrar se realiza por medio de sus órganos
de dirección legalmente designados o elegidos.

En síntesis, las personas jurídicas para ejercitar la capacidad jurídica que le confiere
el ordenamiento legal necesitan de personas físicas que actúen por ellas y tales
personas físicas pueden estar vinculadas a un cargo que les permite esa actuación
por virtud de lo dispuesto en la Ley o en los Estatutos –supuestos en que la voluntad
de la persona representante del órgano social es la voluntad de la persona jurídica
por la cual actúan- o pueden los órganos sociales conferir su representación a otras
personas ajenas a la entidad, o incluso, a personas que a éstas se encuentran
vinculadas permanentemente para otro tipo de actuaciones, los que serían
representantes voluntarios; pero, tanto en uno como en otro caso, los actos realizados
por los órganos de la entidad o por representantes de éstos recaen sobre la sociedad,
sin engendrar responsabilidad alguna en la persona física que los realizó, salvo que
se hayan extralimitado en su actuación. Es preciso subrayar que lo realizado por el
órgano sólo vinculará a la persona jurídica cuando aquel ostente las facultades
necesarias para la realización del acto

La inadecuación de la teoría del mandato para explicar la representación societaria dio


lugar a la introducción de la estructura organicista en las sociedades. La aplicación de
la teoría del órgano es sólo un recurso de técnica jurídica para intentar solventar las
dificultades que plantea la manifestación de voluntad de la persona jurídica. La
representación orgánica atribuye un conjunto de competencias de un ente social a los
integrantes de un órgano, con la finalidad de lograr que los deberes y derechos que
nazcan del actuar de los titulares de tal órgano deriven a favor o en contra de la
sociedad.
La representación orgánica - tal como ha sido descripta- se aleja tanto de la
representación legal, como de la voluntaria; incluso, existen criterios en la doctrina que
niegan su calificación como verdadera representación. Los profesores españoles
Rodrigo Uría, Aurelio Menéndez, y Manuel Olivencia – en sus comentarios al régimen
legal de sociedades2- se decantan por considerarla “una representación necesaria
atribuida ex lege con la finalidad de resolver la actuación externa de los entes
organizados corporativamente”.

Los administradores constituyen el órgano de gestión y representación de la sociedad


cuyo nombramiento corresponde a los socios y el procedimiento para su designación
o elección se establece en los estatutos sociales o reglamentos.

Es así, que frente a la junta general como órgano supremo no permanente de carácter
fundamentalmente deliberante, de formación y emisión de la voluntad social, se
configura a los administradores como órgano permanente de carácter esencialmente
ejecutivo y de relación con el exterior. La delimitación competencial entre estos
órganos no se define en la Ley sino que resulta terreno fértil para la autonomía
contractual y corporativa de la sociedad anónima. Así mismo sucede con la facultad
de administración que tiene una elaboración absolutamente estatutaria, al igual que la
representación en sus especificidades.

En cuanto a la composición y estructura del órgano de administración puede decirse


igualmente que pertenece al campo de lo estatutariamente elaborado. Serán los
estatutos lo que determinen la composición personal del órgano, su estructura formal
y organizativa. Las posibilidades en ese sentido van desde el administrador único,
pasando por la administración solidaria que implica una previsión estatutaria fuerte
para la coordinación de la actuación; la administración mancomunada o conjunta
preferible para las sociedades de pocos socios donde se trata de impedir cualquier
situación de predominio porque asegura la toma de decisiones y las posiciones de
igualdad de los socios; o la constitución de consejo de administración. Este último, es

2
Comentarios al régimen legal de sociedades, pág 145.
un órgano unitario de poder donde se concentran la gestión, administración y
representación de la sociedad, aunque se apoya casi siempre en el trabajo de
comisiones ejecutivas o consejeros delegados que descentralizan marcadamente el
poder del consejo y pueden llegar a desplazar los centros de poder a su favor.

En el Derecho comparado se han desarrollado sistemas de concentración de poder a


consecuencia del antagonismo surgido entre el número cada vez más creciente de
administradores en el consejo de administración y las exigencias de una buena y eficaz
gestión. Luego, en una situación así resulta imprescindible reducir el número de
personas que realicen las funciones de administración, gestión, representación, que
serán los verdaderos directores de la sociedad y cuya actuación supervisará el consejo
de administración. Entre estos sistemas de concentración de poder está la delegación
de facultades y el sistema dualista alemán de administración.

En cuanto a la delegación de facultades consideran los profesores Uría-Menéndez-


Olivencia3que no es la mejor solución jurídica porque sólo tiende a disfrazar la realidad
del desdoblamiento orgánico de la actual administración social, que sí reconoce
legalmente el sistema dualista alemán.

Para desentrañar el entramado jurídico de la delegación de facultades se hace


necesario detener el análisis en el acto de autorización para delegar. En opinión de
Cristóbal Montes “la delegación de facultades consiste, en esencia, en la posibilidad
de que el consejo de administración de una sociedad anónima permita a uno o varios
de sus miembros el ejercicio de atribuciones que son específicas de aquél, sin
necesidad de tener que observarse pautas y formalidades entorpecedoras y dilatorias
de la gestión social, de las que no puede prescindir el consejo por su condición de
órgano de administración colegiado”.

3
Obra citada, pág 457.
El acto de autorización para delegar es de los que la doctrina denomina de
organización porque modifica la estructura administrativa de la sociedad anónima sin
alterar los caracteres fundamentales de la misma. Tal facultad de delegación es de
previsión estatutaria y mediante ese procedimiento tiene lugar la creación de
verdaderos órganos sociales que suponen una estructura de funcionamiento distinta
del consejo de administración, con nuevos centros de decisión. El consejo de
administración y delegados constituyen dos órganos sociales cuyas facultades -
aunque distintas - presentan igual carácter en cuanto trabajan por un único objetivo la
administración de la sociedad.

Los órganos delegados detentan poderes iguales a los del consejo de administración
y su voluntad actuada es la voluntad social actuada, de lo que resulta que los
delegados del consejo son representantes orgánicos de la sociedad, por tanto, estarán
acogidos al principio de ilimitabilidad de los poderes de representación.

De esta manera, la delegación como facultad del consejo de administración será


instituida en cualquier caso estatutariamente; es decir, la administración social puede
atribuirse a un consejo de administración y a uno o varios consejeros-delegados o
comisiones ejecutivas. En tales casos el nombramiento posterior para cubrir estos
cargos corresponderá al consejo; pero, de esta forma la delegación no deriva de un
acto de voluntad del consejo, sino que forma parte de la estructura del órgano de
administración estatutariamente aprobado.

El delegado para legitimarse en su cargo necesitaría la aprobación del acuerdo en el


consejo indicando las facultades que se delegan si es que no han sido definidas por la
norma estatutaria. La delegación (el acuerdo) se protocolizará ante Notario y
necesitará – además- de la publicidad registral correspondiente.

Por otra parte –últimamente- se fortalece una tendencia renovadora del consejo de
administración en el Derecho comparado. En América y en Europa se asume la
realidad de que el consejo de administración no es órgano idóneo para dirigir y
administrar sociedades anónimas de grandes dimensiones que cotizan en bolsa,
porque las funciones de gestión en ellas están en manos del equipo de dirección que
trabaja al mando del primer ejecutivo de la compañía. Está claro entonces, que el
consejo enfoca sus funciones al control. Control de la gestión que es imprescindible a
los inversores extranjeros que incrementan su interés y premian en el mercado a
aquellas empresas que disminuyen el riesgo de sus capitales con estructuras de
gobierno eficiente.

De tal forma, el consejo de administración moderno deberá evolucionar para


convertirse en un mecanismo de supervisión y control dirigido a mediar y conciliar
intereses de quienes gestionan la sociedad con los que aportan y soportan el riesgo
empresarial.

Además de la estructura del órgano de administración hay otras circunstancias que


inciden en la representación orgánica de la sociedad anónima.

El objeto social.

El objeto social define las actividades a las cuales dedicará la sociedad anónima su
capital. Es de regulación estatutaria y asegura que –siempre que el acto o negocio se
halle dentro de las actividades propias del objeto- la actuación del administrador
vinculará a la sociedad.

Realmente puede resultar difícil conocer si un acto determinado está o no comprendido


en el objeto social, pues algunos actos pueden servir igual para impulsar el objeto
social o para fines contrarios; por ello, es frecuente que los estatutos detallen una serie
de actos o negocios jurídicos que los administradores pueden otorgar en nombre de la
sociedad, lo que no significa una ampliación del objeto social.
El objeto social podrá ordenarse estatutariamente como el límite mínimo frente a
terceros no dolosos y también como el límite máximo del contenido del poder de
representación, puesto que dada la esencia ejecutiva del órgano gestor, éste no puede
tener atribuido un poder representativo que exceda de aquel ámbito de actuación.

Los problemas que puede ofrecer el otorgamiento de un acto por los administradores
se minimizan cuando sus facultades representativas se enumeran con todo detalle en
los estatutos, pues en tales casos no es necesario entrar a determinar si dicho acto
está o no comprendido en el objeto social, lo que condiciona la recomendación en ese
sentido a la hora de redactar los estatutos.

Extralimitación de los administradores.

La sociedad anónima responderá de los actos de sus representantes que estén


legitimados, o sea, que ostenten esa condición por disposición social y –además- su
actuar no extralimite la capacidad jurídica de la sociedad de que se trate.

Esta capacidad jurídica de la sociedad anónima está determinada por la Ley, pero
nunca estará condicionada por su objeto social, ni por las concretas facultades dadas
al administrador actuante, aunque ellas consten inscriptas en el registro
correspondiente.

La razón está en la protección a la buena fe del otro contratante y en la necesidad de


seguridad jurídica en interés del tráfico. Es imposible atribuir a los terceros –que entran
en relación con la sociedad- la obligación de investigar - en cada caso - si el acto
realizado por el órgano de administración está o no en relación con su objeto, pues tal
objeto pudiera conseguirse de una u otra forma y dicho tercero –siempre que sea de
buena fe- no tiene que sufrir las consecuencias de una actuación imprecisa del órgano.
Puig Bruteau4 explica la situación asegurando que “con la determinación del objeto de
una persona jurídica lo único que se plantea es un problema de legitimación de las
personas físicas que hayan de actuar en nombre de la misma(...)pero la capacidad
jurídica del ente colectivo es una cuestión que debe quedar al margen de esta
legitimación, pues si la capacidad jurídica supone la aptitud para que la persona
jurídica pueda ser titular de aquellas relaciones jurídicas que activa o pasivamente le
afecten, esta capacidad jurídica es un prius con respecto a la legitimación de los
órganos de actuación de la persona jurídica, por cuanto, presupuesta la capacidad
jurídica del ente por el que actúan, en su obrar tales órganos no deben extravasar sus
facultades, que les vienen determinadas no sólo por el objeto que persigue la persona
jurídica, sino también por las normas rectoras del ente colectivo que normalmente
suelen precisar qué actos pueden realizar los órganos de gestión”.

De esta forma, todo acto de los administradores realizado en representación de la


sociedad la vincula, aunque el propio administrador esté limitado en ese sentido. En
dichas situaciones la sociedad anónima responderá por las obligaciones contraídas y
nacerá la responsabilidad social del administrador internamente, frente a los socios,
ante la sociedad, por haber desbordado el ejercicio de las facultades concedidas,
siempre que se aprecie la buena fe en el tercero protegido. En fin, que la extralimitación
de los administradores - en un determinado acto- resulta inoponible al tercero de buena
fe que ha sido parte en el mismo, oponibilidad que se diluye ante el efectivo
conocimiento de la realidad por dicho tercero.

En este estado puede recomendarse -entonces- la detallada definición estatutaria del


régimen de representación y administración social de las sociedades anónimas.

Cese de los administradores o Consejo de administración.

4
Fundamentos de Derecho Civil, tomo I, 1ra, pág 666-667.
La determinación del cargo de administrador como amovible impone la posibilidad de
su cese por diversas causas cuya elaboración estatutaria contendrá igualmente el
deber de proveer el procedimiento para estos casos.

Una elaboración estatutaria que sin dudas eliminaría el peligro de la falta de


presentación por cese del administrador cuyo plazo en el cargo ha expirado es la del
principio de la prórroga tácita o reelección de hecho desarrollada por la jurisprudencia
y la doctrina de la Dirección de Registros y el Notariado español. En este sentido han
apuntado que sería necesario tener en cuenta las diferencias jurídicas y de
representación que pudieran presentarse con el sistema de reelección tácita de
administradores para los consejeros-delegados, puesto que la reelección de los
consejeros no lleva implícito la delegación de poderes que en su momento se le
concedió por el consejo de administración.

Representación voluntaria.

Otra de las soluciones jurídicas por las que puede optar el ente societario para
manifestar su voluntad es – sin dudas- la representación voluntaria.

Si se enfoca este asunto desde la arista voluntaria de la representación social pudiera


afirmarse que – a diferencia de la orgánica- se dirige ésta a posibilitar la actuación de
un sujeto distinto del titular de la relación jurídica con plenos efectos para este último
(heteroeficacia) por lo que queda sometida a principios de actuación diferente de los
de la orgánica.

Entre estas peculiaridades pueden citarse su utilización de carácter potestativo, y su


contenido –en todo lo concerniente al ámbito de la actuación representativa y a la
actuación del apoderado- se somete a lo estrictamente estipulado en el acto de
otorgamiento de poder, correspondiendo la decisión sobre su conveniencia y
articulación, en sede de persona jurídica, al órgano de administración al tratarse de
una materia reservada a su ámbito de competencia exclusiva; sin perjuicio de la
obligación de respetar las disposiciones estatutarias al respecto5.

La representación voluntaria deberá acreditarse con la correspondiente escritura


pública de poder inscripta en el registro mercantil.

Una de las cuestiones más debatidas en la práctica y la doctrina del Derecho


comparado ha sido la posibilidad de convergencia en una misma persona de la
representación orgánica y la voluntaria6. Se apunta que dada la diferencia conceptual
entre las figuras de representación orgánica y voluntaria –sin duda- pueden confluir en
una misma persona –de manera simultánea- las condiciones de administrador y
apoderado; pues es el órgano de administración el que debe escoger las modalidades
representativas de carácter voluntario que estime más oportunas.

Ante el silencio legislativo, la previsión estatutaria de las sociedades anónimas –en


este sentido- adquiere un matiz esencial.

Representación orgánica y Registro Mercantil.

En opinión de Burguet7 - que suscribo- la inscripción registral de la representación es


un viejo principio que rige en materia societaria que se sustenta en la trascendencia
de las actividades de toda sociedad mercantil y en la necesidad de amparar a la misma
frente a terceros, así como los intereses legítimos de terceros en relación con la
sociedad.

Una cuestión insoslayable en esta sede es el tratamiento a la validez de los actos no


inscriptos.

Un caso muy interesante que indiscutiblemente ofrece luz sobre estos temas es el
resuelto - por el Tribunal Supremo de España siendo ponente el juez González Poveda

5
Así la doctrina de la Dirección General de Registros y Notarías, tomado de R18, Actualidad Civil, 1997-1.
6
La doctrina española está a favor de este criterio.
7
Idem, pág 45.
– en sentencia de 27 de enero de 19978, que traigo a colación. Se trata de un caso en
el que falta la inscripción en el Registro mercantil de poderes otorgados por la
sociedad. Se reitera la doctrina jurisprudencial que los declara inoponibles a terceros
contratantes, quienes –en cambio- si pueden hacerlos valer a su favor, sin que la
omisión de inscripción genere nulidad para los actos y contratos realizados. Así, en
situaciones como ésta, no es preciso que el mandante ratifique los actos porque se
trata de otorgamientos con poder válido y subsistente. Al respecto se explica la
sentencia en los términos siguientes:

“La publicidad mediante la inscripción en el Registro mercantil a que se


refería el artículo 29 del Código de comercio supone una carga para el
poderdante en cuanto no puede utilizar tal poder no inscripto en perjuicio
de tercero, y una protección para el tercero que contrata con el
mandatario actuando de buena fe por desconocer los términos del
poder, pero sin que la inscripción afecte a la validez de los actos o
contratos realizados, ni suponga, como entiende la sentencia recurrida,
defecto de capacidad en el transmitente, puesto que la inscripción no
completa falta de capacidad alguna, ni en el poderdante, ni en el
apoderado. Por otra parte, como pone de manifiesto la doctrina
jurisprudencial citada, la falta de inscripción sólo puede ser hecha valer,
en cuanto le favorezca, por quien contrató con el mandatario.”

Como conclusión a este asunto pudiera decirse que los actos realizados por los
representantes de una sociedad anónima son eficaces siempre que hayan sido
celebrados en virtud de un mandato válido y subsistente. La inscripción del poder, o
del acuerdo de junta, o del consejo de administración - en su caso – son
intrascendentes a la eficacia del acto en sí y sólo podrán ser utilizados a favor del
tercero contratante.

La comparecencia del órgano societario en documento notarial.

Para cerrar este estudio resulta imprescindible abordar el tratamiento de la


representación orgánica y voluntaria de la sociedad anónima en documento notarial.

8
447. jurisprudencia, Actualidad Civil, 7-13 abril 1997.
Cuando se alude a la representación en documento notarial la referencia no contempla
sólo la representación como institución sino el alcance del efecto representativo: la
declaración del representante en el otorgamiento vincula al representado y le sujeta
como si se hubiera manifestado propiamente.

Una magnífica explicación sobre el tema llega de la mano de Blanquer Uberos9 quien
con acostumbrada maestría precisa:

“ Para que se produzca el efecto representativo societario de manera


plena se requiere la concurrencia de un presupuesto remoto y de otro
próximo; como presupuesto remoto la existencia de una causa
justificativa de la representación (sea un apoderamiento el que justifique
la representación voluntaria, o sea el ejercicio de una función o el de un
cargo la razón que justifique la representación legal o actuación
orgánica) y como presupuesto próximo el reconocimiento o la afirmación
de actuar como representante en nombre del representado en la
celebración del acto o contrato representativo.”

Ante el negocio representativo el notario tiene la obligación de procurar que la escritura


sea efectivamente lo que las partes esperan. El documento fehaciente que les
permitirá –tanto al representado como a la otra parte contratante- reclamar y obtener
la plena efectividad del cumplimiento y plena consumación de las obligaciones
contraídas.

El Notario tiene el deber de exigir la acreditación legítima de la representación alegada


al compareciente que dice serlo; lo que hará constar en el documento haciendo
mención de la identificación del compareciente, el carácter con que concurre,
identificando posteriormente al representado y acreditando dicha representación. Si la
representación es voluntaria implicará dar fe de haber tenido a la vista copia del poder
de representación asegurando que el mismo es amplio, cumplido y bastante cuanto en
derecho se requiere y necesario sea, transcribirá las facultades conferidas para el acto
de que se trate, y que el mismo no le ha sido revocado, suspenso, ni limitado al
compareciente, cuestión sobre la que éste último emitirá declaración jurada.

9
“La preparación de la escritura pública y el principio de legalidad”, AAMN, Tomo XXXVI, pág. 314.
Si –en cambio- el compareciente es representante de una persona jurídica, el Notario
deberá exigir la exhibición de los documentos donde conste la constitución de la
entidad y sus estatutos, transcribiendo de éstos últimos los particulares necesarios y
las facultades de los funcionarios que ostenten la representación social. Además, el
compareciente en actuación orgánica –por exigencia del Notario- deberá acompañar
certificación que justifique su personalidad y el hecho de encontrarse en el ejercicio de
sus funciones; certificación ésta que se hará constar en la redacción de la
comparecencia de la escritura o acta, con expresión de que se une –al documento
público de que se trate- previa legalización notarial de la firma o firmas que lo autoricen.

En la certificación de personalidad de quien comparece por la persona jurídica se hará


constar por quien la expide que dicho representante se encuentra en posesión y
desempeño de su cargo con expresión de la vigencia de su nombramiento.

Todas estas cuestiones de hecho y de derecho acreditadas ante el Notario autorizante


del acto pondrán a éste en aptitud para ofrecer un juicio de capacidad del
representante-compareciente y calificar la legalidad del acto jurídico, así como de los
hechos, actos o circunstancias contenidos en el documento notarial al haberse
cerciorado de que éstos se ajustan a los requisitos exigidos para la autorización.

Todos los particulares expuestos serán narrados por el Notario autorizante en el texto
de la comparecencia del acta o escritura. De tal manera se identificarán los
documentos fehacientes aportados para acreditar legítimamente la representación. El
procedimiento de identificación de tales documentos va desde la expresión de su
número, fecha y Notario autorizante en caso de Poder, hasta la transcripción al cuerpo
de la escritura de las facultades de los funcionarios que ostentan la representación de
la persona jurídica tomadas directamente de los estatutos.

Es de orden apuntar en este estado que la transcripción de facultades al cuerpo de la


escritura o acta –en caso de comparecencia de apoderado- aunque no es necesaria –
según se dispone en el artículo 66 del Reglamento Notarial- es posible si los
interesados solicitan su transcripción literal; posibilidad autorizada por el artículo 41
del propio texto reglamentario para cuando se requiera la presentación de documentos
complementarios y que por analogía es aplicable al caso.

Es importante destacar los dos momentos necesarios a la calificación de la legalidad


de la representación: la legitimación sustantiva y la legitimación procesal.

La escrituración de un acto jurídico es eminentemente procedimental; pero, además


de cumplir con las normas de procedimiento notarial, el fedatario tendrá que verificar
la legalidad de los actos, hechos y contratos que contiene el documento y –en tal
sentido- se asegurará de la validez y eficacia sustantiva de los mismos. Es en esta
línea donde el Notario tendrá que valorar –con anterioridad a la formalización del acto-
la legitimación sustantiva del representante para asegurar que notarialmente se
constituirá una relación jurídica válida para que los comparecientes exijan los derechos
adquiridos en su virtud.

Los métodos de que se sirve el Notario – en caso de representación- para acreditar


ésta documentalmente son dos: unir a la matriz de la escritura o acta, lo que significa
que los documentos que demuestran la aptitud del representante quedarán
incorporados al Protocolo Notarial; o el dar fe de haberlos tenido a la vista. Baste
señalar que con esta última formula se quiere destacar que la documentación auténtica
y fehaciente manejada en la fase preparatoria debe tenerse a la vista en el momento
del otorgamiento y de la autorización del acto.

En síntesis, la representación orgánica de una Sociedad Anónima ante Notario exigirá


la identificación de la existencia individualizada del ente social por exhibición de
documentos donde conste la constitución de la misma y sus estatutos (estos
documentos podrán ser: la copia autorizada de la escritura de constitución de la
entidad con expresión de su inscripción registral a la que se adjuntarán los estatutos,
o certificación registral –contentiva de los pormenores necesarios a la comparecencia-
de la inscripción de tal constitución), la acreditación del nombramiento del cargo que
ejerza el compareciente (que –de igual forma- se probará con copia de la
protocolización del acuerdo del Consejo de Administración o Junta – en su caso- o de
la propia escritura de constitución con expresión de su inscripción registral y
certificación de su vigencia, o por certificación registral únicamente), la transcripción
de los particulares necesarios no determinados reglamentariamente que – sin dudas-
serán diferentes a las facultades de los funcionarios que habrán de representarla lo
que se intuye de la redacción de la norma reglamentaria.

La transcripción comprenderá –entonces- las determinaciones estatutarias de las


facultades representativas -propias del cargo del compareciente- aptas para legitimar
la actuación en nombre de la persona jurídica societaria. Además de ello, el Notario
deberá transcribir los particulares necesarios.

La definición de tales particulares es absolutamente casuística; sin embargo, es


posible asegurar que la justificación de su transcripción al cuerpo del documento
radicará en su pertinencia para la eficaz constitución documental de la representación
orgánica.

Por ejemplo, puede ocurrir que entre las facultades conferidas estatutariamente a los
administradores de una sociedad anónima X se encuentre el comparecer ante Notario
como representante del ente social para otorgar cualquier tipo de documento público;
sin embargo, el acto tiene como contenido la hipoteca de un inmueble propiedad de la
sociedad. Para ello los estatutos han dispuesto –entre otras normas- que el poder de
los administradores esté limitado y condicionado a la aprobación por mayoría reforzada
del acuerdo en Junta General. Luego la facultad de representación documental
conferida no es suficiente en este caso para consolidar la eficacia del acto
instrumentado, esta representación orgánica se perfecciona con el acuerdo de la Junta
General al respecto.
Es así, que el Notario para redactar legítimamente la representación en esta situación
deberá transcribir las disposiciones estatutarias que faciliten su perfecta comprensión
asegurando de tal manera la eficacia en la constitución del acto para las partes.

Recuérdese que la representación orgánica no se rige por las normas de la


representación y que en la manifestación de voluntad del órgano no hay dos
declaraciones sino una única declaración vinculante para el ente social.

En otro orden de cosas, la representación voluntaria de una sociedad anónima no deja


de ser representación de una persona jurídica, pero con otros matices. En ella el
órgano otorga poder a un tercero que deberá actuar según las facultades del mandato
conferido. Aquí si existen dos declaraciones: la del representado (sociedad anónima)
expresada en el Poder y la del representante (apoderado) contenida en el acto jurídico
representativo.

El análisis nos conduce a afirmar que todos los requerimientos encontrados necesarios
para que el Notario redacte la comparecencia por representación orgánica de una
sociedad anónima –explicados con anterioridad- tendrán que repetirse ahora, porque
primeramente el Notario deberá apreciar las facultades concedidas por el órgano al
poderdante social que otorga el mandato representativo que da origen a la
representación voluntaria contenida en el Poder que se le presenta. Luego entrará a
identificar el Poder Notarial legitimador del sujeto del documento, con expresión de su
número, fecha y Notario autorizante, dando fe de haberlo tenido a la vista, asegurando
–en consecuencia- que el mismo es amplio, cumplido y bastante cuanto en derecho
se requiera y necesario sea. En estas situaciones no se exigirá al fedatario la
transcripción literal de las facultades conferidas para el acto, que sólo serán
transcriptas a petición de los interesados.

Las consideraciones anteriores permiten apreciar que la situación se asemeja a la


comparecencia de un representante de persona física en virtud de apoderamiento. Del
poder conferido por el órgano se tomará el señalamiento de la cadena de
representaciones válidas, de sustituciones, que vinculan a la sociedad anónima
representada con el apoderado compareciente que puede simplificarse expresando la
vigencia de su inscripción en el Registro mercantil.

De incumplir el Notario en su redacción con algunas de las disposiciones


reglamentarias para la comparecencia por representación, el documento queda
incompleto y por sí solo no ofrece medio de prueba de la eficacia del negocio
representativo; aunque contenga el juicio de capacidad o el juicio de calificación de la
legitimación del compareciente representante, pues el juicio de capacidad referido a la
suficiencia de la representación cuando no resulte de la misma escritura detallado el
medio de prueba usado para la calificación puede ser considerado ineficaz si la
redacción de la escritura vulnera las prescripciones reglamentarias.

La labor de asesoramiento del Notario.

Por asesoramiento notarial se entiende aquella actividad del Notario en que funciona
como consejero e instruye a los interesados sobre las posibilidades legales, requisitos
y consecuencias de sus actos, sobre los medios jurídicos más adecuados para el logro
de los fines lícitos de lo que se proponen alcanzar. En esta asesoría el Notario debe
adecuar la voluntad de las partes al ordenamiento jurídico que corresponda y autorizar
un documento público que cumpla con los requisitos exigidos por la legislación vigente
a fin de conseguir los efectos deseados.

En este último aspecto, el asesoramiento notarial – como parte de dicha función-


entronca deliberadamente con uno de los principios que informan el Derecho Notarial
en sentido amplio, el principio de control de la legalidad. La acentuación de las
funciones de control de legalidad en el actuar notarial moderno constituye una
tendencia manifiestamente demostrada. Esta función de control de la legalidad en el
asesoramiento tiene un doble significado: la consecución del interés público de
conservar los derechos en la normalidad jurídica y la estabilidad jurídica de los
derechos adquiridos; así como, la seguridad de que en el acto que realizan las partes
se cumplen todos los requisitos precisos para que desarrollen sus efectos jurídicos
plenos. Tales consideraciones han permitido - a voces autorizadas en la doctrina
notarial como Vázquez Campos o Castán Tobeñas- definir al Notario como “el jurista
oficial de la legitimación preventiva en el campo especialmente del Derecho privado”
entendiendo - con Sanahuja- que la legitimación es un aspecto especial de la función
general legalizadora, porque la legalización garantiza la adecuación del acto a la Ley;
sin embargo, la legitimación contempla la eficacia del acto en relación con la situación
jurídica previa que le sirve de base o fundamento en el mundo del derecho.

b) La legitimación notarial.

Al legitimar los actos de los particulares sometidos a su arbitrio el Notario se convierte


en el arquitecto jurídico de la forma documental pública. No crea, no constituye el acto
jurídico, pero sí lo moldea dotándole de la forma exigida por la ley para conseguir sus
plenos efectos. Dentro de esta labor legitimadora el principio de calificación notarial se
imbrica de manera notable con tres aristas diferentes: admite el acto dándose por
requerido, lo dota de un nombre reconocido en Derecho y redacta el instrumento
público luego de adecuar y ajustar la voluntad de las partes a las exigencias del
ordenamiento legal vigente. Para garantizar la plena eficacia del documento así
otorgado tendrá que cuidar el Notario la capacidad de las partes en el acto que se
documenta, la capacidad para comparecer y la capacidad para disponer en su caso.

a) La autenticación notarial.

Mediante esta función el Notario impone a los actos en que interviene como funcionario
público una presunción de veracidad convirtiéndolos en documentos fehacientes que
hacen constar de manera indubitada las relaciones jurídicas que contienen.

Está ligada a la teoría de la prueba preconstituida, pero la rebasa. La doctrina se


manifiesta de acuerdo en que el instrumento público no es sólo prueba, sino forma en
que se fundamenta la eficacia del acto documentado.
En sede de constitución de sociedades anónimas la labor asesora del notario tiene
una marcada influencia tanto para los socios, como para los terceros que entrarán en
un futuro en relación con el ente social. En efecto, si la sociedad se crea, con su
personalidad jurídica propia, como un instrumento para el desarrollo de una empresa,
es claro que gran parte de las normas legales y convencionales, que la configuran
tendrán trascendencia, no sólo para los socios, sino también para los terceros.

Este matiz implica que los Notarios en su labor asesora tendrán que tener en cuenta
el estudio de los pactos sociales donde se ponderarán los distintos intereses en juego
(socios, fundadores, acreedores u otros terceros) y de otro delimitar el alcance del
principio de autonomía privada ya que la propia ley, en una u otra latitud, establece
limitaciones en protección de estos complejos intereses.

Este deber de asesoramiento implica veracidad e imparcialidad. Veracidad en el


sentido de correspondencia entre el fin que pretenden las partes y el acto que se
documenta con sus consecuencias jurídicas futuras, y la imparcialidad , entendida
como inexistencia de preferencias en el asesoramiento a los comparecientes, ausencia
de toma de partido en la asistencia, e igualmente tiene que ver con diferentes niveles
en la gradación del asesoramiento según se manifieste el desequilibrio entre las
partes, que en cierto modo se ha definido como: la información debida en todo caso,
insistencia en la información y especial asistencia.

En el caso de la constitución de sociedades otro aspecto en que el Notario deberá


desplegar su labor asesora es en la concepción de los estatutos sociales, lo que
garantizará un desarrollo armónico de la vida societaria, y que las previsiones
fundadas en una experiencia profesional como la que el Notario aporta, sirvan para
evitar atascos peligrosos en la expresión de la voluntad societaria o de su
administración eficaz.

Los acuerdos sociales y la modificación estatutaria.


Los acuerdos sociales son conformados en Juntas, pues son estas la que ostentan el
poder decisorio. Estos acuerdos expresan la voluntad social y su adopción se decide
por mayoría de votos, mayoría que puede estatutariamente haber sido exigida de
manera absoluta; lo que no obsta, la posible admisión de mayorías reforzadas para
determinadas decisiones relevantes en el eficaz desenvolvimiento de la actividad
social.

Estos acuerdos son recogidos en el Acta de Junta, en la que se ordena a los


administradores en su caso, la presentación en el Registro mercantil de testimonio
notarial de los acuerdos inscribibles, que también podrá ser Acta de protocolización
contentiva de la de Junta en otros ordenamientos con el mismo fin de acceder al
Registro.

Además el acta de junta puede ser levantada por Notario cuando así lo decidan los
administradores, o a petición de mayorías legal o estatutariamente establecidas.

Una actividad de control mucho más intensa cumple el Notario cuando es requerido
para redactar Actas de Juntas que según la legislación interna de cada país se
manifestarán en uno u otro sentido.

Es preciso –antes de continuar- definir el supuesto de hecho que contiene un Acta de


Junta. La rogación de uno de los socios o comuneros al Notario para levantar Acta de
una Junta en que participa, es simplemente un caso subsumible en un Acta de mera
percepción de hechos, en que el Notario podrá realizar su comprobación rogada luego
de comunicar a la Dirección de la Junta su condición y propósito. La situación fáctica
que fundamenta el Acta de Junta es diametralmente diferente.

El Notario sólo puede levantar el Acta de Junta cuando la rogación sea formulada por
el órgano representativo de la propia Sociedad, Asociación o Comunidad de Bienes,
porque así lo han decidido o estatutariamente se contempla. El control notarial
comienza con la comprobación de la convocatoria, su autoría, publicidad, antelación,
legalidad y revisión del orden del día; sin embargo, se cuidará bien el Notario de
mantener la independencia de su función sin inmiscuirse en el papel del Presidente o
Secretario de la Junta actuada. En su redacción el fedatario recogerá el texto literal de
los acuerdos, los presupuestos de validez de su adopción y de la constitución de la
Junta y las reservas o protestas hechas por los socios asistentes.

Además de ello, hay cuestiones como la fecha, lugar y hora de la reunión que alcanzan
especial significado en éstas actas para comprobar así el cumplimiento de la
convocatoria librada al efecto, la redacción deberá precisar sobre la persona que
resulta Presidente de la Junta, identificarlo y dejar constancia del carácter y los
poderes con que actúa, porque luego referirá sus declaraciones sobre la constitución
válida de la Junta, informes de asistencia, aprobación de acuerdos, las mayorías que
así lo determinan, y todo ello como parte del control de legalidad que el Notario ejerce
en dichas situaciones; asistido en ciertas cuestiones por el Presidente quien aporta
datos que al control notarial escapan, como por ejemplo, la asistencia real y el por
ciento de capital representado en ella. Sin embargo, el Notario no calificará la legalidad
de los acuerdos adoptados porque ello es de competencia social, salvo que sean
constitutivos de delito en que denegará la continuidad de su actuación.

El Acta de Junta podrá ser extendida en un solo acto, con unidad de contexto o con
diligencias sucesivas si la Junta se extiende por varios días.

La elaboración notarial del acta de junta le aporta a la misma un plus en la ejecución


de los acuerdos adoptados, por la impronta que en tal sentido ofrece el documento
público.

La modificación estatutaria también es una acuerdo de junta, pero es de aquellos con


particularidades específicas por su relevancia para los socios y los terceros que entran
en relación con la sociedad.
La tarea de modificar los estatutos es encomendada a la Junta General de accionistas
como órgano de expresión de la voluntad social. La información de los accionistas es
esencial en este tipo de procedimiento, así las más novedosas legislaciones
mercantiles recogen el derecho de los mismos a disponer de un informe que, con
antelación a la Junta, les imponga de la propuesta de modificación que se discutirá.

No obstante, cualquier propuesta de modificación no será sometida a Junta, pues esto


traería un disloque en el funcionamiento de la misma que estaría a merced de cualquier
inconforme; por ello, últimamente se ha generalizado en el derecho positivo el poder
discrecional de los administradores sobre el sometimiento o no a Junta del informe
contentivo de la propuesta de modificación estatutaria –que puede ser presentado por
un socio o accionista-. Por ejemplo, en la legislación sobre sociedades anónimas en
España, la única manera de obligar a los administradores a someter el interés de
modificar los estatutos a Junta General es conseguir que la propuesta sea apoyada
por al menos el 5% del capital social con derecho al voto y que además venga
acompañada de un requerimiento notarial hecho a los administradores solicitando la
convocatoria de Junta.

Los requisitos de la convocatoria de junta, su anuncio, las especificaciones del acuerdo


y su adopción, serán establecidos de una u otra forma por las diferentes legislaciones
nacionales que rigen en materia de sociedades, pero en todo caso deben garantizar la
información suficiente sobre la modificación que se proyecta realizar.

En la generalidad de los casos el acuerdo de modificación de los estatutos se hará


constar en escritura pública, que resulta susceptible de registro, y de publicación en el
boletín oficial del mismo, o en otras publicaciones con circulación nacional según el
tipo de modificación propuesta.

Consiguientemente, la escritura recogerá el acuerdo adoptado, y los demás requisitos


necesarios para la formación de la voluntad social, que serán de obligada referencia
aunque pertenecen a un proceso previo, por lo que bastará una mera referencia a los
mismos. No será necesario por ello una transcripción literal de la propuesta
modificativa, ni del orden del día de la junta, quizás pueda bastar con la indicación de
haberse verificado el anuncio.

La inscripción de las modificaciones estatutarias en el Registro mercantil no es


constitutiva, y se limita sólo a declarar públicamente la modificación acontecida.

Fusión y escisión de la sociedad anónima.

En los procesos de fusión de sociedades o escisión de las mismas el documento


autorizado por Notario vuelve a reinar como requisito formal al que se asocia el
momento de culminación de la fase ejecutiva de tales procesos. Igualmente, el
otorgamiento de escritura pública al efecto servirá como vehículo de acceso al Registro
mercantil, y su publicación en el Boletín oficial.

Las sociedades que se fusionan harán constar el acuerdo de fusión aprobado por sus
respectivas Juntas en escritura pública que contendrá el balance de fusión de las
sociedades que se extinguen, las menciones legalmente exigibles para constituir la
sociedad nueva o las modificaciones acordadas para la fusión por la sociedad
absorbente, y el número, serie y clase de acciones que hayan de ser entregadas a
cada uno de los nuevos accionistas. Esta fase del proceso culmina con la inscripción
registral y su publicación en el boletín oficial, y la cancelación de los asientos
registrales de las sociedades extinguidas.

EL FENÓMENO DE LA RESPONSABILIDAD LIMITADA FRENTE A TERCEROS.

Fundamentada en estudios anteriores nace en 1892 en Alemania la Sociedad de


responsabilidad limitada, para extender este beneficio –ya existente para la sociedad
anónima- a las empresas pequeñas sociales en las que la administración estaba en
manos de los propios socios. Con ello se rompía la creencia equivocada de que el
fundamento de la responsabilidad limitada estaba en la participación impersonal y
pasiva en la gestión de la sociedad.

La temática en cuanto a la limitación de responsabilidad del empresario individual ha


girado sobre dos cuestiones: su conveniencia o inconveniencia, y en el caso de optar
por lo primero, la elección de la técnica más correcta a utilizar para albergar tal
situación10.

La segunda cuestión es la que aún ofrece quebraderos de cabeza a muchos teóricos


del Derecho, encontrar la técnica más apropiada que permita hacer efectiva la
separación entre las diversas masas patrimoniales de las que sea titular un mismo
sujeto, cada una afecta a una determinada responsabilidad; evitando así, en la medida
de lo posible, la confusión de patrimonios.

Para conseguir estos propósitos se han desarrollado indistintamente dos técnicas


jurídicas. La primera se estructura sobre la base de constituir un patrimonio separado,
o patrimonio de afectación. Legislativamente esta tendencia exige la creación de la
empresa individual de responsabilidad limitada, que reconoce a un titular con dos
patrimonios, uno de ellos dedicado a las actividades del comercio, que responde ante
terceros con un determinado límite.

La segunda intenta cumplir con el mismo objetivo utilizando la técnica societaria como
medio y se manifiesta legislativamente con la aceptación de la constitución unipersonal
de una sociedad. Esta interpretación tiene como sustento teórico la concepción
moderna de la sociedad como una estructura organizativa de la empresa. En tal
sentido, la sociedad se concibe como una organización objetivada en unos estatutos
y las relaciones que en ella se manifiestan ocurren entre el ente corporativo y los
socios, no entre los socios entre sí.

10
García Collantes, José Manuel; Sociedades unipersonales: Nuevas orientaciones, Anales de la Academia
Matritense del Notariado, tomo XXI, pág. 276, Madrid, 1992.
En síntesis, lo que trata de fundamentar esta concepción es que la sociedad es una
organización independiente de sus miembros, por lo que la cantidad de éstos no
determina consecuencias importantes para aquella.

La sociedad de responsabilidad limitada.

La constitución de la Sociedad de responsabilidad limitada debe verificarse en


escritura pública e inscripta en el Registro Mercantil, con cuya inscripción adquirirá la
misma su personalidad jurídica, al igual que las anónimas.

El otorgamiento de escritura pública determina la aparición de efectos jurídicos


peculiares que son –precisamente- los que traen consigo los tratos preliminares, sino
mucho más fuertes. A partir del otorgamiento de escritura existe una vinculación
efectiva entre los socios, aunque relativa, y éstos no podrán –por ejemplo- retirar sus
aportaciones. De la afirmación anterior –que por demás, no resulta criterio unánime ni
en la doctrina, ni en la jurisprudencia consultada11- deriva la consecuencia para los
herederos del aportante en caso de fallecimiento de éste, que no tendrán derecho a
incluir en la herencia los bienes aportados a la sociedad, ni una cuota de ellos, sino
solamente su participación en la sociedad en formación que también es lo que los
acreedores del socio podrían embargar, en su caso.

El contenido de la escritura es bastante similar al de la sociedad anónima. Unicamente


es una peculiaridad de la sociedad limitada que en la escritura debe figurar la
determinación del modo concreto en que inicialmente se organice la administración,
en caso de que los estatutos prevean diferentes alternativas, dándole mayor libertad
que en la anónima a los pactos sociales que pudieran ser recogidos en la escritura de
constitución.

11
Muestra de ello es la polémica dentro de la doctrina española entre Adrados y Vicent Chuliá en sus respectivos
trabajos sobre el tema publicados bajo los títulos “Constitución y nulidad de la sociedad anónima”, Anales de la
Academia Matritense del Notariado, tomo XX, pág. 66 y “La sociedad en constitución”. Estudios de Derecho
mercantil en Homenaje a Rodrigo Uría, pág. 906.
En cuanto al contenido de los estatutos las menciones que deben figurar en ellos son
más reducidas que en la sociedad anónima. En ellos han de figurar los siguientes
particulares: denominación de la sociedad, el objeto social determinando las
actividades que lo integran, la fecha de cierre del ejercicio social, el domicilio social, el
capital social, las participaciones en que se divide su valor nominal y su numeración
correlativa, y el modo o modos de organizar la administración de la sociedad.

Algo que diferencia la sociedad de responsabilidad limitada de la anónima es la


incapacidad de la primera para utilizar como proceso de constitución la formación
sucesiva. Esta variante no es posible en la sociedad limitada porque entra en
contradicción con su carácter cerrado que le imposibilita ofrecer las participaciones
sociales al público.

Modificación estatutaria

La modificación estatutaria corresponde autorizarla a la Junta General, que se


convocará de la misma forma que en la anónima. La modificación se hará constar en
escritura pública, y deberá inscribirse en el Registro mercantil siendo publicada en el
boletín oficial del mismo.

Órganos de dirección

Los órganos de dirección de la sociedad limitada son la Junta General y los


administradores.

El principio general de la Junta es que los socios reunidos en ella decidirán por mayoría
–legal o estatutariamente establecida- en los asuntos propios de su competencia. Las
posibilidades de actuación notarial serán iguales que las descriptas para las anónimas.

Sociedades Unipersonales.
La unipersonalidad como fenómeno societario ha sido aceptado, de manera, más o
menos generalizada, en las legislaciones más modernas, incluso, la unión europea en
la unificación de sus relaciones mercantiles la considera posible tanto dentro de una
sociedad anónima, como dentro de una sociedad de responsabilidad limitada.

Se entiende por sociedad unipersonal la constituida por un único socio sea persona
natural o jurídica (unipersonalidad originaria) o a la constituida por dos o más socios
cuando todas las participaciones o acciones hayan pasado a ser propiedad de un único
socio (unipersonalidad sobrevenida). En el primer caso, la sociedad se constituye por
medio de escritura pública y posterior inscripción en el Registro mercantil, en la que se
expresará necesariamente la identidad del socio único. La naturaleza jurídica de este
tipo de operación es negocial, pero no un contrato. Es un negocio jurídico unilateral de
organización fundamentada en una declaración unilateral de voluntad del socio único
que crea una sociedad.

En la unipersonalidad sobrevenida igualmente será necesaria la escritura pública que


declare la existencia de ella y que se inscribirá en el Registro mercantil.

En estas escrituras se hará constar: la constitución de la sociedad con un único socio


que se dejará perfectamente identificado, la declaración de haberse producido la
situación de unipersonalidad y su causa en la sobrevenida, la pérdida en su caso de
unipersonalidad o cambio de socio único como consecuencia de la transmisión de
algunas de las participaciones o acciones sociales.

Por otra parte, se impone a las Sociedades unipersonales mostrar su condición en


todas sus transacciones comerciales, correspondencia, anuncios, notas de pedidos,
facturas, para de tal forma lograr transparencia real para seguridad de terceros y
acreedores.

En la sociedad unipersonal el socio único ejerce las funciones de Junta General, sus
decisiones deberán consignarse en acta, firmada por él o su representante, ejecutadas
y formalizadas notarialmente por él o por sus administradores. Es indudable la
necesidad de existencia de estas competencias en la figura del socio único que por
declaración unilateral actúa en el papel de la Junta; y ello, por la propia seguridad de
los terceros. Lógicamente, no tiene sentido una deliberación asamblearia en sentido
técnico, ni hay que acudir a certificaciones artificiosas ficticias para recoger las
decisiones del socio único, bastará su simple declaración observando las reglas
previstas por cada uno de los ordenamientos legales.

Así se distingue, dentro de la unipersonalidad, las normas dirigidas a tutelar los


intereses de los socios que no tienen en esta sede aplicación alguna; de las que tienen
por objeto la tutela de los terceros que se observarán estrictamente y se materializan
en la publicidad de los acuerdos, según la legislación del país de que se trate, que
generalmente exigen documento público y registro.

El órgano de administración en la sociedad unipersonal puede quedar en manos del


socio único o de un tercero utilizando los mecanismos normales. Lo que aún se discute
es sobre la autocontratación en estos casos, que es generalmente admitida en el
Derecho comparado.

Lo que preocupa en la figura de la autocontratación no es la cuestión técnica que


puede salvarse, sino la posible utilización de ella para la detracción subrepticia de
fondos que disminuyan la garantía de la sociedad, consiguiendo el socio único una
posición de ventaja frente a los acreedores sociales en caso de insolvencia de la
sociedad.

El control de las aportaciones de los socios es vital en todo tipo de sociedad debido a
la función de garantía que el capital cumple. De ahí la importancia del control de las
aportaciones que en la Sociedad Unipersonal adquiere una dimensión mucho mayor.
En opinión de García Collante12 las legislaciones “tratan el fenómeno de la
unipersonalidad desde un único punto meramente preventivo y centrado

12
Ídem, pág. 300.
fundamentalmente en la publicidad. Pero no se abordan las cuestiones de fondo.
Aunque parezca obvio, hay que decirlo: el gran riesgo de la sociedad unipersonal de
base individual… es el de la insolvencia, consecuencia del fenómeno de
infracapitalización material crónica que en la gran mayoría de los casos presentan. Se
pierde la responsabilidad patrimonial universal sin ofrecer a cambio una contrapartida
fiable y sólida, remitiéndose a la publicidad al fin de que el tercero pueda calcular sus
riesgos. Pero esto no es crear seguridad. Lo mínimo que se puede exigir a un
patrimonio separado para que pueda constituirse como tal es la autosuficiencia para
cumplir sus objetivos. Mientras no se aborde la cuestión de la capitalización adecuada
al objeto social, el problema de fondo seguirá subsistiendo”.

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