Sei sulla pagina 1di 3

FAMILIA Y LIBERTAD

20 de octubre 2015
Fray Juan Marcos Solitario O.P.
En ciertos contextos culturales, el matrimonio entre un hombre y una mujer, criar
a los hijos en común, no es la norma. Puede llegar a ser una situación y
privilegio de unos pocos afortunados. Nuestros sacerdotes misioneros, que han
ejercido el ministerio en África pueden dar fe de la insatisfacción, los celos y los
abusos, que a menudo se ven en las clásicas familias polígamas. En el extremo
opuesto del espectro, los estadounidenses, reacios y timoratos ante los
compromisoa, experimentan sentimientos similares de desconfianza y angustia
en sus relaciones íntimas.
La gente desea una familia segura y estable, incluso si lo consideran poco
realista. En última instancia, todos compartimos el deseo de libertad en la
familia.
La doctrina católica sobre el matrimonio y la familia incluye mucho más que un
conjunto de reglas que se limitan a proteger la estabilidad individual y social.
Estas reglas están destinadas también a ser el espacio donde se genera la
verdadera libertad. O sea, que los hombres y mujeres reciben la oportunidad de
desarrollarse, respondiendo a una llamada de Dios. Estas dos referencias, a la
normativa y al desarrollo, necesitan explicarse antes de poder entender la
libertad prometida por la doctrina católica, como respuesta a nuestras
esperanzas más profundas.
En primer lugar, la normativa: Mi profesor de la universidad, un apasionado del
fútbol europeo, trazó una analogía útil: Todo el mundo, desde David Beckham a
mí mismo, comenzamos a jugar al fútbol, aprendiendo las reglas del juego.
Entender los límites del campo, el modo de puntuación, y los medios toques del
silbato, es esencial, si se quiere jugar al fútbol “real”. Una vez que esto se
memoriza y queda “arraigado,” se convierte todo ello en un bagaje de hábitos
útiles e incuestionables que son como una segunda naturaleza. Las reglas del
juego pueden provenir de diferentes fuentes, y a veces se pueden añadir otras
para perfeccionarlo.
De igual modo, trasvasando la analogía, la Iglesia heredó algunas de sus
normas de convivencia del judaísmo, la sabiduría del mundo griego y las
tradiciones jurídicas de la antigua Roma.
Los preceptos sobre la adoración apropiada a Dios, la reverencia hacia los
padres, las costumbres sexuales (como la monogamia), y el respeto a la vida,
fueron referentes importantes.
La Iglesia reconoce que estas normas son el resultado de la revelación divina y
del esfuerzo de varias generaciones en orden a hacer el mundo más habitable.
Por lo tanto, las obligaciones morales como las que se encuentran en los Diez
Mandamientos fueron respetadas como preceptos dignos de confianza que
marcaron unos cauces para el desarrollo y ejercicio de la vida racional.”
En segundo lugar, consideremos el desarrollo humano. En este sentido, las
perspectivas hebrea y grecorromana, siendo excelentes, resultaron incompletas
y a veces, incluso, incorrectas.
Y así la religión católica fue instituida cuando el propio Hijo de Dios nos
suministró una posibilidad más perfecta en el concierto de las naciones. Jesús
alude a esto en su conversación con un joven rico. Le pregunta el joven:
“Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Jesús respondió la
obligatoriedad de observar los Mandamientos. Pero su encuestador estaba
insatisfecho. San Marcos registra la máxima revelación del Maestro: “Jesús,
mirándole, le amó y le dijo:” te falta una cosa. Anda, vende lo que tienes, y dalo
a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; Después, ven y sígueme “(Mc
10,21). Jesús señala ante la mirada atónita del joven, algo que se halla en el
centro de su predicación: superando una moral de mandamientos centrada en
una ética que respete la ley, apunta a una vida virtuosa feliz, porque está
impulsado por la gracia del Espíritu Espíritu. El Padre Dominico Servais
Pinckaers, cuando comenta el Sermón de la Montaña, dirige nuestra atención a
esta invitación de Cristo (cf. Mt 5-7). Y así, contemplando la totalidad de Su
enseñanza, Jesús revela un conjunto de principios de vida que casi parecen
casi “castillos en el aire”: la enseñanza sobre la pureza de corazón, la
indisolubilidad del matrimonio, la necesidad de permitir el acceso de los niños a
la presencia e influjo de Dios etc…
¿Es posible todo esto? Podemos responder con las palabras de Jesús al final
de la historia de este joven: “Para los seres humanos es imposible, pero no para
Dios. Todas las cosas son posibles para Dios “(Mc 10:27). En las
Bienaventuranzas, Jesús concede a todos, no la propuesta y vivencia, tan sólo
de un conjunto de reglas, sino de un plan gradual de perfeccionamiento,
encaminado a la felicidad permanente, y de nuevo, usando el argot del fútbol,
una estrategia para que nuestra vida se emplee en el mejor de los juegos!
El mejor juego de un equipo va precedido de mucho sudor, dolor, y
concentración. Sin embargo, después de innumerables ejercicios y prácticas,
los conocimientos básicos y la ejecución requerida, quedan profundamente
arraigados en la propia memoria muscular. A partir de ese momento, teniendo
un objetivo común y la voluntad de sacrificar el propio cuerpo, el grupo está listo
para la acción. Las normas culminan en el resultado del trabajo duro, en la
espontaneidad, la alegría, y la gloria de la victoria. El juego ha llegado a su
punto álgido, y el nivel del “inspirado juego de fútbol” se ha convertido en el
objetivo de todos los demás en el deporte.
Así es la visión de la Iglesia sobre el matrimonio y la vida familiar. Las reglas y
límites se han transmitido a través de una combinación de la Sagrada Escritura,
la enseñanza perenne y la prácticas cristianas, amén de una red de tradiciones
culturales. Es de esperar que todo esto se haya convertido en una segunda
naturaleza. Sin embargo, éste es el marco y no el punto más alto del juego!
Respecto a las normas, algunas son flexibles y otras de absoluta necesidad, en
orden al bien superior que debe ser experimentado a fin de de dar sentido a
toda la visión de conjunto. Sabemos que la docilidad a las normas básicas es
necesaria, como lo referente al culto dominical, la fidelidad conyugal, la apertura
a una nueva vida, la educación integral de los hijos, el diálogo continuo y el
perdón. El sacrificio, la voluntad de defender lo prioritario, e incluso sufrir por
ello, es de elemental necesidad. Y sólo aquí se generan momentos gozosos de
aventura y creatividad. En ellos cabe sorprender con regalos a los niños, a la
esposa, al marido… Y ahí se da el aspecto placentero en el “juego” de la vida. Y
con la presencia de Dios en la familia, estos momentos no son sólo una suerte:
surgen como algo natural.
La visión católica del matrimonio y de la familia tiene un carácter vital, que se
traduce en preceptos y es animada por la vida de Dios que corre por nuestras
propias venas. Si esta visión es compartida en nuestros hogares, podremos
encontrar de nuevo la libertad en nuestras familias. ¿ No es cierto?

Potrebbero piacerti anche