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UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO JOSE DE CALDAS

LICENCIATURA EN EDUCACIÓN BÁSICA CON ÉNFASIS EN EDUCACIÓN


ARTÍSTICA
ESTÉTICAS
PRESENTADO POR: ANDRÉS FELIPE MUSKUSS CONTRERAS
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¿Cómo la configuración religiosa ha definido nuestra cultura?

Igual que sucede con casi todas las religiones, el


Catolicismo es un imaginario construido con base en
muchísimos personajes que configuran sus historias,
doctrinas y enseñanzas. Tal como sucedió con los
dioses griegos y romanos, su representación visual no
fue ajena al culto cimentado en dichas
personalidades, pese al dogma instaurado de que el
único que tiene potestad sobre las decisiones
humanas y su destino es el Dios judeocristiano
(Yave). No obstante, a lo largo y ancho de la historia
del cristianismo, han existido diversos intermediarios
entre el todopoderoso y los seres humanos que
acuden a su ayuda, y no solamente se trata de
personajes importantes dentro del panteón cristiano
tales como la Virgen María, Los doce apóstoles o el
mismo Jesús, sino de personajes que dada su vida
virtuosa y ejemplar, se constituyen como seres por
encima de la media humana y que están en la
autoridad de escuchar al devoto y dependiendo de sus suplicas y ruegos, pueden interceder
con la deidad (¿Tres deidades?) suprema para que cumpla su favor. Estamos hablando de
los santos.
Como ya es bien conocido, el arte religioso, y concretamente las esculturas de santos
inicialmente no cumplían una función netamente artística; su papel era adoctrinador, un
método para llegar a la masa, un elemento alfabetizador y que reproducía el papel del
ícono, del ídolo al cual el creyente puede acercarse a solicitarle sus favores, haciendo la
semejanza o la labor de reemplazar al santo o sus restos mortuorios y establecer un contacto
“directo” con el feligrés, para quien en realidad la imagen es el santo en sí mismo y no su
mera evocación.
Pese a esto, la historia cumplió con su tarea y llegó la época del Renacimiento para
reevaluar la funcionalidad de las imágenes religiosas ya que estas adquirieron un mayor
grado de connotación e intencionalidad artística. Los movimientos de la Reforma
Protestante y la Contrarreforma influyeron inevitablemente en la funcionalidad y el papel
de las figuras católicas. Con ello, vino la época del Barroco donde aquellos cánones
artísticos y estéticos establecidos en el Renacimiento, adquirieron otros matices y
evolucionaron hacia nuevas formas de expresión y manifestación visual.

Durante el Barroco, y dados los factores influyentes ya citados, la imagen Católica


adquirió un grado de dramatismo y teatralidad inherente a las características estéticas
establecidas por el estilo y el contexto de la época. La idea del sufrimiento, la violencia y el
dolor como método para purificar y ser agradable a Dios, fue llevada al arte visual
religioso, exhibiendo con todo el dinamismo del caso el ejemplo a seguir para el creyente y
la exaltación del mártir como elemento estético responsable de transmitir el precepto
religioso de Mortificar para purificar.
En cada iglesia de Bogotá nos encontramos con una vasta cantidad de imágenes de
santos, caracterizados por expresiones de dolor, angustia, piedad o martirio. Si bien las
clásicas representaciones Colombianas del Sagrado Corazón de Jesús, La Virgen del
Carmen o el Divino niño del 20 de Julio estaban a la orden del día, estas se encontraban
muy bien complementadas por la figura del Santo piadoso al cual puede acudírsele para el
favor deseado y/o para el cual este ha sido declarado especialista: Patrono de los reclusos,
de las causas perdidas, de los enfermos, del trabajo etc…
Dentro de estas configuraciones estéticas, el cuerpo, y no solamente la teatralidad o
gestualidad de las esculturas de santos, es el elemento vital por medio del cual la idea del
dolor físico como sinónimo de purificación es exhibida directamente al público y
elocuentemente gracias a la imagen de la deidad máxima del cristianismo: Jesús de Nazaret.
Dentro del imaginario
Católico Colombiano y
específicamente el Bogotano,
cobra relevancia la imagen del
Señor Caído de Monserrate.
Aunque su imagen original u
oficial se encuentra en la
basílica erigida en el cerro
oriental del mismo nombre, se
puede constatar que en al
menos dos iglesias del centro
de Bogotá (San Francisco, Las nieves) se encontraba alguna imagen suya. El Señor Caído
de Monserrate es una imagen de Jesús en el suelo, desnudo, ensangrentado, golpeado,
humillado en su camino hacia el Calvario. Hago énfasis en esta escultura porque es la
perfecta representación del cuerpo doloroso como medio para la purificación; el máximo
“héroe” del Cristianismo es utilizado como demostración de cómo a través del violento y
sangriento sacrificio se puede llegar a la santidad. Es inevitable no conmoverse con la
expresión de tortura, angustia e increíble dramatismo que esta imagen manifiesta en sí
misma.

Por otro lado es importante mencionar la relevancia de la


arquitectura de los templos en esta dinámica de análisis. Los
templos religiosos de estilo Barroco se caracterizaron por
albergar en su interior una gran imponencia repleta de
detalles y adornos ornamentales en demasía que dotaban al
lugar de una mística apropiada para la exhibición de los
“cuerpos” de santos dolientes. También, es importante
destacar que en ellos se pueden observar herencias
renacentistas tales como la cúpula o los frescos pintados en
el techo y partes altas de las iglesias, exhibiendo
analógicamente la belleza del cielo por encima del mundo
pecador en donde están los mediadores “personificados”
entre el humano y el todopoderoso. Todo esto se emparenta
y cobra sentido cuando los altares de exhibición de los santos
están construidos en oro y piedras preciosas, dotando al lugar
de una estética de imponencia, funcional al momento de
resaltar la superioridad y la realeza de los seres divinos; este es el escenario idóneo para que
la violencia y el martirio sacro que adornan el mensaje cristiano se manifieste en los
creyentes.
Pese a que vivimos en una contemporaneidad (¿Posmoderna?), la cultura colombiana
aun cohabita con las tradiciones. Es un perfecto collage en el que la era de la diversidad de
pensamiento, los retazos de una modernidad permanente y la herencia de un medioevo que
se niega a desaparecer aún perduran en el grueso del colectivo popular. Generalmente estos
templos están habitados por personas adultas, de edad avanzada, para quienes la religión
aún tiene un lugar prevalente en sus vidas y no merece cuestionamiento alguno.
Para quien disfruta del arte de forma altruista, estos templos son museos abiertos y
testimonio latente y palpable de un estilo estético que nos dejó una de las épocas más
proliferas de la historia; obras que merecen ser analizadas y detalladas técnica y
significativamente. Estas esculturas, que cualquiera diría manifiestan la ideología del Opus
Dei en sí mismas, exhiben al cuerpo como el objeto por medio del cual el sufrimiento y el
dolor se inscriben como requisito para llegar a la salvación y a la santidad, para conseguir
la rectitud del alma. Para el abuelo católico, apostólico y romano, estas imágenes no son
meras manifestaciones artísticas sino el ídolo en sí mismo, son la encarnación del Santo
presente al cual hay que arrodillársele, hablarle, tocarle y dejarle algo de dinero para que se
compadezca de su pobre humanidad y le brinde una ayuda. Las imágenes religiosas aún
continúan cumpliendo la función que originalmente se les fue encargada y no la de ser una
simple representación de la divinidad, ignorando de manera categórica el segundo
mandamiento circunscripto en el libro del Éxodo: “No te harás ninguna clase de ídolo ni
imagen de ninguna cosa que está en los cielos, en la tierra o en el mar”. Sin embargo, el
Catolicismo conserva rezagos claramente paganos, en los cuales es imposible obviar la
adoración al ídolo y menos en un país que desde que fue conquistado por los herederos de
los Reyes Católicos de España, el catolicismo ha marcado una influencia social, política y
económica que se niega a desaparecer sopeso de estar en un estado supuestamente laico.

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