LICENCIATURA EN EDUCACIÓN BÁSICA CON ÉNFASIS EN EDUCACIÓN
ARTÍSTICA ESTÉTICAS PRESENTADO POR: ANDRÉS FELIPE MUSKUSS CONTRERAS ______________________________________________________________________
¿Cómo la configuración religiosa ha definido nuestra cultura?
Igual que sucede con casi todas las religiones, el
Catolicismo es un imaginario construido con base en muchísimos personajes que configuran sus historias, doctrinas y enseñanzas. Tal como sucedió con los dioses griegos y romanos, su representación visual no fue ajena al culto cimentado en dichas personalidades, pese al dogma instaurado de que el único que tiene potestad sobre las decisiones humanas y su destino es el Dios judeocristiano (Yave). No obstante, a lo largo y ancho de la historia del cristianismo, han existido diversos intermediarios entre el todopoderoso y los seres humanos que acuden a su ayuda, y no solamente se trata de personajes importantes dentro del panteón cristiano tales como la Virgen María, Los doce apóstoles o el mismo Jesús, sino de personajes que dada su vida virtuosa y ejemplar, se constituyen como seres por encima de la media humana y que están en la autoridad de escuchar al devoto y dependiendo de sus suplicas y ruegos, pueden interceder con la deidad (¿Tres deidades?) suprema para que cumpla su favor. Estamos hablando de los santos. Como ya es bien conocido, el arte religioso, y concretamente las esculturas de santos inicialmente no cumplían una función netamente artística; su papel era adoctrinador, un método para llegar a la masa, un elemento alfabetizador y que reproducía el papel del ícono, del ídolo al cual el creyente puede acercarse a solicitarle sus favores, haciendo la semejanza o la labor de reemplazar al santo o sus restos mortuorios y establecer un contacto “directo” con el feligrés, para quien en realidad la imagen es el santo en sí mismo y no su mera evocación. Pese a esto, la historia cumplió con su tarea y llegó la época del Renacimiento para reevaluar la funcionalidad de las imágenes religiosas ya que estas adquirieron un mayor grado de connotación e intencionalidad artística. Los movimientos de la Reforma Protestante y la Contrarreforma influyeron inevitablemente en la funcionalidad y el papel de las figuras católicas. Con ello, vino la época del Barroco donde aquellos cánones artísticos y estéticos establecidos en el Renacimiento, adquirieron otros matices y evolucionaron hacia nuevas formas de expresión y manifestación visual.
Durante el Barroco, y dados los factores influyentes ya citados, la imagen Católica
adquirió un grado de dramatismo y teatralidad inherente a las características estéticas establecidas por el estilo y el contexto de la época. La idea del sufrimiento, la violencia y el dolor como método para purificar y ser agradable a Dios, fue llevada al arte visual religioso, exhibiendo con todo el dinamismo del caso el ejemplo a seguir para el creyente y la exaltación del mártir como elemento estético responsable de transmitir el precepto religioso de Mortificar para purificar. En cada iglesia de Bogotá nos encontramos con una vasta cantidad de imágenes de santos, caracterizados por expresiones de dolor, angustia, piedad o martirio. Si bien las clásicas representaciones Colombianas del Sagrado Corazón de Jesús, La Virgen del Carmen o el Divino niño del 20 de Julio estaban a la orden del día, estas se encontraban muy bien complementadas por la figura del Santo piadoso al cual puede acudírsele para el favor deseado y/o para el cual este ha sido declarado especialista: Patrono de los reclusos, de las causas perdidas, de los enfermos, del trabajo etc… Dentro de estas configuraciones estéticas, el cuerpo, y no solamente la teatralidad o gestualidad de las esculturas de santos, es el elemento vital por medio del cual la idea del dolor físico como sinónimo de purificación es exhibida directamente al público y elocuentemente gracias a la imagen de la deidad máxima del cristianismo: Jesús de Nazaret. Dentro del imaginario Católico Colombiano y específicamente el Bogotano, cobra relevancia la imagen del Señor Caído de Monserrate. Aunque su imagen original u oficial se encuentra en la basílica erigida en el cerro oriental del mismo nombre, se puede constatar que en al menos dos iglesias del centro de Bogotá (San Francisco, Las nieves) se encontraba alguna imagen suya. El Señor Caído de Monserrate es una imagen de Jesús en el suelo, desnudo, ensangrentado, golpeado, humillado en su camino hacia el Calvario. Hago énfasis en esta escultura porque es la perfecta representación del cuerpo doloroso como medio para la purificación; el máximo “héroe” del Cristianismo es utilizado como demostración de cómo a través del violento y sangriento sacrificio se puede llegar a la santidad. Es inevitable no conmoverse con la expresión de tortura, angustia e increíble dramatismo que esta imagen manifiesta en sí misma.
Por otro lado es importante mencionar la relevancia de la
arquitectura de los templos en esta dinámica de análisis. Los templos religiosos de estilo Barroco se caracterizaron por albergar en su interior una gran imponencia repleta de detalles y adornos ornamentales en demasía que dotaban al lugar de una mística apropiada para la exhibición de los “cuerpos” de santos dolientes. También, es importante destacar que en ellos se pueden observar herencias renacentistas tales como la cúpula o los frescos pintados en el techo y partes altas de las iglesias, exhibiendo analógicamente la belleza del cielo por encima del mundo pecador en donde están los mediadores “personificados” entre el humano y el todopoderoso. Todo esto se emparenta y cobra sentido cuando los altares de exhibición de los santos están construidos en oro y piedras preciosas, dotando al lugar de una estética de imponencia, funcional al momento de resaltar la superioridad y la realeza de los seres divinos; este es el escenario idóneo para que la violencia y el martirio sacro que adornan el mensaje cristiano se manifieste en los creyentes. Pese a que vivimos en una contemporaneidad (¿Posmoderna?), la cultura colombiana aun cohabita con las tradiciones. Es un perfecto collage en el que la era de la diversidad de pensamiento, los retazos de una modernidad permanente y la herencia de un medioevo que se niega a desaparecer aún perduran en el grueso del colectivo popular. Generalmente estos templos están habitados por personas adultas, de edad avanzada, para quienes la religión aún tiene un lugar prevalente en sus vidas y no merece cuestionamiento alguno. Para quien disfruta del arte de forma altruista, estos templos son museos abiertos y testimonio latente y palpable de un estilo estético que nos dejó una de las épocas más proliferas de la historia; obras que merecen ser analizadas y detalladas técnica y significativamente. Estas esculturas, que cualquiera diría manifiestan la ideología del Opus Dei en sí mismas, exhiben al cuerpo como el objeto por medio del cual el sufrimiento y el dolor se inscriben como requisito para llegar a la salvación y a la santidad, para conseguir la rectitud del alma. Para el abuelo católico, apostólico y romano, estas imágenes no son meras manifestaciones artísticas sino el ídolo en sí mismo, son la encarnación del Santo presente al cual hay que arrodillársele, hablarle, tocarle y dejarle algo de dinero para que se compadezca de su pobre humanidad y le brinde una ayuda. Las imágenes religiosas aún continúan cumpliendo la función que originalmente se les fue encargada y no la de ser una simple representación de la divinidad, ignorando de manera categórica el segundo mandamiento circunscripto en el libro del Éxodo: “No te harás ninguna clase de ídolo ni imagen de ninguna cosa que está en los cielos, en la tierra o en el mar”. Sin embargo, el Catolicismo conserva rezagos claramente paganos, en los cuales es imposible obviar la adoración al ídolo y menos en un país que desde que fue conquistado por los herederos de los Reyes Católicos de España, el catolicismo ha marcado una influencia social, política y económica que se niega a desaparecer sopeso de estar en un estado supuestamente laico.