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A Daniel, a Romina,
y a todos los leocamatones que andan por ahí.
© Karina Foderé
kfodere@adinet.com.uy
Ilustraciones:
H
oy les voy a contar un secreto, dulce como miel: yo conozco
un lugar hermoso, muy colorido y lleno de vida que se llama
“Pueblo Imaginación”.
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Guayo, el Leocamatón • Karina Foderé
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N
adie sabe bien de dónde vienen.
Parece que podrían descender de los topos leonados que
habitan bajo tierra, pero también se dice que provienen de
los hipotálamos celestiales que anidan en los sabiárboles. Lo cierto
es que los leocamatones viven en su pequeña aldea, rodeados de
poderosos vecinos y sobre un río marrón de dulce de leche.
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Guayo, el Leocamatón • Karina Foderé
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E
llos son muy felices y siempre están riendo. Chillan como
ratoncitos coloridos mientras trabajan. Cavan sus cuevitas
en las montañas azucaradas y almacenan comida para el
invierno. Todos colaboran y se divierten haciéndolo. De noche
celebran la fiesta golosinera y, en ocasiones especiales, hacen trufas
deliciosas.
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Guayo, el Leocamatón • Karina Foderé
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E
l invierno es muy frío, pero juntos lo pasan mejor. Ahí, se
alimentan de lo que juntaron entre todos: bloques de dulce de
leche, dulce caliente, trufas, churros y tortas fritas.
Guayo pensaba que tal vez sería mejor vivir como lo hacen los topos
leonados, bajo tierra. Y, decidido, hizo un pozo en las azucaradas
arenas y se tapó.
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Guayo, el Leocamatón • Karina Foderé
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U
na tarde, el muy aventurero, se adentró en el monte de
chocolate en rama y recogió garrapiñada del “garrapiñal”.
Sintió un aleteo y una voz lo saludó en forma cortés, como
corresponde en Pueblo Imaginación:
—Buenas tardes, querido habitante de Pueblo Imaginación.
P
ara que tengan una idea, un hipotálamo celestial es como un
hipopótamo con alas de libélula que anida sobre sabiárboles.
—¿Por qué vives en las alturas? ¿Acaso no te alimentas del
dulce de leche?
G
uayo pensó unos instantes: si sobre el árbol tenía todo,
¿para qué querría vivir junto al río? Entonces, preguntó al
hipotálamo celestial:
—¿Yo puedo anidar allí?
—Por supuesto, Anís se pondrá contento. ¡Pósate sobre mi lomo y te
guiaré!
Apenas llegaron, Anís hizo crecer una casita para Guayo. También
una cama y ropa. No podía creer que con solo desear algo, Anís lo
hiciera aparecer. Estaba sumamente feliz. Ahí arriba existía todo el
confort necesario.
E
l hipotálamo le enseñó a caminar hacia el sol de paleta
multicolor y él se acercó a saborear.
—¡No te detengas, Guayo! Si desaparece, mañana volverá a
crecer.
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G
ritó durante un rato, pero nadie vino a auxiliarlo. Entonces,
se fue en busca del hipotálamo, pero este le dijo que ahora
estaba ocupado mirando televisión. El leocamatón recordó
que en su aldea todos hubieran acudido a su primer llamado y que
seguramente su mamá ya le estaría haciendo un tecito de dulce de
leche con canela.
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P
ara su sorpresa, cuando llegó a su casita, Anís le tenía pronto
el té en cuestión. Guayo lo probó, pero se sintió peor: el té no
tenía nada que ver con el de mamá.
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C
on cada quejido, Anís hacía aparecer televisores, radios,
patinetas, bombones, dulce de leche duro, blando, con
chocolate...¡De todo! Pero nada parecía conformar a Guayo.
De pronto, el “sabiárbol” extendió una de sus ramas hacia el suelo y
le dio forma de escalera.
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¡
Gracias, Anís! Guayo bajó esos kilómetros de tronco en un
segundo y cuando llegó, su familia, preocupada por su ausencia,
lo recibió con emoción. Una vez que les narró lo sucedido, llegó a
la conclusión:
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El Leocamatón
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