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LAS ENSEÑANZAS
DE LAS PSICOSIS
¿Qué puede esperar un paciente psicótico
de un psicoanalista?
Dedico este libro a mi hijo Aldo Javier.
Agradecimientos :
Indice
INDICE
Prólogo, Françoise Gorog
Presentación a la primera edición, Federico Aberastury
Presentación a la segunda edición, Humberto Acosta Mesa
Introducción
Capítulo I. Los conceptos fundamentales en la teoría psicoanalítica de las psicosis
Lugar del padre en psicoanálisis: Un significante
La inscripción del S1
El padre como síntoma
Para una clínica posible de las psicosis
El sujeto y el Otro en las psicosis
El desencadenamiento de las psicosis
El sujeto fuera de discurso
La forclusión del significante Nombre-del-Padre
La regresión tópica al estadío del espejo
El empuje-a-la-mujer
Los fenómenos elementales
La alucinación verbal
El objeto a en las psicosis
La voz
El silencio
La mirada
El delirio
El neologismo
Algunos criterios para un diagnóstico de las psicosis
Capítulo II. La ética de la intervención posible
No retroceder frente a las psicosis
La psicosis como producto de una intervencion imposible
Un punto de partida ético: orientarse en la estructura
¿Qué función tiene los fenómenos de lenguaje en las psicosis?
¿Qué puede hacer un analista frente a un psicótico?
¿Qué espera un psicótico de un analista?
Presencia del analista
Función testigo
Función destinatario
Función secretario
Funcion garante
Algunas intervenciones estabilizantes
De “malo de constitución” a “Maliato”
Capítulo III.La Señora Bv. Psicosis y acto analítico
El pedido de tratamiento
Antecedentes
Primer tiempo: El analista como testigo y secretario
Segundo tiempo: El analista como destinatario
Tercer tiempo: El analista como garante. Erotomanía de transferencia mediatizada
Cuarto tiempo: El testimonio del sujeto
Re – flexión
Anexo: Recortes clínicos
Bibliografía General
Prólogo
J
acques Lacan ha explicado en el devenir de su ponencia “Exposé chez Daumézon” —como la
ha titulado la transcripción—, en Sainte Anne en 1970 el aporte del psicoanálisis a la
semiología psiquiátrica. Sostenía: “He allí que el aporte del psicoanálisis subvierte todo”.
Una subversión de la semiología psiquiátrica es lo que propone el libro de Amelia Imbriano.
Por eso, antes de iniciar el estudio de un sorprendente y demostrativo trabajo analítico con una
paciente psicótica, la autora recuerda los diferentes tiempos de la enseñanza de Jacques Lacan
sobre las psicosis.
Recordemos aquella frase de la cual Lacan había tomado la ironía de Poincaré sobre Cantor,
para reafirmar en L’etourdit: “Mi discurso no es estéril, engendra la antinomia, y aún más:
demuestra poder sostenerse en las psicosis”.
Más que eso, sabemos que en el momento en que Lacan realizaba la apertura de lo que
entonces se llamó la Sección Clínica, puso los puntos sobre las íes en un aforismo: “La
paranoia, quiero decir las psicosis, es para con Freud absolutamente fundamental. Las psicosis
es aquello delante de lo cual un analista no debe retroceder en ningún caso”. [1]
Por cierto, este consejo fue algunas veces entendido en su versión samaritana pero no
solamente de ese modo. Sus alumnos comprendieron también que no debían retroceder
tampoco delante de los problemas que presentan las psicosis al pensamiento. Es lo que muestra
Amelia. Ella ha sabido hacerse unas orejas idóneas para las psicosis, para retomar la expresión
del Saber del Psicoanálisis, pronunciado en la Capilla de Sainte Anne.
Lacan aseguraba, en su lengua vernácula, aquello que sabía tan bien insertar en las
concepciones que testimoniaba respecto de su relación a los diversos aspectos de la cultura, la
más amplia, la más aguda, la más contemporánea, aquella que restituyó en su propósito,
hablando de los psicóticos dentro de sus muros, que un analista puede entenderlos, pero con
una condición: “¡Quiero decir que la personas que están aquí a título de estar dentro de los
muros, son completamente capaces de hacerse entender, a condición de que haya orejas
idóneas!”
¿Cómo hacerse de unas orejas idóneas? Es simple. Estar allí, dentro de los muros pero sin las
barreras tradicionales de la psiquiatría, para evitar ser “tomados por los locos”.
Según Lacan, es una apuesta la que está en juego: “El progreso capital —que podría resultar del
hecho de que algún psicoanalista se ocupe, un día, verdaderamente del loco” [2]
La analista que publica esta obra lo ha hecho. Esto es patente. Lacan, él mismo, se ha ocupado
verdaderamente del loco y el progreso capital ha sido, además de un abordaje posible de las
psicosis, la invención que él reivindica como tal, aquella de su pequeño a, este objeto a del cual
asegura: “Si un día yo he inventado lo que era el objeto a, es que ya estába escrito en Trauer
und Melancholie.[3]
Homenaje mancomunado a Freud y a la melancolía. Es por eso que no hay dudas de que
Amelia Imbriano sitúa justamente su trabajo bajo los auspicios de un texto felizmente referido
desde sus primeras líneas —un texto prometedor de avances— la Presentación
Autobiográfica de 1925, en la que Freud no solamente evoca la ganancia teórica de la teoría
psicoanalítica de las psicosis sino que estima también la confianza que se puede tener en la
aplicación práctica del psicoanálisis en las psicosis. Se garantizan los resultados obtenidos en
algunos casos de depresión, de paranoia leve y de “esquizofrenias parciales”. En ese momento,
el pragmatismo freudiano extrae una conclusión de resultados clínicos comprobados, de una
manera que contrasta con otros de sus escritos desmovilizantes para sus alumnos deseosos de
entender su método respecto de las psicosis o, al menos, para algunas de ellas.
El trabajo del libro se refiere ciertamente al Presidente Schreber, el maestro en la ciudad de los
analistas que no quieren retroceder delante de las psicosis y a la interpretación que dio Freud en
losCinco psicoanálisis.
Pero se debe también al avance inaudito que pone a pleno el abordaje lacaniano de las psicosis
donde atraviesa con cuidado las etapas de su trayecto.
Este libro será el “libro compañero” de aquellos que confían en la declaración freudiana y a la
continuación lógica que sobre ello diera Jacques Lacan.
Él anuda muy cuidadosamente la lectura razonada de los textos a una experiencia clínica que
muestra de modo muy convincente una de las últimas frases de la autora: “una dirección de la
cura es posible para las psicosis”. Es lo que hace de ésta, una obra excepcional.
La lectura de Freud encubre unos hallazgos, por ejemplo, en ocasiones lingüísticos, como el
empleo del verbo Aufheben en la fórmula freudiana — “aquello que es abolido adentro retorna
desde el exterior”—. Donde la abolición es significada por la misma palabra de la lengua alemana
que utilizó Hegel para la dialéctica, materia de reflexión que no tiene su lugar en este desarrollo.
En cuanto a la lectura de Lacan, la autora hará sonrojar a más de un lector francés cuando
retoma el aporte de Damourette y Pichon sobre la negación discordancial y forclusiva.
Del mismo modo, cuando retoma la historia del aporte de Jean Paul Sartre —citado en
elSeminario 1 de Lacan referida a la azarosa traducción inglesa de “estadío del espejo” por the
look and the glaze— el tema de la vergüenza, el de la mirada cuando haya “un murmullo de
ramas, el sonido de pasos seguidos por el silencio, la leve apertura de una persiana, o el ligero
movimiento de una cortina” del Sartre de 1943, dan testimonio de una lectura de las obras
francesas que es un honor para la cultura gala. De la misma manera y con la misma precisión
que para el conjunto de los trabajos lacanianos, esta psicoanalista refiere cómo Lacan se aleja
de Sartre y hace aparecer la escisión entre el ojo y la mirada en el seminario de Los cuatro
conceptos.
Amelia Imbriano suscitará también la envidia o más bien la admiración y la mirada negativa de
los europeos por su soltura entre las referencias en alemán del Moisés y el monoteísmo hasta la
lectura que Freud hizo de Brentano.
Supo tambien eligir entre los escritos de Jacques Lacan frases que testimonian la lengua del
psicoanalista, su estilo y enseñanza. La calidad de su enunciación no ha quedado para ella como
letra muerta, sino que por el contrario, ha dado lugar a lo que se debe distinguir, con modestia,
como invención de la manobria posible de la cura con el paciente psicótico.
Para ejemplificar un punto entre muchos, vemos cómo el caso de la “Señora Bv” demuestra la
efectividad del designar el silencio y la inercia como figura primaria del goce a partir del
“asesinato del alma” del Presidente Schreber. Es tomar acto de lo que Lacan llamó “el
desorden provocado en la articulación más íntima del sentimiento de la vida” instalado en el
sujeto psicotico.
De la misma manera, Amelia Imbriano ordena los tiempos de su intervencion en la cura según
la frase de Funcion y campo de la palabra y del lenguaje: “Testigo invocado de la sinceridad
del sujeto, depositario del acta del discurso,referencia de su exactitud, fiador de su rectitud,
guardián de su testamento, escribano de sus codicillos, el analista tiene algo de escriba”.
La funcion testigo es precisamente la que hace de apuntalamiento del límite, evitando de este
modo que la transferencia se convierta en erotomanía mortificante. El analista es llamado a
constituirse como suplente y hasta competidor de las voces pero consiente sobrevendrá la la
erotomanía mortífera.
Con Colette Soler, la autora retoma tanto el silencio de abstención como el sostén de proyectos
sublimatorios; tanto los imaginarios de seguridad como el alojamiento de la construccion del
delirio.
“De malo de constitución a maliato” es ejemplar y se puede aprovechar la enseñanza de la
articulación del caso, de la clínica bajo tranferencia con las referencias téoricas ya citadas.
Amelia Imbriano brinda al lector la oportunidad escasa en el ámbito lacaniano, de un
testimonio de un trabajo de diecinueve años con una paciente psicótica. Califica la posición del
analista como artesanal y escribe una fórmula muy feliz: “Lo que el analista sabe es que él no
habla mas que al costado de lo verdadero, porque lo verdadero lo ignora: el que sabe, en
análisis, es el analizante”. Este trabajo permitió a la paciente vivir sola, producirse como
escultora y lograr una posición subjetiva de notable elaboración.
Es por ello que el clínico, psicoanalista, estudioso de Lacan, encontrará aquí un soporte para su
clínica, como para su ética, con el indispensable gusto de la invención que requiere el trabajo
analítico con las psicosis.
C
orría el mes de diciembre de 1999 cuando recibía la proposición del Gabinete de
Investigación y[A2] Vinculación Tecnológica de la Universidad John F. Kennedy de
desempeñarme como verificador externo en un proyecto de investigación sobre “El tratamiento
psicoanalítico de las psicosis. El cálculo de la intervención” con una línea de fundamentación
freudo-lacaniana, lo cual explicaba mi postulación a partir de la adjudicación de un supuesto
saber que agregada a cierta veteranía había honrado mi nominación en lo que más adelante
consideraría un proyecto de inconmensurable valor tanto por su tratamiento en la práctica teórica
como en la seriedad y coherencia de las proposiciones clínicas.
Debo decir que conocía a la autora por su nombre, pero nada sabía por ese entonces ni de su
persona ni de su producción. Hoy me siento afortunado de haberme involucrado con su
intelecto y producción además de experimentar la fluidez de un trato personal encantador a
partir del cual disfruto del placer de prologar su libro.
En aquel entonces, impuesto a la tarea de acompañar con mi lectura el esfuerzo de trasmisión de
la autora que implicaba la proposición de un recorrido teórico nada fácil como es el del edificio
teórico lacaniano, me preocupaba por discernir de qué forma Imbriano lo articulaba con el tronco
freudiano. Desde el epígrafe elegido, avanza decididamente hacia una toma de posición sobre lo
que implica la posición del análista en lo referente a la psicosis.
Dice la autora:
“Como lógica respuesta a esta patología la sociedad y la psiquiatría aislan al psicótico para
prevenir el peligro sobre sí mismos y sobre terceros, realizando en principio un tratamiento
manicomial. Pero los ‘beneficios’ [las comillas son mías] tienen como contrapartida la
producción de una mayor alienación y cronificación”.
“La maniobra de transferencia tiene su punto pivote en el no retroceder respecto de la ética del
psicoanálisis. Si el analista se mantiene en ella, el dispositivo posibilitará que se operen
distintas funciones: testigo, secretario, destinatario, garante (y quizás otras) que permiten
maniobrar la transferencia o sea el trabajo de transferencia de los fondos de goce del
inconciente al significante. Y, es desde este lugar, que sostengo una dirección de la cura posible
para las psicosis [...] donde puede darse la ocasión que un sujeto ofrecido al goce del Otro, puro
deshecho que espera en silencio que alguien quiera acogerlo, literalmente abandonado por el
significante, pueda –un analista– inventar un modo de goce por el rodeo de la maniobra de
transferencia, rodeo por el amor en su lógica misma: el cálculo, en su intento de reglar lo
posible del goce.”
Estoy de acuerdo con la propuesta, tal como lo he adelantado, pues la trascendente proposición
está puntualizada en el avance desde un tratamiento posible a una dirección de la cura posible.
Esto a condición de que quien este habilitado para ello conduzca la dirección de la cura con
artesanía, lo cual es solo realizable si el analista ha transitado el proceso que lo habilita por
haber sucedido en él la apropiación de los fundamentos. Así, entiendo que el analista se
autoriza a sí mismo.
Sabremos, entonces, al recorrer las páginas del libro, a partir de la introducción, que se trata de
interpretar el postulado básico de Lacan: la falla estructural de las psicosis tiene su origen en un
mecanismo denominado forclusión del Nombre del Padre. Amelia Imbriano propone “A través
de una conveniente intervención del dispositivo analítico puede realizarse la operación
denominadamaniobra de transferencia por la cual se posibilita algo en el orden de un pasaje
de sujeto de goce al de sujeto acotado por el significante”.
La pregunta ¿qué puede esperar un psicótico de un analista? impulsa todo el trabajo de esta
obra, a partir de considerar que: Termina preguntando, para luego responderse: “En la clínica
de las psicosis es necesario reivindicar el lugar del sujeto, ofertarle una oportunidad justifica la
intervención de un analista”.
La autora no desconoce los aportes de los grandes maestros de la psiquiatría y los articula a los
fundamentos del psicoanálisis. Por eso puede plantear y explayarse a partir de afirmaciones
tales como “La clínica de las psicosis es la clínica de las respuestas de lo Real” y luego, más
específicamente “La clínica de las psicosis es la clínica del fenómeno elemental” con lo cual
arriba a la función del neologismo aclarada por la distinción entre fenómenos de código y
fenómenos de mensaje.
Problemas cruciales para el abordaje psicoanalítico de las psicosis son abordados con
decisión y solvencia teórica. Mencionaré solamente los títulos de su recorrido teórico,
encadenados en forma no azarosa: Consecuencias de la forclusión del Nombre del
Padre,
la regresión tópica al estadío del espejo, el objeto a en las psicosis, la voz, el silencio, la
mirada, el empuje-a-la-mujer, fuera–de–discurso, y el desencadenamiento de las psicosis.
En una segunda parte del libro, donde se desarrolla lo que llamo una práctica clínica Amelia
Imbriano nos propone La ética de la intervención posible, que como bien dice la autora, no
debe ser un salto al vacío.
Desde hace ya dos años soy parte de la secretaria científica de una institución, la Asociación
Psicoanalítica Argentina, que acaba de celebrar sesenta años de existencia y casi treinta años de
una dirección en la formación de analistas caracterizada por el pluralismo ideológico. Me
esperan otros dos años más en una propuesta que me entusiasma por acompañar, una gestión
que se propone no sólo una apertura en el campo del psicoanálisis, sino también pasar del
pluralismo a la pluralidad. Esto es poner a trabajar las encrucijadas teóricas y los conceptos en
tensión, a partir de admitir que toda corriente actuante en psicoanális aborda algo de lo real de
la clínica.
Mi posición al respecto es bien conocida –para quienes me conocen– y creo no equivocarme al
decir que Amelia Imbriano procede con parecidos ideales. He seguido atentamente los pasos de
una meritoria y elogiable investigación que ha abrevado no sólo de la escuela francesa sino
también de la escuela inglesa sin caer en el eclecticismo.
Por eso es consecuente con lo que dice cuando plantea “Freud construyó el psicoanálisis como
un espacio de anudamiento teórico-clínico puesto a prueba en cada análisis. El analista que
responda por su posición deberá renovar, vez por vez, la misma actitud”.
Más adelante, ya adentrada en lo que llamaría una técnica posible recorreremos pasos o
momentos lógicos: Presencia del analista, Función testigo, Función destinatario, Función
secretario, Función garante, Intervenciones estabilizantes, dentro de las cuales destaco
particularmente, la llamada negociación con la voz alucinatoria.
Toda esta técnica que se basa en el trabajo producido a partir de considerar que en las psicosis
puede haber un fuera–de–discurso pero no un fuera de lenguaje (está más bien ahogado en su
mar) permite pensar una dirección diferente a la que solo atina a los psicofármacos, y desestima
al delirio como un intento de restitución.
Celebro la escritura de esta obra que me honra prologar y que sin duda permitirá la apertura de
nuevos horizontes en una problemática tan enigmática y cruel como es la clínica de las psicosis.
Febrero 2003
Introducción
Medio siglo de freudismo aplicado a las psicosis deja su problema todavía por pensarse de
nuevo.1
L
as psicosis corresponden a un modo de organización de la subjetividad en la que Freud
encontró una forma específica de pérdida de la realidad, lo cual representó un hallazgo respecto
de las teorías neuropsiquiátricas de la época. El maestro de Viena no aceptó las teorías
organogenéticas y se esforzó, a partir de la teoría de la libido, en esclarecer sus mecanismos
constitutivos. La “cuestión de las psicosis” es, hasta en la actualidad, un punto de divergencia
abismal entre la Psiquiatría y el Psicoanálisis, cuestión que no se trata de una devaluación de
los elementos de la semiología psicopatológica sino del modo de lectura que se realiza sobre
ellos.
Freud había investigado las vicisitudes de la libido infantil (1907-1910) cuando se propuso
realizar un análisis de las Memorias de un neurópata[4], publicadas en 1903 por el presidente de
la Corte de Apelaciones de Saxe, el Doctor en Derecho Paul Daniel Schreber a quien nos
referimos mas adelante. Fue en esa labor donde pudo construir los elementos fundamentales
para el entendimiento de la arquitectura de las psicosis: su fundamento sexual
denominado poussée a la femme, y su mecanismo distintivo: Verwerfung.
Más allá de los avances relativos al tema, son varias las veces que a lo largo de la producción
freudiana se contraindica el método psicoanalítico en el tratamiento de las psicosis. Pero, en
laPresentación autobiográfica (1925) se abre una esperanza: “…el estudio analítico de las
psicosis parece excluido por falta de perspectivas terapéuticas […] al enfermo mental le falta en
general la capacidad para la transferencia positiva, lo cual vuelve inaplicable el principal
recurso de la técnica analítica. Empero, se ofrecen numerosas vías de acceso. A menudo la
transferencia no está ausente de manera tan completa que no se pueda avanzar cierto tramo con
ella, en las depresiones psíquicas, la alteración paranoica leve, la esquizofrenia parcial, se han
obtenido indudables éxitos con el análisis […] Es verdad que en el presente no todo saber se
transpone en poder terapéutico, pero aun la mera ganancia teórica no debe ser tenida en menos,
y cabe aguardar con confianza su aplicación práctica…” 2
¿Cómo responder a esta esperanza freudiana? De hecho, hubo y hay analistas que toman en
tratamiento a pacientes psicóticos. Sostienen el intento de una “clínica posible”. Es, y
posiblemente será, una tarea ardua para los psicoanalistas esforzarse, a través de la
formalización del trabajo con pacientes psicóticos, para lograr el esclarecimiento de los
mecanismos psíquicos que conducen a las psicosis y a su tratamiento posible.
Freud insistió en sus reservas con relación al análisis de psicóticos y Lacan, en su prudencia:
para los neuróticos hay una dirección de la cura y para los psicóticos “un tratamiento posible”.
En nuestro desarrollo, presentaremos un relato clínico y tomaremos cartas en el asunto.
Sostendremos la posibilidad de una dirección de la cura para las psicosis cuyo final no se
marcará por la lógica del atravesamiento del fantasma sino por la maniobra de transferencia
implicada en el “pasaje” de sujeto mártir del inconsciente a sujeto trabajador. Se trata del
trabajo de las psicosis.
No nos es posible hablar de psicosis sin realizar un homenaje al trabajo de Paul Daniel
Schreber3. La psicosis del Presidente Schreber se desencadenó al ser nombrado presidente de la
Corte de Apelaciones. Sobre su vida se ha mencionado el verdadero terrorismo pedagógico
ejercido por su padre que era médico. Este padre era autor de un tratado de educación donde se
desarrollaba una teoría respecto del enderezamiento postural a través de una gimnasia
terapéutica. La enfermedad de Schreber comienza en 1893 con algunos sueños donde aparecen
algunos síntomas experimentados nueve años después, y donde se impone la idea de que “sería
hermoso ser una mujer en el momento del coito”. El cuadro parecía una hipocondría grave. Los
malestares físicos fueron interpretados como persecuciones ejercidas por el doctor Flechsig, el
mismo que lo había tratado y curado anteriormente quien fuera acusado por el paciente de ser el
autor del “asesinato del alma”. Schreber permaneció internado hasta 1902 y el juicio que le
devuelve la libertad contiene el resumen de su sistema delirante en el siguiente pasaje: “Se
consideraba llamado a procurar la salvación del mundo y devolverle la felicidad perdida, pero
sólo podría hacerlo tras haberse transformado en mujer”. 4 Schreber estimaba que tenía un papel
redentor que cumplir, convirtiéndose en la mujer de Dios y procreando un mundo schreberiano,
al precio de su emasculación. Pues ese Dios, sustituto del doctor Flechsig, sólo estaba rodeado
de cadáveres.
Freud observa que el perseguidor designado, el doctor Flechsig, había sido antes objeto de
amor de Schreber y entonces sostiene la hipótesis de “un empuje a ser mujer” de la libido
homosexual como punto de partida de toda la enfermedad (poussée à la femme). Se apoya en la
teoría de que Flechsig fue para el paciente un sustituto de sus objetos de amor infantiles, a
saber, el padre y el hermano, ambos muertos ya en el momento de la explosión del delirio.
Refiere Freud: “El fondo mismo del deseo se convierte en el contenido de la persecución”.
Los avances freudianos sobre la teoría de la libido llevan a la conclusión de que los
esquizofrénicos tienen en esencia una libido vuelta sobre el propio cuerpo.
El psicótico sufre de un desorden simbólico y de una imposibilidad estructural de ubicarse en el
lazo social (queda en el lenguaje pero por fuera del discurso) lo cual se efectiviza en una
profunda alteración de sus vínculos con sus semejantes, pues lo llevan al encuentro con una
duplicación de sí mismo que desconoce y le resulta insoportable. Esto implica que su
ejercicio es peligroso para el psicótico, pues lo lleva al encuentro con una duplicación de sí
mismo que desconoce y le resulta insoportable.
Como lógica respuesta a esta patología, la sociedad y la psiquiatría aíslan al psicótico para
prevenir el peligro sobre sí mismos y terceros, realizando, en principio, un tratamiento
manicomial. Pero los beneficios tienen como contrapartida la producción de una mayor
alienación y cronificación.
Freud ha formulado que cada estadía del desarrollo de la psicosexualidad ofece una
posibilidad de fijación, y de este modo, un lugar de predisposición [5].
Personas que no se han soltado por completo del estadío del narcisismo […] están expuestas al peligro de que una marea
alta de libido que no encuentre otro decurso someta sus pulsiones sociales a la desexualidación […]. A semejante resultado
puede llevar todo cuanto provoque una corriente retrocedente de la libido (regresion); tanto, por un lado, un refuerzo
colateral por desengaño con la mujer, una retroestasis directa por fracasos en los vículos sociales con el hombre –casos
ambos de frustración-, como, por otro lado, un acrecentamiento general de la libido demasiado violento para que pueda
hallar tamitación […], y que por eso rompe el dique en el punto más endeble del edificio. Puesto que en nuestros análisis
hallamos que los paranoicos procuran defenderse de una sexualización así de sus investiduras pulsionales sociales, nos
vemos llevados a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el ramo entre autoerotismo, narcisismo y
nomosexualidad, y allí se situará su predisposición patológica […]. A la frase “yo lo amo (al varón) la contradice [6].
En los diferentes delirios que se constituyen, todo se remite a contradecir esta única
proposición, y las diferentes formas clínicas de los delirios agotan todas las maneras
posibles de formular esta contradicción. Esos modos son cuatro: contradicción al
verbo (persecución), al objeto (erotomanía) y al sujeto (celos), contradicción íntegra
(delirio de grandeza).
En el primer modo, característico del delirio de persecución opera una inversión del verbo: “yo no lo
amo, él me odia, lo odio porque me persigue”.
“Yo no amo en absoluto, y no amo a nadie […], sólo me amo a mí. Esta variedad de
contradicción nos da por resultado el delirio de grandeza, que podemos concebir
como unasobrestimación sexual de yo propio y, así, poner en paralelo con la
consabida sobrestimación del objeto de amor[10].
En la economía libidinal del psicótico, una percepción interna es sofocada y en su lugar aparece
una percepción venida del exterior.6 Surge, entonces, la necesidad de plantear un mecanismo
propio de las psicosis. En un primer momento, consistirá en un retiro de los investimientos
libidinales colocados en las personas u objetos antes amados. La producción mórbida delirante
sería en un segundo momento, una tentativa de reconstrucción de estos mismos investimientos,
una especie de tentativa de curación: “Lo abolido del adentro —verwerfung— vuelve del
afuera”.[11]Después de elaborar los conceptos de la segunda tópica, Freud deslinda el campo de
las psicosis entre un conflicto entre el yo y el mundo exterior, siendo la pérdida de la realidad la
consecuencia de estos conflictos, un dato inicial en las psicosis, en la que un sustituto de la
realidad ha venido en lugar de algo forcluido [12].
Sigmund Freud ha sido un incuestionable investigador sobre el tema y los avances teóricos en
materia de psicosis fueron seguidos por sus discípulos, entre otros Melanie Klein y Donald
Winnicott. En Francia se destaca Jacques Marie Emile Lacan, su estudio realizado respecto del
espacio de configuración psíquica distingue tres registros: real, simbólico e imaginario (R. S.
I.), relacionados según la topología del nudo borromiano. Por lo tanto, una falla en lo
simbólico, como es en el caso de las psicosis, no será sin consecuencias en los otros dos
registros: por un lado, lo forcluido de lo simbólico retorna o irrumpe en lo real alterando la
identidad del percipiens (por ej. la alucinación), con la consecuente pérdida de la realidad; y por
otro, a nivel del registro imaginario se produce un hundimiento, en donde la dialéctica
imaginaria queda reducida a una mortífera especularidad sin salida, denominada “regresión
tópica al estadío del espejo” (por ej. la agresividad erotomaníaca). El autor retomará la
perspectiva sobre el concepto de narcisismo y la cuestión de laVerwerfung (como forclusión)
para construir su teoría del fracaso de la metáfora paterna en la base de todo proceso psicótico.
El narcisismo no es sólo la libido investida sobre el propio cuerpo, sino también una relación
imaginaria central en las relaciones interhumanas: uno se ama en el otro. Es allí donde se
constituye toda identificación y donde se juega toda tensión agresiva.
La constitución del sujeto humano es inherente a la relación con su propia imagen,
conceptualización denominada “estadío del espejo”. Esta imagen es su yo —moi—, con tal que
un tercero la reconozca como tal. Así, por un lado, le permite diferenciar su propia imagen de la
de otro, y le evita, por otro lado, la lucha erótica o agresiva que provoca la colusión no
mediatizada de un otro con otro, donde la única elección posible es “él o yo”. En esta
ambigüedad esencial en la que puede estar el sujeto, la función del tercero es regular la
inestabilidad fundamental de todo equilibrio imaginario con el otro. Este tercero simbólico es el
Nombre-del-Padre y por ello la resolución del complejo de Edipo tiene una función normativa.
Para el psicoanalista francés la falla estructural de las psicosis tiene origen en un mecanismo
denominado “forclusión del Nombre-del-Padre”, que produce una falla en la inscripción
simbólica causada por la falta de inscripción de un significante ordenador de lo psíquico . Este
mecanismo genera la semiología que encontramos en las psicosis.
A través de una conveniente intervención del dispositivo analítico puede realizarse la operación
denominada “maniobra de transferencia”10 por la cual se posibilita “algo” en el orden de un
pasaje de “sujeto de goce”11 (sujeto subsumido por la pulsión de muerte desenfrenada) al de
“sujeto acotado por el significante” (en donde el significante opera como freno a la pulsión de
muerte).
Se trata de la instalación de una “suplencia” de la falla simbólica, y consecuentemente una
“sutura”, a partir de la cual se produciría un reordenamiento imaginario pacificante. La clínica
de las psicosis hasta la actualidad ha demostrado que quizás no es tarea fácil la construcción de
la mencionada “suplencia” pero nos ha mostrado la posibilidad de intervenciones para permitir
la maniobra de una transferencia del goce inefable al significante y la producción de
estabilizaciones posibles, lo cual no es un trabajo despreciable. Se tratará del trabajo de las
psicosis.
Para comprender este mecanismo, hay que referirse al juego del deseo que es inherente al
psiquismo humano, sujetado de entrada en un mundo simbólico por el hecho que el lenguaje lo
preexiste. El juego del deseo capturado en las redes del lenguaje consistirá en la aceptación por
parte del niño (Bejahung) de lo simbólico, de las redes del significante en su equivocidad, que
lo apartará para siempre de los significantes primordiales de la madre (represión originaria).
Esta operación en el momento del complejo edipiano hará lugar a la metáfora paterna:
sustitución de los significantes ligados al deseo de ser el falo materno por los significantes de la
ley y del orden simbólico (el Otro). Así quedará asegurada la perpetuación del deseo, que
recaerá sobre un objeto distinto de la madre. Si fracasa la metaforización paternal el sujeto
queda expuesto a un rechazo de lo simbólico, que resurgirá en lo real en el momento en que el
sujeto se vea confrontado con el deseo del Otro dentro de una relación simbólica. El Otro, de la
misma manera que el otro, el semejante, será arrojado al juego especular. Esta sería la tesis base
de Lacan en la enseñanza que va desde 1936 a 1976 respecto de las psicosis, pero cada diez
años existe una reformulación.
En 193612 articula su estudio de tesis —el caso Aimée— con la teoría sobre el estadío del
espejo.
En 194613 reordena su tesis y presenta la locura como límite de la libertad, como identificación
del ser con la libertad, en donde el Ideal ocupará el lugar de la infinitización de la libertad. La
posición entre el Ideal y su función y el Otro es el principio que reordena la tesis de Lacan como
el paso del esquema normal, llamado el esquema R, al esquema transformado en las psicosis, el
esquema I, en el cual el Ideal del Yo ha ocupado el lugar del Otro.
En 195614, estos conceptos se desarrollan unidos a la admisión de la tesis del “inconsciente
estructurado como un lenguaje”. El Ideal no es solamente definido desde el punto de vista de su
función en el estadío del espejo, sino precisamente deducido de la estructura del Otro y en
oposición a él. Esto permite explicar los fenómenos del desencadenamiento de las psicosis. De
este modo llega a la demostración que si intentando ocupar el lugar de una prótesis simbólica,
el analista se presentara en el lugar del padre, esto mismo desencadenaría las psicosis
(oposición Un-Padre).
En 195715 fue crucial presentar la organización de las psicosis no alrededor del concepto de
proyección, sino alrededor del concepto de “respuesta en lo real”: la búsqueda de los
fenómenos elementales y principalmente el elemento nuclear que se presenta en torno a la
producción de estos fenómenos elementales.
Si la pregunta esencial es: ¿Quién soy yo? Se observa que el sujeto no contesta esta pregunta
con proyecciones, sino que articula en el lugar mismo de esta pregunta una respuesta que
proviene de lo real (recordemos el caso “marrana” de la presentación de enfermos), o sea, es
una respuesta que se articula en el lugar de una pregunta imposible de formular. Freud encontró
como obstáculo en el tratamiento analítico de las psicosis la imposibilidad de mantener la
transferencia. Las concepciones de “respuesta en lo real” y “pregunta imposible de formular”
posibilitan pensar la transferencia, no desde la perspectiva de la identificación proyectiva sino
desde la perspectiva de una respuesta en donde lo determinante es la ubicación de un goce
desbordante.
Teniendo en cuenta la cuestión de la pregunta esencial del sujeto, Lacan plantea a las psicosis
como desabonadas del inconsciente. Eligió esta metáfora del abonado al teléfono porque si un
sujeto está abonado algo puede contestarle, pero si no se está abonado, los mensajes no circulan
y esto es lo que hace a la separación entre inconsciente y sujeto.
Siguiendo a Freud, Lacan formula que el Otro es el lugar de esa memoria que él descubrió bajo
el nombre de inconsciente, memoria a la que considera como el objeto de una interrogación que
permanece abierta en cuanto condiciona la indestructibilidad de ciertos deseos. A esa
interrogación se responde mediante la cadena significante, en tanto que inaugurada por la
simbolización primordial que el juego del fort-da, sacado a luz en el origen de la repetición,
hace manifiesta. Esta cadena se desarrolla según los enlaces lógicos cuyo enchufe en lo que ha
de significarse, a saber el ser del ente, se ejerce por los efectos del significante, descritos como
metáfora y metonimia.
Es en un accidente de este registro y de lo que en él se cumple, a saber la recusación, forclusión
del Nombre-del-Padre en el lugar del Otro, y en el fracaso de la metáfora paterna, donde se
designa el efecto que da a las psicosis su condición esencial. Para que las psicosis se
desencadenen, es necesario que el Nombre-del-Padre, verworfen, recusado (forclos), sin haber
llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto. Es la falla del
Nombre-del-Padre en ese lugar la que, por el agujero que abre en el significado, inicia la
cascada de los significantes de donde procede el desastre creciente de lo imaginario, hasta que
se alcance el nivel en que el significante y significado se estabilizan en la metáfora delirante,
cuando el psicótico puede.
¿Cómo puede el Nombre-del-Padre ser llamado por el sujeto al único lugar de donde ha podido
advenirle y donde nunca ha estado? Por ninguna otra cosa sino por un padre real, no
necesariamente por el padre del sujeto, por Un-padre. Aun así es preciso que ese Un-padre
venga a ese lugar adonde el sujeto no ha podido llamarlo antes. Basta para ello que ese Un-
padre se sitúe en posición tercera en alguna relación que tenga por base la pareja imaginaria a-
a’, es decir yo-objeto o ideal-realidad, interesando al sujeto en un campo de agresión erotizado
que induce. Se encuentra en el comienzo de las psicosis esta coyuntura dramática. Ya se
presenta, por ejemplo, para la mujer que acaba de dar a luz en la figura de su esposo, para la
penitente que confiesa su falta en la persona de su confesor, para la muchacha enamorada en el
encuentro del padre del novio.
Jacques Lacan ha demostrado que el concepto de inconsciente es aplicable a la clínica de las
psicosis, en tanto que “el inconsciente está ahí, a cielo abierto, pero no funciona” [13].
En 1953 en el seminario sobre Las psicosis traza las nociones que hacen posible el trabajo
psicoanalítico con psicóticos. Luego en 1957, en “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis” formalizará los conceptos principales, destacando:
“Enseñamos siguiendo a Freud que el Otro es el lugar de esa memoria que él descubrió bajo el
nombre de inconsciente, memoria a la que considera como el objeto de una interrogación que permanece
abierta en cuanto que condiciona la indestructibilidad de ciertos deseos. A esa interrogación responderemos
por la concepción de la cadena significante, en cuanto que una vez inaugurada por la simbolización primordial
(que el juego Fort! Da! sacado a la luz por Freud en el origen el automatismo de repetición, hace manifiesta),
esta cadena se desarrolla según los enlaces lógicos cuyo enchufe en lo que ha de significarse, a saber el ser del
ente, se ejerce por los efectos del significante, descritos por nosotros como metáfora y metonimia. Es en un
accidente de este registro y de lo que en él se cumple, a saber la recusación (forclusión) del Nombre-del-Padre
en el lugar del Otro, y en el fracaso de la metáfora paterna, donde designamos el efecto que da a la psicosis su
condición esencial, con la estructura que la separa de la neurosis”[14][A3]
La clínica de la psicosis se sostiene de tres conceptos principales:
1[A4] . Sujeto de goce. En las psicosis es necesario reconocer un sujeto en relación con
el Otro en tanto sujeto de lenguaje, en donde el Otro goza de él.
2. La forclusión, (Verwerfung) es el mecanismo fundamental en la constitución subjetiva
del psicótico y es lo que hace que algo quede afuera de la simbolización general que
estructura al sujeto. Por la operación de este mecanismo el sujeto rehusa el acceso de un
significante a su mundo simbólico. Lo que queda afuera, forcluido, vuelve en el seno de lo
real, bajo la forma de alucinación; se trata de una significación desconocida que se impone
al sujeto en lo real, en una absoluta exterioridad. Aquello que queda fuera es la inscripción
de la metáfora paternal (forclusión del significante Nombre-del-Padre) en tanto recusación
de un significante primordial.
3.- La regresión tópica al estadío del espejo, en donde la relación con el otro especular se
reduce a su filo mortal; y la resolución de la identificación sexual a través del empuje-a-la-
mujer.
Cuando leamos en la pluma de Schreber que él mismo se ofrece como soporte para que Dios o el Otro goce de
su ser pasivizado, mientras se abandona al pensar-nada para que Dios, ese Otro hecho de un discurso infinito,
se escabulla, y que de este texto desgarrado en que él mismo se convierte en alarido que califica de milagroso,
como para dar fe de que el desamparo que traicionaría ya no tiene nada que ver con ningún sujeto”. La
temática entre el sujeto del goce y el sujeto que representa el significante para un significante siempre otro, es
lo que nos permitirá una definición más precisa de la paranoia como identificando el goce en ese lugar del
Otro como tal. […] Porque el así llamado clínico debe acomodarse a una concepción del sujeto, de la cual se
desprenda que como sujeto no es ajena al vínculo que para Schreber, con el nombre de Flechsig, lo coloca en
posición de objeto de cierta erotomanía mortificante… (se trata) de una posición a la cual sólo introduce la
lógica de la cura.[16]
1. Situación del falo en tanto objeto imaginario (con el que el niño se identifica para satisfacer
el deseo de la madre)
2. Cristalización del yo bajo la forma de imagen del cuerpo.
A partir de esta referencia imaginaria el niño se orienta en una serie de identificaciones que
utilizan a lo imaginario como significante. Búsqueda titubeante al comienzo, luego búsqueda en
la dirección de lo simbólico, donde el yo se hace elemento significante y no solamente
elemento imaginario, y que conduce, en el nivel paterno, a esa identificación que se llama Ideal
del Yo, y en esto intervendrá el significante del Nombre-del-Padre. Todo esto implica un
proceso que se reconsidera en los tres tiempos lógicos edipianos.
En el primer tiempo la metáfora paterna actúa “de por sí” por cuanto la primacía del falo es
instaurada en la cultura. La existencia de un padre simbólico no depende del hecho de que en
una cultura se haya reconocido la relación entre coito y alumbramiento, sino de que haya o no
algo que responda a esa función definida como Nombre-del-Padre. Los títulos “padre” y
“madre” son escrituras de la cultura, son significantes.
Considerando los términos freudianos respecto de la formulación de la premisa universal del
falo60, decir que “la metáfora paterna actúa de por sí” es decir que la existencia del “deseo de la
madre” depende necesariamente de la fórmula en ella de la ecuación fálica. Sabemos que su
construcción implica las vicisitudes del complejo edipiano “en la niña” —al decir de Freud—,
en el cual entra por el complejo de castración (castración de la madre) significando la falta de
falo en la madre61 y en ella. La consecuencia de la operación de la castración será el
establecimiento, por el rodeo al padre, de la ecuación fálica y surgirá el deseo del hijo como
equivalencia simbólica del falo.
En la necesaria constitución de la primer realidad subjetiva, el niño intenta identificarse con lo
que es el objeto del deseo de la madre, y en él se perfila un objeto predominante del orden
simbólico: el falo. Para agradar a la madre es preciso y suficiente con ser el falo 62. No
olvidemos los precondicionantes de este tiempo lógico enunciados por Freud como el
“complejo del semejante” y por Lacan como “prematuración”. Por eso el niño está en una
relación de espejismo: lee la satisfacción de sus deseos en los movimientos esbozados de la
madre y así se encuentra comprometido en una relación de engaños con su madre. Para el niño,
el falo es el centro del deseo de la madre y él se coloca en diferentes posiciones por las que
puede engañar ese deseo. Puede identificarse con la madre, con el falo, con la madre como
portadora del falo o pretenderse él mismo portador del falo 63. Le atestigua a ella que puede
colmarla, no solo como niño, sino por lo que le falta. El será, como totalidad, la metonimia de
ese falo.
En este primer tiempo el niño está en relación con el deseo de la madre, es deseo de deseo. Es en
la madre donde se planteará la cuestión del falo y donde el niño debe descubrirla. Este tiempo es
necesario que se articule como medio de satisfacción llegar al lugar del objeto del deseo de la
madre. Para conseguirlo basta con que el yo de la madre se convierta en el otro del niño; el niño
recibe, en el nivel metonímico, el mensaje en bruto del deseo maternal.
La metáfora paterna actúa “de por sí” en tanto que es en la madre como función donde el sujeto
se encuentra con el significante, no con el código de la madre, sino con el lugar del Otro que la
madre encarna. Esto demuestra que el lenguaje siempre viene del Otro. El sujeto se encuentra,
más que con la madre, con el significante en la madre. En tanto ella encarna al Otro el sujeto
puede tener la ilusión de una relación intersubjetiva, cuando con lo que se encuentra es con la
alteridad del significante. La metáfora paterna actúa de por sí en tanto la primacía del falo es
instaurada en el orden de la cultura.
En el segundo tiempo, el padre interviene privando al niño del objeto de su deseo y a la madre
de su objeto fálico. Actúa el “no” del padre: “no te acostarás con tu madre, no reintegrarás tu
producto”. Es el padre interdictor omnipotente. El padre que prohibe a la madre su objeto. “Hay
una sustitución de la demanda del sujeto: al dirigirse hacia el otro, he aquí que encuentra al
Otro del otro, su ley. El deseo de cada uno está sometido a la ley del deseo del Otro” 64. El padre
interviene efectivamente como privador de la madre, en un doble sentido: en tanto priva al niño
del objeto de su deseo y en tanto priva a la madre del objeto fálico. Diremos que dice “no” al
goce de la madre. Este padre interdictor aparece desde el discurso de la madre, interviene a
título de mensaje para la madre y por lo tanto para el niño, a título de mensaje sobre un
mensaje: una prohibición, un “no”. El padre se manifiesta en tanto Otro y el niño es
profundamente sacudido en su posición de sujeción: el objeto del deseo de la madre es
cuestionado por la interdicción paterna. En este tiempo el padre real releva al padre simbólico,
el padre simbólico debe encarnarse, aunque imperfectamente, en el padre real. Por ello ocupa
una función decisiva en la castración, siempre marcada por su intervención o desequilibrada
por su ausencia. Este tiempo constituye la crisis esencial por medio de la cual el sujeto
encuentra su lugar en el Edipo: para que el sujeto alcance la madurez genital tiene que haber
sido castrado65.
En el tercer tiempo, el padre interviene como aquel que tiene el falo y no como aquél que lo es.
Reinstaura el falo como objeto deseado de la madre y ya no como objeto del que puede privarla
como padre omnipotente. El padre es, entonces, más preferido que la madre y esta
identificación culmina en el Ideal del Yo. El padre aparece como permisivo y donador 66. De
esta lógica depende la declinación edipiana. La metáfora paterna culmina en este tiempo en la
institución de algo que es del orden del significante (un significante viene en lugar de otro
significante).
El sujeto abandona el complejo de Edipo provisto de un Ideal del Yo. Se trata de una
identificación distinta a la del Yo ideal, a la de la imagen constitutiva del estadío del espejo. Se
trata de la asunción de la masculinidad o de la femineidad, mientras que la identificación
correspondiente al estadío del espejo, no se realiza con relación a la diferencia de los sexos. Se
trata, en el esquema R, del Padre en tanto interviene en el complejo de Edipo: el padre
simbólico, el padre en cuanto significante 67.
El padre simbólico es una metáfora y como tal se sustituye a otro significante es decir a un
significante primordial, esto es el significante maternal, el deseo de la madre 68.
Lacan formalizará la función del padre desde el punto de vista del sujeto del significante y
desde el punto de vista del goce. Ordenándola en una serie de elementos articulados: el
significante del Nombre-del-Padre que nombra la ley del deseo en cuanto que sexual; la
metáfora paterna que permite al sujeto interpretar este deseo; y la significación fálica que
somete en el campo del lenguaje este deseo a la castración. Es así como se encuentra definida la
función del padre en el ser hablante.
La significación del falo debe evocarse en lo imaginario del sujeto por la metáfora paterna y
esto tiene un sentido preciso en la economía del significante 69 como lo demuestra la fórmula:
GRAFICO 5
LA INSCRIPCIÓN DEL S1[A7]
La intención de estas consideraciones es realizar una puntuación al respecto de la
inscripción del S1, en tanto que permite una economía regulada del goce, en particular, permite
un salto que va del goce encarnado, tomado por el ello pusional, al goce contabilizable,
aplicable a la red de los significantes. Esta temática es sumamente amplia en la teoría
psicoanalítica de Jacques Lacan, solo destacaremos algunos puntos que presentan un particular
interés para nuestra investigación respecto de poder pensar la función del neologismo en la
psicosis como barrera al goce o como modo de pasaje del goce encarnado a la
significantización.
Para aproximarnos a la concepción de regulación de goce, es necesario tener presente el
concepto de plus-valía de de Carlos Marx [17] . Para el autor, que distingue entre valores de uso
y de cambio, el concetpo de plus-valía surge como consecuencia de la circulación de las
mercancías. Estas son, fundamentalmente, objetos que satisfacen alguna necesidad humana,
siendo la utilidad de una cosa la que le confiere un valor de cambio. Este valor está
determinado por las propiedades intrínsecas de la mercadería y aparece como la relación
cuantitativa entre los valores de uso de bienes intercambiables. El valor de cambio aparenta ser,
entonces, algo accidental y totalmente relativo, parece residir únicamente en la relación de las
mercaderías con nuestras necesidades, pero tienen una propiedad específica: la de ser frutos del
trabajo, por lo cual el valor de una mercancía es equivalente al tiempo necesario para
su fabricación . En la medida en que este trabajo es socialmente necesario, crea un nuevo
valor, que es mayor a la sumatoria de insumos entre el material de las mercaderías y los salarios
de los trabajadores: ahí se encuentra el origen histórico de la plusvalía.
Desde el psicoanálisis podemos realizar un comentario: la plus-valía es la causa del
deseo de la cual una economía hace su principio: el de la producción, extensiva y por
consiguiente insaciable, de la falta-de-gozar para que la máquina trabaje [18]. Trabajo de más,
plus de trabajo, lo que implica una máquina de producción: “máquina de producción de a.
Partiremos de un concepto fundamental del psicoanálisis: Toda estructura se funda
sobre la interdicción del goce (la interdicción ejercida por la función del padre) que implica una
marca, un trazo, que soportará la cadena signifcante, por ser siempre el mismo y estar vaciado
de sentido. Lacan dirá: “es el uno, es el palote” [19]. Un punto de partida de un pentagrama que
se construye por escuciones de valor. Estructura implicada en una economía en tanto estas
ecuaciones retinen en sus proporciones la diferencia de los valores conjugados: valores de uso y
valores de cambio.
La constitución del sujeto conlleva una doble renuncia: la renuncia al ser con en
consecuente trabajo de advenimiento de un sujeto falta en ser, y, la renuncia al goce, quedando,
por lo menos en una primera aproximación, el goce fuera de la estructura, fuera de discurso.
El sujeto que nos interesa es aquél que es en tanto efecto de lenguaje, en el senido de
efecto de vacío, allí está el sentido de pensarlo como hecho de lenguaje, no solamente por ser
parlante sino porque en el acto donde se calla introduce un modo de ser que es su energía
propia: la pulsión, referida por Lacan como: $ (losange)D.
En esta constitución, es la inscripción del S1 la operación fundamental, “la función
radical del Nombre-del-Padre es dar un nombre a las cosas […] hasta el goce” [20]. Sus
consecuencias son: la emergencia del sujeto en tanto que dividido (sujeto tachado), y, la
producción de un objeto en tanto que perdido (objeto a).
La inscripción del S1 es consecuencia de una función significante que introduce en la
dimensión de la pérdida, del no-todo, de la inexistencia del todo-goce, de la inexistencia de La-
mujer.
El S1 nombra al goce en tanto que perdido, es ese significante que se inscribe en un
lugar que no es neutro, que está habitado, no por cualquier cosa, sino en primer lugar por un
saber: ese primer saber ante el cual se hace irrupción, “muesca”. Esto implica la intervención de
un significante (S1) sobre la trama de un saber (S2). El S1 viene a representar algo por su
intervención en el campo definido por el lenguaje, como ya estructurado por un saber. Es con el
goce en tanto interdicto que el sujeto se produce como corte, requiriendo ser representado por
un significante para otro significante. De esta operación resulta algo definido como una
pérdida: aquello que se designa como objeto a.
La función del objeto en tanto perdido la extraemos del discurso de Freud sobre el
sentido específico de la repetición en el ser hablante. Es una cuestión que tiene que ver con las
viscisitudes de la búsqueda del ser en una dimensión de juego entre pérdida y desencuentro. La
pérdida del objeto es la hiancia abierta, el agujero abierto a algo que se puede describir como la
representación de la falta-de-gozar.
Será por la interdicción del goce operada por el Nombre-del-Padre, para seguir la pista
freudiana, que se funda una estructura. Lo que está en juego es la renuncia al goce de la madre,
a ese goce cerrado y mortífero. Lo que llamamos interdicción del goce es el “no” del padre: “no
te acostarás con tu madre, no reintegrarás tu producto”. Este es un punto clave en la teoría
freudiana en tanto que da cuenta del tratamiento que por la ley se hace de ese objeto primario
que es la madre. La ley de prohibición del incesto que producirá ese objeto del incesto sea
como un bien prohibido y que se encuentre para siempre interdicto. El inconsciente
estructurado como un lenguaje, cifrado por ecuaciones de valor que encierran el secreto de una
verdad sobre la función totémica, habla de eso. La ley del Otro, instancia simbólica que regula
los intercambios, impone la pérdida de goce. El Otro social inscribe un sistema de legislación,
y en esa inscripción del “no” paternal está la entrada a los límites. El sujeto es producto del
Otro, como un sistema de legalidad
La inscripción del S1 implica un salto que va del caos al cosmos, de la naturaleza a la
cultura, del instinto a la pulsión, de la cosa a la mercancía, del caos a la contabilidad, cont-a-
bilidad, en tanto esta última se sostiene en una estructura de discurso.
Es por la interdicción del goce que se funda una estructura, una estructura que en tanto
interdicta y discursiva, “traza la huella”, abre un espacio de un cálculo por venir [21]: el
advenimiento del ser. Si el goce está interdicto se oganiza en una economía que intenta dar
cuenta de lo inconmensurable de las ecuaciones de valor de lo perdido de ellas y de las
posibilidades de recupero. El inconsciente trabaja para eso, y su trabajo es económico. Si el
goce no está interdicto el sujeto se coagula en la satisfacción del goce, y queda tomado por el
ello bajo el imperio pulsional.
La necesidad del plu-de-gozar para que la máquina del insconciente trabaje no acusa el
goce como esguince, como agujero a colmar. Pero, si la interdicción paterna ha operado, la
producción se tratará siempre de una pérdida, siempre fracasará. No obstante, la pulsión
siempre intentará su satisfacción, por el rodeo del objeto, y aunque no logre su satisfacción
plena, siempre hace trabajar a la maquinaria inconsciente, intentando contabilizar, o sea, poner
en su cuenta, anotar un valor de plus-valía. Mientras, “costas de vida y costas de muerte” son su
función secundaria; las “costas de goce” de la pulsión de muerte es su función primaria. [22]
Es a partir del clivaje, de esa separación del goce y del cuerpo, que se presenta un
juego de inscripción, que se marca por el uno del rasgo unario. Cabría preguntar si hay
posibilidad de alguna recuperación de ese todo-goce perdido. ¿Cómo entra en goce en la
estructura? La respuesta la podemos hallar si pensamos al objeto a como contabilizable y
capitalizable.
La operación de inscripción del S1 implica una operación de sustitución de goce por
trabajo. Renuncia al goce de la madre (renuncia a La-mujer). El S1 es un nombre para el goce,
es homólogo del objeto a.[23]
El sujeto deberá inventar su modo de goce y tiene una marca inicial: el S1 nombra al
ser del sujeto en tanto goce perdido, lo que también podemos escribir como a, en tanto que falta
y causa, en tanto que plus de goce. La inscripción del S1 permite que el goce encuentre una
cifra, ciframiento del goce, intento de capitalizar la plus-valía. Es decir, producirla y anotarla a
nombre del capital. Trabajo de la máquina, producción de un plus de gozar en juego. Un
trabajador: el inconsciente.
El neologismo en el trabajo de la psicosis funciona como un S1 de remiendo,
posibilitando que algo de ese goce inefable que atrapa al sujeto cuando es interpelado por un
significante Un-padre frente al cual no tiene respuesta, pase a significantizarse, y posibilite de
este modo que algo de los fondos de goce se contabilice en la red significante. Posibilita que el
goce se transfiera al inconsciente y trabaje allí.
El padre como síntoma
Hacia el final de su enseñanza, Lacan generaliza la forclusión como el significante que falta por
estructura para cifrar la relación sexual, la proporción entre el goce de los sexos. A la vez
redefine lo simbólico y conceptualiza de un modo nuevo la función del Nombre-del-Padre. La
nueva definición de lo simbólico, que está en la base del nuevo concepto de síntoma como
modo de gozar del inconsciente, conlleva ubicar al Nombre-del-Padre 71 como un síntoma, una
función de excepción que hace agujero72, una existencia, un agujero que anuda73. Ese agujero
es el modo en que el significante muerde lo real, “agujerea”. El padre como excepción ocupa el
lugar de “Soy lo que soy”, “un innombrable.” 74. Es necesario lo simbólico para que el Nombre-
del-Padre ex-sista, como un agujero que anuda en referencia al nudo borromeo. El Nombre-del-
Padre es el nudo.
El Nombre-del-Padre tiene valor de nombre y tiene la propiedad de hacer aparecer a otro
significante como faltante y así pone de manifiesto la función del -1 que compone la cadena
significante. Podríamos decir que es el vacío de la cadena lo que hace que la cadena, como toda
cadena, implique una dimensión discreta, esto es que su articulación opere en función de una
falta. No se trata de la falta de un significante de una lengua, para decirlo de algún modo, no es
un significante pronunciable el que falta, sino que es un -1 con relación al conjunto de los
significantes. El matema
S( A tachada) indica que en el Otro, lugar del significante, falta un significante y es por ello
que un sujeto puede ser representado por un significante; es porque falta un significante que los
otros pueden representar. Simultáneamente falta un significante y la batería significante está
completa. No se trata de la falta de un significante de una lengua, sino de la operación de un
significante impronunciable, pero que se puede calcular, operación que se advierte
fundamentalmente cuando se pronuncia un nombre propio.
En el nombre propio el enunciado se iguala a la significación; se trata de un fenómeno de
código que remite a código. El nombre propio no remite a otro significante, sino a sí mismo. Si
el enunciado se iguala a la significación estamos en la misma situación que las matemáticas
enfrentan respecto a la raíz cuadrada de un número negativo, que se resuelve apelando a los
números imaginarios. Esto es lo que se produce cada vez que un nombre es pronunciado, es la
operación del -1, como tal impronunciable. El -1 opera cada vez que algo es enunciado, lo que
demuestra que la significación completa y acabada es un imposible que se resuelve por un
imaginario. Lo imaginario sutura la falta que hay en el Otro. Pero, si en lo imaginario el sujeto
cree tener una existencia, sabemos que más allá se le plantea la pregunta: que soy como sujeto?
No hay Otro del Otro que garantice la existencia. La respuesta no se puede pedir al “je”, mera
instancia lingüística. Tampoco al Otro ya que habría que probar que existe para que pueda
probar la existencia. Estamos frente a la evidencia de aquello que escapa siempre a la
significación: el objeto a. Lo que escapa siempre a la significación es el objeto causa. El sujeto
sólo podría hacer existir al Otro si pudiera aportarle ese objeto para que goce, como se produce
en las psicosis.
El valor del nombre es dado por la marca que queda del borramiento del goce y no por una
significación. El nombre es una traza impresa, no se traduce, y sólo permite localizar el
referente. El nombre no hace cadena. Es letra que cava un agujero en lo real al tiempo que
opera una anulación del sentido. El nombre, tanto el nombre propio como el nombre común,
designa. El nombre anula el sentido. Sólo importa el referente. El nombre es traza que bordea
un agujero, causa de una exclusión de goce. No es el sentido sino la designación lo que allí
cuenta. El nombre es signo, no palabra. La nominación es, por ésta vía, nominación de lo
simbólico. Tanto el nombre como el síntoma están hechos de un S1 que no hace cadena,
homología de la función del síntoma con el nombre. La característica esencial del nombre es
no estar articulado a una significación. El nombre es letra que fija el goce, el nombre opera un
borramiento del goce. Eso hace nudo 75.
La única garantía para que la función del Nombre-del-Padre se cumpla, es la pere-
versión(versión hacia el padre vía el amor).76 Se distingue, así, entre la función del Nombre-
del-Padre que debe quedar vacía y la pere-versión, que es la única garantía de que esa función
se cumpla.
La función del padre, vía la pere-versión, origina la inscripción de un primer significante S1
con función de representación: significante que representa al sujeto para otro significante. A la
vez, extrae el objeto que tomará el lugar de plus de goce. Momento inaugural del discurso
inconsciente. Momento inaugural de la constitución del sujeto en tanto que neurótico. “El padre
es un síntoma”.
La pere-versión causa una elucubración de saber en tanto que el padre es una creencia, causa
un S2, pero para que subsista el Nombre-del-Padre como función de excepción nadie debe
ocupar su lugar. 77
Un padre hace de una mujer objeto a minúscula que causa su deseo. Ella se ocupa de otros
objetosa que son sus hijos, junto a los cuales el padre interviene excepcionalmente en el buen
caso, para mantener en la represión. 78
El padre es, entonces, incierto. El neurótico cree allí. En las psicosis otros modos de fijar el
goce ocupan ese lugar, por ej. las voces, la metáfora delirante, el neologismo.
La función del padre es un lugar que debe quedar vacío ya que, si un padre quiere encarnar la
función haciéndose el padre que legisla sobre todo, hará existir la función en lo real. Las
consecuencias son las psicosis. No habrá dialéctica en tanto no hay separación del objeto a. El
padre que quiere que se le crea para hacer existir en lo real la función ocasiona que la misma
sea forcluida en lo simbólico, retornando en lo real un goce ante el cual el sujeto está sin
palabras. Ante ese exceso de goce que es la experiencia enigmática del psicótico sólo le queda
la vía de la invención[24].
En la conferencia de apertura de la Sección Clínica de 1977, Lacan presenta las categorías y los
matemas ya existentes en función de la clínica de la neurosis, a saber, $[A8] , a, S1, S2, en tanto
que aplicables a la clínica de las psicosis[A9] .
Para un estudio de los conceptos fundamentales en la teoría psicoanalítica de las
psicosis, partiremos de considerar la relación del sujeto y el Otro.
La condición del sujeto (neurosis o psicosis) depende de lo que tiene lugar en el Otro22[A10] , y lo
que tiene lugar allí es articulado como un dicurso [25]. Esta frase de Lacan tiene la virtud de
resaltar la presencia de la condición de sujeto en las psicosis, y también de acentuar que esa
condición resulta de lo que sucede en el Otro, en el sentido de que en este Otro no hay lugar
para que se inscriba el Nombre-del-Padre.
Es innegable que la concepción del Otro en el campo del psicoanálisis es estrictamente
lacaniana, sin embargo encontramos sus huellas en la obra de Freud en tanto el inconsciente
como el lugar de una otra escena. Asimismo no podemos dejar de tener en cuenta la referencia
en el análisis freudiano de las Memorias de un neurópata, a la “vivencia del fin de mundo” que
se corresponde con el sepultamiento del mundo subjetivo de Schreber, con un disturbio o falla
en el funcionamiento del Otro, que se traduce en un trastorno del funcionamiento del sujeto.
También la formulación freudiana de la formación delirante como intento de reconstrucción es
equivalente a un esfuerzo del sujeto por restablecer el vínculo con el mundo en términos de
recuperación del trayecto interrumpido entre el sujeto y el Otro. 23
El inconsciente es definido como discurso del Otro, 24 recordando que Freud nombró el lugar del
inconsciente con un término que le había impresionado en Fechner: “otro escenario”. Este
punto de partida lleva a Lacan a formular la relación del sujeto con ese Otro. Escribe entonces
el esquema L o Lambda, el esquema R y el esquema I.
Discurso del Otro, que plantea al sujeto la cuestión de su existencia, del sexo y de la muerte.
Esa cuestión se articula en el Otro, en el inconsciente definido como discurso del Otro, en la
trama simbólica que, desde más allá, determina la posición subjetiva como hijo. En la
autonomía de lo simbólico se sitúa la determinación causal del sujeto, es allí que sitúa el más
allá, en el determinismo de la cadena de los significantes. El sujeto se constituye con relación al
Otro como tesoro de los significantes que inscriben la historia oculta del sujeto, la otra escena.
Esto es lo que muestran los esquemas L y R 26.
El esquema L muestra fundamentalmente dos ejes, el imaginario a-a’ y el simbólico S-A. Este
esquema muestra el lugar de la palabra entre el sujeto y el Otro. (Seminario 3, pág. 26)
GRAFICO 1
S : su existencia.
a’ : sus objetos.
a : su yo, lo que se refleja de su forma en sus objetos, Yo ideal.
A : el lugar desde donde puede plantear la cuestión de su existencia.
El eje imaginario muestra la relación imaginaria entre el yo del sujeto y su semejante, relación
de especularidad, de agresividad narcisista. Esa relación dual, es recubierta por lo simbólico
como terceridad. El sujeto se constituye en cuanto que articulado en cuatro puntos que Lacan
representa en el esquema L o Lambda.[26]
La praxis psicoanalítica nos muestra que es en A donde tiene lugar el cuestionamiento de la
existencia que aparece bajo la forma de pregunta articulada: “qué soy ahí?, referente a su sexo y
su contingencia en el ser, saber que es hombre o mujer por una parte, por otra que podría no
ser, ambas conjugando su misterio, y anudándolo en los símbolos de la procreación y de la
muerte”27.
La existencia baña al sujeto, lo sostiene, lo invade, incluso lo desgarra por todas partes. Esto
genera tensiones, suspensos, fantasmas. Es a título de elementos del discurso como esta
cuestión se articula en el Otro. Es porque esos fenómenos se ordenan en las figuras del discurso
por lo que tienen fijeza los síntomas, por lo que son legibles y se resuelven cuando son
descifrados.
Esta cuestión de los fenómenos que se ordenan como discurso es, en el Otro, un
cuestionamiento, o sea: antes de todo análisis está articulado allí en elementos discretos. Son
estos los que el análisis puede aislar en cuanto significantes y los vemos captados en su función
en estado puro en el punto más inverosímil y más verosímil:
“- el mas verosimil, puesto que sucede que su cadena subsiste en una altridad respeto del sujeto, tan radical
como la de los jeroglificos todavía indiscrifrables en la soledad del desierto; - la más verosímil, porque sólo
allí puede aarecer sin ambigüedad su función de inducir en el segnificado la significación imponiéndole su
estructura”28[A11] .
Por ello, el significante ensancha las hiancias que le ofrece el mundo real hasta el punto de
poder subsistir en la ambigüedad, en cuanto a captar que si el significante no sigue en ellas la
ley del significado.
No sucede igual en el nivel del cuestionamiento de su existencia en cuanto a sujeto, pues éste se
extiende a su relación intramundana con los objetos y a la existencia del mundo en cuanto que
puede ser cuestionada más allá de su orden.
El psicoanálisis, en su trabajo de abordar las estructuras clínicas en la praxis, encuentra que ese
Otro, lugar de la palabra, es el lugar al que se dirigen las preguntas esenciales. Ese lugar del
Otro es determinante para el sujeto de la clínica psicoanalítica.
En las psicosis lo imaginario no tiene recubrimiento simbólico y el sujeto se habla con su yo.
Los vértices “Sujeto” y “Otro” desaparecen y todo se juega en el eje imaginario (regresión
tópica al estadío del espejo).
En el esquema R, que es un plano proyectivo, un esquema hecho para comprender al sujeto
neurótico, Lacan sitúa dos triángulos. El triángulo de lo imaginario i-fi[A12] -m y el triángulo de
lo simbólico: IMP.
GRAFICO 2
TERNARIO SIMBÓLICO:
I = Ideal del Yo
M = significante del objeto primordial
P = la posición en A del Nombre-del-Padre
TERNARIO IMAGINARIO:
m = yo
i = imagen especular
fi = falo ()
CAMPO DE LA REALIDAD:
MImi. En el segmento de iM se sitúan las figuras del otro imaginario en las relaciones de
agresión erótica; en el segmento de mI, las figuras en las que el yo se identifica, desde su Urbild
especular hasta la identificación paternal del Ideal del Yo. Los segmentos mi y MI junto con los
anteriores recortan el campo de la realidad como una banda de Moebius. [27]
El campo de la realidad solo funciona obturándose con la pantalla del fantasma, que es
su lugarteniente, y del que este corte otorga toda su estructura. Solo el corte revela la estructura
de la superficie entera, en donde se destacan dos elementos heterogéneos: $ y a, elementos que
componen el fantasma: $ (losange[A13] ) a. El $ del deseo (sujeto originalmente reprimido) y el
fantasma soportan el campo de la realidad. La extracción del objeto a posibilita la composición
de un marco posible a ese campo.
El doble ternario representa el condicionamiento del perceptum, o dicho de otra manera,
del objeto, por cuanto estas líneas circunscriben el campo de la realidad, muy lejos de depender
de él.
En el vértice de lo imaginario, Lacan escribe el falo[A14] ( ) en el lugar del sujeto,
mientras que en el vértice de lo simbólico escribe la P del padre en el lugar del Otro. Se verifica
así, en el esquema R, el paralelismo del significante del Nombre-del-Padre en el Otro y el falo
en el sujeto. El tercer término del ternario imaginario, aquel en el que el sujeto se identifica, es
la imagen fálica.
Los vértices del triángulo simbólico muestran el modo por el cual el etiquetado
homólogo de la significación del sujeto bajo el significante falo puede repercutir en el sostén
del campo de la realidad, delimitándolo.
Ambos ternarios son constituyentes del sujeto neurótico, permiten mostra los estadíos
preginitales, en cuanto se ordenan en la retroacción del Edipo [28][29]. Freud develó la funnción
imaginaria del falo como pivote del proceso simbólico que en los dos sexos lleva al complejo
de castración que es, en la economía subjetiva una significación evocada por la metáfora
paterna como función del significante que condiciona la significación de la procreación y la
muerte.
En el sujeto psicótico el campo de la realidad sufre una perturbación que Lacan la grafica con el
esquema I:
GRAFICO 3
En este grafo Lacan utliza las mismas letras que en el Esquema L y R, dejando en evidencia la
distorsión de las funciones. Convenciones de notación:
i: imagen especular
a: figuras del otro imaginario
M: Madre
I: Registro Imaginario
Falo subcero (poner letra griega ver dibujo[A15] ): imposibilidad de inscripción del Falo
simbólico
R: campo de la realidad
P: Nombre-del-Padre
P(subcero[A16] ): forclusión del Nombre-del-Padre
S: Registro Simbólico
m: yo delirante
a’: moi, figuras identificatorias
I: Ideal del Yo
S, a, a’ y A: ubicadas en el interior, son los cuatro lugares del Esquema L: sujeto, otro, moi (yo)
y Otro
Se puede observar que Lacan intenta mostrarnos a través de este esquema que el Ideal del Yo
(I), “donde se mantiene lo creado” asume el lugar del Nombre-del-Padre (P), que ha quedado
vacante de la ley. El Otro toma la dimensión de Superyó en donde designa el goce del Otro en
tanto Superyó en la posición de incumplimiento del Nombre-del-Padre, es decir, no afectado
por laley que dice “no” al goce de la madre. Así, el sujeto queda “dejado a la mano del
Creador” pues la recusación del Padre ha permitido construirse a la sombra de la primordial
simbolización (M) de la Madre. De este modo el imperativo de la voz le ordena: ¡goza!.
De I a M tienen lugar las “criaturas de la palabra” que rodean al agujero excavado en el campo
del significante por la forclusión del Nombre-del-Padre (P subcero[A17] ) y que causa que el
soporte de la cadena significante falte al sujeto (ser de pánico 30). Allí se desarrolla toda la lucha
en el que el sujeto intenta reconstruirse.
El defecto de la metáfora paterna trae como consecuencia una hiancia abierta en lo imaginario
que puede llevar al sujeto a encontrar su resolución en la emasculación: objeto de horror al
principio, pero luego aceptado como un compromiso razonable y decisión irremisible como
motivo de una redención que “interesaría al universo”. A falta de Nombre-del-Padre que
sostenga el lugar del falo imaginario, la castración debería ocupar un lugar real
(Falo subcero[A18] ).
Otra alternativa, jugada como consecuencia de “deber ser el falo” de la madre, es la confinación
en el nivel de lo imaginario a la transformación del sujeto en ser mujer (esto hace caer toda
posible afectación de tener un pene). “Sin duda la adivinación del inconsciente ha advertido muy
pronto al sujeto de que, a falta de poder ser el falo que falta a la madre, le queda la solución de
ser la mujer que falta a los hombres”.31 El goce transexualista, distinguido por Freud en
Schreber, es una forma en que se restaura lo imaginario (feminización en concordancia con la
copulación divina), creando la “imagen de la criatura” entre el goce narcisista y la identificación
al ideal, la enajenación de la palabra donde el Ideal del Yo ha tomado el lugar del Otro. La
elisión del falo (Falo subcero[A19] ) trae como consecuencia “el asesinato de las almas”, el
sentimiento de falta de vida. El psicótico no tiene a su disposición su significante fálico que le
permita localizar su goce.
Las dos asíntotas unen al yo delirante con el otro divino y a la divergencia imaginaria de
espacio y tiempo en la convergencia ideal de su conjunción, característica de la psicosis.
El campo de la realidad se reduce a un campo de gran desnivel entre lo imaginario y lo
simbólico, pero representa las condiciones bajo las cuales la realidad se puede restaurar para el
sujeto. En el momento de la acmé de la disolución imaginaria, el sujeto ha mostrado en su
apercepción delirante, el recurso singular de volver siempre al mismo lugar: “es el motivo
designado por sus voces bajo el nombre de amarraje a las tierras” (el gran Otro de las
impertinencias).
La responsabilidad de la quiebra del mundo subjetivo que se presenta en las psicosis, es la falta
de inscripción de un elemento en el Otro, el Nombre-del-Padre, ese significante que representa
a la ley en el lugar del tesoro de los significantes. Esta falta de inscripción acarrea un
desanudamiento de los significantes de la cadena, que se drenan hacia la dimensión de lo real,
desde donde van a retornar bajo la forma de fenómenos elementales. De esta manera, la
forclusión del significante de la ley crea la condición del sujeto psicótico. Pero, a pesar de la
exclusión del Otro de la ley se mantienen las relaciones con el Otro del significante puesto que
el sujeto de las psicosis no está excluido del significante. Se trata, sin embargo, de una relación
seriamente perturbada a causa, precisamente, de esa exclusión. Son estas perturbaciones las que
conforman los llamados fenómenos elementales de las psicosis.
En el campo del Otro, se distinguen, el Otro en tanto que tesoro de significantes y el Otro de la
Ley. Las psicosis revelan esta distinción, pues es en el Otro de la Ley, al que le corresponde el
significante del Nombre-del-Padre, y donde se presenta la problemática causada por su falta de
inscripción.
Destacaremos tres puntos esenciales a tener en cuenta al respecto del comienzo de las
psicosis:32
1.- La iniciativa del Otro. El comienzo de las psicosis, como franqueamiento del límite
que falta, queda definido con precisión por el momento en el que Otro toma la iniciativa. Este
mometo se localiza cuando una pregunta se plantea sin que el sujeto sea quien la ha formulado.
No es necesario que se plantee literalmente una pregunta, el momento surge como
consecuencia de la alusión que evoca algún significante que viene del Otro, encarnado en algún
semejante. Por ejemplo, como se verá más adelante, para un joven el momento del
desencadenamiento tuvo lugar en el instante que la madre le dice: “sos el único hombre de la
casa” (Vésase más adelante “De malo de constitución a Maliato); para una señorita mayor, en
ocasión de que un sobrino le diga: “sos como una madre” (Vésase más adelante “Sra. Bv).
Como efecto de la forclusión del Nombre-del-Padre el sujeto no posee los significantes con los
cuales responder, y es más, no soporta la alusión del Otro que ha llegado al lugar del código
produciendo una ruptura en la cadena significante, un estallido, un agujero. El sujeto no puede
responder a la iniciativa del Otro.
2.- El sujeto al borde del agujero. Cuando un sujeto psicótico en determinada
encrucijada de su historia es confrontado con la falta de significante, surge en él sentimiento de
que ha llegado al borde de un agujero.En ese instante donde la alusión del Otro resulta
literalmente insoportable, pues la cadena significante no soporta y se rompe, el sujeto queda al
borde de un agujero pues se produce un estallido de las significaciones, una verdadera
despoblación significante. Esto debe tomarse al pie de la letra. No se tata de comprender, se
trata de concebir qué ocurre con un sujeto cuando la pregunta le viene desde allí donde no hay
significante. La falta de significante se hace sentir como tal, como al borde de un abismo. Este
momento es un estallido en la relación del sujeto con el Otro. Se revelan brutalmente que el
significante del Nombre-del-Padre no se ha inscripto, y que no hay significante fálico con el
cual responder. Ambos están ausentes, y el sujeto se encuentra absolutamente solo, lo cual
quiere decir, absolutamente solo para arreglarselas con el imperativo superyoico que ordenará
el goce del Otro, que es siempre goce de la Madre.
3.- El sujeto perplejo: La ocasión del desencadenamiento causa en el sujeto la máxima
perplejidad, o sea: “irresolusión, incertidumbre, duda”. [30] El sujeto sabe que algo le ha
ocurrido, lo experimenta, tiene la impresión de que súbitamente todo en él ha variado y no sabe
cómo responder. “El sujeto queda intimidado […] en un anonadamiento del significante”.
[31] El sujeto ha quedado realmente inerme. Las descripciones fenomenológicas de la
semiología psicopaológica clásica señalan la perplejidad conjuntamente con la ausencia de las
categorías de espacio y tiempo (falta de conciencia de espacio y tiempo). Frecuentemente este
es el momento en donde surgen los fenómenos elementales que posiblitarán al sujeto la salida
del estado de perplejidad.
Al operar con los matemas gran Otro —A— y objeto pequeño objeto – a[A20] -, deberemos tener
en cuenta que eso implica la distinción entre goce fálico y goce del Otro. En las psicosis, se
trata del goce del Otro.
En cuanto al objeto a se distinguen tres funciones: causa del deseo, soporte del fantasma y lugar
del goce. Es esta última función del objeto en tanto lugar del goce lo que muestran las psicosis.
En la neurosis, el goce del cuerpo del Otro está prohibido por la ley del deseo, que implica que
el hombre no goce del cuerpo del Otro, sino de lo que éste se exila, es decir, un objeto exterior
al cuerpo. El goce del Otro hay que representarlo como inexistente e imposible, en la medida en
que el padre es el padre muerto (padre simbólico). Por lo tanto, si el padre no responde, su
función, el Nombre-del-Padre, va a hacer oficios de respuesta diciendo “no” al goce del Otro.
Esta función del padre va a dar un goce de sustitución pasando por el significante del goce
fálico. La respuesta del padre es pues el falo simbólico, que da cuerpo a un goce separado
irremediablemente del cuerpo del Otro. Pero, este cuerpo es simbólico: el goce de todo ser
hablante será el goce de un cuerpo simbólico, será goce fálico, que no debe confundirse con el
significante falo simbólico que lo soporta. El goce fálico procede de una cobertura de lo real
por lo simbólico, lo que se muestra en el nudo borromeo.
Si el Nombre-del-Padre no funciona diciendo “no” al goce del Otro porque está forcluído, el
goce no podrá localizarse en la función fálica puesto que le falta un cuerpo simbólico, un
cuerpo simbolizado, ordenado por el significante. 35 Se trata de que el psicótico queda en el
lugar de ser el objeto del goce del Otro. Es el Otro que goza de él. Está colocado en posición
de a, de desperdicio, de resto del goce del Otro. Hay que notar que este Otro tiene una
dimensión de Superyó[A21] tal como lo indica el esquema I, en donde designa el goce del Otro
como Superyó en la posición de incumplimiento. Este Superyó se encuentra figurado por el
imperativo de las voces alucinatorias que le ordenan ¡goza!, entendiéndose por ello el mandato
de un goce mortífero.
Las más de las veces, en las psicosis, hay una llamada a gozar en el cuerpo y el psicótico no
tiene a su disposición su significante fálico que le permitiría localizar su goce. No puede
situarse como hombre para encontrar una mujer.
La psicosis es el rechazo del inconsciente como discurso, pero es este rechazo mismo el que sitúa
la estructura del sujeto. A partir de esto sólo una función interesa: el aparejo del sujeto al goce. 36
Jacques Lacan, siguiendo los lineamientos freudianos, otorga un lugar de relevada
importancia al padre en la constitución del sujeto. Importancia que subrayó justamente en el
caso de la psicosis, a través de retomar el concepto freudiano de Verwerfung y
reconceptualizarlo como “forclusión del significante del Nombre-del-Padre”. También
siguiendo los pasos de Freud considera la regresión libidinal en la psicosis, lo que denominará
“regresión tópica al estadío del espejo”. Nos dedicaremos a estos dos puntos tan relevantes en
la enseñanza de su enseñanza.
El desencadenamiento de las psicosis
Para que las psicosis se desencadene es necesario que el Nombre-del-Padre, forcluido, sin haber
llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado en oposición simbólica al sujeto93. Cuando desde el
Otro, un sujeto es llamado a responder por la paternidad, y no está a disposición del sujeto ese
significante, esa identificación primera que permite responder con su nombre, lo real responde.
La irrupción de Un-padre en lo real es el motivo del desencadenamiento de las psicosis como la
intrusión de un tercero en oposición a la pareja imaginaria, a-a, como exterior a la cadena de
los significantes. “Intruso” es todo significante que interpele la subjetividad en un punto donde
el sujeto no tiene con qué responder, en ausencia de una respuesta ofertada por el significante
fálico. El goce insoportable por ausencia del falo conduce al proceso de exclusión, hay rechazo
del significante y pasaje de lo simbólico a lo real (síntoma).
El problema del desencadenamiento de las psicosis está relacionado a la pertenencia o no-
pertenencia del significante paternal al conjunto de los significantes. En la medida en que el
significante paternal no pertenece a ese conjunto, no está incluido sino excluido, la
significación producida en relación con el llamado del significante paternal, por la situación en
la cual se encuentra el sujeto, permanece desconocida o enigmática. 94
El significante del Nombre-del-Padre funciona como excepción y como límite. Es la función de
excepción lo que da un límite95, desde el cual todos los demás significantes forman un conjunto
cerrado. Si la función de excepción falta, si no hay límite, no hay todo que pueda cerrarse.
El desencadenamiento está en correspondencia con el caso donde la excepción paternal hace
defecto, el punto límite se encuentra expulsado, rechazado más allá. 96. El estallido del límite
como consecuencia de la forclusión del Nombre-del-Padre hace desaparecer la enunciación y el
psicótico escucha su propia voz en lo real. La ausencia de límite hace que la emisión del
significante parezca venir del más allá. Hay un borramiento de la enunciación, un
desconocimiento de la propia voz, un decir propiamente “irresponsable”, pues no tiene con qué
responder. El sujeto psicótico no se atribuye sus propios pensamientos.
La irrupción de Un-Padre pone en evidencia, al momento del desencadenamiento de las
psicosis, que la excepción paternal es puesta en función a pesar de su inexistencia, pero al
precio de un desplazamiento de registro. Lo que debería tomar su lugar en lo simbólico surge
en lo real. Lo rechazado de lo simbólico, fuera de la estructura del discurso del inconsciente,
retorna en lo real como síntoma: escritura salvaje del síntoma. El significante en lo real se
presenta con todo el peso del enigma y la certeza de que el Otro goza de él. El sujeto psicótico
sufre del sentimiento de ser espiado en máxima intimidad, motivo de sufrimiento, pero lo más
grave, causa de gran mortificación, es el sentimiento que se mofan de él 97.
El fenómeno elemental es lo que hace síntoma para las psicosis. Tiene la estructura misma de la
forclusión, pasaje de simbólico a real, y, tiene una función homóloga a la función del padre. El
fenómeno elemental alude al significante que rechazado fuera de la estructura del discurso
inconsciente, repite. Pone en juego el límite, pero ese límite es gozador, es irónico. Le juega
una mala pasada al sujeto, quien se siente burlado, molestado, por las voces que no reconoce
como propias. Lo sardónico, consiste precisamente en que la ausencia de límite borra el lugar
de la enunciación y el dicho no es reconocido como propio sino que le viene de una
multiplicidad de voces que el psicótico atribuye a diferentes sujetos.
La cuestión del desencadenamiento de las psicosis está en relación a la irrupción de Un-padre y a la
falta de la función límite que debiera realizar el significante Nombre-del-Padre como excepción.
La construcción del síntoma en las psicosis desencadenadas puede o no seguir su trabajo de
invención por el delirio y la metáfora delirante, como nuevas escrituras del síntoma, como
suplencias estabilizadoras.
El desencadenamiento puede lanzar al trabajo de una interlocución delirante, en donde la
respuesta de lo real viene primero98. Esto queda denunciado por la alucinación verbal en donde
un sujeto escucha la voz en lo real, se la atribuye (imputa) al Otro y la interpreta como dirigida
a sí mismo (atribución subjetiva de las voces). [32]
el sujeto fuera-de-discurso
La regla fundamental le propone al sujeto crear por su decir, sin restricción, la secuencia de las
asociaciones libres. Así, la verdad en el contexto del decir en análisis nos conduce a las
formaciones del inconsciente. Por eso la verdad es un puesto o lugar en cada discurso, lugar
abierto a la rotación significante. La secuencia aparentemente contingente del decir del
analizado deviene a través de su transmisión en el contexto analítico necesario. Este afecto es lo
que Lacan denomina Sujeto Supuesto Saber, fundante estructural de la transferencia.
El saber en las psicosis corresponde a un sujeto forcluido a ese exterior que es el campo del
Otro, desde el momento mismo en que se propone como objeto. Habrá un saber que es goce y
hay un sujeto de ese saber. Lo que no habrá, a diferencia del neurótico es el supuesto afectando
al saber como al sujeto en la relación transferencial.
El psicótico, como el neurótico, está en el lenguaje, pero, al contrario del neurótico, no está en
el discurso. Esto quiere decir que el psicótico funciona con la operación alienación sin la
operación separación. El sujeto no está representado, por un significante respecto de otro
significante, sino que está identificado, coagulado, tomado masivamente en el significante.
Lacan habla al respecto de la holofrase91, término que reenvía particularmente a que el sujeto se
hace ahí monolítico con el significante 92.
El psicótico no produce lapsus, el sujeto no está en el lugar del efecto de verdad. La imagen
de “la muerte del sujeto” es la extinción del efecto de significación, a partir de lo cual aparece
especialmente meritorio el esfuerzo que constituye la construcción del delirio.
Hay un punto en las psicosis que es utópico en el sentido etimológico: el discurso de la
libertad en su utopía se encuentra con las psicosis y la acompaña. La locura, lejos de ser un
insulto para la libertad, es su más fiel compañera, sigue su movimiento como una sombra. El
ser del hombre no puede ser comprendido sin la locura como límite de la libertad.
Lacan, al respecto del vínculo, nos ofrece una posibilidad de definición en el
Seminario sobre Las psicosis, apoyándose en la estructura del lenguaje, que
entendemos así: un vínculo es lo que instaura la coexistencia sincrónica de los
términos. La proposición en su contexto merece ser retomada para esclarecer la
noción de vínculo. Lacan parte del “vínculo posicional”, en tanto que es lo que en una
determinada lengua instaura esta dimensión esencial que es la del orden de las
palabras. Eso que aparece a nivel gramatical como característica del vínculo
posicional, se encuentra a todos los niveles, para instaurar la coexistencia sincrónica
de los términos.
A partir de ello, qué es lo que permite inferir una definición general del vínculo?
¿Cuál es la relación entre el orden de las palabras en una frase y lo que vincula a dos
seres hablantes?
Se podría responder simplemente disiente que la palabra misma implica
posiciones que tienen que tener su correspondencia en la frase que articula. Por el
simple hecho de que alguien se dirige a otro para decirle algo el sistema de
coherencia posicinal del lenguaje organiza el vínculo a este otro.
Lo social que califica el vínculo y del cual se desborda la cuestión de la
integración al “socius imaginario” y su referencia especular, plantea la cuestión de su
posibilidad. Esta posibilidad vinculante se establece en el orden de la sincronía y retira
este vínculo en la diacronía. Tal como la lógica temporal de la cadena significante lo
implica. Que el vínculo organice prestancia y prestación no se puede negar, y es lo
que posibilita que sea social; o sea, que la capacidad de compartir de un ser hablante
así vinculado con otros seres hablantes vinculados de manera muy particular. Esa
posición está fundada en el lugar prevista en el discurso para que el sujeto pueda
separar lo inconsciente. No es un descubrimiento de poca monta el haber podido
situar tres posiciones posibles que hacen que el vínculo de lo simbólico pueda hacer
“socius”, me refiero al discurso amo, universitario e histérico. Estas son las tres únicas
posibilidades para el sujeto que le permiten tener separado en su enunciado el orden
de lo inconsciente y el objeto causa de su deseo.
Al respecto del vínculo, o lazo social, el psicótico logra desvincularse. La identificación
primaria como inaugural introduce el nudo de un vínculo. Lo que inaugura una identificación
primaria es la introducción de lo ubicado en un discurso a lo ligado de un vínculo. El
significante primordial es expulsado y el sujeto no encuentra la posibilidad identificatoria
primaria, es decir, la de ser vinculado a través del discurso como sujeto, sino dependiente del
yo. El psicótico, en cuanto es, en una primera aproximación, testigo abierto del discurso del
inconsciente parece fijado, inmovilizado, en una posición que lo pone fuera de la posibilidad de
restaurar auténticamente el sentido de eso que él testimonia, y de compartirlo en el discurso.
La transferencia se formula: “allá donde me dirijo, amo”. Pero el que aborda al psicótico se
encuentra metido en el mecanismo del proceso de transferencia al revés que se enuncia así: “es el
Otro el que me ama”. Por lo que será necesario operar un movimiento de báscula. Igual que “se
dirige a nosotros” es una inversión de la voz alucinatoria que se dirige a él, así la transferencia
sabe estar en correlación a la inversión de esta erotomanía en sí misma.
Con relación a esto pensamos que un psicótico puede perfectamente desplazarse en el mundo
tal como es. Hay grandes locos que han hecho grandes cosas en todos los dominios de la
actividad humana: las artes, las ciencias y las técnicas. Esto mientras no haya Un-padre que
venga en oposición simbólica al sujeto. Y es ahí donde el analista puede intentar ofertar algo al
sujeto psicótico pues en realidad al psicótico le es necesario un lugar al cual dirigirse. Pero
entonces, cabe preguntar: ¿cómo introducir el vínculo con alguien que está fuera-de-discurso?
Existe en efecto en las psicosis el padecimiento del goce del Otro. A partir de ello sólo una
función nos interesa: el aparejo del sujeto al goce. En principio, se constata para el psicótico
que no hay aparejo puesto que eso queda fuera-de-discurso. Pero sin embargo se va a poder
construir un trámite de suplencia en torno al analista para hacerle tejido social. La idea
radicalmente nueva es que ello puede hacer función simplemente con el dispositivo analítico.
El estudio del juicio nos revela y quizás por vez primera nos permite penetrar en el modo en que se engendra una función
intelectual a partir del juego de las mociones pulsionales primarias. El juzgar es el desarrollo ulterior, adecuado a un fin, de
la inclusión en el yo o de la expulsión fuera del yo que, originalmente, se rigieron por el principio de placer. Su polaridad
parece corresponder a la oposición de los dos grupos de pulsiones cuya hipótesis hemos aceptado. La afirmación —como
sustituto de la unión— pertenece al Eros; la negación —sucesora de la expulsión— pertenece a la pulsión de destrucción.
Es verosímil que el gusto generalizado por la negación, el negativismo de muchos psicóticos, tenga que comprenderse como
indicio de la desmezcla de pulsiones por retiro de los componentes libidinales. Pero la operación de la función del juicio
sólo resulta posible por la creación del símbolo de la negación que le ha permitido al pensamiento un primer grado de
independencia con respecto a las consecuencias de la represión y, por ello, con respecto a la coacción del principio de
placer.52[A23]
Mencionaremos las consecuencias del fenómeno de forclusión del significante del Nombre-del-
Padre:
La metáfora paterna no opera y el llamado al Nombre-del-Padre es respondido en el Otro
por un puro y simple agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero
correspondiente en el lugar de la significación fálica, provocando un desorden en la juntura más
íntima del sentimiento de la vida en el sujeto 79.
Regresión tópica al estadío del espejo, en donde la relación con el otro especular se reduce a
su filo mortal.
Resolución de la identificación sexual a través del empuje-a-la-mujer. “A falta de ser el falo
de la madre le queda la solución de ser la mujer que le falta a los hombres”, garantizando así la
existencia de La mujer.
Ausencia de deseo pues no se inscribe la sanción simbólica que lo funda.
Ausencia de angustia de castración, y grave precipitación en el sufrimiento y el horror de
saber que es objeto de goce del Otro.
El sujeto queda ubicado con relación al universo del lenguaje, pero fuera de discurso, o sea,
fuera de la posibilidad de hacer lazo social.
El sujeto queda alienado en el vientre del Otro que está pleno de significantes, queda preso
en el juego mismo de esa cadena, juego que produce ese goce insólito del cual Freud nos
hablaba en la identidad de percepción del proceso primario. Goce y cadena significante se
ligan. El goce es en tanto goce del Otro y el sujeto es sujeto de ese goce.
La ausencia de significación fálica deja impedido el sentimiento de estar vivo.
La imposibilidad de metáfora paterna trae como consecuencia que el psicótico no pueda
responder en su nombre propio. Si un psicótico se encuentra en oposición simbólica con Un-
padre, es decir, lo que se llama comúnmente “tener que tomar sus responsabilidades”, ahí
donde se le solicita más allá de lo que es una definición de su función, donde debiera responder
en primera persona, no lo soporta.
Sitúa al sujeto en la alienación de una captura imaginaria radical, reduciéndolo a una
posición intimidada[34][A24] .
.
El concepto de “regresión” fue introducido por Freud en La interpretación de los sueños. Para
Lacan la regresión debe entenderse como “la reducción de lo simbólico a lo imaginario”. 80 La
regresión no demuestra nada más que un retorno al presente de los significantes usados en
demandas para las cuales hay una prescripción” 81.
La “regresión tópica al estadío del espejo” 82, sitúa al sujeto en la alienación de una captura
imaginaria radical, reduciéndolo a una posición intimidada. Pero este registro le ofrece también
al sujeto una muleta. Pues, “tendrá que llevar la carga [de la aniquilación del significante], y
asumir su compensación por medio de una serie de identificaciones puramente
conformistas”. 83 Es así como la forclusión declina sus efectos de estructura en los tres
registros, real-imaginario-simbólico y nos deberemos interesar por aquello que se desanuda en
la estructura borromiana de ellos y la función del delirio allí.
El narcisismo es la “relación imaginaria central para la relación inter-humana”, y es tanto el
sostén de una “relación de atracción erótica”, como la base de la tensión agresiva. Ante la falta
del significante del Nombre-del-Padre, esa relación narcisística especular queda condenada a
una inestabilidad fundamental, patente en el momento mismo de un llamado al Nombre-del-
Padre. Pues, será justamente ese significante lo que regulará esa distancia entre imágenes y lo
que le proporcionará una Ley que impedirá una “colisión” y una “explosión catastrófica”, como
comprobamos en las psicosis. El Nombre-del-Padre introducirá la dimensión en ese “él”
impersonal que trasciende el eje del “yo-tú” de las relaciones puramente imaginarias. Sin
embargo, a partir de la “metáfora delirante” (“anclaje” del sujeto a una frase cualquiera que
instale una certeza) se hace posible una cierta estabilidad.
El término “falta del Nombre-del-Padre” es para precisar que en las psicosis este significante
está forcluído para siempre. Es algo estructural. El primer término de la operación de la fórmula
de la metáfora es solo un fracaso.
Esto nos permite afirmar que el deseo de la madre permanece sin “barramiento” alguno, y que
la consecuencia directa en el segundo término es que “el significado al sujeto”, significado
desconocido, permanecerá como tal, sometido al imperativo absoluto del deseo de la madre.
Como consecuencia surge el fracaso de la significación fálica, el cual inicia “la cascada de los
vaivenes de los significantes” que no forman cadena, no establecen un discurso, no remiten a
nada, desembocando en un “creciente desastre de lo imaginario”.
Empuje-a-la-mujer
La alucinación verbal
GRAFICO 4
Tomaremos la construcción del grafo lacaniano del deseo pues muestra los lugares del código y
del mensaje a través de la representación de una célula elemental en la cual los dos vectores,
uno anterógrado — de la cadena significante — y otro retrógrado — del sujeto— se
entrecruzan señalando la función diacrónica y la estructura sincrónica del significante. Surgen
así las funciones de los puntos de entrecruzamiento: A, el Otro, lugar de tesoro de significantes
que más que lugar del código, es el lugar del código del Otro; y S(A), puntuación y momento
en el que la significación se constituye como mensaje ya elaborado.
Desde A, lugar del código del Otro, el sujeto recibe la significación del mensaje que él mismo
emite. El Otro antecede al sujeto, tal como lo muestra el grafo, quien al pasar por ese lugar se
inscribe en una estructura de retroacción, marcada por el tiempo futuro anterior, que hace surgir
la significación en el punto S(A). En la neurosis, el momento de escansión de la significación
del Otro implica una respuesta a la pregunta del Otro que al estar atravesado por la dimensión
de lo simbólico le confiere su carácter de enigma. En las psicosis, esta estructura de retroacción
está completamente alterada, se ha producido una especie de inversión de la temporalidad en la
aparición de la significación. En esta circunstancia, en su trayecto de pasaje imprescindible por
el lugar del Otro —A—, el sujeto se encuentra con una respuesta: el fenómeno elemental.
La alucinación es una respuesta con la que se topa el sujeto en el lugar del Otro. Es una
respuesta que viene a anticiparse a una pregunta que no se ha formulado, una respuesta en la que
el enigma ha sido sustituido por la certeza que encuentra su ubicación fuera del registro
simbólico y se sitúa en la dimensión de lo real.
Estas respuestas que escapan a lo simbólico conforman el texto de la alucinación, en el cual
Lacan distingue, en sus formas puras, los mensajes de código y los códigos de mensaje.
Los mensajes de código constituyen los neologismos que se especifican por informar al sujeto
del empleo y de la forma que ha tomado el nuevo código del Otro. Es el caso de
la Grundspacheo lengua fundamental de Schreber. Son mensajes que no exigen ningún
esfuerzo al sujeto puesto que constituyen una significación que permanece irreductible a otra
significación, ya que la significación neológica sólo reenvía a ella misma. En ellos, la
significación se adelanta a su propio desarrollo. De entrada, el psicótico encuentra aquí la
significación del nuevo código en el lugar del Otro, el sujeto “se basta de ese Otro previo”.
La referencia al Otro previo indica al Otro como conjunto sincrónico de significantes propios de
la lengua. Precisamente en el caso Schreber, la lengua envía un mensaje al sujeto sobre un
significante del código que ha pasado a adquirir un sentido diferente: el significante que ha
tomado para el sujeto un peso particular, neologismo de uso, ha sido objeto de erotización. Este
significante erotizado en los fenómenos de código, significante Uno, se encarna en una holofrase
en donde una palabra, una frase y hasta un pensamiento pueden ser reducidos en un fonema.
Gracias al mensaje de código, la alucinación comunica al sujeto psicótico sobre la holofrase de
la lengua, lo cual no conlleva ningún trabajo para el sujeto, quien sólo va a acusar la recepción
del mensaje recibido.
Entre los fenómenos de mensaje encontramos las frases interrumpidas, forma de texto que
muestra el lado de provocación de la alucinación: en estas frases el sujeto se ve compelido a
producir una respuesta que sostenga la reacción entre el sujeto y el Otro, sitio desde donde le
llega la voz psicótica. Son estos fenómenos los responsables del cansancio, del agotamiento del
sujeto psicótico al someterlo a un esfuerzo continuo de réplica. En los mensajes interrumpidos
es el sujeto quien trabaja, el esfuerzo se emplea en el reenvío de una significación a otra
significación. La frase se interrumpe, precisamente, en el punto en que se termina el grupo de
palabras que señalan la posición del sujeto en el código a partir del mensaje mismo. Esta
posición del sujeto es enunciada por el Otro interlocutor, mientras permanece temporalmente en
suspenso la réplica del “suplemento significativo”. Es decir, el componente lexical de la frase la
interrumpe. La dificultad del sujeto en enunciar el complemento de significación reposa en su
contenido de ofensa y de injuria.
En la primera parte de la frase interrumpida, se indica la posición del sujeto – suspendida[A25] -,
mientras que en la segunda parte, surge la injuria o el insulto como una respuesta. La injuria
realiza una designación de un orden distinto, heterogéneo respecto del orden del significante.
Es como Otra cosa que el sujeto responde con la injuria, responde a la ofensa como objeto. La
injuria, lo abyecto, se hace oír desde lo real ocupando el lugar de lo que no tiene nombre, desde
el lugar del objeto a. Es una respuesta de lo real en la que el objeto habla. La respuesta de la
injuria muestra el ser de goce del sujeto. Por ella se produce un redoblamiento relativo a la
certeza: a la certeza inicial brindada por la atribución subjetiva de la voz alucinatoria se añade
ahora la certeza del sujeto como ser de goce en su vertiente de desecho. Por lo tanto, la injuria
trae consigo una tendencia del sujeto psicótico a constituirse como ser de goce. Es
particularmente en la injuria donde se entrelazan la voz y el goce, la voz del propio sujeto que
aparece desde lo real se presenta al sujeto en su dimensión de goce. Así se establece la
articulación entre el significante del Uno y el objeto a.
Las frases interrumpidas presentan una respuesta de lo real, mostrando la articulación del sujeto
a su ser de goce. Conllevan el esfuerzo de relacionarse con el Otro, a partir de su condición de
ser de goce, expresada en el componente lexical que, en un primer momento, fue objeto de
expulsión. El esfuerzo del sujeto en la fabricación de la réplica injuriosa determina al mismo
tiempo su ser de goce. El retorno del goce desde lo real se realiza siguiendo dos vertientes:
sobre el lugar del Otro (paranoia), sobre el cuerpo del sujeto que es un lugar de inscripción del
Otro (esquizofrenia).
En las psicosis, la dimensión del goce es indisociable del registro del saber. El sujeto sabe, con
la certidumbre inquebrantable que el Otro goza del él. Se trata de un saber conectado al goce.
El saber está ahí disponible, no es un saber supuesto, es un saber que no pide nada a nadie
puesto que el sujeto se sostiene en la certeza.
Los fenómenos elementales se dan como la emergencia de fenómenos automáticos en los que el
lenguaje se pone a hablar solo, alucinatoriamente. Es lo real mismo lo que se pone a hablar.
En los fenómenos elementales el significante se presenta con una franja más o menos adecuada
de fenómeno de discurso, en el borde del campo de la experiencia, en la espuma que provoca
ese significante que no se percibe como tal, pero que organiza en su límite todos estos
fenómenos.
Se despliegan en un trans-espacio vinculado a la estructura del significante y de la
significación,
espacialización previa a toda dualización posible del fenómeno del lenguaje. Se trata de una
topología subjetiva en que el significante se sitúa en una exterioridad. Esta función es la única
que retiene todavía al sujeto en el nivel del discurso que amenaza faltarle por completo y
desaparecer.
Se distinguen:
Murmullos, cuchicheos o carcajadas, cuando se trata del registro de la voz, fenómenos que
bordean lo asemántico.
Gritos o risas, cuando aparentemente ocurren del lado del sujeto, pero su inerioridad no es
distinguida por él, ya que su grito lo sorprende, no es él quien que grita.
Brillo, luminosidad, y efecto de llamarada, cuando se trata del registro de la mirada, son
trayectorias[A26] de algún modo visibles, pero que no constituyen exactamente imágenes
visuales.
Entre el alarido que es puro significante, se observa toda clase de ruidos, como una gama de
fenómenos, producidos por el estallido de la significación.
Partiendo desde la concepción de que una alucinación es un perceptum sin objeto, Lacan realiza
una pesquisa: “el de interrogarse sobre si el perceptum mismo deja un sentido unívoco
alpercipiens aquí conminado a explicarlo, que le permite llegar a unas primeras
observaciones”:42
Es en el nivel donde la síntesis subjetiva confiere su pleno sentido a la palabra donde el sujeto
muestra todas las paradojas de que es paciente esa percepción singular. Estas paradojas
aparecen ya cuando es el Otro el que profiere la palabra. Esto queda manifiesto en el sujeto por
la posibilidad de obedecer a ella en cuanto gobierna su escucha y su puesta en guardia. Con
sólo entrar en su audiencia, el sujeto cae bajo el efecto de una sugestión inefable. Pero escapa
de ella reduciendo al Otro a no ser sino el portavoz de un discurso que no es de él o de una
intención que mantiene en él en reserva.
Lo más notable es la relación del sujeto con su propia palabra donde lo importante está
enmascarado por el hecho puramente acústico de que no podría hablar sin oírse. El hecho de
que no puede oírse sin dividirse no tiene nada de privilegiado en los comportamientos de la
conciencia. El punto crucial es que el sensorium es indiferente en la producción de una cadena
significante. Esta se impone por sí misma al sujeto en su dimensión de voz, toma como tal una
realidad proporcional al tiempo, observable en la experiencia, comprendido en su atribución
subjetiva; su estructura propia, en cuanto significante, es determinante en la atribución que, por
regla, es distributiva, es decir con varias voces, y que pone al percipiens, pretendidamente
unificador, como equívoco. Lo oído tiene el estatuto de frase alusiva. Ella deja al sujeto en
perplejidad en cuanto a captar hacia quién apunta la alusión. El yo (je), como sujeto de la frase
en estilo directo, deja en suspenso, (conforme a su función llamada shifter), la designación del
sujeto hablante mientras la alusión, en su intención conjuratoria, queda a su vez oscilante. La
incertidumbre llega a su fin con la oposición de otra palabra, invectiva por parte del sujeto, para
seguir isocrónicamente a la oscilación.
Esta es la operatoria por la que el discurso acaba por realizar su intención de rechazo hacia la
alucinación. En el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oír una
palabra, por el hecho de que, ocupando el lugar de lo que no tiene nombre, no ha podido seguir
la intención del sujeto sino desprenderse de ella por medio del guión de la réplica. Ante la
escasez de significante para llamar al objeto, el sujeto usa el expediente de lo imaginario más
crudo, opone su antístrofa de depreciación al refunfuño de la estrofa restituida reuniéndose en
su opacidad con variadas jaculatorias, siendo el origen insultante y mortificante de las voces
(falofanías[A27] ).
.
El objeto a en las psicosis
La voz
“Veremos el pequeño a venir del Otro, único testigo, de este lugar del Otro que no es
solamente el lugar del espejismo, este pequeño a es la voz”88
La voz del Otro debe ser considerada como un objeto esencial. Recordemos que Lacan, desde
los primeros seminarios, cuando recurre a los esquemas ópticos para dar cuenta de la tópica de
lo imaginario y la relación con lo simbólico y lo real, nos aclara que “podemos suponer que la
inclinación del espejo plano está dirigida por la voz del Otro y que esto no existe a nivel del
estadío del espejo, sino que se ha realizado posteriormente en la relación con el Otro en su
conjunto: la relación simbólica, y que se puede así comprender que la regulación de lo
imaginario depende de algo que está situado de modo trascendente siendo lo trascendente en
esta ocasión ni más ni menos que el vínculo simbólico entre los seres humanos por intermedio
de la ley”87. De esta forma sencilla, y desde el inicio de las teorizaciones, encontramos la causa
por la cual “la voz” en el caso de las psicosis, aparece como aquello que retorna desde lo real,
desde el exterior.
Todo analista será llamado a darle su lugar, sus diversas encarnaciones, en el campo de las
psicosis, como en la formación del Superyó. Este acceso fenomenológico, en relación a la voz
del Otro, el pequeño a como caído del Otro, puede agotar su función estructural llevando la
interrogación sobre lo que es el Otro como sujeto. Por la voz, este objeto caído del órgano de la
palabra, el Otro es el lugar donde ‘ello’ habla. Ya no podemos escapar a la pregunta: ¿quién?
más allá de aquél que habla en el lugar del Otro, y que es el sujeto, ¿quién hay más allá, del
cual el sujeto cada vez que habla, toma la voz? Está claro que si Freud pone el mito del padre
en el centro de su doctrina es en razón de la inevitabilidad de esta pregunta.
Entonces, orientarnos en la estructura a partir de lo que los pacientes nos enseñan, nos ha
llevado a considerar que el psicótico sufre de la intervención de la voz que le retorna desde lo
real exteriorizado. Sufre de las voces que manifiestamente dejan a la luz la voracidad del Otro
que lo mortifican, lo insultan, le imponen imperativos, le dicen obscenidades, etc.
En un lado, el “milagro del alarido” como significante intrusivo lo más alejado posible del
sentido, con apenas un áurea o esbozo de vergüenza o embarazo.
Del otro, los “llamados de socorro”, pura significación vacía de una demanda de amor que
amenaza revelarse como lo que es, un amor-muerte, ante la ausencia de respuesta, y donde el
objeto cedido anuncia su retorno a la separación absoluta.
Entre medio, los “ruidos exteriores” y “los cantos” como retazos de significación
incoordinada.8
En coalescencia con S1, objeto a como voz fónica, modo de referir a lo real del goce propio de
esa intrusión significante,
Como agujero real mudo e inviolable que se desplaza sin función de límite según el estatuto
de una oreja sin cierre, utilizable tanto en la dimensión del pasaje al acto como en la
acumulación que allí se produce del goce que se sustrae al forzamiento y que justifica el
empuje-a-la-mujer inscripto en ese momento.
El objeto a como cedido al lugar del Goce del Otro.
La no ubicación del objeto a como plus de gozar, que encierra al psicótico en una trampa
crucial pues este intenta, hasta con su cuerpo, cerrar el circuito de la pulsión.
El objeto a como causa del acto logrado, en el sentido de las distintas formas de encarnarlo
prestando su cuerpo hasta la automutilación que puede ser llevada al extremo en
laemasculación[A28] .
El silencio
El manejo del silencio, tanto del paciente como del analista, deben orientarse desde la relación
de la estructura propia de las psicosis respecto del dispositivo analítico, para desde ella construir
la operatoria que haga posible el desarrollo del tratamiento.
Lo primero a tener en cuenta es el estado del cual se quiere curar el psicótico. Algunos
pacientes lo dicen con claridad, se trata de la vivencia de una falla íntima, acompañada por un
acento de desgarradura, evocada como una especie de muerte subjetiva. Los dichos más
frecuentes son: “Yo no existo, floto, duermo, tengo medio cuerpo, se me cayó la cara, soy otro,
me robaron las ideas, soy una ausencia, no sé quién soy, se me achicó el cuerpo, el otro me
toma la cabeza y la boca, el otro me usa, no tengo nada adentro de la cabeza, etc.”
Los pacientes nos enseñan que esto se debe a un “vacío inexplicable” que podemos encontrar
en las Memorias de un neurópata cuando Schreber relata “el asesinato del alma”. Se trata de un
desorden provocado en la articulación más íntima del sentimiento de la vida instalado en el
sujeto psicótico por la falla del significante. Es una falta, es la falta de las psicosis, la ausencia
del falo simbólico, se traduce en un exceso de goce en lo real y a veces se impone en los
fenómenos tales como la inercia y la falta de subjetivación. La inercia es una de las figuras
primarias del goce, figura clínica que se suele denominar según el DSM IV “depresión
psicótica”. El estar mudo es una figura que muestra la petrificación ante un Otro que ordena el
goce. El silencio responde a una cuestión de estructura.
La mirada
El delirio
Dentro de los fenómenos elementales debe considerarse el delirio que se define como
un campo de significaciones organizándose alrededor de un “cierto” significante, que como
dice Lacan, “hace plomada en lo real” [45]. Es una afección del ser hablante que traduce el
divorcio fundamental entre el ser y el logos, entre el Otro del lenguaje y el Otro del goce.
En la composición del delirio se puede distinguir dos componentes: la palabra clave y el
estribillo.
"... el enfermo mismo subraya que la palabra en sí misma pesa. Antes de poder ser reducida a
otra significación, significa en sí misma algo inefable, es una significación que remite ante todo
a la significación en cuanto tal". Hay dos tipos de fórmulas donde se dibuja el neologismo: la
intuición y la fórmula. "La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un
carácter inundante que lo colma ... en el otro extremo tenemos la forma que adquiere la
significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula que se repite, se reitera, se machaca
con insistencia estereotipada. Podemos llamarla en oposición a la palabra, el estribillo. Ambas
formas, las más plena y la más vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en
la red del discurso del sujeto. Característica estructural que, en el abordaje clínico, permite
reconocer la rúbrica del delirio"[46].
Frecuentemente la adjudicación de una significación anómala o insensata, generalmente de
contenido autorreferencial a una percepción (significación personal), es el dato fundamental de
percepción delirante, y tiene el rango de estructura psicótica. Generalmente son:
incomprensible psicológicamente, - se aplica una significación anormal a una percepción, sin
que para ello exista un motivo comprensible racional ni afectivo- ; su estructura es
específicamente bimembre: el primer miembro va del sujeto que percibe al objeto percibido e
incluye las significaciones comunes de las percepciones de todos, el segundo miembro es el
eslabón estrictamente delirante e incomprensible, va del objeto percibido, con sus
significaciones normales, a la significación anómala. La significación delirante es
experimentada por el sujeto como impuesta, -llegando a constituir una especie de revelación-,
lleva implícito el desgarramiento de la continuidad histórico-significativa de la vida del sujeto;
presenta una ruptura del ordenamiento funcional existente en la vida psíquica del sujeto.
Sigmund Freud en 1924 señala las modificaciones que el delirio impone a la realidad y la
función que le corresponde en la economía del sujeto:
El remodelamiento de la realidad se basa en las psicosis en los sedimentos psíquicos de las relaciones precedentes con esa
realidad, es decir, en las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios que hasta ese momento se habían obtenido de
ella y por los cuales ella era representada en la vida psíquica. Pero esa relación no era una relación ya acabada sino
continuamente enriquecida y modificada por nuevas percepciones. De modo que las psicosis tiene por tarea procurar
percepciones que correspondan a la nueva realidad, meta que es alcanzada de la manera más radical por la vía de la
alucinación. En la neurosis se evita un fragmento de la realidad mientras que en las psicosis se lo reconstruye. Dicho de otro
modo: en las psicosis, a la huida inicial sigue una fase activa de reconstrucción, o sea que las psicosis desmiente la realidad
y se empeña en modificarla. Es probable que el fragmento de la realidad rechazado se vaya imponiendo cada vez más a la
vida anímica. [47]
El nuevo mundo fasntástico quiere reemplazar a la realidad exterior. ¿Cuáles son los diversos
mecanismos destinados a llevar a cabo el extrañamiento de la realidad y la reedificación de una
nueva? El nuevo mundo fantástico quiere remplazar a la realidad exterior. La noción esencial
implicada es la de “reconstrucción” tal como queda de manifiesto en los estudios freudianos
sobre Schreber, en donde el delirio es presentado como una reconstrucción consecutiva al
derrumbe narcisista del sujeto. El modo en que se produce consiste en una permutación de las
funciones del sujeto, del objeto y del verbo.
La convicción delirante, certeza subjetiva según Kant, es el hecho primordial del delirio. La
convicción es menos fuerte a nivel de los temas que a nivel del concernimiento: bajo la duda, la
perplejidad aparente y la reticencia, aparece una certeza: que “todo eso” le concierne.
El delirio es un enunciado que reenvía a una enunciación mítica bajo una forma oracular,
tautológica, totalitaria. Estos enunciados extraídos del monólogo continuo adquieren una forma
imperativa. En las frases interrumpidas, la parte elidida es la parte lexical y la interrupción
sobreviene después de los shifters. El sujeto está totalmente confundido con su enunciado y se
funda en el movimiento de inclusión y/o exclusión del mismo y por lo mismo, no se abre a la
alteridad. El Otro es radicalmente extraño y no participa del diálogo intersubjetivo. El mensaje
es siempre idéntico y no suscita duda alguna, no tiene ambigüedad. El lazo entre el oír y el
hablar no es ya como el derecho y el revés sino una relación de exterioridad. En las frases
interrumpidas, algo se mantiene en una relación de enunciación, que con el tiempo se borrará en
una desestructuración del signo.
El delirio es el imperio de los signos, el universo donde todo tiene un sentido, donde el azar
como la contingencia no existe. De hecho, la convicción del delirante no se sostiene tanto en el
sentido como en el significante mismo. El delirio no hace más que manifestar la autonomía del
significante que deviene persecutorio e intrusivo, convirtiendo al psicótico en una marioneta:
“cuando una marioneta habla, no habla ella sino alguien que está detrás” 45[A29]
La creencia en la enunciación delirante reenvía a la alineación fundadora del sujeto y a la
represión que instaura el orden simbólico. Prisionero de un sistema en el cual la palabra
coincide con la cosa, donde nada excede el decir, donde la verdad sería toda, el delirio no
puede, paradójicamente, decir otra cosa que la verdad, está condenado a lo verdadero. El delirio
ignora las categorías de lo plausible y de lo verosímil, a falta de un ordenamiento posible,
afirma lo mismo de lo mismo., significación y verdad se unifican.
La lógica delirante es pseudo-capciosa y falaz, autojustificativa y teleológica, está subordinada a
un postulado afectivo - bien estudiado por Clérambault- en el cual el sujeto se disuelve en su
creencia. Esta lógica afectiva es una lógica de carácter binario que no se puede aprehender en las
categorías de la lógica tradicional, con sus tres principios de identidad, de contradicción y de
tercero excluido, —la contradicción es propiamente inadmisible—. El maniqueísmo delirante es el
mejor ejemplo de esta lógica afectiva binaria. El defecto de metaforización debido a la forclusión
del Nombre-del-Padre deja el campo libre a la metonimia que prolifera en las alusiones, lo
sobreentendido, que representa la figura esencial del delirio.
Un elemento capital surge de la confusión de los juicios de atribución y de existencia, la cópula
es tanto de la existencia como del predicado. Consecuentemente, todo juicio tiende a la identidad
dado que la ausencia de negación discordante (la categoría de no-todo) no permite el acceso al
Otro. Se trata de la forclusión del juicio de atribución.
La pasión delirante proviene de las relaciones del delirio con el narcisismo. No se puede dar
cuenta del delirio y de su virulencia sin hacer mención a las estrechas relaciones que mantiene
con los afectos. En el delirio, el paranoico va hasta ser el ideal y encarnarlo. La identificación
ideal, que es la primera de las identificaciones, viene a suplir la carencia del significante del
Nombre-del-Padre.
Se puede definir el delirio como un desanclaje del sujeto, que lo libra a un goce sin freno. El
sujeto en las psicosis se desplaza a sus anchas en el campo del lenguaje. El sujeto queda
“borrado por alusión al Otro”,46 y en consecuencia se produce el empuje-a-la-mujer. Con el
surgimiento de Un-Padre que hace alusión al Otro, Schreber se precipita como sujeto borrado y
empujado en su cuerpo propio hacia ese Otro del goce que es su Dios: “que hermoso sería una
mujer que sufre el acoplamiento...” El empuje al goce del Otro realiza un forzamiento a hacerlo
existir en la significación.
Existe una articulación entre delirio y escritura. Schreber y Joy-ce son ejemplares. Ambos están
comprometidos en una tentativa de reconstrucción mínima del a partir de la metáfora delirante.
Frente a la profusión incontrolable del universo del signo, que se le impone bajo formas de
palabras en donde ningún corte puede delimitar ningún lugar vacío para el sujeto, responde una
puesta en forma ajustada del libro, estructurado rigurosamente por un conjunto de artificios de
escritura. Su exposición se pretende lógica. Ee esa empresa, esperan una prueba absoluta,
científicamente irrefutable, donde no existiría lo indecible que toda lógica debe cercar. Por lo
tanto, en ese punto de falta en lo simbólico, el psicótico viene a ofrecer su cuerpo como la
encarnación misma de la prueba. Lectura directa de una certeza en su carne. El libro, intentando
encerrar las burbujas obscenas del significante desencadenado no puede terminar sino al precio
de ofrecer el cuerpo mismo del escritor como garantía de su clausura en un límite donde la letra
convocada para hacer borde está siempre lista para caer en lo real del goce disperso.
El escrito funciona como agrupamiento del sujeto alrededor de un punto fijo que constituye el
texto como objeto. Schreber ha teorizado su relación al escrito. 47 Opone el goce del Otro
marcado por el juego forzado del pensamiento, por las voces ininterrumpidas a las cuales debe
someterse bajo pena de que Dios lo deje plantado, a un goce localizable en la escritura,
substraído de la obscenidad del Superyó 48.
La metáfora delirante puede pensarse de manera más precisa con la lógica del “empuje-a-la-
mujer”. El psicótico es tomado desde lo real por un saber que lo sabe, hay certeza, se trata de la
violencia del lenguaje; esto no implica que lo simbólico no exista, son palabras impuestas, el
delirio muestra la máquina del lenguaje que puede tratar las palabras como cosas, nada excede
a su decir. El psicótico está condenado a decir lo verdadero. 49
EL NEOLOGISMO
E [A31]
s necesario reflexionar sobre la intervención posible a partir de una ética, teniendo en cuenta
que el analista forma parte del concepto de inconsciente, puesto que constituye aquello a lo que
éste se dirige99. Desde allí se podrán logicizar rasgos de la práctica sabiendo guardar respeto por
los interrogantes sin respuesta, en donde tenga lugar un enigma, para encontrar desde allí la
puesta en marcha de un espacio de producción.
En las conferencias de Lacan en Estrasburgo y en Viena le hicieron la misma pregunta
repetidas veces: “¿Cómo opera usted en las psicosis?”. Recordar su respuesta, coherente con su
posición enDe una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, es un primer
punto ético. Respondió: “Habrá que intentar buscar algunos hitos antes de hablar de técnica…
esperemos hasta haber precisado algunas cosas” 100.
El psicoanálisis se desenvuelve sobre el borde imposible de una superficie que por el lado de la
clínica refleja la cara oscura del pensamiento, y por el lado teórico muestra la cara ciega de las
letras.
La regla fundamental analítica significa que no se puede dejar de decir lo que se ignora y que
ello es la exigencia primera de la transmisión de la clínica. Es mucho lo que podríamos señalar
sobre ese paso que implica el camino desde la teoría a la clínica y viceversa y sobre sus
implicancias y tabúes para el practicante novel. Pero lo más importante a considerar es que el
mismo no debe ser un salto al vacío.
Ese camino fue la senda inaugural del trabajo del Doctor Sigmund Freud, quien comenzó su
práctica desde una formación teórica médica, con grandes impregnaciones neurofisiológicas,
psicológicas y psiquiátricas provenientes de experiencias tales como las realizadas en el
laboratorio del Dr. Brucke, los estudios de teorías psicológicas en referencia a Von Brentano y
las prácticas con pacientes enfermos mentales con relación a Charcot, por sólo enumerar
algunos de sus maestros y de sus marcos referenciales. Queremos resaltar el valor que tuvieron
estos marcos teóricos conceptuales, científicos, de metodología experimental rigurosa, en el
origen del Psicoanálisis, porque fueron ellos los que posibilitaron en Freud los avances que le
permitieron lecturas y enseñanzas a partir de las cuales surgió la pregunta por el sujeto. Es un
lugar común hacer mención a la ruptura epistémica que implica el Psicoanálisis, y nos parece
importante destacar que hablar de ella tiene asidero si se reconoce el valor que tienen los
marcos referenciales precedentes; ellos se componen desde un orden lógico y son los que
posibilitan una lectura. Por ejemplo, para armar el esquema de aparato psíquico, intentando dar
cuenta de lo que la clínica le enseñaba, Freud tomó el concepto de espacio virtual de la física
para poder ubicar el lugar de la realidad psíquica. Freud construyó el psicoanálisis como un
espacio de anudamiento teórico-clínico puesto a prueba en cada análisis. El analista que
responda por su posición deberá renovar, vez por vez, la misma actitud. Puede suponerse que
esta tarea es de principiantes y ello consiste en un grave error. Ese paso de articulación teórico-
clínica, que constituyó la praxis, es implícito a una ética: la “Etica del Psicoanálisis”.
Actualmente es posible pensar que esta relación es función de una banda de Moebius.
En el discurso analítico el saber funciona como “docta” ignorancia habilitando un espacio para
la asociación libre. Esta es, en primer lugar, la implicación del analista en su acción de escuchar
y ella es la condición de la palabra. Para el analizante se trata de hablar libremente: angostura
entre la falta de libertad de la palabra y aquello más temible aún que es decir algo que podría
ser verdad. Pero, de lo que se trata es de lo indecible de lo que se ignora, y es esto lo que
fundamenta la ética del psicoanálisis. El psicoanálisis, en su praxis, detecta al sujeto en una
estructura que da cuenta de su estado de hendija, de Spaltung: sujeto en tanto castrado y en
relación al objeto en tanto perdido, conceptos ya enunciados al inicio de la obra freudiana, en
escritos tales como el Proyecto de psicología para neurólogos, en donde ya está enunciado
el Trieb como concepto dato radical de la experiencia analítica, organizador de la
metapsicología freudiana.
Freud nos advirtió que si de pulsión se trata, lo que está en juego es la “vuelta a lo inorgánico”:
la muerte, dice sin reparos. Cuando el sujeto está tomado por lo pulsional (sujeto de goce) se
encuentra en un nivel muy alto de “acomodación” con relación a la muerte, posiblemente bajo
las distintas formas de las desgracias del ser. El costo es alto, y él no sabe cuánto. Frente a esta
evidencia de agonía del sujeto, para el analista, el único alcance de la función de la pulsión será
poner en tela de juicio ese asunto de la satisfacción. Entonces, si hay una clínica posible es en
tanto que clínica de la pulsión.
En todo practicante insiste una pregunta: ¿Cuál es la intervención, mediante la palabra, que
tenga efecto sobre lo pulsional? A veces se puede creer que esta pregunta no tiene respuesta:
error. La respuesta está a la vista desde los orígenes del Psicoanálisis, se trata de la posición del
analista, posición a la cual adviene como efecto de su análisis, de la supervisión y de los marcos
conceptuales referentes que le sirven como soporte para una escucha-lectura de la subjetividad.
La cura psicoanalítica tiene una dirección sostenida por el analista que lleva adelante una
táctica implicada en una estrategia y en una política constituida en la ética del psicoanálisis.
Cabe volver a preguntar: qué nos enseña esta praxis? Hablando estrictamente, el saber
psicoanalítico sólo puede ser el saber de la transferencia, es decir, el “saber supuesto” que en el
curso de la experiencia analítica se vuelve transmisible por otras vías y por otros efectos. La
transferencia es donde se constituye la clínica analítica y el psicoanalista. El trabajo del
analítico lo implica, y su máxima implicancia será explicitar su saber des-suponiéndolo, o sea,
desprendiéndolo del lugar que le tocó en la experiencia. 101 Es a partir de ello que puede
pensarse la enseñanza de los enfermos.
Si el Trieb funda al Psicoanálisis como praxis, qué justifica la intervención de un analista?
Preguntamos por aquello que produce consecuencias, o sea, por aquella intervención del
analista que, por añadidura, al decir de Freud, incida sobre el sujeto. Sabemos que nuestros
pacientes, “padecientes” no están satisfechos con lo que son. No obstante, sabemos que todo lo
que ellos son, lo que viven, aún sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción. Satisfacen algo
que sin duda va en contra de lo que podría satisfacerlos. Sabemos que aquello que satisfacen
por la vía del displacer, es, al fin y al cabo, la ley del placer. Pero, digamos que para una
satisfacción de esta índole, “penan demasiado”.
¿Cuál es aquella posición desde la cual una intervención tenga el estatuto de “tratamiento”,
mediante la palabra, de lo pulsional? ¿Cómo tratar lo real del goce pulsional mediante lo
simbólico?
Hemos dicho que la cura psicoanalítica consiste en la regla fundamental de la asociación libre,
tarea no siempre fácil. Ella está enmarcada en una dirección que sostiene el analista que lleva
adelante una táctica implicada en una estrategia y en una política. Cabe volver a preguntar: qué
nos enseña esta praxis?
¿Que es el comienzo de una psicosis? ¿Acaso una psicosis tiene prehistoria, como una
neurosis?[61] Todo parece indicar que las psicosis no tienen prehistoria. Lo único que se
encuentra es que cuando, en condiciones especiales que deben precisarse, algo aparece en el
mundo exterior que no fue primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente
inerme, incapaz de hacer funcionar la Verneinung con respecto al acontecimiento. Se produce
entonces algo cuya característica es estar absolutamente excluido del compromiso simbolizante
de la neurosis, y que se traduce en otro registro, por una verdadera reacción en cadena a nivel de
lo imaginario, o sea en la contradiagonal del esquema L112.
El complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa en si misma,
está prometida al conflicto y a la ruina. Para que el ser humano pueda establecer la relación más
natural, la del macho a la hembra, es necesario que intervenga un tercero, que sea la imagen de
algo logrado, el modelo de una armonía, no es decir suficiente: hace falta una ley, una cadena,
un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir del padre. No del padre
natural, sino de lo que se llama “el padre”. El orden que impide la colisión y el estallido de la
situación en su conjunto esta fundado en la existencia de ese Nombre-del-Padre. 113
La manera en la que el padre interviene en este momento en la dialéctica edipiana, es
extremadamente importante de considerar en las estructuras freudianas de las psicosis. En tanto
que el Nombre-del-Padre, —el padre en tanto que función simbólica, el padre en el nivel de lo
que ocurre entre mensaje y código, y código y mensaje—, es precisamente Verworfen, es que
no hay eso por lo que el padre interviene como ley de una manera pura y simple, cruda, como
mensaje del “no” sobre el mensaje de la madre al niño. Y, en tanto que totalmente crudo
también, fuente de un código que está más allá de la madre, es que se puede, sobre este
esquema de conducción de los significantes, ver sensible y perfectamente localizable, esto que
ocurre cuando por haber sido solicitado en un desvío vital esencial, a hacer responder el
Nombre-del-Padre en su lugar, es decir ahí donde el psicótico no puede responder porque él
nunca ha advenido allí. Así, el presidente Schreber ve en el lugar surgir muy precisamente esta
estructura realizada por la intervención masiva, real del padre más allá de la madre, pero no
soportada en absoluto por él tanto que promotor de la ley, que hace que él escuche en el punto
máximo, fecundo de su psicosis, ¿qué cosa?: Muy exactamente dos suertes fundamentales de
alucinaciones: comienzos de órdenes, y en ciertos casos incluso verdaderos principios:
“Terminar una cosa cuando se la ha comenzado”, y así a continuación.
Estos mensajes que se presentan esencialmente como puros mensajes, órdenes, u órdenes
interrumpidas, puras fuerzas de inducción en el sujeto, e igualmente perfectamente localizables
por los dos lados disociados, mensaje y código, señalan donde la intervención del discurso del
padre se descompone cuando ese algo es abolido desde el origen.
“¿Eso qué quiere decir? Quiere decir que en el momento en que por la intervención del padre,
habría debido pasar la fase de disolución que concierne a la relación del sujeto con el objeto del
deseo de la madre, es decir al hecho de que la posibilidad para él de identificarse al falo fuese
completamente pasada, cortada en la raíz por el hecho de la intervención interdictiva del padre,
en ese momento es en la estructura de la madre que él encuentra el refuerzo, el soporte, el algo
que hace que esta crisis no pase; a saber, que en el momento ideal, en el tiempo dialéctico en
que la madre debería ser tomada como privada de ese abyecto como tal, es decir que el sujeto
no sepa más literalmente de ese lado a qué santo encomendarse, en ese momento él encuentra
su seguridad en el desencadenamiento de las psicosis. 114
Esto permite formular de un modo distinto la pregunta sobre el origen, en el sentido preciso del
determinismo, o sobre la ocasión de la entrada en las psicosis, lo que a fin de cuentas implica
determinaciones en sentido estricto etiológicas. Como psicoanalistas realizamos la pregunta:
¿qué hace falta para que Eso hable?
Nos interesa, en efecto, uno de los fenómenos más esenciales de las psicosis. El hecho de
expresarlo así está por naturaleza destinado a descartar los falsos problemas, a saber los que se
suscitan diciendo que, en las psicosis, “el eso” está consciente. Cada vez más prescindimos de
esta referencia, de la que el propio Freud dijo siempre que, literalmente, no sabía donde
ponerla. Desde el punto de vista económico, nada es más dudoso que su incidencia: es algo
totalmente contingente. Por tanto, nos colocamos en la tradición freudiana diciendo que,
después de todo, lo único que tenemos que pensar, es que “eso” habla.
Este fenómeno que para Freud es la señal de la entrada en las psicosis, puede cobrar para
nosotros, todo tipo de significaciones, pero sólo puede ser colocado en el campo imaginario. Se
vincula con el cortocircuito en la relación afectiva, que hace del otro un ser de puro deseo, el
cual sólo puede ser, en consecuencia, en el registro del imaginario humano, un ser de pura
interdestrucción. Hay en esto una relación puramente dual, que es la fuente más radical del
registro mismo de la agresividad. A Freud, por cierto, no se le escapó, pero lo comentó en el
registro homosexual. Este texto nos proporciona mil pruebas de lo que afirmamos, y esto es
perfectamente coherente con nuestra definición de la fuente de la agresividad, y su surgimiento
cuando se cortocircuita la relación triangular, edípica, cuando queda reducida a su
simplificación dual.
Observemos ese momento crucial con cuidado, y se podrá distinguir este paso en toda entrada
en las psicosis: es el momento en que desde el otro como tal, desde el campo del Otro, llega el
llamado de un significante esencial que no puede ser aceptado.
Jacques Lacan, en una de sus presentaciones de enfermos mostró a un antillano, cuya historia
familiar evidenciaba la problemática del ancestro original. Era el Francés que había ido a
instalarse allá, una especie de pionero, que había tenido una vida extraordinariamente heroica,
con altibajos extraordinarios de fortuna, y que se había convertido en el ideal de toda la familia.
“Nuestro antillano, muy desarraigado en la región de Detroit donde llevaba una vida de
artesano pudiente, se descubre un día en posesión de una mujer que le anuncia que va a tener un
hijo. No sabe si es suyo o no, pero en todo caso, al cabo de pocos días se declaran sus primeras
alucinaciones. Apenas le han anunciado “tú vas a ser padre”, aparece un personaje diciéndole
“tú eres Santo Tomás”. Debe haber sido, creo, Santo Tomás el dubitativo, y no Santo Tomás de
Aquino. Las anunciaciones que siguen no dejan lugar a duda: provienen de Elizabeth, a quien
se le anunció ya tarde en su vida que iba a concebir un hijo.
El caso demuestra muy bien la conexión del registro de la paternidad con la eclosión de
revelaciones, de anunciaciones que se refieren a la generación, a saber, a lo que precisamente el
sujeto, literalmente, no puede concebir, y no empleo esa palabra por casualidad. La pregunta
por la generación, término de especulación alquímica, está siempre a punto de surgir como una
respuesta de rodeo, “un intento de reconstituir lo que no es aceptable para el sujeto psicótico,
para el ego cuyo poder es invocado sin que él pueda, hablando estrictamente, responder” 115
A cada instante, en los análisis concretos de los psicóticos, encontramos esas diabluras, esas
trompetillas del significante, donde se producen entrecruzamiento singulares de homonimias
extrañas llegadas de todos los puntos del horizonte, y que parecen dar una unidad, por lo demás a
veces inasible, tanto al conjunto del destino como a los síntomas del sujeto. Cuando se trata del
momento de entrada en las psicosis es cuando, sin duda, menos que nunca conviene retroceder
ante esta investigación respecto del inicio.
Esto nos obliga volver a una encrucijada clásica que plantea el psicoanálisis freudiano desde
sus orígenes: la función del deseo. La relación de deseo se concibe, en un primer abordaje,
como esencialmente imaginaria. En las psicosis, veremos que las cosas son un poco diferentes.
Seguramente aquí también la angustia no es otra cosa que el signo de la pérdida para el yo de
toda referencia posible. Pero la fuente de donde nace la angustia es aquí endógena: es el lugar
de donde puede surgir el deseo del sujeto, es su deseo para el psicótico la fuente privilegiada de
toda angustia116.
Pero detengámonos más bien para preguntarnos si las leyes que hacen interesantes determinada
cantidad de significaciones para los seres humanos son tan sólo leyes biológicas. ¿Cuál es, en
eso, la parte que le toca al significante?
Todo lo que circula en nuestra literatura, los principios fundamentales sobre lo que estamos de
acuerdo, lo implica: para que haya realidad, para que el acceso a la realidad sea suficiente, para
que el sentimiento de realidad sea un justo guía, para que la realidad no sea lo que es en las
psicosis, es necesario que el complejo de Edipo haya sido vivido. Sin embargo solo podemos
articular este complejo, su cristalización triangular, sus diversas modalidades y consecuencias,
su crisis terminal, llamada su declinar, sancionada por la introducción del sujeto en una nueva
dimensión, en la medida en que el sujeto es a la vez él mismo, y los otros dos participantes. El
término de identificación que se usa a cada momento, no significa otra cosa. Hay allí pues
intersubjetividad y organización dialéctica. El campo que delimitamos con el nombre de Edipo
tiene una estructura simbólica.
El día y la noche, el hombre y la mujer, la paz y la guerra; podría enumerar todavía otras
oposiciones que no se desprenden del mundo real, pero le dan su armazón, sus ejes, su
estructura, lo organizan, hacen que, en efecto, haya para el hombre una realidad, y que no se
pierda en ella.
La noción de realidad tal como la hacemos intervenir en el análisis, supone esa trama, esas
nervaduras de significantes. Esta implícito continuamente en el discurso analítico, más nunca
aislado en cuanto tal. Esto podría no tener inconvenientes, pero los tiene, por ejemplo, en lo que
se escribe sobre las psicosis.
Tratándose de las psicosis, se ponen en juego los mismos mecanismos de atracción, de
repulsión, de conflicto que en el caso de las neurosis, pero los resultados son fenomenológicos
y psicopatológicamente diferentes, por no decir opuestos. Por eso es necesario detenerse en la
existencia de la estructura del significante en cuanto tal, tal como existe en las psicosis.
Retomo las cosas por el comienzo, y diciendo lo mínimo podemos expresar: ya que
distinguimos significante y significado, debemos admitir la posibilidad de que las psicosis no
atañe tan solo a lo que se manifiesta a nivel de las significaciones, de su proliferación, de su
laberinto, donde el sujeto estaría perdido, incluso detenido en una fijación, sino que está
vinculada esencialmente con algo que se sitúa a nivel de las relaciones del sujeto con el
significante.
“Antes de hacer el diagnóstico de psicosis debemos exigir la presencia de estos trastornos” 117.
Esta presencia del significante en lo real construye la aparición de un significante nuevo, con
todas las resonancias que supone hasta en lo más íntimo de las conductas y los pensamientos, la
aparición de un registro como, por ejemplo, el de una nueva religión —en el delirio psicótico—,
no es algo que podamos manipular fácilmente, la experiencia lo prueba. Hay viraje de
significaciones, cambio del sentimiento común, de las relaciones socialmente condicionadas,
pero hay también todo tipo de fenómenos, llamados reveladores, que pueden aparecer de un
modo asaz perturbador como para que los términos que utilizamos para las psicosis no sean en
absoluto inapropiados. La aparición de una nueva estructura en las relaciones entre los
significantes de base, la creación de un nuevo término en el orden del significante, tiene un
carácter devastador.
Formulamos simplemente de manera clara lo que está implícito en nuestro discurso cuando
hablamos de complejo de Edipo. No existe neurosis sin Edipo. Admitimos sin problemas que
en una psicosis algo no funcionó, que esencialmente algo no se completó en el Edipo. Y el
Edipo es cuestión de la pregunta por el ser.
No hay pregunta para un sujeto sin que haya otro a quien se la haya hecho. “Alguien me decía
recientemente en un análisis: A fin de cuentas, no tengo nada que pedirle a nadie. Era una
confesión triste. Le hice notar que en todo caso, si tenía algo que pedir era forzoso que se lo
pidiese a alguien. Es la otra cara de la misma pregunta. Si nos metemos bien esta relación en la
cabeza, no parecerá extravagante que diga que también es posible que la pregunta se haya
hecho primero, que no sea el sujeto quien la haya hecho. Como mostré en mis presentaciones
de enfermos, lo que ocurre en la entrada en las psicosis es de este orden”. (Lacan) 118
Un mínimo de sensibilidad que nos ha dado nuestro oficio, permite palpar algo que siempre se
vuelve a encontrar en lo que se llama la pre-psicosis, a saber, la sensación que tiene el sujeto de
haber llegado al borde del agujero. Esto debe tomarse al pie de la letra. No se trata de
comprender que ocurre ahí donde no estamos. No se trata de fenomenología. Se trata de
concebir, no de imaginar, qué sucede para un sujeto cuando la pregunta viene de allí donde no
hay significante, cuando el agujero, la falta, se hace sentir en cuanto tal.
Esto puede provocar bastantes conflictos, pero, esencialmente, no se trata de las constelaciones
conflictivas que se explican en la neurosis por una descompensación significativa. En las
psicosis el significante está en causa, y como el significante nunca esta solo, como siempre
forma algo coherente —es la significancia misma del significante—la falta de un significante
lleva necesariamente al sujeto a poner en tela de juicio el conjunto del significante.
Esta es la clave fundamental del problema de la entrada en las psicosis, de la sucesión de sus
etapas, y de su significación.
Katan, por ejemplo, formula que la alucinación es un modo de defensa igual a los otros. Se
percata, sin embargo, que hay allí fenómenos muy próximos, pero que difieren: la certeza de las
significaciones sin contenido, que simplemente puede llamarse interpretación, difiere en efecto
de la alucinación propiamente dicha. Explica a ambas mediante mecanismos destinados a
proteger al sujeto, que operan de modo distinto a como lo hacen en las neurosis. En las
neurosis, la significación desaparece por un tiempo, eclipsada, y va a anidar en otro lado;
mientras que la realidad aguanta bien el golpe. Defensas como éstas no son suficientes en el
caso de las psicosis, y lo que debe proteger al sujeto aparece en lo real, desde lo exterior . “El
psicótico coloca fuera lo que puede conmover la pulsión que hay que enfrentar”. 119
“Es como intervención sobre el sujeto de eso que tan al ras de tierra como sea posible que
nosotros intervenimos”122.
Indudablemente presta su significante, su nombre de psicoanalista y también su presencia, o
sea, su capacidad de soportar la transferencia delirante. 123 En todos los casos, por más diversas
que sean sus maniobras, jamás podrán apuntar a otra cosa que a diferir la inminencia del
encuentro fatídico y aniquilante del sujeto, mediante la interposición de una elaboración
simbólica. Si el sujeto psicótico es presa de fenómenos de goce que surgen por fuera del
desfiladero de la cadena significante, a cielo abierto, en lo real, se tratará de obtener un influjo
de lo simbólico sobre lo real. El goce no va a ser revelado en la arquitectura significante del
síntoma: tendrá que ser refrenado. No se tratará de la construcción del fantasma, sino de la
barrera al goce que se puede escribir como // a.
La posición del analista vacilará entre el silencio de abstención cada vez que es solicitado como
el Otro primordial que tiene todas las respuestas —negativa a predicar su ser—, y el de
significante que funcionará como elemento simbólico que a falta de ley paterna puede construir
una barrera al goce. Se apuntala así la posición del propio sujeto que no tiene más solución que
tomar él mismo a su cargo la regulación del goce. En ese sentido, el lazo analítico puede ser
estabilizador, si el analista se ofrece como testigo, secretario, destinatario y garante de ese
nuevo orden del universo.
El sujeto psicótico encarna el deseo sin ley del capricho materno. Falta la instancia que
normalice este deseo. El goce Otro es posible y él se encarga de hacer existir al Otro
aportándole el objeto para el goce, entrega su cuerpo para hacer consistir al Otro como
absoluto.
El psicótico habla de algo que le habló, algo que adquirió forma de palabra y le habla. El se
convierte en el lugar de testimonio de ese ser que le habla al sujeto. Cabe preguntar: ¿Cuál es la
estructura de este ser que habla? ¿Cuál es esa parte, en el sujeto, que habla? Sabemos que el
inconsciente es algo que habla en el sujeto, más allá del sujeto, e incluso cuando el sujeto no lo
sabe y dice más de lo que supone. El análisis muestra que en las psicosis “eso” es lo que
habla 124.
En la clínica de las psicosis es necesario reivindicar el lugar del sujeto, ofertarle una oportunidad
justifica la intervención de un analista. El término “reivindicar” se ha utilizado en sentido
jurídico: según Enciclopedia jurídica Omeba: “ recuperar uno lo que por razón de dominio, cuasi
dominio y otro motivo, le pertenece”125.
La ética del psicoanálisis se sostiene en una lógica inherente a la experiencia analítica. Es desde
ella, únicamente, que puede pensarse la posición del analista, ante la cual no debe retroceder: “un
tratamiento posible” no es “un tratamiento cualquiera”, no determinado, no definido, i-
responsable, en el sentido contrario al uso de los términos “responsable”, “determinado” y
“definido”. 126
¿Qué espera un psicótico de un analista?
Es una pregunta que confronta a tener que dar razones de hasta qué punto la experiencia
analítica puede o no ofrecer “algo” al psicótico . También es válido preguntar: ¿qué
puede esperar un psicoanalista del psicótico?, ¿Un abonado del inconsciente, puede ofertarle
“algo” a un desabonado del inconsciente?
Un psicoanalista adviene a su posición a través de su experiencia: no hay ningún significante
que diga del ser del sujeto en el campo del Otro. Es solamente desde este lugar que puede estar
al servicio del psicótico que se ocupa de dar testimoniar sobre la existencia del sujeto.
Precisamente tiene su oportunidad en el punto donde se comprueba la imposible existencia del
Otro. Orientándonos sobre esa imposibilidad, hay, quizás, una oportunidad para el sujeto. Y, de
ello se trata la ética de la intervención.
La psicosis radica en su condición esencial en la recusación (forclusión) del Nombre-del-Padre
en el lugar del Otro y el fracaso de la metáfora paterna. Consecuencia de ello es que la relación
del significante al significante esté interrumpida. Esto nos introduce, en la concepción que, en
este tratamiento, hay que formarse de la maniobra de la transferencia. A través de una “prudente
y oportuna” intervención puede abrirse la posibilidad para la operación denominada “maniobra
de transferencia” por la cual se articula el pasaje de “sujeto de goce” al de “sujeto acotado por el
significante”. Operación que Lacan ha denominado “giro al inconsciente” o “transferencia de
fondos de goce”. Se tratará de la instalación de una ortopedia a la falla simbólica, de la
construcción de una sutura del agujero simbólico y quizás del advenimiento de una suplencia, a
partir de la cual se producirá la posibilidad de reconstrucción de un “como sí” de lazo social y de
un reordenamiento imaginario pacificante. Allí se instala el trabajo de las psicosis. No se trata de
la transferencia como re-edición sino de una transferencia de valor, del goce encarnado al
significante.
Lacan se interesa en las psicosis precisamente por su encuentro con el saber del que da
testimonio el psicótico. Esto le permite no considerar a las psicosis en los términos de déficit
sino orientarse en lo que es la estructura en la que el sujeto se aloja y toma su lugar. Desde allí,
entonces, puede un psicoanalista interrogarse sobre cual es el lugar que puede ocupar. Por cierto,
no podrá ocupar otro que aquél definido por el dispositivo analítico, en donde el matema del
discurso analítico se mantiene, pero en donde el analista como semblante de objeto opere como
condensador de goce. Y con esta consideración no hacemos más que tener presente la
concepción freudiana de la transferencia ofrecida en 1912.
Decir que un sujeto está fuera de discurso es decir que el sujeto está desabonado del
inconsciente, de ese mito edípico que es la ley que hace obedecer el goce a la castración. Esto
implica que la relación del sujeto psicótico con el lenguaje es la de un rechazo del inconsciente,
pero es este rechazo mismo el que sitúa la estructura del sujeto (sujeto de goce). ¿Entonces,
cómo plantear su introducción en el funcionamiento de un dispositivo como el analítico?
Es preciso tener en cuenta la cuestión preliminar por la cual se desprende que en las psicosis se
trata de un saber conectado al goce. El saber está ahí disponible, no es un saber supuesto, es un
saber que no pide nada a nadie puesto que el sujeto se sostiene en la certeza. El sujeto no es
supuesto, está ahí en lo real . Por eso es que vale la interrogación respecto de la “espera de un
psicoanalista”, expresión que ha de tomarse en el doble sentido: a. — qué puede esperar un
psicótico de un psicoanalista; b. — qué puede esperar un psicoanalista de un psicótico.
La función estabilizadora del delirio, no por haber mitigado el horror, conlleva una menor
certeza de ese saber. El inconsciente está ahí, a cielo abierto, pero no funciona. Hay un saber
constituido por lo cual no reclama a un sujeto supuesto al saber, pero presenta la paradoja de
necesitar y hasta de imponer, un testimonio de su certeza.
Es una constatación clínica frecuente que el sujeto psicótico trata de crearse una nueva ley, un
nuevo orden del universo, que él tendría la misión de sostener, colocándose en la posición de
ser su garante, sosteniendo el Todo, ubicándose él como objeto que falta a este Todo. El lazo
analítico puede ser estabilizador, si el analista se ofrece como testigo, destinatario, secretario y
garantede la construcción de ese nuevo orden del universo.
Respecto de la presencia del analista debemos recordar que Sigmund Freud y Jacques Lacan
nos han enseñado sobre aquello imposible de ahorrar en un análisis: la presencia del analista
aportando la dimensión de Otredad, situación que lleva implícita el sostenimiento de la
transferencia.
No podemos pasar por alto la advertencia freudiana respecto de la dificultad que acarrea el
aportar esa presencia. (El máximo peligro a evitar es la erotomanía de transferencia). No se
trata de una presencia física de civilidad pueril y honesta, no hay que confundir la necesidad
física de la presencia con aquello que hace a la competencia de la presencia del analista,
justamente la mencionada dimensión de Otredad, dicho de otro modo, la posición del analista, y
situarla es una cuestión de ética necesaria para que una práctica sea precisamente
psicoanalítica.
Sabemos que “el analista también debe pagar” 127:
Pagar con palabras, sin duda, si la transmutación que sufren por la operación analítica las
eleva a su efecto de interpretación;
Pagar con su persona, en cuanto que, diga lo que diga, la presta como soporte a los
fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia;
Pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que
va al corazón del ser (Kern unseres Wesen, escribe Freud)
Y, estos pagos, en tanto que analista, son el punto principal del cual se sostiene su posición,
sostenida por una política, en la cual hace mejor en ubicarse por su falta en ser que por ser. Su
acción sobre el paciente se le escapa junto con la idea que se hace de ella, si no vuelve a tomar su
punto de partida en aquello por lo cual ésta es posible: revisar la estructura por donde toda acción
interviene en la realidad. Será entonces necesario que el analista, para ofrecer su presencia, y que
ésta no sea mera, trabaje en el sentido de saber desmontar la relojería de la relación del sujeto al
Otro, tal como lo implica el inconsciente en tanto su estructura radical de lenguaje.
Si el analista otorga su presencia física, sin interrogarse por su lugar, será solamente eso: una
presencia fácticamente física y entonces no habrá otra resistencia al análisis sino la del analista
mismo. Su lugar no es producto de una mántica, sino de una ética en donde simplemente hay
que reconocer que la falta en ser del sujeto es el corazón de la experiencia psicoanalítica. Y, por
ello, es que nos hemos preguntado: ¿qué es aquello que puede un psicoanalista ofertar a un
psicótico?
Recordemos una de las enseñanzas de Lacan: “Se observará que el analista da su presencia,
pero creo que ésta no es en primer lugar sino la implicación de su acción de escuchar, y que
ésta no es sino la condición de la palabra. En efecto, por qué exigiría la técnica que la haga tan
discreta si no fuese así? . Es más tarde cuando su presencia será notada. Por lo demás, el
sentimiento más agudo de su presencia está ligado a un momento en que el sujeto no puede sino
callarse”128
El analista oferta su presencia, con oferta crea demanda, y esta debe ser responsable de su
posición, para que una dirección de la cura sea posible.
En el caso de la clínica de las psicosis, esa presencia abrirá la línea del “se dirige hacia
nosotros” que permitirá un acotamiento al goce transexualista y al empuje-a-la-mujer. Cuidar
que la presencia sea aportada desde un lugar conveniente en cuanto a la estructura de las
psicosis será una responsabilidad indeclinable del analista, pues un lugar erróneo para esa
presencia puede ocupar la plaza de Un-padre y provocar un desencadenamiento o una mayor
desestabilización (cuadros de excitación psicomotriz, pasajes al acto, entre otros). El analista
ofrece su presencia para que el sujeto no se precipite en el desposeimiento de la relación con el
Otro. El analista, entonces, servirá de relevo al Otro, en tanto que sepa orientarse por su falta en
ser, es decir, no ocupar la plaza del Otro de todas-las-respuestas. En la maniobra de la
transferencia el analista deberá intentar sostener la operatividad de la cura absteniéndose de dar
respuesta cuando en la relación dual se lo llama a suplir, por medio de su decir, el vacío de la
forclusión y a llenar este vacío con sus imperativos. Sólo a este precio se evita la erotomanía de
transferencia. Es lo que denomino “la vacilación calculada de la implicación forzosa del
analista” que se juega en la alternativa de una presencia de silencioso testigo y un
apuntalamiento del límite. “Implicación forzosa —si no quiere ser el otro perseguidor— entre
la posición de testigo que oye y no puede más y el significante ideal que viene a suplir lo que
Lacan escribe como Po (P sub-cero) en su esquema I”. La maniobra de la transferencia
permitirá, si el analista logra ser tomado como presencia destinataria, un movimiento de
báscula de la palabra hacia la presencia del oyente, de ese testigo que es el analista.
Esta presencia debe estar articulada al lugar que el discurso analítico le asigna, la de ser de
semblante, que en el caso de las psicosis funcionará como condensador de goce produciendo su
acotamiento.
La presencia del analista estará enmarcada por el objetivo del cual se trata, o sea, la
estabilización de una psicosis bajo transferencia. Será cuestión de tener presente la estructura y
los componentes de esta estabilización y discernir lo que la condiciona en la acción analítica.
El paciente se dirige a un analista más allá del cual está, para él, el nombre del analista (es con
A mayúscula). La demanda de un psicótico, cuando se establece, está connotada por la nota
delirante y por una relación con respecto a ese Otro único que permanecerá largo tiempo en el
horizonte del análisis. Pero se desprende poco a poco otra demanda que, por su parte es un
pedido de socorro, patético”129
La totalidad de este desarrollo consiste en mostrar que el fenómeno principal de la transferencia
surge de lo que llamaría “el fondo estructural de las psicosis”. La maniobra de la transferencia
permitirá, si el analista logra ser tomado como presencia destinataria, un movimiento de
báscula de la palabra hacia la presencia del oyente, de ese testigo que es el analista.
Función testigo
Para considerar el estatuto de la intervención testigo deberemos tener en cuenta que el psicótico
es testigo de la negación de la castración de la madre, es testigo del Otro (entre códigos y
mensajes), es buen testigo de su estructura, sufre la falta de testigo que imposibilita el
reconocimiento en la imagen especular. En suma, podría decirse, el psicótico es un mártir del
inconsciente. Se trata de un testimonio abierto. El neurótico también es un testigo de la
existencia del inconsciente, da un testimonio encubierto que hay que descifrar. El psicótico es,
en una primera aproximación, testigo abierto, parece fijado, inmovilizado, en una posición que
lo deja incapacitado para restaurar auténticamente el sentido de aquello de lo que da fe, y de
compartirlo en el discurso de los otros.
En el trabajo con pacientes psicóticos comprobamos el lugar que ocupa la “invención”, por
ejemplo, la invención delirante. Con ella nos hace testigo de la incontinencia de que da pruebas
cierto trabajo de su psicosis. Testigo invocado de la sinceridad del sujeto, depositario del acta
de su discurso, referencia de su exactitud, fiador de su rectitud, guardián de su testamento,
escribano de sus codicilos, “el analista tiene algo de escriba”.
El psicótico es buen testigo de su estructura y el analista se oferta de relevo para que encuentre un
lugar para dar su testimonio. En este sentido el analista es también secretario, destinatario y
garante.
Nos ha resultado muy conveniente guiarnos por la acepción del término testigo, para desde allí
realizar alguna consideración al respecto del lugar del analista como testigo en las psicosis y de
su estatuto de intervención. Testigo, según Diccionario de la Real Academia Española, entre
otras acepciones significa: “persona que atestigua una cosa o da testimonio de ella”; “ hito o
mojón de...” Lo cual nos ha provocado la curiosidad de seguir trabajando con el diccionario y
buscar las acepciones de la palabra “Testimonio”: “instrumento autorizado en el que se da fe de
un hecho”.
Si el analista se oferta como relevo, siendo testigo del testimonio del psicótico, la intervención
ayudará a la apertura de la dirección “se dirige a nosotros”, disminuyendo la dirección “ama a
su mujer”, lo cual permitirá un apaciguamiento y una posible estabilización por una regulación
de la mortificación del goce.
Realizaremos la siguiente puntuación que nos parece necesaria tener siempre presente. En las
psicosis está en juego:
3. Un buen testigo de su estructura. Por el lado de los estudios realizados sobre Schreber,
sabemos que había redactado el documento en una época en que su psicosis estaba lo bastante
avanzada y estabilizada. A raíz de esto, admito ciertas reservas, legítimas, puesto que se nos
escapa algo que podemos suponer más primitivo, anterior, originario: la vivencia, la
famosavivencia inefable e incomunicable de las psicosis en su período primario o fecundo.
Por ello, el análisis del delirio nos depara la relación fundamental del sujeto con el registro en
que se organizan y despliegan todas las manifestaciones del inconsciente. Quizás, incluso, nos
dará cuenta, si no del mecanismo último de las psicosis, al menos de la relación subjetiva con el
orden simbólico que entraña132. Quizá podremos palpar cómo, en el curso de la evolución de las
psicosis, el sujeto se sitúa con relación al conjunto del orden simbólico, orden original, medio
distinto del medio real y de la dimensión imaginaria, con el cual el hombre siempre tiene que
vérselas, y que es constitutivo de la realidad humana.
Al igual que todo discurso, un delirio ha de ser juzgado en primer lugar como un campo de
significación que ha organizado cierto significante, de modo que la primera regla de un buen
interrogatorio, y de una buena investigación de las psicosis, podría ser la de dejar hablar el
mayor tiempo posible. Luego, nos podemos hacer una idea de la noción de fenómeno
elemental, las distinciones de las alucinaciones, los trastornos de la percepción, de la atención,
de cómo los diversos niveles en el orden de las facultades han contribuido, sin duda alguna, a
oscurecer nuestra relación con los delirantes.
Lo notable es que Schreber es un discípulo de la Aufklärung, es incluso uno de sus últimos
florones, pasó su infancia en una familia donde la religión no contaba, nos da la lista de sus
lecturas: todo ello le sirve como prueba de la seriedad de lo que experimenta. Después de todo,
no entra en discusiones para saber si se equivocó o no, dice: “Es así. Es un hecho del que he
tenido las pruebas más directas, sólo puede ser Dios, si la palabra tiene algún sentido. Hasta
entonces nunca había tomado en serio esa palabra, y a partir del momento en que experimenté
estas cosas, hice la experiencia de Dios. La experiencia no es la garantía de Dios, Dios es la
garantía de mi experiencia. Yo les hablo de Dios, tengo que haberlo sacado de algún lado, y
como no lo saque del cúmulo de mis prejuicios de infancia, mi experiencia es verdadera”. En
este punto es muy fino. No sólo es, en suma, un buen testigo, sino que no comete abusos
teológicos. Está, además, bien informado.
Limitativa, que intenta hacer de prótesis a la prohibición faltante, que consiste en decir “no”,
en poner un obstáculo cuando el sujeto parece cautivado por la tentación del acto demandado
por el Otro gozador;
Positiva: que consiste en sostener proyectos sublimatorios, proyectos que habiliten un
destino, aunque la actividad sea aparentemente sin importancia social, es importante en el
metabolismo del goce.
Imaginarios de seguridad: Se denomina de este modo toda construcción imaginaria que le
permite al sujeto una regulación del horror frente al abismo del vacío de significantes. Esta
solución consiste en tapar la cosa mediante una ficción colgada de un significante ideal que
brinda la clave de muchas sedaciones. Son efectos de la regencia restaurada de una
significación ideal que permite al sujeto la posibilidad de deslizarse bajo el significante que le
da sostén a su mundo. Por ejemplo, para un paciente, “el cielo es su protector, si duerme bajo el
cielo toda andará bien” y entonces, había decidido dormir en las plazas públicas, lugar donde lo
encuentra la policía e indica el traslado al hospital. Durante los primeros días de internación,
debió enfrentarse a dormir en la sala, lo cual le producía un acceso de agitación vespertina que
duraba toda la noche. Fue en este lapso que el paciente construye un imaginario de seguridad:
dormir en una cama puesta debajo de la ventana abierta para así poder estar “bajo el cielo que
protegerá su dormir”. Este tipo de estabilizaciones producidas por la creación de imaginarios de
seguridad son precarias, a menos que estén articuladas con otro tipo de reordenamiento desde lo
simbólico, pero no por ello desechables.
Otro modo de intervención es la decisiva: se trata de la provocación de un viraje en la
relación transferencial tanto como en la elaboración de la cura y que consiste en acoger la
construcción del delirio. A partir de ese momento es posible la reconstrucción del sujeto, al
borde del agujero en lo simbólico 136.
El analista ocupa el lugar de guardián de los límites del goce, sin los cuales, lo que hay es el
horror absoluto. En este sentido el analista hace de barrera al goce y de esta manera el analista
no hace otra cosa que apuntalar la posición del propio sujeto, tema central respecto de la ética
de la intervención.
En una fórmula sencilla, consideramos que “estas intervenciones podrían reducirse a una
formulación mínima: NO y SI137. El NO quedaría situado como respuesta del analista al goce
del Otro que irrumpe en el cuerpo o la mente. Se trata de intervenciones que se producen casi
todas en el momento en que el sujeto se encuentra frente a la inminencia del pasaje al acto. En
cada caso hay un objeto que está positivizado, invadiendo el cuerpo como goce. Las
intervenciones instalan un NO respecto de ese goce, introduciendo la función de la barra entre
significante y significado, producen un vacío, negativizan el objeto que estaba positivizado.
Introducen un punto cero, y de ese modo separan cuerpo y goce, lo imaginario de lo real. El SI
como una respuesta frente a la posibilidad de localización de un goce propio del sujeto. Es a
partir de esta extracción de goce que el sujeto podrá recortar un S1, “el modelo del progreso”,
del enjambre significante, cerrando por el momento un conjunto que a partir de entonces tiene
un límite. El corte entre lo imaginario del cuerpo y lo real del goce introduce la posibilidad de
una solución en la que interviene el registro simbólico. Las intervenciones apuntan a afirmar la
posibilidad de localización del goce (la cual en todos los casos es una vía producida
contingentemente por el sujeto psicótico y en ningún caso por el analista). Estas fueron posibles
en los momentos en los cuales, por el mismo hecho de la localización del goce, el sentido no se
presentaba como absoluto. En estos momentos se despejaban en la estructura puntos que
quedan por fuera del sentido gozado como goce del Otro.
Consideramos que, sobre el tratamiento de las psicosis, se trata más bien de una maniobra de
transferencia orientada a la temperancia del goce. El analista en esa posición de objeto a es
donde desempeñará una función de condensador de goce, efectuándose un giro al inconsciente
que el sujeto psicótico retira de sus fondos del goce. En otros términos, la parte del goce que se
presta a ello se simboliza. Se trata de un desplazamiento de lo real del goce en lo simbólico.
Función secretario
Función garante
Llamaremos así a todo tipo de trabajo de las psicosis que permita al sujeto un modo de tratar
los retornos de lo real, de operar conversiones, de civilizar al goce haciéndolo soportable.
Las más estabilizantes dentro de las observables son las que resultan de la construcción de un
simbólico de suplencia consistente en construir “una ficción distinta de la ficción edípica”149 y en
conducirla hasta un punto de estabilización. Las más de las veces éste se obtiene mediante lo que
Lacan consideró en una época como una metáfora de suplencia: la metáfora delirante, por la
cual se crea un nuevo orden del universo, curativo de los desórdenes del goce cuya experiencia
el sujeto psicótico padece. Donde el Nombre-del-Padre forcluido no promueve la significación
fálica, aparece una significación de suplencia con la ventaja de que el goce, desde ese momento
consentido, se localiza, produciendo reordenamientos en lo simbólico, lo imaginario y lo real.
En muchos casos funciona una solución consistente en tapar la cosa mediante una ficción
colgada de un significante ideal, pero que no requiere la inventiva delirante del sujeto. Son
efectos de la regencia restaurada de una significación ideal, significación que vuelve a dar al
sujeto la posibilidad de deslizarse bajo el significante que daba sostén a su mundo. En general no
son el resultado de un trabajo del sujeto sino que, más frecuentemente, son el efecto de
una tyché, de un encuentro que viene a corregir el de la pérdida desencadenante. En estos casos
el sujeto no inventa sino que toma prestado del Otro —casi siempre materno— un significante
que le permite, al menos por un tiempo, tapar, mediante un ser de pura conformidad, el ser
inmundo que él tiene la certeza de ser. Son de este tipo las estabilizaciones que ofrece la
religión.
Otras intervenciones estabilizantes tienen relación con civilizar la cosa por lo simbólico, es la
senda de ciertas sublimaciones creacionistas que proceden por la construcción de un nuevo
simbólico que cumplen una función homogénea al delirio. Es el caso de los psicóticos que
hacen suplencia a través de la ciencia, la producción de escritos literarios, filosóficos, etc. Estas
elaboraciones simbólicas pertenecen a lo que se ha llamado el “bien-pensar”, que logran
compensar la carencia de la significación fálica.
Existen otros tipos de soluciones que no recurren a lo simbólico sino que proceden de una
operación real sobre lo real del goce no apresado en las redes del lenguaje. Así sucede con la
obra pictórica, o las esculturas, por ejemplo, que produce un objeto nuevo en el que se deposita
un goce que de este modo se transforma hasta volverse estético, mientras que el objeto
producido se impone como real. Se puede considerar que este tipo de tratamiento de lo real por
lo real, tiene el límite propio al no tener otro futuro que su repetición. Se trata de un “bine-
inventar” que podemos llamar “artesanado”.
En la misma línea de tratamiento de lo real por lo real, si bien no podemos hacer una apología
de ello, ni creemos sea recomendable, están las estabilizaciones producidas por los pasajes al
acto,auto y hétero-mutiladores. Por ejemplo, podemos considerar a Van Gogh, quien, a punto
de alumbrar una de sus obras maestras, corta en carne viva su cuerpo, para convertirse en el
hombre de la oreja cortada. Esta oreja menos realiza en acto, a título casi de suplencia, el efecto
capital de lo simbólico.150
Intervención del analista: “No, lo que sale por el ano queda afuera”. (Intervención
limitativa). Única intervención del analista seguida del corte de la “visita-sesión”. El
corte se vuelve un instrumento para separar al sujeto de su goce.
Un significante nuevo: En una próxima entrevista comenta: “se sabe que soy maliato
porque hablo con Usted Xiato, si Xiato está yo le hablo, es todo secreto, las voces se
callan cuando le hablo, yo le cuento por eso soy maliato”. (Los subrayados muestran
la consonancia homofónica).
Primera intervención del analista: ofrece su presencia testigo, ofrece su nombre como
significante.
Segunda Posición subjetiva: significación del analista, se abre el “ser dirige hacia
nosotros” a través de un fort-da con la mirada.
Segunda intervención del analista: limitativa, señalando un agujero del cuerpo. Opera
el No haciendo de prótesis a la prohibición que falta por estructura.
Cuarta posición subjetiva: “soy el maliato porque hablo con Usted Xiato, yo le cuento
por eso soy el maliato”. No es un significante que representa a un sujeto para otro
significante. Se ha producido un viraje, desde la respuesta alucinatoria en lo real
(objeto voz) a una articulación significante –el Dr. Xiato ¿está?- , pregunta que si bien
está sujeta a la certeza del paciente, en tanto psicótico, posibilita una exterioridad y
una posibilidad de nombrarse: “Maliato”, que al no producirse la definición significante,
requiere del armado de un circuito en lo real: camina trazando un circuito de ida y
vuelta, en donde “le cuenta”, al analista que ocupa la plaza de garante y le posibilita
hacer la cuenta con él.
Freud insistió en sus reservas con relación al análisis de psicóticos y Lacan en su prudencia:
para los neuróticos hay una dirección de la cura y para los psicóticos “un tratamiento posible”.
Son varias las veces que a lo largo de la producción freudiana se contraindica el método
psicoanalítico en el tratamiento de las psicosis. Pero, en la Presentación autobiográfica (1925)
al final del capítulo V abre una esperanza:
El estudio analítico de las psicosis parece excluido por falta de perspectivas terapéuticas de semejante empeño. Al enfermo
mental le falta en general la capacidad para la transferencia positiva, lo cual vuelve inaplicable el principal recurso de la
técnica analítica. Empero, se ofrecen numerosas vías de acceso. A menudo la transferencia no está ausente de manera tan
completa que no se pueda avanzar cierto tramo con ella, en las depresiones psíquicas, la alteración paranoica leve, la
esquizofrenia parcial, se han obtenido indudables éxitos con el análisis […] Es verdad que en el presente no todo saber se
transpone en poder terapéutico, pero aún la mera ganancia teórica no debe ser tenida en menos, y cabe aguardar con
confianza su aplicación práctica[64].
el pedido de TRATAMIENTO
La consulta es realizada por una hermana quién solicita tratamiento pues “la oligofrenia ha
llevado a lo peor a la paciente. Está todo el día en cama, alcoholizada, no come ni habla, solo se
levanta para buscar dentro de la casa alguna bebida, alcohol o perfume. Se pone furiosa si
tratamos de impedir estos actos o si no encuentra alcohol. Vocifera, rompe cosas, patea paredes
y puertas, por lo cual se le facilitan botellas de whisky, que es lo preferido. Eso no es vida y así
se va a morir pronto. Tengo mucha tristeza”.
Son muchos hermanos, dieciséis en total, todos están casados, la paciente es la única soltera.
Hay cuatro pares de mellizos, y en total han sido diez varones y seis mujeres. Hay cuatro
hermanos varones fallecidos, “uno se suicidó, otro se electrocutó, y dos murieron en accidentes
automovilísticos”. Respecto de las mujeres “las otras cinco somos normales, pero muy
nerviosas”. El hermano mayor “continúa con la óptica”, los que le siguen en edad, el segundo
se suicidó, y el tercero se fue al exterior y permanece apartado de la familia.
En esta familia los hombres se dedican al campo y las mujeres a tener hijos.
No todos los hermanos están de acuerdo con realizar otro tratamiento, pero se cuenta con el
apoyo de todas las hermanas mujeres y principalmente de la hermana melliza, dueña de casa en
donde vive la paciente.
La familia está muy preocupada porque ya se realizaron dos tratamientos con internación, de
cuatro años cada uno. El primero, cuando la paciente tenía 24 años, recibiendo demasiada
medicación, no logrando resultados “más que tenerla dopada y dejarla tonta con los
electroshocks”. Sólo sabe, por comentarios, que en aquél momento la paciente sufrió “ataques
de agresión” que motivaron la internación. La clínica, situada en una pequeña ciudad en el
interior de país, solicitó a la familia la externación pues ocasionaba situaciones que
desbordaban la posibilidad de cuidado institucional: “si no la tenían totalmente descendida, se
escapaba, ocasionaba disturbios callejeros en donde tenía que intervenir la policía para
regresarla a la clínica”
Entre los 28 y 36 años, la paciente vivió en la casa de campo de la familia, asistida por
enfermeras que también atendían a su madre, que “sufría de melancolía” luego de la muerte de
su esposo (padre de la paciente).
La segunda internación se realiza luego de la muerte de la madre, estando nuevamente en
una clínica durante 4 años. También esta última clínica suspende la internación y a partir de allí
la paciente vive en la casa de familia de su hermana melliza, desde hace dos años. Los
episodios de alcoholismo y agresión van en aumento hasta la situación por la cual se consulta.
La paciente había sido diagnosticada como oligofrénica desde su nacimiento. (Durante las
entrevistas familiares se observó el lugar de mito familiar que este diagnóstico ocupa, así como
también que la hermana consultante es la menor de las mujeres y la única que tiene un matrimonio
exogámico).
Antecedentes
El efecto del tratamiento está en relación con una iniciación de la subjetivación y un principio
de atemperamiento del goce. La variación de la posición subjetiva varía desde un mutismo
inicial, hasta la producción de un orden delirante, para culminar creando un estilo de
negociación con la voz alucinatoria.
Del mutismo al nombre: Cuando inicia el tratamiento la paciente llevaba seis meses de mutismo
y yacía en cama. Sabemos que la falta de significante se traduce en un exceso de goce en lo real
que puede imponerse como inercia, falta de subjetivación y mutismo. Estas son algunas de las
figuras primarias del goce que la clínica psiquiátrica suele denominar como depresión psicótica.
El mutismo es una figura que muestra la petrificación ante un Otro que ordena el goce.
Orienté mis maniobras en el sentido de funcionar como límite al goce del Otro, ofreciéndome
como significante a quien dirigirse, habilitando un lugar suponiendo sobre ella un sujeto
parlante, aunque no hable. Primero oferté mi presencia al lado de su cama, — durante tres
meses la visité en su habitación domiciliaria, todos los días—, oferta respecto de la cual no
retrocedí frente a una sucesión de acciones de la paciente cuyo objetivo era hacer consistir a
Otro absoluto que la rechazara, la recluyera o la manipulara. Al principio parecía no registrar
mi presencia, ni mi voz, ni mis movimientos. Decidida a asistirla, comencé a prolongar mi
estadía: la maniobra consistía en saludarla, decirle mi nombre y mi profesión, quedarme en
silencio prolongado hasta marcharme saludándola nuevamente con un reiterado “hasta
mañana”. Al cabo de diez días comencé a registrar algunos efectos: ante mi presencia se cubre
totalmente la cabeza con la sábana, movimiento que luego de varios días se convierte en un
estilo de fort-da: se cubre, se descubre, me espía, y se vuelve a cubrir, repitiendo la serie hasta
que yo decidía irme para no infinitizar la secuencia. Al cabo de algunas semanas esta actividad
se complejiza: al registrar que yo no me despedía rápidamente, sino que permanecía allí en
silencio, comenzó a intercalar dos tipos de actividades: levantarse y llevarse por delante —en
forma violenta— objetos que caían cerca de mío, o directamente me empujaba con su cuerpo
como si me chocara o me llevara por delante, quedándose pegada en un cuerpo a cuerpo
intimidante, pero no violento. Mi intervención posible fue decir “NO”, separarla de mí con
tranquilidad, luego de lo cual me retiraba con el saludo acostumbrado. Las distintas alternativas
de intervenciones que inventé, calculadamente o no, pusieron en evidencia un lugar para el
analista frente al psicótico: su implicancia forzosa. Maniobré con una alternancia de
intervenciones entre un silencio testigo y un apuntalamiento del límite, intervención que
conjuga presencia, silencio, mirada y una palabra límite. Un día cambió la escena quedándose
parada frente a mí con adecuada distancia, jugando a “ponerme y quitarme la mirada”. Me
despedí diciéndole: “mañana la espero en mi consultorio”.
La intención de las intervenciones era negativizar el exceso de goce haciendo de prótesis a la
prohibición faltante, ya sea alojando su mutismo y escandiéndolo con los saludos y el corte de
la visita —sesión—, interrumpiendo una acción hostil, dando indicaciones respecto de la
higiene, sacando las botellas de whisky de su habitación en un movimiento marcado de “una
por una”.
La posición del analista vacilará entre el silencio de abstención cada vez que es solicitado como
el Otro primordial que tiene todas las respuestas y el significante Ideal que funcionará como
elemento simbólico que, a falta de ley paterna, puede construir una barrera al goce: “se apuntala
así la posición del propio sujeto que no tiene más solución que tomar él mismo a su cargo la
regulación del goce” (C. Soler).
Durante tres meses más, la paciente concurría al consultorio repitiendo las escenas,
principalmente dos: la de llevarme por delante y quedarse pegada cuerpo a cuerpo, y la de
quedarse parada frente a mí jugando con la mirada. Persistía su mutismo. Cuando decidía el
corte de sesión, no se iba; debía salir yo del consultorio y entonces me seguía hasta el hall, en
donde la esperaba la hermana que solicitó su tratamiento y que se encargaba de trasladarla, con
quien solo nos saludábamos. Un día, más allá de los gentiles saludos, me encontré
preguntándole: ¿su hermana es sorda?
Fue así como una intervención no calculada —en el sentido de indagar sobre una posible sordera
—, trae como consecuencia la mediación de un audífono, efecto en lo real de la posición de
analista: “hay alguien que quiere escuchar” que funcionó “a modo de enunciado de la regla
fundamental analítica”. El correlato fue una primera articulación significante: la paciente se
presenta diciendo “soy la señora bebé”, S1 que atravesará todas las alternativas del tratamiento
como enunciación inconmovible, punto de detenimiento frente a la infinitización y a la
dispersión de goce. A partir de este punto se organizará su mundo, funcionando como operador
que permite todas las transmutaciones de posibles significaciones y como punto que
efectivamente domina el goce.
Producción del orden delirante: Luego de un período en donde la única frase era “soy la señora
bebé”, nombre que escribe todas las veces que puede como “Bv”, comienza un desarrollo
articulando distintas significaciones: como nombre (Bv), niño (bebé), beber (bebe!), ir (ve!-voy)
y ver (ve!-veo). Del decir de la paciente, pobre y delirante, con musitaciones que no se
entienden, se destacan las siguientes frases repetitivas: “ ella, la voz de las madres de las
madres…ella me dice sos la señora bebé y yo lo soy… la hago ser todo entera ella todo llena…
me pide que la recorra y la tome, que la beba, que la coja y está viva… ella me dice bebe y más
bebés… me termino la botella y nace un bebé… ella en mí sigue teniendo los bebés de Dios…
ella me dice ‘ve’ y yo voy-voy, veo-veo, bebiendo-bebiendo… yo se los doy a ella, yo soy su
esposa, su esposo, sus hijos todos, sus hijas todas”. Metonimia que aparentemente sin detención,
está al servicio de un único objetivo o misión: darle a la voz de la madre todos los hijos según un
complejo circuito en lo real cuya lógica enmarca el empuje-a-la-mujer. Sale de recorrida por
distintos pueblos con un único equipaje, un bolso que tiene inscripto a forma de logo el apellido
paterno, y que contiene un “equipo de mate”. Se embriaga en bares que llevan por nombre los
apellidos de hermanos políticos de la madre y de ella (o se sitúan en estaciones ferroviarias o en
calles que llevan estos nombres). Restituye el Nombre-del-Padre faltante en su estructura no por
casualidad en estos nombres, produciendo la articulación a la hermandad política, dando cuenta
así del punto de desencadenamiento. Vemos que frente a la infinitización del goce, la paciente
busca ponerle nombres, lugares, tratando de relocalizar el goce mediante los nombres de lugares.
Es una topóloga sin saberlo.
Este significante holofraseado, cuya escritura es “Bv”, neologizado, no será el que representa a
un sujeto ante otro significante, sino que viene en el lugar del objeto teniendo su misma
consistencia. Funcionará como objeto capaz de satisfacer el deseo no elidido de la madre. Por
ello la profunda distorsión pulsional, porque existe un objeto que es un significante capaz de
responder a la demanda materna: “bebé”, y que a su vez funciona como punto de detención de
la metonimia del delirio. Es un objeto que no causa el deseo, no hay fantasma sino goce. Si es
el objeto del goce del Otro, hay relación sexual como dice la paciente, o sea, ha creado la
existencia de La Mujer.
Bv pone todo su cuerpo en juego para encarnar la multivocidad del significante, apasionándose
para que las distintas significaciones coexistan en simultaneidad como si lograra una consistencia
real. En la producción delirante hay un juego permanente en donde los significantes se igualan a
los significados, los nombres propios se rebajan a comunes, los nombres de lugares se vuelven
signos, y la paciente articula plenamente con consistencia real lo que dice escuchar. Las distintas
significaciones permanecen irreductibles, no remiten más que a sí mismas. Bv funciona como
“palabra clave”, cumpliendo con una función de especie de plomada en lo real del discurso y,
todas sus entonaciones y articulaciones ocupan el lugar del “estribillo”, con su característica
insistencia estereotipada.
No se produce la definición significante, en tanto representante de un sujeto para otro
significante, sino que esta articulación está obturada por el registro de lo real y por consiguiente
circula en la realidad. Así, ella es la Señora Bv en tanto un bebé la hizo existir para la madre,
como el Nombre-del-Padre circula como “logo” pegado a un bolso, o los nombres de familia
son carteles. Ha fracasado la operación -1, y Bv nos muestra su trabajo de remiendo. “Soy la
Señora Bv” funciona como metáfora delirante.
Cabe señalar que Bv también señala el lugar de goce del padre óptico, hacedor de muchos
bebés, constructor de artefactos que posibilitan la visión, que la vio nacer, la nombró
oligofrénica y la excluyó en forma imperativa de la familia.
Si el Nombre-del-Padre es aquello que, en tanto que saber, va a designar al sujeto donde se
encuentra el lugar del goce en tanto que prohibido, en nuestra paciente no funciona. Como
consecuencia, ella intenta localizar en una superficie un cierto número de puntos que operan
como lugares posibles para el goce. Muestran una historia, son lugares-nombres (carteles) que
aluden a los hermanos políticos: “esos que no son hombres sino nombres marcas que no
marcan”, según su decir.
La teoría respecto de “hacer bebés para la madre” representa su saber (S2). Es respecto de este
saber que su significante del nombre propio viene a representarse. No ha operado la prohibición
fundamental, el “no con tu madre” y por consiguiente no se efectiviza la inscripción simbólica del
Nombre-del-Padre. La verdad deviene en producto del “saber hacer”. Bv queda encarnando el
deseo sin ley del capricho materno, faltando la instancia que normalice este deseo. El goce del
Otro es posible y la paciente se encarga de hacer existir al Otro aportándole el objeto para el goce,
entrega su cuerpo para hacer consistir al Otro como absoluto. Encarna el mito familiar: “las
mujeres tienen los hijos de Dios”, la castración no le importa. Su metáfora delirante nos muestra
que “la mujer de la cual se trata es otro nombre de Dios, la gran Eva, madre de todos los seres
vivientes” (Lacan,El síntoma). Ofrece su cuerpo al mito de Eva y salta la barra entre significante
y significado.
“Las pulsiones son el eco, en el cuerpo, del hecho de que hay un decir” (Lacan, El síntoma) y
nuestra paciente lo muestra. Sorda total de un oído, y parcial del otro, “bebe” al compás de la
voz de su madre. Hija rechazada de padre “óptico” engancha su pulsión en lo escópico del “ve-
ve-vea-vea”. Da a luz un hijo incestuoso que nunca vuelve a ver pero “beb(v)iendo” logra tener
“todos los hijos”. Arma un cuerpo materno que contiene todas las tierras y lo recorre de
orgasmo en orgasmo. Ella ofrece su cuerpo a la madre. La madre reintegra su producto. Y
mientras tanto, camina con el nombre del padre de la mano. ¡Vaya tour pulsional!
La ficción del delirio opera como construcción de un simbólico suplente que permitirá que el
goce en exceso encuentre una significación suplente. Donde el Nombre-del-Padre está
forcluido y no promueve a la significación fálica, aparece una significación de suplencia: “soy
la Señora Bv”. Esta restauración le posibilita volver a deslizarse bajo el significante:
“encuentro”, “tyché”, que viene a corregir la pérdida desencadenante funcionando como
tentativa de curación.
Un estilo de negociación con la voz alucinatoria: La paciente decide tomar clases de moldeado
en cerámica. No saldrá de recorridas, se quedará modelando muñecos al compás de la voz,
hecho que acota el alcoholismo.
En este período no se referirá al decir de la voz, sino a lo que ella le dice a la voz: “así te puedo
dar muchos más, los podemos tocar, no hace falta que se cojan en la leche con whisky, los hago
con mis manos”. Gestión que funciona como una reparación del lapsus del nudo, cruce de lo
real y lo simbólico, verdadera dimensión “artesanal”. Se trata de una construcción que conjuga
un objeto en lo real dividiendo al significante del objeto. “Savoir-faire” con el objeto, pudiendo
ocupar el lugar de condensador de goce, movimiento que fija la metáfora delirante, reduce los
delirios y reordena lo imaginario. Operación real sobre lo real del goce no apresado en las redes
del significante, creando un objeto nuevo en el que se deposita un goce que de este modo se
transforma hasta volverse estético. Se trata de un “bien-inventar” que muestra que la forclusión
es susceptible de ser compensada en sus efectos con formas que no se reducen exclusivamente
a la elaboración delirante. En su dominio plástico la paciente se afana en liberarse de toda la
inercia que le impone el goce del Otro. Intenta lograr una letra plástica que fija una parte de su
goce. De este modo, de ser un psicótico mártir del inconsciente pasa a ser un psicótico
trabajador.
La familia habla: Desde que la paciente comienza a hablar y a salir, la familia atraviesa un
período de intensa preocupación. Me llaman diferentes miembros y me solicitan
continuamente, lo cual trato de acotar señalando un horario por semana para que pudieran
concurrir a mi consultorio “los que necesitan hablar”. Durante casi tres años concurren
cumpliendo con la consigna: “hablar”. El tema principal es la historia familiar, tema que
convocó al hermano mayor a relatar el secreto respecto de la paciente conmoviendo a todos.
Ese fue un momento particular en la rearticulación de la novela familiar.
Suspensión del acotamiento químico: desde el inicio del tratamiento se realizaron controles
farmacológicos, logrando suspender totalmente la medicación luego de dos años.
Horarios y honorarios: la paciente concurre a la cita señalada, con una frecuencia mínima
diaria. A veces ha sido citada dos o tres veces en un día. Respecto de los honorarios, se pacta
con la familia un monto mensual equivalente a 8 sesiones por semana. El pago se realiza en las
entrevistas familiares.
Este primer tiempo del tratamiento se suspende por pedido de la paciente luego de cuatro años
de trabajo. Aludía “no tener nada más para hablar”. Acepto la propuesta y le oferto “estar ahí si
en algún otro momento quiere hablar”.
Luego de una interrupción de seis meses, Bv decide reiniciar sus sesiones, marcando una
diferencia respecto al período anterior: “vengo porque quiero hablar de algunas cosas, decirle
algunas cosas que están en mi cabeza, vengo por mi cuenta, y pagaré yo las cuentas, no quiero
que venga mi familia, Usted es mi analista”. Acepto el pedido.
Nuevas formas de “hacer bebés”: la paciente relata su trabajo en escultura con diferentes
técnicas y materiales, pasando de moldear barro a esculpir piedra, de muñecos a cabezas. Se
trata de nuevas formalizaciones para llevar adelante el objetivo de darle a la madre “todos los
hijos de Dios”.
La voz: relata minuciosamente los cambios de entonación de la voz, “me habla tranquila”, “no
grita ni me insulta”, “es suave y de tono grave”, “me acompaña siempre sin molestar”. La voz ha
perdido el carácter mortificante pasando a ser una voz acompañante.
Sus derechos sucesorios: la paciente se integra en reuniones de familia en donde tratan temas
respecto de inversiones del capital heredado. Entiende rápidamente que ella es la principal
capitalista pues ha recibido un plus donado por su madre. Estas reuniones le resultan
inquietantes, no obstante concurre sistemáticamente, aportando humor e ironía. Reclama por
sus derechos respecto del rendimiento del capital personal que usa la sociedad familiar: “yo sé
que me usan, pero que me lo digan, quiero saber en cuánto me usan”. Solicita a la sucesión una
suma mensual. Esta gestión revela otro intento de ubicar una medida para el goce.
La decisión de vivir sola: trabaja durante muchas sesiones elaborando la decisión de comprarse
una casa propia e ir a vivir sola. Sabe que es poseedora del dinero suficiente para hacerlo y
pagar a una empleada doméstica. Se opone a que algún miembro de la familia se ocupe del
asunto. Decide elegir ella su casa propia, recorriendo inmobiliarias y visitando distintos
inmuebles. Se resuelve: “quiero una propiedad en la calle liberación”. Pragmáticamente todo se
desenvuelve sin dificultad siendo capaz de asumir la responsabilidad de llevar adelante una
casa.
Las empleadas: al tiempo de contratar empleadas comienzan ideas persecutorias, motivo por el
cual debe renovarlas. Refiere: “son confianzudas, se aprovechan, se complotan con mi familia
para envenenarme la comida”, motivo por el cual justifica sus agresiones (verbales). Me solicita
que yo mantenga algunas entrevistas con una última empleada que ha contratado, “para que le
diga cómo tratarla”. Acepto, ofreciendo algunas pautas por las cuales la empleada no quede
enredada en una relación especular.
El juicio por insanía: los familiares le comentan que debe concurrir a los tribunales para que un
médico la revise y vea su estado de salud. De su relato se desprende que ha comprendido
enteramente que se trata de un juicio de insanía. Solicita asesoramiento a una abogada que ha
conocido en el taller de escultura. Pasa el examen psiquiátrico sin problemas y la solicitud de
insanía queda anulada. Comenta: “creen que tengo la cabeza vacía pero yo se como hacer para
que no se noten los agujeros”.
Trabajo en un hospital de niños: la paciente decide trabajar como voluntaria en un hospital de
niños en una zona marginal suburbana. Se aplica en la sala de esterilizaciones. “Son pobres
niños, niños pobres…me pone muy nerviosa estar con ellos, por eso pedí trabajar en el sector de
esterilidad, manejo el autoclave”.
Un hombre: se trata del encuentro con un hombre, albañil que ha conocido pasando por una
construcción. Ella lo llama “el peón”. Toda la relación consiste en pasar delante de él y
saludarlo. El hombre le solicita un encuentro que ella acepta, pero frente a los requerimientos
afectivo-sexuales ella lo aleja diciendo: “no puedo porque soy casada, soy la Señora Bv”.
Advierte que la ocasión la desestabiliza: “me puse muy nerviosa, tenía ganas de salir corriendo
o de golpearlo y cortarle las partes…yo no puedo con los hombres”.
Los dueños de galerías de arte: la profesora de escultura le organiza exposiciones de sus
producciones en galerías de arte. Los problemas manifiestos y que le ocupan mucho tiempo de
trabajo en sus sesiones son dos: no poder elegir algunas piezas, sino querer llevarlas todas y no
querer venderlas (siempre discute por el precio, que siempre le parece bajo). Refiere: “yo
quiero mostrar lo que hago, es para mirar, las cabezas ya tienen dueño, yo no quiero venderlas,
son de ella”.
El pago de honorarios: Se pacta el pago por sesión y ella se responsabiliza de efectivizarlo.
Durante un período prolongado paga la suma acordada con la unidad mínima monetaria,
contando uno por uno los billetes. Este período es coincidente con los momentos en donde
trabaja las temáticas relativa al “uso que hacen de ella”. Cuando logra poner medida a las
sumas de dinero invertidas y a la rentabilidad mensual de las mismas, realiza el pago con
billetes de mayor unidad monetaria.
Amor de transferencia: en la última sesión refiere: “quizás puede que yo la quiera un poco,
llevamos nueve años juntas y Ud. sabe todo de mí”, siendo esta manifestación la primera
suposición sobre el amor en dirección al analista.
En este período organiza su vida distribuyendo sus tiempos entre actividades en el taller de
escultura y el trabajo en el “hospital de niños” (llamado así por ella, pues se trata de una sala
pediátrica en un hospital general de una zona carenciada de provincia).
No se alcoholiza ni fuma. La oralidad en juego se traslada a un hablar en demasía, a veces. A
los cuatro años de tratamiento en este segundo tiempo insiste nuevamente respecto a “no tener
más nada de que hablar”. Y, nuevamente acepto su propuesta acompañada del ofrecimiento
anterior: “si alguna vez quiere hablar algo, yo estaré aquí”.
Nuevamenterepite la suspensión del análisis al cuarto año, sabemos que el cuarto piso, y las
secuencias de cuatros años son significativas en la vida de esta paciente. ¿Habrá algún sentido
oculto cifrado? ¿Se trata de una forma del automatismo mental? Posiblemente ambas cosas.
La paciente regresa de un viaje durante seis meses por Europa, en ocasión de exponer sus
esculturas en diversas galerías de arte.
En este tiempo no ha sido fácil sostener la transferencia, “el no retroceder frente a las psicosis”
toma una dimensión difícil de soportar. Compruebo propiamente el lugar de “soporte” que la
transferencia, implícita en el dispositivo analítico, posibilita.
Señalaré la lógica de este tiempo en los siguientes puntos:
La división del sujeto: Bv concurre a sesión padeciendo graves trastornos en su motricidad que
le dificultan la marcha y todo tipo de movimientos voluntarios. Su relato: “anoche se me cayó
el cuerpo, debe haber un cortocircuito entre la cabeza y el cuerpo, no lo puedo manejar, la
mente le dice una cosa y él hace otra, ahora toda la locura está en el cuerpo”. Indico una
consulta neurológica y la resonancia magnética detecta un meningioma detrás del rodete
posterior del cuerpo calloso. Se resuelve una descompresión quirúrgica. Dejo interrogantes en
suspenso: ¿al no haberse producido el sacrificio simbólico, sólo la vida real podría saldar la
cuenta? ¿Qué lugar ocupará en la cont-a-bilidad del goce? ¿El mito familiar respecto del dicho
paterno sobre “la patada en la cabeza” parece volver desde lo real del cuerpo?
Re-flexión
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29. Lacan, J. Ibid.
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36. Ibid.
37. Lacan, J. El Seminario. Libro 3. Las Psicosis. Ob. Cit.
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39. Ibid.
40. Freud, S. “Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber)”. Tomo XII. Ob.
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45. Lacan, J. El Seminario. Libro 3. Las psicosis. Ob. cit.
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67. Lacan, J. Ibid.
68. Giussani, D. “Algunas consecuencias…” Ob. cit.
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121. Lacan, J. Ibid. Clase del 15-02-1956
122. Lacan, J. Seminario “De otro al Otro”. Ob. Cit. (Clase del 4-5-69).
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147. Lacan, J. El Seminario. Libro 5. Las formaciones del inconsciente. Ob. cit. Clase del 6-11-57.
148. Imbriano, A y Broca, R. El sujeto psicótico en el discurso analítico. Ob. cit. Pág 174.
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[58] Maleval, Jean Claude. Lógica del delirio. Ediciones del Serbal. Madrid.1998.
Pág. 150.
[A1]No lo corregí.
[A2]Primera
letra en tamaño normal. Al menos que sea el estilo editorial, entonces lo
hacés en todos los inicios.
[A3]Formatocita, todo lo que este puesto así, con letra más pequeña y diferente
sangría, ha sido mi intengo de armar el formato cita.
[A4]Todolo que sigue en verde, tiene que ir en formato párrago, no puedo arreglar la
sangría, debe ser toda pareja
[A5]Estaba
en el texto y haciendo corto y pego se me escapó y no lo pude volver a
poner. Estaba antes, pero queda mejor aquí.
[A8]Poner
notación correcta del sujeto tachado (yo lo coloco con el signo pesos porque
es lo más parecido que encuentro en mi tablero).
[A11]Formato cita
[A15]poner
la lera griega que está en el grafo, a la izquierda, hay un simbolo con un
cero como subíndice. Repetir cada vez que aparezaca
[A16]Poner
como está en la derecha del grafo, una P y un subíndice con un cero.
Repetir cada vez que aparezca.
[A17]Poner símbolo
[A18]Poner símbolo
[A19]Poner símbolo
[A20]Ver modo de colocar guiones, hacerlo bien, que quede en todos los lugares igual.
[A21]Ver
de concordar si se pone siempre con mayúscula o minúscula, siempre igual
en todo el texto.
[A23]Formato cita
[A24]Es
necesario la enumeración de los ítems porque aclara, pero los cuadraditos no
me gustan, es mejor números o puntitos chicos. Se puede usar el formato párrago, o
sea, en segunda línea sin sangría.
[A27]Todo en formato párrafo, cuidado con las sangrías, no las puede poner bien
[A30]Conside
Ro que aquí sí vale la enumeración, pero puede ir en formato párrafo, o sea, sin
sangría en la segunda línea de cada ítem. Hay números que se pusieron en negritas y
no las puedo sacar.
[A31]La E tiene que ser común, corregir. Como cualquier inicio, con una E manúscula.