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COSMOGONÍA
PARA ANTES
DE DORMIR:
Apuntes sobre el
duelo
E
s posible que encuentre cierta dificultad al leer este
texto, ya que en su forma está abriendo preguntas
constantemente y en ocasiones no se les dan res-
puestas concretas. La razón principal de esto es que este pro-
yecto se realizó desde un duelo y, por la naturaleza del mis-
mo, constantemente estuve haciéndome preguntas que, para
poder responder, me obligaban a hacerme otras, o incluso
a dejarlas completamente abiertas. Este texto funciona de
manera muy similar a esa forma de operar porque a su vez
hace parte de mi duelo.
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que debemos brindar ayuda desinteresada a los que la necesiten,
que debemos cuidar de los animales y respetar la naturaleza y que
tenemos que aprender –urgentemente– a perdonar. Te extrañamos,
te extrañamos demasiado, porque, de nuevo, eres todo lo que nos
falta. En ti se hizo materia el amor.
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•
Y
a que el propósito principal de este proyecto es
la creación de una cosmogonía1 a manera de in-
trospección y la necesidad de hacer una catarsis,
es sensato plantear algunas bases conceptuales que desvelen
el porqué de crear un segundo mundo, la fantasía (y cómo
a través de esta práctica se puede estar jugando a ser Dios),
cómo opera en el proceso de una catarsis y cómo puede ayu-
dar a producirla. En primera instancia hay que considerar
el hecho de que lo que se crea involucra a un tercero como
espectador, es ahí donde el autor, a través de su obra, que
en este caso se define en la creación de un segundo mundo,
construye un puente entre su propia experiencia y la del es-
pectador.” Isaac Asimov, en la entrevista que le realizan Ma-
nuel Toharia y Esteban Sánchez para el programa Alcores,
plantea que el escritor de ciencia ficción es un intermediario
entre el lector y la ciencia, que a través de la ficción lo hace
parte de un contexto que no le es familiar y del que, sin la
mediación del aparato narrativo, le sería difícil participar.
Algo similar ocurre con la fantasía mitológica: se constru-
yen dos clases de caminos, uno para sí mismo y otro para el
espectador. El primero puede entenderse como un camino
hacia la auto reflexión, donde el segundo mundo funciona
1. Cosmogonía es una narración mítica que pretende dar respuesta al origen del
Universo y de la propia humanidad.
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como un espejo de su realidad primaria, pero que el autor se
ha encargado de desmenuzar rigurosamente, inconsciente
o conscientemente, de tal manera que no sea angustiante ir
a revisarlo. Mitologizando su primer mundo se purifica a
través de otro, de un otro simbólico (el teatro, la literatura,
etc.), pero eso no quiere decir que sea agradable, no: es ate-
rrador, produce vértigo, pero es soportable, uno sobrevive
(y, sobre todo, aprende). Tal y como lo plantea Asimov, el
otro camino que se construye es uno donde el espectador
puede involucrarse con este segundo mundo, identificarse
o no con los personajes, tomar partido, interpretar y conse-
cuentemente asumir una postura, incluso imaginar escena-
rios posibles distintos a los que se muestran en la historia.
Pero más importante, la fantasía a la que se enfrenta el lector
es la intermediaria entre él y el autor, pues este último pre-
senta su existir primario enmascarado –tal vez sin intención
de ser desenmascarado–, y este sirve como herramienta para
mirar a un alguien y de lo que está compuesto, de un vivir y,
a mayor escala, de un existir y todos los engranajes del fun-
cionamiento de ese ser.
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alivio, ya que este dominio me conduce a ciertas respuestas
que necesito, que en lo que llamo “existencia primaria” no se
presentan con tanta facilidad; esto me hace pensar que quizá
no estamos del todo jugando a ser dioses, sino que, desde
nuestra condición tan terrenal, estamos intentando trascen-
der, pues como anteriormente planteaba, estoy creando un
universo que sirve como un espejo a donde puedo ir a bus-
car un algo, una respuesta. pero si en realidad fuera un Dios
en este segundo mundo, no tendría que ir a buscarlo, sería
inherente a mí. Eso me lleva a pensar que no todo lo que
creemos que nos pertenece nos corresponde. Pero, de nue-
vo, todas estas posibilidades del estudio de sí mismo es lo
que llama tanto la atención al momento de crear; de hecho,
atrevidamente podría decir que no llama la atención, sino
que es una necesidad, como para el humano es una urgencia
preguntarse por el sentido de la vida (puede que los que eli-
gen crear universos paralelos estén preguntándose, a través
de una máscara, por ese sentido).
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social del humano) como es el imaginario de cada ser, don-
de, al igual que en la existencia primaria hay una infinidad
de experiencias por suceder y su infinidad de consecuencias
correspondientes, pero que se quedan ahí, en la infinita po-
sibilidad, ya que nunca se hacen tangibles, nunca se experi-
mentan con los sentidos y el ser que la vive está absorto en
ella y solo él tiene la posibilidad de experimentarlo. Aunque
sí pueden llegar a tener una repercusión emocional y sen-
timental, es ahí donde esta existencia secundaria adquiere
tanta potencia y cuestiona cuál es realmente la existencia
primaria, una donde se experimenta todo con los sentidos
y tiene una repercusión emocional o una donde se experi-
menta todo, sin los sentidos, pero hay pleno control del todo
lo que se vive, incluso de la emoción, pues el que inmerso
en su imaginario se embarca en una experiencia, tiene co-
nocimiento de antemano que va a haber una consecuencia
emocional, que puede ser tanto positiva como negativa, que
a su vez puede tener una repercusión del cómo se actúa en
la existencia primaria. Ahora bien, estás dos existencias ter-
minan conectándose, pero suceden en diferentes planos ya
que ninguna reacciona igual a la otra; una resulta ser más
inmediata y efímera (además de necesitar un espacio físi-
co), mientras la otra puede llegar a no obedecer el tiempo y
sin duda no obedece a ningún espacio. Entonces, ¿cuál es la
existencia primaria del autor de una obra fantástica? Sería
atrevido argumentar a favor de una o de la otra hablando de
lo que podría ser para otro autor, pero creo que en el caso de
los autores de fantasía mitológica, hay un flujo de equivalen-
cias importantes entre una y otra existencia, lo que hace que
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estas se conecten estrechamente, al punto de casi ser una, ya
que para el que se sirve de su existencia secundaria para la
creación de su obra, el mundo “real” tiene un constante eco
en su imaginario y viceversa; esto hace que las experiencias
de cualquiera de las dos realidades tengan consecuencias en
ambos planos al mismo tiempo, por ejemplo, el acercarse a
un ave conlleva a verla, a oírla (experimentarla con los sen-
tidos) y a su vez tiene una o infinitas representaciones en el
imaginario que eventualmente resultará en un acercamiento
a las aves distinto que en el vivir cotidiano, se estará perci-
biendo con los sentidos a la vez que se superpone una repre-
sentación imaginaria sobre lo que ya ofrece la vista. Y ésta
confluencia de dos planos resulta manifestándose en algo
tangible, en una obra, o aún más amplio, en el oficio, al me-
nos en el caso del autor de ficción.
MI OFICIO DIA I
(ACERCA DE LA VIDA Y LA
EXISTENCIA)
H
ay una clara similitud entre todos los mitos
creacionistas. Sin importar si son de cultu-
ras distantes, todas plantean el inicio del todo
desde un algo que siempre ha estado: el caos, un negro ab-
soluto donde hay energía, una materia amorfa, etc. Lo que
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hasta ahora no he podido encontrar, es alguna cosmogonía
en la que se plantee el inicio del todo desde la nada, el ab-
soluto vacío, de donde nació ese algo (caos, negro, energía,
etc.) que dio posteriormente como resultado el todo que co-
nocemos y el algo o alguien que lo creó.
Claro, se hace difícil plantear algo así, porque en el mo-
mento que se piensa en esto, se llega a la pregunta existencial
por excelencia: ¿cuál es el sentido de la vida? Resulta ine-
vitablemente angustiante esta pregunta, si se piensa que la
respuesta se adquiere pensando un sentido a través de me-
tas y el cumplimiento de estas, sin tener certeza alguna de
que se puedan cumplir y que tienen un fecha de caducidad
incierta, la muerte, y cómo es que esto no va a llevar a un
miedo, el morir. Simultáneamente, la angustia crece cuando
se piensa en colectivo, ¿por qué estamos aquí? Que por lo
general tiene un consuelo por respuesta, “para vivir”, “para
ser felices”, “para triunfar”, respuestas que de nuevo están
motivadas desde el cumplimiento de una meta propuesta
con anterioridad, incluso en nuestros genes. Para mí estas
preguntas existenciales concretas camuflan la verdadera
pregunta: ¿cuál es sentido de la existencia? Pues el pensar el
sentido de la vida sin considerarla a ella y a la muerte como
su propio significado conlleva a esta angustia existencial, el
vivir y morir (sin importar las condiciones en que se den)
cumplen un ciclo, que afecta de alguna manera al existir de
un todo. Subvalorar la vida de un ser porque no cumplió
unas metas que tal vez ni siquiera este se propuso, sino que
vienen planteadas antes de su nacimiento, es agregarle más
peso a una pregunta que lo agobia.
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Ahora bien, si vivir o morir pueden ser una elección, el
existir no lo es, se existe inherentemente con un todo (el
universo y lo que sea que lo contenga), basado en la premisa
de que la energía no se destruye, sino que se transforma. Hay
varias posibilidades después de la muerte: la reencarnación,
llegar a un plano distinto (un paraíso o un infierno), quedar
en este mismo plano pero solo en conciencia, o incluso
la desaparición de esta, qué tal vez es la más angustiante,
pero a la vez la que más alivia, pues desaparecemos como
nos conocemos, pero no nuestro cuerpo, que de alguna u
otra manera y sin otra opción, se vuelve uno con la tierra,
a través de la descomposición. Y es ahí donde sí o sí se
encuentra la respuesta a esta pregunta por la existencia,
sí, en la muerte, pero que viene con un antecedente igual
de importante, la vida, o el vivir, que se da un significado
a sí misma en la existencia y proporciona el camino a un
estado para entender todos los porqués. Cristopher Tolkien
menciona en el documental J.R.R Tolkien “A Study of Middle
Earth”, que tal vez de ahí nace para el creador de ciencia
ficción una necesidad por inventar un segundo mundo,
ir explicando de una manera más ligera el primer mundo
que lo rodea, la angustia que genera, no escapando de él,
incluso experimentándolo más y a su vez mitologizando su
entorno cotidiano. De nuevo este es el objetivo por el que se
realiza “Una cosmogonía para antes de dormir”, poder hacer
un duelo a través de la representación del mismo, desde el
dibujo y la ilustración, para sentirlo y entenderlo más desde
algo palpable, desde algo tangible.
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DÍA II (PROCESO)
P
rimer día, la fecha exacta la desconozco, solo re-
cuerdo el año, 2013, un día cualquiera, eso pa-
recía, uno como cualquier otro; hasta ahora me
vengo a dar cuenta de que, en efecto, fue una jornada común
y corriente, a excepción de un hecho, que la vi por primera
vez. No la conocí, solo la advertí, a ella y a lo bella que me
pareció. Y el día continuó como cualquier otro, pero con
esta persona en mi pensamiento, con un interrogante: ella.
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Supongo que nos conocimos en algún punto, algunas cla-
ses vimos juntos –claro, ella siempre fue un interrogante, ya
que interroga lo que cautiva– pero no parecía más que eso,
que eramos compañeros de clase, con cierta empatía; lo que
ninguno de los dos sabía, es que para ambos éramos un in-
terrogante, pero la timidez jugaba, fuimos tímidos mucho
tiempo, yo todavía lo soy, ella todavía lo es, todavía lo somos.
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gracias a las etapas que cada uno vivía, que consistían en
la configuración de proyectos personales, como a su vez
eso significaba otras personas, que a su vez significaba re-
laciones personales y de pareja que cada uno llevaba y que
nos configuraron, y esa configuración fue la que conocimos
cuando nos empezamos a acercar, pero ya no como compa-
ñeros, sino con el pleno interés de saber y entender del otro.
Pronto, el dibujo perdió ese carácter de hacerse para ser
regalado –momentáneamente, por unos años, diría–, el ofi-
cio de cierta manera había madurado; inconscientemente, y
todavía desde la visión del niño, buscaba cierto crecimien-
to técnico, ya no dibujaba lo que veía o lo que imaginaba,
empecé a copiar y a reproducir los referentes que tenía a
la mano, sin entenderlos en absoluto, pero sabiendo cómo
quería que se viera lo que dibujaba, ya había pretensiones
más marcadas en el oficio. Incluso, en algún punto empecé
a calcar, quise dejar de ser yo, solo queria ser los otros que
dibujan “bien”.
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cuenta había hecho a través de ella un estudio del dibujo y
sus diferentes estilos, había estado (literalmente) muy cerca
de estos, de manera que a medida que avanzaba en mi pro-
greso técnico iba notándolos y apropiándome consciente-
mente de lo que más me interesaba de cada uno. En algún
punto me encontré con los que hasta ahora son mis referen-
tes más importantes: James Jean, Joao Ruas, Kent Williams,
Lucian Freud y, obsesivamente, la estampa japonesa (sobre
todo el simbolismo que guardan las imágenes de esta cultu-
ra), y de nuevo volví a copiar (no a calcar, pero, de haberlos
encontrado antes, seguramente lo hubiera hecho), pero esta
vez de una manera distinta. Intentaba y todavía, en ocasio-
nes, intento que las imágenes que produzco se vean como
si ellos las hubieran llevado a cabo; cuando logré, o cuando
a veces logro separarme completamente de estos referentes
puedo notar lo que podria ser mi estilo, donde son obvias
mis influencias, pero ya son solo eso –claramente, sin restar-
les importancia–: influencias; ya no son copias, ni calcos, ni
un querer ser, ahora, al menos, es un pseudo estilo.
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fue empezar a escribirle un cuento, una palabra diaria que
eventualmente formó frases y luego una historia, que al fi-
nal nunca terminé de contarle. Y desde ahí, en el tiempo
que estuvimos juntos, no dejé de escribirle historias, desde
la fantasía, que es lo único que me nace escribir.
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que observa los elementos que colocan sin ensamblarlos to-
davia”. Se ha de enteder un contexto principal para poder ver
la imagen que de verdad se está representando, pues carece-
ría de sentido ver directamente a Aquiles matando a Troilo
sin entender la historia de Troya, estaríamos obligados a ver
morbosamente un asesinato. Algo similar pasa en la ilustra-
ción, o al menos eso estoy buscando en la realización de esta
obra: poner a cada uno de los momentos del duelo a convi-
vir, para entender mi contexto, el de la catarsis y así ver la
imagen posterior, la imagen que me falta, la superación del
duelo es la imagen que falta.
2. La imagen que hoy nos falta. Pascal Quignard refiriendose al fresco de Aquiles y
de Troilo. pp 27.
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quería de alguna manera hacerla sentir bien. En un punto –e
ingenuamente– pensaba que tal vez podía dibujar algo que
fuera una fuente de alivio. Nunca ilustré ninguna historia de
las que le contaba, solo lo hice hasta después de su muerte.
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de nada; tan descomunal y tan incomprensible) no se comu-
nica: no dice nada y a la vez lo hace todo. Lo único que sé
de ella, es que fue la causa por la que Mariale murió, sé que
fue en un punto la razón principal por la que yo dibujaba,
para verla sonreir, porque de nuevo, ingenuamente, creí que
su sonrisa era una muestra de que la depresión podía desa-
parecer.
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Así bien, nacen los bocetos, que son una metáfora muy
adecuada para esa primera acumulación de sensaciónes,
pues son una idea todavía muy enredada de lo que se piensa
y lo que se siente; sin embargo, tienen alguna forma e ir mo-
delando esas ideas era igual al proceso para entender lo que
estaba viviendo y todo lo que eso traía consigo.
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Ultimo boceto para “Hermanos Solitarios”
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Luego del boceto solo quedaba ilustrar, a veces era afano-
so, solo quería ilustrar, quería llegar a ese lugar, sabía que con
cada ilustración que hacía encontraba una respuesta nueva,
porque hacía tangible mi duelo, hacía tangible mi respuesta
y me hacía más preguntas que necesitaba resolver, con cada
ilustración que hacía sabía que estaba más cerca de superar
mi duelo.
“Hermanos Solitarios”
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•
Segunda parte
C
osmogonía para antes de dormir es una recopi-
lación de cuentos que componen una parte cru-
cial de mi imaginario, que se ha convertido en
mi hábitat. Esta idea surge desde la básica necesidad (mi bá-
sica necesidad) de contarme y contar a otros historias, que
desde el contexto en donde se desarrollan resultan ser pro-
pias de un mundo fantástico u onírico, para encajarlo dentro
de una categoría. Es una necesidad que se ha vuelto lo que
me rodea, mi contexto personal son estas historias. Esta fan-
tasía suele ser mi refugio de un mundo un poco agresivo en
el que supuestamente habito, e ilustrarlo, para mí, es de al-
guna manera hacerlo tangible. Es un mundo que solo habita
en mí, pero que es invisible a mis ojos; al dibujarlo lo pue-
do experimentar a través de mis sentidos. Por otro lado, el
contar una historia para alguien es la manera de compartir
mi verdadero existir, es compartir un fragmento de donde
yo encuentro (casi siempre) paz, o incluso crear uno para
que ese alguien que lo reciba, encuentre, experimente o viva
algo.
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¿Por qué un libro ilustrado ?
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el me veo envuelto a diario, quitar ese velo que tienen las
palabras cuando se cuenta una historia, que impide ver tal
cual son las cosas, poder ligar las imágenes a las palabras a
tal punto que necesiten la una de la otra, que la ilustración
no pueda ser en totalidad sin las palabras y viceversa.
E
l duelo siempre se ha contemplado a partir de la
supuesta pérdida de alguien o algo, es un proce-
so que supone la recuperación de un estado de
ánimo que permita experimentar la ausencia de ese alguien
o ese algo desde de la calma. Desde mi perspectiva, el mo-
mento que define el duelo es cuando, obligados a dejar ir,
nos damos cuenta que nada nos pertenece. Tal vez sea este
el miedo más grande al que se enfrenta el humano, ya que
hemos basado nuestro vivir en la obtención de lo material y
en la desazón de no tener, o más bien, en la satisfacción que
trae el dejar de no tener, y por esto pareciera que viviéramos
en un duelo constante, expectantes a la pérdida, esperando
y preparándonos para el dolor que traerá, porque aunque la
negación sea constante, la humanidad conoce muy bien sus
miedos.
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Siendo así, toma forma una pregunta: ¿Es la superación
afanosa de un duelo lo que realmente buscamos cuando ob-
tenemos algo? ¿Estamos queriendo perder lo que deseamos
tener? No puedo dar una respuesta generalizada a estas pre-
guntas, porque no tengo la certeza de que sea o no así, pero
a través de un testimonio, el mío, puedo estar intentando
responderlas (claro, respuestas que pueden estar exclusiva-
mente funcionando para mí y qué solo tal vez coincidan con
las de alguien más).
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ella, de hecho fue crucial su presencia en mi infancia, a lo
que voy es que todas esas emociones las experimenté sin
saber lo que eran, sin nombrarlas, sin conceptualizarlas, y
eso estaba bien para un niño de 6 años, no tenía construído
un supuesto de lo que pienso que es el amor o la tristeza o
cualquier otro sentimiento y fue esa primera infancia donde
forjé la parte más importante de la relación con mi abuela
y donde están localizadas esas memorias y son las que se
hicieron presentes cuando viví el duelo de su muerte. Esa
catarsis que hice tiene una similitud con esa casi generaliza-
da inherencia del amor de familia –nacer siendo amado sin
la necesidad o la posibilidad de ser conocido previamente y
de la misma manera crecer amando a esas personas que se
configuran al rededor como parientes sin un concepto claro
del amor–, pues lo que siempre he sentido frente a la muerte
de mi abuela es que ya estaba preparado, como si conociera
la muerte, mejor, como si conociera qué era hacer un due-
lo, a pesar de su enfermedad y su muerte tan espontánea.
Siendo la primera muerte en la familia que experimentaba,
la acepté con tranquilidad, sin tristeza y sin dolor, como si
el hacer un duelo fuera inherente a mí. Tanto así, que me
obligué a construir un duelo alrededor de ella, la recordaba
para sentir y en esos momentos aparecían estas memorias
confusas, la pensaba desde el yo infantil, ese niño que sentía
ingenuamente, y me las apropiaba completamente porque
ese era el único lugar donde podía sentir a mi abuela falleci-
da. Pero esa profunda apropiación conllevaba volver a sentir
eso como un niño, y así se negaba el duelo, porque eso tan
propio que yo quería sentir de la separación de otra persona,
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no estaba en esas memorias, en ese lugar hay de todo como
un todo que no se puede separar, por lo tanto nada se puede
encontrar o sentir por individual. En un punto pensé que no
estaba haciendo ningún duelo, porque no sentía lo que se
suponía que debía sentir, sabía que mi abuela se había ido y
no me molestaba la idea, pues sabía que había evitado la lle-
gada de la parte más fuerte de su enfermedad. Por crudo que
suene, sabía que iba a morir, pero también sabía que había
vivido; lo único que me afligía era precisamente eso, sentir
que era tan normal como respirar. A través del duelo uno se
adapta a la usencia del otro, es una reconfiguración, y aun-
que desde el primer día yo ya me sentía cómodo, puedo de-
cir que sí hice un duelo, uno de mí mismo, del yo que ya no
estaba, del yo que convivía con mi abuela y a partir de ahí,
configuré unos prematuros conceptos de esas emociones de
mis recuerdos, pues podía sentirme desde el presente desde
cada momento y cada cosa que sentía por separado y no de
ese todo inseparable de la memoria. Desde este primer testi-
monio puedo dar una primera respuesta a las preguntas que
me planteé: no estaba esperando o queriendo perder a mi
abuela, no la perdí, solo sabía que iba a morir, que pasaría
inevitablemente. (Ahora me doy cuenta de que tal vez desde
mi testimonio esas preguntas se transforman a medida que
narro, pero por ahora continuaré.)
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en cuanto a lo que sentí, porque para empezar, mi relación
con Isaac era la de compañeros de colegio, no de amigos:
habíamos estudiado juntos, cruzado unas cuantas palabras
y compartido uno que otro descanso en primaria. Por otro
lado, Juan Pablo era un amigo de un amigo, nunca cruzamos
una palabra, tal vez un saludo, y solamente compartimos esa
noche, que su muerte definiría como tragica, de un momen-
to a otro, fugaz, sin avisar. Entonces ¿qué sentí? En primer
lugar, esa noche, por la gravedad de lo que ocurrió, quedé en
shock, era la primera vez que tenía sangre de alguien más en
mi ropa (un amigo pudo ver los cuerpos e intentar practi-
carles primeros auxilios, luego, abatido completamente, me
abrazó), no entendía por qué estaba ahí, me había invitado
mi mejor amigo y esa era la única razón, pero no había nada
ni nadie más que me motivara a ir. Esa misma noche, horas
antes, había terminado la relación con mi pareja; pude ha-
berme ido a mi casa y resulté en donde tuvo lugar la muerte
de dos personas y rodeado de todas las personas que más
los amaron, con un natural acongojo y ansiedad. Tal vez esa
misma noche hice un duelo. Después de la indagatoria de la
policía, fue la primera vez que mi papá me ofrecía un ciga-
rrillo. Fumamos, nos subimos al carro y todo el trayecto en
silencio pensé en lo que acababa de pasar y entendí que yo
no era en ese caso la persona que tenía que hacer un duelo,
por respeto a ellos, porque no los conocí en los más mínimo;
porque me agradaban, pero nunca los llegué a querer. Lo
único que yo podia hacer era desearles un buen descanso y
dedicarles unas palabras con sus amigos mas cercanos. Sue-
no como un cabrón, pero yo me sentía completamente aje-
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no, desde el primer momento, desde que llegué a ese aparta-
mento, como si no perteneciera ahí y así mismo mi duelo no
pertenecía ahí, a mí no me pertenecía el dolor y por respeto
a ellos no me podía obligar a sentir nada de eso. Aún cuando
pienso en eso los siento como una fugaz desazón, pero está
bien que sea así, no podría ser de otra manera, no quisiera
que fuera de otra manera, porque sé que hay otros que sí han
hecho un duelo sincero por ellos. Desde aquí no hay forma
de dar respuesta a alguna pregunta, solo puedo comentar
que no tengo idea de por qué me enfrento así a la muerte,
no sé porque la puedo enfrentar desde esos lugares, desde la
calma. Nadie me enseñó a hacerlo, a veces eso es lo que de
verdad me perturba de la muerte.
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diera encontrar alivio que no fuera la muerte. Claro la triste-
za en un primer momento fue descomunal, puedo decir (sin
temor a sonar ridículamente romántico) que ella fue el amor
de mi vida, y no todos los días muere esa persona, pero pude
encontrar mi propio alivio prontamente en el saber que ella
lo había encontrado, que ese huésped que la consumía ya no
existe, que su tristeza había desaparecido, que ya no padecía
esta vida. Así mismo, ese fue el primer paso para aprender a
dejar ir, aceptar que nuestras existencias tenían que ser com-
pletamente distintas para que ambos pudiéramos estar en
calma, por ese inmenso amor que nos tuvimos (que todavía
existe pero de una manera diferente). Cada uno tenía que
tomar una decisión, vivir o morir, lo que significa planos de
la existencia en los que todavía no coincidimos, pero son en
los que necesitábamos estar emplazados y en donde ninguno
de los dos podía, de manera egoísta, obligar al otro a estar.
Claro que la extrañé y me hacía demasiada falta los primeros
meses, pero se desvaneció rápidamente esa sensación, o más
bien se transformó en otra manera de extrañar; ya no año-
raba su compañía: me hacían falta sus valores, la amabilidad
con que trataba a cada persona, el amor que siempre entre-
gó a los animales, la paz que añoraba para todos nosotros,
el cambio a través del amor que tanto quería. Ahí mismo,
cuando entendí eso, supe que ese era el mayor regalo que me
había dejado, una enseñanza para –tal vez– ser una mejor
persona. Así que me preguntaba ¿Cómo no dejar ir a una
persona que quería irse, pero que yéndose dejó todo para
seguir amándola sin su presencia física?
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De nuevo vuelvo a preguntar ¿Es la superación afanosa
de un duelo lo que realmente busco cuando obtengo algo?
¿Estoy queriendo perder lo que deseo tener? A través de es-
tos testimonios solo puedo dar respuesta a esas preguntas
exclusivamente desde mi posición personal. A la primera
pregunta, respondería que no, pero sé que siempre e ine-
vitablemente voy a enfrentar una pérdida que trae consigo
un duelo; sé que la obtención y la convivencia con ese algo
significa la preparación y la configuración del duelo, que eso
mismo dicta lo que se va a extrañar, lo que se va a añorar, lo
que va a doler, lo que se va a recordar, ese algo es en sí mis-
mo su ausencia. Y para la segunda pregunta: no, pero sé que
lo voy a perder, que es más el tiempo que voy a existir sin ese
algo, tanto previamente como posteriormente.
JUSTIFICACIÓN
(DESDE EL DUELO)
L
a única forma de justificar la realización de este
proyecto es a través del duelo, cada pieza que lo
compone es en sí misma un pedazo de mi duelo.
No hubo otro lugar donde reflexionara más que en el hacer.
Así no lo quisiera, tenía miedo de velar mi oficio con el dolor,
pero con cada cuento que escribía iba entendiendo mi duelo,
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qué lo componía, en qué lugares de mi ser habitaba especí-
ficamente y de esta manera podía sentir sin dejarme superar
por el sentimiento, pues podía comprender ese huracán de
emociones y cuándo era necesario mantenerlas bajo control.
Así mismo entendí que no había dolor; es lógico pensar que
lo hay frente a un hecho así de importante, pero el proceso
me fue mostrando que mi catarsis se configuraba desde el
amor, no escribía o dibujaba desde otro lugar. Naturalmen-
te, fue el proceso estuvo matizado por distintas sensaciones,
la tristeza, la nostalgia, la felicidad, la desazón, pero siempre
la constante es ese amor y así entendí que no había herida
o, más bien, no encontré ninguna, por lo que me convencí
de que no debe haber dolor si otra persona está en el me-
jor estado que podría estar. Después, llegaba el momento de
ilustrar los cuentos y, como he mencionado anteriormente,
la ilustración es la manera en que logro hacer tangible ese
segundo mundo. En este caso, ese imaginario era donde ha-
bitaba mi duelo y poder verlo y sentirlo, fuera de mí, empla-
zado en esta realidad, es literalmente sacarlo de mí, poder
transformarlo cuando quiera, poder visitarlo cuando pueda
o cuando sienta que es necesario, poder sentirlo cuando yo
quiera, olvidarlo de a ratos, en resumen, poder manipularlo
y poder así convivir en paz con él, que no me pueda desbor-
dar o quebrar.
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volver a ser un niño y dibujar para alguien, para rendirle
y rendirme un tributo, para hacer una catarsis que no te-
nía otro lugar que en el oficio. Con este proyecto tenía que
volver a configurarme, ser un nuevo yo. Cosmogonía para
antes de dormir es el reflejo de la decisión que tomé para mi
existencia. Con esto, yo decidí vivir.
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