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ADA)
(INSPECTORA CONCEPCIÓN)
ESCENA I PRÓLOGO
Al empezar la función se encuentran en escena, a contraluz, con gabardina. Son GÓMEZ,
AGUADO, ÁLVAREZ, AGUIRRE y JIMÉNEZ. Cantando
TODAS. - A la escuela que ya es hora, sin demora vamos pues. Nos lo exige, nos lo manda, la voz
santa del deber.
(Después de cantar la estrofa dos veces, se van acercando el proscenio, y la repiten por
tercera vez a mayor volumen. Cada una lleva, atados a una cuerda, un pizarrín y un
ejemplar de la Enciclopedia ÁLVAREZ. Poco a poco se ilumina todo el escenario. Al
acabar la canción, AGUADO se les une.)
TODAS. – Ávila, Segovia, Soria, Logroño, burgos, Santander, Palencia, Valladolid, ochocientos mil…
TODAS. ¡jolin!
AGUADO. - Bueno, no tan claro, si el nuestro debe ser de los pocos himnos que no tiene letra.
TODAS. - ¡Jolin! ¡Levantar el brazo! Alejar los brazos hijos, del pueblo español
ÁLVAREZ. – A mi cada vez que levantaba los brazos se me caían las bragas.
¡Viva España!, mi Patria esclarecida, madre sin igual, compendio del honor.
¡Viva España!, solar de noble vida, regio pedestal de Cristo Redentor.
Fuiste de glorias florido pensil:
hoy reverdecen a un impulso juvenil.
Veinte naciones coronan tu sien:
¡Arriba España! Raza invicta es tu sostén.
GÓMEZ. - Miles y miles de veces pasamos inmaculadas, a voz en grito por él:
AGUIRRE. - Y sin la más mínima curiosidad por averiguarlo, la verdad sea dicha.
JIMÉNEZ. - Pero en esta frase, en el recuerdo de su repetición tonta y mecánica, encontramos, sin
embargo, el símbolo de aquella escuela.
ÁLVAREZ. - Y es que éramos tan inocentes que nos creíamos todo lo que nos decían.
AGUIRRE. - Pero la mayor tontería que nos decían a las niñas eran las nueve reglas de la buena
esposa, madre y dama de carga, para mantener feliz a tu marido.
JIMÉNEZ. - Uno: Ten preparada la cena para cuando llegue a casa tu marido.
AGUADO. – Dos: Luce hermosa y descansa 5 minutos antes de su llegada para que te encuentre
fresca y reluciente.
JIMÉNEZ. - Seis: No hagas ruido. Apaga la lavadora y la aspiradora cuando llegue tu esposo.
GÓMEZ. – Ocho: Déjalo hablar antes y recuerda que sus temas son más importantes que los
tuyos.
AGUIRRE. - Estas nueve reglas estaban incluidas en el manual de la buena esposa de Pilar Primo
de Rivera.
(OSCURO. Empiezan a recitar una oración mientras cuelgan los abrigos en el perchero,
se dirigen a sus respectivos pupitres y se ponen las batas escolares.)
TODAS. - Iluminad, Señor, nuestro entendimiento y moved nuestra voluntad, para que, estando
con la debida atención, aprendamos las cosas que se nos enseñan para nuestro provecho espiritual
y temporal. Lo que os pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
ÁLVAREZ. - (Se levanta.) Señora Maestra, ya está, la respuesta al problema 73 es: ningún
caramelo, y Pilarín es tonta.
TODAS. - ¡Ay!
GÓMEZ. - Y ¡plas!
TODAS. - ¡Ayyy!
JIMÉNEZ. - ¡No veas! ¡Por culpa de Pilarín, la tonta esa! (Se sienta.)
ÁLVAREZ. - (Al público.) Yo repasé con los dedos por si me había equivocado. (Cuenta.) A ver,
dos caramelos que dio a su hermanita...
TODAS. - ¡Bien!
TODAS. - ¡Bien!
ÁLVAREZ. - Y si tenía tres caramelos y dio tres caramelos, pues no le quedó ningún caramelo a
Pilarín...
TODAS. - ¡Claro!
JIMÉNEZ. - Si les hubiera dado uno a cada uno le habría sobrado otro para ella. Y eso es lo que hay
que hacer cuando tú tienes tres caramelos, y tu hermanita y tu primito, ninguno.
TODAS. - ¿Por?
ÁLVAREZ. - Porque entonces en el ejercicio tendría que poner: «Un asesino da tres caramelos a
una niña diabética que se llama Pilarín».
(GÓMEZ se levanta, va hacia la mesa y se pone una bata larga que había en la silla. A
partir de ahora hará de MAESTRA.)
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - El saber no ocupa lugar y todo lo que estudiéis ahora os será de utilidad
el día de mañana.
JIMÉNEZ. - Es que muchos problemas estaban mal planteados. El 74, por ejemplo:
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - (Lee.) En un cesto hay 36.584 huevos ¿Cuántos pares de huevos
contiene?
TODAS. - ¿Eh?
ÁLVAREZ. - 36.584 huevos son una barbaridad, todos los de abajo estarían aplastados (Risas
más fuertes.) y, además, a ver cómo es el cesto, que encima estaría chorreando por todas partes.
AGUADO. - (Al público.) Cuando todos temíamos por la integridad física de la ÁLVAREZ, va la
MAESTRA y dice:
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - Tiene razón, AGUIRRE. (Le da un pescozón.) ¿Quién va a llevar un cesto
tan enorme poniéndose perdida?
ÁLVAREZ. - (Al público.) La tonta de Pilarín. (Se sienta.) Bueno, esto no lo dije, pero lo pensé.
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. – Tenéis que aprender cosas útiles para que el día de mañana seáis las
reinas de vuestro hogar.
ÁLVAREZ. – Hombre esta pobre más que parecer reina, parece una esclava porteadora.
JIMÉNEZ. - Con la mayoría de los problemas pasaba lo mismo: o les faltaban datos, o estaban mal
planteados, o no podías comprobarlos.
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - (Lee.) Un andarín gana 614,50 pesetas por cada kilómetro que recorre.
Según esto, ¿cuánto vendrá a ganar por cada hectómetro recorrido?
NIÑAS. - (Giran de cara al público con los pupitres.) ¡Jolin, qué chollo!
AGUIRRE. - Yo eché cuentas y con cruzar la calle ya tenía para chicle y cacahuetes. Bueno, y con
subir y bajar el paseo, ya ganaba más que mi padre en un mes.
ÁLVAREZ. – Pero cuando en la cena dije que de mayor quería casarme con un andarín, mi madre
me cruzó la cara.
AGUIRRE. - Igual es mejor casarse con un panadero (Giran con el pupitre de cara a la
pizarra.)
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - (Lee.) Una familia gasta 4 litros de vino diarios. (Las niñas giran con
los pupitres de cara a la pizarra.) ¿Cuánto dinero invertirá a la semana si lo compran por
barriles de 540 litros, a 540 pesetas cada barril?
(Cada niña va girando de cara al público durante su intervención.)
ÁLVAREZ. - Cuando comenté en casa que a lo mejor me casaba con un tabernero, a todos les
pareció bien; sin entusiasmo, pero bien, bien.
AGUADO. - Lo que teníamos claro, claro, es que no queríamos casarnos con un jornalero.
GÓMEZ. - Un jornalero gana 58 pesetas a la semana. Si gasta 168 pesetas al mes ¿cuánto le
queda de lo ganado?
(Las niñas se reúnen, aguantando sus pupitres, en el centro del escenario. Deliberan.)
ÁLVAREZ. - ¡Manolete!
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. – Álvarez para mañana me copias 100 líneas: No hablaré más en clase.
ÁLVAREZ. - ¡Vale!
AGUADO. – ¡Alberti!
ÁLVAREZ. - ¡Vale!
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. – oyyyyyy, señor dame paciencia. Un afamado torero…ha cobrado 20.600
duros por torear durante hora y media. Si de ellos ha tenido que pagar 18.000 pesetas a la
cuadrilla, ¿cuántas pesetas ha ganado por segundo?
JIMÉNEZ. - Y lo mío.
JIMÉNEZ. - Cuando aquella noche, en la cena, dije que de mayor me quería casar con un torero mi
madre comentó:
MADRE. - (De nuevo con el gorro de baño.) ¡Cariñooo! (Se acerca. Al público.) Por fin esta
niña dice cosas normales.
TODAS. - La virgen bendita sonríe de amor, al ver que las niñas hacen oración. Ave, ave, ave
María. Ave, ave, ave María. Del cielo ha bajado la Madre de Dios, cantemos el Ave a su concepción.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
AGUIRRE. - (Al público.) A la clase de religión le teníamos más miedo... que a una vara verde. La
daba...
NIÑAS. - ¡Tantatachán...!
GÓMEZ. - Y después de los coros venían las danzas. DOÑA ANGUSTIAS se paseaba en silencio
durante un rato... (Se sientan.) ...y de repente, señalaba a una y la soltaba... (Cada vez que son
preguntadas, las alumnas se ponen de pie.)
AGUIRRE. - (Al público.) Y es que había que responder exactamente lo que ponía en el
catecismo.
AGUIRRE. - El catecismo siempre nos trataba de tu, pero DOÑA ANGUSTIAS nos trataba de usted...
NIÑAS. - Y a guantazos.
JIMÉNEZ. - Y nosotros a ella de Madre: «Sí, Madre» por aquí... «Sí, Madre» por allí... Aunque no era
monja
ÁLVAREZ. - Salvo la Jiménez, raro era el día que no salías con la cara caliente. Y es que no podía
ser de otra manera.
GÓMEZ. - (Al público.) Y estaba bien. Lo decías y te librabas; pero, después, DOÑA ANGUSTIAS te
preguntaba...
GÓMEZ. - Que ya no estaba en los cielos, que se había ido; que ahora estaba...
DOÑA ANGUSTIAS/AGUADO. - (A GÓMEZ.) ¿Por qué dice usted que está en los cielos?
GÓMEZ. - (A AGUIRRE, detrás suyo.) ¡Mira tú lo rápido que se ha vuelto al cielo, eh!
GÓMEZ. - (Mirando a sus compañeros, que le hacen un gesto afirmativo.) Sí, Madre. El
Espíritu Santo es Dios.
DOÑA ANGUSTIAS/AGUADO. - (A JIMÉNEZ.) ¿acaso ve usted que sea Dios trino y uno a la vez?
JIMÉNEZ. - Hombre... verlo... verlo... no. Pero lo creo más que lo veo.
ÁLVAREZ. - (Al público.) Claro, después de contemplar el guantazo que me había llevado, la
JIMÉNEZ creía ya hasta en que las vacas volaran, si menester fuera.
JIMÉNEZ. – Me da igual.
GÓMEZ. - ¡Joé... siempre yo! (Coge el libro de catecismo y se sienta sobre un pupitre,
JIMÉNEZ ha cogido una pelota de trapo y, mientras repasan la lección, juega con
ÁLVAREZ y AGUIRRE.)
ÁLVAREZ. - ¡Apúntala!
JIMÉNEZ. - ¡Claro!
JIMÉNEZ. – ¡la cigüeña, de parís! (Todas se ríen de la Jiménez) Oye, que lo pone en el libro
ehhh
GÓMEZ. – Si. El niño Jesús fue concebido milagrosamente, pero todos los demás hemos sido
concebidos fornicando
(Ve entrar a DOÑA ANGUSTIAS.) Eh, que viene, que viene. (Todos se sientan y entra la
MAESTRA.)
JIMÉNEZ. - A veces era tanto el follón, que ni la MAESTRA se aclaraba. (ÁLVAREZ, la última de
la fila, se esconde con la tapa del pupitre y empieza a comer una manzana.)
DOÑA ANGUSTIAS/AGUADO. - ¡Qué alivio! Una persona muy cristiana entra en la iglesia y se
dispone a comulgar; pero, de pronto se da cuenta de que, por distracción, no tomó agua bendita al
entrar. (Ve a ÁLVAREZ y se le acerca sigiloso.) ¿Puede comulgar? Caso de no hacerlo por temor
a cometer un sacrilegio, ¿qué clase de conciencia tiene? (Golpeando a ÁLVAREZ en la cabeza
con la tapa del pupitre.) ¿ÁLVAREZ?
JIMÉNEZ. - (No muy convencida.) Yo creo que tiene conciencia errónea o escrupulosa...
ÁLVAREZ. - (Al público.) Yo tenía la conciencia perpleja, que era la única que había cobrao.
Aunque faltaba GÓMEZ.
GÓMEZ. - Yo creo que si no ha desayunao sí que puede comulgar. Y beber toda el agua bendita
que quiera.
ÁLVAREZ. - No, si la GÓMEZ y yo formábamos pareja artística, que cobrábamos a dúo, ¿eh,
GÓMEZ?
GÓMEZ. - ¡Joé!
(Oscuro.)
TODAS. - Habla libro mío, habla sin cesar lo que tú me digas nunca he de olvidar. Te leo con gusto
y con afición marcando los signos de puntuación. Descanso en las comas cual se debe hacer, me
paro en los puntos y aprendo a leer. Los interrogantes ya los hago bien, los admirativos los marco
también y a cada palabra que leyendo voy su justo sentido de paso le doy. Habla libro mío, habla
sin cesar lo que tú me digas nunca he de olvidar.
AGUADO. - Venía al colegio Don Pedro, un cura obsesionado con la ortografía, que nos contaba
unas historias preciosas que sacaba de un libro que se llamaba A los niños. Pláticas y ejemplos.
ÁLVAREZ. - Yo no sabía qué eran las pláticas, pero me enteré enseguida. Así llamaban los curas a
los pellizcos.
GÓMEZ. – Don Pedro decía siempre. (Imitándole. Las demás niñas repiten todo lo que dice.)
¡Esas mujeres! ¡Que fuman! ¡Que se atreven a llevar pantalones! ¡Marimachos, eso es lo que sois!
(Entra Don Pedro, el CURA, por un lado, del escenario.)
CURA/AGUIRRE. - (Al público.) Esas mujeres que os falta tiempo para quitaros la rebeca en
cuanto salís de aquí, dejando los brazos al aire. ¡Impudicia! ¡Eso es pecado de impudicia! Ya iréis a
confesaros, ya.
TODAS. - ¡Impudicia! ¡Eso es pecado de impudicia! Ya vendréis a confesaros, ya. (el cura sube a
la tarima. Las niñas se levantan. Empieza la clase.)
CURA/AGUIRRE. - (Coge un libro de su mesa.) Muy bien chicas... (Les hace un gesto de que
se sienten.) Hoy, como todos los sábados, vamos a continuar con la lectura de aquellas dos
hermanas que, por su vida licenciosa, ardieron vivas... ¡Gómez! Proceda a la lectura.
GÓMEZ. - (Se acerca donde está el CURA/AGUIRRE. Éste le pasa el libro. Empieza a leer,
con dificultad y muchos errores.) Resbalo...
CURA/AGUIRRE. - Punto.
GÓMEZ. - Prendió...el fuego en sus vestidos y en pocos momentos quedo...envuelta en una gran
llamarada.
CURA/AGUIRRE. -¡Candil!
CURA/AGUIRRE. - Coma.
CURA/AGUIRRE. - Coma
GÓMEZ. - y las llamas crueles prendieron también en sus ropas; (Está cada vez más nerviosa.)
CURA/AGUIRRE. - Punto.
CURA/AGUIRRE. - Punto.
CURA/AGUIRRE. - (Desesperado.) ¡Ascuas! ¡Y punto y aparte, que no hay quien te aguante! (Le
coge el libro. GÓMEZ vuelve a su pupitre. DON Pedro lee.) Y el fuego avanzaba. Llamaban
las pobres a su madre con unos aullidos espantosos. Y ella ¿las podía socorrer? ¡¡¡NO!!! Entre
admiraciones. Y las llamas se cebaban en sus carnes blancas... (Señala a ÁLVAREZ, inquisitivo.)
ÁLVAREZ. - Mayúsculas.
AGUADO. - Diptongo.
CURA/AGUIRRE. - ¡Dios!
NIÑAS. - ¡Ah! (Dibujando en el aire los puntos suspensivos.) Toc, toc, toc.
CURA/AGUIRRE. - Las llamas avanzaban implacables devorando sus entrañas, convirtiendo sus
ojos en focos siniestros de luz. Cuando aquella noche la desventurada madre llegó a casa sólo
encontró un montón de huesos calcinados... y punto final.
JIMÉNEZ. - Padre, pues a mí me han dicho que los niños y las niñas no pueden condenarse al
infierno.
JIMÉNEZ. - ¡Punto!
NIÑAS. - ¡Bien!
JIMÉNEZ. - ¡Jolín, qué día tiene! (Jiménez coloca el taburete del piano en el centro de la
escena. Las cuatro niñas se sientan alrededor.)
CURA/AGUIRRE. - Mirad, si no, lo que le ocurrió a Martita Ochoa. (Se sienta en el taburete.)
Martita Ochoa fue la mejor alumna de la escuela. Hija de una de las más ilustres familias de la
ciudad, rica y guapisima, tenía todo lo que una joven cristiana puede desear. Sacaba matrícula de
honor en todas las asignaturas.
JIMÉNEZ. - ¡Qué!
CURA/AGUIRRE. - Pero un día, un mal día, tuvo una tentación; una tentación de la carne, una
tentación contra su pureza hasta entonces inmaculada cual rama de azucena. Se dejó persuadir
por el maligno y pecó. Un horrible pecado solitario. (Álvarez reacciona avergonzada.) Después,
manchada ya y embarrada su alma por el cieno nauseabundo del pecado, no se atrevió a confesar
su caída a su confesor y siguió pecando una y otra vez. Empezó a volverse taciturna, abandonó sus
amistades, fue perdiendo la inteligencia. (Es evidente que Álvarez está poniéndose
malísima.) Cada vez se veía más atrapada por la viscosa araña de la concupiscencia y se
debilitaba su voluntad un poco más cada día. Pronto fue incapaz de resistirse al pecado. El maligno
había ganado una nueva víctima para el infierno.
CURA/AGUIRRE. - Empezó a sacar suspensos, le salieron grandes ojeras y su piel perdió el brillo
que solía tener. Se pasaba el día dormitando.
TODAS. - ¡y!
JIMÉNEZ, AGUADO y GÓMEZ. - (Aplauden, encantadas con la historia.) ¡Qué bonita historia,
padre!
CURA/AGUIRRE. - Yo no quiero asustaros, queridas niñas. Sólo quiero que veáis qué sería de
vosotras si os condenaseis y fueseis a parar al infierno, rodeadas de sus eternas e imperecederas
llamas para siempre jamás. (El cura mira al público y sonríe con aire de complicidad. Se
acerca a su mesa. Las niñas van al proscenio.)
AGUADO. - (Al público.) Y, a pesar de los sufrimientos de la Álvarez, seguimos con aquellas
bellas y truculentas historias en las que se ponía de relieve la suerte que corrían los pecadores.
GÓMEZ. - Muerte de un malvado, en la que uno moría y después los perros desenterraban su
cadáver y se lo comían, porque se había mofado de los divinos mandamientos.
AGUADO. - Y tantas y tantas otras historias que poblaron de pesadillas nuestros sueños y de
culpabilidad nuestros corazones. (Señalan hacia donde salió Álvarez que entra
desencajada.)
CURA/AGUIRRE. - Jenuflexi.
ÁLVAREZ. - ¿Qué?
ÁLVAREZ. - Me acuso, Padre, de haber pecado contra los mandamientos... (Repasándolos con
los dedos.) dos, cuatro... seis y siete.
CURA/AGUIRRE. - No, no, no y no. Así no se confiesa una, hija mía. Debes proceder por partes.
Veamos, ¿qué has hecho para pecar contra el cuarto?
ÁLVAREZ. - (Recordando cuál es.) Contra el cuarto, el cuarto... Desobedecer a mis padres.
ÁLVAREZ. - También.
CURA/AGUIRRE. - ¿Tocamientos?
CURA/AGUIRRE. - Venga, dame todos los detalles; como si lo estuvieses viendo en una película.
CURA/AGUIRRE. - ¡Ay... dice que se siente mal! Ése es el castigo divino por el pecado. Ay,
ÁLVAREZ, ÁLVAREZ... si entre santa y santo pared de cal y canto, ¿qué no habrá que poner entre
vosotras? Me vas a rezar diez padrenuestros y diez avemarías como penitencia. Ego te absolvo in
nomine patri et fili... (El cura sale por el lateral derecho. Por el lado opuesto, entran
JIMÉNEZ, GÓMEZ y AGUADO con una vela encendida en la mano, y cantando una
canción. JIMÉNEZ le pasa una vela a ÁLVAREZ. Ésta se sienta en el taburete y se une a la
canción.)
TODAS. - (Cantando.) Es pura la azucena cuando en abril perfuma su fragancia, rico pensil. Pero
más pura que tu divina gracia es la hermosura. (Apagan las velas y oscuro.)
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - (Se acerca a primer término. Lleva un libro en las manos.) ¡Buenas
tardes! (Vuelve a su sitio.)
AGUIRRE. - Doña Jacinta, que era dama de la Cruz Roja, de la Caridad y de mil cosas más, nos
repartía la leche grumosa,
ÁLVAREZ. - Bueno, eso sí, y también nos leía unas historias tristísimas de familias pobres...
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - (Se acerca a primer término con el libro abierto. Las niñas suben
a la tarima. Se colocan dos a cada lado, dejando a la maestra en medio. Ésta lee.) «La
pobreza tiene sus inconvenientes, bien es cierto, pero son más las ventajas». (Vuelve a su sitio.)
AGUIRRE. - (Al público.) De hecho, los pobres, ni siquiera tenían que aprender el catecismo...
ÁLVAREZ. - Y podían comer cualquier alimento por vedado que estuviera o estuviese.
JIMÉNEZ. - O sea, que un pobre, por pobre que fuera, si llegaba Viernes Santo y quería hincharse
de solomillo, podía... podía...
AGUIRRE. - Y no como los ricos que, si juntabas ayunos y abstinencias, te salía que los ricos, no
comían casi nunca.
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - (Se acerca a primer término.) Sólo los que tienen bienes están
obligados a las limosnas.
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - En necesidad común del prójimo, le hemos de socorrer con los bienes que
nos sobran.
ÁLVAREZ. - Bueno...
AGUIRRE. - ¡Coño!
DOÑA JUSTA/GÓMEZ. - Aun con los necesarios a nuestro estado y posición social. (Cierra el
libro y vuelve a su sitio.) (Las niñas se colocan en primer término.)
ÁLVAREZ. - Un suponer... (ÁLVAREZ hace de pobre, mientras los otros tres hacen de
transeúntes.) Una limosna por caridad...
AGUADO. - (Al público.) ¿Cómo calculabas tú, allá, en las mismas narices del pobre, su
necesidad? ¿Qué hacías? ¿Se lo preguntabas?
AGUIRRE. - ¿No será apetito desordenado? Pues eso es gula y no se le tiene que dar nada. (A
ÁLVAREZ.) Nada chica, no hay nada.
ÁLVAREZ. - ¡CAGONTUSMUERTOS!
JIMÉNEZ. - (Al público.) Es que en aquellos tiempos la mayoría de los pobres no aceptaban haber
sido elegidos por Dios.
JIMÉNEZ. - U otros socialistas. (Se colocan en diagonal, formando una línea. Delante, DOÑA
JACINTA. Lee.)
ÁLVAREZ. - (Al público.) Y para eso era mejor que se quedaran de ricos los ricos, que ya lo eran.
JIMÉNEZ. - Que ya sabían de qué iba la cosa. Además, para triunfar en la vida había que ser...
NIÑAS. - ¡POBRE! (Se colocan de nuevo en diagonal. DOÑA JACINTA va a primer término.)
INMACULADA/GÓMEZ. - ¡Uy, Jesús, ¡qué pobre...! ¡¡¡Qué hombres!!! ¡¡¡Estos sí que eran
hombres!!! (Mirando a las niñas.)
AGUIRRE. - (Al público.) Pero la Aguado, veía las cosas de otra manera. (Las niñas se sientan
encima de los pupitres.)
AGUADO. - ¡Eso son pamplinas! Esas cosas no pasan nunca. Yo vivo en las casas baratas. En mi
barrio, la gente se viste con saldos. Y yo no veo que abunden esos portentos...
AGUADO. - (A ÁLVAREZ.) Pero ¿estás oyendo lo que dice? ¿Lo estas oyendo? ¡Dividir a los pobres!
(A JIMÉNEZ.) ¿Cómo se divide a un pobre? ¿Lo descuartizas?
JIMÉNEZ. - ¿Me vas a decir que es lo mismo un pordiosero que un indigente? ¿Me lo vas a decir?
AGUIRRE. - En eso lleva razón la Jiménez... No es lo mismo. (Al público.) Yo por intervenir que, la
verdad, no tenía ni idea de en qué se diferenciaban.
ÁLVAREZ. - O con un pobre de solemnidad... (Al público.) Yo ampliaba el cuadro con lo que me
sonaba.
JIMÉNEZ. - Cuidadito, cuidadito, que mi madre y doña Jacinta son de las damas apostólicas de...
no sé qué y tienen sus propios pobres; y hay una lista, pa que te enteres; y les dan ropa vieja y
paquetes con comida, pa que te enteres; y están muy divididos, y.… eso, que hay muchas clases
de pobres, pa que te enteres.
AGUADO. - (Se levanta, a punto de ponerse a llorar.) Pues les dices de mi parte a tu madre y
a doña Jacinta que se metan la ropa vieja y la comida por donde les quepa, pa que te enteres. (A
AGUIRRE.) ¿Vienes?
JIMÉNEZ. - (Se acerca a ÁLVAREZ. Recitando, casi.) ¡El rico es para el pobre el administrador
de la providencia, y todo lo demás es socialismo!
ÁLVAREZ. - Tú, ahora, no te tires el pegote, Jiménez, que eso viene en el libro, pa que te enteres.
(Sale.) (JIMÉNEZ ha quedado sola. Cuando se da cuenta empieza a llorar. Se sienta en su
pupitre y se tapa la cabeza con los brazos. Entran las otras niñas.)
JIMÉNEZ. - Sí, claro..., (Saca la comba de su pupitre.) porque tengo la comba, ¿no?
ÁLVAREZ, AGUIRRE y AGUADO. - Bien, vale... (Salen todas corriendo, contentas y oscuro.)
AGUADO. - (Se las unen GÓMEZ y AGUADO al público.) Con la merienda en la mano, nos
íbamos al cuchitril del zapatero, que tenía el techo repleto de...
GÓMEZ. - Entre que aquello era una zapatería y que nosotras merendábamos pan con aceite.
AGUIRRE. - El alquiler costaba una perra gorda y se ponía aquello de bote en bote.
ÁLVAREZ. - ¡Que colecciones! Estábamos deseando que les hicieran una peli para poder seguir las
aventuras después en el cine.
AGUIRRE. - ...y era por la tarde. (Oscuro. Suena la música del NO-DO. Cuando vuelve la luz,
nos encontramos a las cinco niñas sentadas encima de los cuatro pupitres. Estos forman
una sola línea en primer término. Estamos en el cine.)
ÁLVAREZ. - (Al público.) Sacábamos entrada de gallinero, que era más barata y además no te
caían ni cáscaras de cacahueses ni escupitajos.
AGUIRRE. - Es que echaban unas peliculitas con lo que hacía durante el día, que es que no paraba,
el hombre.
JIMÉNEZ. - Algunas veces se asomaba a un balcón; pero siempre veía lo mismo: un gentío enorme
chillando. Y él, claro, tenía que decir unas palabras, pero en cuanto decía:
ÁLVAREZ. - Ya no se le entendía. Saludaba con una mano (La AGUIRRE lo hace, imitándolo.)
GÓMEZ. - La peliculilla acababa siempre con alguna desgracia, pero, cuidao, en el extranjero.
GÓMEZ. - Casi todas las pelis eran en el extranjero; de indios, de chinos, de romanos... ¡Todos más
tontos que Abundio! Ahora que, de todos los extranjeros, los más simplones sin comparación... los
negros.
GÓMEZ. - Los que te ataban a un poste para que no te fueras sin ver el baile completo.
ÁLVAREZ. - ¡Cómo sería la cosa que, en un continente entero de negros, el rey de la selva era un
blanco!
JIMÉNEZ. - ¡Y, además, había que ver al blanco! En seis pelis que le habíamos visto no había
aprendido a decir gran cosa: Mí, TARZÁN. TÚ, YEIN
AGUIRRE. - No te digo más que hasta la mona era más lista. Y si ese era el rey, imaginaos cómo
serían los súbditos... Rara era la peli en la que no se despeñaban seis o siete con equipaje y todo.
AGUIRRE. - (Al público.) Pero antes descargábamos sobre la platea cáscaras, papeles, restos de
chucherías, escupitajos, en un ataque sin cuartel. (Lo hacen.)
ÁLVAREZ. – Pero como era programa doble, nos callábamos para ver la que venía después.
AGUADO. - Total, para nada, porque la de aquella tarde era una españolada.
TODAS. - ¡Buaaaf, vaya mierda! ¡La mala...! (Empiezan a salir. Cuando ÁLVAREZ está a punto
de desaparecer, vuelve el efecto de proyección y se oyen gritos Se oye partido de
futbol. ÁLVAREZ queda embelesada. Vuelve a sentarse en el pupitre, empieza a tocarse
y.… oscuro.)
DOÑA ALICIA/ALVAREZ. - (Desde fuera.) Para ser una buena esposa católica en el futuro debéis
fortaleced vuestros cuerpos, y vuestros espíritus.
AGUADO. - Que la habían encomendado la clase de gimnasia porque algo había que darle a la
pobre. (Aparece DOÑA ALICIA vestida de militar. Renquea ostensiblemente y es manca.)
DOÑA ALICIA/ALVAREZ. - ¡Venga, en formación! ¡Ar! ¡Paso ligero! ¡Ar! (Las niñas dan la vuelta
al escenario. GÓMEZ es la última.) ¡GÓMEZ, que me lleva el paso cambiado!
DOÑA ALICIA/ALVAREZ. - Pues ¿qué te creías so tonta? Fortalece tu cuerpo para fortalecer el
espíritu, ¡so roja!
AGUIRRE. - (Al público.) ¡Y aquellas tablas de gimnasia tan entretenidas! Jolín es que había que
hacer tantas tonterías para llegar a nuestro destino: cuidar y limpiar.
DOÑA ALICIA/ALVAREZ. - (Sin mover un músculo.) Brazos extendidos, palmas hacia abajo y
vamos hacia arriba con palmada en lo alto y a ver cómo bajamos con golpe en el muslo. Y en
cuatro tiempos. Y uno..., dos..., tres..., . (Va marcando el ritmo. Las niñas hacen el ejercicio.
A la AGUIRRE.) ¡Sigue el ritmo, zopenca! (La da un pescozón.)
GÓMEZ. - Pero, DOÑA ALICIA, cuando nos silba ¿Qué es... la palmada en lo alto o el golpe en el
muslo?
DOÑA ALICIA/ALVAREZ. - ¿Que yo te silbo a ti, zorrón? (La da un pescozón.) Venga, ¡otra vez! Y
en cuatro tiempos. (Marca el ritmo. Al cabo de un rato, las hace parar.) ¡Pandilla de inútiles!
¡Ya os voy a enseñar yo a vosotras!
AGUADO. - que al final Eso, enséñenos cómo se hace, que es que usted no mueve ni las cejas.
AGUADO. - Pero la medalla no apareció, claro. Preferíamos que quedara la duda antes que
reconocer que habíamos sido nosotras.
AGUIRRE. - (Agotada.) Lo malo fue cuando nos mandaron a casa, expulsadas hasta que
apareciera la maldita medalla. (Se han ido amontonando, ya cansados, en el proscenio.)
AGUADO. - Y aquella noche, durante la cena, la que se armó en casa de cada uno después del
parte de las diez.
(Oscuro. Se ilumina la zona derecha del proscenio. Van apareciendo todos llorando.
Forman un grupito. Se miran y van cambiando los lloros por risas. Al fin, se calman.)
(Salen corriendo y oscuro. Suena una marcha militar.)
AGUADO. - Aquel día Doña Inmaculada se ponía de los nervios. (Entra la MAESTRA.)
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¿Cómo?
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - Así está mejor. (Se da cuenta que DOÑA JUSTA las está
adiestrando.) Doña Justa, déjeme un momento a solas con las niñas.
INMACULADA/GÓMEZ. - Como usted diga, señora INSPECTORA. (En voz baja, a las niñas.) Alto
y claro, pero sin gritar. (Sale.)
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - Voy a haceros unas preguntas. Son muy sencillas. Así que contestaréis
tranquilamente, sin nervios. ¿Está claro?
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¡Eso está mejor! (Entra GÓMEZ.) Y tú ¿de dónde sales, pequeña?
AGUIRRE. - En el centro del mundo. Exactamente, la puso en el mejor sitio del mundo, donde no
hace ni mucho frío ni mucho calor. Y no como en otros sitios, donde se hielan de frío o se asan de
calor...
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¡Eso está muy bien! ¿Qué más concedió Dios a España? (Señala a las
niñas que deben contestar.)
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - (A AGUIRRE.) Los primeros hombres que hubo en España eran leales y
valientes, celtas e íberos. (De repente, gira hacia GÓMEZ, que hablaba con AGUADO.)
¿Cómo se llamaban los que vivieron luego y eran muy listos?
GÓMEZ. - Los fundicios.
ÁLVAREZ. - (Al público.) Vamos, que eso del turismo viene de tiempos.
AGUIRRE. - Y así España era cada día más fuerte, más lista y más sabia.
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - Así vemos como hay pueblos predestinados por Dios para que ejerzan
su vocación de Imperio. (Examinando las orejas de GÓMEZ.) Y aquí hay cerumen, mucho
cerumen. (A GÓMEZ.) ¿Qué reyes fueron los forjadores del Imperio Español?
GÓMEZ. - Isabel y Fernando, tanto monta, monta tanto.
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - (Se le acerca, enfadada.) ¡No, no, no y no! Antes de las carabelas.
Aténganse al orden exacto de la exposición. (AGUADO se ha escondido, asustada, detrás de
su pupitre.) Siéntese, mujer, siéntese... (Lo hace.) ¿Qué era preciso para descubrir un Nuevo
Mundo?
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - Que no, mujer, que no... (GÓMEZ, detrás de la INSPECTORA, hace
señas a AGUADO y le chiva la respuesta.)
AGUADO. - Un descubridor... y un nuevo mundo.
AGUIRRE. - Y Bahamonde.
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¡Salvaje!
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - Franco conduce España por medio de consignas, que saca de los
mismos símbolos del nacionalsindicalismo. Por ejemplo, Franco se queda mirando la bandera de la
Falange. (A AGUADO.) Por cierto, ¿cuál es el nombre completo de la Falange?
GÓMEZ. - Falange.
AGUADO. - española.
AGUIRRE. - Carlista.
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - Bien, así me gusta, que estés atenta. Un pirulí por saberte la respuesta.
(Se lo da.) Vayamos por el segundo término... y de las...
AGUIRRE. - Juventudes
GÓMEZ. - Obreras
AGUADO. - Nacionales
ÁLVAREZ. - Socialistas
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¡Pero, cómo socialistas, cómo socialistas...! Trae aquí el pirulí. (Se lo
arranca de las manos.) Uyuyuyuyuy... Como no me descifréis eso de las JONS, aquí va a pasar
algo muy gordo. (A AGUIRRE, amenazadora.) Juntas...
AGUIRRE. - Obreras.
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¡Por fin! (A AGUIRRE, fija a los ojos.) Falange Española Tradicionalista
y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. ¿Estamos?
AGUIRRE. - ¡A ver!...
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¡Muy bien, mujer, muy bien! (AGUIRRE se pone tan contenta que le
ofrece la mano La INSPECTORA no se la da.) Pues Franco enseguida se da cuenta de que eso
quiere decir que la autoridad se ejerce de arriba a abajo, y que debe hacerse lo que quieran los
mejores, no los más.
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - (A AGUADO.) ¿Tú qué ves cuando miras el yugo y las flechas?
AGUADO. - ¿Yo?
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - Sí, tú. ¿Quién va a ser? ¿Tú qué ves cuando miras el yugo y las flechas ?
(AGUADO no entiende. Ante la situación tensa, le da por sonreír.) ¡Hay que joderse con la
sonrisas! ¿Que qué ves...? (Señalando el escudo de su camisa.) ¡Míralo, hombre, míralo!
INSPECTORA/JIMÉNEZ. - ¡Bien!
AGUADO. - ¿Sí?
TODAS. - Cara al sol, con la camisa nueva que tú bordaste en rojo ayer…. (Oscuro.)
ESCENA IX EPÍLOGO
Los cinco personajes en el proscenio, con las gabardinas en un brazo.
GÓMEZ. - (Al público.) Bien es verdad que han pasado los años.
AGUADO. - A saber, qué habrá sido de la familia del ejercicio 720, tan hospitalaria ella.
JIMÉNEZ. - O mejor saber, ¿qué hicieron ellos con los parientes que un buen día se presentaron y
permanecieron «64 días» de visita?
ÁLVAREZ. - ¿Y qué será de aquel obrero que se gastaba la doceava parte de su salario en la
taberna?
ÁLVAREZ. - ¿Y de Pilarín?
ÁLVAREZ. - Sí, pero algunas siguen vigentes: la Santísima Trinidad, por ejemplo, descubrimos que
la Santísima Trinidad era realmente una Cuaternidad.
(Se ponen las gabardinas. Van todos hacia el fondo, desapareciendo detrás de la
pizarra, menos AGUADO, que se sienta al piano.)
ÁLVAREZ. - Bueno, eran otros tiempos.
(Empieza a sonar Suspiros de España. Queda iluminada únicamente la zona del piano.)
FIN