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Carlos Cullen
2 ESPACIOS
–que es un horizonte negro–, sí, desde ese magma primario se puede intentar, lúdica- mente, acertar con el
esa pre-patria donde quedó fundamento,
enterrada nuestra verdad, y que
cierto reno- vado afán de
pulcritud nos impide escarbar”
(Kusch, IV: 25). Es desde este
descenso, verdadera hybrys
o robo prometeico del fuego
del logos hegemónico, desde
donde puede emerger la
transfiguración, es decir, un
pensamiento creador.
Lo que ocurre es que este
“subsuelo”, esta pre-patria, esta
tras- tienda, este corpus real, no
es otro que el de la América
Profunda, ese cuerpo del Inkarri,
desgarrado y se- parado de su
cabeza, que –enterra- do en el
fondo de América– crece
continuamente, buscando
integrar su fragmentación. En
ese corpus real confluyen “indios,
porteños y dioses”; se trata del
pensamiento implícito de
América, que no es otro que el
pensamiento indígena y popular,
donde habita la reserva de
sentido, donde se da el qué, la
cosa, el asunto que hay que
pensar, y, entonces, sí
pensaremos danzan- do,
siguiendo el ritmo de conjunto y
sin estorbarnos los pies.
Por eso filosofar es meternos,
de alguna manera, a danzar,
despojándonos de los miedos (al
ridículo, en definitiva) que nos
traban los pies, descendiendo
al infierno hediento y tenebroso
del subsuelo patrio, de la
América Profunda, dejándonos
“meramente estar” en el “codo a
codo con la co- munidad, es
decir, con el pueblo”, y entonces
vorable y, de una vez por todas,
fundar una nación, que no
podrá ser tal sino equilibrando o
reintegrando, desde esta
América Profunda, telúrica,
vegetal, demoníaca, popular en
definitiva, el equilibrio de lo
humano, en una civilización
que ha olvidado que el hombre
es “mitad cosas y mitad dioses”,
que es conjunción de opuestos,
que, como la pareja, está para el
fruto y que, desde la indigencia,
espera la quinta creación.
La condición reconocer
el miedo original
Meternos en la danza propia
implica “cometer el ridículo” de
dar pasos inadecuados,
v
precisamente porque nos
o
animamos a reconocer “ese
l
miedo original que el hombre
c
creyó dejar atrás después de
a
crear
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a
La América Profunda busca su sujeto
BICENTENARIO 91
para adentro?” (Kusch, II: 27). resentimiento, que si en los europeos (y aquí está la fecundidad de su filosofía)
En algún sentido, comienza la es el no ser más que europeos, en nosotros
danza.
Es que este miedo supone
algo así como suprimir, no solo
la tesis “natural” del mundo,
sino tam- bién la ilusión de una
“reducción trascendental”. Y esta
epojé no es la angustia ante la
“nada del mundo”, sino saber que
estamos, meramen- te estamos,
no más.
Se trata, entonces, de la
supresión del miedo a
pensar, para pensar desde el
miedo que nos constituye. En
este sentido, es especialmente
significativa la contraposición
entre pulcritud
y hedor, con que se introduce
América Profunda, y que tan
marcadamente evoca esas otras
distinciones: las cosas físicas y
las cosas técnicas, la cosa
pensante y la cosa extensa.
En realidad, esta distinción
de lo pulcro y lo hediento
hace al modo como queremos
disimular y conjurar el miedo
original que nos produce
la existencia (es lo que
esperamos del “ser parmenídeo”
o del “cogito cartesiano”). Kusch
lo llama de di- versas maneras:
vivir en el patio de los objetos, de
las esencias, del ser alguien, de
la historia. En el fondo nos da
vergüenza tener miedo,
es decir, ser hombres. Y por
eso, lavamos el cuello de
nuestras ca- misas. Por eso,
Kusch nos propone pensar “al
modo antiguo”, es decir,
sondeando vivencias
inconfesadas, por ejemplo: el
e edor nos molesta. “Por eso
s somos los libertinos de la
, limpieza, y creamos pomposa-
mente la libertad, la sociedad,
m la cultura y la ciencia, para
u borrar el miedo a ser hedientos.
c Y nuestro hedor está en creer
h solamente en nuestro mero
a estar aquí, que es el ciclo del
s pan, la paz y el amor, como lo
piensan los parias, que es lo
v mismo que ese mero estar
e hediento indígena. Nuestros
c padres de la patria quisieron
e hacer un mundo libre en que se
s juegan,
,
“
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pensar
de
Indigencia originaria de un
sujeto deconstituido
Superado el miedo, tratando
de seguir un ritmo de un
la globalidad, seminal, que implica negatividad. Poniendo,
justamente, un límite entre el afuera y el aden- tro, entre
la saliencia y la entrancia. Saltando al ruedo de la
danza sa- grada, nos quedamos sin “yo pien- so”, nos
quedamos sin “ser alguien”, con la piel para adentro, sin
saber qué hacer con los gliptodontes, las enfermedades,
los abajos. Al dejar las cosas, el ritmo de la negatividad
comienza a mostrarnos los dioses. Y, literalmente, nos
encontramos deconstituidos, como mero estar, no más,
sin yo y sin “camisas pul- cras”, en una desnudez
originaria, sin poder afirmarnos ni en sucedá- neos ni en
prótesis.
Se trata, en definitiva, de rastrear “la borradura de lo
humano”, ese hueco que deja el afán de ser alguien, y
sospecharlo en el “pá´mí” del porteño o el pacha del indio.
Y no es meramente la borradura del “autor” delante
del “texto”, o la del significado delante de la del
significante –que también, en algún sentido,
desconstituyen al sujeto–las que ahuecan al cogito que
se creía tan sólido después de Descartes y de Kant.
En realidad es una caída, y una caída junto con los
dioses, como dice Kusch. En buena medida
la cuestión tendrá que ver con la constitución de un
sujeto así deconstituido y desde esta de-
constitución (nunca al margen, o creyendo que se la
puede negar).
La deconstitución del sujeto es el punto último de
la reflexión de Kusch, el que considero más
fecundo, “mejor dicho, nos Kusch, una parcialización. El reposo, como resultado de un dinamismo, y, en el
vamos al otro extremo del fondo, como “potencia” o como poder de sí mismo.
código, aquel en que, al cabo
de una antropo- logía de la
finitud, cabe pensar en la
indigencia originaria del sujeto,
más aún, a su fundamental y
origi- naria deconstitución. Se
trata de la nada del sujeto,
frente a la cual, lo que se diga
de este, de su logos o su
esencia, es todavía prematuro y
posiblemente falso” (Kusch, IV: 7).
Se trata pues, de algo más
serio que la reducción
trascendental (o la deducción):
es la deconstitución desde
donde, “en medio de la ne-
cesidad de remediar el hecho
puro de vivir (y no construir
objetos o intuir esencias) el
sujeto ensaya la nominación de
alguna divinidad. Es el campo
del estar donde se vive una
indigencia que va desde el pan
hasta la divinidad. Ahí se exige el
símbolo, para ensayar el acierto.
Se trata del nosotros. Y entonces
sí, la experiencia originaria para
ser”.
l
a No asumimos la filosofía como un episodio más
i
n
de la cultura popular, es decir el episodio por el
q
u cual su discurso encuentra el sujeto.
i
e
t Llegados aquí comienza el
u retorno, o el ascenso, o la
d transfigu- ración. Aparece una
, nueva fuerza de crecimiento que
compensa “lo inteligible y lo
l perceptible en el juego cósmico
a de lo innombra- ble”… En
realidad solo desde la
a indigencia original, meramente
c estando, descubrimos “lo que
c domicilia”, un mundo que
i simple- mente “así se da”, y que
d nos da ese margen de seguridad
e interna que necesitamos para
n crear. Es que llegamos a la
t fuente.
a Y esto plantea un mentís
l –quizás el último– de que seamos
i
d
culpables de haber perdido “el sencilla
es”. Justamente la “circularidad mente
nos redime de la culpa”. Porque consagr
la culpa es un problema de los ar.
que quieren sentirse seguros. Comie
En cambio la negatividad, el nza el
mero estar, es la to- talidad del saber de
pensar, esa otra manera de lograr salvación.
la seguridad. Se trata de la Comenza
instalación en este mundo “que mos a
así se da”. Es lo que logra “ese oler la
indio que nos sale” buscando el Biblia,
centro. como
Aquí entendemos –instalados
en ese “así se da”– que el estar
es puente para ser, pero no
pozo del cual podamos sacar
todo lo que es. En realidad es la
fuente que puede borrar y
transfigurar las constitucio- nes ya
logradas. Es vivir de cara a los
dioses, caídos con ellos.
Circularidad que descubrimos
“como una sístole y diástole del
hecho puro de vivir: por un lado
el despliegue de la acción , por
el otro simultáneamente una
manera de regresión hacia la
fuente para saber el fundamento
de todo el proceso, o sea el de
estar, no más, en una instalación
socializada asumida en la
ingenuidad del juego” (Kusch, III:
367). Es que detrás de toda
cultura está el suelo (Kusch, III:
109).
Y aquí entendemos el nuevo
paso. Ensayamos una palabra que
es, justamente, el tercero
excluido de la lógica del ser. Es
decir, la con- junción de los
opuestos, el centro, lo que nos
permite no ya decir ni afirmar,
sino –desde la negatividad, desde
el estar, desde lo ya dado–
Atahualpa. Y, precisamente porque no sabemos qué hacer,
creamos los símbolos, buscando dar con el acierto
fundante. Se trata de inven- tar los dioses.
Y aquí, en este domicilio exis- tencial, en este
despojo donde hay puro nosotros, aparece la nece-
sidad de entendernos como una historia trunca, que
desde el Popol Vuh avanza por el Martín Fierro y se
pretende cerrar en el Facundo.
Ese Popol Vuh es la creación, la quinta creación
desde la indigen- cia, la espera de la creación.
Ese Martín Fierro, ese canto sin ruido, ese dispersarse
a los cuatro vientos. La fuerza para crear, pero la no
creación.
Y el Facundo, que sencillamente opone el orden al
caos y constitu- ye un ser como remedio al estar. “Es
que falta esa incitación a la creación, que yace en el
fondo del Martín Fierro. Ver lejos y crear el mundo al
fin, vencer las frustracio- nes en las cuales nos
embarcan siempre, y decir, al fin, así somos, pero sin
tapujos. Es probable que entonces asome el mendigo.
Pero afirmar que somos mendigos y partir de ahí ya
es una forma de crear el mundo. Es lo que estamos
viviendo al fin” (Kusch, II: 698).
La danza ritual termina con una esperanza. Es el
destino equilibra- dor que Kusch le ve a América. Se
trata, por de pronto, del equilibrio macho-hembra,
para que se dé
el fruto.
Se trata del destino de Améri- ca: ser hombres sin
sucedáneos y
negar, entonces, esa maldición de pensan- te, capaz de darse su objetividad,
tener que parecernos a Occidente. su institucionalidad, su expresión artística, su representación
La esperanza, además, de
que la nación se constituye
desde el hogar, desde el
domicilio existen- cial y no a
sus espaldas y en su
desprecio, o con la secreta
inten- ción de negar este mero
estar, esta indigencia original,
este pueblo que meramente
está, para el fruto.
Se trata de lograr un signo
que abarque a todo el
hombre…,
¿cuándo lo lograremos?
Kusch, como pocos, nos
enseña a ver y saber plantear los
problemas que tiene América en
la búsqueda de su propio pensar.
Uno de estos problemas –si no el
central– consis- te en el desfasaje,
en América, entre el sujeto de la
cultura y el sujeto pensante. Esto
significa fundamen- talmente dos
cosas: por un lado, “que no
obstante ser nosotros los
sujetos pensantes, la presión del
otro hace que no podamos
asumir el sujeto cultural, y, por
consiguien- te, no logramos hacer
filosofía… En Latinoamérica no
somos el sujeto de la cultura,
sino solo sujetos pen- santes”
(Kusch, III: 184).
Pero, por otro lado, también
sig- nifica que el sujeto de la
cultura, a quien Kusch sin
ninguna hesitación llama “pueblo”,
el que se totaliza con el gesto
cultural y así efectiviza su cultura
(GHA), no logra constituirse sino
por la negatividad y la sustrac-
ción, sin poder desplegarse
plena- mente en una subjetividad
r olo “pa-mí” sino que es para
e todos, que implique una
l alternativa civilizatoria real para los
i hombres, y no solo la resistencia
g de lo humano en América. Pues
i la resistencia, si bien es el modo
o en que se conserva el sujeto
s cultural, puede, a la larga,
a frustrarlo en su posibilidad
, humana plena.
América en la búsqueda de
s una cultura originaria no es otra
u cosa que la “persistencia de lo
america- no en resolver lo
d humano en su expresión más
i original, que es la que gira en
s torno a la problemática de la
c constitución del sujeto, pero
u precisamente en tanto que
r apunta a un modo peculiar de
s fundar un logos” (Kusch, IV: 17).
o Esta persisten- cia tiene toda la
fuerza trágica de una oposición
f al destino civiliza- torio que
i parece montarse sobre una
l “borradura de lo humano”.
o Solo que lo trágico, en América,
s no consiste en rivalizar con los
ó dioses llenándonos de culpa, sino
f que consiste en habitar con
i ellos, los fastos y los nefastos,
c sin sentir vergüenza por ser
o humanos, pero sin ilusionarse
, tampoco con ser “civilizados”.
¿Es que nos seduce finalmente
q la barbarie?
u
e “A la filosofía, al fin de
cuentas, solo le corresponde
n detectar el eje fundante o
o esencial en tor- no al cual
tiende un margen de
s racionalidad, porque si se limita
e totalmente a lo racionalizable
a no comprende todo el
fenómeno” (Kusch, III: 258).
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