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Rafael Ponce-Cordero
Central Michigan University
A mí no me asusta el gringo:
el que me busca se le acabó…
Batman, Superman,
’cha pa’ fuera, ’cha pa’ fuera,
ya llegó… Súper Chango.
Mano Negra
Los superhéroes son, por definición, defensores del orden y la ley, esto es,
del statu quo. Por eso resulta casi automática la identificación entre este tipo de
personajes y el Estado (Reynolds 1994, Wright 2001, Coogan 2006). El caso de
Superman es evidentemente paradigmático. Después de todo es el primero, el
más poderoso y el más conocido, y después de todo él mismo tiene como
leitmotiv toda una declaración de principios, intenciones y lealtades: su lucha se
resume en el famoso lema: “Truth, Justice and the American Way”.
Nacido en 1938 en un país que estaba saliendo de la peor crisis económica
de su historia y no tardaría demasiado en conquistar el (co)liderato en la escena
mundial tras su intervención en la Segunda Guerra Mundial, el Hombre de
Acero resume como pocos personajes de ficción un momento, un deseo, un ím-
petu de consolidación de un muy determinado proyecto nacional. Su biografía
sigue los cauces del Bildungsroman o, lo que es lo mismo, constituye un relato
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En una historia ampliamente conocida que ha sido narrada en incontables ocasiones y en
múltiples medios, el brillante científico Jor-El descubre que su mundo, Kriptón, está a punto de
explotar, por lo que fabrica una nave espacial que salvará la vida de su hijo, el recién nacido Kal-
El, transportándolo al lejano planeta Tierra. En algunas versiones por casualidad, en otras por
deliberada decisión de su sabio padre, el pequeño alienígena aterrizará en Smallville, un tranqui-
lo poblado rural en Kansas, y allí será adoptado por Jonathan y Martha Kent. Rebautizado como
Clark Kent, más pronto que tarde descubrirá que no es un ser humano normal, y –gracias al
hecho de que la estrella de nuestro sistema solar es amarilla y no roja como la de su mundo na-
tal– desarrollará impresionantes poderes y habilidades como la superfuerza, el vuelo o la visión
de rayos equis. Confundido y abrumado por el peso de esta inusual realidad, sumada a la mucho
más prosaica pero siempre difícil realidad de la adolescencia, el joven Clark se echará a recorrer
el mundo en busca de sí mismo, pasará tiempo en África y Asia como parte de su campbelliano
“hero’s journey”, y no llegará a normalizar su vida sino hasta los veintinueve o treinta años. Será
entonces cuando, adaptado ya plenamente a la sociedad (esto es, resuelta su crisis de identidad) y
con plena conciencia de su misión en la vida (esto es, convertido ya en Superman), se instalará
en Metrópolis –evidente trasunto de Nueva York– para llevar allí la nada excepcional existencia
de un “mild-mannered reporter” y, cuando las circunstancias así lo requieren, enfundarse en
unas mallas de estética más bien dudosa para erigirse en el muy excepcional paladín de la
verdad, la justicia y el modo de vida estadounidense.
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Resulta claro que fuera de la implacable lógica del discurso neocolonial oficial, más que ser un
Estado propiamente “fracasado”, el Estado tipo latinoamericano está diseñado para hacer
fracasar cualquier alternativa o desafío al statu quo; y que, más que “débil”, es muy fuerte en su
función de debilitar toda clase de agencia autónoma real; así como que la corrupción no es sino
la expresión esencial y orgánica de las funciones reales de este tipo de Estado oligárquico-
dependiente. Véase El revés de la nación (Serje 2005).
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Roberto Gómez Bolaños, más conocido como Chespirito, es un comediante mexicano. Es el
creador de personajes televisivos de gran fama en América Latina, como el Chapulín Colorado y
el Chavo del Ocho, entre muchos otros.
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Los programas de Chespirito se reponen con asiduidad en América Latina, Estados Unidos y
España con su audio original, y gracias al doblaje han llegado a ser vistos –normalmente con
éxito– en países tan disímiles como China, Japón, Corea, Tailandia, India, Rusia, Portugal,
Alemania, Grecia, Italia, Marruecos, Angola o Brasil, nación esta última donde los espacios
televisivos Chaves y Chapolin siguen constituyendo auténticos fenómenos de audiencia. Cuando,
en junio de 2005, Sistema Brasileiro de Televisão anunció que retiraría los programas de
Chespirito tras veintiún años ininterrumpidos de emisión, las protestas del público fueron tan
contundentes que la cadena decidió reconsiderar su decisión (Koerner 2005).
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Por tanto, “[t]he menace of mimicry is its double vision which in disclosing
the ambivalence of colonial discourse also disrupts its authority” (126). De ahí el
potencial conflictivo, altanero, punzante de un gesto paródico como el del
Chapulín, un héroe anclado en el sur global cuya mera existencia calca pero a la
vez hace mofa nada más ni nada menos que del personaje de ficción más
poderoso que ha producido la imaginación occidental con excepción de Dios.
Si Superman es “Faster than a speeding bullet, more powerful than a lo-
comotive, able to leap tall buildings in a single bound”, nuestro héroe es
presentado con el siguiente parlamento: “Más ágil que una tortuga, más fuerte
que un ratón, más noble que una lechuga, su escudo es un corazón. Es… ¡el
Chapulín Colorado!” Las alusiones a los superhéroes anglosajones son cons-
tantes, sobre todo a la hora de establecer comparaciones entre ellos y el Cha-
pulín, comparaciones en las que, desde luego, nuestro héroe no suele salir bien
parado. Por ejemplo, en el episodio “Al robot se le infectaron los transistores”,
de 1979, un personaje se queja de la ineptitud del Chapulín en los siguientes
términos: “Sobrina, te dije que hubiera sido mejor invocar a Batman… o de
perdida a Súper Ratón”.
Más allá de estas menciones, sin embargo, ni Superman, ni Batman, ni el
Hombre Araña ni ningún otro superhéroe clásico norteamericano hizo jamás
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–Oh, yeah! ¿Sabes una cosa? Me venir desde el extranjerou para salvar a
bonita señourita.
–No gracias, prefiero uno de los míos.
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Las aventuras del Chapulín son, en general, de una naturaleza atemporal y de variada y a veces
indeterminada ubicación geográfica. Invariablemente, sin importar si la historia parece estar
ambientada en México y en el presente o en China y en el pasado, en el campo o en la ciudad, en
el mundo “real” del Lejano Oeste estadounidense o en el mundo “ficticio” de la obra de
Shakespeare, todos los personajes hablan desde luego en español –aunque a veces, como en el
caso de japoneses y rusos por ser extranjeros, pero también en el de campesinos e indígenas del
país por su condición marginal, con el acento que les corresponde según los estereotipos
vigentes– y, cuando el Chapulín aparece, no sólo no se muestran sorprendidos al verlo, sino que
lo reconocen enseguida, lo llaman por su nombre y lo tratan, de entrada, como a un verdadero
superhéroe que viene a salvarlos. Esto parece ubicar al Chapulín Colorado en un plano de
universalidad –y de lo que podríamos llamar reconocimiento o status superheroico– que no
tiene nada que envidiarle al que ocupan superhéroes peso pesado como Superman o, en México,
Santo el Enmascarado de Plata. La ilusión, sin embargo, se desvanece más temprano que tarde.
Después de sus entradas triunfales con música épica de fondo, saludadas siempre con
ilusionadas sonrisas y voces de júbilo por los personajes que lo han invocado, lo primero que
hace nuestro héroe en cada una de sus aventuras es desplomarse aparatosamente al suelo, con
frecuencia llevándose por delante cuanto objeto se halla a su alrededor, destrozándolo todo.
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–Sí, pero ya le dije que no queremos héroes importados. Por algo tene-
mos al Chapulín Colorado, que es el héroe de Latinoamérica. No importa
que sea tonto, torpe, débil, chaparro, feo, etcétera, etcétera, etcétera.
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Esto es así, también, en el caso de (super)héroes paródicos o humorísticos creados en otros
países del Primer Mundo. Pienso en Thermoman, protagonista de la serie My Hero producida
por la BBC, cuya gracia estriba en que su álter ego George Sunday tiene problemas de adaptación
a la cultura terrestre/británica por ser alienígena –un poco al estilo de Mork de Ork–, pero que
en ningún momento se insinúa siquiera como un personaje débil o cobarde y de hecho posee
todos los atributos de un superhéroe convencional; o en Astérix y Obélix, célebres “galos
irreductibles” de la bande dessinée francesa, que a decir de sus autores fueron creados como
respuesta a los superhéroes estadounidenses, pero tampoco son débiles ni, sobre todo, cobardes.
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Como nos recuerda Alfredo Saad-Filho, “Latin American states were created in order to
uphold the principles of social exclusion, oligarchic rule and ruthless exploitation of the
majority, including the native population, slaves, poor immigrants and, more recently, peasants
and formal and informal wage workers. These states tend to respond vigorously when inequality
and privilege are challenged from below; in contrast, they generally react ambiguously and only
weakly when the rules of the game are challenged by sections of the elite” (222).
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Obras citadas