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9/3/2020 Un compromiso inquebrantable con Jesucristo

Un compromiso inquebrantable con Jesucristo


Por el élder Dale G. Renlund
Del Cuórum de los Doce Apóstoles

Dios nos invita a echar nuestras antiguas costumbres completamente fuera de


nuestro alcance y a comenzar una nueva vida en Cristo.

El pasado mes de abril, tuve el privilegio de dedicar el Templo de Kinshasa, en la


República Democrática del Congo 1. No hay palabras para expresar el gozo que los
eles congoleños y yo sentimos al ver un templo dedicado en su tierra.

Las personas que entran al Templo de Kinshasa ven una pintura original titulada
Cataratas del Congo 2. De manera excepcional, esta recuerda a quienes asisten al
templo el inquebrantable compromiso que se requiere para aferrarse a Jesucristo y
para seguir la senda de los convenios del plan de nuestro Padre Celestial. Las
cataratas representadas en esa pintura traen a la memoria una costumbre que era
habitual hace más de un siglo entre los primeros conversos al cristianismo en el
Congo.

Antes de su conversión, adoraban objetos inanimados, pues creían que esos objetos
tenían poderes sobrenaturales 3. Después de convertirse, muchos peregrinaron
hasta una de las innumerables cascadas que hay a lo largo del río Congo, como las
cataratas de Zongo 4. Esos conversos echaron allí los objetos que antes idolatraban
como símbolo ante Dios y los demás de que habían desechado sus antiguas
tradiciones y aceptado a Jesucristo. De manera intencionada, no echaron sus
objetos en aguas tranquilas y super ciales, sino que los echaron a las turbulentas
aguas de una cascada gigante, de donde no se los podía recuperar. Esas acciones
eran un símbolo de un compromiso nuevo pero inquebrantable con Jesucristo.

Los pueblos de otros lugares y otras épocas han demostrado su compromiso con
Jesucristo de maneras similares 5. Los del pueblo del Libro de Mormón conocido
como los anti-ne -lehitas “abandonaron las armas de su rebelión” y las enterraron
“profundamente en la tierra” como “testimonio a Dios […] de que nunca más
volverían a usar [sus] armas” 6. Al hacerlo, prometieron seguir las enseñanzas de
Dios y no retractarse de su compromiso jamás. Esa acción fue el comienzo de estar
“convertidos al Señor” y nunca más desviarse 7.

“Converti[rse] al Señor” signi ca abandonar un rumbo, dirigido por un antiguo


sistema de creencias, y adoptar un nuevo rumbo basado en la fe en el plan del
Padre Celestial y en Jesucristo y Su expiación. Ese cambio es más que una
aceptación intelectual de las enseñanzas del Evangelio; da forma a nuestra
identidad, transforma nuestro entendimiento del signi cado de la vida y conduce a
una delidad inmutable a Dios. Desaparecen los deseos personales que son
contrarios a aferrarse al Salvador y a seguir la senda de los convenios, y son
reemplazados por la determinación de someterse a la voluntad del Padre Celestial.

Convertirse al Señor comienza con un compromiso inquebrantable con Dios, para


luego hacer que ese compromiso sea parte de quienes somos. El interiorizar dicho

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9/3/2020 Un compromiso inquebrantable con Jesucristo

compromiso es un proceso de toda la vida que requiere paciencia y arrepentimiento


continuos. Con el tiempo, ese compromiso se convierte en parte de quienes somos,
se implanta en nuestro sentido de identidad y llega a estar siempre presente en
nuestra vida. Al igual que nunca olvidamos nuestro nombre, no importa en qué
más estemos pensando, nunca olvidamos un compromiso que esté grabado en el
corazón 8.

Dios nos invita a echar nuestras antiguas costumbres completamente fuera de


nuestro alcance y a comenzar una nueva vida en Cristo. Eso sucede a medida que
desarrollamos fe en el Salvador, la cual se inicia al oír el testimonio de quienes
tienen fe 9; posteriormente, la fe se profundiza al actuar de maneras que nos aferran
más rmemente a Él 10.

Sería bueno si una mayor fe pudiera transmitirse como la gripe o el resfriado


común. Así, un simple estornudo “espiritual” edi caría la fe en los demás, pero no
funciona de esa manera. La fe aumenta únicamente cuando una persona actúa con
fe. Esas acciones suelen estar motivadas por invitaciones que hacen otras personas,
pero no podemos “hacer crecer” la fe de otra persona o depender solamente de los
demás para reforzar la nuestra. Para que nuestra fe aumente, debemos escoger
acciones que edi quen la fe, tales como orar, estudiar las Escrituras, tomar la Santa
Cena, guardar los mandamientos y servir a los demás.

Conforme aumenta nuestra fe en Jesucristo, Dios nos invita a hacer promesas con
Él. Esos convenios, como se conoce a tales promesas, son manifestaciones de
nuestra conversión. Los convenios también crean un fundamento seguro para el
progreso espiritual. Al decidir bautizarnos, comenzamos a tomar sobre nosotros el
nombre de Jesucristo 11 y escogemos identi carnos con Él; nos comprometemos a
llegar a ser como Él y a desarrollar Sus atributos.

Los convenios nos aferran al Salvador y nos impulsan a lo largo de la senda que
conduce a nuestro hogar celestial. El poder de los convenios nos ayuda a mantener
el potente cambio en el corazón, profundizar nuestra conversión al Señor y recibir
la imagen de Cristo más plenamente en nuestro rostro 12; pero el compromiso hacia
nuestros convenios que se hace con desgano no nos garantiza nada 13. Podemos
vernos tentados a ser ambiguos, echar nuestras antiguas costumbres a aguas
tranquilas o enterrar las armas de nuestra rebelión con las empuñaduras al
descubierto; pero un compromiso ambivalente hacia nuestros convenios no abrirá
la puerta al poder santi cador del Padre Celestial y de Jesucristo.

El compromiso de guardar nuestros convenios no debe estar condicionado a las


circunstancias cambiantes en nuestra vida, ni variar con ellas. Nuestra constancia
para con Dios debe ser como el able río Congo que uye cerca del Templo de
Kinshasa. Ese río, a diferencia de la mayoría de los ríos del mundo, tiene un ujo
constante durante todo el año 14 y vierte casi 42 000 metros cúbicos de agua por
segundo en el océano Atlántico.

El Salvador invitó a Sus discípulos a ser así de ables y rmes. Él dijo: “Por tanto,
proponed esto en vuestros corazones: que haréis lo que yo os enseñaré y os
mandaré” 15. El “proponernos” guardar nuestros convenios permite que se cumpla
plenamente la promesa de Dios de obtener gozo duradero 16.

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Muchos eles Santos de los Últimos Días han demostrado que se han “propuesto”
guardar sus convenios con Dios y han cambiado para siempre. Permítanme
hablarles de tres de esas personas: el hermano Mucioko Banza, la hermana Régine
Banza y el hermano Nkitabungi Mbuyi.

En 1977, los Banza vivían en Kinshasa, Zaire, el país que actualmente se conoce
como República Democrática del Congo. Eran muy respetados en la comunidad de
su iglesia protestante. Debido a sus talentos, su iglesia hizo arreglos para que la
joven familia fuera a Suiza para estudiar y les otorgó una beca universitaria.

En Ginebra, en el autobús de camino a clase, el hermano Banza solía ver un


pequeño centro de reuniones con el nombre “La Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días” y se preguntaba: “¿Tiene Jesucristo santos en la actualidad, en
los últimos días?”. Con el tiempo, decidió ir a ver.

El hermano y la hermana Banza fueron recibidos cordialmente en la rama. Ellos


formularon algunas de las preguntas que constantemente tenían sobre la
naturaleza de Dios, tales como: “Si Dios es un espíritu, como el viento, ¿cómo
pudimos ser creados a Su imagen? ¿Cómo podría Él sentarse en un trono?”. Ellos
nunca habían recibido una respuesta satisfactoria hasta que los misioneros les
explicaron la doctrina restaurada en una breve lección. Cuando los misioneros se
marcharon, los Banza se miraron y dijeron: “¿No crees que lo que hemos
escuchado es la verdad?”. Continuaron asistiendo a la Iglesia y reuniéndose con los
misioneros. Sabían que el bautismo en la Iglesia restaurada de Jesucristo tendría
consecuencias: se les quitarían las becas, se les revocarían las visas y ellos y sus dos
hijos pequeños se verían obligados a marcharse de Suiza. Decidieron ser
bautizados y con rmados en octubre de 1979.

Dos semanas después de su bautismo, el hermano y la hermana Banza volvieron a


Kinshasa como los dos primeros miembros de la Iglesia en su país. Los miembros
de la Rama de Ginebra se mantuvieron en contacto con ellos y los ayudaron a
comunicarse con los líderes de la Iglesia. Se les animó a esperar elmente el
momento prometido en el que Dios establecería Su Iglesia en Zaire.

Entretanto, otro estudiante de intercambio de Zaire, el hermano Mbuyi, estaba


estudiando en Bélgica. Él se bautizó en 1980, en el Barrio Bruselas. Poco después,
sirvió en una misión de tiempo completo en Inglaterra y Dios obró Sus milagros.
El hermano Mbuyi regresó a Zaire como el tercer miembro de la Iglesia de su país.
Con la autorización de sus padres, las reuniones de la Iglesia se celebraron en el
hogar de su familia. En febrero de 1986, se presentó una petición para que la
Iglesia obtuviera reconocimiento o cial del gobierno. Se requerían las rmas de
tres ciudadanos de Zaire. Los tres signatarios dichosos de aquella petición fueron el
hermano Banza, la hermana Banza y el hermano Mbuyi.

Aquellos miembros incondicionales conocieron la verdad cuando la escucharon e


hicieron un convenio al bautizarse que los aferró al Salvador. Ellos,
metafóricamente, echaron sus antiguas costumbres a una agitada cascada sin
intención de recuperarlas. La senda de los convenios nunca fue fácil. La
inestabilidad política, el contacto poco frecuente con los líderes de la Iglesia y las
di cultades inherentes que conlleva la edi cación de una comunidad de santos
podrían haber disuadido a personas menos comprometidas; pero el hermano y la
hermana Banza y el hermano Mbuyi perseveraron en su fe. Ellos asistieron a la

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dedicación del Templo de Kinshasa, 33 años después de que rmaran la petición


que condujo al reconocimiento o cial de la Iglesia en Zaire.

Los Banza están hoy aquí en el Centro de Conferencias. Están acompañados por
sus dos hijos, Junior y Phil, y sus nueras, Annie y Youyou. En 1986, Junior y Phil
fueron las primeras dos personas que se bautizaron en la Iglesia en Zaire. El
hermano Mbuyi está mirando esta reunión desde Kinshasa con su esposa, Maguy, y
sus cinco hijos.

Estos pioneros entienden el signi cado y las consecuencias de los convenios por
medio de los cuales han sido llevados “al conocimiento del Señor su Dios, y a
regocijarse en Jesucristo su Redentor” 17.

¿Cómo nos aferramos al Salvador y permanecemos eles como ellos y muchas


decenas de miles de santos congoleños que los siguieron, y como millones de otras
personas en todo el mundo? El Salvador nos enseñó la manera. Cada semana,
participamos de la Santa Cena y hacemos un convenio con el Padre Celestial.
Prometemos vincular nuestra identidad con la del Salvador al comprometer
nuestra disposición a tomar Su nombre sobre nosotros, a recordarle siempre y a
guardar Sus mandamientos 18. El prepararnos de manera consciente y el hacer estos
convenios dignamente cada semana nos aferra al Salvador, nos ayuda a interiorizar
nuestro compromiso 19 y nos impulsa con fuerza a lo largo de la senda de los
convenios.

Los invito a comprometerse con un proceso de discipulado para toda la vida.


Hagan convenios y guárdenlos. Echen sus antiguas costumbres a una cascada
profunda y agitada, entierren por completo las armas de su rebelión sin que las
empuñaduras queden al descubierto. Debido a la expiación de Jesucristo, el hacer
convenios con la verdadera intención de honrarlos de manera able bendecirá su
vida para siempre. Se volverán más semejantes al Salvador a medida que lo
recuerden, lo sigan y lo adoren siempre. Testi co que Él es el cimiento rme.
Podemos con ar en Él, y Sus promesas se cumplirán. En el nombre de Jesucristo.
Amén.

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