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D os puntos de vista sobre nuestro adelanto espiritual


Hay dos puntos de vista desde los cuales puede mirarse nuestro avance espiritual: el
de nuestro perfeccionamiento personal, y el de la voluntad de Dios. Es cosa importante y
decisiva el colocarse bien en el punto de vista verdadero, puesto que de él dependen
los errores o los aciertos en esta materia.
Si un hombre se propone su perfeccionamiento personal como el objeto supremo de
su vida, cada nuevo paso lo dará en falso. Trabajará sobre sí mismo como un escultor
que acaba su estatua; a cada golpe de cincel malbaratará las proporciones de su obra, o
pondrá a la vista una nueva falla. No tendrá ni rectitud, en sus móviles ni exactitud en
sus apreciaciones. Si toma su examen particular, su regla de vida y las penitencias que
regularmente se impone, como otras tantas pociones medicinales, si se encierra en una
escuela reformista de su invención, si monta su vida espiritual según las complacientes
teorías de la perfección personal, su espiritualidad irá a parar en erigir un sistema y glo-
rificar su propia voluntad. Bajo tales auspicios, jamás llegará a ser un hombre ascético,
todo lo más será un hombre moral. Y, sin embargo, {cuántas personas se colocan en
este miserable punto de vista! ¡ Y estas personas viven en el seno de un sistema tan
eminentemente sobrenatural como el de la Iglesia Católica!
Por el contrario, el hombre que se coloca en el punto de vista de la voluntad de Dios,
todo lo refiere al Señor, cuidando solamente de la diligencia y buena voluntad con que
corresponde a la divina gracia. No busca hacerse un camino a fu gusto, sino que sigue
la guía de Dios. Todo lo mide y lo regla según el modelo de Jesús, que procura imitar
con todo empeño. Pretende dar gusto a Dios, y el amor es su único móvil. Las
contrariedades que encaienti’a en su camino, las imperfecciones de su conducta, no le
admiran ni le entristecen. La imperfección le aflige, no por la fealdad que cause en. él,
sino porque contrista al Espíritu Santo. Los Sacramentos, las ceremonias, las
devociones, todo halla en su espíritu su lugar y su afecto; en él, el mundo natural y el
sobrenatural se confunden. Dics está siempre contento de un alma que busca
agradarle por los medios aprobados por la Iglesia. De ahí proviene que este hombre
toma sus faltas con tranquilidad y continúa lleno de gozo y de esperanza. El gozo que le
da un éxito sin fin hace palpitar su corazón. Dios es para él un Padre.
El hombre, en cambio, que sólo busca su perfeccionamiento, no llega a hacerse
mejor, o llega muy tarde a su fin propuesto, pues pierde por un lado lo que gana por el
otro. Para las personas de esta categoría la edificación es el zenit de la virtud, y si no
llegan a edificar, ya creen que todo está perdido. Por esto, la vista de sus faltas les
vuelve inquietos, morosos y tristes. En el fondo de su corazón se encuentra esta
amargura que deja tras sí un largo fracaso, un monumento penosamente construido
que se derrumba cayendo piedra por piedra.

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