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Los discursos de la
resistencia cultural (Un estudio de la
narrativa argentina de los 70 y 80)
Pablo Edmundo Heredia
El texto literario, entonces, como un texto de cultura que registra en su «institución las
formas de un uso del código cultural de la región que refiere a través de su discurso
estético, se compone y se define por los significados que circulan enunciativamente en los
referentes elaborados en su discurso. En consecuencia, las consideraciones críticas
tradicionales acerca del regionalismo (o nativismo, costumbrismo, i, etc.) como un rasgo
típico del catálogo de la literatura «nacional», las dejaremos de lado, intentando elaborar
una observación crítica desde otras categorías.
La regionalización de los textos literarios, en tanto categoría de análisis para el estudio
de la producción cultural de todas las regiones del país, la vinculamos en su aplicación, a
las que conforman referencialmente -interdiscursivamente- los mismos textos literarios
(tales como los textos de la realidad, de la historia, de la sociedad, entre otros).
La región como un elemento constitutivo del discurso de los textos literarios que
recorreremos a continuación, e incluso como un discurso más, se entrecruza
compositivamente, con los que denominaremos discursos del exilio y de la resistencia
cultural (emergentes constantes en la narrativa argentina), en tanto se presentan como
significados latentes y definitorios que conforman los textos literarios. Hemos tomado para
este recorrido interpretativo del fenómeno de la regionalización de la narrativa argentina
-en relación con el emergente del exilio (interno y externo)-, los textos literarios de Haroldo
Conti, Juan José Hernández, Daniel Moyano y Héctor Tizón, editados en las décadas del 70
y del 80, período que abarca la consagración de esta generación (denominada del
«posboom») en los 70, el golpe militar del 76 y finalmente su consecuente «Proceso de
reorganización nacional», en el que está inserta la problemática del exilio, la censura, la
opresión cultural y el autoritarismo.
Asimismo, es posible observar que durante las décadas del 60 y del 70 subyace un
planteo cultural en el discurso de los textos literarios argentinos (Tizón, Moyano,
Hernández, Di Benedetto, Conti, Saer), constituido en un trabajo diferenciado del
denominado regionalismo tradicional y centrando las voces referenciales de los discursos
regionales a través de una renovación de sus estructuras narrativas 3. En estas indagaciones
(experiencias estéticas), propias de la macropolítica intelectual de esas décadas, está latente,
muchas veces de forma acabada, el problema de la regionalización de la cultura nacional,
en la cual está presente el problema del centralismo de la Capital Federal y sus relaciones
contradictorias con el resto de las regiones argentinas. De estos discursos regionales que
plantean las relaciones entre la identidad regional y la nacional, surge otro discurso que se
definirá a través de la voz de un narrador arquetípico: el del sujeto geocultural aislado en el
exilio interno4, cuya voz se expresa en los márgenes del circuito cultural nacional residente
en la Capital del país.
Los viajes del exilio interior
De este modo, es posible destacar en estas observaciones, diversas formas del viaje del
exiliado interno, según los componentes significativos de los discursos que predominan en
los diferentes textos que trataremos. Estos discursos no serán tomados como exclusivos de
un solo texto, sino como predominantes, e incluso también como niveles en que se
manifiestan conjuntamente con otros.
a) El viaje mítico-simbólico
En El trino del diablo (1974) de Daniel Moyano, el discurso cultural refiere, a través
del símbolo de un desplazamiento geográfico hacia el perfeccionamiento y la fama del
músico (la Capital), la dicotomía geocultural entre Buenos Aires y las Provincias (en este
caso La Rioja). Triclinio, el personaje central, es obligado por circunstancias económicas,
sociales y culturales a trasladarse a la Capital para especializarse como músico, viaje que
será truncado debido a los emergentes políticos que constituyen el texto de la realidad de la
Capital. El viaje se desarrollará entonces entre una región marginada por la política
centralista del país (La Rioja) y otra región marginal (Villa Violín, zona periférica de la
Capital), en donde residen los músicos que no lograron acceder a una orquesta en el centro.
El viaje hacia la Capital se presenta a través de una parábola a la manera de los viajes
iniciáticos de los relatos tradicionales, en los que el héroe emprende su campaña en busca
de una sabiduría reveladora, universal y trascendente. En esta novela, dicha parábola se
expresa por medio de un discurso paródico, en que no solo se ironiza sobre los relatos
clásicos sino, y en particular, sobre las inconsistentes relaciones de poder cultural entre la
Capital y las Provincias. El grotesco de la parodia se figura en la mentalidad (en la política)
del poder autoritario de la Capital, al marginar cualquier tipo de manifestación cultural que
represente algo extraño a los componentes cosmopolitas de sus formas de producción
cultural.
El texto que expresa más claramente este tratamiento simbólico de la historia popular
a través del discurso oral, es la novela Sota de bastos, caballo de espadas (1974), en la cual
Tizón reconstruye -y revisa- la historia de las batallas por la independencia nacional en el
noroeste argentino, y en particular el éxodo jujeño. Desde un doble abordaje del tema del
exilio, el discurso de la memoria oral y anónima se desarrolla con los usos del código
popular, alejándose así de las formas discursivas de la historiografía oficial. De este modo,
observamos que, por un lado está representado en la actitud enunciativa del tema (la
memoria regional sobre un hecho interregional, es decir nacional); y por el otro, en el
autodestierro del pueblo jujeño (éxodo) por un ideal o proyecto político que desconoce o
que incluso el imposible de incorporar en sus estructuras mentales. Esta distancia mental de
ambas culturas, se manifiesta en los caudillos patriotas, representados en la figura
jerárquica del General Manuel Belgrano, «ilustrado» de la Capital que casi al final de su
empresa apenas comprende el poco asidero de su proyecto político (con su propia
cosmovisión cultural) en esas regiones. Por ello, y de diversas maneras, tanto el caudillo
como el pueblo jujeño están obligados al exilio-destierro (éxodo), uno por un proyecto
político-militar, el otro, por coacción física (leva patriótica).
La recuperación de una historia que se fundamenta en la memoria colectiva, oral y
anónima, a través de un discurso que representa en sus relatos las prácticas y pertenencias
culturales de la región del noroeste argentino, se desarrolla simbólicamente a través de las
voces de los discursos del exilio del poder central, cuyos protagonistas son tanto los
pueblos de esas regiones, como sus enunciadores-narradores.
b) El viaje socio-cultural
El exilio interno como una actitud discursiva de la voz narrativa de estos textos, que
presenta e interpreta las condiciones geopolíticas y culturales en la organización social del
país, se expresa en el viaje desde la Provincia a la Capital en búsqueda de una reversión de
los paradigmas culturales manifiestos a través de la oposición Provincianismo-
estancamiento/Cosmopolitismo-progreso. Dicha oposición, desde un discurso regional
asentado en los fundamentos geoculturales de una epistemología situada, es desarticulada
con los registros orales de la voz narrativa, no sólo por medio de un fatalismo positivo, sino
también, con una desentrañamiento de las prácticas identificatorias regionales al negar en
sus pertenencias culturales los significados de los términos de dicha oposición.
Pero esta demarcación de los espacios sociales dentro de la provincia se traslada a otro
fenómeno social, el económico. En el relato «Las Dalias», una pareja de la Provincia
residente en la periferia de la Capital demarca experiencialmente los espacios geográficos
de su hábitat, diferenciándolos con los de la Provincia. Los protagonistas son conscientes
de esto aunque no estén de acuerdo sobre las cualidades positivas para la vida en ambas
regiones. Desde las voces de ambos discursos entrecruzados (el de la Provincia y el de la
Capital), podemos observar cómo se conforma el eje estructurador del relato a través de la
dicotomía de los caracteres espaciales de ambas regiones: Provincia = espacio abierto-aire
libre-naturaleza (pocos recursos económicos)/ Capital = espacio cerrado (la pensión
hacinante)-smog-simulación de la naturaleza (afiches de paisajes campestres).
El discurso popular que registra los valores y los significados vitales de la región
periférica de la Capital, se configura estéticamente en los textos literarios de Haroldo Conti.
En su volumen de relatos Con otra gente (1972), el viaje que emprenden los protagonistas
está desprovisto de una conciencia de la búsqueda de un conocimiento determinado, sino
que simplemente obedece a una fuga vital del espacio regional de las grandes urbes. En el
relato «Como un león», la voz narrativa del protagonista -un niño- avizora un destino
diferente para su vida en la villa de emergencia si traspasa las vías del tren. El paso de las
vías supone el mundo de la delincuencia, prefigurado como una determinación que el
personaje conoce a través de su hermano y sus amigos; pero el discurso que subyace en la
voz del niño expresa una visión del mundo que, al mismo tiempo que transgrede la villa,
también subvierte los usos del código de interpretación del texto de la realidad de la ciudad-
Capital. El viaje socio-cultural está dado entonces como un paso transgresor hacia el
espacio o la zona de la delincuencia, que geográficamente se sitúa detrás de las vías del
tren.
El viaje comienza en la primera parte de la novela titulada «El Circo», ciclo que se
desarrolla a través de un desplazamiento por las regiones rurales (supuestamente del
Uruguay) y que culmina cerca de los centros poblados periféricos de la gran ciudad. El
circo representa el hogar homogéneo de un cuerpo heterogéneo de personajes cuyo destino
está implícito en el viaje mismo como meta. Esta cosmovisión, presupuesta en los actos de
los protagonistas de la novela, es un estado de transgresión para la cultura «ilustrada» de la
ciudad: en tanto que, para ella, las formas de vida y los números artísticos del circo
producen un efecto transparentemente político en el público popular, al lograr que asuman
una estética de sus prácticas y pertenencias culturales como una resistencia al poder socio-
cultural de la ciudad. La operación ingenua sobre el pueblo por parte del «Circo del Arca»,
culmina cuando comienza la segunda parte de la novela, «La guerrita», y Oreste es
apresado y torturado kafkianamente para que confiese las supuestas actividades subversivas
del circo.
El personaje que liga el discurso popular regional y el discurso del exilio, presente en
esta novela a través de las formas de la clandestinidad y el destierro nómade, es el Cazador
americano, Mascaró. Héroe poco visible con apariciones esporádicas (subversivas), se
constituye como el arquetipo mítico de una esperanza (una meta) para la justicia social del
pueblo. Es el nexo que une las dicotomías cultura popular/cultura ilustrada (legítima) y
Región rural/Región ciudadana. Su presencia mítica es la que desmembra los significados
de ambos términos y descubre sus contradicciones, provocando entonces para la ley esa
situación de caos que debe reprimirse porque desestabiliza su poder.
Un nivel más acentuado de los viajes dentro del discurso geocultural de las regiones
provinciales, es el del exilio político, representado a través de un discurso simbólico para
aludir los fundamentos culturales de sus manifestaciones: la represión (acoso a la libertad),
la censura y el autoritarismo.
Esta problemática se circunscribe con mayor énfasis en los textos literarios editados ya
en el exilio externo, aunque las alusiones de las referencias geoculturales se correspondan
con las del país. El texto de la realidad nacional está implícito en las obras literarias a través
de los significados de la política del gobierno militar, tales como, repetimos, los de la
censura y la represión.
En la novela El vuelo del tigre (1982) de Daniel Moyano, el exilio está representado
por medio de la obligación que tiene una familia a permanecer exclusivamente dentro de su
casa junto a un sicario del régimen militar que oficia de guardacárcel, censor y apuntador
de las formas «correctas» de comportarse socio-culturalmente. El viaje obligado (exilio) de
la familia hacia el interior de su propia casa, implica un inmediato refugio en las formas
discursivas de la cultura popular como un modo de resistencia ante el avasallamiento
arbitrario. Dichas formas consisten en la recuperación de los entretenimientos lúdicos
populares (ejercicios de la memoria oral y visual) conjuntamente con la mímica gestual y la
música. Simbólicamente, la resistencia a la represión kafkiana del gobierno se desarrolla
por medio de un discurso propio construido con los significados latentes de los textos de la
realidad regional y popular. Es así que Hualacato, el pueblo referido donde habita la familia
Aballay, presenta las características culturales de una región alejada de la Capital. El efecto
narrativo de esta referencia es la distancia cultural de las cosmovisiones geoculturales que
se enfrentan a través de un hecho político.
El vuelo del tigre opera, en un nivel más globalizado de la problemática que estamos
tratando, como una metáfora de las distancias geoculturales entre ambas regiones, y de las
formas impuestas de homogeneización social por la metrópolis.
El fenómeno del exilio externo, es decir el destierro cultural del hombre como
componente del discurso literario, se inserta en los textos literarios a partir del golpe militar
de 1976 y se producen desde el exilio de los escritores. La voz narrativa de la conciencia
del despojo, en tanto componente existencial del habitar en una región geocultural,
conforma al discurso de la resistencia vital del individuo en los relatos del viaje forzado
hacia el exterior del país.
Este viaje hacia el exterior figurado en los textos literarios, consiste en un recorrido
por las contradicciones absurdas de la aplicación de un paradigma político-cultural de la
Capital en las regiones provinciales. Las voces de los protagonistas del exilio desconocen y
no comprenden la persecución del ejército gubernamental, cuyo poder está fundamentado
en la construcción de un texto de la realidad con los significados del absurdo kafkiano y de
la ficción de un mundo plagado de enemigos subversivos.
a) La fuga
La voz del narrador estructura el discurso del exilio externo -rumbo a la frontera
geopolítica- en base a un uso del código de la cultura popular regional de la puna, a la cual
él pertenece. El desajuste absurdo del traslado de los significados políticos del texto de la
realidad de la Capital a los de la región rural del noroeste, es el eje temático que da pie al
desarrollo de las reflexiones del protagonista en la trama del relato. La meditación sobre el
absurdo del poder y sus mecanismos de ejecución derivan en una descripción de los efectos
patológicos en el individuo, tales como el desdoblamiento de la personalidad, el
desmembramiento de la identidad cultural, el delirio de la persecución (la culpabilidad
inexorable) y la perdida de la noción de la otredad. La estructura narrativa de los extensos
monólogos reflexivos se construye, por un lado, con el discurso de la voz geocultural de la
región jujena, y por el otro, con el discurso de la voz del género del diario de viaje,
implícito en el texto como un relato de la escritura que acompaña al protagonista en mi
desplazamiento exponencial del exilio.
b) La expulsión
El exilio externo como componente significativo del discurso regional, se manifiesta
también a través del viaje como un desplazamiento desde la frontera hacia el extranjero.
Con rasgos notorios de semejanza con el texto de Héctor Tizón, Daniel Moyano escribe
Libro de navíos y borrascas (1984) desde el exilio en España. El clima kafkiano que
envuelve las causas del detenimiento parapolicial del protagonista en La Rioja y su
posterior traslado al puerto de la Capital, se conforma en un discurso del exilio que, como
habíamos notado en Tizón, se desarrolla a través de una indagación (reflexión) de las
prácticas y pertenencias culturales en relación con la identidad nacional.
El exilio no como una fuga sino como una grotesca expulsión, está en Moyano
registrado a través de un discurso más directo, construido con los significados de los textos
de la realidad (el estado de represión en el país, los desaparecidos), de la historia (la
violencia política en el siglo pasado: el fusilamiento de Dorrego), el de la sociedad (la
educación escolar y las ideologías sociales), y el de la cultura (canciones populares, la
memoria oral y la genealogía familiar).
El discurso regional se expresa, en fin, con los significados y las formas retóricas del
discurso del exilio, que en este caso Moyano desarrolla como el único modo de resistencia
(en este caso de la moral, la imaginación y la sobrevivencia) que lleva en ese viaje forzado
(indeseado) que lleva al destierro a los hombres como delincuentes, pero con los contenidos
de la vitalidad cultural de una región marginada del país incorporados en su conciencia.
La palabra y el nombre
La imposición de los significados que adquieren las palabras para el régimen militar,
creando los hechos (fundamentando su existencia en el poder) a partir de un discurso que se
desarrolla con referentes ficticios, también implica una función de la coacción violenta en
el discurso regional de las provincias. Esto está presente en el absurdo de la circulación de
palabras tales como «comunista», «subversivo», «orden», en regiones geoculturales ajenas
completamente al fenómeno histórico que se está desarrollando en las capitales del país.
Héctor Tizón refiere esta situación esta situación en La casa y el viento, donde las «fuerzas
de seguridad» extienden su discurso en las zonas de la puna jujeña más recónditas y
aisladas culturalmente del Estado. De este modo, las palabras en Tizón se convierten en el
elemento persecutorio del individuo: «Sabía que en este país impasible y duro las palabras
-recalcitrante y vana tendencia del corazón- son un peligro mayor que el propio vacío»
(Tizón, 1984, p. 30).
El viaje del exilio como un discurso referencial que funciona con una voz de la
resistencia cultural en el texto literario, se manifiesta también en las formas de la palabra
escrita, como una manifestación de la memoria, elemento que se configura a nivel del
discurso estético del texto literario. De este modo, en Libro de navíos y borrascas. Moyano
incorpora un cuaderno de anotaciones para que las palabras no se olviden: «Ese cuaderno
será el verdadero pasaporte. Únicamente pueden salvarnos las palabras que anotemos»
(Moyano, 1983, p. 292). Las palabras poseen el significado del bagaje cultural que sustenta
la identidad cohesionada del hombre. Son las únicas pertenencias que el exiliado posee en
su viaje, y que, a manera de una metáfora de la imposibilidad de perder por cualquier medio
el pensamiento, la imaginación y la expresión, llega a conformarse en un discurso que
atraviesa toda la novela. En este sentido, el narrador reflexiona sobre el poder de la palabra
para resistir el embate del exilio: «Aquí más que la historia importan las palabras, esas olas
que nos transportaron. Vamos a sobrevivir según tengamos esas olas. Las palabras, antes
simultáneas de la vida, ahora parece que van adelante. No definen un cuerpo en sus
exterioridades: funcionan en el quimismo de las células. Y entonces hay que tener cuidado,
compañero. Llegaremos a Barcelona si encontramos las palabras, esas olas» (Moyano,
1983, p. 294).
El abordaje del problema de la palabra, constituyente del discurso del exilio externo,
también está presente en La casa y el viento de Tizón, en el cual se hace hincapié en el
desdoblamiento de la expresión humana bajo el régimen militar Tizón opone la palabra
escrita a los hechos, y luego la palabra (pensamiento) al cuerpo-realidad. «Anoto esto a la
luz de la lámpara y enseguida me arrepiento de haberlo hecho. No quiero dejar testimonio
en estos cuadernos sino de hechos» (Tizón, 1984, p. 128). Y luego «Hoy he escrito en mi
cuaderno: La única verdad es el cuerpo. He querido decir mi cuerpo; el límite tangible de
todas mis dudas, de mis deseos, de todas las polémicas. Podemos jugar con las palabras y
aun con los sueños, pero no con el cuerpo» (Tizón, 1984, p. 129). La palabra escrita en un
cuaderno de notas, es un registro de la reflexión estética y epistemológica que expresa la
voz de la resistencia cultural, como uno de los reductos indemnes (aún siendo repensados)
de la expresión creativa del ser humano.
La palabra, en tanto componente reflexivo del discurso del exilio externo que expresa
la resistencia cultural a través de las referencias identificatorias de las prácticas y
pertenencias regionales de la sociedad argentina, se vincula con una tradición política de los
significados impuestos por el texto de la realidad del Estado militar: la naturaleza del
nombre como la palabra que funda y conserva la realidad. Moyano en Libro..., presenta a
través de los diversos nombres que los personajes le ponen al barco que los lleva al exilio,
la necesidad de la apropiación de las cosas en la creación de un nombre para poseerlo por
medio de la memoria. Asimismo, cuando refiere al barco que transportó a los inmigrantes
familiares de los deportados, especifica esta observación: «no podía nombrarlo, no tenía la
palabra y era como si no existiese» (Moyano, 1983, p. 38).
El nombre como referencia de la existencia, se traduce en estos textos como una forma
de la conciencia de la vida en el exilio externo. Si bien Tizón en La casa... revierte estas
consideraciones al negar vitalidad en el nombre como algo retórico, revalorizando las
imágenes como la única forma de preservar en la memoria las pertenencias culturales de su
región, «Alguna vez seguramente olvidaré todo lo de allá, los rostros y los nombres y el
nombre de las cosas detrás de los cuales mi vida se había atrincherado, pero no esto (se
refiere al paisaje cultural de la puna)» (Tizón, 1984, p. 40), la palabra, en tanto componente
de un discurso cultural que desarrolla en la trama del relato de la búsqueda de unos versos
perdidos, adquiere las formas de la permanencia (oral u escrita) de la identidad del
individuo escritor, protagonista de la novela. Al respecto, sobre el final de la novela, el
narrador enuncia: «La memoria convertida en palabras, porque es en las palabras donde
nuestro pasado perdura, y en las imágenes (¿no son las palabras sólo imágenes?). Así el
lenguaje es también el recurso de nuestra propia desdicha: y el hombre lejos de su casa se
convierte en una llamada sin respuesta» (Tizón, 1984, p. 137).
Conclusión
Finalmente, los textos literarios que hemos recorrido en este trabajo, refieren en sus
estructuras significativas -paradigmáticas en las culturas regionales-, una orientación a
trabajar conjuntamente con todos los discursos sociales que circulan en la Argentina, en la
conformación de un género que contiene en sus formas discursivas las diversas voces
geoculturales que conforman heterogéneamente la cultura argentina.
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