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Del Modernismo y sus puntas de lanza en el transatlantismo hispano: Rubén Darío y Juan

Ramón Jiménez
Author(s): María A. Salgado
Source: Hispania, Vol. 92, No. 3 (September 2009), pp. 439-448
Published by: American Association of Teachers of Spanish and Portuguese
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/40648384
Accessed: 27-02-2020 21:18 UTC

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Del Modernismo y sus puntas de lanza en el transatlantismo
hispano: Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez
María A. Salgado
The University of North Carolina at Chapel Hill

Abstract: La función de Rubén Darío como iniciador y máximo representante del Modernismo hispanoameri-
cano es ampliamente reconocida por la crítica; también lo es el papel fundacional de Juan Ramón Jiménez en la
renovación de la poesía española del siglo XX. Lo que no se reconoce con igual convicción, y lo que argumento
en este ensayo, es la intensa labor que ambos poetas llevaron a cabo para establecer un discurso poético moderno
sin fronteras, pan-hispánico. Sus esfuerzos resultaron en una comunidad de poetas que por primera vez vinculó,
con sus correspondientes diferencias, la poesía del trasatlántico hispano.

Key Words: Darío (Rubén), Generación del 98, Generación del 27, Jiménez (Juan Ramón), Modernismo, Onís
(Federico de), Unamuno (Miguel de), Vanguardia

historia de la buena fortuna con que el Modernismo renovó las anquilosadas letras del
mundo hispano decimonónico, inaugurando una etapa en que la nueva poesía en lengua
española alcanzó algunos de sus más importantes hitos, no puede ser contada sin tener en
cuenta hasta qué punto la solidaria configuración española/americana de este movimiento y, por
consiguiente, el espacio geográfico transatlántico en el que se desplegó la actividad literaria del
movimiento, fue un proyecto conscientemente configurado por sus dos líderes más preclaros, en
primera instancia el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) y, después de su muerte, el español
Juan Ramón Jiménez (1 88 1-1 958). La historia literaria se ha ocupado de señalar la función de Da-
río como iniciador de la renovación modernista de las letras hispanoamericanas, así como también
el papel de Juan Ramón en la renovación de la poesía española del siglo veinte. Lo que se pasa
por alto, y se ofusca con esta división, es la intensa labor que ambos poetas llevaron a cabo no
para crear una literatura hispanoamericana y otra española, sino una comunidad lingüística
poética solidaria, es decir pan-hispánica, en las dos orillas del Atlántico. Llamar la atención sobre
algunos de los puntos más salientes de esta dinámica actividad es la tarea que me he trazado en
el presente ensayo.
El triunfo transatlántico de este doble liderazgo lo admite de manera implícita en 1961 el
crítico español Federico de Onís (1885-1966) al organizar su Antología de la poesía española e
hispanoamericana, 1882-1932, estructurando el espacio y la obra de varias generaciones de
poetas modernistas en torno a las figuras señeras de Darío y de Jiménez. No obstante, al señalar
la significación de este movimiento separándolo en dos espacios geográficos diferentes, España
y América, tanto en el título como en los apartados de la antología, Onís subraya tácitamente las
diferencias y no lo que el proyecto tenía de solidario. Es decir, subraya una supuesta falta de
cohesión entre la mayoría de los autores que si bien fueron fundamentales en el establecimiento
de las distintas literaturas nacionales también contribuyeron conjuntamente al auge del Moder-
nismo en general. Esta estrategia divisoria ha permitido que en ciertas ocasiones la crítica ignore
y hasta borre de la historia literaria la presencia fraternal de la dinámica comunidad de poetas que
escribieron desde una misma estética en ambos lados del Atlántico y cuyo establecimiento fue
fomentado activamente por Darío y continuado más tarde por Jiménez. Es importante hacer notar,
además, que el esfuerzo por establecer una colectividad basada en una compartida unidad lin-
güística, si bien matizada por las peculiaridades locales e individuales, tampoco se limita a la labor
Salgado, María A.
"Del Modernismo y sus puntas de lanza en el transtlantismo hispano: Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez"
Hispania 92.3 (2009): 439-448

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de estos dos poetas, ni iba a contracorriente. Todo lo contrario, formaba parte de un imaginario
cosmopolita modernista con el que estaba de acuerdo una gran parte de los intelectuales españo-
les de finales del diecinueve, y que se articula en estas palabras, escritas en 1 899 por el intelectual
vasco Miguel de Unamuno (1864-1936) en un artículo significativamente titulado "Contra el
purismo":

[...] hay que hacer el español internacional con el castellano [...]. El pueblo español, cuyo núcleo de con-
centración y unidad dio el castellano, se ha extendido por dilatados países, y no tendrá personalidad propia
mientras no posea un lenguaje en que, sin abdicar en lo más mínimo de su modo peculiar de ser cada una de
las actuales regiones y naciones que lo hablan, hallen perfecta y adecuada expresión a sus sentimientos e
ideas.
Hacen muy bien los hispano-americanos que reivindican los fueros de sus hablas y sostienen sus neo-
logismos, hacen bien los que en Argentina hablan de lengua nacional. Mientras no internacionalicemos el
viejo castellano, haciéndolo español, no podemos vituperarles los hispano-españoles, y menos aún podrán
hacerlo los hispano-castellanos. (261)

A pesar del manifiesto deseo que subraya Unamuno por establecer una expresión "interna-
cional" en lengua española en el mundo hispano, cuando ésta se hace una realidad, como ocurre
en el caso del Modernismo que lideraba Rubén Darío, la validez del proyecto, así como la aporta-
ción poética y el magisterio del nicaragüense en ambos lados del Atlántico, sirvieron no para
celebrar el éxito sino para fomentar discordias, ardientes polémicas, calurosos debates y hasta
contundentes rechazos por parte de algunos de los más destacados escritores y críticos litera-
rios, en su mayoría españoles.1 La ecuanimidad que brinda el paso del tiempo ha permitido, sin
embargo, que el valor innato de la obra dariana se haya ido imponiendo. Hoy en día, su contri-
bución como punta de lanza del Modernismo en América y España se acepta casi de manera
rutinaria. El liderazgo de Juan Ramón fue y sigue siendo más contencioso aún; en su caso, el
desacuerdo no se ha limitado a las discrepancias estéticas y al patriotismo exacerbado, sino que
además intervino en alto grado el ensañamiento provocado por las tensiones irresueltas que sur-
gieron tras las acrimoniosas polémicas del poeta con algunos de los más importantes miembros
de la Vanguardia - detalladas prolijamente por sus varios biógrafos - así como por el hecho de
que estos desacuerdos se enardecieron al calor de las tensiones ideológicas en torno a la Guerra
Civil Española (1936-1939). En casos extremos, dicho ensañamiento llevó a algunos de sus
detractores a cuestionar el patriotismo del poeta y a invalidar su aportación, asociando la poesía
pura al escapismo y, por ende, a una supuesta falta de compromiso con la causa del pueblo y de
la República. Pese a estas controversias, y a la consiguiente politización del discurso crítico so-
bre la obra del Andaluz Universal, también en su caso, el tiempo ha transcurrido, los ánimos se
han ido calmando y en el día de hoy, aunque se siga pasando por alto su magisterio en la América
Hispana, la mayoría acepta su papel de fundador y maestro de la poesía española del siglo veinte.
La aceptación general se hace explícita en las palabras de Francisco Javier Diez de Revenga y
Mariano de Paco, quienes afirman que su edición del libro que recoge los trabajos del seminario
que la Universidad de Murcia organizó para celebrar el cincuenta aniversario de la concesión del
Nobel a Jiménez, busca subrayar desde diversas perspectivas la "condición de maestro y defini-
tivo renovador de la poesía española del siglo XX [de JRJ]" (7). Pero ya con mucha anterioridad,
Vicente Aleixandre (1898-1 984), uno de sus en otros momentos díscolos discípulos de la Genera-
ción del 27, y más tarde ganador, como Jiménez, del Premio Nobel, había acabado por reconocerlo
con toda lealtad: "En esa 'personalidad' que es la poesía de nuestra centuria, Juan Ramón Jimé-
nez es un hito para su desarrollo. Y esto (aparte su intrínseco valor lírico) en el sentido de que con
él aparecen algunos de los rasgos técnicos que luego hemos visto como caracterizadores de lo
que llamamos poesía del siglo veinte" (13).
Testimonios como el de Aleixandre son alentadores, pero no son ni característicos ni uná-
nimes, como tampoco lo son los elogios a la aportación dariana. La ambigüedad que caracteriza el
discurso de muchos de los textos críticos, sobre todo peninsulares, sugiere que tal vez una
manera menos tradicional o "nacionalista" de medir en la actualidad el pulso general de la opinión
crítica tanto sobre la contribución de Darío como la de Jiménez sea buscando sus nombres en

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unas fuentes tan populares y difundidas como las que ofrece el Internet. La popular Wikipedia
acepta sin la menor vacilación la filiación americana de Darío así como su liderazgo del movi-
miento modernista y de las letras modernas de la totalidad del mundo hispano: "fue un escritor
nicaragüense, iniciador y máximo representante del Modernismo en lengua española [. . .] posi-
blemente el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo
veinte"; el Centro Virtual Cervantes, que de hecho ofrece un punto de vista estrechamente alle-
gado al pensamiento canónico peninsular, le concede absoluta prioridad como iniciador del
discurso poético moderno en ambos lados del Atlántico, pero mantiene la ambigüedad al no
declarar abiertamente si tal prioridad fue duradera, es decir, si es válida también en lo que
concierne a su impacto en el discurso poético del siglo veinte: "Sin duda en el principio fue Rubén
Darío, en el principio de una modernidad de nuestra lengua que, por él, sobre todo por él, se vio
transformada y liberada de las retóricas continuidades de la poesía del siglo XIX."
En cuanto a Juan Ramón, el dictamen crítico se expresa en un discurso igualmente ambiguo
que impide llegar a conclusiones definitivas con respecto a su aportación a la poesía en el lado
americano del Atlántico. Wikipedia reconoce implícitamente su doble identidad española y ame-
ricana, ya que le asocia con ambos espacios para describirle como "un poeta español, ganador
del premio Nobel [sic] [ . . . ] mientras permanecía en el exilio desde su segunda patria, Puerto Rico";
el Centro Virtual Cervantes también reconoce ese doble espacio en el que vivió y escribió su obra,
y por tanto proyectó su prestigio el poeta de Moguer, pero a pesar de ello, limita su influencia
poética a la literatura española: "se convirtió en el máximo exponente del modernismo lírico en
España [...]; en el maestro de los jóvenes vanguardistas de los años veinte y treinta del siglo XX,
y en el poeta insuperable posmoderno de los años cincuenta." Si el lector curioso, no satisfecho
con estas respuestas, decide ahondar su investigación añadiendo a su entendimiento de la
contribución de estos dos autores a la poesía moderna un examen de los juicios críticos sobre el
impacto del Modernismo, descubre que la ambigüedad y la confusión se acrecientan. Encuentra
que la historia del Modernismo no se escribe ya por separado, como hizo Onís; no obstante, la
manera de presentarla es imprecisa por lo que sigue traicionando la ambivalencia y el recelo con
que se percibe el movimiento desde el lado español. Wikipedia lo engloba en un solo artículo,
cuyo título, "Literatura española del Modernismo," pareciera sugerir que se documenta su
historia dentro de las letras de España. Pero tal no es el caso; el artículo en cuestión habla indis-
tintamente de la literatura en ambas orillas del Atlántico a fines del siglo XIX y durante las dos
primeras décadas del XX. Al final, a manera de apéndices, inserta listados con breves identifica-
ciones, primero de ciertos modernistas españoles y, a continuación, de los hispanoamericanos.2
Dado que el Centro Virtual Cervantes no dedica ningún artículo al Modernismo (ni a ningún otro
movimiento literario) se hace imposible comprobar la opinión de esta fuente sobre la significación
del movimiento en la poesía moderna del mundo hispano.3
La falta de precisión que se observa en el discurso crítico de estas dos fuentes electrónicas
no impide que la información que proporcionan sí permita aclarar algunos puntos en cuanto a la
perspectiva que predomina en el discurso crítico actual en torno a la significación del Moder-
nismo y del papel que en él jugaron Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez. En primer lugar, es
evidente que en los dos lados del Atlántico hispano se comienza a aceptar el impacto fundacional
del movimiento en la renovación de la poesía, y en segundo, que dicha aceptación responde al
hecho de que una gran parte de la crítica española empieza a admitir el liderazgo de Rubén Darío
en la Península. Las conclusiones en torno al papel de Juan Ramón no son tan alentadoras pues
demuestran que si bien se admite su liderazgo en España se sigue silenciando el éxito con que el
poeta mantuvo abierto el diálogo a favor de un discurso poético pan-hispánico - múltiple, colec-
tivo y fraterno - en ambas orillas del Atlántico.
La iniciativa de la nada fácil empresa de introducir la nueva estética, que él bautizó de
modernista, del otro lado del océano, la tomó el americano Rubén Darío quien, como sujeto de un
espacio colonizado se enfrentó desde una posición desventajosa a los escritores de la ex-
metrópoli, renuentes a aceptar su autoridad. El poeta era consciente del recelo peninsular y sabía
que muchas de las críticas negativas que recibía se debían al encono nacionalista con que

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muchos intelectuales españoles percibían lo que consideraban el rechazo de los valores castizos
por los jóvenes escritores de Hispanoamérica. En un ensayo publicado en La Nación (en junio de
1 897), Rubén Darío admite dicho rechazo, pero culpa de esta situación a España: "Hemos pecado,
es cierto. ¿Pero quién ha tenido la culpa sino la madre España, la cual, una vez roto el vínculo
primitivo, se metió en su Escorial y olvidó cuidar la simiente moral que aquí dejaba? Un puente de
ideas habría habido de continente a continente, pero no se preocupó más unión desde entonces,
que la que podían sostener unas cuantas telarañas tendidas desde [la Real Academia de la
Lengua]." El vacío español, prosigue Darío, fue llenado por otros: "Naves, hombres e ideas de
otros países llegaron a nuestras tierras y nosotros nos fuimos olvidando también poco a poco de
España" (citado en Arellano 55).4
El dominicano Max Henríquez Ureña ( 1 885-1 968) metaforiza su tesis de la conquista literaria
de España por los escritores de sus excolonias en el título de un libro publicado en 1930, El
retorno de los galeones. La conquista a la que alude el crítico la inició Rubén Darío, quien fue
consciente desde muy joven tanto de la brecha en las relaciones culturales entre España y
América como de la necesidad de imprimir un nuevo rumbo a la poesía en lengua española. Rubén
se preparó cuidadosamente para iniciar su liderazgo; fue un poeta precoz, quien pronto rebasó
los límites de su contexto cultural centroamericano para marchar primero a Chile ( 1 883-1 889) y
más tarde a Argentina ( 1 893-1 898), focos de cultura y modernidad en la América Hispana de fines
del siglo XIX, y por ende los espacios más apropiados para redefinir y desde allí diseminar su
estética. Chile le familiarizó (principalmente a través de su amistad con el bien informado Pedro
Balmaceda [ 1 868-1 889]) con las más actuales corrientes artísticas de Europa, que se reflejarían en
su fundacional Azul (1888), colección de prosa y verso que asentó su fama transatlántica de inme-
diato gracias a la favorable reseña con que respondió el respetado crítico y novelista español
Juan Valera ( 1 824-1 905) al envío que de su poemario le hizo el jovencísimo poeta.5 La experiencia
en Argentina afianzó y enriqueció su estética - que dio a conocer en Buenos Aires por medio de
Los raros ( 1 896) y que implemento en Prosas profanas ( 1 896) - permitiéndole convertirse en el
líder incontestable del círculo modernista bonaerense integrado no sólo por argentinos como
Rafael Obligado ( 1 85 1-1 920), Leopoldo Díaz ( 1 862-1 947), Roberto J. Payró ( 1 867-1 928) y Leo-
poldo Lugones (1874-1938), sino también por autores de otros países radicados en Buenos
Aires, entre ellos el franco-argentino Paul Groussac ( 1 848-1 929), el mexicano Federico Gamboa
(1864-1939) y el boliviano Ricardo Jaimes Freyre (1968-1933), con quien fundó la Revista de
América (1894). Pero tal vez el método más eficaz para difundir sus ideas a través del mundo
hispánico lo realizó por medio de las numerosas crónicas literarias, escritas en su mayoría para el
prestigioso diario La Nación.6 Especialmente importantes fueron las semblanzas sobre artistas
que consideraba excéntricos - en su mayoría franceses - que escribió con la intención de iniciar
en las nuevas tendencias a poetas y lectores, y que eventualmente recogió en 1896 en su impac-
tante y ya mencionado Los raros. Francisco Solares-Larrave ha notado con agudeza que estos
escritores ofrecen un canon alternativo, "la avanzada de una corriente estética que sus lectores
deben conocer a fin de comprender la era moderna, la era de la producción y de las maravillas
tecnológicas" (147).7 La labor de Darío en Argentina tanto en su función de poeta como en las de
maestro y animador del panorama cultural, fue pues fundamental. No en balde Emilio Carilla
asegura que "[...] no puede comprenderse la literatura argentina del siglo XIX si se saca de sus
cuadros el nombre vivo, fecundo, de Rubén Darío" (12).
El poeta incursiona en persona en el ámbito español por primera vez en 1 892, cuando viaja a
la Península como parte de la delegación de Nicaragua en ocasión de las celebraciones del Cuarto
Centenario del "Descubrimiento de América." Para aquel entonces ya era sobradamente cono-
cido entre los intelectuales españoles a través de Azul y de la reseña de Valera. Al llegar fue
recibido con los brazos abiertos por la vieja guardia: entre otros, el propio Valera, José Zorrilla
(1817-1 893), Ramón de Campoamor ( 1 8 1 7-1 90 1 ), Gaspar Núñez de Arce ( 1 834-1 903), Emilia
Pardo Bazán ( 1 85 1-1 92 1 ), Salvador Rueda ( 1 857-1 933) y Marcelino Menéndez y Pelayo ( 1 856-
1912).8 En 1898 tuvo lugar su segunda y definitiva incursión, como corresponsal de La Nación,
encargado de informar al público americano de la reacción española al Desastre del 98. Esta vez

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Darío llegó precedido por el fundacional Los raros y la exitosa publicación de Prosas profanas, y
fueron los jóvenes, los interesados en las nuevas tendencias, los que le dieron la bienvenida:
entre ellos se encontraban Ramón del Valle-Inclán ( 1 866-1 936), Jacinto Benavente ( 1 866-1 954),
Juan Ramón Jiménez, Francisco Villaespesa ( 1 877-1 936) y Emilio Carrere (1881-1 947). En su libro
postumo El Modernismo ( 1 962), Jiménez subraya, hablando en tercera persona, la influencia de-
cisiva de Darío tanto en su propia poesía como en la de sus contemporáneos españoles: "Rubén
influye no sólo en los más jóvenes, los Machado y Juan Ramón, sino en los anteriores, Valle
Inclán" (78). Y más adelante insiste tanto en que la poesía del nicaragüense fue esencial para
establecer el Modernismo en España, como en que a través de Darío lo fixe también la obra de
otros muchos modernistas hispanoamericanos:

Entonces en España [1899] se tiene ya un conocimiento [del Modernismo], en ese momento, bastante
grande, por medio de Rubén Darío. Rubén Darío, como recibe todos los libros hispanoamericanos y nos los
da a nosotros, sus jóvenes amigos [...]. [T]odos esos libros [Ritos de Guillermo Valencia, Castalia bárbara
de Jaimes Freyre y Las montañas de oro de Lugones] se los mandan a Darío, pero como los Machado y yo,
otros poetas, veíamos a Darío todos los días en su casa, pues él nos daba esos libros para que los leyéramos,
de modo que íbamos conociendo, poco a poco, toda esa literatura; era muy natural que fuese así. (231)

El papel fundacional de Darío en la renovación y establecimiento de la poesía española


moderna que lleva a cabo el Modernismo y que pondera Juan Ramón lo respaldan las palabras de
un prestigioso crítico y poeta español, Dámaso Alonso (1898-1990), miembro él mismo de la
Generación del 27 y años más tarde Presidente de la Real Academia Española de la Lengua ( 1 968-
1982). Alonso expresó su alta opinión de la renovación de la poesía española llevada a cabo por
Darío en un juicio lanzado en 1958, en el que tácitamente extiende la resonancia de la obra del
nicaragüense hasta esos días, es decir, pasado el medio siglo veinte: "En toda la historia de la
poesía española hay dos momentos áureos: el uno va de 1526 (conversación en Granada) hasta,
digamos, 1645 (muerte de Quevedo); el otro, lo estamos viviendo: ha comenzado en 1896 [publi-
cación de Prosas profanas] y no ha terminado todavía" (52). Y un poco más adelante reitera que
fue Darío el origen de dicha renovación: "Todo esto, todo, nace directa e indirectamente de las
Prosas profanas de Rubén Darío, e indirectamente del contacto por medio de él con toda la poesía
francesa del siglo XIX [...]" (53). Digno de mencionarse también, por ser el más dramático,. soli-
dario y genuino reconocimiento-homenaje de los poetas de la Vanguardia del mundo hispano a la
aportación poética de Rubén Darío, fue el acto "al alimón" que en 1933 le ofrecieron conjunta-
mente en la ciudad de Buenos Aires el español Federico García Lorca (1898-1936) y el chileno
Pablo Neruda ( 1 904-1 973). El persistente interés por la lírica dariana se desprende también de los
enjundiosos estudios que han dedicado a su obra poetas más contemporáneos, tales como los
españoles Pedro Salinas ( 1 892- 1951), Ramón de Garcíasol (1913-1 994) y José Hierro ( 1 922-2002),
así como el Nobel mexicano Octavio Paz (1914-1 998).
Tras sus años de estancia en España, Darío se traslada a París en los albores del siglo veinte,
aunque nunca rompe del todo sus enlaces con Madrid, donde publica en 1905 su innovador
Cantos de vida y esperanza y donde ejerce de Embajador de Nicaragua entre 1907 y 1909. Su
presencia física y sobre todo estética es una constante en los círculos artísticos de la capital
española. Pero aunque viviendo en París, Darío también continúa su labor de maestro, estable-
ciendo contactos con la bohemia internacional, conformada por artistas de Europa y Norte
América, además de con un alto número de escritores y artistas españoles e hispanoamericanos
auto-exiliados en Francia, entre los que el nicaragüense brillaba con luz propia; entre estos
escritores sobresalen el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo ( 1 873-1 927), el mexicano Amado
Nervo (1870-1919), el colombiano José María Vargas Vila (1866-1933), además de españoles
como los hermanos Machado, Antonio ( 1 875-1 939) y Manuel ( 1 874-1 947). Durante sus últimos
años en París, Darío mantuvo su magisterio no sólo a través de sus versos y de sus contactos
personales, sino también por medio de la revista Mundial, en la que publicó tanto las voces más
renombradas como las de nuevos y menos conocidos poetas de España y América.
Su temprana muerte en 1916, a los cuarenta y nueve años de edad, trasladó el magisterio al

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español Juan Ramón Jiménez, quien ya venía ejerciendo esta función a través de su poesía y de
su amistad con diversos escritores, intelectuales y artistas del mundo hispano. La página "Juan
Ramón Jiménez" del Centro Virtual Cervantes subraya este cambio de guardia: "Tras la muerte de
Rubén Darío, le corresponde [a JRJ] el liderazgo entre los más jóvenes poetas de su tiempo, los
cuales escriben bajo sus principios, deslumbrados por el rico caudal de sus luminosas imágenes
y por la profundidad conceptual y simbólica de sus versos." Dado esta contundente admisión del
maestrazgo del poeta andaluz "entre los más jóvenes poetas," es curiosa la contradicción implí-
cita en el discurso de aquellos críticos que paradójicamente aceptan tal liderazgo al mismo tiempo
que insisten en limitar su influencia a la poesía de España. De hecho, el prestigio de Jiménez desde
la primera década del siglo veinte era tal que el propio Darío le había entregado sus manuscritos
de Cantos de vida y esperanza para que se encargara de organizarlos y publicarlos no obstante
verse aquejado el joven poeta por dolencias que eventualmente le llevaron a retirarse a Moguer.
A pesar de su alejamiento de Madrid durante estos primeros años del siglo veinte, Juan Ramón
mantuvo sus contactos y siguió alentando a otros jóvenes a través de su correspondencia y del
intercambio de libros que se extiende, si atendemos a la fecha de sus epistolarios, desde 1898,
cuando contaba diecisiete años, hasta mediados del siguiente siglo, época en la que vive exiliado
en Puerto Rico y en la que a pesar de sus achaques todavía encuentra fuerzas para animar a otros.
Sus cartas están dirigidas a escritores de primera línea, pero también a toda una legión de poetas
a quienes alienta con sus palabras, como se desprende de un párrafo, escrito años antes, en el
que confiesa su debilidad por los escritores jóvenes: "Yo por mi parte, insisto, exijente en poesía
conmigo mismo, soy muy condescendiente con los demás jóvenes [...]. En todos, aún el más
ridículo de los versificadores, que todos lo somos en vario grado, veo la 'posible poesía'" (La
poesía cubana xxv).
En general, la vida de Juan Ramón carece de los excesos y de los altos y bajos que marcaron
la vida de su maestro Rubén Darío. El carácter melancólico y depresivo del poeta andaluz le
predispuso a la soledad, y le dotó de una actitud esquiva que le alejó de las actividades sociales
tan caras al temperamento dariano. El existir de Jiménez giró casi por entero en torno a la poesía,
respaldado y animado siempre por su mujer Zenobia Camprubí (1887-1956). Pero a pesar de su
tendencia al retraimiento, Juan Ramón participaba activamente en los círculos intelectuales y
artísticos de la capital española y, al igual que Darío, viajó extensivamente y vivió en ambos lados
del Atlántico; su dirección del viaje sin embargo se realiza a la inversa y sus razones para llevarlo
a cabo difieren de las del nicaragüense. Rubén viajó de América a Europa, específicamente a
España y Francia, por voluntad propia - buscaba expandir sus horizontes intelectuales y revolu-
cionar lo que consideraba las ya gastadas letras de la vieja España. En contraste, aunque el primer
viaje de Jiménez a América sí fue voluntario - lo llevó a cabo en 1 9 1 6 para contraer matrimonio en
Nueva York con la "americanita" Zenobia - su segundo y definitivo viaje fue a Cuba, forzado a
marchar al exilio al estallar la Guerra Civil Española. El prestigio nacional e internacional del
Andaluz Universal en esos momentos y su influencia al llegar a la isla los resume el poeta cubano
Cintio Vitier (1921-): "Cuando [. . .] llegó a Cuba en noviembre de 1936, próximo a cumplir los
cincuenta y cinco años, ya llevaba más de dos décadas compartiendo con Miguel de Unamuno y
Antonio Machado el maestrazgo de la poesía española y estaba en el pleno otoño de su madurez
creadora" (5). Añade Vitier que la influencia de Jiménez fue decisiva para la cultura de la isla ya
que durante los casi tres años que permaneció en ella contribuyó a formar "un clima de fervor
poético" que el cubano considera fundamental por sus repercusiones no sólo poéticas sino
éticas e ideológicas, y que él define como "[...] un momento fecundo de nuestro proceso cultural
y especialmente poético, momento henchido de encanto, lecciones y esperanzas para los que
entonces éramos muy jóvenes, que dejó una huella indudable en la historia de la sensibilidad
cubana. Y cuando decimos sensibilidad, no nos referimos sólo a la dimensión lírica del término,
sino también a sus dimensiones éticas y políticas [...]" (6).
Tras el paréntesis de Cuba, donde además de electrificar el panorama de la poesía editó la
seminal antología La poesía cubana en 1936, con la que dio a conocer a poetas de varias genera-
ciones, Juan Ramón se trasladó a los Estados Unidos, donde vivió durante doce largos años

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(1939-195 1) que impactaron su vida y su poesía de manera decisiva. Es evidente que la cultura
anglo le aisló en su entorno inmediato separándole de su contexto hispano y de su lengua mater-
na, y propiciando la interiorización que "enriquece su poesía, la cual adquiere una dimensión
cósmica y mística sin precedentes en la tradición española" ("Juan Ramón Jiménez," CVC). No
obstante, su aislamiento en EE.UU. no impidió que Juan Ramón mantuviera su liderazgo y sus
contactos con los poetas de habla española. Su intensa actividad y el alto respeto en que se te-
nían su obra y su opinión crítica durante estos años del exilio se hacen patentes al examinar tanto
su abundante correspondencia como los innumerables libros que le dedicaron poetas de España
y América y que guarda su biblioteca, homenajes de toda una legión de escritores que en algunos
casos, como los "piedracielistas" de Colombia, se apropiaron de los títulos de sus poemarios para
nombrar sus movimientos poéticos.9 Entre los muchos libros recibidos por Juan Ramón a través
de su vida destacan tanto los de conocidos españoles: Manuel Machado, Gabriel Miró (1879-
1 930), Jorge Guillen ( 1 883-1 894), Juan José Domenchina ( 1 898-1 959), Dámaso Alonso, Luis Cer-
nuda ( 1 902-1 963), Alejandro Casona ( 1 903-1 965), Manuel Altolaguirre ( 1 905-1 959), Ernestina de
Champurcín ( 1 905-1 999), Carmen Conde ( 1 907-1 996), como los de destacados hispanoamericanos:
la uruguaya Juana de Ibarbourou ( 1 892-1 979), el peruano César Vallejo ( 1 892-1 93 8), los mexica-
nos Enrique González Martínez ( 1 87 1-1952), José Gorostiza ( 1 90 1-1 973) y Jaime Torres Bodet
( 1 902-1 974) (Nemes, "Testimonios" 24).
Su correspondencia también atestigua un empeño similar por fomentar el diálogo entre los
poetas de la comunidad hispana; el deseo por mantenerse y mantener a otros en contacto con la
actividad artística de los diversos países de habla española, su insistencia en diseminar la
información que adquiría, es patente. Abundan las referencias a libros, revistas y publicaciones
recibidas o enviadas, a exposiciones y proyectos culturales, a intercambios de publicaciones, a
solicitudes de información sobre nuevos autores y tendencias, a comentarios sobre actitudes y
opiniones sobre el panorama literario, etc. (Salgado, "Juan Ramón" 25). Su actividad se intensi-
fica al verse obligado a mudarse de país una vez más, en esta ocasión a Puerto Rico, donde volvió
a encontrarse de nuevo con su propia lengua y cultura. La isla, a la que vino a vivir la pareja en
1 95 1 , le devolvió la posibilidad - a través de su asociación con la Universidad de Puerto Rico en
Río Piedras - de promover más oficial y públicamente sus contactos con la juventud impartiendo
clases en sus aulas y difundiendo sus obras a través de las revistas Universidad y Asomante, tal
como ya lo había hecho previamente en España en Helios ( 1 903), índice ( 1 92 1 ), Sí ( 1 925) y Ley
(1926) en las que había incluido textos de escritores establecidos (Darío, Unamuno, Antonio
Machado), junto a la de miembros de su propia generación (José Ortega y Gasset [1883-1955],
Ramón Pérez de Ayala [1880-1962], José Moreno Villa [1887-1955]), y de los nuevos (García
Lorca, Guillen, Rafael Alberti [ 1 902-1 999]).
Como se desprende de estas listas, en las que sólo nombro una mínima parte entre los mu-
chos escritores, revistas, libros, correspondencia y actividades que entraron dentro de su órbita,
Jiménez, al igual que Darío anteriormente, ejerció con plena consciência su papel de maestro de la
poesía en lengua española. Estas actividades docentes ejemplifican que tanto el uno como el otro
concentraron sus esfuerzos en "internacionalizar" - como sugería Unamuno - el discurso
poético en español de sus épocas respectivas. Lo que tampoco quiere decir que buscaran homo-
geneizarlo, es decir, construir un español artificiosamente indiferenciado. Todo lo contrario, lo
que ambos anhelaban era crear una hermandad lingüística "pan-hispana" que respetara las dife-
rencias, erigiendo un cauce poético colectivo dentro del que resaltaran con individualidad propia
las mil y una tonalidades con que las diversas culturas de América y de la Península habían
enriquecido el viejo tronco del castellano. Es precisamente esta cualidad igualitaria e integradora
hacia la lengua española lo que contribuyó al éxito de la misión que emprendieron estos dos poe-
tas, y lo que permite afirmar que Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez fueron verdaderas puntas de
lanza del trasatlantismo en el mundo hispano al facilitar tanto el triunfo del extraordinario discurso
poético del Modernismo como el subsiguiente resurgir de la poesía moderna en ambas orillas del
Atlántico.
Ahora bien, si aceptamos la solidez y la solidaridad del triunfo del Modernismo en el mundo

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de habla española y reflexionamos sobre el éxito con que Darío y Jiménez contribuyeron a éste,
sorprende la ambigüedad y hasta el negativismo de esa parte de la crítica a la que me he venido
refiriendo. En el caso de Rubén Darío, se puede entender tal actitud como resultado de un pa-
triotismo malentendido y estrecho que ha decretado la intrascendencia del nicaragüense y de su
discurso modernista por razones que poco o nada tienen que ver con los eventos de la historia
literaria y mucho sí con un "herido" orgullo nacional; en el caso de Juan Ramón Jiménez, el
negativismo está relacionado más bien con la renuencia crítica a olvidar las desavenencias
estéticas y políticas que agriaron la en otro tiempo armoniosa relación amistosa y literaria del
poeta andaluz con algunos de sus discípulos más allegados de la Generación del 27 y de la
Vanguardia en general.10 Dentro del contexto del patriotismo herido tanto como del de las desa-
venencias y malentendidos, las alusiones al "exotismo" y al afrancesamiento de Darío se pueden
interpretar como parte de la estrategia ejercida por una crítica literaria nacionalista con el fin de
legitimar la prioridad, hegemonía y singularidad del discurso poético peninsular, el de la Gene-
ración del 98, a costa de descalificar la aportación "foránea" del Modernismo del nicaragüense.11
Otro proyecto crítico similarmente politizado parece esconderse detrás de los ataques al "eli-
tismo" y a la intrascendencia de la poesía de Jiménez, una postura que de cierto modo perpetúa la
confrontación Modernismo/98 al extenderla a otra generación, la del 27, vanguardista en este
caso, ansiosa de romper amarras con las tendencias de sus padres literarios. Es indudable que al
insistirse en la falta de alcance de la poesía pura de Juan Ramón se refuerza la superficialidad del
Modernismo - de raíz rubendariana y por tanto extranjero - y se hace resaltar la esencial
trascendencia del discurso poético explícitamente español: el del 98 y el del 27, su heredero. Esta
versión desvirtuada de los hechos es, a todas luces, una tergiversación de lo acontecido en los
círculos poéticos, y dado que la evidencia histórica contradice esta narración adulterada de los
acontecimientos, se hace difícil justificar que la crítica continúe repitiendo todavía, en pleno siglo
veintiuno, opiniones y posturas que por ser producto de antiguos prejuicios nacionalistas y
rencillas generacionales es preciso rebasar. Más ventajoso resultaría que hoy día, en un
momento en que se emprende la escritura de la historia del transatlantismo hispano, se empezara
por reconocer - y por celebrar - la antelación con que el Modernismo, liderado primero por el
hispanoamericano Rubén Darío y después por el español Juan Ramón Jiménez, renovó la
expresión poética de lengua española en ambos lados del Atlántico, al mismo tiempo que tomaba
la delantera a otras literaturas del mundo occidental para abrir las puertas al discurso de la
modernidad.

NOTAS

'En "El antimodernismo: Sátira e ideología de un debate transatlántico," Alberto Acereda lleva a cabo u
valiosa investigación sobre este tema ya que permite entender la ideología de la época y la animosidad qu
predominaba en ciertos círculos en contra del Modernismo.
2Articulado desde el punto de vista nacionalista español, este ensayo establece unos límites temporales par
el Modernismo lo suficientemente estrechos (1888-1910) como para excluir a quienes escriben a partir de
primera década del siglo veinte. Dichos límites, más las características exóticas y escapistas que le asignan
permiten al anónimo autor admitir la prioridad americana del proyecto literario modernista y preservar
originalidad autóctona de los escritores de la Vanguardia española: "Hay que destacar que la literatura en españo
desde finales del siglo XIX no tiene su centro de irradiación en España como ocurría en siglos anteriores. En el
caso del Modernismo, además, hay que decir que más bien es un movimiento que surge en América" ("Literatur
española del Modernismo").
3La definición del Modernismo sigue abierta en el discurso crítico hispano. Para algunos se trata de un mov
miento estrecho, exótico y superficial, que abarca desde los 1880 hasta 1910; para otros es algo bastante m
significativo y complejo que mantiene su vigencia hasta la década de los 30; hay otros, entre ellos Jiménez, qu
siempre definió su estética de modernista, y para quien el movimiento seguía vigente en el medio siglo. De hech
el artículo que le dedica la Wikipedia a la literatura de esta época subraya, precisamente, la falta de consen
crítico "entre los que conciben el Modernismo como opuesto a la Generación del 98 y los que proponen un pun
de vista más ancho o 'epocal' de la cultura española finisecular" ("Literatura española del Modernismo").
4 Jorge Eduardo Arellano cita otro pasaje de este mismo ensayo en el que Darío emplea la ironía para defe
derse de las acusaciones de preferir lo exótico y cosmopolita sobre lo español: "Parece que yo me desayuno c
un símbolo escandinavo, como una teoría holandesa y ceno completamente en ruso, todo con gran cantidad

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Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez 447
elixires de Francia. Asimismo se dice que yo he contagiado a la juventud de América, que ya no puede pasar el
alimento español" (55).
5La reseña de Valera fue eminentemente favorable, pero sus reproches a lo que el crítico español definió
como el afrancesamiento o galicismo mental de Darío fueron entendidos por muchos, sobre todo en la Península,
como prueba de la falta de españolismo del poeta. El primer crítico español que cuestionó el antiespañolismo de
Darío fue Ángel del Río, en 1924. Sobre esta polémica y el supuesto antiespañolismo de Darío versa también el
artículo de María A. Salgado "Mi esposa es de mi tierra; mi querida de París [...]."
6Para entender la importancia de publicar en este periódico es necesario subrayar la amplia difusión que
alcanzaba, su carácter continental, y recordar también su significación en la difusión del Modernismo, por medio
de la labor didáctica pan-americana que llevó a cabo otro de sus más importantes corresponsales hispanoamerica-
nos, el patriota, poeta y pensador cubano José Martí (1853-1895), quien escribió la mayor parte de sus
colaboraciones desde Nueva York.
7E1 poeta catalán Pere Gimferrer (1945-) interpreta estos textos darianos desde la misma perspectiva crí
ca, asegurando que su escritura representa un reto directo a la ya gastada tradición castiza: "Para Rubén, lo r
y los raros no podían ser sino lo opuesto a la tradición o lo simplemente ajeno a ella. En tal sentido, lo raro y
raros formaban parte de una estrategia con respecto a esta tradición; eran fuerzas de choque, catapultas cont
las murallas desconchadas de la preceptiva" (6).
8Carlos Lozano se ha referido a la duplicidad que existía tras esta actitud acogedora, ya que aunque se
recibió de manera ostentosa, la recepción de su estética fue ambigua. Este crítico nos recuerda que en esa épo
las letras españolas se caracterizaban por su conformidad a normas académicas que insistían en la observa
inflexible de la tradición literaria, especialmente en poesía, y que no sería hasta 1901 que los jóvenes empezar
a implementar el cambio y a llamar a Darío maestro en público (78).
9Las huellas de la poesía de Jiménez en las literaturas de los diversos países hispanoamericanos no ha
recido un estudio global. Algunos países rastrean sus huellas en sus historias individuales (por ejemplo, Cu
Colombia) e igualmente lo hacen ciertas historias del Modernismo; tal es el caso de la Breve historia de
Henríquez Ureña, quien nota su rastro en ciertas obras del peruano Alberto Ureta (1885-1966) y del chi
Jorge González Bastías (1879-1950) (349, 361).
10Las desavenencias, desacuerdos y acrimoniosas recriminaciones privadas y públicas entre Juan Ramón
los escritores españoles e hispanoamericanos de la Vanguardia son legendarios y han sido historiados en nu
rosas ocasiones. Uno de los más recientes y balanceados resúmenes lo lleva a cabo Andrés Soria Olmedo en "Ju
Ramón Jiménez y la vanguardia."
nEs curioso que en los debates sobre el alcance de la Generación del 98, el valenciano Azorín (1874-196
consistentemente mencionado como uno de sus más notables miembros, identifica a seis autores entre los
nombra a Darío: Valle Inclán, Unamuno, Benavente, Pio Baroja (1872-1956), Ramiro de Maeztu (1875-193
y Rubén Darío. Andrés R. Quintián Noas en Cultura y literatura españolas en Rubén Darío (1974) y Car
Lozano en La influencia de Rubén Darío en España (1978) estudian la manera en que la inclusión del nica
güense se convierte en una controversia nacionalista. La más virulenta confrontación de este discurso cr
tiene lugar en los años cincuenta y está representado por el contencioso libro de Guillermo Díaz Plaja Mod
nismo frente a 98 (1951). La vuelta en redondo de Díaz Plaja ejemplifica la progresiva politización naciona
de este discurso crítico. Por un lado, este libro de 1951 describe un antagonismo y una confrontación abi
entre el Modernismo y el 98, pero por el otro, al preguntársele a su autor en 1930 si Darío pertenecía a
Generación, su respuesta fue categóricamente afirmativa: "No creo que se me tache de una rubenofilia excesi
si declaro que Rubén Darío es - con Jacinto Benavente - el más auténtico representante de la generación
Noventa y Ocho" (citado por Quintián 178).

OBRAS CITADAS

Acereda, Alberto. "El antimodernismo: Sátira e ideología de un debate transatlántico." Hispania 86


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