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ANIMAL
HUMANO
Romper
Fronteras
Jessica Paola Rojas G.
jessica paola rojas guevara
bogotá, colombia
2019
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Palabras clave:
Nociones clave:
Post- dualismo.
Resumen:
Decidí que quería de asesor en mi proyecto de grado a una persona que me ayude tanto en
lo teórico como en lo práctico, que comprenda lo no humano y las diferentes posiciones
que se puede llegar a tener frente a lo “otro”. A su vez busco a alguien que me pueda orien-
tar en la relación existente entre el arte y la ciencia, y que me ayude a desarrollar diferentes
posibilidades plásticas para ello. Por lo tanto, decidí que quería a Ana María como asesora
y en una conversación con ella, aceptó.
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Introducción
Al enfrentarme frente a frente con un elefante pude descubrir lo insignificante que era mi
humanidad, me sentí vulnerada y dentro de esa vulnerabilidad, me sentí feliz. Durante
el año 2012 pude realizar un viaje a Sudáfrica, a modo de quinceañera, buscando nuevas
experiencias, unos quince años diferentes. En mi feliz ignorancia del encuentro, me sentí
maravillada de poder tener contacto con un animal tan legendario y místico, teniendo en
cuenta que en mi contexto colombiano es un animal “exótico”, no me di cuenta de lo colo-
nial y antropocentrista de mi acto, estaba montando un elefante, estaba sobre un elefante,
una práctica en la que estaba colocando a este gran animal a mi servicio, pero en ese mo-
mento no pude verlo de esta forma, mi asombro me llevo a ignorar el suceso y entenderlo
como una gran pasión desde entonces.
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fig. 1
I
CAPAS DIFERENCIARIAS
A medida que han pasado los siglos, el animal dejó de ser un algo “salvaje” (entendiendo
esta noción desde su sentido más colonial, como si de alguna forma yo pudiera llamarme
civilizada y sabiendo que es una noción instaurada en mi cultura desde la conquista, un
salvaje como ese otro que no es ni parecido a mí) a divino y útil, desde el siglo XX y en es-
pecial en el siglo XXI, paso a ser algo cercano y ahora se puede hablar de relaciones huma-
no-animal, sin embargo, el animal sigue siendo algo ajeno a lo humano, un “otro”.
De esta forma considero necesario entrar a revisar los factores que alejan a lo humano
de lo animal y para eso hare un recorrido entre teóricos y artistas que se han dedicado a
analizar las diferentes cuestiones que me han rondado en los últimos años. Para empezar,
me gustaría hablar del filósofo italiano Giorgio Agamben que, en el 2006, propone la exis-
tencia de varios factores a comparar entre lo humano y lo animal, la representación que el
humano otorgó, sus funciones biológicas o míticas, su relación con el espacio, cómo estos
de cierta forma son elementos económicos y políticos y que también tienen sus implicacio-
nes en estos campos. Igualmente hay que entender que este filosofo se ha dedicado a tratar
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temas sobre cuestiones estéticas y políticas en donde se ha interesado en la violencia y las
posibles salidas de las circunstancias de violencia actuales; además, de plantear estructuras
literarias en las que no tiene el fin de resolver dudas en un lector, sino de generar diferentes
planteamientos y escenarios para que en el lector se dé el pensamiento; desde conceptos
económicos, políticos, filosóficos y sensibles Agamben ha logrado desarrollar una reflexión
en la que genera más dudas que respuestas.
Dentro de sus enredadas líneas, la anterior frase captó mi atención, empezando por el en-
tender la acción negadora de la que él nos habla, de esa necesidad de entendernos como un
ser distinto, en donde lo animal no es parte de nuestra esencia, y no hay humanidad en lo
animal, una tensión en la que aún permanecemos en la que el animal es un ser ajeno, útil o
algo que se puede adquirir. En este texto, Agamben hace todo un recorrido de las distancias
que se han implantado frente a lo animal; para ello pasó por las representaciones, en donde
parte del cuestionamiento del porque los representantes de la humanidad o las representa-
ciones míticas tienen características de lo animal; también trató las diferencias en la forma
de vivir y en los acuerdos que el animal genera con la naturaleza y como el mundo-am-
biente se constituye de “portadores de significado” o “marcas”; además de las taxonomías
establecidas por Carlos Linneo, en donde este comienza a explicar que a pesar de que el
ser humano es un ser pensante no encuentra grandes diferencias taxonómicas entre un ser
humano y un mono, desde este punto se comienza a mencionar el lenguaje como resulta-
do de un cambio evolutivo y que por lo tanto provenimos del mono. Todo esto llevó a una
discusión sobre cómo es posible la cercanía del hombre a un mono, ya que era una idea
descabellada entender al ser humano como un animal, como si el humano no estuviera
biológicamente catalogado junto con lo animal, al punto de crear un punto medio entre el
mono-hombre, hombre-mono y el homo-sapiens, de forma que se pueda alejar la cadena
evolutiva de lo que sencillamente es animal.
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Con esto consideré la existencia de un miedo a aceptar al ser humano como animal, como
lo mencionaba Agamben, la necesidad de posicionar un eslabón en la cadena evolutiva
demuestra que tenemos una necesidad de alejarnos, no podemos concebir que seamos de
alguna forma similares a los animales, sin embargo, esta consideración me parece insensata,
pues quién no ha soñado con tener las habilidades de un animal, pero aun así, se comenzó a
buscar tener capas de diferencias, o como yo las llamare, capas diferenciarias.
A su vez, una de estas capas diferenciarias que ha instaurado el ser humano para alejarse de
lo animal es la capacidad de razonar, el tener pensamiento, el tener una mente productiva
que nos lleva a tener la consciencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos. La razón es
este gran escudo que hemos instaurado para ser diferentes de lo animal, pero, ¿qué es la
razón para nosotros?, para entenderlo es necesario mencionar a Jean-Marie Schaeffer, este
filósofo francés se ha dedicado a hacer un estudio completo de los fundamentos evolutivos
y cognitivos en la creación artística, en donde el estudio de la conducta humana es base
central en sus obras.
En medio de sus complicadas reflexiones, Schaeffer nos propone lo anterior, que la razón
solo es válida ante su propia existencia; este gran juego de palabras solo quiere decir que la
característica humana de la razón proviene de lo humano y que a su vez es necesaria para
su propia existencia, el hombre crea la razón para entenderse a sí mismo como un ser libre
y consciente. Podríamos llegar a entender que esta es la tensión de la cual Agamben nos
mencionaba anteriormente y la acción negadora, la cual parte de la razón, que a términos
simples sólo es una noción, no es más que otro concepto que hemos creado para poder
definirnos; la búsqueda de una identidad no animal, pero me lleva a preguntarme, qué es lo
humano sin los conceptos, sin nociones; quizá ni sea posible la existencia de lo humano sin
la noción de la razón, quizá nuestra identidad como seres humanos sea lo suficientemente
frágil como para apegarnos de un solo concepto para definirnos. En el texto de Agamben
podemos encontrar lo siguiente:
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“Pero definir lo humano no a través de una nota characteristica, sino
a través del conocimiento de sí, significa que es hombre el que se reco
nocerá como tal, que el hombre es el animal que tiene que reconocerse
humano para serlo.” (Agamben, 2005, p. 57.)
Estos dos autores llegan de cierta forma a la misma conclusión, el ser humano tiene esta
extraña necesidad de reconocerse, de definirse, para así entenderse, a esto nos lleva a que
la razón, es un arma de doble filo con la cual nos hacemos preguntas introspectivas y filo-
sóficas, que nos puede hacer dudar del mundo en sí y a su vez, de nuestra propia identidad
como individuos; sin embargo, es un arma con la cual nos ha permitido sobrevivir y no hay
forma de negar su capacidad, pero aun así no podemos colocarla como una base de superio-
ridad, como Daniel Dennett, filósofo y escritor estadounidense, en su libro “From Bacteria
to Bach and Back: The evolution of Minds” menciona:
“…es posible que algunos lectores ya estén sacudiendo la cabeza por culpa de una
afirmación que acabo de hacer: «las mentes humanas son sorprendentemente dife-
rentes de las mentes de otras especies, son mucho más potentes y versátiles».
¿Realmente puedo tener estos prejuicios? ¿Acaso soy un «chovinista de la especie»,
un «especifista», que realmente cree que la mente humana es mucho más extraordi-
naria que la mente de los delfines, de los elefantes, de los cuervos, de los bonobos y
de otras tantas especies cuyos talentos cognitivos hemos descubierto en los últimos
años, y ante los cuales nos hemos maravillado? ¿No es esto un ejemplo descarado de
la falacia del «excepcionalismo humano»? ...” (Dennett, 2017, p. 21-22)
Por consiguiente, podemos ver las posturas especistas en las que el humano tiende a colo-
carse, en una posición de superioridad en la que cualquier capacidad que tengan los ani-
males es inferior y no llega a nuestro nivel, como Dennett se cuestiona que tan prejuicioso
es esa afirmación, ya que a pesar de ser extraordinaria la mente humana, no hay forma de
comparar las especies teniendo en cuenta sólo un factor como la mente, que nos lleva a te-
ner una posición privilegiada sobre todo lo demás, como humanos. De hecho, unos párrafos
más adelante Dennett afirma que no somos los genios divinos que creemos ser pero que los
animales no son tan inteligentes como nosotros, pero aun así (y en mi opinión la frase más
acertada de su argumento) “sin embargo, tanto los humanos como el resto de animales están maravillosa-
mente capacitados para enfrentarse con brillantez a los retos que les plantea un mundo siempre complejo, si no
cruel.” (p.23). No hay forma en la que se pueda colocar una especie por encima de otra, todas
las especies están en una equidad en donde se comparten relaciones e interconexiones entre
ellas, por lo tanto, en adelante exploraré las similitudes que existen entre las especies y las
relaciones que se generan entre sí.
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Fig. 2
II
EN BÚSQUEDA DE LA EQUIDAD
Para poder cerrar la brecha entre lo humano y lo animal es necesario colocarlos en una
posición de equidad, una relación en la que ninguno puede ser superior al otro, dejar la
pretensión colonial y especista en la que nos encontramos, ya que como seres vivos estamos
obligados a vivir relacionados con lo demás existente, muchas veces esas relaciones están
determinadas por las interacciones que se dan, sean de forma cooperativa, depredatoria,
parásita, de competencia u obligatorias.
Estas interacciones son las que nos definen dentro de un ecosistema, cada parte cuenta y es
fundamental para la supervivencia de otras. Para la bióloga y filósofa Donna Haraway, estas
interacciones son fundamentales, no solo dentro de lo natural, puesto que las interacciones
que abarcan a lo humano con “lo otro”, (entendiendo “lo otro” como lo no humano o a-hu-
mano) comprenden parte de una naturaleza que buscamos olvidar y negar.
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Haraway se ha centrado en establecer las relaciones con la tecnología, pero siempre tenien-
do como fuente de su conocimiento la biología, ya que señala que esta ciencia puede abrirle
más puertas al mundo, ya que esta arroja más posibilidades históricas, psicológicas y políti-
cas para entender un fenómeno. A su vez, esto la lleva a estructuras más profundas dentro
de su campo de investigación, donde llegar a las instancias más pequeñas de los sistemas
culturales le permite tener una mayor claridad, lo que la hace pensar en las estructuras vege-
tales de una hoja.
La idea de imaginarse a ella misma como una hoja, llevó a Haraway a entender las pequeñas
arquitecturas que están implícitas en la vida en sí misma, la fascinación de entender una
interconexión entre lo microscópico la llevó a pensar la vida como una conexión constan-
te, y así como la naturaleza está conectada, lo humano también puede tener esas relaciones
simbióticas con lo otro, y para mi interés personal, con lo animal.
Fig. 3
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Fig. 4
Pero, para poder entender lo animal como algo interconectado a nosotros es necesario
entender cómo nos relacionamos con ellos y como actuamos frente a ellos; para esto creo
necesario traer a discusión un conocimiento diferente a la teoría, y para poder acercarnos
al campo artístico, creo preciso hablar de una obra de Joseph Beuys, artista alemán dedica-
do a hacer performance e instalaciones. En este caso específicamente hablaré de su obra “I
like America and America likes me” (1974), que consistió en encerrarse con un coyote en la
galería René Block en Nueva York. Con esta obra Beuys pretendía hacer una crítica al trato
dado a los nativos americanos por parte del hombre “blanco”, y hay que entender “blanco”
en el sentido del hombre colonizador.
Pero sin entrar en otro campo, hay que cuestionarse el uso del coyote en esta acción, para
Beuys esta acción trataba sobre revindicar y sanar las heridas de energía a los nativos ame-
ricanos, el coyote, al ser un animal nativo de Estados Unidos, lo toma en su significación
sagrada de un animal que representa lo espiritual y lo material. La elección de este animal
para Beuys, tiene que ver con el poder del coyote vivo, en donde este emana de si la idea del
animal que siempre desea y siempre está hambriento.
Figuras 3 y 4. Joseph Beuys, I Like America and America likes me, Performance, 1974.
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Esto nos puede llevar a pensar en que este animal no es tan salvaje como se podría llegar
a entender; la tranquilidad y la calma que demostró el coyote rompe con las suposiciones
del comportamiento animal, como lo podrían ser su agresividad y territorialismo. En los
coyotes la característica principal es su adaptabilidad, ya que se han tenido que enfrentar al
constante cambio del paisaje norteamericano. Por lo tanto, no era extraño suponer que iba
a emplear su característica en esta ocasión, derribando así los estereotipos asignados por el
humano.
Pero para entender un poco más la situación a la que se enfrentó Beuys, se puede traer a la
discusión a Jacques Derrida; este filósofo francés fascinado por “el animal” decidió realizar
una conferencia en la que exploró la cuestión del animal desde Heidegger y otros pensado-
res de ese momento, y la transcripción de una parte de esta conferencia se convirtió en el
libro “El animal que luego estoy si(gui)endo”, en el que nos presenta la siguiente cuestión:
“…debería decir que estoy próximo o cerca del animal, y que lo estoy si(gui)endo
y en qué orden de presión? ¿El estar-con-él como estar-al-lado-de-él? ¿Estar-cerca-
de-él? ¿Estar-tras-él? ¿Ir-tras-él en el sentido de la caza, del adiestramiento, de la
domesticación o ir-tras-él en el sentido de la sucesión y de la herencia? En todos los
casos, si voy tras él, el animal viene por lo tanto antes que yo, más pronto que yo
(früher es la palabra que emplea Kant para el animal, y Kant será uno de nuestros
testigos por venir). El animal está ahí antes que yo, ahí a mi lado, ahí delante de mí
--de mí, que estoy si(gui)endo tras él-. Y así pues, también, puesto que está antes
que yo, helo aquí detrás de mí. Me rodea. Y desde este ser-ahí-delante-de-mí se
puede dejar mirar, sin duda, pero - la filosofía lo olvida quizás, ella sería incluso este
olvido calculado-- él también puede mirarme. Tiene su punto de vista sobre mí. El
punto de vista del otro absoluto y esta alteridad absoluta del vecino o del prójimo
nunca me habrá dado tanto que pensar como en los momentos en que me veo des
nudo bajo la mirada de un gato.” (Derrida, 2008, p. 26)
Cuando intentamos darle sentido a lo que nos habla Derrida y el por qué enredarse en ese
juego de preguntas, es necesario prestar atención a la última frase de la anterior cita, habla
de estar desnudo desde la mirada de un gato, y en este caso es trascendental entender esto
para poder comprender de qué nos está hablando. En este apartado Derrida nos está con-
tando una historia de cómo estuvo desnudo enfrente de su gato, un gato real, no metafórico,
y como el encontrarse desnudo y que este gato lo vea lo llevó a pensar en los conceptos que
tiene instaurado el ser humano, como lo son la desnudez y la vergüenza, y que al estar cerca
o ir tras el animal lo lleva a considerar que él está siguiendo al animal y de cómo este contac-
to frente a frente lo hace romper los límites de lo humano para entenderse como un animal
o como plantea él lo ahumano.
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En este caso, debemos entender que Derrida está planteando los problemas de la relación
con un otro animal, en compartir un espacio o un territorio con él, o inclusive compartir un
momento en el que, en este caso el propio gato, lo lleva a comprender las nociones humanas.
Lo mismo sucede en la acción de Beuys, el convivir con este coyote, más allá de su intensión
significativa del coyote, me permite entrar a cuestionarme el qué habría sentido Beuys al
estar en contacto con este animal y en qué tipo de diálogo podrá haber generado con este.
Toda esta discusión me permite llegar a cuestionarme sobre cómo me relaciono con el ani-
mal, el cómo lo veo y de cierta forma el cómo lo admiro. Desde una preocupación constante
he llegado al atrevimiento de preguntarme ¿Por qué el humano no quisiera ser un animal?,
pero para ello me enfocaré en sincerarme sobre mis motivaciones.
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Fig.5
III
ENCUENTRO FRENTE A FRENTE
Pero, ¿por qué me interesa?, o eso podría preguntarse cualquiera que lea este texto, y la
única respuesta posible que puedo dar por ahora es la siguiente:
Siento que me interesa un encuentro, entre ese otro y yo. Busco una razón que me haga
entender por qué me siento más parte de ellos que de lo tradicionalmente humano; par-
tiendo desde una admiración profunda, una fascinación al verlos. El enfrentarse a un
animal, para mí, es un momento místico en donde puedo entenderlos, sin palabras, solo
con la lectura corporal entre ellos y yo. Esto me demuestra lo pequeña e insignificante que
soy, pero así mismo me lleva a enfrentarme a una mirada en ese otro, una mirada que me
da la sensación de estar en contacto con lo animal.
Dentro de mi deseo de entender lo animal, está mi deseo por el contacto, por el convivir,
por el poder estar en convivencia con otra especie, y que de la misma forma que menciona
Derrida, en esos momentos que estoy bajo la mirada de lo animal, me siento diferente,
un tanto instintiva y despreocupada, como si por un segundo lo humano que hay en mí
desapareciera, como si dejará de pensar de la forma tradicional y pudiera pensar desde mi
instinto y de cierta manera, pudiera entender a ese otro que tengo enfrente.
“Como toda mirada sin fondo, como los ojos del otro, esa mirada así llamada «ani-
mal» me hace ver el límite abisal de lo humano: lo inhumano o ahumano, los fines
del hombre, a saber, el paso de las fronteras desde el cual el hombre se atreve a
anunciarse a sí mismo, llamándose de ese modo por el nombre que cree darse.
Y en esos momentos de desnudez, bajo la mirada del animal, todo puede ocurrirme,
soy como un niño dispuesto al apocalipsis, soy el apocalipsis mismo, es decir, el
último y el primer acontecimiento del fin, la revelación y el veredicto. Estoy
si(gui)endo el Apocalipsis, me identifico con él corriendo detrás de él, tras él, tras
toda su zoo-logía.” (Derrida, 2008, p. 28)
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En ese “apocalipsis” que menciona Derrida, es donde me encuentro, bajo una mirada que
me saca de mi cotidianidad, que me maravilla; en donde esas fronteras que menciona ante-
riormente se borran y por un segundo pudiera quedarme en el universo animal. En el texto
anterior se puede evidenciar que de cierta forma el que se enfrenta a este tipo de miradas y
permite reflexionar ante ellas puede encontrar estos límites establecidos entre la razón y el
instinto, lo humano y lo ahumano, lo animal.
Lo que a Derrida le sucedió con su gato a mí me sucedió en primera instancia con un elefan-
te; enfrentarme a un gigante de carne y hueso me permitió sentirme pequeña, asombrada y
maravillada, aun un tanto ingenua de lo que estaba experimentando, pero fue la primera vez
que pude percatarme de esto, que de cierta forma quería entender al elefante y cuando pude
subirme a su lomo, pude sentirme como un elefante. (Figura 5)
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máticas que por ahora no trataré. Con el dibujo he buscado representaciones que den cuenta
de mi forma particular de verlos, una forma armónica y bella, para dar justicia a la imagen
que lo animal tiene en mi cabeza. En las figuras 1 y 2 que he puesto a lo largo del texto es
una pequeña muestra de mis intereses y anhelos, el contacto directo y la relación que se
puede generar entre especies, es la muestra de mi deseo por materializar mi idea del animal
humano, en donde la postura especista cae y se permiten interacciones naturales. La idea de
que un gran simio pueda escarbar el cabello de alguien y que sea una acción cotidiana me
lleva a pensar en un mundo post-dualista en donde las pretensiones especistas no existen.
“Las condiciones en las que trabajo son con frecuencia un lejano eco de aquella
intimidad de Nils con sus gansos salvajes. Los teleobjetivos, las cámaras de control
remoto y otros complicados artilugios –más un gran acopio de paciencia- son a-
menudo requisitos indispensables para superar la distancia que la mayoría de los
animales quieren guardar ante la cámara.” (Lanting, 2003, p. 14)
Al comenzar a buscar sobre la fotografía de naturaleza me encontré con este fotógrafo, Frans
Lanting, y su libro “Frente a Frente. Encuentros íntimos con el reino animal” en donde narra
algunas de sus experiencias al enfrentarse a fotografiar animales en su hábitat natural.
Además de dedicar casi todo el libro para la muestra de sus asombrosas fotografías, hace
algunas reflexiones sobre sus encuentros con lo animal, entre ellas la anterior cita, habla de
esta gran distancia física que separa a lo humano y lo animal, la misma distancia que siento
constantemente.
En ningún momento Lanting habla de retratar al animal con solo un sentido documental, él
quiere encontrar una relación, algo más allá del exterior exótico del ser que tenga frente. Al
ver sus fotografías ocurre algo interesante, son encuentros tan íntimos que me hacen poner-
me en la posición del fotógrafo, el imaginarme en ese lugar frente a las diferentes especies
que puedo ver en sus imágenes.
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Fig. 6
Como podemos ver en la fotografía del hipopótamo (Figura 6) podemos ver una fotogra-
fía de un animal sumergido, un gigante semi-acuatico, sin embargo, lo que más me llamó
la atención fue la pequeña narración sobre la misma. “En un río próximo a la frontera sudanesa,
pasé un buen rato jugando al escondite con este hipopótamo. Cuando se sumergió, me acerqué hasta él; pero
cuando sacó la cabeza resoplando... me quedé sin respiración.” (Lanting, 2003, p. 233). El contacto con
el hipopótamo me llama la atención y sobre todo su forma de llamar al acontecimiento
“jugando al escondite”, un acto de juego gestual en el que el hipopótamo pudo entender a
Lanting y él pudo entender al hipopótamo. Por otro lado, podemos ver a un Tití cabeza de
algodón, (Figura 7) un pequeño mono que está cautivo, pero éste no es el problema en esta
ocasión, detrás de esta foto de mi autoría ocurrió un encuentro, mi novio tuvo una conver-
sación con el tití, a partir de gestos logró llamar la atención del animal, al punto de generar
un reto, en donde el tití defendió su territorio a orinando enfrente de él.
Este tipo de encuentros son los que me interesa generar, en donde el animal humano sale a
flote y permite nuestra unión como humanos con todo el resto del mundo, donde ya no
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Fig. 7
estamos encerrados detrás de nuestra superioridad como especie, sino que nuestras dife-
rencias y similitudes se convierten en parte de las estructuras que tiene la vida.
Pero, ¿con qué animales guiaré mi encuentro?, por ahora solo podría dirigir mi búsqueda a
los animales en cautiverio, guiándome con animales qué están acostumbrados a un contac-
to con lo humano puedo entender las lógicas que ellos también han aprendido para convi-
vir con lo humano, en donde la paciencia (como lo ha desarrollado Lanting) me pueda de-
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jar comprender mejor a lo animal. Partiendo de zoológicos y otros animales en cautiverio,
y de la postura colonial que este dispositivo implica, pretendo guiar mi camino a hume-
dales y parques naturales cercanos a Bogotá, Colombia, en donde busco dar mis primeras
aproximaciones a un entorno no especista; romper las capas diferenciarías y abrazar el tan
anhelado encuentro que busco.
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Bibliografía:
REferencias visuales:
Figuras 6 y 7: Beuys, I like america and america likes me. 1974. per-
formance. nueva york
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