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"No Puedes Convencer A Un Creyente De Nada Porque Sus Creencias

No Están Basadas En Evidencias, Están Basadas En Una Enraizada


Necesidad De Creer"

La ciencia tiene cada vez más claro que existe una correlación entre
inteligencia y religiosidad pero es negativa: los más inteligentes tienen
tendencia a ser menos religiosos. En tiempos modernos, la idea de que la
Biblia debe ser aceptada como históricamente exacta y que ha de ser
adquirida de una forma estricta como guía moral ha sido cuestionada por
multitud de académicos historiógrafos de las escrituras. Las ideas de la
interpretación literal, infalibilidad bíblica y actitudes de fundamentalismo
bíblico son rechazadas por la mayoría de los cristianos. Los movimientos
fundamentalistas cristianos exponen la idea de que la Biblia se lea como
una guía moral estricta y sea considerada infalible.

Hay personas creyentes que piensan que la ciencia es incompatible con la


fe cristiana porque no concuerda con la narración de la creación que hace la
Biblia. El libro del Génesis describe la creación por parte de Dios del mundo,
las plantas, los animales y los seres humanos. En particular, la evolución
gradual de los seres humanos a partir de antepasados que no eran
humanos parece incompatible con una interpretación literal del Génesis. Sin
embargo, muchos exégetas y teólogos han rechazado una interpretación
literal de la Biblia, ya que contiene afirmaciones mutuamente incompatibles.
El libro del Génesis ofrece dos narraciones diferentes de la creación. En el
capítulo 1 figura la narración familiar de la creación en seis días, en la que
Dios crea a los seres humanos, tanto al varón como a la hembra, en el
sexto día, después de crear la luz, la Tierra, los peces, las aves y los
animales. Pero en el capítulo 2 aparece una narración diferente, según la
cual la creación del mundo comienza cuando “Dios formó al hombre del
polvo de la tierra”. Después de crear las plantas y los animales y pedirle al
hombre que les diera nombre, Dios le hace caer en un sueño profundo le
saca una costilla, de la cual “formó una mujer y se la presentó al hombre”.
La ciencia y las creencias religiosas no tienen por qué estar en
contradicción. La ciencia y la religión son como dos ventanas diferentes
para observar el mundo. Las dos ventanas dan al mismo mundo, pero
muestran aspectos diversos de él. La ciencia se ocupa de los procesos que
explican el mundo natural: las galaxias y estrellas del espacio, cómo se
mueven los planetas, la composición de la materia y el origen de los
organismos, incluyendo los seres humanos. La religión se ocupa del
significado y propósito del mundo y de la vida humana, la correcta relación
entre los seres humanos y el Creador y entre ellos mismos, y de los valores
morales que inspiran y gobiernan la vida de las personas.

La mayoría de los filósofos y científicos contemporáneos opinan que la


ciencia moderna y la religión persiguen el conocimiento del universo usando
diferentes metodologías, en alguna medida u otra. El desacuerdo yace
principalmente sobre cuáles son las implicaciones de la diferencia. Es decir,
si son compatibles a la vez que distintas. Es posible creer que Dios creó el
mundo, al tiempo que se acepta que planetas, montañas, plantas y
animales, incluyendo los seres humanos, se produjeron, después de la
creación inicial, por procesos naturales. En lenguaje teológico, Dios actúa a
través de causas secundarias. De manera parecida, al nivel del individuo,
una persona puede creer que es una criatura de Dios sin negar que se haya
desarrollado por procesos naturales a partir de un óvulo fecundado en el
seno de su madre.
“He Aprendido A No Intentar Convencer A Nadie. El Trabajo De
Convencer Es Una Falta De Respeto, Es Un Intento De Colonización
Del Otro”

No convencer a nadie de nada. Tratar de convencer a otra persona es


indecoroso, es atentar contra su libertad de pensar o creer o de hacer lo que
quiera, sólo enseñar, dar a conocer, mostrar, no demostrar. Que cada uno
llegue a la verdad por sus propios pasos, y que nadie le llame equivocado o
limitado. (¡Quién es quién para decir «esto es así», si la historia de la
humanidad no es más que una historia de contradicciones y de tanteos y de
búsquedas?)

Si a alguien he de convencer algún día, ese alguien ha de ser yo mismo.


Convencerme de que no vale la pena llorar, ni afligirse, ni pensar en la
muerte que es inevitable, tan inevitable como el nacimiento. Lo bueno es
vivir del mejor modo posible. Peleando, lastimando, acariciando, soñando.

Nadie puede conocer en profundidad a las personas. Requiere tiempo,


complicidad e instantes claves que nos abren los ojos. Hasta que eso
ocurre, muchas veces tendemos a idealizarlas o atribuirles dimensiones
extraordinarias; pero poco a poco, van cayendo los velos. Está claro que en
ocasiones, sí que es cierto que las personas pueden cambiar. Nos cambian
las circunstancias, las experiencias vividas. No obstante, todos nosotros
disponemos de una esencia inconfundible, de un tipo de personalidad,
integridad y valores que suelen ser constantes en el tiempo.

En nuestra mano está saber darnos cuenta a tiempo, saber leer en los
gestos, saber intuir en las palabras, saber deducir en los actos. En
ocasiones el amor es un mal filtro a la hora de ser objetivos, pero ello no
quita que como siempre, debamos mantener el corazón abierto y los pies en
el suelo. Amarrados a las raíces del equilibrio y la autoprotección. Al
principio todos nos esforzamos por encajar. Son muchas las personas que
por ejemplo, intentan cuadrar sus aristas y vacíos particulares con los de
sus parejas para que todo sea armónico, perfecto casi. Ahora bien, muchas
de esas uniones se consiguen enmascarando o disimulando carencias
propias. O más aún, mostrando virtudes que no son ciertas. Nosotros, por
nuestra parte, vemos a la pareja como «un todo» casi idílico sin apreciar
máscara alguna

Tarde o temprano aparece la primera decepción. No sabemos cómo, ni


entendemos cómo la otra persona ha sido capaz de hacer o decir tal cosa,
sin embargo, ha ocurrido y no podemos hacer nada por cambiarlo. No existe
una fórmula mágica que nos permita ver al segundo cómo son en realidad
las personas. De hecho, muchas veces ni siquiera ellas lo saben. Se
necesita compartir momentos, experimentar vivencias para que sea la
propia vida quien saque a la luz las propias oscuridades y bellezas
interiores.

Si no se intentara convencer, se escucharía más, ya que muchas veces es


mayor el interés en lo que se tiene que decir que en lo que comenta el otro.
Se comprendería más, porque las respuestas libres de los otros traen
información nueva. Se aprendería más, dado que se soltaría la capacidad
de asombro y reconocimiento. Al evitar “colonizar al otro” como expresa tan
gráficamente Saramago, se nos abrirían enormes posibilidades de
comunicación sin la carga emotiva compulsiva por convencer, sin la
necesidad de que los demás sean clones del propio pensamiento.

Dejar a los demás pensar como piensan, disfrutarlos en esa particularidad,


y concentrarse en expresar claramente lo que se quiere decir para ponerlo a
la consideración libre de los demás. Estar abierto a construir acuerdos
desde ese mismo intercambio neutral.
“El De Persuadir Conseguiste Tanto En El De Gradar, Como El De
Convencer, Ya Que Los Hombres Se Gobiernan Mas Por El Capricho
Que Por La Razón”

La influencia es la capacidad de conseguir que los demás hagan o piensen


lo que yo quiero que hagan o piensen. Hoy en día es una habilidad
fundamental ya que nos encontramos desempeñando muchos y diferentes
roles en nuestras vidas, y en casi todos los entornos en los que nos
movemos, tenemos unos objetivos y no podemos imponer nuestra forma de
ver las cosas. En aquellas situaciones en las que tengo el poder, puedo
suplir mi capacidad para influir por mi jerarquía, si bien, incluso en estas
situaciones es deseable haber desarrollado mi capacidad de influencia y no
tener que utilizar el poder.

Es importante destacar que la influencia y la persuasión no funcionan como


trucos de magia, o como la hipnosis, ni nada que se le parezca. Es algo
mucho más natural, cotidiano, y que las personas practicamos desde los
primeros días de nuestra vida. Para ser influyente en los entornos en los
que desarrollo mi actividad, tengo que haber generado un estado en el otro,
que me permita influir sobre él, y ese estado es previo al intento de
persuasión concreto que realice en un momento concreto. Uno de los
factores determinantes para influir en alguien es que esa persona no se
defienda de quien le quiera persuadir. Convencer a alguien significa hacer
llegar a una persona a cierta conclusión usando argumentos lógicos,
mientras que la persuasión se basa en aspectos emocionales. Diríamos por
lo tanto que para convencer nos dirigimos a la cabeza de la otra persona y
para persuadir nos dirigimos al corazón. La capacidad para convencer o
persuadir es una habilidad social y como tal, quiere decir que no nacemos
con ella sino que la podemos aprender a lo largo de nuestra vida y nuestro
desarrollo personal.
Percibimos que la vida es sangre, sudor y lágrimas. Sentimos que nuestras
vidas son efímeras, en primer lugar, pero también sujetas a derrotas,
desvaríos y desvanecimientos. Nada nos puede consolar, en estos
términos, salvo la razón. El uso abundante o parco de la razón en nuestras
relaciones con los demás y con nosotros mismos. La razón como elemento
fundante de las construcciones que elaboremos en el mundo. Y también
como criterio para la crítica y refutación.

Se debe reconocer también que la diferencia de pensamiento que existe


entre la gente influye en la concepción que cada uno tiene sobre la vida, el
comportamiento, los valores, etc.; por lo que hay cosas que para algunos
son buenas mientras que para otros no lo son. Es por esta razón que nos
encontramos con que la gente no logra ponerse de acuerdo en varios
asuntos que son vitales para el individuo, la familia y la sociedad, pues cada
uno quiere imponer su posición y teoría personal. Y no podemos olvidarnos
que muchos de los razonamientos que realizamos se ven fuertemente
influenciados por factores externos, como el ambiente en el que nos
desenvolvemos o las ideas que creemos como correctas.

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