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Es 1950, y asistimos a la inauguración de un nuevo conjunto habitacional en

Santiago, cerca del Club Hípico. Un ágil de la revista Zig-Zag describe el momento:
“Vimos los niños contentos y risueños, las mujeres luciendo blancos delantales, las
muchachas haciendo el aseo de sus casas. Los hombres corriendo temprano a sus
trabajos”. ¿El nombre de la población? Gabriel González Videla, tal como el
serenense Presidente en ejercicio. El detalle no es casual, bajo su gobierno el Estado
tuvo un fuerte rol interventor en el tema de la vivienda.

Si se piensa en el papel del Estado, es una discusión de nunca acabar: hay


quienes creen que debe intervenir de manera protagónica en la sociedad;
otros, que debe mantenerse a un margen. Probablemente este será uno de los
debates importantes que se darán ante la eventualidad de que se elija un órgano
constitucional o se impulsen reformas a la Carta Fundamental. En la esfera pública
se han mencionado principalmente dos opciones: Estado subsidiario y Estado
solidario.

Pero, ¿qué son estos conceptos de Estado subsidiario y Estado solidario?, ¿de dónde
vienen?

Estado subsidiario

¿Qué significa que un Estado sea subsidiario? El abogado constitucionalista y


académico de la UDD, Sergio Verdugo, explica a La Tercera que existen distintos
conceptos sobre esta idea. Por ejemplo, en Europa, “se suele asociar con la
descentralización y la valoración que debe dársele a las decisiones adoptadas por
entes locales”.

En el caso de Chile “se ha asociado al respeto por el individuo y la autonomía de los


grupos no estatales, quienes tienen una preferencia para desarrollar actividades que
no estén exclusivamente reservadas para el Estado (como ocurre con la defensa
nacional)”, explica Verdugo.

El concepto se instauró en Chile durante el régimen del general Augusto Pinochet.


Según señalan Sofía Correa, Consuelo Figueroa, Alfredo Jocelyn-Holt, Claudio Rolle
y Manuel Vicuña en Historia del siglo XX chileno (Ed. Sudamericana, 2001) la idea
detrás de esta medida era “propagar una concepción orgánica de sociedad, en que el
Estado estaría ‘al servicio de la persona y no al revés’, conducente a un bien común
objetivo, independiente de la regla de la mayoría. El Estado, a lo sumo, debía
reservarse un papel subsidiario, en aras de estimular la integración de las sociedades
intermedias, como la familia y los gremios”.

Así, este es el modelo que terminó por instaurarse en la Constitución de


1980. Ahora, según explica Verdugo, nuestra Constitución actual no
señala el principio de subsidiariedad de manera explícita. “Para poder
comprenderla, hay que hacer un esfuerzo interpretativo, ya sea identificando las
motivaciones de los redactores de la Constitución (una técnica de interpretación que
no es aconsejable, en mi opinión), o construyendo dicho principio sobre una serie de
normas y principios asociados”.

Pero, ¿de dónde viene la idea de la subsidiariedad? El hombre identificado


habitualmente como ideólogo de este modelo en la Carta Fundamental chilena es
Jaime Guzmán. Siendo estudiante de derecho en la UC, Guzmán creó un movimiento
ideológico y político (el gremialismo) que –según explica Verónica Valdivia en Su
revolución contra nuestra revolución (LOM, 2006) - tuvo una “inspiración
corporativa de raíz cristiana que reivindicaba la despolitización –entendida como
ausencia de intervención partidaria- de los cuerpos intermedios”.

Guzmán ha sido sindicado como el ideólogo de la Constitución de 1980, porque


justamente en ella, la subsidiariedad del Estado aparece como uno de los motores
principales. De hecho, fue uno de los miembros de la Comisión Ortúzar, que sentó el
anteproyecto de la citada Carta Magna

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