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La característica especial de la fe

1. El ciego Bartimeo
El ciego Bartimeo recibe la vista
(Mateo. 20.29-34; Lucas. 18.35-43)
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Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus
discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de
Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando.
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Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar
voces y a decir: !!Jesús, Hijo de David, ten misericordia
de mí!
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Y muchos le reprendían para que callase, pero él
clamaba mucho más: !!Hijo de David, ten misericordia de
mí!
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Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y
llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate,
te llama.
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El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a
Jesús.
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Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te
haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista.
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Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida
recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.
Marcos 10:46-52
2. La característica peculiar de la fe
1.- Alguien que mendiga, vive la vida con angustia y preocupación.
2.-Alguien que pide misericordia a quien puede salvarle.
3.-Alguien que recobra la vista y sigue el camino de Dios

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Este pasaje lo encontramos en los 3 evangelios llamados
sinópticos porque manejan pasajes paralelos. Marcos nos habla
sobre la forma que le decían a este ciego, le decían Bartimeo que
quería decir hijo de Timeo, es decir este hombre no era conocido
por su nombre, era conocido como el hijo de, en este caso
Timeo.
Este ciego no era para nada importante, de hecho, para esa
cultura el hecho de ser ciego era catalogado como una maldición
debido al pecado, así que a este hombre solo lo conocían como,
ese es el hijo de Timeo, el que es ciego.
Es sobre este hombre sin importancia, un completo don nadie,
un cero a la izquierda del que vamos a hablar en este día. Se dice
que todos los mendigos se ubicaban a la salida de Jericó
porque ese camino guiaba hacia Jerusalén y como estaba
cerca la Pascua judía entonces por ahí transitaba mucha gente
y ellos aprovechaban para pedir limosna.
En ese camino no estaba solo Bartimeo, había más ciegos
pidiendo limosna, en los otros evangelios se habla que había
otros dos con Bartimeo que también gritan, Marcos solo nombra
a Bartimeo. Quiero que analicemos el hecho que a pesar que
habían seguramente más de 3 ciegos solo uno grita
clamando misericordia, ¿por qué los otros no
hicieron los mismo? Tal vez no creían.
Pero Bartimeo si creía, algo interesante aquí es que cuando
Bartimeo recobra la vista, no se va para su casa, la biblia dice que
seguía a Jesús, salió detrás de Jesús.

La fe no nos da la prueba física natural de las


cosas, pero eso no quiere decir que la fe no nos dé
certeza. La certeza de la fe no parte de la razón -aunque
encuentre un apoyo en ella-, sino de la confianza que
otorga el testimonio de Jesucristo.
Sin embargo, para realizar un acto de fe será
siempre necesaria -repetimos- la gracia de Dios. Por
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eso difícilmente llegará la fe al fondo de un corazón
orgulloso que no sepa pedir como el ciego de Jericó -
«Señor, que vea» (Mc 10, 51)-, o como el padre que
pedía la curación de su hijo: «Señor, creo, pero ayuda
mi incredulidad» (cfr. Mc 9, 24).
La fe no ve las verdades invisibles con la evidencia
con que se contemplan los objetos visibles, pero eso no
impide que esa forma de ver no nos dé certeza y
seguridad. En cierto modo, es necesario que las luces
de la razón queden humildemente apagadas para
que podamos ver más lejos con las luces de la fe, de
la misma manera que es necesario que la luz del sol
desaparezca para que podamos ver las estrellas,
distantes años luz de nuestro planeta. La luminosa
oscuridad de la fe nos permite llegar mucho más lejos -
hasta alcanzar la esencia de las verdades divinas- de lo
que no haría el brillante razonar de la inteligencia. La
razón, como el sol, también puede deslumbrarnos. A
veces nos resulta difícil entender el plan global que
Dios tiene respecto del universo y de nuestra propia vida
ANÉCDOTA: Si una hormiga camina por los frescos de
la Capilla Sixtina, en el Vaticano, todo lo que puede ver
es un poco de pintura bajo sus patas. Incluso aunque
tuviera inteligencia humana, no podría darse cuenta de
que el fragmento de pintura sobre el que se encuentra
forma parte de la extraordinaria obra que es la Creación
del hombre o el Juicio Final.
La vida, sin embargo, está, como en la espléndida
obra de Miguel Ángel, rebosante de sentido. Eso es algo
que debemos recordar siempre. Día a día, el mundo y
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todos sus habitantes vamos ofreciendo libremente
nuestra pequeña colaboración personal a la obra
maestra de Dios, aunque solo vayamos a comprender
con claridad cuál fue nuestra parte cuando veamos en
el Cielo la obra acabada.
ANÉCDOTA: Los ciegos y el elefante
Un día seis sabios quisieron saber qué era un elefante. Como
eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el tacto.
El primero en llegar junto al elefante chocó contra su ancho y
duro lomo y dijo: “No cabe duda, el elefante es como una
pared”.
El segundo, palpando el colmillo, gritó: “Esto es tan agudo,
redondo y liso que el elefante es como una lanza”.
El tercero tocó la trompa retorcida y gritó: “¡Dios me libre!
El elefante es como una serpiente”. El cuarto extendió su
mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: “Está claro, el
elefante, es como una columna”.
El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: “Aun el
más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es
como un abanico”.
El sexto, quien tocó la oscilante cola apuntó: “El elefante es
muy parecido a una soga”.
Y así, los sabios discutieron largo y tendido, cada uno
excesivamente terco en su propia opinión y, aunque
parcialmente estaban en lo cierto, todos estaban equivocados.
Parábola india

Vivir en esta consoladora verdad de la fe, nos llena


de paz. Dios va tejiendo y entretejiendo todos los
acontecimientos, igual que se hace un tapiz, pero
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nosotros vemos solo ese gran tapiz por el lado contrario,
con las figuras borrosas o incoherentes, con sus
hilachos deslavazados. Solo cuando estemos al otro
lado del tiempo, en la eternidad, podremos ver el
formidable resultado de esa obra de arte.
La fe tiene algo de inmenso. Llena de certeza a
la inteligencia y al corazón de una paz y una alegría tan
grandes que aquel que no las ha probado ni siquiera
puede intuirlas, «como al ciego se le escapa la
posibilidad de contemplar los colores y al sordo
comprender la armonía de la música”.
La fe, en este sentido, no descansa solo en la
inteligencia: toma posesión de la vida entera, le da
sentido pleno. Es la cuestión de las cuestiones.
Shakespeare, dándole otro sentido, llegó a formular lo
que queremos decir con aquella frase de Hamlet, tan
genial como conocida: Ser o no ser, esa es la cuestión.
La cuestión principal de la vida humana no consiste en
un más o en un menos -ser más o menos exitoso, ser
más o menos rico, ser más o menos saludable-, sino en
ser o no ser, en vivir o no vivir, en tener un sentido para
la vida o en no tenerlo. That's the question. Y la fe es la
llave que abre el misterio de esta cuestión fundamental.
De ahí su radicalidad.
3. Vivir la fe a medias es vivir la vida a medias
Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado
junto al camino mendigando.
Hay aspectos de la vida que no se pueden vivir a
medias. Ningún hijo aceptaría un padre «a medias»;
ningún enfermo se dejaría curar por un médico «a
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medias» ... Lo mismo podríamos decir del «cristiano a
medias», del «feliz a medias». Hay posturas en la vida
que exigen pura integridad.
ANÉCDOTA: Un ejemplo de película de «suspense»,
tipo Hitchcock: alguien recibe por carta un paquete con
este aviso: «bomba de nitroglicerina con alto poder
destructivo. Puede explotar en cualquier momento». En
este caso, se pueden tomar dos actitudes: o no se cree
-es una broma de mal gusto, pensamos-, y nos
quedamos tranquilos; o se cree, y entonces se toman
rápidamente las medidas oportunas: se avisa con
urgencia a la policía, o se arroja el dispositivo a larga
distancia en alta mar...
Sin embargo, podría darse una tercera actitud:
cavar un agujero en el suelo y enterrar allí el paquete.
Una actitud del todo ridícula e incongruente. Porque, si
realmente fuese a explotar, nada adelantaríamos con
enterrarlo en el jardín: la bomba destruiría de igual modo
todo lo que hubiera en un radio de cien metros.
Lo más trágico de la coyuntura en que nos
encontramos es que la mayor parte de las personas
escogen esta tercera vía de incongruencia: van pasando
la vida de la manera más cómoda, esconden la cabeza
en la tierra, como los avestruces, se aturden con la
diversión o el trabajo, embriagándose con la bebida, el
sexo o la droga, endureciendo su sensibilidad con el
dinero... y después no deja de ir al funeral por un amigo,
o de recordar con nostalgia a Dios por Navidad., tal vez
incluso intenta decir una oración de vez en cuando...
sobre todo en los momentos de «aprieto». Pero no deja
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de sentir temores, remordimientos, dolores de
conciencia. Y le llena de miedo oír hablar del juicio de
Dios... o de un posible castigo... pero ahí se queda...
Cuando tenemos la convicción de que Dios es
nuestro Padre y nos ha creado para una felicidad eterna,
entonces la vida entera se transforma: hay un sentido,
un porqué, una razón de ser. Avanzamos por el camino
de nuestra plenitud, de nuestra realización definitiva. Y
las fibras más íntimas del corazón vibran con un no
contenido júbilo.
Ya no somos ciegos mendigos, como Bartimeo

4. Los encuentros con Dios

Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y


llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate,
te llama.
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El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a
Jesús.
En la vida de todos los hombres hay un momento
-pueden ser muchos- en que Dios nos mira a los ojos, se
pone frente a nosotros. Él puede hacerlo de muchas
maneras, como lo hizo con Levine, el protagonista de
Ana Karenina, quien escuchó la frase tal vez
impremeditada de un empleado: «los hombres no son
todos iguales: algunos viven para su estómago y otros
viven para Dios». ¡Otros viven para Dios! Esa frase sin
importancia fue como un pequeño resorte que puso en
movimiento todo un mecanismo de pensamientos y
sensaciones de ternura y agradecimiento que se
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transformaron en lágrimas de alegría: fue el comienzo
de su conversión.
Dios se encuentra y habla con nosotros de muchas
maneras: a través de unas palabras, de un
acontecimiento, de una coincidencia providencial, de un
encuentro fortuito, de una frustración, de un fracaso, del
júbilo de un amor conquistado, de una enfermedad que
se sana, de un hijo que nace, de un éxito...
ANÉCDOTA: El doctor Jack Mackee, en una famosa
película basada en hechos reales -El doctor- encuentra
el sentido de su vida al diagnosticarse su propia
enfermedad. Él era un médico extremadamente
competente que trataba con frialdad y autosuficiencia a
sus enfermos. De repente, al saber que tiene un cáncer
en la laringe, cambia la relación médico-paciente por la
de paciente-médico, y siente toda la angustia de la
enfermedad, el miedo de la muerte y el modo distante e
irrespetuoso con que lo trata la doctora que cuida de él:
tal y como él trataba a sus pacientes. Y le dice a la
doctora: «hoy estoy enfermo yo; pero mañana será
usted...»; «siento que el tiempo pasa por encima de mí
para desgastarme, pero no quiero que sea así, quiero
que el tiempo pase sobre mí para construirme...»;
«ahora es cuando sé lo que es estar enfermo. Y tengo
mucho miedo».
A partir de esa conversión, el médico cambió la
manera superficial y petulante de ver la vida; salvó su
matrimonio, ya casi roto, y devolvió a sus pacientes su
individualidad al tratarlos como personas singulares y

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únicas. Fue el diagnóstico el hecho que dio pie a su
transformación.
Tatiana Goricheva, comunista militante, que
fundó el primer movimiento feminista en la Unión
Soviética y era entusiasta de Sartre, Camus y toda la
filosofía existencialista atea, se convirtió mientras
practicaba yoga, allá en los años setenta. Deprimida en
su vacío existencial, comenzó a hacer yoga para
distraerse, y por casualidad eligió el Padre Nuestro como
mantra que era necesario repetir «unas seis veces» -
dice Goricheva- durante el ejercicio. Escribe ella: «me
sentí transformada por completo. Comprendí con todo
mi ser que Él existe. Él, el Dios vivo y personal, que me
ama a mí y a todas las criaturas, que ha creado el
mundo, que se ha hecho hombre por amor, el Dios
crucificado y resucitado».
Existen millones de encuentros, millones de
conversiones que permanecen escondidos en el silencio
del alma, que nunca han salido a la luz. Cada uno de
nosotros, en el sagrado ámbito de nuestra conciencia,
debe saber dar un sentido positivo a esas insinuaciones
de Dios que, a menudo, parecen imperceptibles, pero
que con frecuencia pueden ser decisivas.
El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a
Jesús.

5. Una melodía en la música de la creación.


Lucas 15:11-32 Parábola del hijo pródigo uno de los pasajes de encuentro
con Dios
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También dijo: Un hombre tenía dos hijos;
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y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes
que me corresponde; y les repartió los bienes.
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No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a
una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo
perdidamente.
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Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella
provincia, y comenzó a faltarle.
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Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le
envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
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Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos,
pero nadie le daba.
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Y volviendo en sí, dijo: !!Cuántos jornaleros en casa de mi padre
tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
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Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti.
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Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus
jornaleros.
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Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su
padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello,
y le besó.
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Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no
soy digno de ser llamado tu hijo.
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Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y
poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
23
Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;
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porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es
hallado. Y comenzaron a regocijarse.
La conversión es un encuentro profundo y
personal con Dios. Con un Dios que parece escondido,
pero que está a nuestro lado, que sale todos los días a
buscarnos como lo hacía el padre del hijo pródigo,
ansioso por abrazar a su hijo perdido. Él tiene para
darnos un enorme regalo: el sentido de nuestra vida, el
camino hacia nuestra felicidad eterna.
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Interesante: El padre no sale a buscarle, al principio
solo al verle cuando aún estaba lejos..
Lucas 15:20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando
aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le
besó.
Es curioso que el padre del Hijo Pródigo no sale a
buscar a su hijo, sino que se queda en la hacienda.
Cualquiera podría pensar que si tanto interés tenía por
el hijo podría haber ido a buscarle, o enviar a alguien a
recabar noticias. Sin embargo, en la parábola del hijo
pródigo el padre ni siquiera sale a comprobar si su hijo
volvía o no. ¿Por qué? ¿Porque no le importaba su hijo?
No. Porque sabía que las cosas que van a marcar
una diferencia en tu vida rara vez son producto de las
prisas o de una acción impulsiva o extemporánea. El
padre sabía que había hecho las cosas adecuadas. Les
había enseñado justicia, les había enseñado respeto, les
había enseñado amor, les había enseñado, con su
ejemplo, a vivir una vida correcta.
¿Y cómo sabemos esto? Por las propias palabras
y la actitud del hijo pródigo. Por un lado, cuando
reconoce que su padre trataba con corrección a sus
trabajadores y a sus siervos. Y, por otro, cuando es
capaz de volver a presentarse ante su padre.
Si su padre hubiera sido un soberbio, o un déspota,
jamás hubiera considerado volver, pero él recordaba a
su padre con amor y respeto.
Y esto, ¿qué nos enseña a nosotros? Pues nos
enseña a confiar en Dios, siempre que nosotros
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hayamos hecho nuestra parte. No podemos esperar, no
debemos esperar, que Dios vaya corriendo detrás
nuestro para «desfacer nuestros entuertos».
Dios, que no deja caer sin su permiso un solo pelo
de nuestra cabeza (cfr. Lc 12, 7), no me ha arrojado al
mundo como un barco a la deriva. Ha trazado para mí
una ruta amplia que lleva a un puerto ya determinado.
Fuera de este itinerario -que puedo asumir o rechazar-
no existen para mí ni felicidad ni sentido. Lo quiera o no,
esto es así. Si no lo acepto, sufriré las consecuencias. Y
estas no son pequeñas.
«Dios no hace acepción de personas» (cfr. 1 P 1,
17; Rm 2, 11). Dios no ha creado seres superiores o
inferiores. Dios ha creado seres capaces de
desempeñar una misión determinada.
Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo
y contra ti.
Un ejemplo: el protestante Jung -el más eminente discípulo de Freud, y
principal mentor de la Escuela Psicoanalítica de Zurich-, dice que
«Dios es la necesidad más fuerte del hombre, el factor más
poderoso y decisivo del alma individual; cuando falta
aparece la angustia, que es el "mal du siecle". Más del sesenta
por ciento de mis pacientes sufrían precisamente esa angustia que
procede de la ausencia de Dios» .

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