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TEXTO1

Pedro Urdemales le había patraquiado a un viajero unas dos onzas de oro, que
cambió en moneditas de a cuartillo. Más de mil le dieron, recién acuñadas, y tan
limpiecitas que brillaban como un sol. Con un clavito le abrió un portillito a cada
una y pasándoles una hebra de hilo, las fue colgando de las ramas de un árbol,
como si fueran frutas del mismo árbol. Los cuartillos relumbraban que daba gusto
verlos.
Un caballero que venía por un camino que por ahí cerca pasaba, vio desde lejos
una cosa que brillaba, y metiéndole espuelas al caballo, se acercó a ver qué era.
Se quedó con la boca abierta mirando aquella maravilla, porque nunca había visto
árboles que diesen plata.
Pedro Urdemales estaba sentado en el suelo, afirmado contra el árbol. El
caballero le preguntó:
—Dígame, compadre, ¿qué arbolito es este?
—Este arbolito, le contestó Pedro, es el árbol de la plata.
—Amigo, véndame una patillita para plantarla; le daré cien pesos por ella.
—Mire, patroncito le dijo Urdemales, ¿pa’ qué lo engaño? Las patillas de este
árbol no brotan.
—Véndame, entonces, el árbol entero; le daré hasta mil pesos por él.
—Pero, patrón, ¿qué me ha visto las canillas? ¿Cómo se figura que por mil pesos
le voy a dar un árbol que en un solo año me produce mucho más que eso?
Entonces el caballero le dijo:
—Cinco mil pesos te daré por él.
—No, patroncito, ¿se imagina su mercé que por cinco mil pesos le voy a dar esta
brevita? Si me diera la tontera por venderla, no la dejaría en menos de diez mil
pesos; sí señor, en diez mil pesos, ni un chico menos, y esto por ser a usté.
Dio el caballero los diez mil pesos y se fue muy contento con el arbolito. Pero en
su casa vino a conocer el engaño, y le dio tanta rabia que se le hacia chica la boca
para echarle maldiciones al pillo que lo había hecho leso.
Mientras tanto, Pedro Urdemales se había ido a remoler los diez mil pesos.

1. Realice una descripción de las características de los personajes del cuento.


Pedro Urdemales
Caballero

2. Describa en breves palabras lo que sucede en los tres momentos principales


del cuento.
Principio
Desarrollo (clímax de la acción)
Desenlace

3. ¿El lenguaje utilizado por Pedro Urdemales se asocia al mundo rural o urbano?
¿Por qué?
El sombrero de los tres cachitos

Pedro Urdemales se había hecho un sombrero con tres cachitos.


Una vez fue a pedir a una cocinería que le prepararan una buena comida para él y
varios amigos. Pagó anticipadamente y convino con el dueño del negocio en que
cuando le preguntara por el valor de la comida, le respondiera "tanto es, señor" y
se retirara sin hacer juicio de lo que él le contestara.
Llegó en la tarde Pedro Urdemales con sus amigos y comieron y bebieron hasta
quedar tiesos; y cuando llegó la hora de irse, llamó Pedro al dueño de la cocinería
y le preguntó:
—Cuánto le debo, patrón, —y el cocinero le respondió:
—Veinte pesos, señor; —a lo cual Pedro Urdemales, dando vuelta su sombrero y
mostrándole uno de los cachitos, le dijo:
—Páselos por este cachito. Entonces el cocinero dijo:
—Está bien, señor —hizo un saludo, y sin más se fue.
Al otro día temprano se dirigió a una tienda y compró toda clase de ropa blanca:
camisas, calzoncillos, pañuelos y demás.
Pagó la cuenta y le hizo al comerciante el mismo encargo que al dueño de la
cocinería.
Pedro Urdemales se hizo el encontradizo con sus amigos, anduvo paseando un
rato con ellos y después les dijo que lo acompañaran a comprar un poco de ropa
blanca, que necesitaba.
Fueron todos juntos y una vez que pidió lo que en la mañana había comprado y
pagado y que se lo envolvieron, preguntó cuánto debía:
—Treinta pesos, señor, le dijeron.
—Bueno pues, —contestó Pedro Urdemales dando vuelta su sombrero— páselos
por este cachito.
—Está bien, señor —dijo el tendero, hizo un saludo y se fue a atender a otro
casero.
A todos los amigos de Urdemales les llamó la atención este modo tan singular de
pagar cuentas y le preguntaron que cómo era que con solo dar vuelta el sombrero
y decir "páselos por este cachito" la cuenta quedaba pagada. Pedro les dijo que el
sombrero era de virtud y que se lo había traído de un país muy lejano un pariente
suyo, que había muerto.
Uno de los amigos, que era rico, le propuso que se lo vendiera; pero él le contestó
que era muy caro y que no lo vendería por nada; pero tanto lo majadereó, que al
fin se lo vendió por todo el dinero que el amigo llevaba consigo.
Dueño del sombrero este amigo, creyó que iba a hacer lo mismo que Urdemales;
pero le salió la gata capada. Convidó a muchos conocidos a comer a un gran
restaurante y comieron y bebieron de lo mejor. Cuando le trajeron la cuenta,
preguntó sin mirarla:
—¿Cuánto es? A lo que el mozo contestó:
—Trescientos pesos, señor.
Entonces dio vuelta su sombrero y señalando una de las puntas le dijo al mozo:
—Pásalos por este cachito.
—Le digo, señor, que son trescientos pesos —repuso.
—Y yo te digo que los pases por este cachito.
—No se burle de mi, señor; tiene que darme los trescientos pesos, y si no, llamo a
la policía. Y fue lo que sucedió, porque como le había dado a Pedro Urdemales
todo lo que llevaba consigo por el sombrero, no pudo pagar y tuvo que ir preso.

1. Realice un listado con los acontecimientos principales del cuento.


2. Invente una situación donde Pedro Urdemales utilice exitosamente su sombrero
de tres cachitos. Utilice el humor en su creación.
3. Imagine que hubiese sido usted el señor o la señora que compró el sombrero.
Escriba un final distinto narrando que habría hecho al momento de ver que el
sombrero no daba los resultados esperados.
4. ¿Engañaría a sus amigos o amigas para obtener algún dinero?
TEXTO 3

EL HUEVO DE YEGUA

Un gringo recién llegado a Valparaíso iba subiendo por el cerro de la Cordillera a


tiempo que bajaba Pedro Urdemales con un enorme zapallo en brazos.
El gringo detuvo a Urdemales y le dijo: 
— ¿Qué cosa ser ésa, amiguito?
— Es un huevo de yegua, señor, — le contestó Urdemales.
— ¿Y cuánto valer?
— Dos pesos no más, señor.
— Y usté tomar estas dos pesos y darme a mí la hueva de yegua. Y así se hizo.
Siguió subiendo el gringo, y por mal de sus pecados dio un tropezón que lo obligó
a soltar el zapallo, que se fue rodando cerro abajo. Se levantó el gringo y apurado
siguió corriendo tras el zapallo; pero éste, que iba ya muy lejos, se dio contra un
árbol que se levantaba al lado de una cueva, y del golpe se partió. Al ruido salió de
la cueva una zorra toda asustada, arrancando como un diablo. El gringo, que
alcanzó a divisar que del lado del zapallo, que había quedado abierto, salía un
animalito, siguió corriendo de atrás y gritaba: 
— ¡Atajen la potrilla, atajen la potrillita!
Creyó él que el animalito que huía era el potrillo que debía haber dentro del huevo
de yegua, el cual había salido vivo al romperse el huevo. 
Aracne y la diosa Atenea

Cuentan los viejos relatos inventados en la Antigüedad que hace mucho,


muchísimo tiempo, vivía en una lejana ciudad una joven muchacha que se llamaba
Aracne. Esta muchacha trabajaba en un taller haciendo tapices. Ella misma hilaba
la lana, la coloreaba y hacía los tejidos. Sus tapices llegaron a tener tanta fama
por su belleza que todos los lugares acudían personas para admirarlos y todos
comentaban que parecían estar realizados por la misma diosa Atenea, protectora
de las tejedoras y bordadoras.
A Aracne aquellos comentarios no le gustaban. Pensaba que sus obras eran
perfectas y no quería que se la comparara tan siquiera con una diosa. Y
especialmente le molestaba que algunas personas pensaran que debía su arte a
las enseñanzas de la propia diosa. Por ese motivo, un día, harta de los
comentarios de la gente, Aracne, gritando, desafío a Atenea a tejer un tapiz.
¡Diosa Atenea! ¡Diosa Atenea!¡Atrévete a competir conmigo tejiendo un tapiz! Así
todo el mundo podrá ver quién de las dos teje mejor!
Pero la diosa Atenea sentía realmente aprecio por Aracne y no quería hacerle
daño. Por eso tomó la figura de una anciana bondadosa y se presentó ante la
joven para solicitarle que fuera más modesta. Y en tono cariñoso le dijo:
Aracne ¿por qué ofendes a una diosa? Confórmate con ser la mejor tejedora del
mundo y no trates de igualarte a los dioses.
Si Aracne no podía soportar los comentarios de la gente que admiraba sus
tapices, menos iba soportar la intromisión de aquella anciana, por más amable que
fuera, su vanidad era tanta que contesto airada
Calla, vieja estúpida. Si atenea no se presenta ante mí, es que no se siente capaz
de competir conmigo.
Para la sorpresa de Aracne, apenas termino de pronunciar estas palabras , la vieja
se transformó ante sus ojos.
¡La diosa era la Atenea era la vieja!
De esta manera, Atenea aceptó el desafío lanzado por la joven tejedora.
De inmediato, Atenea y Arcne pusieron manos a la obra. Las dos tomaron hilos de
seda y empezaron a confeccionar maravillosos tapices en los que representaban a
diversos personajes.
Pasado el tiempo, ambas habían acabado su labor.
Los dos tapices eran, en realidad, magníficos, de una manufactura perfecta. Pero
lo que los diferenciaba eran los motivos o diseños que en ellos se mostraban.
Atenea represento en su tapiz a los dioses del Olimpo, y en cada esquina bordo
una escena en las que se mostraban los castigos reservados a los seres humanos
que se atrevían a desafiar a los dioses. En cambio, Aracne confeccionó un tapiz
en el que mostraba al mismísimo dios Zeus, padre de Atenea y jefe de todos los
dioses, convertido en una vulgar serpiente.
Cuando Atenea vio que Aracne se burlaba del dios Zeus, ridiculizándolo, no pudo
reprimir su ira. Cogió el tapiz de Aracne y lo rasgo en mil pedazos. Y mientras
destruía al infame tapiz, dijo colérica.
Te castigaré para que en adelante aprendas a respetar a los dioses
Asustada por la ira de Atenea, Aracne quiso huir entre la gente. Pero Atenea la
agarró del pelo, la elevó por encima del suelo y le dijo:
Te condeno a vivir para siempre suspendida en el aire, tejiendo y tejiendo sin
cesar. Y al instante, Aracne quedó convertida en una araña que, desde entonces,
continúa tejiendo sin parar.
Por eso, lector, cuídate de no desafiar a los dioses ni de hacerlos enfadar. Su
cólera puede ser terrible.

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