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Fernández Sessarego: la vocación por la libertad


(El hombre, novelista de su propia vida)

(Entrevista: Carlos Calderón Puertas)

Durante algunos meses visité regularmente, en su casa de la calle Basadre, a Carlos


Fernández Sessarego, premunido de una grabadora y un arsenal de inquietudes. Lo que
empezó con preguntas más o menos puntuales sobre el Derecho, se convirtió de pronto en
una conversación que traspasaba las fronteras jurídicas e ingresaba al mundo personal, el
de las vivencias íntimas, el de las nostalgias, el de los recuerdos.

Esta es la primera sección de esa larga entrevista. Su título es una frase que gustaba utilizar
Ortega y Gasset para referirse a la existencia humana como proyecto. La utilizo porque eso
es lo que aquí se presenta, la peripecia vital de Fernández Sessarego, la muerte de su
madre, sus estudios universitarios, su encuentro con la política, su paso por la universidad.
Otras dos secciones (Los supuestos filosóficos y El daño a la persona) han sido publicadas,
respectivamente, en una Revista de la Corte Superior de Justicia de Lima Norte (Análisis
en temas de Derecho: 2009) y en mi libro: Daño a la Persona. Origen, desarrollo y
vicisitudes en el derecho civil peruano (Lima: 2014). Dos apartados más (Las tres
dimensiones del derecho y El reformador legal) se encuentran inéditos. Ya habrá momento
para compartirlos.

La entrevista, debo decirlo, se inició en el 2001 y continuó por diferentes temporadas. No


he transcrito todo el diálogo. Fernández Sessarego, como se sabe, era prolijo en la palabra
y escrupuloso en la cortesía y la nobleza. Respetando su voluntad, algunas expresiones,
algún giro lingüístico, alguna confidencia, ha sido eliminada.

Dos razones fundamentales me llevan a la publicación de esta conversación. La primera,


una meramente intelectual: la necesidad que se conozca la pasión por la vida y la libertad
de un personaje del siglo XX. La otra es más personal. El 07 de marzo, mi querido amigo
hubiera celebrado un aniversario más. Durante 20 años, a veces semanal, luego
mensualmente, fui un asiduo visitante (en Basadre, en la colina o en su departamento en
Miraflores) de ese ser lleno de vitalidad que parecía inacabable. También él, sin embargo,
tuvo que partir. Pero nadie se va de manera definitiva cuando alguien lo recuerda. Y él no
se ha ido. Sus ideas, o han ingresado a nuestro pensamiento jurídico (pienso en el derecho
a la identidad o el tridimensionalismo) o se discuten con obsesiva energía y enardecido
esfuerzo (daño al proyecto de vida). Y eso, sin duda, quiere decir que, como el Cid
Campeador, don Carlos sigue ganando batallas aun después de muerto. Esta publicación
es un homenaje a su victoria.

Para el existencialismo el hombre no es un ser definido, concreto, estable; es, más


bien, el ser que se hace a sí mismo.
2

El ser se hace a sí mismo porque la libertad es proyecto y el proyecto es constante,


dinámico.

O, como Ortega diría: el hombre es el novelista de su propia vida.

Y la vida, una sucesión de quehaceres.

El colegio italiano

Por eso quisiera empezar esta entrevista con sus quehaceres iniciales.

Quisiera expresarle algo que he venido descubriendo estos últimos años: nunca he mirado
mi vida para atrás, siempre la he mirado para adelante porque para mí la vida es futuro,
proyecto. Lo que pasó ya pasó, sólo sirve de experiencia. Pero ahora miro para atrás, lanzo
una mirada retrospectiva para ver cómo se formó mi vida; creo que lo hago por curiosidad.
Y he descubierto algo sumamente interesante: mi vocación por la libertad. Tal vez es un
hecho congénito, no sé, pero le voy a contar casos concretos.

Ingresé de niño al colegio italiano Antonio Raimondi. Pocos años después se convertió en
colegio fascista, obligándose a los profesores a utilizar camisa negra y a los italianos, hijos
de italianos y nietos de italianos, situación en la que yo me encontraba, a ser, según su
edad, hijo de loba (figlio di lupa), balila o avanguardista. Como yo estaba en cuarto o quinto
de primaria la categoría que me correspondía era de balila, por eso las autoridades del
colegio me llamaron y me dijeron: “Ud. va a ser balila. Aquí está su carnet (tessera, como
se dice en italiano). Va a tener Ud. uniforme y va a hacer ejercicios, deportes, participar en
paseos, marchas”. En el fondo lo que querían era adoctrinarme con el dulce o el caramelo
de los paseos, esas cosas que alucinan a un niño. Yo me negué a ser balila; yo no me corté
el pelo: yo no fui fascista.

¿Esa actitud le supuso algunos contratiempos?

Esa pregunta no se la voy a contestar ahora porque esta es la primera anécdota y hay dos
asuntos más que quiero relatar.

El segundo punto es que pasé a secundaria cuando estalló la guerra. Todos los italianos y
los peruanos amigos de italianos estaban por el Eje. Yo, por el contrario, estaba con los
aliados y me alegraba cuando decían que los aviones y tanques británicos habían atacado
una ciudad nazi. Ese fue el segundo hecho, pero aún hay otro.

Yo tuve un don, no es mérito mío, es un don. Yo tuve vocación por el estudio; a mí me


gustaba estudiar, me encantaba estudiar. A mis compañeros de clase les enseñaba; ellos
iban a mi casa y yo les hacía unos cuadros para enseñarles. Y los profesores, algunos de
ellos, me llamaban para hacer la clase, como por ejemplo el profesor de Psicología. Y,
efectivamente, en quinto año de media, hice la clase sobre la atención.

Por este don, que repito no es mérito mío, fui siempre el primer alumno del Colegio. Es
decir, mis promedios estaban por encima de todos los demás. Cuando estaba en segundo
de media se creó el premio por excelencia al mejor alumno del plantel. Yo lo gané en
segundo, en tercero, en cuarto y en quinto de media. ¿Y cuál era el premio, aparte de la
medalla y el diploma maravilloso? Era la beca. La beca que yo obtuve todos esos años.
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Estos son los tres hechos que recuerdo cuando rememoro esos días. Me he preguntado
¿cómo fue posible que toleraran que no fuera balila?, ¿cómo fue posible que no me
expulsaran, que aguantaran que estuviera en contra del Eje y que, a pesar de todo, me
otorgaran el primer premio? Me he roto la cabeza pensando en ello hasta que un buen día
me dije que la única explicación posible, esa es mi hipótesis, es que los profesores no eran
fascistas. Ellos ya vivían en el Perú, tenían sus familias aquí. Cuando un buen día se les
dijo que debían comportarse de cierta manera, que debían comportarse como fascistas,
que debían utilizar la camisa negra, ellos aceptaron, pero en el fondo nada tenían que hacer
con el fascismo, hasta, por el contrario, hubieran podido ser partisanos en Italia. En suma,
me veían a mí como lo que ellos no podían decir y hacer y por eso me toleraban y nunca
me mezquinaron nada.

La familia. El padre lejano

¿Y su familia que opinaba de su rebeldía?

¿Mi familia? Yo perdí a mi madre cuando tenía año o año y medio de vida, de manera que
no la conocí. Mi padre era costarricense. Él vino al Perú cuando regresaron los exiliados
peruanos de Centroamérica1. Lo trajeron muy joven. Mi padre era aventurero, un poco
escritor y político. Se vino aquí y tuvo una buena posición porque era un tipo muy simpático.
Cayó bien en la sociedad peruana de aquel entonces; le hablo de los años veinte.

¿Con qué exiliados vino su padre?

Algunos peruanos se habían refugiado en Costa Rica. Mi padre vino con José Balta. Como
le digo era un tipo simpático, despierto. Aquí se enamoró de mi madre y luego se casó. Yo
nací el año 1925. Al morir mi madre, mi padre decidió que debía irme a Costa Rica para
que me cuidara mi abuela paterna. Pero ocurrió algo terrible, un tremendo golpe para mi
padre. Al mes de la muerte de mi madre, con la que estuvo casada dos años, falleció mi
abuela paterna. Él se deprimió, tuvo que irse a Chosica para tomar descanso. Fue un golpe
terrible: primero, muere su esposa a la que amaba; luego, pierde a su madre. Entonces
entra en una depresión terrible y decide volver a lo suyo, a Costa Rica, con sus hermanos.
Ahí se juega mi destino, porque si mi abuela paterna no hubiera muerto yo hubiera sido
costarricense. La muerte de mi abuela paterna hizo que me quedara con mis abuelos
maternos, que tenían una posición acomodada; no eran ricos, pero tampoco eran pobres:
eran acomodados. Mi abuelo era comerciante y vivíamos decorosamente. Yo tuve una
niñez en la que no me faltó nada hasta los doce años.

¿Hasta cuándo no vuelve a ver a su padre?

Mi papá se va a Costa Rica y regresa dos o tres veces para llevarme. Mis abuelos me
defendieron con las uñas. Me contaba mi abuela, que murió casi a los cien años, que una
vez le dijeron que no podía llevarme porque yo estaba muy enfermo y ellos me estaban
cuidando; en otra oportunidad le dijeron que me iba tan bien en mis estudios que resultaba
absurdo que me llevara. Mi padre siempre transigió y nunca pudo llevarme, acaso por los
argumentos que le daban (hasta una vez le inventaron una dolencia a las amígdalas y
quizás me la sacaron seguramente sin necesidad).

1
Ver: Basadre, Jorge. Historia de la República del Perú. Tomo XIII, pp. 76-77. Editorial Universitaria. Lima,
1990.
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De modo que sus relaciones con él fueron distantes.

Buenas, pero distantes. Lo veía muy de vez en cuando, por ejemplo, le cuento, yo hice un
viaje a Costa Rica a los catorce años.

Reláteme ese viaje, ¿cómo lo hizo? ¿En barco?

No, en avión bimotor, en Panagra, que hacía Lima – Chiclayo, Chiclayo – Trujillo, Trujillo –
Guayaquil, Guayaquil – Quito, Quito – Cali. En Cali dormí. Me acuerdo que en el hotel me
preguntaron por mi papá y yo tuve que responder que estaba solo, que era un menor de
edad que viajaba solo. En Cali me desperté en la noche, me pegué un susto terrible porque
había una lluvia espantosa que golpeaba la ventana. Al día siguiente hicimos Cali –
Panamá. Dormí en Panamá. Al tercer día hicimos Panamá – Costa Rica. Tres días en un
avión bimotor que no tenía mucha capacidad y que tenía que estar parando, seguramente
porque no tenía un tanque de gasolina muy amplio. Ese fue mi viaje a los catorce años,
hice luego otro a los dieciocho. Pero yo siempre defendí mi nacionalidad peruana frente a
mi padre. Él me decía: “Oye, pero aquí tú tienes un gran porvenir, la gente te quiere. Aquí,
además, el primer presidente de Costa Rica fue Mora Fernández”. Mi padre era Fernández
Mora y así me inscribió en los registros: yo soy Carlos Fernández-Mora y Sessarego.
Después me quité el Mora porque me dije que ese tren tenía muchos vagones. Qué me
hacía con un apellido compuesto. En Costa Rica ser un Mora es un honor. Yo era de esa
familia, hasta tenía árbol genealógico. Pero yo no creo en eso, la vida se la hace uno, el
nombre se lo hace uno.

¿Entonces Ud. no cree en los apellidos compuestos?

No, son vanidades. Son vanidades, y contraproducentes, porque cada hombre es un ser
distinto, con su carga genética, con su proyecto de vida. Cada uno responde por sí mismo.
Uno no se puede amparar en los nombres como no se puede amparar en si se es hijo
matrimonial o extramatrimonial. ¡Qué culpa tiene uno de haber nacido dentro o fuera del
matrimonio!

Ud. regresa a Costa Rica cuando universitario, incluso su padre lo recibe y colabora
en la publicación de su primer libro2.

Claro, él lo edita con sus amigos, en el círculo que él tenía, “José Martí”. En Costa Rica
salía en los periódicos, era un chico medio prodigio, y él me hacía ambiente. Él estaba muy
orgulloso de su hijo porque yo sacaba los premios, qué sé yo.

Sin embargo, le digo algo: en Costa Rica yo era un estudiante peruano y en el libro al que
Ud. se refiere hablo de González Prada y de Ricardo Palma.

El libro es prologado por Joaquín García Monge, editor de Repertorio Americano.

Claro, García Monge era una personalidad. A mí me tomó mucho cariño. En fin, tuve un
gran ambiente en Costa Rica.

¿Familiares?

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Fernández Sessarego, Carlos. Peruanidad y Cultura. Ediciones José Martí. San José. Costa Rica, 1945.
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Tenía tías, tíos.

¿Hermanos?

Mi padre se casó después de veinte años. Tengo dos hermanos. Uno que es profesor de la
Universidad. Se graduó en París, su doctorado también lo hizo ahí en Filosofía y Sociología.
El enseña Epistemología de las Ciencias Sociales. Es como yo, un académico, más que yo
todavía. Tengo otro hermano que salió a mi padre: es periodista. Es un tipo simpático: está
en la radio, en la televisión: es mi padre.

Lo cierto es que soy peruano. No soy italiano por ius sanguinis, ni tampoco costarricense.
Defendí mi nacionalidad peruana. Me costó ser peruano, en todo sentido. Yo no tengo ni
siquiera pasaporte italiano, me he rehusado a tenerlo. No porque sea malo, sino porque soy
peruano desde todos los ángulos. Claro, yo comprendo a un viajero impenitente como
Vargas Llosa. Sé que él necesita pasaporte europeo porque no va a regresar al Perú a
sacar una visa para Francia, otra para Italia. En una época hubo eso, por eso resulta lógico
tener pasaporte europeo. Es una comodidad para un viajero impenitente. No es mi caso.
Yo hago mi cola, saco mi visa.

Regresemos a su infancia. ¿Ud. se queda sólo con sus abuelos?

Sí, hasta los doce años. A los doce años pierdo a mi abuelo, quien muere de un infarto. Nos
quedamos solos en la vida mi abuela y yo, dado que con la familia de aquí estábamos
distanciados, razón por la cual nunca recibí apoyo de la familia de mi abuelo. Prácticamente
nos quedamos solos y por eso a los doce años yo tenía llave de la puerta de calle. Ya de
ahí me fui forjando, aprendí a luchar por la vida. Mi abuela tuvo que vender muchas cosas
para sobrevivir. Me acuerdo que hizo un remate. Tuvimos que dejar la casa donde vivíamos
e ir a una casa más chiquita para poder, con la diferencia de los alquileres, ajustar nuestro
presupuesto familiar, muy modesto por lo demás.

La abuela

¿Vivió siempre con su abuela?

Siempre con mi abuela. Mi abuela falleció cuando iba a cumplir 100 años, el año 1975.

¿Cómo era ella?

Mi abuela era una mujer de carácter. Tengo una anécdota que la revela plenamente. Ella
no era una de esas abuelitas dulces; no, ella era una mujer de carácter. Fíjese que una vez,
voy a hacer una digresión, en cuarto de primaria me enfermé mucho: me dio una bronquitis
que en esa época no se sabía que era asmatiforme; no se conocía eso que llamamos
alergia. “Ah, le dio una bronquitis, hay que abrigarlo bien, con lana, que no salga de la casa”.
Más me abrigaban más alergia tenía. Y casi todo el año recaía y recaía. Por eso en cuarto
de primaria fui al colegio muy poco. Terminó el año y salí segundo: fue el único año en que
salí segundo. El profesor me puso en la libreta, en el rubro de observaciones, lo siguiente:
“Carlos, a pesar que ha estado enfermo durante gran parte del año ha tenido el mérito de
haber salido segundo de la clase. El próximo año será mi mejor alumno”. Yo feliz con mi
medalla de plata, mi diploma y sobre todo con lo dicho por el profesor, un profesor muy
hábil, Humberto Santillán Arista.
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¿El de los libros de Castellano y Literatura?

Sí, él fue mi profesor. Un hombre de primera, yo lo aprecié muchísimo, de gran calidad. Lo


que me puso en la libreta valía muchísimo. Llego a mi casa y mi abuela me dice: “No, hijo,
el segundo puesto no vale nada”. Yo me acuerdo de eso porque sentí que era una gran
injusticia, pero esa fue la forma en que mi abuela me exigió: “Tú tienes que ser primero,
tienes toda la capacidad para serlo”.

Para mi abuela no había enfermedad que valga. Ella no era la tradicional abuelita, no, no,
no encajaba con el carácter de mi abuela. Muy inteligente. Ahora yo aprecio, con el
transcurrir de los años, como me educó. Me dio la llave de la puerta cuando tenía 12 años.

Le cuento que una vez me emborraché estando en el colegio, en una de las ferias que
había. Estaba en cuarto de media y tomamos cerveza, vino, cognac. Llegué a mi casa
borracho, dando traspiés, no podía embocar la llave y sentí tal asco de mí mismo que nunca
más en mi vida he tomado. Nunca más. Estuve tres días en la cama. Fue un desastre,
mezclamos todos los tipos de trago, muchachos inexpertos.

¿Su abuela le dijo algo?

Nada. Nada. Ella me curó y nada más. Ella sabía que yo solo estaba reaccionando. Me
conocía mucho. Ella no necesitaba decirme nada porque yo me había avergonzado. Ser un
borrachito era una degradación. Esa fue la sensación que yo tuve y no volví a tomar más
en mi vida, excepto una vez en Estados Unidos, dry martini, que es como una bala. Ahí me
fui a mi cuarto, vivía en la Universidad de Notre Dame. Me eché en la cama y miraba que
el ropero danzaba por encima de mi cabeza. Esa fue la segunda experiencia, no he tenido
más en toda mi vida.

¿Drogas?

No existía en mi época. Cantábamos: “La cucaracha ya no puede caminar porque le falta


marihuana que fumar”, pero nunca preguntamos qué era la marihuana.

¿Habían pasado de moda los fumaderos de opio de Capón?

Probablemente. Yo no me di cuenta de eso. Eso no estaba en mi horizonte.

¿Su abuela era católica?

Sí, sí.

¿Su catolicismo era uno tradicional, conservador, áspero?

No, era un catolicismo liberal, pero de convicciones muy profundas.

Mi abuela tuvo un gesto hermoso. Era una gran educadora, ahora lo descubro. Yo he tenido
vocación religiosa y he sentido y siento la presencia de Dios, es algo que está dentro de mí.
Mi abuela me llevó un día a la Iglesia María Auxiliadora y me dijo: “Bueno, no tienes padres
ni tienes abuelo. Ahora yo te voy a dar un padre”. Me llevó al altar y me mostró un cuadro
de Don Juan Bosco, ni siquiera un santo, era un beato, el fundador de los salesianos que
se ocupaba de los niños. “Ahí está tu papá –me dijo. Cuando tengas problemas conversa
con él”, y me regaló un cuadrito que lo puse en mi mesa de noche.
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¿Conversaba con Don Bosco?

Sí, efectivamente, dialogaba con él. “Don Bosco, mañana tengo examen”, “Don Bosco,
tengo problemas sentimentales”, en fin, era un adolescente y conversaba con él. En
general, mi relación con Dios ha sido dialogante. Yo soy católico porque mi abuela fue
católica, y yo la veía que iba a misa y, además, el gesto que le relato fue para mí muy
importante porque adquirí un padre con el cual dialogaba.

¿Hasta cuándo tuvo el cuadro?

Lo conservé por un tiempo, después ya no sé qué suerte corrió. Yo le estoy muy agradecido
a San Juan Bosco porque me ayudó. Cada vez que no sabía que hacer él me ayudó.

Los trabajos y los días

De manera que Ud. vivió su adolescencia en la modestia

Fíjese lo que tuve que hacer en el colegio. Yo no soy comerciante, no nací para vender,
para comprar: el mundo de los negocios no me interesó nunca. Pero fíjese cómo la
necesidad crea el órgano. En el colegio no podía pedirle a mi abuela propinas. Si con la
justa podíamos llegar a fin de mes ¡cómo iba a pedirle propinas! Fíjese Ud. lo que es el
invento, la creatividad, me gané mi propina comerciando: he sido el primer ambulante que
ha habido en el Perú. Me iba a la tienda Field de galletas y caramelos y me compraba una
bolsa de caramelos que me costaba un sol el kilo. Luego compraba papel celofán, tijera,
goma, armaba unos cucuruchos y ahí introducía los caramelos. En una maletita los llevaba
al colegio, donde buscaba a alumnos más pequeños que yo, a quienes les encargaba la
venta por una comisión. En el colegio todos compraban caramelos. Por cada sol recibía
tres, invertía uno y dos eran mi propina. Tener dos soles en esa época era bastante. Pero
como siempre en la vida, y por el éxito que tenía, me surgió la competencia. Me dije: “tengo
que cambiar de giro” y, sin dejar los caramelos, empecé a vender pabilo para volar cometas.
Me compraba unas sartas al por mayor y cada rollo lo vendía con su utilidad respectiva. Me
vieron y surgió la competencia, entonces tuve que cambiar otra vez de giro. ¿Qué vendí?
Canicas ojos de michi de dos colores. Compraba unas cajas al por mayor. Yo observaba a
los chicos jugar y cuando se les acababan las canicas se las vendía. Cuando salió la
competencia cambié de giro. En esa época los cowboys eran los héroes de los niños, Tom
Mix uno de ellos. ¿Qué hacía? Me iba al jirón Carabaya, ya casi para llegar a la Plaza San
Martín, y pedía que me regalaran esas películas de cowboys que habían pasado cien veces
y que estaban casi destrozadas. Me las llevaba a mi casa y recortaba los cuadritos del film.
Los chicos me compraban y, cuando surgió la competencia, empecé a vender estampitas
y así llegué hasta quinto de media. Eso me generó mis propinas. Cuando salí de quinto de
media me dije: “¿y ahora?”. Claro, estaba en San Marcos, pero necesitaba trabajar.

¿Y qué ocurrió?

Vivía en Santa Beatriz. En esa época no existía la vía expresa y había una plaza que se
llamaba Plaza Libertad, después cambió a Plaza México, ahora la plaza ya desapareció.
En esa plaza, donde estaba la Estatua de la Libertad que pasó a la Plaza Francia y donde
luego estuvo la de Hidalgo, que ahora está por San Borja, estaba el paradero del tranvía.
Ahí me encontré con mi profesor de Literatura, Luis Bedoya Reyes. Cuando me vio me dijo:
“Hola, Carlos, ¿cómo estás?” Yo era amigo de él, era amigo de todos los profesores,
seguramente me veían estudioso, simpático. “¿Qué estás haciendo?”, me preguntó
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Bedoya. “Ojalá tuviera qué hacer –le dije. Acabo de salir del colegio”. “No te preocupes –
me respondió- yo te voy a conseguir un puesto”. Bedoya había trabajado en la secretaría
del Mariscal Benavides y conocía a la familia. Ellos tenían una revista que se llamaba
Turismo. Entonces me dio una tarjeta para que los fuera a buscar. Efectivamente los
busqué. Yo estaba en primero de Letras e ingresé a trabajar en las tardes. ¿Y cuál era mi
trabajo? Bueno, corregir pruebas, ir a recoger artículos.

¿Cuánto le duró ese trabajo?

El trabajo me duró un año. Yo tuve un amigo millonario a quien le dije que trabajara y lo
llevé a la revista porque no podía trabajar en la mañana ya que preparaba alumnos. Me
acuerdo aún de sus nombres porque eran nombres conocidos: un joven Leguía
emparentado con la familia y un joven Thorne. Y entonces, entre clase y clase, cuando tenía
tiempo, iba corriendo a mi casa y les enseñaba para luego volver a clase. Así las mañanas
las tenía completas.

A este amigo mío un día lo veo pasear con un pariente del Presidente Prado y al día
siguiente me llama el Director de la Revista para decirme que tenían mucho trabajo y que
necesitaban que yo fuera en las mañanas. “Lo siento –dije yo- por las mañanas no puedo”.
Entonces me quedé sin trabajo. Mi amigo, a quien había recomendado, me había quitado
el puesto.

Al día siguiente, fíjese lo que es la providencia, me encuentro con el maestro Porras. Yo


estaba en segundo de Letras. “¿Carlos –me dice Porras- qué está Ud. haciendo?”. Le
respondí que acababa de perder el trabajo. Porras me dijo que no me preocupara y me
recomendó al Ministerio de Relaciones Exteriores con el Secretario General, doctor Javier
Correa Elías, quien conocía a mi familia del Callao (viví en el Callao hasta el año y medio,
de ahí pase a Barranco hasta los cinco y de ahí a Santa Beatriz hasta los veintiséis, edad
en la que me vine a vivir aquí a San Isidro).

Así entré al Ministerio de Relaciones Exteriores. Aprendí muchísimo al lado de Porras, de


Víctor Andrés Belaúnde, de Ulloa, de mucha gente. Aprendí mucho; en esa época no había
Academia Diplomática; se aprendía trabajando al lado de los maestros, viendo como
escribían, leyendo sus dictámenes.

¿En qué sección estaba Ud.?

Primero entré a la Mesa de Partes. Mi trabajo consistía en realizar lo que hacían antes en
el Correo: hacer los sobres y certificar los sobres. Era amanuense y despachador de
Correos. De ahí pasé a la sección legal; en la sección legal estaba el doctor Alejandro
Deustua, habían dos personas más y yo, quien era el último. De ahí pasé a trabajar en
Asuntos Culturales, que dirigía Porras y de ahí a la Asesoría Jurídica del Ministerio. Me
olvidaba decirle que trabajé en la Dirección de Asuntos Comerciales. Me acuerdo que el
ministro García Sayán me llamó y me dijo: “Carlos, Ud. sabe historia, filosofía, literatura,
pero de economía no sabe nada. Un diplomático tiene que saber de economía. Así que Ud.
va a ir de secretario general de la Dirección de Economía que va a tener a su cargo el
embajador Chávez”. Fue así como llegué a la Conferencia de las Naciones Unidas como
secretario de la delegación peruana. Me pasé cinco meses en Nueva York hasta marzo de
1948.
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En los últimos tiempos, cuando era ministro el papá de Diego García Sayán, don Enrique,
y el general de aviación y médico, Armando Revoredo Iglesias, me toman confianza por lo
que terminé siendo correo de gabinete, es decir, las resoluciones supremas que no
firmaban en el acuerdo semanal con el Presidente, las que quedaban pendientes o las
urgentes, las llevaba caminando de Torre Tagle a Palacio de Gobierno, entraba al despacho
de Bustamante y Rivero con mucha frecuencia. Ahí estaban los edecanes, el mayor Lindley
y el capitán Mercado Jarrín, ahí los conocí. Mi amistad con ellos data de esa época.

El presidente Bustamante

¿Trabajó Ud. directamente con Bustamante y Rivero?

Me fui haciendo amigo del presidente, claro dentro de la amistad de un presidente de la


república y la última rueda del coche. Me apreció, conversaba conmigo, y como me veía
con cierta frecuencia un día me invitó con otro joven que trabajaba en Secretaría de Palacio
de Gobierno a la Base Aérea del Callao, donde iba a veces los domingos a pasar el día
junto al mar (Bustamante era un hombre sin fortuna y no tenía casa de playa). Conversamos
una o dos veces en Ancón, muestra de la deferencia que tenía Bustamante y Rivero
conmigo, lo que en mí despertó gran gratitud. Recuerde usted que yo era un muchacho de
veinte o veintiún años.

Un día, era julio de 1948, me invitó a tomar el té y me hizo pasar al patio sevillano a
sentarme en una silla de mimbre. En la conversación me dijo que estaba vacante el puesto
de segundo secretario de Roma y el segundo secretario de Estocolmo, “¿adónde quiere ir
usted?”. Yo estaba en cuarto de Derecho y le contesté un poco desconcertado: “Señor
presidente, es un honor el que me hace, se lo agradezco, pero yo estudio Derecho y quiero
culminar mi carrera. En cualquier otro momento lo que usted disponga, pero ahora
permítame declinar”. “Ah, me respondió, un joven con vocación definida. Así me gusta”.

Mi amistad con Bustamante y Rivero, mi relación con el ministro del interior, después con
el ministro de justicia, José León Barandiarán, hizo que yo estuviera muy cerca del país.
Tan próximo que fundamos el Partido Movimiento Popular Democrático 3 para apoyar a
Bustamante, De ese partidito habla Pedro Planas en sus libros. El nombre del Partido lo
puse yo, el primer día, aunque era la última rueda del coche, pero los mayores siempre me
apreciaron; he tenido ese privilegio, esa suerte.

¿Quiénes integraban el Partido?

¿Nombres importantes? Honorio Delgado, en fin, tantos nombres

¿Cuál fue su reacción ante el golpe de estado de Odría?

Estuve en tres actividades en Palacio: el juliacazo de Llosa, la sublevación de la marinería


movida por los apristas, el tres de octubre de 1948, y los tres días que duró la revolución
de Odría cuando ganó la guarnición de Arequipa. ¿Qué ocurrió esos días? La Radio
Nacional la llevamos al Salón de Embajadores de Palacio y con Manuel Ulloa y Paco

3
Integraron ese movimiento, entre otros, Miguel Arroyo, Alfonso Baella, Pedro Beltrán, Ismael Biélich,
Fernando Llosa. El comité de coordinación se instaló el 29 de agosto de 1948. Margarita Guerra. Historia
General del Perú. La República Contemporánea (1919-1950). Tomo XII, p. 169. Editorial Milla Batres. Lima,
1984.
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Moncloa escribíamos y éramos los locutores en diálogo polémico con Radio Continental de
Arequipa. Ellos defendían la revolución, habían capturado la radio, y nosotros defendíamos
al gobierno constitucional. Moncloa era de izquierda y Ulloa de derecha, pero los tres
apoyábamos la Constitución. Creo que en el caso de Moncloa y el mío era por vocación.
En el caso de Manuel Ulloa, él se había casado con la hija de García Gastañeta, gerente
importantísimo de la Casa Grace, muy amigo de Bustamante. Seguramente por ahí entró
el joven Manuel Ulloa que era mayor que yo.

Habla Ud. de diversos grupos. El de Bustamante estaba aquí en Lima, el de Odría en


Arequipa, ¿y los apristas?

El problema de Bustamante es que él no tenía partido. Él no se apoyó en las Fuerzas


Armadas como hizo después Fujimori. En ese momento existían dos fuerzas antagónicas:
la izquierda, que era el Apra, muy fuerte, y la derecha que era la oligarquía, sobre todo
terrateniente y financiera.

Bustamante tuvo que soportar dos o tres ministros apristas que fueron ineficientes o lo
sabotearon. Fue por eso que Bustamante tuvo que apelar al control de cambios, al control
de precios: hubo mercadillos, dificultades para conseguir alimentos, pero eso fue porque el
Apra tuvo los Ministerios de Economía y de Agricultura, dos ministerios claves. Le repito:
yo no sé si lo que querían era sabotearlo o es que eran ineficientes, no sé, ya no me acuerdo
porque yo era muy joven, pero fue una de las dos razones o las dos juntas, y del otro lado
estaban los terratenientes que no mandaban sus productos. Se vivió una situación muy
difícil.

A lo que se une la huelga parlamentaria.

Sí, por eso Bustamante se encontró, por un lado, con la derecha y, por el otro, con la
izquierda. El Apra hizo su movimiento de la marinería que fracasó. Entonces la respuesta
fue del otro lado: hicieron su bolsa y se la entregaron a Odría, de eso no me cabe la menor
duda. Lo buscaron, él era ministro del interior, vivía en Petit Thouars. “Mire usted general,
esto hay que hacer. Ahí tiene usted”. Eso fue lo que le dijeron.

Por supuesto hubo un detonante especial. A pesar del control de cambios, los dueños de
la hacienda Tumán no habían entregado los dólares al fisco y dispusieron de ellos. La multa
que les impuso uno de los siete sabios de la OEA, Castañón Pasquel, difunto ya, fue el
detonante.

¿Por qué cree que Bustamante nombró como Ministro de Gobierno a Odría? ¿Hubo
presiones de las Fuerzas Armadas?

No; era un militar destacado. No hubo otra razón.

El golpe de estado

Dice Ud. que estuvo en Palacio los tres días que duró el golpe. ¿Cómo se vivió la
situación ahí?

Cuando viene el golpe de Odría pasamos las tres noches, los tres días, el 25, 26 y 27 de
octubre de 1948, en Palacio.
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El día 27 hubo una sesión del Consejo de Ministros a la que había asistido el jefe de la
Segunda Región Militar, la más fuerte, la Blindada, que dirigía el general Zenón Noriega
Ballester. Preguntado por el ministro de Guerra, que era el general Torres, qué iba a hacer
la guarnición de Lima, éste le respondió que Lima era leal al gobierno constitucional.

Yo no estuve en esa sesión, estaba afuera, pero eso fue lo que me dijeron Villegas y León
Barandiarán. Arequipa estuvo sola durante tres días y las otras guarniciones esperaban la
decisión de Lima para plegarse o no; de Lima dependía todo. Sin embargo, al día siguiente
llegó un enviado de Noriega, el coronel Cuadra Ravines, con anteojitos redondos. El coronel
se cuadró frente al general Torres, quien estaba junto a mí y le dijo: “General, hay un avión
disponible para llevar al presidente de la República a Buenos Aires porque la guarnición de
Lima y todas las demás guarniciones se han plegado a la revolución”. El ministro se
abalanzó para golpearlo y entre todos tuvimos que detenerlo. Entonces cantamos el Himno
Nacional y se acabó.

Tan grave fue lo de Noriega, que Bustamante en su libro Tres años de lucha por la
democracia, el único adjetivo que utiliza es felón para designar a Zenón.

¿Y Bustamante?

Bustamante bajó con sus maletas, nos echó un discurso. No sé cómo había entrado esa
noche a Palacio el periodista Carnero Checa, que publicaba una revista muy bien llevada,
que tenía por título el del año. En esa revista se transcribió el discurso. Yo me quedé
sorprendido. Me acuerdo de una mesa de mármol, de Bustamante apoyándose en la mesa
y de un discurso sereno, que contrastó con la salida de Belaúnde, un poco trompeándose.
Fue una salida serena, de un estadista que había cumplido con su deber, que no se había
plegado ni a la izquierda ni a la derecha. Él cayó porque no buscó colocarse ni arruinarse,
y eso para mí fue un gesto de gran dignidad.

¿Qué ocurrió con usted?

Yo tuve que salir del Ministerio. No me botaron, yo me fui.

Estaba sin trabajo, y la misma historia, me encuentro con una amiga de la familia que me
pregunta qué estaba haciendo. “Acabo de dejar mi puesto”, le dije. “No te preocupes, tú me
vas a ayudar: vas a ser mi agente de avisos”. Como en esa época no había agentes de
publicidad, sólo existía Causa, el mercado estaba virgen. Yo me dediqué a obtener avisos
de diferentes lugares y conseguí una gran cartera de clientes. Gané, gané mucho dinero,
mucho más de lo que ganaba en el Ministerio. Yo tenía una cartera de avisos y tuve que
recurrir a un amigo para decirle que aportara su trabajo y que yo le iba a proporcionar mis
clientes. Fui perdiendo los clientes por el camino, pero por un tiempo tuve recursos
extraordinarios.

¿Por su trabajo en 1948, por la actitud que tomó, no sufrió represalias, más allá de
tener que abandonar el Ministerio?

Le repito que yo abandoné mi puesto, renuncié, ni siquiera por escrito, simplemente un día
dejé las llaves y le dije a mi jefe: me voy. No me botaron, pero me iban a hacer la vida
imposible. Me iban a enviar de ayudante de cónsul en Huaquillas o en Manaos. Además,
descubrí que no tenía vocación de diplomático. Yo estaba ahí para ganarme la vida y para
12

estar con maestros y aprender, pero nada más. Por eso no quise ser Segundo Secretario.
Yo tenía un proyecto de vida definido. Eso está claro y por eso me salí.

Luego, cuando salí de abogado yo no tenía trabajo (sólo practicaba en el Estudio de León
Barandiarán), yo tenía que ganarme la vida. Entonces caminando por la Plaza San Martín
me encuentro con quien había sido mi antiguo jefe, el embajador Juan Chávez Dartnell, el
hermano del aviador, con quien había tenido una relación de amistad muy fluida. El
embajador me pregunta qué estaba haciendo. Fíjese, la misma pregunta. ¿Qué está Ud.
haciendo? La providencia me enrumbaba. Yo le dije que estaba en el estudio León. El
embajador me dijo que no me preocupara, que el Banco Gibson de Arequipa había sido
adquirido por el Banco de Crédito y que iba a abrir una sucursal en Lima. Agregó: “Ud. va
a ser jefe de la sección legal”. Yo le dije que de Bancos no sabía nada. “No se preocupe –
me contestó- Ud. va a ir unos quince días al Banco de Crédito y ahí va a aprender todo”
Efectivamente, no solamente fui jefe de la sección legal, sino también secretario del
Directorio del Banco y Jefe de Relaciones Públicas. Tuve tres cargos en 1951.

La prisión

Por esos años usted fue detenido

Eso fue en 1950.

¿Cuando estaba como Jefe de avisos?

Exacto.

Entre 1948 y 1950 sacamos un tabloide quincenario que se llamó El Popular. Lo dirigía un
periodista profesional, Eleodoro Ventocilla, y trabajábamos en el periódico Baella Tuesta y
yo. El primer número fue financiado por los amigos; en el segundo publicamos el mensaje
al Perú del presidente Bustamante. Eso indignó a las autoridades. Cuando estábamos por
sacar el tercer número entraron a la imprenta y empastelaron todo. Como nos dieron el
soplo escapamos. Eleodoro Ventocilla tuvo que irse por miedo a que lo capturaran, luego
hizo su vida en Centro América y hasta fue asesor de un presidente. A Baella y a mí nos
persiguieron. Yo tuve que ir a Barranco y estuve como quince días escondido porque me
querían detener. De Baella no sé. Fíjese como empezó Baella y cómo ha terminado.

Eso ocurrió en 1949. En 1950, en junio, en Arequipa, se rebelan los muchachos liderados
por Francisco Mostajo. Ahí muere un amigo mío con el que había viajado a un congreso de
estudiantes en Chile. Se llamaba Villegas, perteneció a mi grado, lo mataron mientras
sujetaba la bandera blanca, en medio de la Plaza de Armas de Arequipa.

Mientras tanto en Lima yo estaba organizando un movimiento para apoyar la revuelta de


Arequipa. Es en ese momento cuando me capturan. Me llevaron preso a la Prefectura. Ahí,
con otras dos personas, estuve dieciséis días incomunicado, sin tener abogado, sin visitas,
sin saber de qué se me acusaba. Después supe que se nos acusaba de ser instigadores
de una revolución.

Cayeron conmigo, porque en ese momento estábamos apoyando al candidato que era el
general Montagne, el propio Montagne, Javier Correa Elías, Carlos Trelles, un psiquiatra
notabilísimo, hombre de primera. Todos fuimos presos: el príncipe, el rey apache y yo, que
era el paje. Yo siempre fui la última rueda del coche en esa época.
13

Estuve quince días y recuerdo que en la víspera del día décimo cuarto me dije que no podía
ser. Entonces escribí una carta al diario La Prensa pidiendo que se nos acuse, que nos
den un abogado, que haya carga probatoria para poder defendernos. Escribí la carta más
o menos en esos términos. ¡Si encontrara esa carta de La Prensa sería interesantísimo!,
fue alrededor del 15 de junio del 50.

¿Cómo hizo para que la carta saliera de prisión?

En esa época me llevaban de mi casa el almuerzo en un portaviandas que tenía tres pisos;
en uno de ellos me traían un pan. Yo aproveché eso: le saqué la miga al pan, metí la carta
y la tapé con la miga. Cuando mi familia se fue de la prisión salió el portaviandas con el
pan. No lo había comido y nadie se preocupó de mirar el contenido. Mi abuela tuvo la
sagacidad de llevar la carta a La Prensa, periódico que la publicó. Me expuse a que me
mandaran a la lobera, a un cuartito con agua, a esos sitios de castigo donde metían a los
presos. Mi situación era terrible, pero para mi suerte (siempre he tenido suerte, providencia
la llamo) ese mismo día sale en El Comercio, que en ese tiempo tenía un poder
extraordinario, un editorial que dice: “Si son culpables que se señalen los cargos y se les
juzgue; si no lo son que se los libere”. Mi carta, publicada el día anterior, y el editorial de El
Comercio coincidieron. Entonces nos pusieron en fila a todos los que nos habían apresado
y el Alcaide de la prisión, no puedo olvidarlo, el “borrado rojo” (borrado porque tenía
picaduras en la cara) nos mira a todos y dice: “¿Quién es ese Fernández Sessarego?” No
lo puedo olvidar; su mirada era como para matarme, era una mirada criminal porque lo
había dejado mal al haber salido mi carta, sin embargo, nada pudo hacer, pues ya habían
dado orden de que nos dejaran en libertad.

Bueno, entonces suena la voz del carcelero diciendo: ¡”Ese Fernández, con todo afuera!”
Así que saqué mi colchón y el libro que tenía conmigo: El ambiente espiritual de nuestro
tiempo. Disfruté mucho de ese libro, ahí tuve vivencias muy importantes de lo que es la
libertad, divagué mucho en prisión y me dije: “yo soy libre porque en este cuarto puedo leer
este libro, puedo pensar, puedo escribir, puedo jugar cartas, puedo dormir, puedo pararme;
es verdad que se trata de una libertad restringida pero sigo siendo libre porque puedo
ejercer un poco de esas libertades: sólo la muerte aniquila la libertad”.

La democracia cristiana

Entonces Ud. sale libre y se vincula con otros grupos que luego van a formar la
Democracia Cristiana.

Sí.

¿Con la Unec?

La Unec era un grupo formado por la Acción Católica de Miraflores donde estaban Alayza
Grundy, Bedoya Reyes; yo estaba en otra agrupación distinta y había un tercer grupo, el de
Arequipa, integrado por Mario Polar, Cornejo Chávez, Ramírez del Villar. Nos juntamos los
tres grupos y formamos la Democracia Cristiana en 1956.

¿Ud. ya como dirigente?

Sí, yo empecé como dirigente en 1956, viajé a un congreso internacional de la democracia


cristiana mundial presidiendo la delegación peruana.
14

Cuando Odría todavía estaba en el gobierno nadie quería salir porque en esa época se
tenía que dar visa para volver al país. Había el peligro de salir y no volver. Con todo, yo
salí. Recuerdo que el presidente Frei Montalvo preguntó quién era el más joven. Le
respondieron que era Fernández Sessarego. Frei dispuso que hablara en el acto inaugural
del Congreso a nombre de las generaciones de 30 años. Tuve que trazar un discurso un
poco medido que no podía ser excesivo porque yo quería retornar al país. Dije cosas, es
verdad, pero con mesura. En ese acto público estaba un exiliado peruano, Alfonso
Benavides Correa. Alfonso, quien era muy audaz, muy ingenioso, estábamos en el local de
la Cámara de Diputados, pidió la palabra y empezó a hablar pestes de Odría. Ello obligó a
pararme y ser más radical que él. Me dije: “Ya me quedé en Chile”. Alfonso me hizo una
jugada que me obligó a radicalizarme; gracias a Dios pude regresar al país.

¿Participa Ud. en las elecciones del 56?

Ese año 1956 hay elecciones y a los demócratas cristianos nos invitan a participar en una
lista independiente apoyada por los apristas. En la de Cajamarca estuvo Mario Alzamora
Valdez; para Arequipa entró Cornejo Chávez y otros. En Lima nos dieron tres puestos: uno
para senadores y dos para diputados. Aquí ocurrió algo que debo destacar: hubo elecciones
internas para que las bases eligieran a los candidatos, elecciones primarias, es decir cosas
que ahora no hay. Fíjese la calidad, cómo era la Democracia Cristiana, el respeto a los
demás, el respeto al voto, era un partido extraordinario. Qué lástima que por los problemas
entre Bedoya y Cornejo, que querían ser presidentes, se destruyera la Democracia
Cristiana.

Le decía que hubo elecciones internas, ellas fueron ganadas por el secretario general del
partido, Luis Bedoya Reyes; yo salí segundo, las bases así lo decidieron. En Senadores
salió Ismael Biélich Flores.

A Bedoya lo tacharon porque dijeron que un secretario general no podía estar en una lista
independiente porque la tiñe. Entonces entró Luis Jaime Cisneros. Pero los dos
renunciamos. Fíjese, ahora cómo se pelean para ser congresistas y nosotros nos dimos el
lujo de renunciar porque dijimos: “No nos interesa la carrera parlamentaria. Nos han elegido,
nos han hecho candidatos, pero nosotros somos académicos y no vamos a entrar al
Parlamento”.

Yo tenía 30 años (1956), además era joven, quién me iba a hacer caso, todas las noches
sentado ahí, viendo cosas terribles, el mangoneo; no iba a perder mi vida ahí. Era joven, un
hombre de la Universidad y no fui, nunca fui parlamentario, todas las veces que se me
propuso nunca acepté, ni siquiera con Fujimori, con él no iba a aceptar de ninguna manera.

¿Hasta cuándo permanece en la Democracia Cristiana?

Yo pertenecí a la Democracia Cristiana hasta 1967, hasta la escisión. No estuve entre los
reclutados por Bedoya. Bedoya buscó a su gente, yo no era gente de él ni gente de Cornejo.
En mi partido había una tercera línea que era la línea que yo lideraba. Yo he sido tercer
líder. En los de mi línea estaban Manolo Moreyra, Valentín Paniagua, Javier de Belaúnde,
el padre, y muchos profesionales. Nos llamaban despectivamente “los tecnócratas”. Éramos
la tercera línea que no estábamos con Bedoya, que era la derecha, ni con Cornejo, que ya
estaba haciendo mucha demagogia; nosotros éramos la línea principista no contaminada.
Entonces se va Bedoya y nos quedamos los dos grupos: los de Cornejo y nuestro grupo, y
así fuimos a elecciones internas en 1967. Me dijeron: tú tienes que ser candidato. Muy a
15

pesar mío tuve que aceptar, sin vocación. Yo estaba ahí porque creía que el país me
necesitaba y que el Partido no era electorero sino que estaba haciendo escuela de civismo.
De la Democracia Cristiana han salido líderes de gran calidad para todos los partidos, de
derecha y de izquierda, pongamos más de izquierda. Entonces hicimos una lista: estaba
Paniagua, Javier de Belaúnde y muchos más. Yo gané en las bases, pero no en el Comité
Ejecutivo. Yo feliz de haber perdido, hice un almuerzo en mi casa, pero me marginaron. Por
ser candidato del Partido y por ser ex - ministro, debí haber sido miembro del Comité
Político, que era el comité más importante. Pero no me incorporaron, me ofrecieron un cargo
de Secretaría y entonces me dije: “Esto se acabó. El partido no tiene porvenir, ya no es la
Democracia Cristiana que colaboré a fundar”. Y renuncié, pero renuncié en 1967, después
de las elecciones, luego de unos meses. Me fui antes de la llegada de Velasco.

El Ministerio de Justicia

Usted fue ministro de Justicia de Belaúnde.

Exacto, teníamos dos puestos en el gabinete.

¿Tuvo empatía con Belaúnde?

Sí, lo conocía mucho, hubo una empatía enorme.

Siendo demócrata cristiano de vocación, iba a visitar mucho a Belaúnde en su casa de Inca
Rípac 100, Jesús María, para convencerlo que teníamos que formar un partido de
inspiración cristiana y que él debía ser el secretario general porque era cristiano, porque
era un hombre que tenía un gran atractivo, gran carisma personal. Tan es así que fuimos
después un grupo a ofrecerle que fuera formalmente candidato a la secretaría general que
se estaba formando. Él era en ese momento diputado por Lima, por los apristas, filo aprista.
Yo le decía: “Esta unión de usted con los apristas le hace daño”. El me daba explicaciones,
hasta que un día se peleó con Prialé, salieron cartas en los periódicos y rompió con el Apra.
Me acuerdo que lo visité en su casa y le dije que se había sacado el lastre y le reiteré que
debíamos hacer un solo partido. Pero él tenía aspiraciones legítimas, ambiciones legítimas:
Me dijo: “Mire usted mi partido es su partido, mi ideario su ideario”. Él se buscó jóvenes e
hizo su propio movimiento. Pienso que calculó: “si voy a la Democracia Cristiana voy a estar
compitiendo con Bedoya, con Cornejo, voy a ser uno más. En cambio, aquí yo soy el que
dirijo, soy el líder y se acabó”.

Le decía que siempre hubo empatía con Belaúnde, y por eso, cuando él formó su partido
me ofreció ser diputado por Lima en su lista, a pesar de que yo era demócrata cristiano. Yo
le dije: “Arquitecto, se lo agradezco, pero usted sabe que yo soy demócrata cristiano y no
puedo candidatear por ningún otro partido”. Pero siempre fuimos amigos, después nos
alejamos porque yo no estuve de acuerdo con su política sobre el petróleo. Eso nos alejó.
Recuerde que con otras trece personas, éramos en total catorce, pusimos una denuncia
ante el Ministerio Fiscal por la pérdida de la página 11. Eso no le gustó, pero yo decía que
eso era una barbaridad, que había que investigarlo. Entre los firmantes recuerdo que
estaban Szyslo, Santiago Agurto y otros; éramos un grupo de izquierda, digamos, aunque
yo era de la democracia cristiana, del ala izquierda, pero siempre separándome de Cornejo,
más por su estilo que por su ideario. Yo tenía un estilo diferente.

¿Debe haber sido el ministro de Justicia más joven?


16

Sí, fui el ministro más joven en ese momento.

Además, no fue usted baloteado, en una sucesión de ministros que paraban de


censura en censura

Yo estuve siete meses. En siete meses le di una vuelta enorme al Ministerio.

¿Fue invitado al Parlamento?

Sí, fui invitado porque murieron dos presos en la Isla de El Frontón y le echaron la culpa al
Ministro de Justicia.

Mire usted cuando demuelen la Penitenciaría de Lima, donde ahora está el Sheraton y el
Centro Cívico, a todos esos presos los llevaron a El Frontón y a la Cárcel del Callao. Como
en El Frontón había mucha gente dijeron que esas cárceles no las podía manejar el
Ministerio de Justicia y pasaron a la administración del Ministerio de Gobierno. Entonces yo
no era responsable de lo que ocurría en El Frontón, no obstante, asistí al Parlamento, entre
otras cosas porque el Ministro de Gobierno, que era un marino, señaló que los militares no
iban a enfrentarse con el Apra. Yo no tuve ningún inconveniente en ir; a mí me habían
invitado y yo iba; ellos no sabían que la cárcel no dependía de mí. Los otros ministros se
quedaron sorprendidos porque parecía que me ofrecía a que me cortaran la cabeza.
Recuerde usted que ya habían censurado a varios, entre ellos a Francisco Miró Quesada,
a Oscar Trelles; yo fui al único que no balotearon. Después me sucedió Valentín Paniagua,
que fue más joven que yo, y lo tacharon a los cuatro meses porque habló bien de Cornejo
Chávez. Conmigo no ocurrió lo mismo.

¿Se ha preguntado usted por qué?

Así como me pregunté en el colegio por qué no me botaron, me he preguntado por qué no
me balotearon: porque estaba la alianza Apra-Uno y, además, yo en la universidad me
había enfrentado a los apristas, claro que no en una forma canibalesca sino de una forma
ideológica.

Mi padre era amigo de Luis Alberto Sánchez, éste le había prologado un libro; era además
muy amigo de Haya de la Torre, en fin, hacía la vida de ellos. Entonces yo era hijo de
Fernández Mora: los apristas seguro dijeron: “”Es el hijo de nuestro amigo, no es nuestro
pero es un chico que se comporta bien”, y a pesar de que había dos buenas razones para
que me echaran no lo hicieron así. Yo creo que fue por Haya y por Sánchez: es una
hipótesis de trabajo.

¿Con todo Ud. preparó su defensa?

Yo fui decidido a vender cara mi cabeza. Vino mi discurso de lo que es el Derecho


Penitenciario, de lo que debe ser. Recuerdo que Ramírez del Villar me pasó un papelito
diciendo: “Termina con esos discursos teóricos”. Yo seguí una hora hablando de lo que
debe ser el Derecho Penitenciario para demostrar que yo conocía el tema, que lo conocía
a fondo. Y lo sabía porque recurrí a la ayuda, como asesor, de mi compañero y amigo,
Eduardo Mimbela de los Santos, aprista pero amigo. Me encerré con él dos días en el
Ministerio y le dije: “Explícame esto porque las clases que me dieron en la Universidad me
son insuficientes”. Mimbela, con gran amistad, me explicó y rápidamente me preparé. La
segunda hora me dediqué a mostrar la realidad cruda, cuánto recibe el preso por alimentos
17

cada día, el estado de los colchones, el cómo están las cárceles. Presenté el desastre. Y la
tercera hora les dije lo que estábamos haciendo y pedí, por primera vez en el Parlamento,
que se apagaran las luces y proyecté un film de cómo estábamos construyendo Lurigancho,
cómo estábamos reconstruyendo El Sexto.

¿Lurigancho fue construido en su época?

Lurigancho empezó con el ministro anterior; yo lo continué. Dentro del Partido era el ministro
en la sombra, existían grupos de análisis que alimentaban este progreso. Todo lo iniciamos
en el Partido y se lo dimos al ministro, al ministro Llosa. Por eso yo conocía estos asuntos
y seguí adelante en Lurigancho, en Cachiche; puse la primera piedra en Q’encoro, compré
varios terrenos en varias partes para empezar construcciones. En Huaura íbamos a hacer
una cárcel modelo, con penal abierto para que los presos pudieran cultivar la tierra. Eso
nunca se llegó a realizar, pero estaba pensado así. Yo estaba con los nuevos conceptos,
fui el primer ministro que presentó un plan de reforma penitenciaria, hice la primera ley de
ejecución penal, fundé la escuela de formación de agentes penitenciarios. Eran alumnos de
quinto de media y ¿quiénes fueron sus profesores? Gente como García Rada, Bramont,
Mimbela, los mejores penalistas. Y cuando salió la primera promoción conseguí cuatro
becas para España. Cuando regresaron los becados empezó una real reforma penitenciaria
atendiéndose al ser humano. Aparte de eso techamos 12,000 metros cuadrados para
talleres y conseguí de la AID que me donara maquinarias, todo eso para implementar
Lurigancho. Pero salí y esto ya no prosperó.

También a usted le incumbe un papel importante en la reforma de Código Civil,


porque empezó como reforma, ¿verdad?

Sí, el primero de marzo de 1965 se dictó el decreto supremo. Yo había entrado el ocho de
febrero de ese año. Lo primero que hice fue proponer el cambio del código.

¿Propuso modificar o elaborar un nuevo código?

Yo quería hacer un nuevo código, pero si yo colocaba en el decreto supremo que iba a ser
un nuevo código, eso no iba a funcionar. Entonces constituí una comisión de estudios para
proponer enmiendas, lo mismo que está sucediendo hoy.

La primera reunión de la comisión la presidí yo como miembro nato por ser Ministro. Yo
había designado a los miembros que eran diez: los mejores profesionales, los mejores
especialistas. En Familia, Cornejo Chávez; en Contratos, Max Arias; en fin, León
Barandiarán, Vega García; Jorge Eugenio Castañeda en Reales; Lanatta en Sucesiones.
Busqué lo mejor, no por razones políticas sino técnicas. Fue una comisión de técnicos,
expertos. Yo dije entonces: “¿Qué vamos a hacer?, ¿vamos a reestructurar y hacer un
nuevo código o vamos a hacer una ley de enmiendas?”. Tomaron la palabra todos y la
mayoría opinó por la reestructuración, excepto Cornejo Chávez y Basadre que dijeron:
“Nosotros nos abstenemos porque no tenemos una decisión todavía tomada. Vamos a ver
cómo se va desarrollando el trabajo”. Luego entraron en la reestructuración.

De lo que significó el Código vamos a hablar más adelante, lo que me interesa


preguntarle en este momento es esa página desconcertante que se presenta en su
paso por el Ministerio de Justicia. Me refiero a su firma en el decreto sobre la pena
de muerte.
18

Sí, a pesar de ser contrario a la pena de muerte y a pesar que escribí y he escrito contra la
pena de muerte firmé ese decreto.

¿Qué sucedió?

Fui convencido con una razón muy sencilla. La ley fue aprobada en un momento en que
apareció la primera guerrilla: eran guerrillas y no terrorismo, eran guerrilleros valientes.
Entonces en el Parlamento, salvo unos cuantos izquierdistas, todos, incluyendo Cornejo
Chávez y todos los demócratas cristianos, aprobaron esta ley. Pasó al Poder Ejecutivo para
su promulgación y yo me resistí, a pesar de la conformidad de mi Partido. Me acuerdo que
Belaúnde, después del Consejo de Ministros, se me acercó y conversamos. Me dijo: “Yo
conozco su posición, pero le puedo asegurar que nunca aplicaremos esa ley. Nunca. Yo
como Presidente nunca haré que se ejecute esa ley, nunca habrá pena de muerte. Podrán
morir en combate, y este es un asunto que se me escapa, pero ejecuciones nunca”. Yo tuve
la debilidad de firmar, y eso es un pecado porque, a pesar de lo que me dijo Belaúnde, a
pesar de que mi Partido apoyaba la ley, yo no debí firmar. Firmé por la palabra del
presidente, que se cumplió, porque jamás esa ley se ejecutó, pero a pesar de todo me
arrepiento de haber firmado porque fue una ley en contra de mi convicción; yo no debí haber
aceptado, fue un error.

¿Por qué salió del ministerio?

Salí porque el Apra y la Uno saboteaban permanentemente al gobierno de Belaúnde; no le


aprobaban el presupuesto, sabotearon la reforma agraria, etc.. Yo entré en febrero de 1965
y salí en setiembre del mismo año, duré siete meses. Los apristas después de haber echado
a tanto ministro se quisieron echar al gabinete entero. Invitaron al gabinete Schwalb para
que fuéramos al Parlamento a denunciarnos de que estábamos infiltrando comunistas en
la Administración Pública. Parece que Belaúnde no quiso enemistarse con el Parlamento y
terminó pactando. Así renunciaron todos los ministros de Acción Popular y los demás
tuvimos que renunciar porque sólo Silva Ruete y yo éramos los únicos que queríamos ir al
Parlamento: los otros no. Tuvimos que renunciar, pues, para no ir al Parlamento, para evitar
que hubiera un enfrentamiento.

Haya de la Torre

¿Usted no fue seducido por la prédica de Haya de la Torre?

Mire usted, él era amigo de mi padre y quiso conocerme, por eso un amigo de la universidad
me invitó a verlo. Eran los tiempos en que el Apra estaba en la clandestinidad. Yo dije que
sí y nos llevaron a mí y otros dos muchachos en un auto que comenzó a dar vueltas por la
ciudad hasta que se detuvo (era de madrugada) en una calle de la avenida Arenales. De
una de las intersecciones apareció otro vehículo al que nos hicieron subir para dirigirnos al
lugar donde estaba Haya de la Torre. Me preguntó por mi papá. Como le he dicho él era
del grupo de Joaquín Monge quien editaba Repertorio Americano y cuando Haya iba a
Costa Rica era recibido por ellos. Haya nos habló del país y, luego, nos marchamos como
habíamos venido.

Tiempo después4, visitando a unas amigas, empezaron a llegar a la casa de ellas un grupo
de personas; casi a la medianoche empezó a escucharse el clásico aplauso aprista: era

4
Debe ser 1955.
19

Prialé arribando y anunciando la vuelta a la legalidad. Pero el Apra no era lo mío. El Apra
había sido violentista y yo creía y creo en la libertad. Conmigo no iba eso de seguir a un
líder. Además, tenían un programa máximo, pero una ideología nada firme.

El golpe de 1968

Usted fue uno de los que firmó la carta denunciando la pérdida de la página 11.

Belaúnde había perdido el rumbo. No sabía qué hacer. Fue doloroso para mí denunciar un
hecho en el que estoy seguro nada tenía que ver directamente el presidente. Producido el
golpe, su salida contrastó con la de Bustamante y Rivero, quien se despidió como un
estadista; Belaúnde, en cambio, salió un poco trompeándose.

¿Cuál fue su relación con el gobierno militar?

Fue un golpe distinto. Hubo reforma agraria, cambios en la educación, en la industria, en la


forma de pensar el país. El Perú vivía con discriminación y en forma totalmente inaceptable.
No podía estar de acuerpo con el golpe de Estado, pero debía reconocer que se estaba
haciendo lo que la oligarquía no quiso hacer. Pero estuve alejado de ellos, aun cuando me
llamaron para asuntos específicos como opinar sobre una eventual guerra con Chile (un
despropósito absoluto) o la toma de Marcona que me pareció pudo solucionarse desde el
ámbito contractual.

¿Se va de viaje en la época de Velasco?

No, yo parto de viaje después de Velasco. Partí con Morales en 1977. En la época de
Velasco estuve en la cátedra universitaria.

¿Y después de 1977?

Yo salí a Europa. Me fui de viaje por unos años.

Pero siempre estuve en contacto con el país. Es verdad que no escribí libros porque
solamente pude escribir, aparte de mi tesis inédita, La Noción Jurídica de la Persona, que
sale en 1962. Mi agitada vida política, profesional, académica, familiar me impidió hacer
otros libros, los mismos que recién empiezo a escribir cuando vuelvo de Europa. Entonces
mis libros son recién publicados a partir de 1984.

El fujimorismo

Después de su paso por la Democracia Cristiana, no interviene activamente en


política. Sin embargo, a usted le hacen un reportaje en “El Comercio” sobre el
gobierno de Fujimori y lanza críticas muy duras contra el régimen. ¿A qué se debió
que rompiera su silencio político?

Mire usted en el año 1997 o 1998 vino hasta mi casa un redactor de El Comercio (lo atendí
aquí mismo, en este sofá) para hacerme un reportaje. Allí utilicé el verbo demoler, que
después otros usaron. Era necesario hacerlo, era necesario expresarlo para señalar que el
gobierno de Fujimori estaba acabando con las instituciones democráticas.

¿Lo sancionaron de alguna forma?


20

Bueno, esto era un eslabón más de la cadena. Como Ud. recordará cuando Fujimori era
presidente constitucional me incorporaron a la Comisión Consultiva de Relaciones
Exteriores y me designaron como uno de los cuatro miembros para negociar con Chile, lo
que constituía un gesto de mucha confianza. También por esas épocas me invitaron a ser
embajador en una ciudad muy importante, una ciudad muy cara, muy querida para mí. Yo
me negué porque para ser embajador hay que tener empatía con el Jefe de Estado, es
decir, usted debe conocer al Jefe de Estado, debe poder acercarse y conversar con él; yo
no podía representar a un gobierno cuya cabeza desconocía, del que desconfiaba.

Bueno, el 5 de abril de 1992 viene el autogolpe, dos días después, el 7 de abril presenté mi
carta de renuncia a la Comisión Consultiva; no podía estar de acuerdo con la violación de
la Constitución. Por eso me enajené la voluntad de algunos, al extremo que se acepta mi
renuncia y la carta que me mandan no la firma el ministro, sino un simple secretario.

Luego, en 1993, Carlos Torres y Torres Lara, mi dilecto amigo, me propone formar parte de
la lista de Cambio 90 para el Congreso Constituyente Democrático. Me dijo que ya había
hablado con Fernández Arce y Barandiarán Hart, y que ellos en principio ya habían
aceptado. Yo le dije: “Carlos, perdóname, yo te quiero, soy tu amigo, pero con este régimen
no quiero saber nada, no voy a hacer una constitución espuria sobre la base de haber
violado la otra”. Así fue, así pasó. Eso sí, a Carlos lo ayudé cuando Chirinos Soto estaba
contra el Tribunal Constitucional, contra el referéndum. Le dije: “Carlos, no cedas”. A mi
amigo lo ayudé; al régimen no; le repito no podía aceptar cargo alguno de ese gobierno,
hasta me propusieron ser presidente del Tribunal Constitucional, me lo ofreció Carlos cinco
veces y yo le dije que no. Soy un hombre de principios y ¡no señor! Yo no podía vulnerarlos
por más embajadas que me propusieran.

¿Sufrió represalias?

Sucedió un hecho curioso. Todos los años me iba regularmente a la playa y en las cercanías
habitaba un oficial de la Marina. Un día conversando me dijo que yo vivía como rico no
siéndolo y cuando le pregunté por qué decía eso, me respondió: “Lo hemos investigado”.
Entonces supe que habían revisado mis cuentas bancarias, mis ingresos, mis pagos en la
Sunat y hasta la vida de mis hijos. Por supuesto, no encontraron nada de lo que ellos
pensaban, pero mire usted la clase de gobierno que existía.

La Universidad

Usted ha cumplido 60 años en la docencia universitaria. Es una vasta y admirable carrera


de la que necesariamente tenemos que hablar. Pero antes quisiera que me diga qué es la
universidad y cuál su futuro.

La universidad es una institución depositaria de cultura, que crea cultura, que renueva y
enriquece la cultura. Es también un centro de investigación y reflexión permanente y,
finalmente, es un centro de formación de profesionales que van a servir en las distintas
áreas que el país necesita en tanto que la universidad, por estar enclavada dentro de una
comunidad, debe prestar servicios a la misma, cumpliendo lo que se denomina su
proyección social.

Me pregunta también sobre el futuro de la universidad; le respondo, sólo para hablar de


Derecho, que es el campo que conozco, que en el Perú hay decenas de Facultades de
Derecho y que se siguen creando más, ya sea por criterios crematísticos, por afán de goce
21

o por criterio político. Es decir, muchas de estas facultades (y de estas universidades) han
nacido no porque sean necesarias, sino porque un grupo de gentes quiere hacer utilidades,
quiere hacer negocio o quiere congraciarse con un sector de la población en busca del voto
en un determinado lugar. Este fenómeno ha deteriorado el rol de la universidad.

En efecto, dentro de estas universidades emergentes, llamémosla así, es imposible


investigar, es una ilusión la investigación; no se crea cultura y por lo tanto la formación
profesional es deficiente. Mire usted un profesor no se improvisa de la noche a la mañana,
no se recluta en las calles, en la plaza o entre los amigos, y eso es lo que se está haciendo,
entonces, resulta imposible que egresen abogados de calidad, y si no hay abogados de
calidad ¿qué jueces podemos tener? Además, no sólo se descuida el aspecto profesional,
sino también la formación ética, a la que no se la aprecia, a la que no se le da cabida y el
producto sólo puede ser esta gran corrupción de la cual hemos sido testigos en estas
últimas décadas.

Hay también una especie de totalitarismo mental quizás debido a esta borrachera
liberal que hemos presenciado. Pienso, por ejemplo, en ese deseo de explicar todo
en base al análisis económico del derecho, método, sin duda, totalmente lícito y, en
algunos casos, imprescindible, pero que quisiera apoderarse de todo análisis
jurídico. ¿Concuerda Ud. conmigo?

Se trata de un totalitarismo materialista. Así como en una época todo se quiso vincular con
el marxismo, todo estaba en función del marxismo, luego todo quiso estar en función de
una idea capitalista neoliberal. Se trata de expresiones totalitarias. Lo que importa a este
materialismo es obtener beneficios, utilidades, no se preocupa por valores como la justicia,
la solidaridad. ¿Cuál es el valor que prima? La utilidad, o sea, el valor cumbre de los
hombres de negocio, de los economistas; se trata de valores exóticos, ajenos al derecho
que hoy, empero, ocupan un lugar predominante frente a los valores tradicionales del
derecho.

Eso no significa que rechace el método: Así como el marxismo tiene sus aspectos positivos;
el análisis económico del derecho también los tiene. Lo que critico es su afán totalitario, su
deseo de interpretar todo sólo desde ese punto de vista. Creo que es una moda y que va
a pasar.

Aranguren ha señalado que en el mundo moderno (él hablaba de esto ya en los


setenta) la relación maestro - discípulo entra en crisis porque hay crisis de los
saberes dogmáticos. Para Aranguren el profesor sólo se limita a enseñar métodos,
técnicas, mientras que los alumnos aprenden a vivir en un mundo autosuficiente, y
esto porque lo que prima es lo juvenil que es aceptado por los mayores 5. ¿Coincide
con lo aquí expuesto?

No, no va a concluir nunca en el mundo la relación maestro – discípulo porque la única


forma de enseñar es con el ejemplo. Decir que esta relación va a fracasar, desaparecer,
significaría que ya no habría paradigmas y esto sería terrible. Creo que la relación se puede
deteriorar, pero no creo que desaparezca. La relación humana de padres a hijos, de
maestros a discípulos no puede desaparecer, aunque se deteriore.

5
Aranguren, José Luis. El futuro de la universidad y otras polémicas, pp. 31-34. Taurus ediciones. México,
1973.
22

Lo que ocurre es que en el mundo post-moderno todo se pone en duda.

Todo se pone en duda, incluso los liderazgos. Todo se cuestiona, es verdad, pero ese
vínculo maestro – discípulo sólo adquirirá nuevos tonos, nuevas modalidades, nuevas
expresiones, pero no desaparecerá. El maestro es la continuación del hogar, la
continuación del padre, de la madre. La educación es imitación, primero se imita a los
padres, luego a los maestros, a los epónimos, a la gente ilustre. Si eso desaparece se
extingue la educación.

¿Usted es una especie de rock star?

¿Le parece? Los jóvenes me quieren. Algo de bueno debo de tener que me siguen.

San Marcos

¿Cuándo ingresa Ud. a la universidad?

A los 16 años.

¿Becado?

Sí, tuve beca, primero, porque tenía primer puesto y, segundo, porque mi condición
económica así lo justificaba.

¿Ingresa a Estudios Generales?

Sí, Letras lo llamábamos.

¿Ya tenía la idea de ingresar a Derecho?

No sabía que iba a seguir Derecho. Tuve un maestro extraordinario que fue Porras, que era
un historiador de primera, que me enseñó a investigar, que me enseñó a ser honesto en el
trabajo intelectual, me enseñó a ser rebelde, a tener dignidad. Bueno, no me enseñó, pero
fue un ejemplo para mí. Yo admiré mucho a Porras. Es el maestro que más he admirado.
Al lado de León Barandiarán son mis dos maestros.

Bueno, en Letras yo no sabía si ser historiador, filósofo, me gustaba la literatura; era un


humanista.

¿Quién le enseñaba Filosofía?

Enrique Barbosa, pero en fin yo fui autodidacta, porque Barbosa enseñaba a Spinoza o a
filósofos que no tenían trascendencia. Yo me hice solo.

De manera que usted llega solo a la filosofía de la existencia

Sí.

¿Con quién conversaba de filosofía?


23

Con León Barandiarán y con Miró Quesada. Con Paco conversábamos mucho de lógica, la
parte de la norma, qué cosa es la norma, y con León Barandiarán hablaba y hablaba porque
él era un hombre muy culto, él leía mucho de filosofía.

¿Miró Quesada fue su condiscípulo?

Él era mayor que yo, pero nos encontrábamos en la Universidad y los dos coincidimos
porque a ambos nos interesaban los mismos temas.

A León Barandiarán lo encuentra en sus estudios de Derecho.

Claro, en el año 1945 yo estaba en tercero de Letras y en primero de Derecho, seguía las
dos carreras, hasta cuarto de Letras que era el último y el segundo de Derecho.

Yo decidí estudiar Derecho. Como historiador, como filósofo no iba a poder ganarme la
vida. Yo necesitaba una herramienta que me permitiera ganar dinero, entonces entré a la
abogacía, pero no porque fuera mi vocación original. Después ya me encariñé porque
empecé a aplicar la Filosofía del Derecho, la Teoría del Derecho. Apliqué todos mis
conocimientos filosóficos y disfruté muchísimo.

Primun vivere, deinde philosophari.

Estaba en lo mío. Le cuento que me pasó una cosa muy curiosa. En el año que terminé
Letras, en 1946, pasó por Lima un intelectual mexicano de primera línea, Cossío Villegas,
que era profesor del Colegio de México.

El Colegio de México era una escuela de Altos Estudios dirigida por un intelectual de
primera. Cossío Villegas trajo una beca para un estudiante peruano y se entrevistó con
Porras y con Basadre y ambos le dicen: “Fernández Sessarego”. Entonces me invitan y
Cossío me dice: “Sus profesores Basadre y Porras me han dicho que usted debe ser la
persona que debe ir a México”. “¿A estudiar qué?”, le pregunté. “Lo que usted quiera:
Historia, Literatura, Filosofía en el Colegio de México, más importante que la Universidad”.
Entonces ahí tuve un momento de crisis, ahí tuve que definirme y me definí.

Mire, yo tenía una abuela y tenía que velar por ella. ¿Cómo me la llevaba a México?
Segundo, pensé, yo regreso de México como literato, como historiador, de qué voy a vivir,
porque en esa época no había el apoyo que hay hoy. De la Puente pudo dedicarse a ser
historiador porque tenía un fundo y Miró Quesada a la filosofía porque tenía el respaldo de
El Comercio; yo no tenía ese apoyo.

Fíjese, yo empecé mi tesis para el bachillerato de Letras estudiando a Solórzano y Pereyra,


juntando un poco la Historia y el Derecho. Ahí tengo todavía los papeles, nunca he
terminado esos estudios porque la vida, el Derecho, el trabajo todo se juntó.

Entonces decidió no irse a México.

Sí y fue otro quien me reemplazó y se quedó por allá, como era lógico.

Regresemos a León Barandiarán. ¿Usted se conectó con él en Primero de Derecho?

Sí, me acerqué a conversar con él después de las clases.


24

¿Él dictaba Personas?

En ese momento dictaba un curso que era bárbaro: Título Preliminar, Personas, Acto
Jurídico y Derecho Internacional Privado, que estaba en el Título Preliminar. Después salió
el Derecho Internacional, luego Acto Jurídico y se quedaron sólo Personas y Titulo
Preliminar.

¿Qué impresión le causó León Barandiarán en sus clases?

Una gran impresión porque era un hombre de estudios, que conocía, que tenía vocación,
que gozaba con el Derecho: era auténtico.

Dicen que cuando estaba dictando clases como que se ensimismaba.

Sí, sí se ensimismaba y de repente agarraba el puño de su camisa y limpiaba la pizarra o


lo hacía con su corbata, era un hombre excepcional.

¿Eso ocasionaba las burlas de los alumnos?

No; lo respetábamos mucho, simplemente nos llamaba la atención, era algo extraño, pero
era un maestro y nosotros lo respetábamos; yo lo respetaba mucho, tanto que nuestras
conversaciones después de clase se convirtieron casi en un ritual.

Le voy a contar dos cosas que me sucedieron con León Barandiarán.

En el examen final de su curso me pidieron que me refiriera a la bibliografía. Con esa


pregunta se lo jalan a cualquiera. Pero yo paraba en la biblioteca, conocía a los autores; no
los había leído aún pero sabía quiénes eran: los españoles, los italianos; yo disfrutaba en
la biblioteca. Entonces pude responder y me pusieron 20. Tiempo después, cuando me voy
a Italia, doy una conferencia de despedida sobre la descentralización en la Asociación
Peruana de Derecho, que integraban León Barandiarán como presidente, Mario Alzamora
como vicepresidente, yo como Secretario General y Francisco Miró Quesada y José Pareja
como vocales. Ahí me presentó León Barandiarán diciendo más o menos esto: “Todos los
que estamos aquí conocemos a Fernández Sessarego y voy a contar dos anécdotas de él”.
En realidad, yo siempre era el que contaba anécdotas de León Barandiarán ¿cómo iba él a
contar algo de mí? Ahí fue donde contó que me había conocido de estudiante, que
habíamos conversado durante todo el curso y que fue él al que se le ocurrió preguntarme
sobre la bibliografía, que estaba en el programa pero que no era materia del examen. Tuvo
total confianza en mí y quiso lucirme ante el Jurado.

La segunda anécdota que contó fue sobre un hecho que ocurrió en 1956. Yo terminé
Derecho en 1949, hago el post-grado en 1950 y sacó el título en mayo de 1951. Cuando
concluí mis estudios, el decano Valverde y Valverde me dijo que iba a enseñar en San
Marcos, pero que como no había plaza iba, mientras tanto, a ser asistente del Doctor
Olivera, que era el Director de Tesis. “Usted –me dijo- va a orientar a los alumnos. Ud.
conoce la bibliografía y los va a orientar”. Y ese fue mi trabajo ad honorem en 1952. En
1953 fue el mismo cuento. Yo ya había perdido las esperanzas de enseñar cuando en 1956
asume el Decanato León Barandiarán. ¿Qué hace León Barandiarán? ¿En ese momento a
quiénes se nombraba como profesores? A los vocales de la Corte Suprema, por ejemplo,
notables en aquel entonces, y que eran designados por los decanos que querían quedar
bien con los congéneres. En San Marcos estaba vacante la cátedra de doctoral de Derecho
25

Civil comparado y la de Contratos en pre-grado. Había que nombrar a dos profesores.


Entonces se mencionan los nombres de gente importante, pero León Barandiarán dice:
“Hay que renovar” y pregunta “¿por qué no traemos a jóvenes, por qué no renovamos? Y
encarga a Aparicio Valdez, que era el secretario de la Facultad, a buscar en el archivo a los
dos alumnos que hubieren obtenido los más altos promedios en los últimos diez años. Al
rato regresa Aparicio Valdez diciendo que el más alto promedio lo había tenido Fernández
Sessarego y el segundo Max Arias Schereiber. “’Ah, dijo, León Barandiarán, ahí tenemos,
hay que nombrarlos como profesores”. Entonces yo accedí a la cátedra del Doctorado y
enseñé a gente de mi generación, incluso a mayores. Max, a su vez, entra a enseñar
Contratos. Todo esto, esta manera de ingresar a San Marcos, lo supe tiempo después a
través de la presentación que León Barandiarán hizo en mi última conferencia en Lima
antes de marcharme a Europa.

¿También colaboró con él en su Estudio?

Sí. Yo era su amanuense. Él decía: “su pasante”. Escribía sus dictámenes y sobre todo nos
hicimos amigos, como me hice amigo de Porras. Era una amistad entre maestro y alumno.
Y así casi todas las tardes, a las 5.30, nos íbamos a tomar nuestro lonche. Le gustaba tomar
el lonche conmigo en un cafetín de un japonés que había a la vuelta del Estudio.

¿Dónde quedaba el Estudio?

Al lado del cine La República.

¿En Carabaya?

En esa época era un gran sitio. Ahora tener un estudio por ahí es muy difícil. Ahí se
desarrollaron mis grandes conversaciones con León Barandiarán: hablamos de filosofía, de
literatura, de política. Nos quedábamos largo rato conversando y ahí aprendí mucho de él.
Mi amistad con León Barandiarán duró hasta su muerte. Yo fui siempre para él su mejor
discípulo. Así me lo hizo saber y lo saben sus hijos. Él y Porras fueron mis grandes
maestros.

¿Quiénes conformaron el círculo de sus amistades en San Marcos?

Mis amigos no han sido mis condiscípulos. Miró Quesada era mayor que yo. Mis
interlocutores, es decir, las personas con las que conversaba en la universidad, han sido
fundamentalmente en Derecho, Miró Quesada y León Barandiarán y, en Letras, Porras.
Ellos han sido mis amigos intelectuales, guardando las enormes distancias que había en
conocimiento, sabiduría y edad. Tuve sí un condiscípulo brillante: Carlos García Bedoya.
Vivíamos juntos, teníamos las mismas ambiciones, mucha seriedad; recorríamos librerías,
comentábamos libros, íbamos al teatro, a los toros.

¿Iban dónde Mejía Baca?

Había otras librerías que ya han desaparecido, por ejemplo, la de un español; después
fuimos a la de Mejía Baca.

Le decía que con Carlos García Bedoya ingresamos juntos al Ministerio de Relaciones
Exteriores, pero después del golpe de Odría yo renuncié. Tuve con él grandes
conversaciones sobre el tema; él tenía una vocación evidentemente diplomática; yo no la
26

tenía; él me decía que el diplomático sirve al Estado, yo le decía que sirve al gobierno de
turno y que no estaba dispuesto a servir a Odría. Allí tuvimos una divergencia óptica, por
eso él siguió la carrera diplomática y yo me dediqué a la docencia y al ejercicio profesional.
La vida nos separó un poco pero siempre que nos encontrábamos volvíamos sobre
nuestros pasos de juventud, de nuestra época universitaria. Cuando García Bedoya llegó a
ser canciller en la época de Morales Bermúdez se escuchó hablar de su posible candidatura
a la presidencia apoyada, según dicen, por el Apra, aunque él no era aprista. En ese tiempo
yo estaba en Roma, ahí conversé con Matos Mar quien me refirió que García Bedoya me
estaba esperando, que era necesario mi retorno, que recordara mis épocas de político,
porque yo había sido político cuando joven, en cambio, él ingresa a la política de adulto,
llega a ser ministro y adquiere un status.

Bueno, yo diría que García Bedoya en la universidad fue mi condiscípulo, mi amigo muy
dilecto.

Después he tenido otros amigos como Max Arias Schereiber, que fue mi amigo y, luego,
muchos conocidos.

Cuénteme algo de su relación con Porras.

Como reunía a mis discípulos aquí en mi estudio, Porras reunía a los suyos, que iban
cambiando de generación en generación, en su casa de la calle Colina. Yo estuve gran
tiempo vinculado a Porras; con él aprendí a investigar. Admiré su honestidad en la
investigación, su sinceridad, la belleza de su prosa, las formas en que pronunciaba un
discurso, su elegancia verbal. Era un hombre muy dotado. Quiero decirle que he sido un
hombre muy privilegiado al tener como interlocutores a Porras, a León, a Miró Quesada y,
por un breve lapso, nada menos que a Bustamante y Rivero.

¿Qué le parece la prosa de Porras?

Porras fue para mí un paradigma. Yo creo que de los grandes hombres hay que tomar todo
lo que tienen de positivo y desechar lo que humanamente todos tenemos de negativo. En
el caso de Porras era mucho más lo positivo que lo negativo. Él fue una inteligencia
privilegiada, tenía una capacidad de análisis, una tersura en su expresión propia de los
franceses, pero que no suena a afrancesado. A su prosa maravillosa, él junta su maestría
en la investigación. ¿Por qué Porras no escribió un tratado de tantos tomos? ¿Por qué? En
eso me parezco a él. A mí nunca se me ocurrió hacer un Tratado de Derecho Civil, nunca,
porque eso está totalmente fuera de mi horizonte. Cuando tomo un tema, trato de
profundizar, llegar hasta las raíces del tema y hasta a su jurisprudencia, empezando, claro,
por los supuestos. Eso lo aprendí de Porras, su rigor para la investigación.

Porras tiene trabajos monográficos; a mí me parece que casi todos mis trabajos tienen
similar corte. Yo no he escrito una exégesis de tres tomos sobre el Derecho de las
Personas, que podría haberlo hecho, pero para mí eso es un trabajo inútil. Eso lo hará
algunos de mis discípulos mejor que yo; lo que yo puedo darle a mis discípulos son las
ideas madres para que ellos las desarrollen; les doy los pilares. Porras me enseñó eso.

También admiré de él su talento extraordinario, su forma de hablar, su manera de escribir,


su estilo para conversar. Era un maestro a quien realmente le interesaban sus discípulos,
¡y qué ojo clínico! ¿Quién de las grandes personalidades del Perú no estuvo a su lado?
Porque Porras era un hombre políticamente liberal, abierto, no un liberal económico.
27

Un liberal del XIX.

Sí, efectivamente. A su casa iban, por ejemplo, Carlos García Bedoya, Raúl Ferrero
Rebagliati, Vargas Llosa, Pablo Macera. Esos son apenas unos botones de muestra. Y sin
embargo, Porras es un olvidado. Eso no puede ser. Porras era un hombre modesto, sencillo,
andaba con el sombrero casi grasoso, era un poco descuidado con su persona, él tenía su
propio mundo. Yo soy más o menos así, me pongo el mismo saco, el mismo pantalón todos
los días, pensaran que no tengo otro; yo no puedo perder tiempo en estar escogiendo la
corbata; si mi mujer no me la pone ahí, si no me dice que cambie, yo sigo igual.

Porras, además, acaba con un gesto liberal. Me refiero a su posición en la OEA


cuando se trataba el asunto de Cuba.

Eso es honestidad. Prado le dio una instrucción y él no la aceptó. Él estaba encima de


Prado, más allá de que éste fuera presidente. Lo que Porras tenía era talento y estaba por
encima de todos, y, sin embargo, fue un hombre preterido.

Que no pudo llegar a ser rector en San Marcos.

Ni siquiera fue decano de la Facultad. A él, como a Basadre, los mediocres lo bloquearon;
no llegó a ser decano, no llegó a tener el puesto que merecía.

¿Sabe qué hacía cuando trabajaba en el Ministerio de Relaciones en la época de


Bustamante? Le preparaba los discursos a los ministros. Lo que ellos leían era lo que
Porras, el asesor, el director del Departamento Cultural, preparaba. Él era eso cuando podía
ser ministro, presidente. Un día se cansó de preparar discursos y me dijo: “Oiga, viene el
ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, ya me aburrí de hacer discursos, hágalo
usted, indague sobre la relaciones históricas entre Perú y Colombia”. Y eso fue lo que hice
y preparé el discurso. Recuerdo que al día siguiente estaba en cama leyendo El Comercio
y encuentro mi discurso. Por eso Porras decía que la inteligencia estaba preterida en el
Perú.

Imperdonable este abandono que hace el Perú de sus intelectuales, de un hombre


como Porras, de ese pisqueño amante de Lima, editor de cedularios, lector de
crónicas, pesquisador enorme.

Cada libro de él es una joya, se entregaba a él. Esta es otra cosa que aprendí de Porras:
su sed de perfección, su afán de agotar todas las fuentes, que no le faltara una, que no le
dijeran: “Oiga, Ud. no consultó allá”. Eso aprendí de Porras. Tenía un baúl y en ese baúl
llenaba todo lo que tenía que ver con Pizarro; era un baúl lleno de papeles, libros, folletos,
pero siempre decía que le faltaba algún dato. Entonces nunca publicó; podría haber sido su
obra magna, pero él no la publicó. Después lo han hecho. La verdad yo no la he leído, no
la quiero leer.

El libro se publicó con prólogo de Sánchez. Recuerdo que LAS dice que otras podrán
haber escrito con claridad de Pizarro, pero solo Porras con hondura y brillo6.

Recuerdo que los apristas y los de izquierda lo tacharon de hispanista.

6
Porras Barrenechea, Raúl. Pizarro. Editorial Pizarro S.A. Lima, 1978.
28

El fue un creador de la peruanidad. Incluso, su pizarrismo es sólo peruanismo: los


Pachacamos contra los chilenos; Pizarro contra Almagro.

Es que Porras dice la verdad sobre el legado español, como dice la verdad sobre el aporte
indígena.

Y ahí está su “Mito, tradición e Historia del Perú”. Y para acreditar su liberalismo, no
sólo hay que recordar el episodio en la OEA, sino su discusión con Benavides cuando
éste no quiere admitir que se publique en la Antología de libros peruanos las obras
de Gonzales Prada.

Era un patriota. Y tenía apertura, apertura que sólo puede tener un gran talento. Para mí
Porras ha sido la inteligencia más preclara del Perú, por lo menos de la segunda mitad del
siglo XX, y fíjese que hay un episodio que no me gustó de Porras: el hecho de haber
aceptado ser Ministro de Relaciones Exteriores de Prado. Yo, joven rebelde, me dije que
eso no podía ser, que eso no conciliaba con la personalidad ni la ideología de Porras. Ahí
un poco que me alejé de él y después me he arrepentido. Fue un fundamentalismo de
juventud, porque a Porras lo llaman, él siente que por fin puede hacer algo por el país, él
siente que lo que está haciendo debió hacerlo hace mucho tiempo; ahora me lo explico,
pero entonces era demasiado joven y me da pena que me apartase de Porras en su última
etapa.

Cuando ya estaba herido de muerte.

Sí, y me he arrepentido. Yo estuve en el entierro de Porras con Germancito Gutiérrez.


Hicimos todo el recorrido con Germancito.

Porras para mí fue un gran maestro.

Porras también lo introduce en la lectura de la generación del 98.

Sí, efectivamente. Porras me dijo: “Lea a la generación del 98”. Entonces leí a Valle Inclán,
a Azorín y aprendí a escribir en frases cortas. Ese es mi estilo, un poco aggiornado.

También me fascinó Unamuno porque era vital, inquisitivo con él mismo. Su concepto de la
agonía ...

Que es lucha ...

Es fabuloso. La agonía es lucha y se lucha por los ideales, se agoniza por ellos. Yo recogí
ese mensaje de Unamuno.

Tengo otras lecturas, pero las más fueron de Filosofía y de Derecho, luego he leído a García
Márquez, a Vargas Llosa, de quien me gusta más La Guerra del fin del mundo antes que
Conversación en la Catedral, que trata temas de mi época. Otra prosa que me gustó fue
la de Baudelaire que escribe como nuestro cuentista parisino, Julio Ramón Ribeyro. De
Baudelaire me acuerdo esta frase: “Los chinos ven la hora con los ojos de los gatos”. He
gozado leyendo a Baudelaire y después he gozado con la Prosas Apátridas de Ribeyro.

Las Prosas Apátridas no tienen casi ningún antecedente en la literatura peruana.

Por eso fueron tan impactantes en el Perú. Es prosa poética; es una prosa breve y bella.
29

Regresemos a San Marcos como centro universitario y apelemos a su visión


profética. Cuando Ud. ingresa a San Marcos en 1943 existen dos universidades en
Lima: San Marcos y La Católica; la primera más prestigiosa que la segunda. Sin
embargo, San Marcos ingresa en un fuerte declive que se acentúa en los años setenta
y ochenta. ¿Cree Ud. que ese declive continúa?, ¿cree que San Marcos se puede
recuperar?, o, por el contrario, ¿piensa que en una universidad nacional,
lamentablemente masificada, no hay vuelta de retorno alguna?

San Marcos fue una universidad extraordinaria. La facultad de Derecho tenía lo mejor que
había como profesores y como alumnos en el país, pero, como Ud. dice, empieza un
declive, una decadencia, siendo una de las razones de ello la intromisión de la política
partidaria activa. Veo un poco difícil que San Marcos recupere la antigua prestancia que
tenía; sin duda está mejorando y mejorará, pero lamentablemente tiene un problema grave
que es el problema económico. El presupuesto es exiguo, la erogación a los profesores es
escasa; no hay dinero para pagar a los profesores contratados, lo que los ha obligado a
trasladarse allá donde le ofrecen mejores estipendios para vivir, o sea, a las universidades
particulares. Ese es el gran problema. Antes los profesores iban a San Marcos no por dinero
sino por el prestigio de ser profesor: era un título de honor, quien llegaba a San Marcos
colocaba en sus tarjetas de presentación: Abogado – Profesor de San Marcos. Eso se
perdió. Entonces ¿cuál es ahora el atractivo? El atractivo es el estipendio que permita
competir con los profesores de las universidades privadas y ese problema no parece
arreglarse, por eso los profesores tendrán que ir a las universidades particulares, aunque
sea para sobrevivir porque en San Marcos no se sobrevive.

Pero tengo que decir algo sobre sus alumnos: han hecho de sus carencias, virtud. Usted ve
a los sanmarquinos creando sus grupos de estudio, discutiendo entre ellos, convocando a
profesores. Están siempre en ebullición vital. Por eso, cuando me invitan a la universidad,
voy con mucho agrado.

La PUCP

Su primera experiencia en la cátedra ocurrió en La Católica. ¿Eso fue en 1951? ¿Qué


materia enseñaba y cómo llegó a la Pontificia?

Fue por Monseñor Dammert Bellido, que era Secretario General de la Universidad Católica.
Había sido mi profesor de segundo año de media. A Monseñor me lo encuentro y me dice:
“¿Qué estás haciendo?” “Soy abogado, le respondí, trabajo en el Estudio de León
Barandiarán”. “Ah, me dijo, se acaba de ir el profesor de Sociología y quiero que tú enseñes
Sociología Peruana”. “Padre, le expresé, yo no sé nada de Sociología”. “Mira, me dijo
enfático, tú estudias y dictas el curso”. Le insistí una vez más de mi desconocimiento del
curso y él sentenció: “Tú entras al curso”.

Entonces tuve que armar el curso. Me acuerdo que lo primero que pensé es que tenía que
hablar del clima.

¿Unanue?7

7
Se trata del libro de Uannue: “Observaciones sobre el clima de Lima y su influencia en los seres
organizados, en especial el hombre”,
30

Sí, Unanue. Lo leí bien porque era necesario hablar del hábitat peruano. Un día de estos le
voy a enseñar los exámenes de José Antonio del Busto, de Zamalloa Cornejo. Fueron
exámenes en los que la pregunta que hice fue precisamente la influencia del clima en el
hombre peruano, y los guardé porque fueron excelentes. Ahí los tengo, como tengo los
exámenes de Aníbal Quijano, de Carlos Araníbar, mis alumnos de filosofía de la Historia.

Le cuento que en ese entonces al único sociólogo que se conocía era a Durkheim, nadie
sabía qué era sociología ni mucho menos qué era sociología peruana. Tuve que hacer mi
curso sobre la base de Mariátegui, Víctor Andrés Belaúnde y otros. Hice lo que hoy se
llamaría “Estudios de la Realidad Peruana”, eso es lo que para mí era la sociología.
Entonces fundamos la primera Sociedad Peruana de Sociología con el doctor Mejía Valera,
que enseñaba Sociología en San Marcos. Fuimos los dos precursores: él como presidente
y yo como vicepresidente.

¿Cuántos años duró en La Católica?

Estuve entre los años 1951 a 1956.

Ud. regresa a La Católica en 1966. En ese entonces se inicia una gran reforma
curricular en los estudios de Derecho, reforma en la que Ud. participa.

Sí, no sólo hubo reforma curricular; la reforma fue en todo los campos: en la estructura de
la facultad, la organización, el ambiente. A mí me parece que es el más importante cambio
del siglo XX de una universidad tradicional, que era casi como un colegio, a una universidad
moderna.

Yo fui uno de los gestores de esa reforma, un gestor olvidado.

Pero del que no se puede olvidar su plan curricular.

Que si se implementó en la San Martín. Mi propuesta curricular era que los dos últimos años
eran de especialidad.

¿Cómo así intervino en este proceso de reforma?

Le voy a contar cómo intervine y por qué.

Yo no sé cómo conocí al Padre Felipe Mc Gregor, que fue rector de la Universidad Católica
en el período 1965-1966. Lo que recuerdo es que él me llamó quizá porque me vio muy
activo en el ministerio o porque yo era un profesor que tenía cierto prestigio en San Marcos.
Él me llamó y me dijo: “Mire usted, doctor Fernández Sessarego, lo llamo porque usted no
enseña aquí, usted no tiene vínculos con los profesores de aquí, usted tiene una óptica de
afuera, tiene una experiencia de profesor. Yo le voy a pedir un favor, quisiera que usted
haga un estudio, una evaluación, un diagnóstico de la Facultad de Derecho y además haga
una propuesta para una reestructuración no sólo de la currícula, sino de todo lo que debería
ser una Facultad de Derecho”. Entonces yo me puse a hacer el informe y se lo entregué.
Era decano el doctor Avendaño, pero el trabajo lo hice yo, la propuesta la hice yo. El estudio
está publicado en la Revista de Derecho de la PUCP 8.

8
Fernández Sessarego, Carlos. Bases para una reestructuración de la Facultad de Derecho de la
Universidad Católica, en “Derecho”, No. 26, Universidad Católica, Lima, 1968.
31

A raíz de eso la fundación Ford que apoyaba a la universidad, nos permitió a Avendaño, a
Osterling que era un profesor ya destacado y a mí, que no era profesor de La Católica, pero
que había hecho el estudio, viajar a los Estados Unidos y visitar varias universidades.
Visitamos Harvard, Columbia, New York University, Georgetown University. Analizamos y
algo trajimos, pero no se podía trasladar todo, porque allá en Estados Unidos había
profesores y alumnos dedicados a tiempo completo lo que no existía acá; luego, no se podía
estudiar en tres años Derecho. Allá el Derecho es más jurisprudencial; aquí, en cambio,
resulta imposible que en tres años convivamos profesores y alumnos en el campus. Ni
siquiera había campus.

Fue por eso que este proyecto mío en gran medida se aprueba, lo que no se aprueba fue
esta especialización en los dos últimos años que iba a ser especialización en Derecho Civil,
Derecho Penal, Derecho Internacional y Economía de la Empresa porque yo ya hablaba de
empresa en ese entonces, para mí la empresa era sujeto de derecho y es que los que
ponen el capital no son la empresa, los trabajadores no son la empresa: yo digo que la
empresa son los dos. En fin, así fue mi participación en la reforma que originó que se me
invitara a enseñar y entré a enseñar en 1966, Derecho de las Personas. Tuve magníficos
alumnos: Javier de Belaúnde, hijo, Marcial Rubio, Eduardo Ferrero Costa, De Trazegnies,
incluso me contaron que Alan García Pérez había estado ahí y que lo había jalado.

Entonces con el apoyo siempre de la Fundación Ford mandamos a Estados Unidos, a la


Universidad de Wisconsin, a preparar nuevos profesores. Ahí fue, por ejemplo, García
Belaúnde y otros que regresaron, pero regresaron fanatizados hasta el extremo de que se
les llamó los Wisconsin´s boys porque querían aplicar los métodos de allá, a los que yo me
oponía porque la realidad del Perú no era la de Estados Unidos. Ellos insistieron y con el
amén de Avendaño impusieron un sistema de “materiales de enseñanza” donde no se leían
libros sino se preparaban selecciones de ellos, de manera que los alumnos prepararan las
clases. Al poco tiempo fracasó y se volvió al régimen tradicional reformado que yo había
propuesto.

Esa fue la reforma, yo tengo la satisfacción de haber escuchado a Lucho Pássara señalar
que este régimen de material de enseñanza fracasó sencillamente porque eso que debía
ser un aliciente para que los alumnos estudiaran las obras no se produjo; en efecto, primero
no estudiaban las obras sino sólo las 20 páginas señaladas y, luego, ya ni las 20 páginas
querían leer.

Nuestro país es distinto, aquí los alumnos trabajan, tienen otras ocupaciones, igual que los
profesores. Un alumno que prepara clases es un alumno que está en contacto permanente
con los libros, tiene que ir a la biblioteca. Eso era imposible. Por eso yo estoy muy contento
porque creo que con mis ideas logré que cambiara sustancialmente la Universidad, de un
colegio se transformó en una facultad, de ahí fue el despegue, de ahí empieza el despegue
para convertirse en la mejor Facultad de Derecho.

¿Hasta cuándo trabaja en La Católica?

Hasta 1977. Ese año yo me fui a Europa. Cuando regreso ya no se me reincorpora. Sus
razones tendrían.
32

Otras universidades

Sáqueme de una duda, ¿Ud. ha sido fundador de la Facultad de Derecho de la


Universidad de Lima?

Prácticamente sí. No inicié la enseñanza el primer día porque yo estaba en Europa, pero
cuando llegué las clases recién se iniciaban, de modo que aunque no estuve el primer día,
estuve dentro del año.

¿Y en San Martín?

En San Martín he sido fundador de la Facultad de Derecho.

¿En ambas universidades ha trabajado ininterrumpidamente?

En la de Lima trabajé por doce años, entre 1984 y 1996.

En San Martín empecé en el año 1966 y seguí ocho años ininterrumpidos. ¿Y por qué
dejó de enseñar?

En la universidad de Lima salí porque cumplí 70 años y me aplicaron una ley empresarial
que no regía para las universidades. Pero está bien, no reclamé nada.

¿Salió disgustado, dolido?

Sí, salí dolido, porque a esa universidad le entregué mucho, trabajé mucho en el centro de
investigación, no solamente como profesor sino formando jóvenes. Me truncaron una
actividad para la cual yo tenía energías. Y vea usted, Varsi, Wolcoot, tantos otros
participaron ahí conmigo.

Hubo también publicación de libros, conferencias.

Claro, hicimos, por primera vez en la historia, congresos internacionales. Eso fue el 85, el
88, el 89, el 94 y otros menores, le estoy citando las cumbres. En ninguna otra universidad
se hizo eso. Nosotros abrimos las puertas de la cultura jurídica para que prestigiosos
juristas, que no sabían nada del Perú, vinieran aquí.

El señuelo fue el nuevo Código Civil, que causó sorpresa por las novedades que tenía.
Vinieron Diez Picazo, Alterini, Tamayo de Colombia, Pérez Vargas, vinieron tantos. La
Universidad de Lima abrió las puertas, oxigenó el ambiente.

En el 94 tuvimos 2,500 personas asistentes: un auditorio para 500 personas, dos aulas
magnas al costado para 150 y para los otros tuvimos que armar una carpa y traer una
pantalla gigante. Esto sorprendió a los extranjeros, también a los nacionales. Fue un
momento dorado que no se ha repetido más.

¿El Congreso se autofinanció?

Totalmente. El último congreso dejó una utilidad de catorce mil dólares. Yo me río de esto,
porque no solamente le he dado esta entrega, esta felicidad a la Universidad de Lima, sino
además le di ganancias. Pero así son las cosas y nada hay que reclamar.
33

¿Y qué ocurrió en San Martín?

Mi destino en San Martín fue diferente. Creo que salí de ahí en buen momento porque por
esos años empezó un deterioro moral terrible, hasta hubo rectores semigángsters.
Felizmente yo me salí antes de eso y he regresado cuando ese fenómeno se ha superado.

Le cuento que, aunque este fenómeno gangsteril no había eclosionado, ya empezaba una
penetración de gente de esta calaña. Me acuerdo que en el verano del 75/76 fui a cobrar.
Yo era profesor principal honorario y fui a la tesorería, que quedaba en la avenida Salaverry,
fui, pues, a firmar la planilla y recibir mi cheque y me doy con la sorpresa que el empleado
que se encargaba de estas cosas buscó Facultad de Derecho y no encontró mi nombre: me
habían eliminado de la planilla, lo que se corroboró porque todos los años llamaban para
que les proporcionara los elementos del curso, y ese año no me llamaron. Me eliminaron,
fue un golpe. Nunca me interesó saber quién fue, eso no me interesó, no me importó un
rábano; además en ese momento enseñaba en San Marcos, en La Católica, en la Academia
Diplomática, ejercía la profesión, en fin, de manera que cargar con otra universidad
representaba un gran esfuerzo, por lo que para mí fue una liberación, por eso no moví un
dedo, no pisé más la universidad, no me interesó más la universidad, no me interesó quien
era el rector ni quien el decano, ni me interesa.

Lo que me cuenta de sus salidas de estas universidades me parece que es parte de


la típica envidia peruana.

Así es. Mi salida de la de Lima fue aplicándome una ley empresarial; en la otra, me sacaron
de la planilla de facto. Ahora he vuelto a San Martín, pero ahora como contratado. Yo que
he sido profesor fundador ahora soy un contratado.

¿Y la Ruiz?

Fue la última universidad en la que trabajé. Tuve que retirarme. Puedo dar de vez en cuando
alguna exposición, pero mis condiciones físicas no son las mismas. A mí me gusta dar clase
parado, trasladarme de un lugar a otro, escuchar. Eso ya no me era posible porque me
agotaba demasiado. Así que decidí retirarme de la docencia universitaria. Lo hice en la
Ruiz, una universidad jesuita, de avanzada.

Universidades extranjeras

Ud. también ha sido y es profesor de universidades extranjeras

He enseñado un curso regular en la Universidad Autónoma de Madrid en la sección doctoral


de la Facultad de Derecho. La Autónoma y la Complutense son las más importantes. Este
curso se llamó “Responsabilidad Civil por daño a la persona”. Fue un curso nuevo en
Doctoral, esto fue en el año 1994. Antes había enseñado cursillos de Derecho Civil
Comparado en la Facultad de Derecho en las Universidades de Derecho de Napolés y luego
de Siena, también en las universidades de Salerno, Napolés, Niza, Génova.

Asimismo, en Argentina he dictado cursillos y conferencias en tantas universidades que no


las podría enumerar, y he sido profesor en el post grado de la Universidad Nacional de
Buenos Aires, la UBA. Allí hay un post grado internacional e iba cada año a dictar clase.

¿Esa experiencia internacional qué le suscita?


34

Uno aprende mucho, recibe estímulos, pero me he dado cuenta también que hacemos
aportes, porque de no ser así no nos hubieran contratado. Si a uno lo contratan es porque
tiene algo nuevo que decir. Por eso digo que es un do ut des, doy para que des. Yo recibo
mucho y algo devuelvo, pero claro este contacto con medios más desarrollados le amplía
a uno el horizonte cultural y le enriquece jurídicamente más.

Los discípulos

¿Recuerda a algunos de los que fueron sus alumnos?

Tengo muchos ex alumnos en mis cincuenta años de magisterio universitario. Me inicié en


1951, apenas recibido y siendo muy joven, en la actividad docente. No todos mis ex
alumnos son mis discípulos, cada uno de ellos traza su proyecto de vida sustentado en una
concepción del mundo. Empecé enseñando en las Facultades de Letras en San Marcos y
en la Católica. En la primera fui profesor de Filosofía de la Historia por sólo un año. Tuve el
privilegio de tener como alumnos, en 1952, a Aníbal Quijano, Carlos Araníbar, Pablo
Macera, entre los que recuerdo. Fueron excelentes alumnos. De los dos primeros, ellos no
lo saben, conservo sus exámenes. Al leerlos me llenó de satisfacción, aprecio en ellos
calidad intelectual. Pareciera que el de Macera lo he extraviado. Espero ubicarlo. En todo
caso, no me equivoqué al distinguirlos en aquel lejano año de 1952.

En la Católica enseñé Sociología Peruana a partir de 1951 y, al menos, por un quinquenio.


Tuve también excelentes alumnos. Recuerdo ahora a Juan Antonio del Busto, a Raúl
Zamalloa Armejo, entre otros.

¿Y en Derecho?

Usted comprenderá que en Derecho, en cuya enseñanza me inicié en 1956, tengo muchos
miles de ex alumnos dado que enseñé en varias universidades como son San Marcos, la
Católica, la de Lima, la San Martín de Porras y, eventualmente, tanto en la Universidad del
Pacífico como en la Academia Diplomática. A ellos los encuentro en diversos lugares del
país y ello me alegra. Sería extenso citar nombres, podría olvidar algunos que se han
distinguido en la vida. Algunos de ellos han prestado o están prestando invalorables
servicios al país y a la causa del Estado de Derecho. Ello me enorgullece y me conmueve.

Le diré, sin embargo, que con relativa frecuencia, es algo que me abruma, recibo libros o
revistas provenientes del exterior, sobre todo de Latino América, donde se glosan algunos
de los aportes que hemos hecho en las materias en las que hemos incursionado. En cierta
manera ellos se adhieren a las ideas que pusimos en circulación más allá de nuestras
fronteras. Ello me complace como jurista peruano y me sirve de invalorable estímulo para
perseverar en lo que nunca abandoné: la investigación jurídica en busca de mi verdad. Una
verdad que es grato compartir con los demás.

Por ejemplo, Cárdenas Quirós no fue mi alumno en la universidad. El cursó sus estudios en
la Universidad Católica en los años en que me encontraba en Europa. Cuando retorné, y
fui invitado algunas veces por la Comisión Revisora para sustentar mis nuevas propuestas
para elaborar el Código Civil, me encontré con él, de casualidad, en una reunión en la que
se discutía el tema de la representación. Habían dos posiciones. Una sustentada por un
experimentado y eminente profesor y la otra por un joven a quien no conocía: era Cárdenas.
Luego de escuchar las intervenciones me atreví a intervenir para señalar mi conformidad
con la posición de este joven profesor. La Comisión Revisora adoptó la posición de
35

Cárdenas que personalmente había respaldado. De ahí nace nuestra amistad. Cárdenas
es un jurista inteligente, culto, documentado, agudo en sus interpretaciones.

Cárdenas se ha declarado públicamente mi discípulo en el área del Derecho. Ello, sin duda,
me complace. Estimo que comparte mi concepción humanista, personalista, del Derecho.
Tal vez descubrió, a través de mis exposiciones, un mundo nuevo o, al menos, le permitió
reforzar sus intuiciones o sus nacientes convicciones. Para compartir esta visión del mundo
jurídico poseía, aparte de un talento natural, una formación de base que le facilitó la tarea.
Esta visión del Derecho se exterioriza en muchos de sus trabajos. Pertenece a una escuela
que considera que la persona es el centro y el eje del Derecho, que la libertad y la justicia
son sus valores supremos y no la utilidad como pretenden, vanamente, algunos juristas
“economicistas” de raíz materialista.

Recuerdo también a Morales Godo quien tuvo una formación personalista por lo que, en lo
medular, adhiere a estas ideas. Tuve por él un especial aprecio. Tiene un excelente libro
sobre el frecuente y difícil conflicto entre el derecho a la intimidad y el de la información.
Tuve la satisfacción de prologarlo9. Es útil su lectura desde que aborda, excelentemente,
un tema de interés general.

En general usted tiene apologistas.

Yo diría que más que apologistas se trata de juristas que, premunidos de una concepción
personalista, compartimos las mismas ideas matrices por lo que conformamos una Escuela.
Para que exista una Escuela se requiere de tres elementos: un breve pero macizo conjunto
de principios jurídicos básicos, uno o más maestros que los conciban, los sensibilicen y los
vivan y, finalmente, de discípulos que compartan, desarrollen y superen los principios de
los maestros, a quienes deben admirar por su trayectoria no sólo académica sino
existencial. Creo que esto está ocurriendo en el Perú, tal vez a partir de la promulgación del
Código Civil de 1984, sin que aún tengamos conciencia de ello por la carencia de suficiente
perspectiva temporal.

Hablemos de sus discípulos.

Es difícil señalar quienes son o no mis discípulos. No lo sabemos, a ellos les corresponde
identificarse como tales. Algunos, generosamente, lo han hecho en los últimos años. De
otro lado, nunca se sabe si ellos perseverarán en sus ideas. No es pues a mí a quien
corresponde señalar quiénes son mis discípulos. Son ellos los que lo han reconocido o lo
irán reconociendo durante su travesía existencial. No obstante, estoy convencido, por
ejemplo, que Yuri Vega Mere adhiere a las ideas matrices del personalismo jurídico como
otros profesores de su generación. El realizó estudios de post grado en la Universidad de
Siena bajo la dirección del destacado Profesor Marco Comporti. Yuri Vega ha enseñado y
enseña en varias universidades y ha publicado libros y artículos que denotan su sólida
cultura y formación jurídica. Tuve la satisfacción de prologar el primero de sus libros, así
como también él ha prologado uno de los míos, uno que quiero de manera especial 10.

9
Morales Godo, Juan. El derecho a la vida privada y el conflicto con la libertad de información. Lima,
1995.
10
Vega Mere, Yuri. Derecho Privado. Editorial Grijley. Lima, 1996. Fernández Sessarego, Carlos. Derecho
y Persona. Editorial Grijley, segunda edición. Lima, 1995.
36

Debo citar entre mis ex alumnos a Luz Monge Talavera, quien hizo una tesis para obtener
en San Marcos el Bachillerato en Derecho, en la que se sostiene el tridimensionalismo de
la persona jurídica. Ella ha obtenido un meritorio Doctorado en Derecho en la Sorbona.

Durante el tiempo que dirigí el Centro de Investigación de la Facultad de Derecho de la


Universidad de Lima trabajé con un grupo de jóvenes, algunos de los cuales han
perseverado en la investigación y la docencia jurídica. Es el caso, entre otros, de Enrique
Varsi a quien estimulé para que se dedicara al estudio del derecho genético. Ello ocurrió a
mi retorno de una reunión mundial sobre el genoma humano efectuada en Bilbao en 1992.
Lo ha hecho con ejemplar dedicación y eficiencia, habiendo publicado varios libros que han
sido de gran utilidad en nuestro medio. Tuve la satisfacción de prologar el primero de ellos 11.

Olenka Woolcott, quien fuera mi alumna en la Universidad de Lima, tiene un valioso


Doctorado en la Escuela Superior de Santa Ana de la Universidad de Pisa y hemos
colaborado en algunas publicaciones. Trabajó al lado de profesores de la talla de Visintini,
en Génova, y de Busnelli, en Pisa.

Juan Espinoza Espinoza fue también un excelente alumno sanmarquino que hizo estudios
de post grado en Génova con la profesora Visintini. Tuve también la satisfacción de prologar
su primer libro12.

Tuve también una alumna de calidad en San Marcos, en quien cifré, muchas esperanzas.
Se trata de Elvira Martínez Coco. Hace ya un buen tiempo, tal vez años, que no converso
con ella por lo que desconozco su actual posición. Ella se ha dedicado, a diferencia de los
demás ex alumnos antes citados, al derecho patrimonial.

Recuerdo también a una eficiente y responsable colaboradora durante el tiempo que dirigí
el Centro de Investigación de la Facultad de Derecho en la Universidad de Lima. Se trata
de Laura Fantozzi Riveros, quien siguió cursos de post grado en Londres, en el área del
Derecho Económico, al cual se ha dedicado.

No puedo dejar de mencionar a Paula Siverino, una gran investigadora argentina. Cada vez
que regresa al país viene a visitarme.

Tampoco me es posible olvidar a Carlos Agurto y a Sonia Quequejana quienes siguen las
ideas que esbocé. Son jóvenes estudiosos del Derecho a quienes les auguró muchos éxitos
por su dedicación y esfuerzo.

Reitero, en general las personas que han trabajado en el Perú han sido entusiastas
defensores de su obra.

Mi obra es la síntesis de una concepción humanista o personalista del Derecho a la que


pude llegar sobre la base de una fundamentación filosófica y una atenta observación de lo
que realmente acontece en la vida y no sólo en el etéreo mundo de los conceptos. Si se
aplica esta cosmovisión al estudio crítico de ciertas instituciones jurídicas es dable obtener
un replanteo de las mismas. Ello ha ocurrido en los últimos años con ciertas instituciones
que van desde la responsabilidad civil hasta la capacidad jurídica. Estas ideas las he
trabajado siempre en equipo, compartiendo mi tiempo, mis inquietudes e intuiciones, con

11
Varsi Rospigliosi, Enrique. Derecho y manipulación genética. Universidad de Lima. Lima, 1996.
12
Juan Espinoza Espinoza. Estudios de Derecho de las Personas. Lima, 1990.
37

muchos jóvenes que han pasado a mi lado en la Universidad o en mi Estudio que, a


menudo, fue prolongación de la primera. Mis ex alumnos pueden dar fe de ello. Ellos me
han alentado siempre. Actualmente transito por la misma ruta y cuento con nuevos
colaboradores que, por su juventud, nunca fueron mis alumnos pero que generosamente
me rodean. Sospecho que ellos se me acercan porque comparten mi concepción del
Derecho, en cuanto han leído mis trabajos, así como mi consecuencia en relación con mis
principios.

Tal vez por dicha compenetración algunos de mis ex alumnos siguen compartiendo los
mismos ideales e inquietudes de antaño. Lo hacen por convicción, después de una propia
y crítica reflexión. Su continuo apoyo me induce a continuar en la brega.

También trabajo, en su última temporada en la Pucp, con un grupo de jóvenes.

Usted se refiere a Joel Díaz Cáceda, Gattas Abugatás y García Chávarri. Excelentes
alumnos con los que compartí clase y charlas en la Maestría de La Católica.

En general, una buena cosecha.

Tal vez lo que en gran medida justifica la existencia de un profesor es haber formado
escuela, el dejar discípulos que por su calidad estoy seguro que desarrollarán y superarán
mis modestos aportes al Derecho. Tener discípulos de mentalidad abierta, creativos, me
llena de orgullo y de satisfacción. No lo puedo ocultar. De ellos he aprendido mucho. Son
sesenta años de siembra entusiasta, permanente y convencida con mis principios. En el
trayecto he coincidido con algunas personas; con otras no. No se puede agradar a todos.
Pero la crítica siempre ha sido para mí bienvenida, salvo cuando es precedida del
calificativo, la diatriba y el encono. A veces la juventud se confunde. Estoy seguro que el
tiempo le dará a quienes se alborozan con ese estilo la serenidad que sus conocimientos e
inteligencia exigen.

Una última pregunta. Sobrevilla en el prólogo a “El Derecho como Libertad”


menciona que su tesis ampliaba en mucho el horizonte del pensamiento jusfilosófico
nacional13. ¿Es usted jusfilósofo?

Sobrevilla es un extraordinario filósofo, pocos como él riguroso en sus trabajos,


documentado, severo en su crítica, dotado de una vasta cultura no sólo filosófica,
investigador acucioso y honesto, Es como el profesor José León Barandiarán, como
Francisco Miró Quesada Cantuarias, como Domingo García Belaúnde, como Mario
Alzamora Valdez, entre otros pocos hombres de Derecho que he conocido en mi decurso
existencial. No estamos acostumbrados a convivir con intelectuales e investigadores de su
nivel. Gente de esta calidad es generosa, sabe elogiar cuando lo consideran adecuado.
Son conscientes que ello es un estímulo para que, quien tiene cierta valía, continúe en la
ruta. Los mediocres nunca o rara vez elogian. No soportan que alguien sea superior a ellos,
que los opaque, que ponga en evidencia sus naturales carencias. Son, por lo general
mezquinos, envidiosos. Al respecto, recuerdo los severos juicios que tenía Raúl Porras en
relación a ellos, muchos de los cuales pretendían vanamente descalificar su obra.

13
Fernández Sessarego, Carlos. El Derecho como libertad. Preliminares para una filosofía del derecho.
Segunda edición, Universidad de Lima, Lima, 1994, p. 21.
38

Por el contrario, los que tienen valores propios reaccionan de manera diferente porque nada
de valioso que puedan tener otros colegas los desmerece. Ellos no compiten, entregan el
producto de su saber sin esperar nada a cambio. Son conscientes de sus calidades.
Sobrevilla se alinea con ellos. Creo conocerlo. Es generoso frente al esfuerzo, al aporte de
un colega, pero, al mismo tiempo, severo con los mediocres, los superficiales, los
investigadores carentes de honestidad y de rigor. Tal vez a esta generosidad se deban las
elogiosas expresiones de Sobrevilla sobre mi obra, que usted menciona

Los maestros reconocen también el aporte que pueden recibir de sus discípulos. No los
ignoran o mediatizan. Los exaltan, si es el caso. Sobrevilla en el Tomo XI de la Historia del
Perú14, que editara hace ya varios años ese extraordinario librero que fue Juan Mejía Baca,
en su valioso ensayo sobre la historia de las ideas en el Perú, recuerda que el maestro León
Barandiarán, con esa humildad y generosidad que le reconocemos los que estuvimos toda
una vida a su lado, asumió, en algún artículo que publicara en 1953, una visión
tridimensional del Derecho contenida en mi tesis de Bachiller. En otro artículo, publicado en
la revista “Derecho” de la Universidad Católica15, de hace un buen número de años,
Sobrevilla anota que también estuvimos entre los primeros críticos peruanos de las
conclusiones a que llega Kelsen en el desarrollo de su Teoría Pura.

Quisiera recordar también, a propósito de las expresiones de Sobrevilla, que León


Barandiarán, Carlos Cossio y Mario Alzamora Valdez también se refirieren, con expresiones
generosas y estimulantes, a mi trabajo de juventud. Este último, en su libro sobre la filosofía
del derecho en el Perú, publicado en 196816, menciona la tesis aún inédita al comentar los
desarrollos contemporáneos de dicha disciplina en el Perú.

Pero Ud. me ha preguntado si soy jusfilósofo. Es difícil que uno se autocalifique. Sin
embargo, creo que soy un pensador, un estudioso. Soy un pensador que filosofa. Digo que
filosofo en el sentido que me pregunto siempre, en cualquier situación o circunstancia, el
“por qué” y el “para qué”. Estimo que filosofar es pensar lo pensado por otro con coherencia.
Desde este punto de vista todos filosofamos cuando realizamos esta extraordinaria
aventura del pensamiento. Lo que ocurre es que algunos seres humanos, especialmente
dotados para esta actividad, son filósofos de profesión, se dedican a esta actividad toda su
vida. Es su razón de ser, su proyecto de vida. Ellos se dedican sólo o preferentemente a
filosofar. Viven para la filosofía y de la filosofía. En este último sentido no soy ni filósofo ni
jusfilósofo porque, simplemente, no vivo de y para la filosofía.

Pero, sin ser un jusfilósofo profesional, necesariamente y casi sin advertirlo, he tenido que
filosofar para responderme a las grandes interrogantes que me he ido planteando en mí
transcurrir existencial. Siempre tuve como inquietud cardinal ¿de dónde venimos?,
¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos? Responder a estas cuestiones supone filosofar.

14
El ensayo de David Sobrevilla se titula Las ideas en el Perú Contemporáneo. Aparece en la pág. 115 y
siguientes de la Historia del Perú de Mejía Baca. La cita a que se refiere Fernández Sessarego se halla en la
página 263.
15
Se trata de la revista “Derecho”, editada por la Facultad de Derecho de la Universidad Católica del Perú, en
el número 31 correspondiente a 1973. La cita de Sobrevilla a la que alude Fernández Sessarego se halla en las
páginas 155-156 del ensayo titulado La influencia de Kelsen en el Perú.
16
La obra de Mario Alzamora Valdez a que se hace referencia se titula La Filosofía del Derecho en el Perú,
impreso por la Librería Minerva. Lima, 1969. Las referencias a la obra de Fernández Sessarego se halla en las
páginas 121 a 123.
39

De otro lado, para responderme sobre las preguntas acerca del objeto del Derecho o de la
naturaleza de la persona tuve que filosofar. Estaba obligado a ello. Igual cuando he tenido
que tocar otros temas como la capacidad, la identidad, el daño al proyecto de vida, por
ejemplo. Había que acudir a los supuestos, a las ultimidades. Y este es el campo de la
filosofía. No he podido, por tanto, evadirme de la tarea de hacer jusfilosofía en algunos
momentos cardinales de mi vida como jurista.

Me atrae la filosofía como disciplina mental y como instrumento para penetrar en la hondura
de los asuntos que manejamos. Por ello estudié cuatro años de humanidades,
preferentemente filosofía e historia, en la Universidad de San Marcos, entre 1943 y 1947.
En esa época me familiaricé con la filosofía de la existencia. ¿Por qué? Simplemente por
interés personal, por vocación, por saber lo más posible sobre el ser humano, sobre la
persona. Siempre me interesó saber, como le tengo dicho, “quién soy” y “cómo soy”. Tal
vez por todo lo dicho, o por algo de lo dicho, algunos colegas consideren que, además de
jurista, soy un jusfilósofo. Es su apreciación. Es la identidad que me atribuyen. Yo no lo sé;
yo sólo le puedo decir que busqué en la filosofía, como en la religión, el sentido, la razón
de mi vivir. Y creo, en el invierno de mi vida, haber captado este sentido. Pero ese es otro
tema del que no me opongo a conversar en otra ocasión.

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