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CAPITULO CUARTO

EL CONCEPTO DE MATRIMONIO EL IUS CONNUII


SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN—II. MATRIMONIO CANÓNICO—1. Principios
informadores.—2. Noción jurídica.—3. El matrimonio como contrato.—4. Caracteres del matrimonio canónico.—5. La comunidad
conyugal.—III. EL MATRIMONIO CIVIL.—IV. EL/US CONNUBll.—\. El derecho a contraer matrimonio.—2. La capa-cidad de las
partes: presupuestos físicos y psíquicos.—3. Limitaciones legales: los impedimentos.

I. INTRODUCCIÓN

El dº canonico ha ejercido una profunda infuencia en el proceso de formación del matrimonio civil.

Entre los dos modelos de matrimonio, que ha ofrecido la cultura occidental, el romano y el canónico, el
modelo canónico es el que ha sobrevivido, influyendo decisivamente en la formación de los sistemas
matrimoniales civiles en el mundo occidental.

Al margen de la vigencia social de la legislación matrimonial canónica, que se deduce del número de
matrimonios contraídos de acuerdo con dicha legislación,

El actual carácter aconfesional del Estado español ha alejado al matrimonio civil de los fundamentos
metajurídicos en los que se inspira el sistema matrimonial canónico.

La técnica jurídica canónica continúa presente en la mayor parte de las categorías jurídicas utilizadas por el
legislador civil.

La primacía del consentimiento, como pilar fundamental de la confección del matrimonio,y los requisitos de
capacidad o la formalización del matrimonio, continúan presentes en la arquitectura legal del matrimonio
civil.
Incluso, allí donde pueden existir mayores discrepancias metajurídicas, tales como la disolubilidad del
vínculo matrimonial o los fines del matrimonio, se podrán advertir semejanzas notables que permiten
suponer que, abandonados los presupuestos metajurídicos, han sobrevivido, sin embargo, las técnicas
jurídicas.

II. EL MATRIMONIO CANÓNICO


1.PRINCIPIOS INFORMADORES

Uno de los tipos de matrimonio que han tenido mayor difusión y vigencia histórica hasta nuestros días es el
matrimonio canónico.
Es tipo de matrimonio seguido por la mayoría de los españoles, con preferencia, todavía en la actualidad,
sobre el matrimonio civil y el de otras confesiones religiosas.

El matrimonio canónico se inspira en unos presupuestos metajurídicos —teológicos y culturales—, que


configuran las bases doctrinales del mismo.
La doctrina canónica se limita a traducir en términos jurídicos tales presupuestos doctrinales, que:
 tienen el carácter de principios informadores e imperativos del sistema matrimonial canónico
 que están contenidos en la concepción cristiana del matrimonio, según la propia interpretación de la
Iglesia católica.

Esta concepción ha sido reiterada en el Concilio Vaticano II en los siguientes términos:

«Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no
depende de la decisión humana.
Pues el mismo Dios es el autor del matrimonio, al que ha dotado con bienes y fines varios; su importancia
es muy grande para la continuación del género humano, para el bienestar personal de cada miembro de la

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familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y pros-peridad de la misma familia y de toda
la sociedad humana.
Por su índole natural, la misma institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la
procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia.
Así que el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos sino una sola carne (Mt 19,6), se
ayudan y sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente
por la íntima unión de sus personas y actividades.
Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena
fidelidad conyugal y urgen la indisoluble unidad.»

Según esta concepción, el matrimonio se define como «una íntima comunidad conyugal de vida y amor, que
nace del consentimiento per-sonal e irrevocable», es decir, del pacto conyugal «por el cual los esposos se dan
y se reciben mutuamente».

Basado en la ley natural, "este vínculo es sagrado", es un sacramento, creado por Dios, que le ha dotado de
"unos bienes y fines varios".
Del matrimonio cristiano se predica la unidad, la indisolubilidad, la procreación y educación de la prole, y la
mutua ayuda de los cónyuges.

La explicitación de estas características del matrimonio cristiano mueve a la doctrina conciliar a reprobar las
desviaciones de esta concepción del matrimonio presente en la sociedad:

«... la dignidad de esta institución no brilla por igual en todas partes con el mismo esplendor, puesto que
está oscurecida por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es
más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos
contra la generación».

a) Antecedentes históricos

La doctrina cristiana sobre el matrimonio es el resultado de una larga controversia doctrinal


Esta ha alcanzado su máximo esplendor en la doctrina teológica y canónica del Medievo.

Una cuestión previa, pero estrechamente ligada al matrimonio y de la que se ocupó ampliamente la doc-
trina, se refiere a la propia licitud de la actividad sexual.

La exaltación de la virginidad y de la castidad, que constituyen el punto cardinal de la doctrina cristiana, ha


conducido a una consideración negativa de las relaciones sexuales y a la necesidad de encontrar una
justificación doctrinal de dichas relaciones.

1 ) Una primera justificación de la actividad sexual se encuentra en el matrimonio como remedio o efecto
medicinal de la concupiscencia.

«El remedio no puede aplicarse a un bien, sino a un mal, y éste es en concreto la debilidad de la naturaleza
humana, es decir, de la concupiscencia, que conduce al pecado de incontinencia, la for-nicación y a la
impureza generalmente consideradas»
(abellán).

Este autor, después de estudiar la doctrina medieval, explica cómo se efectúa este remedio.
Justificada la actividad sexual bajo ciertas condiciones en la unión legítima, se puede hablar ya de un
remedio subjetivo; por cuanto el hombre puede ejercitarlo dentro de ciertos límites; y al quedar satisfecho
este vehemente impulso natural, entre los combates y consiguientemente las caídas

A pesar de todo, los autores medievales consideran la acción sexual como una actividad desordenada, cuya
gravedad difiere según los autores, y que se justifica únicamente por su finalidad: la prole.

Constituye éste el primer y principal fin del matrimonio y comprende los siguientes aspectos:

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a) Este bien del matrimonio (proles o spesprolis) indica la disposición de ánimo necesario para recibir con
amor a la descendencia.
b) Incluye la educación religiosa.
c) Significa la prole como fin de la unión sexual, y la educación religiosa.
d) Comprende el amor para recibir los hijos y la bondad para edu-carlos física y religiosamente.
e) Exige el deseo explícito de tener hijos para educarlos física y religiosamente.

la explicación principal de la legitimidad de la actividad sexual de los cónyuges y, al mismo tiempo, el fin
primario del matrimonio. la constituyen :
a) La conservación de la especie
b) la consiguiente necesidad de la reproducción de los seres humanos,
c) la incorporación de nuevos miembros a la Iglesia, mediante la educación religiosa de los hijos

Por esta razón, es ilícita la cópula conyugal no destinada a la generación, que aparece condensada en la
expresión latina: sifilios malis artibus evitaveris.

Según esta concepción, el matrimonio justifica la actividad sexual por su ordenación a la generación de la
prole.
Pero esta actividad queda limitada por las características del matrimonio cristiano —bienes o propie-dades
—, referidos a la unidad (monogamia) y a la indisolubilidad.
La relación entre estos caracteres del matrimonio y la actividad sexual quedan reflejados en la doctrina
medieval en los siguientes términos:
«¿En qué sentido se puede decir que los bienes del matrimonio excusan lo que, según la mentalidad de los
diversos autores, tiene de reprensible el uso del matrimonio, en sí mismo o en alguno de sus elementos?

La mayor parte no investiga esta cuestión; Rufino y Hugo de San Víctor explican que estos bienes, la
fidelidad, la prole y la indisolubilidad del sacramento, limitan el ámbito de la concupiscencia y contrapesan
lo que hay en ella de reprensible, por los buenos efectos que producen» (abeli.án).

Por último, apenas aparece mencionado en la doctrina medieval el mutuo auxilio o la mutua ayuda entre los
cónyuges como un fin del matrimonio, tal como aparece recogido en el Código de Derecho canónico de
1917.
Tampoco la comunidad de vida y el amor conyugal

La doctrina del Concilio Vaticano II ha resaltado la dimensión del matrimonio como comunidad conyugal —
íntima comunidad de vida y amor— y el amor conyugal, realzando, la relación personal entre los esposos,
que en la doctrina anterior aparece notablemente oscurecida.

Sin embargo, esta apelación al amor conyugal aparece íntimamente ligada a los llamados «bienes del
matrimonio
«Este amor —dice la doctrina conciliar—, ratificado por el mutuo compromiso, y sobre todo por el
Sacramento de Cristo, resulta indiso-lublemente fiel, en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la
adversidad, y, por tanto, queda excluido de él todo adulterio y divorcio...» «El matrimonio y el amor
conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de los hijos.»

Las prevenciones de la doctrina católica sobre la dimensión sexual del ser humano, y consecuentemente
sobre el matrimonio, quedan reflejados en el siguiente texto del Concilio de Trento:
«Si alguno dijere que el estado del matrimonio debe preferirse al estado de virginidad o de celibato, y que
no es mejor ni más feliz mantenerse en la virginidad o celibato que casarse, sea excomulgado.»

b) Configuración del matrimonio cristiano

En conclusión, el tipo de matrimonio adoptado por la doctrina católica hay que encuadrarlo en el ámbito del
matrimonio religioso, como una institución natural que tiene carácter sagrado.

Es una unión natural elevada a sacramento; entre sus propiedades se encuentran la unidad (monogamia) y la
indisolubilidad y entre sus fines la procreación y la mutua ayuda, si bien, últimamente, la doctrina prefiere
obviar la referencia a los fines;

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En su lugar, se menciona la ordenación del matrimonio a la prole y al bien de los cónyuges.

Por último, el matrimonio reafirma la heterosexualidad —unión de un hombre y una mujer—, no dando
cabida en esta institución a las uniones homosexuales.

2. NOCION JURIDICA

La noción del matrimonio, elaborada por la doctrina canónica, encuentra su raíz en las definiciones
propuestas por los juristas romanos.

Las diferencias doctrinales básicas entre la concepción cristiana del matrimonio y la concepción romana
obligaron a los canonistas a introducir modificaciones que se tradujeron en la corrección de las definiciones
romanas para adecuar la definición canónica del matrimonio a la concepción cristiana del mismo.

En las Instituciones de justiniano el matrimonio se define como «unión del varón y de la mujer, que contiene
la comunidad indivisible de la vida»,

Pedro lombardo formula la siguiente definición:


«unión marital de varón y mujer, entre personas legítimas, que retiene la comunidad indivisible de la vida».

Las correcciones introducidas por Pedro lombardo pretenden explicar tres aspectos esenciales sobre los que
va a girar la posterior construcción doctrinal del matrimonio canónico:

a) En primer lugar, la unión marital califica específicamente la relación matrimonial, excluyendo cualquier
otro tipo de pactos que puedan concluir un hombre y una mujer, asumiendo obligaciones ajenas a las
propiamente matrimoniales.

Significa la delimitación del contenido del pacto conyugal y, al mismo tiempo, la calificación implícita del
matrimonio como contrato, que constituirá uno de los ejes básicos de la construcción canónica del
matrimonio y una de las más significativas aportaciones de la canonística medieval a la ciencia jurídica.

b) En segundo lugar, la referencia explícita a la legitimidad para contraer matrimonio («entre personas
legítimas») es, una consecuencia de la dimensión contractual del matrimonio que exige la consiguiente
capacidad jurídica y de obrar para concluir el contrato matrimonial.

Revela, el inicio del proceso de juridificación del matrimonio que, a partir de este momento, va a expe-
rimentar un significativo desarrollo, cuyo tema central será el consentimiento, y su expresión más
significativa la prolija regulación jurídica del matrimonio.

c) En tercer lugar, la expresión retinens introduce el carácter indisoluble del matrimonio, de acuerdo con los
presupuestos de la doctrina cristiana.
Este carácter singulariza el contrato matrimonial dentro del género de los contratos, que por su propia
naturaleza son resolubles.
Por esta razón, si bien el matrimonio tiene su origen en la libre voluntad de los contrayentes, la disolución de
la unión conyugal queda fuera del alcance de los cónyuges, que se vinculan con carácter irrevocable.

3. EL MATRIMONIO COMO CONTRATO

 El canon 1055 del Código de Derecho canónico define el matrimonio como «la alianza
matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda vida, ordenado
por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole».
Entre cristianos —añade el texto legal— el matrimonio tiene dignidad de sacramento, de tal
manera que «no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento».

 Siendo el matrimonio un contrato, la unión conyugal «lo produce el consentimiento de las partes
legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles» (c. 1057, 1).

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Este consentimiento «es el acto de voluntad, por el cual el varón y la mujer se entregan y aceptan
mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio».

La legislación canónica vigente reafirma el carácter contractual del matrimonio, a pesar de las críticas
doctrinales que han intentado superar esta concepción calificándolo como institución, relación jurídica o
negocio jurídico.

V. reina considera que «su definición como contrato de Derecho de familia, en el amplio sentido que le daba
la más antigua doctrina, es ciertamente admisible, pero quizá pueda aparecer menos conforme con la actual
técnica jurídica, que tiende a usar la expresión contrato para las relaciones jurídicas de contenido
patrimonial.
Y también puede parecer menos idónea si se tiene en cuenta que, aparte del momento formativo del vínculo,
la voluntad privada queda marginada en la regulación del régimen del vínculo mismo».

No obstante, la legislación canónica vigente insiste en la calificación del matrimonio como contrato y sobre
esta base establece su regulación jurídica.

Conviene hacer algunas advertencias previas sobre el particular.


Por una parte, el carácter contractual del matrimonio se refiere al origen del mismo, es decir, a la prestación
mutua del consentimiento por parte de los cónyuges, que conlleva la asunción de una serie de derechos y
obligaciones recíprocas.
Se distingue :

1. este momento originario, llamado también matrimonio infieri o pacto conyugal,


2. de la socie-dad conyugal o comunidad matrimonial, denominado también matrimonio in facto esse, que se
refiere al estado permanente o sociedad nacida del contrato matrimonial.

Por otra parte, es preciso tener en cuenta que se trata de un contrato singular en el que el contenido esencial
del mismo queda sustraído a la voluntad de las partes.

Esto quiere decir que las partes tienen libertad de contraer, de tal manera que el consentimiento libre de las
partes es insustituible y no puede ser suplido por nadie, es decir, sin consentimiento no hay matrimonio.

Sin embargo, las partes carecen de libertad de contratar, lo que significa que el régimen jurídico del
matrimonio está regulado por la ley y este esquema normativo no puede ser alterado o modificado por la
libre voluntad de las partes.

El origen del carácter contractual del matrimonio es genuinamente canónico:


«En el Derecho romano —dice mans— no encontramos una calificación de la naturaleza jurídica del
matrimonio.
El cardenal Gasparri observa que si bien en los textos del Derecho romano se lee la expresión matrimonium
contrahere ,los romanos lo consideraban como una relación de hecho y no pretendieron asignarle valor y
función de categoría jurídica.»

El momento culminante de la formación de la teoría contractual del matrimonio puede situarse en el siglo
XII.
Algunas circunstancias resultaron decisivas para que se produjera esta situación.

1) Por una parte, la extensión de la jurisdicción eclesiástica sobre el matrimonio, que concedió al
matrimonio cristiano una situación hegemónica en la sociedad de la época.
2) Por otra parte, la progresiva juridificación de la Iglesia, coincidente con la renovación de los estudios del
Derecho romano y el nacimiento del Derecho canónico como ciencia jurídica autónoma de la teología.

La legislación eclesiástica sobre el matrimonio tuvo que afrontar el momento del nacimiento del vínculo
conyugal para fijar en términos jurídicos dos presupuestos teológicos: el momento de la colación del sacra-
mento y de la indisolubilidad de la unión conyugal.

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Desde estas coordenadas era preciso superar la concepción romana del consentimiento continuado (affectio
maritalis), contradictorio, por su propia naturaleza, con el principio teológico de la indisolubilidad y que
creaba una manifiesta inseguridad en torno al momento de la colación del sacramento.

La polémica doctrinal entre graciano y Pedro lombardo, expuesta en otro lugar, sobre el momento de la
perfección del matrimonio, tuvo que dirimir la controversia sobre la naturaleza de ciertas figuras, entonces
plenamente vigentes, como los esponsales (promesa de matrimonio), el matrimonio presunto, el matrimonio
rato y el matrimonio consumado.

Finalmente se impondría la teoría que consideraba matrimonio tan sólo al consentimiento de presente.

Por tanto:
 ni el consentimiento de futuro (promesa de matrimonio) da origen al matrimonio,
 ni la cópula (matrimonio consumado) añade nada al matrimonio nacido del consentimiento de
presente.

El valor jurídico de la cópula se limita tan sólo a:


 reforzar la indisolubilidad (el matrimonio rato y consumado es indisoluble)
 y a su equiparación a un consentimiento de presente tácito (por comportamiento), cuando es
precedida por esponsales o consentimiento de futuro (matrimonio presunto).

Convertido el consentimiento en causa eficiente del matrimonio, su homologación como contrato es


incuestionable.
La legislación canónica regulará :
 la capacidad para contraer matrimonio (los impedimentos como prohibiciones para celebrar el
matrimonio),
 el consentimiento y sus vicios y, de forma progresiva, la forma jurídica de la celebración.

En definitiva, se desarrolla un esquema normativo completo del contrato al que tienen que adherirse los
contrayentes para celebrar verdadero matrimonio.

4. CARACTERES DEL MATRIMONIO CANÓNICO

Está ya asentado el carácter contractual del matrimonio canónico, que cuando tiene lugar entre bautizados
es elevado a sacramento (c. 1055, 2),
Los otros aspectos o caracteres que tipifican al matrimonio canónico y permiten diferenciarlo de otros tipos
de matrimonios regulados en otras legislaciones , básicamente están contenidos en los cañones 1055 y 1056
y se refieren a la ordenación del matrimonio y a sus propiedades esenciales.

a) La ordenación del matrimonio

La evolución doctrinal y jurídica del matrimonio canónico está ligada a la justificación o razón de ser del
mismo.
La propagación de la especie, el remedio de la concupiscencia o la mutua ayuda constituyen argumentos
invocados, en su momento, para justificar la existencia del matrimonio.

El canon 1031 del Código del Derecho canónico de 1917 recoge fielmente tal evolución doctrinal al declarar
explícitamente que:
«La procreación y la educación de la prole es el fin primario del matrimonio;la ayuda mutua y el remedio
de la concupiscencia es su fin secundario.»

Según la doctrina, el fin primario es el principal y a él convergen los demás fines, que están contenidos
implícitamente en aquél.
La diferenciación entre fines primarios y secundarios implica, además, una subordinación, de tal manera que
los fines secundarios deben ordenarse al fin primario.

Estos fines son del matrimonio-institución, es decir, los determinados normativamente;

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Los fines subjetivos o del contrayente pueden ser distintos y, aunque se recomienda que asuman los fines
institucionales, el matrimonio es válido si los contrayentes persiguen fines diversos de aquéllos.

El matrimonio resultaría nulo si, además de perseguir fines distintos, los contrayentes excluyen los fines
institucionales.

MANS explica, así, el contenido de estos fines:


«La ordenación objetiva del matrimonio a su fin primario consiste en que la unión matrimonial (tanto si se
considera in fieri como in facto esse) contenga todo cuanto se requiere y basta por la actividad del hombre,
para que (de manera adecuada a la dignidad de la especie humana) pueda obtenerse la generación y la
educación de la prole.

Por ello, también el acto conyugal no menos que el mismo matrimonio se encuentra subordinado y sometido
a dicho fin primario, y en grado tal, que el ejercicio de este acto tan sólo se permite si y en tanto en él se
verifica y observa la subordinación esencial al fin primario del matrimonio.

El fin secundario del matrimonio (...) es doble:


 la ayuda mutua

El derecho al consorcio de la vida y al mutuo auxilio no se origina en los contrayentes, sino del derecho
primario a engendrar y a educar la prole;
No puede verificarse un contrato matrimonial con el fin exclusivo de la mutua ayuda, prescindiendo
positivamente del fin primario, ya que el contrato matrimonial de tal manera atentado sería nulo y no
produciría en los contrayentes ningún derecho matrimonial, ni principal ni secundario.

Todo consentimiento matrimonial de dar y aceptar el derecho perpetuo y exclusivo sobre el cuerpo en orden
a los actos de suyo aptos para la generación de la prole, por eso mismo hace surgir en los contrayentes el
derecho a la comunidad de vida y al mutuo auxilio.

 y el remedio de la concupiscencia.

En cuanto al otro fin secundario, el remedio de la concupiscencia, por su naturaleza, está subordinado al fin
primario de la generación; pues la concupiscencia se satisface en el matrimonio y por el matrimonio,
mediante el uso lícito de la facultad generativa.
Por esto, también la sedación de la concupiscencia, que se obtiene con el ejercicio del acto conyugal, al igual
que este mismo, está subordinada al fin primario del matrimonio.»

El canon 1055 supera la terminología tradicional de los fines del matrimonio, sustituyéndola por otra
expresión más acorde con la naturaleza del matrimonio: «ordenación... al bien de los cónyuges y a la
generación y educación de la prole».

Hervada: «... el fin explica la ordenación esencial del matrimonio a él, de modo que el orden o dis-posición
estructural esencial del matrimonio y de su actividad se mide por su orientación al fin. No es esto algo
advenedizo o yuxtapuesto al matrimonio, sino su natural y preestablecida estructura, de forma que la
ordenación del matrimonio a los bienes que constituyen su finalidad es esencial en él».

La legislación vigente, pretende superar también la tradicional subordinación de los fines, de tal manera que,
incluso, en la propia exposición legal se menciona en primer lugar el bien de los cónyuges y, a continuación,
la generación y educación de los hijos.

El texto legal no pretende restablecer la jerarquía de los fines, ni anteponer el bien de los cónyuges al bien de
la prole.
Por el contrario, el texto legal debe interpretarse en un sentido más amplio, de tal manera que el matrimonio
se ordena conjuntamente al bien de los cónyuges y al bien de la prole:

a) El bien de los cónyuges abarca la mutua ayuda y el remedio de la concupiscencia, según la anterior
terminología, en una dimensión interpersonal más amplia que la simple unión generativa, «... representa el
sentido y la misión de servicio mutuo que contiene el matrimonio.

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Comprende muchos aspectos —efectivos, de consejo, compañía, etc.— difícilmente expresables.
De entre ellos, el más captable consiste en la complementariedad y ayuda en la vida del hogar, entendiendo
por tal —por hogar— no un locus, sino el núcleo de vida privada que, jurídicamente, la doctrina ha
tipificado en el derecho a los alimentos y en la cohabitación (con unidad de mesa, lecho y habitación)»

El bien de los cónyuges habrá que encuadrarlo en la tendencia a la consecución de la íntima comunidad
conyugal de vida y amor, en que consiste el matrimonio, y en la solicitud y ayuda al otro cónyuge en su plena
realización personal.

b) El bien de la prole explica la tendencia institucional del matrimonio cristiano a la generación y educación
de la prole.

El significado del matrimonio como unión del hombre y de la mujer, en la que está admitido el trato sexual,
adquiere en el matrimonio cristiano una relevancia especial en orden a la procreación.

Según estos presupuestos doctrinales, la actividad sexual es lícita sólo en el matrimonio y se ordena
naturalmente a la procreación.
Por consiguiente, la desvinculación intencionada de la relación sexual y del proceso generativo constituye un
comportamiento ilícito y contrario a la doctrina cristiana.

Esta concepción entra en conflicto frontal y directo con las tendencias actuales a la planificación familiar,
basada en métodos anticonceptivos y en el aborto, procedimientos condenados reiteradamente por el
magisterio católico.

Esta concepción ética tiene un reflejo inmediato en el ámbito jurídico.


La intención de los contrayentes de excluir la prole en el momento de la prestación del consentimiento hace
nulo el matrimonio.
La exclusión de la prole, unilateral o bilateral, formulada interna o externamente por los cónyuges, está en
contradicción con el esquema normativo que regula el matrimonio canónico y, en consecuencia, tal
consentimiento no es verdaderamente matrimonial e impide el surgimiento del vínculo conyugal.

La conexión entre actividad sexual y procreación plantea una nueva cuestión.

El deseo de engendrar hijos por procedimientos artificiales (inseminación artificial y fecundación in vitro),
marginando la relación sexual, entra en contradicción con los postulados de la doctrina católica, por lo que
dichas prácticas resultan igualmente reprobadas.

En términos jurídicos, el bien a la generación de la prole comprende:


a) El derecho-deber de cada cónyuge al acto conyugal.
b) El derecho-deber de cada esposo a que se respete el proceso natural ordenado a la fecundación.
c) El derecho-deber de los cónyuges a la educación de la prole.

b) Las propiedades esenciales del matrimonio

Declara el canon 1056 que: «Las propiedades esenciales del matri-monio son la unidad y la indisolubilidad,
que en el matrimonio cristiano alcanzan una particular firmeza por razón del sacramento.»

La unidad y la indisolubilidad constituyen dos caracteres propios del matrimonio canónico que permiten
establecer la identidad del tipo de matrimonio asumido por la religión católica.

Mientras la unidad (monogamia) constituye una característica común a la mayor parte de las legislaciones
matrimoniales, en cambio la indisolubilidad se encuentra escasamente representada en dichas legislaciones,
al admitir con carácter general el divorcio.

a) La unidad del matrimonio expresa que la unión matrimonial se realiza entre un hombre y una mujer.

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Se opone, por tanto, a las uniones múltiples, un hombre con varias mujeres (poligamia), una mujer con
varios hombres (poliandria) o de varios hombres con varias mujeres (matrimonio comunista).

La unidad representa, la monogamia, asumida mayoritariamente en las legislaciones matrimoniales


vigentes, y se opone a la poligamia, que responde a un tipo de matrimonio cada vez más infrecuente.

La monogamia (unidad) —desde la perspectiva canónica— se opone tanto a la poligamia simultánea como a
la sucesiva.
Es en este punto donde se pueden apreciar diferencias significativas con otras legislaciones donde la
admisión del divorcio posibilita la poligamia sucesiva, ya que, desde la perspectiva canónica, el carácter
indisoluble de la primera unión imposibilita las uniones posteriores, siendo irrelevante que la pareja haya
obtenido el divorcio civil.

Otra nota típica de la unidad del matrimonio canónico se encuentra en el hecho de que se opone no sólo a
uniones legales —matrimonios— simultáneos o posteriores, sino también a otras uniones de hecho de uno
de los cónyuges con terceras personas.

Esta dimensión de la unidad, tiene consecuencias jurídicas, pues quien contrae matrimonio con la intención
de contraer nuevo matrimonio o crear una relación de hecho con tercera persona contrae inválidamente.

b) La indisolubilidad del matrimonio se opone directamente al divorcio.

El vínculo conyugal es —según la concepción canónica— indisoluble, por lo que los cónyuges no pueden
contraer nuevo matrimonio con tercera persona mientras sobreviva el otro cónyuge.
La única causa de disolución del vínculo reconocido por la legislación canónica es la muerte.

El principio general de la indisolubilidad del matrimonio, antes enunciado, admite, sin embargo, algunas
excepciones.
 El matrimonio rato (en-tre bautizados) y no consumado puede ser disuelto por el Romano Pon-
tífice, si existe causa justa (c. 1142).

Se reconoce aquí una cierta eficacia jurídica a la cópula conyugal (consumación), que refuerza la indisolu-
bilidad, de tal manera que el matrimonio rato y consumado «no puede ser disuelto por ningún poder
humano, ni por ninguna causa fuera de la muerte» (c. 1141).

La no consumación del matrimonio permite su disolución por parte del Romano Pontífice, si se invoca la
existencia de una justa causa.
Esta excepción al principio de la indisolubilidad tiene su origen en la polémica medieval entre Pedro
lombardo y graciano sobre la causa eficiente o perfección del contrato matrimonial.
La especial relevancia concedida por graciano a la consumación del matrimonio en orden a la perfección del
contrato se manifiesta aquí —siguiendo una larga tradición canónica— en la posibilidad de disolución del
matrimonio no consumado.

La indisolubilidad del matrimonio se extiende, según la legislación y la doctrina canónica, tanto al


matrimonio entre bautizados como al matrimonio entre no bautizados y, constituye una característica general
de cualquier matrimonio.

En los canones 1143 y siguientes se regulan una serie de supuestos de disolución de matrimonios entre no
bautizados.

Cuando concurran ciertos supuestos, regulados legalmente, se puede disolver el vínculo matrimonial entre
no bautizados, en base a ciertos principios doctrinales resumidos en los privilegios paulino y petrino.

En conclusión, firme el principio de la indisolubilidad del matrimonio, aplicable tanto a los bautizados como
a los no bautizados, la legislación canónica sienta los siguientes principios:
a) el matrimonio entre bautizados que ha sido consumado es absolutamente indisoluble;
b) el matrimonio entre bautizados no consumado puede ser disuelto por el Romano Pontífice, si existe justa
causa;

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c) el matrimonio entre no bautizados puede ser disuelto si concurren las circunstancias requeridas
legalmente.

5. LA COMUNIDAD CONYUGAL

El matrimonio admite dos acepciones.


 Por una parte, el matrimonio-contrato o matrimonio in fieri, que se refiere al momento constitutivo
y que tiene lugar a través de la mutua prestación del consentimiento por los contrayentes.
 Por otra parte, la comunidad conyugal o matrimonio in facto esse, que surge, precisamente, del
matrimonio-contrato.

El Derecho canónico presta especial atención al matrimonio-contrato, de tal manera que la mayor parte de
los cánones que el Código dedica al matrimonio se refieren a su dimensión contractual.

Este enfoque conduce a que la comunidad conyugal tenga un tratamiento tangencial y limitado bajo el
epígrafe "De los efectos del matrimonio".

En dicho capítulo (ce. 1134-1140) se regulan los derechos y obligaciones de los cónyuges entre sí y en
relación con los hijos.

De esta forma esquemática se sustancia legalmente la regulación de la comunidad conyugal —el matrimonio
propiamente dicho— que, en palabras del Concilio Vaticano II, es una comunidad íntima de vida y amor.

La validez del contrato se experimenta en esa comunidad de vida, donde el amor prevalece sobre el
consentimiento y la perduración o quiebra de esa convivencia, íntima y profunda, sobre el principio rígido de
la indisolubilidad.
Este distanciamiento entre el contrato matrimonial y la comunidad conyugal explica muchas veces el
divorcio existente entre la realidad jurídica y la realidad social:
a) contratos matrimoniales que carecen del correlato de la comunidad conyugal;
b) situaciones de hecho, con una apariencia de comunidad conyugal plena, carentes del requisito previo del
contrato.

En ,el esquema normativo del matrimonio está contenido el consorcio de toda la vida, elemento que
identifica y especifica el matrimonio, y cuyo correlato es, en el matrimonio in facto esse, la comunidad de
vida.

P. J. Viladrich, «el matri-monio es un común proyecto de vida, cuyo contenido objetivo viene dado por la
búsqueda conjunta del bien conyugal y de la procreación y edu-cación de los hijos. Este proyecto de vida en
común se realiza progre-sivamente mediante "actos reiterados con aquel sentido de continuidad que se
deriva de expresar deberes y responsabilidades recíprocas per-manentes", esto es, mediante hábitos debidos
en justicia que componen una dinámica estable de vida reconocible e identificable como conyugal, y que
expresan la ordenación debida en justicia de la convivencia matri-monial hacia sus fines objetivos».

III. EL MATRIMONIO CIVIL


El legislador no define.. ni tiene porqué hacerlo, el matrimonio.
Tampoco existe una concepción metajurídica sobre el matrimonio que inspire y vincule al legislador civil,
como ocurre en la legislación canónica.

Por consiguiente, el concepto civil de matrimonio habrá que deducirlo del propio contenido de las normas
reguladoras del matrimonio.

La legislación civil matrimonial conserva los elementos formales heredados del matrimonio canónico:
capacidad, consentimiento y forma.

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En consecuencia, para contraer matrimonio es necesario tener capacidad de obrar, limitando su ejercicio por
la edad, el parentesco, o el conyugicidio.
A su vez, es necesario prestar el consentimiento matrimonial ante la auto-ridad competente, observando las
formalidades previstas legalmente.

La cuestión, sin embargo, consiste en precisar cuál es el objeto del consentimiento matrimonial.

Los arts. 66 al 71 regulan los derechos y deberes de los cónyuges; de ahí cabe deducir lo siguiente:

a) el marido y la mujer son iguales en derechos y deberes;


b) el marido y la mujer deben ayudarse mutuamente y actuar en interés de la familia;
c) los cónyuges están obligados a vivir juntos, a guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente;
d) se presume, salvo prueba en contrario, que los cónyuges viven juntos y deberán fijar, en común acuerdo, el
domicilio conyugal.

El matrimonio parece concebirse como una comunidad, expresada en la convivencia conyugal, y en las
obligaciones de ayuda, respeto y socorro mutuo, así como guardarse fidelidad y vivir juntos.

 No existe ninguna referencia a la admisión del trato sexual entre los cónyuges, ni a la prole, de tal
manera que la impotencia no es causa de nulidad del matrimonio.
 Ni parece deducirse, tampoco, que del contrato matrimonial se derive algún derecho u obligación
respecto a las relaciones sexuales entre los cónyuges.

Sólo se menciona la prohibición de relación extraconyugal, al obligar a los cónyuges a guardarse fidelidad.

Se conservan en el matrimonio civil: la unidad y la fidelidad.


La indisolubilidad desaparece como consecuencia del reconocimiento del divorcio (art. 86 CC).

El objeto del consentimiento matrimonial parece ser el establecimiento de una convivencia conyugal, del que
surge, si no se pacta nada en contrario, la sociedad de gananciales por la que se constituye un caudal
comunitario de los bienes adquiridos durante el matrimonio.

El matrimonio, tal como está regulado en el vigente Código Civil, pone de relieve el "vaciamiento
institucional", que ha resaltado V. reina, y que ha resumido en los siguientes términos:
«En suma, la fuerza de los hechos ha acabado imponiéndose, demostrando las radicales limitaciones y la
inutilidad del Derecho a la hora de pretender abordar la crisis conyugal y sus consecuencias culpabilistas, o
de pretender imponer la convivencia contra la voluntad de alguno de los cónyuges.»

Una vez más parece ponerse de relieve que la crisis del matrimonio es una crisis jurídica y que lo que está en
juego es si lleva camino de convertirse en una unión de hecho, que produce efectos jurídicos o si, por el
contrario, puede continuar conservando su configuración jurídica adaptada a las nuevas exigencias actuales.

IV. EL IUS CONNUBII


1. EL DERECHO A CONTRAER MATRIMONIO

El ius connubii es un derecho generalmente reconocido en la actualidad con carácter universal

La DUDH declara, en su art. 96 que:


«Los hombres y las mujeres, a partir de la edad nubil, tienen derecho, sin restricción por motivos de
raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto
al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.»

El derecho a contraer matrimonio reconoce a todas las personas la capacidad jurídica para ejercitar éste, pero
limita la capacidad de obrar a partir de la edad nubil.

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La edad constituye, por tanto, un requisito de capacidad para contraer matrimonio, aunque no se precise cuál
es el momento a partir del cual se considera que se alcanza dicha aptitud.

Como veremos, ya en el Derecho romano se utilizaron dos criterios distintos:

a) la adquisición personal e individual de la aptitud para el matri-monio (pubertad);


b) el cumplimiento de la edad establecida legalmente por el matrimonio.

Este último criterio ha devenido el imperante en las diferentes legislaciones nacionales, que tienden hoy en
día a hacerlo coincidir con la mayoría de edad.

2. LA CAPACIDAD DE LAS PARTES : PRESUPUESTOS FÍSICOS Y PSÍQUICOS

El requisito de la edad, como necesario para alcanzar la capacidad matrimonial, presupone la necesidad de
poseer la correspondiente capacidad biológica y psicológica para realizar el compromiso matrimonial.

La pubertad sanciona la aptitud biológica para el matrimonio.


Pero, desde que el consentimiento se ha convertido en un acto personal y necesario para contraer
matrimonio, se ha planteado la necesidad de una capacidad psíquica para acceder al matrimonio.

Ciertamente, el texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos añade que: «sólo mediante el libre y
pleno consentimiento de los futuros esposos podrá contraerse el matrimonio».

El texto sanciona el principio consensual, como eje central de la celebración del matrimonio, pero, al mismo
tiempo da lugar a que aquellas personas que, por razones psíquicas, no puedan prestar "el libre y pleno
consentimiento" no podrán acceder al matrimonio.
En todo caso, será necesario precisar cuál es el objeto sobre el que verse el consentimiento matrimonial para
poder determinar la aptitud psíquica para prestarlo.

La consideración del matrimonio como un contrato exigirá la aptitud necesaria (uso de razón) para conocer y
querer el acto jurídico que va a realizar.
La capacidad psíquica sería, en este caso, la común a la capacidad general para contratar.

La valoración del matrimonio como un compromiso personal, que tiene por objeto constituir una comunidad
íntima de vida y amor, requiere una discreción de juicio o capacidad crítica de las obligaciones que va a
asumir, por lo que el simple uso de razón no sería suficiente para contraer matrimonio.

Sería necesaria una capacidad o madurez de juicio proporcionada a las obligaciones conyugales que se
asumen por la prestación del contrato matrimonial.

La legislación canónica ha profundizado más en este aspecto que la legislación civil;


En ambos se regula la necesidad de poseer la aptitud psíquica necesaria para celebrar el matrimonio.
No existe la misma concordancia en relación con la capacidad física, pues la legislación canónica configura
la impotencia como un impedimento, aunque más bien se trata de una incapacidad que de un impedimento,
es decir, una incapacidad radical para contraer matrimonio, mientras que la legislación civil no hace
ninguna referencia a este aspecto.

Esta diversa regulación responde, en gran parte, a la distinta concepción del matrimonio subyacente en cada
uno de ambos ordenamientos.

3. LIMITACIONES LEGALES : LOS IMPEDIMENTOS

Presupuesta la capacidad necesaria para contraer matrimonio, las diferentes legislaciones establecen
prohibiciones concretas para contraer matrimonio.

Se tiene en cuenta, en este caso

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 bien la situación personal de uno de los contrayentes —incompatible con la celebración de un
matri-monio—,
 o bien la relación bilateral de los contrayentes, que no es compatible con el matrimonio.

En virtud del principio monogámico, que asume tanto la legislación civil como la canónica, no puede
contraer nuevo matrimonio quien ya ha contraído matrimonio con anterioridad y no ha sido declarado nulo o
disuelto por la autoridad competente.

El estado civil de casado impide la realización de un nuevo matrimonio.


Igualmente, el estado canónico de religioso o clérigo impiden la celebración del matrimonio por incom-
patibilidad jurídica dentro del ordenamiento canónico, con la institución matrimonial.

Una de las prohibiciones asumidas por la mayoría de las legislaciones se refiere al parentesco.
El rechazo del principio endogámico, que supone la celebración de matrimonios entre parientes
consanguíneos, es la razón que justifica esta prohibición generalizada de matrimonios entre parientes.

Las coincidencias son mayores cuanto más próximo es el grado de parentesco: padres e hijos, hermanos, etc.,
donde la condena cultural del incesto se transforma en prohibición para contraer matrimonio entre parientes
que pertenecen a lo que se conoce con el nombre de familia nuclear.

A medida que los parientes se alejan de este núcleo, la permisividad para contraer matrimonio va
diferenciando a las distintas legis-laciones, como ocurre en el caso concreto de las legislaciones canónica y
civil españolas.

En algunas legislaciones al parentesco por consanguinidad se añaden, como prohibiciones para contraer
matrimonio, la afinidad y cuasiafinidad (parentesco nacido del matrimonio o de unión de hecho) y, más
frecuentemente, el parentesco nacido de la adopción o parentesco legal.

Como medida preventiva, en unos casos, y como medida sancionadora, en todo caso, el legislador establece
prohibiciones a quienes para contraer matrimonio han cometido un delito: el rapto de la mujer o el
homicidio del otro cónyuge.

Se trata de una serie de impedimentos o prohibiciones que pretenden tutelar el matrimonio y, en


consecuencia, la prohibición de la realización del matrimonio para cuya consecución ha sido necesario
cometer un delito.

En algunos supuestos, el principio endogámico se aplica para evitar que se realicen matrimonios con
personas de diferente credo religioso.
La tutela de la fe de un contrayente prevalece sobre la libre elección del contrayente.

Se trata de supuestos discriminatorios que no deberían tener cabida en las legislaciones matrimoniales
actuales.

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