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Ceberio, MR (2014) “Hacia el trastorno de alienación conyugal o la simbiosis

descalificatoria. Revista Redes Nº 31.

HACIA EL TRASTORNO DE ALIENACIÓN CONYUGAL

o la simbiosis descalificatoria

Marcelo R. Ceberio

Resumen

Sostener una relación de pareja a través de muchos años de convivencia resulta

todo un desafío para cada uno de los integrantes de una relación. La desvalorización de

uno de los cónyuges hace que establezca una relación de dependencia fuerte

sistematizada en el tiempo, constituyendo una relación de una total asimetría relacional.

El integrante en down se halla permanentemente buscando la valorización de su

pareja en up, quien se erige como evaluador y otorgándole valor o desvalor a su pareja

que se ha convertido en un satélite cuyo mundo gira a su alrededor, para terminar siendo

invisibilizado. Es un claro ejemplo de complementariedad relacional rígida.

Palabras claves: pareja, desvalorización, alienación, complementariedad rígida

Las gárgolas de Notre Dame

Horas y horas puede quedarse el turista atónico observando la célebre catedral

Nuestra señora de París, donde todavía puede escucharse el martirio de Quasimodo, el

horroroso y tierno protagonista de la obra de Víctor Hugo cuyo nombre emula al de la

fantástica catedral. Las gárgolas, esas bestias grotescas que parecen vivas, colgadas en

los ángulos y en los techos, parecen mirar a su propio observador intimidándolo. Pero

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esa mirada intimidatoria y enojosa de estas esculturas, no hace más que caricaturizar,

entre otras cosas, los rostros de cónyuges en conflicto a punto de estallar.

Ni más ni menos. Ese juego de miradas violentas y cuestionadoras son parte de

la coreografía de las escaladas simétricas, uno de los máximos juegos comunicacionales

de disputa y poderío en las relaciones de pareja. Uno de los tantos juegos disfuncionales

y problemáticos de la conyugalidad.

Es que sostener una relación de pareja puede entenderse como todo un desafío

para las personas singles. En principio, porque los ciclos evolutivos se hallan en

permanente cambio. Por ejemplo, Actualmente, la esperanza de vida en el mundo, de

acuerdo a los datos que proporciona el Banco Mundial en sus indicadores del desarrollo

mundial (Octubre de 2010), la media alcanza casi los 70 años. Debe tenerse en cuenta

que los países del continente africano desbalancean un promedio que debiera estar en

los 80 años, dado que oscilan en un deceso promedio de 55 años. La longevidad,

producto no necesariamente de la mejora de la calidad de vida, sino de los avances

tecnológico-médicos y una farmacología de avanzada, hacen que la tercera edad no sea

el último tramo de la vida, sino que se estructure una cuarta edad a partir

aproximadamente de los 75 años. (R. Ceberio 2013). Al final de cuentas, la sociedad

crea los instrumentos que curan los mismos males que ella produce. Estrés,

cardiopatías, enfermedades autoinmunes, trastornos gástricos, colon irritable, entre

otras, son los síntomas resultantes que imponen los ritmos de vida actuales.

No obstante, los viejos actuales no son los viejos de antes: hay un cambio de

actitud en dirección a una posición más juvenil. Antes los mayores esperaban la muerte,

hoy se encuentran planificando el futuro, es decir, la vita e bella y larga… Pero no

solamente la vejez se modifica sino también el resto de ciclos evolutivos, la pubertad se

ha transformado en adolescencia y los adolescentes alcanzan 22 años y más, por ende,

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los adultos retardan su proyecto de pareja y matrimonio, con el problema que genera el

hecho de que el ritmo biológico marca pauta de maternidad límite y hace imposible

lograr gestar por mancanza de padre. En síntesis, toda una nueva estructura que

modifica la organización de la sociedad misma. En un estudio de hace más de diez años

atrás, describimos alrededor de 40 indicadores que comparaban lo que se llamó Viejas y

nuevas estructura familiares (Ceberio. 2011, 2013).

Hasta la década del 50, se era adulto a los 22 años –hoy adolescentes tardíos-,

edad en que los hombres contraían matrimonio y los matrimonios eran largos por la

tempranía del enlace. Hoy se inician mas tarde y la longevidad los alarga. Pero, lo cierto

es que la conformación de la pareja y las acciones masculinas y femeninas han variado

de cuajo en su concepción: desde la cantidad de hijos, la asimetría en up de los hombres

(hombre autoritario/mujer sumisa), la atención del bebé, hasta el trabajo fuera de casa

de la mujer, entre otras diferencias.

Si la familia puede ser considerada como la célula nuclear de la sociedad y una

matriz de intercambio donde se cuecen a fuego lento desde creencias centrales,

estructura de significados, funciones, identidad, etc., se constituye en uno de los pilares

principales de la vida psíquica de las personas. A posteriori, en el proceso de

individuación –del somos al ser individual-, todo este cúmulo de conceptualizaciones,

traducidos algunos en mandatos de origen, se encarnan en cada uno de sus miembros,

que reproducirán -por oposición o adhesión- en otros grupos, parejas o constituciones de

otras familias.

En la pareja humana, entonces, para cada uno de sus integrantes, la familia será

siempre la matriz, el baremo, el patrón de referencia. Es la familia, la que provee a cada

uno de sus integrantes un sentimiento de identidad independiente que se encuentra

mediatizado por el sentido de pertenencia. Desde esta perspectiva, una pareja puede ser

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definida como un sistema conformado por dos personas, voceras de 2 sistemas que

fueron conformados, a su vez, por 4 sistemas que, a su vez, fueron constituidos por 8

sistemas, así en una relación geométrica ad infinitum. Linares y Campos (2007) definen

a una pareja como dos personas de igual o distinto sexo procedentes de dos familias,

que instauran un vínculo con proyecto y objetivos comunes e intentan trabajar en equipo

(apoyo, motivación) en un espacio propio que excluye a otros, en interacción con el

entorno.

Esta descripción demarca claramente las fronteras de la consolidación de una

pareja a la que cabría agregarle que ambos cónyuges son portadores de pautas, normas,

cultura, funciones, códigos, mandatos, valores, creencias, significados, ritos, estilos de

emocionar y procesar información, etc., que es lo que trae cada uno de los integrantes en

su maleta y que está dispuesto con mayor o menor resistencia a intercambiar y acordar.

De la sinergia de todos esos componentes que trae cada uno a la relación, se construirá

una pareja. Es decir, de la misma manera que en el proceso de individuación familiar,

de somos vamos a constituir al ser, en la construcción de la pareja del ser vamos al

somos. Es decir, lo que cada uno aporta a la relación (propiedades y atributos) conforma

una pareja con identidad propia, la identidad de pareja.

Si bien, un integrante puede tener algunas de sus propiedades en común con el

partenaire, por lo general existe la complementariedad. Es decir: Que tienes tú que no

tengo yo, que tengo yo que no tienes tú. En esta matriz relacional radica la esencia del

vínculo. No obstante, estas mismas diferencias que dan la estocada en la elección,

pueden ser categorizadas en el paso del tiempo como antagonismos y fuente de

reclamos de un partenaire a otro, exigiéndole ciertas características que nunca tuvo. Esto

puede dar lugar a descalificaciones, agresiones y diferentes tipos de defensas donde uno

de los cónyuges se halla desacreditado por el otro. Pero,…. que hay del amor?.

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Una de las características distintivas de la pareja humana con otras parejas

animales es el amor. Muchos han sido y son los autores que han intentado definir al

amor. Románticos, poetas, científicos, artistas, terapeutas, se han embarcado en

semejante tarea, imponiendo desde sus modelos de conocer las más disímiles

descripciones. Es cierto, que como la mayoría del repertorio de términos abstractos, el

amor resulta sumamente difícil de explicar, más aún cuando se apela a recursos

racionales o que competen a la lógica.

Tratar de traducir al amor a significaciones racionales e imponerle, si se quiere,

una cuota de lógica, puede sumergirnos en una profunda complicación. H. Maturana

(1997) señala que: La preocupación por el otro no tiene fundamentos racionales, la

preocupación ética no se funda en la razón, se funda en el amor. El amor no tiene

fundamento racional, no se basa en un cálculo de ventajas y beneficios, no es bueno, no

es una virtud, ni un don divino, sino simplemente el dominio de las conductas que

constituyen al otro como un legítimo otro en convivencia con uno.

El amor es un sentimiento que emerge poderoso de las fauces del sistema

límbico. No pasa por el tamiz del hemisferio izquierdo, aunque a veces se intentan

evaluar cuáles fueron las características, particularidades o actitudes por la que una

persona a enamorado a otra. Es, entonces, cuando el amor se piensa. Pero se piensa

cuando ya se halla instaurado. O cuando se duda. Cuando no se está convencido que el

sentimiento hacia el otro es el amor. El partenaire enamorado, siente y convierte en

acciones que tratan de ser consecuentes y coherentes con ese sentimiento. Y el amor,

eso es, un sentimiento. A diferencia de la emoción que es intespectiva, el sentimiento

involucra variables emocionales, cognitivas y pragmáticas y un factor fundamental: el

tiempo, que es el encargado de ejercer las tres variables anteriores.

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Aunque en ocasiones, el amor se confunde con otras emociones. Estar

enamorado no es estar entrampado, enlazado, atrapado, cazado, enganchado, apresado,

ligado pegado, absorbido. Esas son falsas concepciones del amor, son sentimientos y

emociones que confunden y que tienen su progenie en enlaces psicopatológicos,

disfuncionalidades comunicacionales, engarces de tipos de personalidad. En el amor

siempre hay una cuota de pasión. Pero la pasión no es obsesión; la pasión motiva, la

obsesión agota, la pasión promueve pasión, la obsesión asfixia, la pasión entusiasma, la

obsesión enloquece, la pasión atrae y la obsesión genera rechazo.

Básicamente, entonces, afirmamos que el amor no es una palabra, sino un acto,

es decir, el amor no tiene definición precisa sino que es definido en el seno de la

pragmática mediante acciones que conllevan interacciones. Un ser humano traduce en

gestos, movimientos, acciones, palabras o frases, orales o escritas, en la necesidad de

hacer saber al otro y de transmitirle ese afecto profundo. Transmisión que encierra la

secreta expectativa de reciprocidad amorosa, de complementariedad relacional que

produce en el protagonista el saber que no está solo en semejante empresa (el amar sin

ser amado es una de las causales más frecuentes de la desesperación). Transmisión que

busca la creencia de una seguridad. Una utópica seguridad, tanto, que la búsqueda de

reaseguramiento amoroso hace que se descuide el presente de amor en pos de reafirmar

el futuro hipotecándolo. Y ese descuido, posee lamentables consecuencias cuando la

mirada preocupada se centra en adelante y no en mientras y durante.

Miret Monsó (1972) señala en un agudo estudio acerca de los gestos, que cuando

dos personas se encuentran y aparece en ellas el deseo amoroso, la comunicación verbal

se activa. Las palabras fluyen en armonía, aunque a veces los temores al rechazo

bloquean ese libre fluir. Las frases se impostan casi poéticamente. Hasta en los menos

histriónicos, la impronta seductora impregna las palabras. Aparece cierta cadencia en el

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discurso, cierta tonalidad en el hilván de las frases. La gestualidad se modifica. La

mímica es más sutil y los movimientos se encorvan y enllentecen. Los ojos se

entrecierran, la boca se mueve más provocadoramente y las miradas de los partenaires,

retroalimentan todo este juego. Todo un complejo comunicacional que intenta cautivar

y seducir al otro en pos de generar unión amorosa. La atracción y seducción entonces,

muestran un interjuego de todas estas particularidades en donde ambos partenaires

intentan cautivar al otro, mostrando de manera para nada inocente qué es lo que necesita

el otro que yo tengo para ofrecer.

El crecimiento del vínculo, léase el conocimiento del otro en sus valores, gustos,

virtudes y defectos, etc., genera una complementariedad que permite el lento avance

hacia la conformación de una familia. Pero la génesis de una buena relación de pareja se

halla, entre otras cosas, en estar con el otro de la misma manera y la misma libertad que

cuando estamos con nosotros mismos.

No obstante la pareja es un gran enigma, de hecho como lo es el sentimiento

amoroso. ¿Porque un ser humano elige a otro y se enamora?: A esta pregunta cabría

responder desde multiplicidad de modelos y puntos de vista y cada uno de ellos

poseerían diferentes formas de explicarlo con buen tino de complementariedad. De

todos modos tampoco responderían objetivamente y menos con criterios de verdad a tal

enigma, solamente teorías que expresarían el abastecimiento en la incertidumbre.

Es cierto que la relación complementaria se produce como un fenómeno-base

que muestra que una pareja se elige como “pares complementarios”. Cognitiva y

emocionalmente, por ejemplo, veo en el otro aquellas cosas de las que adolezco y que

me muestran lo que me falta, a la vez siento y me expreso emocionalmente de manera

diversa que mi pareja. Estas mismas diferencias se cuecen en la dinámica de las

interacciones en donde los niveles de acción se entretejen alternativamente y con

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características y peculiaridades de cada interlocutor. Hasta neuroendocrinamente son

hormonas complementarias tanto los estrógenos como los andrógenos y nuestro cerebro

anatómica y químicamente dista del cerebro de nuestra pareja conformando tanto el

cerebro femenino como el masculino, un solo cerebro: el cerebro de pareja.

Cerebro de pareja

Entonces la complementariedad alcanza no solo los aspectos interaccionales,

emocionales y cognitivos, sino también los neurobiológicos. Está muy estudiado y

todavía en faceta de investigación, las diferencias entre cerebro masculino y femenino

que, notablemente la estructura de cerebro, funciones y neurohormonas y

neurotransmisores también operan en forma complementaria. Entonces, no son dos

cerebros únicamente, sino un cerebro de pareja. No se trata de diferencias de nivel

promedio de inteligencia, se trata de diferencias estructurales, y las influencias y

prevalencia de ciertos neurotransmisores y hormonas.

Por ejemplo, la mujer posee un 11% más neuronas en los centros cerebrales del

oído y el lenguaje, y en la cisura inter-hemisférica hay mayor cantidad de fibras

nerviosas precisamente en la circunvolución del cuerpo calloso, razón por la cual, el

desarrollo del lenguaje, la expresión y observación de las emociones, se encuentra en

mayor actividad (L. Brizendine 2006). Las mujeres recuerdan con mayor precisión

fechas y las asocian con contenidos emocionales con mayor rapidez y efectividad que el

varón, dado que el hipocampo es mayor en el cerebro femenino. Por lo tanto el recuerdo

más la emoción, es uno de los factores por los que una mujer sea más emotiva al

recordar y jamás recuente una anécdota de manera neutra.

En el caso del hombre, la amígdala que le posibilita detonar la señal de alarma

sobre las situaciones de peligro, se encuentra en hiperactividad cotidiana (no nos

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olvidemos que el hombre era cazador y el desarrollo de su amígdala fue la alerta que lo

protegió de las grandes bestias). Por tal razón, el hombre puede rápidamente escalar

hacia una agresión y violencia desmedida, propulsado además por las funciones de la

testosterona como una hormona de la agresión, la iniciativa, la virilidad, la jerarquía, la

valentía. No en vano, la violencia de género observa en la mayoría de los casos, al

hombre como agresor-victimario.

La presencia en el cerebro femenino de neurohormonas como, la progesterona,

el estrógeno y la oxitocina, marcan el camino de actitudes femeninas, por ejemplo, las

mujeres se vuelven más emocionables y sensibles. La oxitocina, es descripta como la

hormona del apego y la maternidad, la del abrazo y el afecto. Mientras que la

testosterona y la vasopresina hacen su parte en el trayecto de lo masculino, por ejemplo,

vuelve a los niños y adolescentes menos comunicativos, más competitivos y

rivalizantes.

La vasopresina, por su parte, es la hormona de defensa del territorio, de allí que

los niños integren equipos de deporte y defiendan su camiseta al ultranza, más allá del

sentido de pertenencia que esto significa.

En sinergia con los factores socioculturales, se demarcan las fronteras de las

funciones del hombre y la mujer. Mandatos como los hombres no lloran, características

como fortaleza, valentía, independencia, protección y defensa, no demostrar el miedo, ni

sentir el dolor, no mostrar sensibilidad, mostrarse seguro y hasta con cierta frialdad

emocional, entre otros, son atribuciones patrimoniales simbólicas de lo masculino.

Mientras que su contrario complementario son características que distinguen a lo

femenino. Las mujeres tienen permiso para mostrar sus emociones, llorar, llevarse del

brazo, mostrar su miedo e inseguridad. La complementariedad se fundamenta en

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conceptualizaciones neurobiológicas, emocionales, cognitivas y comportamentales,

elementos que se inter-influencian.

Estos son algunos de los fundamentos de las diferencias complementarias entre

los dos sexos y muchas veces encuentran a un cónyuge reclamándole al otro, actitudes

que nunca podrá tener, no por malicia o desgano o cizaña a su pareja, sino por

diferencia de cerebro y la consecuente incapacidad.

De cara a los problemas, una mujer busca hacer catarsis contándolos, hablar de

ellos ya le extrae las tensiones subsecuentes. El hombre es de pocas palabras y es más

pragmático, necesita estar en la acción para resolver. Favorecida por su hipocampo,

como centro de aprendizaje y memoria, la mujer recuerda fechas con mucha precisión,

mientras que el hombre no se entera: ella le reclama a él su desatención del aniversario

de bodas, el no prestó atención a la fecha.

Factores epigenéticos, es decir, condiciones del contexto que moldearon

neuroanatomía y neurotransmisión, entre otros elementos, exigieron a nuestro cerebro a

frontalizarse, como también a crear toda la neocorteza. La actividad del hombre como

cazador, lo llevó a ejercitar una visión en línea recta, en pos de divisar a sus presar y

protegerse de inminentes peligros. La mujer, en cambio, esperaba al grupo de hombre

retornar con el alimento, mientras tanto recolectaba granos, y en la cueva cuidaba a su

cría denodadamente, dado que los animales salvajes podrían ingresar a su casa y

depredar a su progenie. Esta actividad le proporcionó estimular una visión de 180º con

mayor cantidad de conos y bastones, lo que resulta una capacidad de observación y

simultaneidad de actividades, que en ocasiones las vuelven más críticas, estimuladas por

la afluencia de estrógenos y progesterona.

Mientras que una mujer se encuentra lavando la vajilla, habla con el teléfono

inalámbrico con tu amiga tratando de ayudarle a resolver su problema, mientras tanto

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controla el agua para la pasta, el lavarropas está funcionando, responde a las preguntas

de sus hijos sobre la tarea escolar y tiene abierto su manual de derecho penal, ya que

está por rendir un examen de su estudio. El hombre en cambio, se está afeitando por la

mañana y su mujer le hace UNA pregunta y le regaña porque lo distrae y lo va a hacer

cortar. Mientras que en los hombres realizan una actividad por vez y la testosterona y la

vasopresina los hace estar más preocupados por el sexo, el futbol o los deportes en

general.

Elecciones

Estos antecedentes cerebrales, constituyen la plantilla básica desde donde se

estructuran las diferencias entre sexos. Esto nos lleva a la pregunta acerca de cuales son

los elementos que hacen que elija a mi partenaire. En principio, es importante entender

que una elección desarrollada desde la necesidad de pareja, genera una falta de

discriminación en la elección. Semejante necesidad sugiere la dificultad de estar en

soledad. Soledad no como un término pecaminoso, sino como un valuarte de la

autoestima, como estar bien con uno mismo en el tiempo que estoy conmigo. Por lo

tanto, en esta huida de la soledad, se elije para llenar esa carencia del otro-pareja y para

llenar esa soledad consigo mismo. Esta falta de discriminación conlleva el enlace con

fantasmas producto de proyecciones ideales, donde el otro no es el otro, sino una gran

pantalla donde proyecto mi necesidad.

La necesidad muestra la carencia. El hecho de no tener una pareja, no implica

ser un carenciado. Los carenciados, en general establecen relaciones dependientes,

aquellos que no lograr convivir consigo mismos y buscan en la pareja referentes de

retroalimentación. De cara a los sentimientos de soledad de pareja, los necesitados

buscan llenar su desvaloración personal con el reconocimiento de los otros. Una persona

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que goza de una buena autoestima, se muestra interdependiente y el hecho de no poseer

pareja lo constituye en una persona que desea compartir su tiempo (valioso) con otro.

La necesidad genera ansiedad y esto se traduce en arrebatos de acciones. Manotazos de

ahogado que, en muchas ocasiones, por miedo a la soledad, a la falta de reconocimiento

y a la desvalorización, se elige un partenaire lejos de las verdaderas posibilidades de

relación. Por ejemplo, una paciente que en terapia individual hace referencia a su

problema de sucesivos desencantos y frustraciones amorosas y ante la sola idea de

quedarse sola toda la vida, apela a salir o aceptar cualquier propuesta amorosa,

confeccionando nuevamente profecías autocumplidoras que anticipan la nueva futura

frustración.

Pero una elección desde el deseo, adulto, maduro y con pocos visos neuróticos,

nos da la posibilidad de discriminar el objeto amoroso observando tanto sus aspectos

virtuosos como defectuosos. Que no son virtuosos y defectuosos por sí mismos sino

para la construcción de la persona que elige, o sea, son atribuciones de 2° orden.

Sentirme bien conmigo y mi soledad de pareja (nunca estamos solos en totalidad se está

solo de algo o de alguien), si bien no es indicador de una elección correcta, sugiere –de

emerger el deseo de una relación- entrar a una elección de manera libre y sin urgencias.

Es establecer una elección desde una simetría relacional.

Elegir desde el deseo, entonces, implica la aceptación de la propia soledad: si

estoy bien conmigo en el tiempo que estoy conmigo, tendré que hacer una buena

elección para compartir este tiempo valioso.

Pero es condición sine qua non para formar una pareja disfuncional y sumergirse

en juegos de mal amor, elegir desde la necesidad. No es lo mismo desear tener una

pareja que necesitar desesperadamente una pareja. No es lo mismo una persona

deseante que una persona necesitada.

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En la elección y el desarrollo de la conquista y posterior consolidación del

vínculo de pareja, se construyen dos tipos de objetos amorosos –reales e ideales- que

inician dos procesos relacionales. En los procesos idealizatorios se observan solamente

las virtudes, mientras que en los procesos de realificación se contemplan tanto las

virtudes como los defectos. Tanto uno como otro proceso es producto de las

atribuciones personales, que selecciono, percibo o construyo en el otro. Para el pasaje

del objeto amoroso hacia el status de real, hace falta que el partenaire acepte y negocie

aquellos aspectos del compañero que califica como negativos.

Es a través de la necesidad que se proyectan las carencias construyendo a un otro

ideal, un otro que “es” parcialmente. Es el otro real, el otro del deseo, el otro que se

intenta ver en su totalidad. En conclusión, hay aspectos del partenaire que enamoran,

otros que no enamoran (aspectos que están y que no mueven la aguja del amor ni del

desamor) y otros aspectos que desenamoran. Todos estos perfiles dependen del

protagonista, no son en sí mismos positivos ni negativos.

Es obvio que para enamorarse, el fiel de la balanza entre aspectos virtuosos y

defectuosos deberá inclinarse sobradamente sobre los primeros, victoria que asegurará

cierto grado de éxito en las lides amorosas. Aunque, no es extraño que muchas personas

a pesar de que primen los segundos, insistan en desear estar con el partenaire forzando

la relación amorosa a niveles extremos. Son las personas que se quedan a la expectativa

de ideales de respuesta y se frustran cuando las devoluciones no coinciden con las

esperadas, descargando sus broncas en el interlocutor. Son aquellos que se enamoran de

un fantasma construido de acuerdo a patrones personales. Sufrientes, puesto que se

sumergen en la utopía de intentar adecuar al otro a su deseo, construir a otro a la justa

medida personal, sin siquiera darse cuenta de quien es el otro en realidad.

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Una relación amorosa puede pasar a constituirse en una relación de pareja. Este

rito de pasaje, remite a realificar el vínculo y que la relación adquiera ribetes de mayor

madurez afectiva. Los amantes se reafirman en el amor y sellan un pacto, en general,

tácito. Acuerdan, silenciosamente, el amor que se sienten y cuáles son los aspectos que

lo motivan, y cuáles son aquellos tópicos de la personalidad del otro que no alientan al

amor. Esta negociación es la que permite ver al otro en totalidad y a no construir

fantasmas ideales por sobre su figura.

Una reflexión que ha surgido de nuestra práctica clínica, refiere sobre la

incondicionalidad o condicionalidad sobre el objeto amoroso. Los amantes buscan en su

partenaire encontrar la seguridad del amor del otro. Más aún, en la consolidación del

matrimonio se jura amor para siempre, y esta no deja de ser una falacia. La creencia en

la incondicionalidad del amor de pareja conlleva el desproteger la relación. Por tal

razón, en la familia y en la pareja se muestran las facetas más íntimas y los núcleos más

neuróticos de las personas, como las conductas abusivas, el no control de los impulsos,

o las descargas agresivas, o sea, no se desarrollan acciones que complazcan al otro con

la expectativa (conciente o inconsciente) que el otro nos valore, por creer que el otro

nunca se va a ir de nuestro lado.

Paradojalmente, entonces, son los seres más queridos los que no siempre son los

más cuidados en la creencia de tenerlos seguros a nuestro lado. A esta forma neurótica,

se contrapone el entender que el vínculo de pareja debe ser estimulado y construido de

manera cotidiana. Lo cierto es que la separación, rompe la creencia de la

incondicionalidad para entender que el amor de pareja es condicional. Por otra parte, si

existe un amor incondicional, es el amor de los padres hacia los hijos (por supuesto

padres funcionales y sanos).

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Coreografías relacionales tóxicas

Hace treinta y dos años que trabajo con parejas. Es un trabajo terapéutico

fascinante pero sumamente complejo. Quien se jacte de ser un buen terapeuta

encontrará en el tratamiento de parejas, un verdadero desafío: no por las dificultades que

ofrece las problemáticas, sino el cómo se transmite la información. Más de una

oportunidad esos dos integrantes que comparten su vida hace muchos años, se

encuentran relatando anecdóticamente el problema pero ofreciendo versiones en las que

parece que han vivido momentos, historias, experiencias, abrumadoramente diferentes.

Es decir, tal cual fuesen dos situaciones completamente distintas aunque con alguna

arista que se comparte –en el mejor de los casos-.

En un trabajo exploratorio de terapia de pareja se ha recopilado una serie de

dinámicas relacionales disfuncionales que se llamó Los juegos del mal amor, juegos que

llevan a que una pareja se autodestruya en el intento de resolver problemas o mejorar la

pareja y se obtiene el resultado contrario (R. Ceberio en Eguiluz 2005, R. Ceberio

2008). Es decir, la pareja aborta sus capacidades, se descalifica (tanto sus integrantes en

manera personal, como hacia el otro), con la consecuente frustración, angustia,

hipersensibilidad (…) y con una alerta paranoide a la posibilidad de ataque del otro, se

encuentra inmersa en la intolerancia y las emociones de angustia, bronca y tensión que

son moneda corriente en la relación (R. Ceberio 2008).

En el desenvolvimiento de estos juegos se observaron, a su vez, una serie de

coreografías disfuncionales (o funcionales a la destrucción de la relación) que se

originan tanto en los aspectos de contenido como de relación –de qué y el cómo- (P.

Watzlawick, J. Beavin y D. Jackson. 1981) y se sintetizan en cuatro niveles que

describen niveles lógicos de complicación de la complejidad:

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1. Complicación 1: está estructurado en una complejidad doble, donde tanto el

contenido como el estilo relacional son el problema. Son parejas que no poseen

un pronóstico alentador, dado que se dan pocas opciones para encontrar un

umbral de acuerdo. Las irreconciliables diferencias, son irreconciliables porque

el estilo conversacional está soportado en rivalidades, descalificación y

competencia, razón por la cual, la convergencia es utopía.

2. Complicación 2: sostenido por una complejidad simple, donde el contenido no

es problemático pero sí el estilo relacional. Son esas parejas que después de

escucharlos discutir, nos preguntamos ¿porqué están discutiendo si están

hablando de lo mismo?. Poseen muchos puntos de convergencia en sus puntos

de vista acerca de diferentes aspectos de la vida, pero un estilo relacional

confrontativo lleva a escalar simétricamente de manera frecuente haciendo

honor a la alegórica frase que dice No se de que se trata pero me opongo.

3. Complicación 3: también es de complejidad simple. Aquí el contenido es el

problema y estilo relacional no. Son de buen pronóstico. Son parejas que si bien

poseen formas de pensar la vida de acuerdo a perspectivas diferentes, con

respecto a valores, gustos, creencias, ideología, etc., pero tiene una forma de

intercambiar información que respeta los puntos de vista del otro, que intenta

reflexionar e incorporar la información del partenaire aprendiendo.

4. Complejidad 4: es una complejidad simple que no se transforma en

complicación, donde el contenido no es problema y estilo relacional tampoco.

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Estas parejas no asisten a consulta, son funcionales y equilibradas en la

resolución de las diversas alternativas de su experiencia.

Juegos nocivos en las relaciones de parejas hay muchos. Algunos, de una burda

simpleza, generan un arrollador dominó en dirección al desorden emocional. Un gesto

sencillo conlleva una acción a la que puede atribuírsele semánticas equivocadas (malas

interpretaciones). Una acción implica una interacción y de allí en más toda una

coreografía que puede exceder el marco de la relación e involucrar a otros miembros.

Esta reacción en cadena está sostenida en las soluciones intentadas fracasadas, que de

no ser colocada una cuña solucionadora que detenga la reacción, se estructura desde el

error hacia la dificultad, que en la medida que no es resuelta se transforma en problema.

En la medida que el problema se sostiene en el sistema, es transformado en

síntoma que afecta a todo el sistema y, a su vez, es el sistema que ha construido el

síntoma. Entonces no solo es el síntoma, sino también el sistema que danza alrededor

del despotismo sintomático (el sistema crea a su sometedor), un sistema disfuncional

que con el paso del tiempo se transformará en trastorno psicopatológico.

En la mayoría de las parejas observadas, podría afirmarse que la base de todas

sus discusiones (los juegos del mal amor), se asientan sobre una plantilla relacional que

posee ingredientes similares:

1. La mayoría de las parejas ven el mundo, reaccionan, hipotetizan bajo procesos

lineales.

2. Tienen su base en la disputa en el patrimonio personal de la razón y la verdad.

Es decir, el sostén de la objetividad y de una realidad única.

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3. Los cónyuges están más preocupados en decirle al otro, que en escucharlo.

Cuando la pareja confronta, cada uno de los partenaires está más pendiente de

cómo pueden dominar la relación.

4. La pareja es proclive a escaladas. Los parámetros anteriores constituyen los

argumentos para la simetría relacional. Es decir, siempre está presente un juego

de poderes, del cual uno de los cónyuges saldrá o desea salir victorioso.

5. Siempre existen las inculpaciones, quejas y críticas acerca del otro.

6. Se realizan lecturas lineales que apuntan al otro y que no involucran a ambos en

una dinámica interaccional (sincronía) Yo hice esto porque tu me llevaste a

hacerlo….

7. Se estructuran supuestos lineales (interpretaciones psicoanalíticas salvajes que

identifican a los padres de cada cónyuge) dados como realidades per se

(diacronía).

8. Se expresan descalificaciones, desvalorizaciones, falta de reconocimiento y

demás rabias, mediante gritos o ironía.

9. Aparecen reproches y “pasafacturerismo” sobre sedimentos actuales y del

pasado de la pareja, y del pasado remoto cuando no eran pareja.

10. Puede aparecer violencia física y verbal.

11. La pareja confunde contenido de relación. Muchas de las respuestas de un

cónyuge al otro, es sobre la gestualidad de la alocución. Gestualidad que se

contrapone con el mensaje transmitido por el interlocutor.

12. Intentar aclarar la discusión con las mismas reglas de comunicación que la

originaron.

13. Querer escuchar en el otro, la respuesta que confirma lo que el interlocutor

piensa, atribuye o supone del otro.

18
14. Casi siempre se menciona o invoca a figuras parentales.

Sostener una relación de pareja durante años, sin duda, implica un trabajo

cotidiano. Trabajo que significa redefiniciones parciales, para dejar estables algunos

perfiles de la relación. El pasaje de años hace variar los estilos relacionales amorosos,

las formas de expresión afectiva, las necesidades, expectativas de respuesta, actividades,

gustos y preferencias, entre otras cosas. No se trata de que la persona con quien se

formó pareja sea otra persona.

Los ciclos evolutivos demarcan cambios en una serie de aspectos que,

necesariamente, deberán compatibilizarse con el partenaire. Ciclos evolutivos de la

pareja y de los miembros en particular, más allá de las diferencias de edad de ambos que

pueden acentuar distinciones y diferencias entre los integrantes. Los mismos hijos que

transforman y amplían a la pareja conyugal en pareja parental, hacen que se rectifiquen

estructuras relacionales y se fomenten triangulaciones nocivas.

Estos cambios desestructuran complementariedades y reciprocidades. Esta es

una de las causas porque la pareja deberá someterse a reformulaciones en pos de

encontrar los acoples complementarios que los unen. La creatividad y la constancia

deben estar al servicio de tal reingeniería relacional, pero principalmente las ganas de

estar con el otro mediante el sentimiento amoroso. Claro que no se trata del mismo

amor. El amor varía de acuerdo a las experiencias que vive la pareja, experiencias que

modifican al amor de los primeros tiempos de la relación. Muertes, nacimientos,

mudanzas, enfermedades y un sinnúmero de situaciones críticas, varían la calidad del

amor. Esto no implica que el amor se modifique en términos cuantitativos. No se ama

más o menos, sencillamente se ama de maneras diferentes.

19
Equivocadamente, estos cambios cualitativos del amor se viven como

modificaciones de intensidad amorosa. Se interpreta que se ama menos o que se ha

dejado de amar, tomando como baremo ese amor apasionado de los primeros tiempos

de la relación.

La psicoterapia, parece ser una de las opciones que posibiliten estabilizar el

sistema pareja en dirección al buen amor. Es una decisión sabia -cuando el sistema se ve

rigidizado por soluciones intentadas fracasadas y anquilosado en una forma destructiva-

apelar al recurso de un tercero (un terapeuta) que tenga experiencia en las lides de

controversias maritales. Ya es un atisbo de salud, el hecho de pensar en una ayuda

externa especialista en relaciones de pareja. Además, en nuestra sociocultura cada día

más se ha insertado como una herramienta que puede ayudar a mejorar y hasta “salvar”

una relación de pareja despareja.

La inercia del sistema -luego de años de reververancias sintomáticas, de recursos

inútiles- produce resistencias al cambio. Cuando el sistema ya ha agotado el recurso de

las conversaciones, explicaciones, racionalizaciones e intelectualizaciones,

inculpaciones y reproches, consumo de psicofármacos, diversos consejos, el hecho de

apelar al recurso de la psicoterapia es (sirva o no) revelador de un buen síntoma de

cambio (más bien, cambio de los intentos de solución fracasados), en pos de una mejora

de la calidad de vida.

Hacia el trastorno de alienación conyugal o

el juego de la simbiosis descalificatoria

Uno de lo que dimos en llamar “Los juegos del mal amor” (2005) en las

dinámicas disfuncionales de pareja, trata acerca de la “simbiosis descalificatoria” que

20
forma la base de un cuadro más psicopatológico más complejo que nominamos

“trastorno de alienación conyugal”.

En una pareja disfuncional, uno de los principales síntomas son los juegos de

descalificación. Para realizar la disquisición de estos juegos nos basamos en uno de los

axiomas de la comunicación humana (Watzlawick, Beavin y Jackson. 1967) que tienen

su base en la investigación pionera que realiza Gregory Bateson (Bateson 1976, Keeney.

1983, Ceberio y Watzlawick. 1998) sobre las “clasificaciones de forma” donde realiza

categorizaciones partiendo de las “acciones simples”, continuando por las

“interacciones” (donde participan dos personas) discriminando la simetría y la

complementariedad, y por último la mayor complejidad que el autor llama “coreografía”

que son los entramados comunicaciones en los que participan más de dos personas.

Una de estas dinámicas desvalorizantes se observan en las parejas simétricas. En

general, las descalificaciones son explícitas mediante gritos que denigran al cónyuge,

aunque también estas formas conviven con otras más sutiles o implícitas que entrampan

y se emparentan con comunicaciones doble-vinculares.

En estas parejas simétricas cada cónyuge está predestinado a competir y

descalificar al otro. Al final de cuentas, las parejas que juegan al juego de la simetría no

hacen ni más ni menos que buscar la complementariedad en una comunicación

patológica sumergiendo al otro en un down position por descalificación, denigración o

desvalorización. Estos juegos de pareja se observan con facilidad en las consultas:

gestos ampulosos, palabras soeces e insultos, denigración del otro, tocar los talones de

Aquiles, manipular psicopáticamente, uso de los defectos, atacar a los miembros de la

familia del partenaire, están ocupados en decirle al otros en cambio de escucharlo,

construyen supuestos acerca del otro como verdades, violencia verbal y física, escaladas

y rivalidades, como también triangulaciones manipulatorias, atribución de culpas

21
alternativamente, son algunas de las comunicaciones estereotípicas de este tipo de

parejas.

Estas parejas han sistematizado esta modalidad y conviven a diario con estas

formas. El no le dice a ella frente a su nuevo vestido Qué hermosa que estás, sino

Adonde vas tan arreglada??. Ella no le dice Qué bien que le contestaste a tu jefe, sino

Hiciste lo que correspondía. El intentar valorar al otro explícitamente implica para los

integrantes “rebajarse” a los pies del otro. Son parejas donde la tensión y el estrés

cotidiano forman parte del repertorio relacional.

Estas son las parejas que pueden asistir a consulta y en general llegan en el

período 3. Tengamos en cuenta que pueden ser numerosas las maniobras por las que

puede terminar una pareja frente a los ojos de un terapeuta. Hay parejas en crisis que

vienen por iniciativa propia y ubican el motivo de consulta en el problema o problemas

de la relación. Ambos se responsabilizan por lo que les sucede (o construyen) y ambos

decidieron buscar un profesional. Muchas de ellas, asisten por sugerencia de un tercero,

que puede ser un amigo o familiar y muchas de estas parejas nunca hicieron

psicoterapia.

Pocos son los matrimonios que poseen una postura abierta a escuchar lo que el

otro dice durante la sesión. Se encuentran más preocupados por hablar que por escuchar

y, en general, están más preocupados en que el terapeuta -como un juez- dictamine

quien es el que tiene razón. Casos de mayor pobreza emocional, se observa cuando la

terapia es indicada por un profesional, al que se asiste por un problema referido a los

hijos (problemas de aprendizaje, trastornos de conducta, o cualquier otro síntoma) y la

pareja se define por su lado como estable y sin conflictos. Esta forma evasiva y

negadora, es la que prefiere externalizar el problema, más que asumirlo. Este mirar

22
hacia otro lado de las parejas que no se asumen conflictivas hace que sus hijos se

transformen en conflictivos.

Estrictamente por terapia de pareja, evaluando los momentos en que las parejas

de la muestra nos han consultado, determinamos que son tres los momentos de la pareja

en relación con el pedido de consulta:

1. Pareja de crisis en crisis (estado de máxima tensión), que vienen arrastrando

graves problemas de comunicación que se han sistematizado durante años. Han

alcanzado niveles de descalificación, escaladas, críticas, agresiones verbales y a

veces violencia física. La terapia, es el último recurso al que apelaron y vienen a

separarse o a ver algún indicio para lograr seguir adelante.

2. Pareja con disfuncionalidades que se están volviendo frecuentes. Las peleas

son cada semana más comunes y ambos cónyuges se encuentran susceptibles a

que cualquier estímulo por ínfimo pueda detonar la crisis. Si bien, todavía no se

ha constituido en un estilo de interacción (sistematizar la pelea), la pareja ha

comenzado a descalificarse, des-oírse. Están perdiendo las ganas de estar juntos.

3. Pareja con algunos desajustes. Son las parejas más inteligentes

emocionalmente. Son homeodinámicas y funcionales, pero han detectado

sabiamente algunos indicadores de malestar. Malas contestaciones, falta de

respeto, frialdad en el trato, gestos de descalificación, síntomas en los hijos, etc.

Y han decidido no dejar avanzar estos síntomas y reencauzar la relación a los

carriles habituales de salud.

23
En estas tres instancias, no tomamos en cuenta cuando la pareja solicita una

entrevista por la aparición de síntomas de los hijos, a la que aludíamos renglones

anteriores. No es la pareja conyugal la que viene a consultar, sino la parental: no hay

consciencia de problema, el problema es el síntoma de los hijos. Si a posteriori, se

desarrolla la sesión y el terapeuta evalúa que son los problemas conyugales los que

alientan la producción sintomática y se pauta una terapia de pareja, es una forma de

establecer el tratamiento pero que no partió de la real consciencia de la pareja de sus

disfuncionalidades.

Pero hay otro diseño de juego descalificatorio en donde la rivalidad no existe. Es

el caso de las parejas complementarias, pero no una complementariedad funcional que

hace honor a una pareja saludable, donde existe un up-down position en la medida que

amerite la situación, hacemos referencia fundamental a esas parejas de

complementariedad rígida. En este tipo de parejas impera una coreografía en donde uno

de los partenaires se encuentra siempre en una posición por arriba, mientras que el otro

se muestra en una posición sumisa por debajo.

Son un ejemplo de este tipo de juegos, los integrantes en posición down

dependientes de la valoración y el reconocimiento del cónyuge. Son personas que

buscan la calificación en el afuera, desarrollando acciones para satisfacer al otro y así

obtener su reconocimiento. Colocan en primer lugar y en cualquier situación al cónyuge

en up, relegándose. Es decir son personas que por lo general tienen ojos para los otros,

están pendientes del deseo de los otros, en este caso de su pareja –que es la gran

protagonista- olvidando sus intereses personales.

Esto genera carga, tedio y tensión en el partenaire up que se siente observado y

obligado a expresar valoración de manera permanente. El hartazgo que le genera este

24
factor de presión, hace que tome distancia produciendo mayor demanda en su

compañero (como solución intentada fracasada) que lejos de obtener la mirada del otro

encuentra el rechazo. De esta manera, se establece un círculo vicioso que progresa en

arrolladoras proporciones y que continúa en límites que se colocan agresivamente.

Como se ve en este juego (y es de esperar), este tipo de conductas terminan

confeccionando profecías autocumplidoras. Reiteramos: el demandante en el intento de

buscar la mirada del partenaire, culmina alejándole la mirada, efecto contrario al que

desea.

El tiempo hace que se sistematice este tipo de dinámica. La pareja se transforma

en un partenaire up descalificador y un down sometido que hace y hace para lograr ser

valorado por el primero, hasta rigidificarse la relación en pares complementarios

lindante con el sado-masoquismo. Los grados de dependencia-independencia en la

relación, es uno de los motivos por los que más se consultan. En la polaridad de la

dependencia, uno de los cónyuges hacia el otro produce asfixia, fobias, malestar,

fastidio, toma de distancia, etc. El demandante se convierte en una enredadera humana

que busca el muro o como el musgo a la piedra, y es allí donde comienza el rosario de

soluciones intentadas fallidas: cuanto más se intenta acercar halla el efecto contrario,

más generará en su pareja las ganas de alejarse.

En este juego disfuncional, el integrante en down puede permitirle al up (a modo

de complacencia) una excesiva independencia “sin punición” y este permiso termina en

conductas abusivas de las libertades individuales. Este abuso desencadena en el

integrante down, intentos de retener mediante el control extremo, reclamando presencia,

criticando, pidiendo explicaciones, desarrollando escena de celos, entre otras conductas

que refuerzan la posición de protagonismo y estrellato del cónyuge up, que desarrolla un

fuerte un egocentrismo en amplio dominio relacional en la pareja.

25
Lo esperable y conciliatorio en toda pareja sería encontrar un punto intermedio

entre la dependencia y la independencia: la interdependencia, donde se respeten

libertades individuales y se haga buen uso de los tiempos contemplando las necesidades

propias y del otro, donde se escuche el deseo o pedido del compañero, etc. En estas

parejas de complementariedad rígida y de extremo simbiotismo, hallan un partenaire

down, dependiente y adherido al partenaire up que se muestra independiente. Aunque

cabe aclarar que a un nivel estas parejas muestran un juego de dependencia-

independencia encarnado en cada uno de los integrantes, pero en un nivel meta son

parejas co-dependientes, donde ambos se necesitan como en la dialéctica Hegeliana del

amo y el esclavo. Es decir, que es tan dependiente el integrante down que busca la

mirada de reconocimiento de up, como el integrante up que necesita de la valoración

excelsa que hace el miembro down de él.

Uno es satélite del otro, es decir, el integrante que se encuentra por debajo mira

permanentemente a su pareja y relega todo su universo personal, por ende se empobrece

y no desarrolla su potencial e inicia el camino inexorable de convertirse en un apéndice

del otro. Mientras que el integrante que está por arriba, prioriza sus necesidades

individuales, evoluciona sus proyectos personales, postergando todo lo que compete a

su pareja.

Hace falta aclarar que todo este juego se desenvuelve en lo que remite al

territorio de la conyugalidad, que en términos de Linares (1996, 2013) es una

conyugalidad armónica, pero más bien “aparentemente armoniosa”, puesto que las

complementariedades rígidas a la vista son como tales muy complementarias: son las

parejas que llamamos Sí cariño!. Aunque si el ojo experto empieza a desentrañar la

madeja relacional, encuentra que el Sí Cariño es unidireccional, es decir, es de un

miembro hacia el otro y no la viceversa. En este sentido, fuera de esta fachada de

26
armonía interaccional, la conyugalidad es disarmónica, donde el juego se desarrolla bajo

el paradigma despótico de un cónyuge en up y un incondicional y sometido cónyuge

down.

Con nuestro equipo hemos observado que, si bien hay hombres en la posición

por debajo hacia mujeres de gran protagonismo, en general esta dialéctica se establece

entre hombres en posición up y mujeres en posición down. Son mujeres de este tipo de

parejas son fuertes, sacrificadas, con mucha capacidad, dadoras y maternales, pero

desvalorizadas, poco conscientes de su potencial.

La hipótesis se basa en que, si bien hay adelantos sociales que muestran una

mujer lejos del rol a la que estaba destinada el siglo pasado, fundamentalmente dedicada

a las labores hogareñas de ama de casa y madre, y en la actualidad ha alcanzado puestos

directivos en empresas y de notoriedad social como profesionales independientes,

gerencias o presidencias de naciones, todavía en términos de relación conyugal no se ha

logrado simetrizar las funciones. Las parejas muestran una leve asimetría en favor del

hombre (Ceberio 2003, 2011, 2013). En este sentido podemos pensar que nos hallamos

en un período de transición donde se convive entre viejas y nuevas estructuras de pareja

y familia, tal como lo afirmamos en textos anteriores1.

Pero, en la actualidad, no encontramos con nuevas estructuras familiares que

nos enfrentan con nuestros “viejos” diseños de familia que incluyen padres de la

década del ´30, ´40,´ 50 y los consecuentes valores y creencias de una época. Este

1
Las que se denominan Antiguas familias, son aquellas estructuras familiares que competen a las
concepciones de generaciones de comienzos del siglo XX hasta la década del ’60. Es decir, abarcan hasta los
padres nacidos en la década del ’50, que se hallan compenetrados en los preceptos y mandatos de sus
propios padres, nacidos a su vez entre los años 1920 y 1930. Mientras que las nuevas estructuras, responden
más precisamente a los padres de la generación del ’60 y ’70, que a pesar de ser hijos de padres de la
primera columna, tienden a ser más flexibles y adaptados a los cambios que suponen las estructuras
modernas de familia, la actitud de los adolescentes, la forma de interacción de pareja, etc. Por tal razón, las
dos estructuras se interceptan, hay nuevos padres y madres, revisionistas, flexibles y modernos, pero hay
padres y madres que sucumben a las premisas de las antiguas estructuras de familia. Somos una generación
de tránsito. (R. Ceberio 2011)

27
choque de culturas somete al terapeuta a revisar sus propios esquemas conceptuales en

pos de realizar intervenciones más efectivas (Ceberio. 2011)

En lo que compete a la parentalidad de estas parejas, por lo general lo hijos

hacen una fuerte alianza con el cónyuge valorizado en posición up, y principalmente los

hijos varones remedan la postura descalificatoria que toma el padre con la madre.

Cuando se confrontan con el padre, se erigen como justicieros que defienden a la madre

exponiendo cómo el padre la desvaloriza. Estas triangulaciones muestran la falta de

autoridad y límites que el partenaire down posee en la relación con los hijos, puesto que

la alianza con el integrante up es fuerte y se mancomunan para hacer caso omiso a

directivas y órdenes del miembro down descalificándolo y en otros casos

desconfirmándolo.

En las parejas funcionales, es bastante frecuente que los partenaires queden

adheridos a juegos de descalificación tanto en simetría como en complementariedad,

puesto que esta dinámica puede ser parte del desarrollo de una pareja funcional. O sea,

una pareja puede tener períodos o raptos de descalificación mutua mediante peleas o

enojos. Esto se desarrolla en el universo de la normalidad. Pero en el caso de la

simbiosis descalificatoria, el integrante down busca en el estar a expensas del otro, el

reconocimiento y valoración de manera permanente hasta conformar un cuadro de

relación.

Al final de cuentas, la retroalimentación afectiva es inherente a la condición

humana y como parte de la lógica amorosa se encuentra el deseo de ser querido que

implica ser valorado, tenido en cuenta, apreciado, calificado, entre otras cosas. Esto es

lo que da en llamarse “nutrición relacional (Linares 1996, Ceberio 2013). Pero la

valoración personal es un proceso interno, a pesar de que la mayoría de las personas,

buscan en su entorno la valoración que deben lograr por sí mismos. Aunque es claro que

28
a todos los humanos nos gusta agradar, muy diferente es depender de esa valoración

para regular nuestro termómetro de la autoestima, como en este caso del trastorno de

alienación conyugal. Las personas con una pobre autoestima, más allá que toman el

camino equivocado buscando valoración en la mayoría de sus relaciones, hacen de la

pareja el epicentro de la demanda de reconocimiento.

En este tipo de relaciones simbióticas prima la incondicionalidad amorosa. El

hecho de estar buscando la mirada del cónyuge genera una actitud servilista a ultranza

que culmina con la invisivilización del partenaire down. Las actitudes de

incondicionalidad y omnipresencia no dan lugar a la falta que genera el deseo. Las

personas incondicionales abastecen en todo y no posibilitan instaurar en el integrante up

la necesidad que implicaría simetrizar o paralelizar el vínculo en una realimentación

saludable. Por ejemplo, alguien que llama permanentemente a su pareja no le da lugar a

que se lo extrañe, o alguien que le abastezca de lo que necesita el otro no da lugar al

pedido.

Sin embargo, el partenaire alienado en el intento de llenar o equilibrar su baja

autoestima, da (con la secreta misión de obtener valoración y reciprocidad calificante)

provocando el efecto contrario al que desea obtener: el protagonista up, se aleja o lo

desestima colocando su mirada en otras relaciones en donde se reincremente su función

de sujeto deseante. Y no necesariamente son otras relaciones de pareja: pueden aparecer

desafíos laborales, profesionales, de estudio, lúdicos, deportivos, etc.

Una de las características distintivas en este tipo de dinámicas se observan en las

actitudes del integrante en up que casi nunca aprueba –léase valora- en totalidad las

actitudes dadoras de su pareja en down. Es decir, los cónyuges up en general se vuelven

en una aparente hiperexigencia que se expresa mediante la habilidad de no valorar del

todo las actitudes de su partenaire: siempre señalan explícita o tácitamente en formas

29
sutiles lo que le faltó a las acciones del partenaire down, dejándolo expuesto a lo que no

hizo.

El intento de solución fracasado que se ha sistematizado y es parte de la

progenie de este tipo de trastorno, muestra un cónyuge down que vuelve a realizar más

de lo mismo obteniendo el mismo resultado, constituyendo un mecanismo relacional

que se perpetúa en la pareja. Pero si este miembro busca valoración en su pareja y

obtiene lo contrario, cada paso de sus acciones provoca un deterioro de su autoestima y

constante insatisfacción, hasta llegar a empobrecer su universo personal y solo otear a

su pareja en su horizonte relacional.

El hecho de socavar y empobrecer vínculos fuera de la pareja bloquea la

nutrición afectiva relacional que naturalmente las personas establecen en sus

interacciones. Son esas patéticas imágenes de mujeres poco seductoras, maternalizadas,

con poca mirada personal, con actitud sacrificada, al lado de hombres líderes, exitosos,

pero también manipulatorios relacionalmente y con cierta pedantería en la actitud.

Por otra parte, aunque minoría, hay hombres que viven a la sombra de mujeres

exitosas, que se secundarizan e idealizan a su partenaire, con descuido personal,

parentalizados y con trabajos de menor valía que sus esposas, y muchos de ellos se

encargan de las tareas domésticas. Cabe la aclaración que no tratamos de mostrar

parejas que están de acuerdo en esta división de funciones, más aún, las nuevas

estructuras de pareja comparten las obligaciones y actividades hogareñas

desestructurando la antigua división de tareas competentes a cada género.

De la misma manera que las relaciones simétricas, las complementariedades

rígidas someten a la pareja a factores de estrés emocional permanente, principalmente el

blanco del estrés se centra en el cónyuge en down, que se ve apresado en la

30
hiperexigencia del miembro en up. Este dinamismo genera un clima de tensión

constante que excede el territorio de la pareja para formar parte del clima familiar.

Estas parejas no asisten a terapia a menos que se desestructure semejante

simbiosis. Algunas de las vías de entrada al tratamiento terapéutico tienen que ver con:

• Cualquiera de los partenaires desea independizarse de la relación, es decir,

cambiar las reglas de juego de co-dependencia.

• Cónyuges down que iniciaron un proceso terapéutico y comenzaron a elevar su

autoestima observando su grado de dependencia relacional y el terapeuta sugiere

hacer algunas sesiones de pareja.

• Cónyuges down que empezaron a hacer actividades independientes como

estudiar, asistir a un gimnasio, se vuelven más seductores e independientes.

Entonces el miembro up le inicia una serie de reclamos y protestas, aduciendo

falta de presencia en el hogar, “que ya no es el mismo”, “que tiene otra persona

en su vida”, desencadenando celos, entre otras emociones. En síntesis, se

invierte el juego relacional. Ambos deciden el inicio de sesiones de pareja.

• La aparición de síntomas en alguno de los hijos y el terapeuta del joven invita a

la pareja de padres y devela el juego al que se someten.

• Síntomas orgánicos y psicosomáticos del miembro down, dado su grado de

implosividad. El terapeuta recomienda terapia de pareja.

• El integrante en up ha decidido separarse hastiado de la relación e

invisivilizando por completo al miembro down. Afirma: “es una buena mujer, la

quiero mucho pero no la amo”, “Es un buen padre de mis hijos pero no estoy

enamorada”.

31
• El cónyuge down, encuentra fuera de la pareja alguien que lo valora y enaltece.

Alguien que “le da brillo” y descubre que puede hacer otro tipo de relación de

pareja y vivir una vida diferente.

• El cónyuge up abúlico y sin deseo encuentra un tercero, alguien que no se halla a

expensas de él y se descubre deseante de otra persona contrariamente a lo que

sintió toda la vida de relación.

Por otra parte, estos pares complementarios relacionales, poseen ciertas

características de personalidad que propulsa la codependencia. Por lo general, el

miembro down -como mencionamos anteriormente- es una persona desvalorizada, que

ha sistematizado en su vida una forma valorizarse buscando en su entorno lo que debe

encontrar en su interior. O sea, son personas que le otorgan preeminencia al deseo de los

otros y trabajan para ser queridos y valorados.

Poseen un estilo de sacrificio en donde se relegan y no saben colocar límites

porque lo vivencian como una forma de que lo rechacen. Es posible que no hablen

acerca de sus problemas y que tiendan a ser más introvertidos. Viven a la sombra de su

pareja. Tienden a la implosividad y control de los impulsos, por el temor a no ser

aceptados o rechazados.

Mientras que los integrantes up, tienden a ser más valorizados, pueden buscar la

valoración personal en el entorno, de hecho su pareja permanentemente lo valora y se ha

convertido en una gran proveedora afectiva. Poseen un mayor índice de sociabilidad y

se relacionan con facilidad bajo el paradigma de un egocentrismo acompañado de gran

simpatía. Se vuelven hiperexigentes con su pareja, donde casi siempre le remarca lo

faltante. Son personas más extravertidas y explosivas, o sea, nunca depositarán en su

cuerpo lo que debe colocarse en el exterior.

32
En conclusión, este tipo de parejas no asisten a consulta si no es por alguna de las

razones críticas que planteábamos renglones arriba. La conyugalidad aparentemente

armónica y complementariamente rígida hace que los cónyuges no planteen cambios

relacionales, por lo tanto, deambulan en la inercia de las interacciones donde impera el

más de lo mismo. Si tomamos la ecuación de resistencia al cambio (Ceberio. 2013)2:

1. Grado de intensidad de los síntomas (0 a 100).

2. Frecuencia de aparición del tipo de dinámica disfuncional (no es lo mismo que

los accesos sean cotidianos, semanales, mensuales, etc.).

3. Cantidad de síntomas que lo conforman.

4. Tiempo de aparición (cuanto mayor sea el tiempo de convivencia con los

síntomas, mayor es la incorporación de la disfuncionalidad a la vida de la

persona).

En este tipo de parejas, los 4 ítems dan resultados elevados mostrando un grado

resistencia importante a la hora de cumplir, por ejemplo, una prescripción que implique

la desestructuración de la complementariedad simbiótica. En síntesis, los tópicos

principales en esta relación alienante son:

1. Relación complementaria rígida up-down position.

2. El integrante down es un desvalorizado que busca en su pareja la valoración y

reconocimiento permanente.

3. Da de manera compulsiva con la secreta expectativa de ser reconocido y

valorado.
2
Estas cuatro variables son utilizadas en los trastornos de pánico para evaluar el estado sintomático,
tanto al inicio del proceso terapéutico, en la etapa intermedia y en la finalización del mismo. Así también
se prevé una evaluación posterior a al cierre del tratamiento mediante un seguimiento telefónico a los 6
meses. Este chequeo permite ver el grado de inercia o sistematización sintomática al que aludíamos
anteriormente.

33
4. Se muestra incondicional y omnipresente para su cónyuge: incondicionalidad

que lleva a la invisibilidad y su desconfirmación o descalificación.

5. La seguridad adquirida por la relación con down lleva al miembro up a cometer

abusos relacionales a sabiendas que no será punido.

6. Factores de estrés emocional permanentes.

7. Hiperexigencia del miembro up sobre el integrante down señalándole lo que no

hizo.

8. El universo de uno de los partenaires (miembro down) se secundarisa en torno a

la relación.

9. Dada la preeminencia que otorga el cónyuge down a su pareja, todas las

relaciones son satélites de la relación de pareja (amistades, familias extensas,

etc.).

10. Las actividades personales del partenaire down se relegan en función de priorizar

la relación con el miembro up.

11. El miembro up se egocentriza en amplio dominio relacional

12. Es un vínculo adictivo y co-dependiente donde ambos se necesitan.

13. No vienen a consulta a menos que se rompa el equilibrio.

El cónyuge alienado, sistematizado en esa dinámica, desenvuelve diferentes

afecciones psicológicas y orgánicas como: pierde autoridad parental, su autoestima

alcanza niveles catastróficos, relega sus actividades personales en función de su pareja,

aparecen sentimientos de soledad y marginación, pierde su identidad que es constituida

en pos de la mirada del otro, empobre las actividades culturales y del desarrollo

profesional, lúdico, etc. Dada su implosividad y su sometimiento desarrolla

implosividades que la llevan a somatizar diferentes trastornos orgánicos: es factible que

34
desencadene sintomatologías orgánicas del tipo de enfermedades autoinmunes (lupus

eritematoso, hipotiroidismo de Hashimoto, diabetes mellitus, artritis reumatoide,

esclerosis múltiple, etc.) cardiopatías, ataques de pánico, depresiones post estrés, colon

irritable, colitis ulcerosas, ataques de pánico, entre otras.

Una vez que el cónyuge alienado desenvuelve cualquiera de estos trastornos

pasa a ser dentro del circuito familiar como la persona “enferma”, instaurando aún más

el nivel de alienación. Todo conlleva inexorablemente –como profecía autocumplidora-

a vivir una vida que no es la propia, sino la vida personal pasa por la vida de la pareja y

en especial a la de su partenaire. Aunque, debe entenderse que todo este interjuego se

hace de a dos, es decir, puede involucrar al núcleo familiar y extra familiar pero

compete al sistema. No se trata de satanizar o demonologizar al cónyuge en up y

observar como una “pobre víctima” al partenaire en down. Se entiende que ambos son

parte de una dinámica en donde ambas conductas, emociones, cogniciones y hasta la

misma neuroquímica cerebral, se estimulan produciendo las acciones del compañero.

Tal como lo señalaba la gran maestra de la terapia familiar Mara Selvini “El poder no se

halla ni en uno ni en otro, el poder se encuentra en las reglas de juego a la que los

integrantes se someten”.

BIBLIOGRAFIA

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hacia una ecología de la mente”. Carlos Lohlé, Bs. As., 1976.
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