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Cielo Salviolo
Clase XV: 20 años de
derechos infantiles.
Debates y perspectivas.
Lic. Cielo Salviolo
Clase XV: 20 años de derechos infantiles. Debates y perspectivas. Lic. Cielo Salviolo
Sitio: FLACSO Virtual
Curso: Diploma Superior Infancia, educación y pedagogía Cohorte 3
Clase XV: 20 años de derechos infantiles. Debates y perspectivas. Lic. Cielo
Clase:
Salviolo
Impreso
Lucia Bianchi
por:
Día: lunes, 2 de marzo de 2015, 11:18
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2/3/2015 Clase XV: 20 años de derechos infantiles. Debates y perspectivas. Lic. Cielo Salviolo
Tabla de contenidos
Infancia, comunicación y derechos. A veinte años de la Convención, debates y reflexiones que
se actualizan.
¿Cómo pensamos a las infancias hoy?
Representaciones de la infancia hoy
Medios, imágenes y cultura
El contrato con la audiencia
De Popeye a Pakapaka
Hacer la diferencia
Hacia la democratización de los vínculos
Referencias
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2/3/2015 Clase XV: 20 años de derechos infantiles. Debates y perspectivas. Lic. Cielo Salviolo
Infancia, comunicación y derechos. A veinte
años de la Convención, debates y reflexiones
que se actualizan.
El reconocimiento de los derechos de niños, niñas y adolescentes es el resultado de un largo
proceso que se fue consolidando al calor de la evolución de las relaciones entre el mundo
adulto y la infancia. A casi 25 años de la aprobación de la Convención sobre los Derechos del
Niño, su impacto en la vida cotidiana de los chicos y chicas se actualiza y nos invita a
repensar los derechos en clave de capacidad de acción y participación de la infancia y a pensar
a los chicos y chicas como actores sociales y productores de cultura.
Esta clase se propone como un recorrido que nos posibilite explorar y reflexionar sobre la
visibilidad de las experiencias infantiles desde la Convención sobre los Derechos del Niño
hasta hoy, en la sociedad y, especialmente, en los medios de comunicación. Con la intención
de que ello nos invite a repensar la relación entre la infancia y el mundo adulto en clave de
derechos, a explorar el lugar de los chicos y chicas en la sociedad y redimensionar su derecho
a la participación.
La Convención sobre los Derechos del Niño representó un hito en materia de derechos
humanos. Este tratado internacional, el que más consenso jurídico y social ha tenido en la
historia, exige a los países que lo ratifican transformaciones profundas en la legislación, en las
políticas públicas y en las prácticas de las instituciones relacionadas con los niños; y cambios
socioculturales en el vínculo entre el Estado, la familia y la comunidad con los niños, niñas y
adolescentes. La clase de Valeria LLobet “Infancias, políticas y derechos” analiza con mucha
profundidad el proceso de esas transformaciones, su impacto real en las políticas de la infancia
y en la noción de ciudadanía infantil como aproximación a otros modos de pensar al niño en la
política como sujeto con derecho a formarse un juicio propio, a expresarse en asuntos que le
atañen y a opinar.
La Convención ha sido muy efectiva en la expansión de la idea de niño/a como sujeto de
derechos, en definir un marco normativo para proteger esos derechos, en visibilizar sus
violaciones y en fijar políticas integrales para responder a las mismas.
Hoy ya nadie discute la condición de sujetos de derechos de los niños, niñas y adolescentes.
Sin embargo, sus derechos se reconocen en la teoría pero, con mucha frecuencia, se
desconocen en la práctica, en su ejercicio.
A nuestras sociedades le ha sido más fácil ir aceptando aquellos derechos que Philippe
Meirieu (2010) denomina derechos créditos. Se trata de los derechos que implican
obligaciones a los adultos (a la sociedad y al Estado): derecho a un nombre y a una
nacionalidad, a conocer a sus padres, a tener una familia, a la educación, a la alimentación, a
la vivienda, a la salud, a cuidados especiales, a la protección contra toda forma de violencia y
explotación, a las garantías judiciales en caso de una infracción a la ley penal.
Que a las sociedades les haya resultado más fácil aceptarlos no quiere decir que en la práctica
efectivamente los garantice, esto es parte del problema entre el reconocimiento de los
derechos y su efectivo cumplimiento en el campo de los derechos humanos.
Sin embargo, los derechos libertades, aquellos que reconocen a los niños, niñas y adolescentes
la posibilidad de ejercer por sí mismos varias libertades, aquellos que les permiten impactar en
el mundo, actuar por sí mismos, son los que plantean más dificultades para su reconocimiento,
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su aceptación, su puesta en práctica. Podemos mencionar en este grupo, el derecho a la
libertad de pensamiento, de asociación y reunión; a ser escuchados, a expresar sus opiniones
libremente; a buscar, recibir y difundir informaciones de todo tipo; a compartir con el mundo
sus ideas y a que éstas sean tenidas en cuenta.
Algunas preguntas claves emergen para el debate a la luz de esta enorme dificultad de nuestras
sociedades para reconocer a los chicos y chicas derechos que se vinculan directamente con su
capacidad de influir y afectar a otros con el pensamiento, con las ideas, derechos que remiten a
su participación social y política: ¿qué pueden los niños?, ¿cuál es la dimensión de su
participación?, ¿cuál es su capacidad real de acción y de afectación?
Tal como señalan Silva Baleiro y Perdernera (2006), pensar a la infancia y pensar con la
infancia no sólo remite a una simbólica de los problemas, carencias, ausencias o faltas, a
aquello que debe protegerse o solucionarse; sino que implica ubicarse en el terreno de la
posibilidad de producir, de participar y aportar de los niños y adolescentes; de su capacidad de
acción en las relaciones familiares, en las relaciones sociales, en interacción con el mundo, en
la producción simbólica de una comunidad, en la producción de cultura.
Esa capacidad de acción, de participación, de reivindicar y ejercer los derechos, es la
dimensión política de los derechos, o en otras palabras, el impacto de la Convención en la
existencia política de los niños, niñas y adolescentes.
Los adultos precisamos preguntarnos sobre el reconocimiento de esas potencias en nuestra
interacción con los niños y niñas y muy especialmente sobre las condiciones de posibilidad
que habilitamos o negamos para que esas potencias se desarrollen. ¿Hasta qué punto los
adultos nos sentimos interpelados por los chicos y chicas en nuestros vínculos cotidianos
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como padres, madres, familiares, educadores, cuidadores, promotores de derechos, operadores
sociales, enfermeros, pediatras? ¿Cuál es la participación real de los chicos y chicas en la
escuela, en la familia, en las organizaciones sociales, culturales o religiosas? ¿Cuál es su
visibilidad y su voz en los medios de comunicación?
Pensar los derechos en clave de capacidad de acción de los niños y niñas implica pensar en la
infancia como una fuerza e invita a una relectura de la Convención con relación a nuestras
propias prácticas, más pertinente que nunca a 24 años de su aprobación.
Una relectura en clave política, que coloque en el centro la experiencia de la participación y de
la ciudadanía en la infancia, entendiendo que ser ciudadano/a es un proceso complejo, que no
se limita al momento en que estamos habilitados para ser elegibles y electores de gobiernos y
gobernantes. Implica el reconocimiento de los derechos pero también la posibilidad de
participar, actuar e impactar en el devenir de los procesos sociales y políticos de una sociedad
donde se entremezclan procesos institucionales, prácticas culturales y acciones políticas.
Bajo el lema ‘one child can move the world’
(un niño puede cambiar el mundo), la
fundación holandesa KidsRight reconoce
anualmente desde el 2005 a niños referentes
en la lucha por sus derechos con una suerte
de premio Nobel de la paz para los más
chicos. Entre sus ganadores se encuentran:
Nkosi Johnson, un niño africano enfermo de
sida y activista por los derechos de los niños
portadores de HIV, el indio Om Prakash,
activista contra el trabajo infantil y esclavo
en su país (habiendo él mismo sufrido en
carne propia ese mal desde sus cinco a ocho
años de edad), y un niño refugiado
proveniente de Tanzania cuyo programa de radio, Niños por niños, ha sido un soporte
fundamental para otros niños refugiados como él.
Pensar en clave de ciudadanía, implica discutir, debatir y reflexionar sobre las posibilidades,
las potencias, las capacidades de acción y participación y los sentimientos de pertenencia e
implicación en la comunidad de los niños, niñas y adolescentes. El aprendizaje de la
ciudadanía más que una interiorización de principios teóricos, supone más bien la formación
de una experiencia en la que intervienen las relaciones familiares, los grupos de pares, el
ámbito público de la escuela, de la cultura, e incluso los medios de comunicación (Benedicto,
2003).
Los derechos de los niños, niñas y adolescentes a participar, a formarse un juicio propio, a
poder expresarlo, a que sus opiniones sean tenidas en cuenta, a asociarse libremente y a buscar
y difundir información sin ser discriminados forman parte del ejercicio de la ciudadanía,
condición indispensable, a su vez, para el desarrollo de sociedades democráticas e inclusivas
que conciban a los niños como ciudadanos con posibilidades de intervenir, en función de su
madurez y desarrollo, en el diseño de pautas y normas del mundo en el que viven.
La ciudadanía implica involucrarse en acciones y en la toma de decisiones, implica
compromisos y responsabilidades. Sin la posibilidad de influir en la sociedad en la que viven,
niños, niñas y adolescentes no pueden desarrollarse como ciudadanos plenos y, a su vez, una
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sociedad tampoco puede crecer democráticamente si no desarrolla los espacios en los que
pueda ejercerse el derecho a participar.
Sin embargo, claro está, la ciudadanía no es algo que pueda decretarse o establecerse para que
se produzca de manera automática. Se aprende y se construye, es un proceso que acompaña el
crecimiento de las personas y que deber ser facilitado por las instituciones sociales y políticas.
Necesita de espacios de participación, especialmente cuando las reglas y las decisiones las
toman los adultos en todos los ámbitos.
La cuestión es entonces, en qué medida, esa ciudadanía en la infancia depende de las
condiciones para la participación que el mundo adulto pueda crear y sostener no sólo en el
discurso, sino y muy especialmente en sus relaciones concretas y cotidianas con la infancia, en
la inclusión de los niños y niñas en el juego democrático. Porque de ello depende el ejercicio
efectivo de los derechos. Y esta es precisamente la cuestión central que nos plantea hoy la
Convención: la existencia política de la infancia.
Esa existencia política implica pensar en los niños como portadores de saberes, de
necesidades, de sentimientos, de deseos, de denuncias, de una visión propia del mundo aunque
también semejante a la del grupo al que pertenece. Significa también entender a los niños y
niñas como seres sociales, participantes de otros grupos: su familia, su barrio, su grupo de
amigos, su ciudad, su comunidad. Significa comprender que tienen historia, vivencias,
experiencias, un pasado, un presente y un futuro por construir. En esa construcción, ser niño
también es ser protagonista, ser constructor de su propia vida y de la vida de los grupos
sociales a los que pertenece. (Pietro Castillo y otros, 1987)
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¿Cómo pensamos a las infancias hoy?
Concebir a los niños y niñas como actores sociales, desde esta perspectiva, implica
necesariamente poner en cuestión los modos en que nos relacionamos con los chicos y chicas,
cómo los interpelamos, cómo nos sentimos interpelados por ellos, cómo los representamos.
¿Quiénes son los niños (hoy)? ¿Cómo nos interpelan? ¿Cómo nos relacionamos con ellos?
¿Cuándo se hace visible la infancia? ¿Cómo vemos a los niños?
Estas preguntas suponen explorar las representaciones de las imágenes infantiles pero también
una interpelación a nosotros mismos en tanto interlocutores/constructores de esas
representaciones desde diversas posiciones (padres, educadores, políticos, etc.). Y supone,
finalmente, pensar en las concepciones de infancia de nuestra época.
Las imágenes de la infancia, las formas en que la infancia se hace visible indican formas de
presencia de los niños en la sociedad. Como sostiene Sandra Carli (2009), las imágenes de la
infancia en la Argentina nos indican formas de presencia de los niños, algunas de ellas de
larga data y otras inéditas, algunas representan símbolos de los procesos de globalización y
ajuste que vivieron nuestros países latinoamericanos en estas últimas décadas, y otras son
resultado de la sobrevivencia vital de tradiciones, luchas e ideales colectivos.
Propongo (no de manera completa ni acabada), repasar algunas imágenes sobre la niñez hoy
teniendo presente que de la infancia, mucho ya se ha escrito al respecto y que es una categoría
social cultural e históricamente construida en el sentido de que es el resultado de un conjunto
de ideas, valores y maneras de actuar propias de una época.
El análisis detallado que propone Myriam Southwell en la clase “El niño en la historia: La
construcción de una mirada entre los impulsos modernizadores, la exclusión y el cuidado”
constituye un punto de partida para comprender el fenómeno de la inserción de los niños y
niñas en nuestras sociedades, sus implicaciones culturales, sociales y económicas y sus
respectivas representaciones mediáticas, aspecto sobre el que la presente clase se propone
indagar.
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Representaciones de la infancia hoy
Del proceso de construcción de la categoría infancia han derivado, según las épocas, ciertas
miradas e imaginarios sobre niños, niñas y adolescentes que impactaron e impactan con fuerza
en la sociedad y que los medios de comunicación, por acción u omisión, refuerzan y
convalidan.
Ángeles, pillos, príncipes, mendigos, delincuentes, ingenuos, terribles, indomables, adorables,
seductores, sospechosos, peligrosos, inocentes, desprotegidos, adultos pequeños, incompletos,
consumidores, clientes… Y la lista podría seguir…
Veamos entonces algunas de las representaciones hegemónicas de la infancia que circulan hoy
con fuerza.
La mirada del niño como proyecto, representada en frases como “cuidemos a los niños,
porque cuidarlos significa atender el futuro de la comunidad, de la ciudad, de la provincia, del
país”, “los niños son el futuro”, y otras similares. Esta concepción acerca de la infancia y la
adolescencia se cristaliza en frases que circulan habitualmente en la sociedad y que en
principio no parecen cuestionables pero son parte de una cultura que no considera a los niños
y niñas como personas hoy sino solamente como proyectos de adultos o futuras personas. Esta
concepción, que remite al imaginario moderno acerca de la infancia, clausura la posibilidad de
pensar, imaginar, mirar y considerar a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de
derechos hoy porque concibe a la infancia como un momento de tránsito y preparación hacia
la adultez. Define a los niños y niñas por lo que tienen que llegar a ser en función de lo que
necesita la sociedad que sean.
La mirada compasiva. Aquella que se moviliza o despierta frente a escenarios de
expectación mostrando situaciones y casos límite de abuso, trata y explotación de niños/as y
adolescentes o extrema pobreza. Los medios de comunicación masiva abusan en la
presentación de este discurso mediante la promoción de situaciones de ayuda social
“meritoria” y personas “ejemplares” con avisos y campañas publicitarias (quizás uno de los
casos más resonantes haya sido la cobertura del programa Día D de la situación de Bárbara
Flores en Tucumán en el año 2001). Esta apelación al niño pobre – señala Eduardo Bustelo
(2007) evade problemas estructurales de distribución de la riqueza como si la pobreza
pudiese resolverse desde un compromiso personal con un niño o un proyecto. Son discursos
que estimulan la sensibilización a partir de situaciones límite que movilizan sentimientos y
promueven donaciones pero impactan poco en la generación de movimientos que reclamen
políticas para modificar las condiciones de desigualdad en la que viven los chicos y chicas.
Esta mirada encuentra un correlato con las políticas asistencialistas que el Estado sostuvo
sobre la infancia durante muchas décadas, que lejos de concebir a los niños como titulares de
derechos que tienen el poder de exigir del Estado ciertos comportamientos, los ha considerado
beneficiarios de concesiones. Y también se corresponde con la proliferación de experiencias
de voluntariado y organizaciones asistenciales, cuyo auge podemos situar a fines de la década
de los 90 y principios del 2000, que tenían (algunas aún los conservan) entre sus objetivos
tareas que le corresponden al Estado.
Las fotografías del brasileño Sebastião Salgado han
provocado igual dosis de admiración y polémica a
lo largo de los años. Sus imágenes, sostienen
algunos de sus críticos, despiertan en los
espectadores lo contrario a una mirada compasiva
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La mirada del control social bajo la cual se inscribe una operación que transforma a los
niños que están en situación de riesgo (niños en peligro) en niños potencialmente peligrosos.
Este es el estereotipo de la pobreza que refuerza por ejemplo la idea de que “los niños pobres
puede convertirse en delincuentes, por ello en lugar de protegerlos debo protegerme de ellos”.
Al amparo de los discursos de seguridad ciudadana han sido los niños quienes han sentido
mayormente el impacto en sus vidas de los mecanismos más duros de control sociopenal en
los últimos años. Este enfoque suele aparecer cuando naufraga la mirada compasiva. La
relación se invierte: el “protegido” se convierte en una amenaza y los “protectores” se sienten
desprotegidos. La compasión finalmente se convierte en represión (Bustelo, 2007).
Titulares
como
“Crece el
fenómeno
de las
bandas con
pibes
armados” o
“La banda
de los pibes
chorros”,
frecuentes
en el diario
El día, de la
Provincia de
Buenos
Aires,
contribuyen, según la Lic. María Celeste Hernández, a la “construcción de una zona
peligrosa” y a la estigmatización de los niños que por diversos motivos abandonaron sus
hogares y pasan su cotidianidad en los espacios públicos de la Ciudad de la Plata. Para
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Hernández, “los medios de comunicación (…) ‘son productores –impunes – de esas
representaciones y despliegan todo su poder clasificatorio y estigmatizador bajo la coartada
de su exclusiva mediación tecnológica’ (Reguillo 2000) al tiempo que moldean hechos y
encienden debates asociados a la problemática penaljuvenil convirtiéndola en una cuestión
de agenda que demanda con urgencia e inmediatez una solución”. El día construye una
imagen peligrosa, estigmatizada de estos chicos también a través de sus imágenes. El
epígrafe que acompaña esta foto y que ilustra una de las notas mencionadas advierte: “En
nuestra región hay muchas bandas de pibes que, con el delito como principal bandera,
mantienen entre ellos códigos de lealtad e identidad bien marcadas”. El efecto blurring de la
foto busca desdibujar la identidad de los retratados no para protegerlos, como normalmente
se hace cuando se trata de menores expuestos en los medios, sino para crear una identidad
colectiva y anónima del grupo que despersonifica a los sujetos miembros de “la banda” y
refuerza su supuesta condición amenazante.
Los medios abundan en ejemplos de representaciones de las infancias pobres como
potencialmente “peligrosas”.
Segmento del programa Pibes chorros:
La mirada del niño como consumidor. El niño/a interpelado por los medios y el mercado
como sujeto activo en el consumo: un consumidor/cliente, una presencia aquí y ahora, con una
visibilidad inédita. Un niño/a reposicionado gracias al mercado, que existe como consumidor
autónomo, con deseos que impactan en su familia. Las pantallas, los kioscos, las vidrieras ya
no piensan en “hijos”, “alumnos” que obedecen reglas de otros, sino en pequeños clientes con
autonomía de decisión. Desde esta perspectiva, entonces, los niños consumidores no son sólo
quienes compran un producto, sino quienes “compran” un modelo cultural. Y en este sentido,
el papel de la televisión resulta esencial.
La alianza con la TV es uno de los modos de funcionamiento fundamental para el mercado de
productos “culturales” infantiles. El mercado entendió mejor que nadie que los chicos y chicas
son hoy.
Publicidad de TeleCentro:
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Publicidad de Barbie:
Frente a estas imágenes, entonces, ¿cómo contraponer la mirada del niño/a como actor social,
como ciudadano, como sujeto de derechos? La comprensión de los derechos como una
perspectiva para la construcción cultural es uno de los principales desafíos. Y los medios de
comunicación son allí actores claves. Pueden fortalecer prejuicios, estigmatizaciones y
estereotipos que provocan determinadas actitudes de la sociedad hacia los niños y niñas, o por
el contrario pueden para instalar otras miradas, otros sentidos acerca de lo que significa ser
niño/a hoy en Argentina y en Latinoamérica.
Los medios masivos de comunicación son importantes agentes de socialización, creadores de
temas de agenda pública y conformadores de opinión y visiones sobre el mundo. Los modos
en que los medios hablan de los niños, niñas y adolescentes aportan a la construcción de una
mirada particular en torno a ellos. Así las miradas e imaginarios que ponen a circular sobre la
niñez y la adolescencia tienen un fuerte impacto en los niños y en toda la sociedad.
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A través de esa compleja relación que entabla con los medios, la sociedad construye un
sentido acerca de lo que es ser niño y de lo que es ser adulto y el correspondiente
comportamiento que se espera de cada uno. Por vía de la comparación, de la aceptación, de la
negación o del rechazo, vamos entretejiendo la propuesta simbólica de los medios con los
aprendizajes que hacemos por fuera de ellos. Y en esa construcción algunas imágenes operan
con mucha fuerza.
Como sostiene Sandra Carli (2009), lo que resulta evidente entonces es la necesidad de
intervenir más activamente en la batalla cultural que se libra en el terreno de las
representaciones acerca de la infancia, tanto en el plano de la producción como en el de la
apropiación y el de la interpelación a la infancia, terrenos donde los medios de comunicación
tienen un papel fundamental porque el reconocimiento de las infancias, en su dimensión
política, impacta también y especialmente en el terreno de la cultura y en el de la
comunicación.
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Medios, imágenes y cultura
Una de las prioridades de nuestras sociedades para profundizar la participación y la vida
democrática es fortalecer el derecho a la participación y el derecho a la comunicación desde la
infancia, que incluye al mismo tiempo el derecho a la información y a la libertad de expresión.
La comunicación es una puerta de acceso para el ejercicio de otros derechos humanos.
Más aún si reconocemos que lo propio de la ciudadanía hoy es hallarse asociada al
“reconocimiento recíproco”, esto es, al derecho de informar y ser informado, de hablar y ser
escuchado, imprescindible para poder pensar en las decisiones que conciernen a lo colectivo.
La desposesión del derecho a ser visto y oído, que equivale al de existir/contar socialmente,
tanto en el terreno de lo individual como de lo colectivo, es una forma de exclusión.
Ningún actor político, social o económico del país podría pensar hoy sus estrategias de
inserción en la sociedad, de defensa de sus derechos sin tomar en cuenta la necesidad de tener
voz y comunicarse con la sociedad a la que pertenece. La evolución de los modos e
instrumentos de interacción humana ubican a la comunicación mediática como uno de los
recursos principales, tanto por su importancia para el acceso a la información como por la
necesidad obvia de conseguir un espacio, imprescindible para generar y dar a conocer voces y
opiniones (Muleiro, 2013).
Robby Novak, más conocido como “Kid
President”, es un niño norteamericano de
nueve años cuyos videos en youtube se
volvieron virales al punto tal que fue
invitado a conocer a Barack Obama en la
Casa Blanca. Dueño de un indudable
carisma frente a la cámara, Kid President
se define a sí mismo como “la voz de su
generación” y postea videos donde opina
con humor sobre la actualidad, la
educación, la política, y da consejos “to
make the world awesome” (“para hacer
un mundo copado”).
Los niños y niñas no tienen ni las mismas oportunidades ni los mismos recursos que otros
grupos sociales para intervenir en la vida pública; además, por lo común, no son tomados en
cuenta a la hora de hacer aportes a la sociedad a la que pertenecen, inclusive en los temas que
más estrechamente les conciernen.
En gran parte invisibilizados o representados en los medios de comunicación, principalmente
como víctimas o victimarios de hechos violentos, este segmento de la población prácticamente
no tiene instancias de representación social, no es tomado como un actor social en paridad con
los demás, con su capacidad de hacer aportes al conjunto que integra e involucrase, opinar y
decidir sobre los asuntos que le conciernen. Como afirma la organización internacional
SavetheChildren, nuestras sociedades son “adultocéntricas”: organizadas y pensadas por
adultos, en función de sus intereses y obligaciones, sobre todo para garantizar las condiciones
de la productividad que el sistema les impone.
Por lo común, los medios reproducen el esquema según el cual la niñez y adolescencia deben
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ser objeto de control de los adultos, a quienes se considera portadores de una suerte de
derecho “natural” a decidir por ellos inclusive sin pedirles opinión.
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El contrato con la audiencia
Los medios también construyen sentido a partir de los modos en que interpelan a sus
audiencias, en los contratos que establecen con esas audiencias cuando diseñan y programan
contenidos dirigidos a chicos y chicas. Y es aquí donde las propuestas audiovisuales pensadas
para la infancia pueden hacer una diferencia sustancial, tanto en el plano de la producción
como en el de la apropiación y el de la interpelación a la infancia. Una mirada sobre los
productos culturales que están a disposición y alcance de los niños también dice mucho sobre
los modos de interpelación a la infancia a partir de la cultura. ¿Cómo está configurado ese
paisaje cultural?
Algunos datos de la televisión infantil en Argentina pueden echar luz sobre ese escenario.
Hasta hace apenas pocos años en nuestro país la televisión de aire tenía muy pocas propuestas
para los chicos y chicas. Descubrió que podía convocarlos desde la programación para adultos
y en buena medida se desentendió de generar franjas específicas de programación infantil. De
este modo, las audiencias fueron desplazándose a la televisión de cable que ―dependiendo del
paquete que uno tenga o del abono que uno haya contratado en nuestro país― pone a
disposición una oferta de 7 u 8 canales infantiles con producciones pensadas y realizadas
desde Estados Unidos, en su mayoría, para el mercado hispano parlante.
Este desplazamiento de las audiencias infantiles a los canales de cable infantiles ha provocado
que chicos y chicas se reconozcan como destinatarios de señales, antes que de programas o
franjas, que los interpelan a ellos exclusivamente y durante las 24 horas, desde los diálogos,
los lenguajes y las imágenes. Por ello, cuando encienden la televisión buscan sus “canales”,
que además están segmentados por edades
Las audiencias infantiles tienen a su disposición, en este escenario, una oferta de contenidos
amplia pero no necesariamente diversa, puesto que es difícil hallar propuestas pensadas desde
Argentina, Bolivia, Paraguay, Perú u otro país latinoamericano para los chicos y chicas de
nuestros países, donde puedan reconocerse y sentirse representados.
Las casas, las escuelas, los entornos sociales y culturales, los paisajes y escenarios, hasta los
animales y las historias tienen poco que ver con los chicos y chicas de América Latina. Y no
se trata de que la televisión infantil deba relatar historias e imágenes únicamente de sus
lugares de origen. La televisión infantil amplía los repertorios culturales de los chicos y chicas
cuando abre una ventana a otros mundos y otras culturas y las pone en diálogo con la propia,
cuando combina lo universal con lo local y cuando crea espacios para que los chicos se
reconozcan y reconozcan a otros, con otras culturas, otras historias.
A su vez, la oferta televisiva infantil presenta algunas tendencias mundiales que también
atraviesan, por supuesto, a la programación que se ve en nuestro país.
El estudio Children’s television worldwide: Gender Representations de la Fundación Prix
Jenuesse que analizó 2402 horas de TV dirigida a los niños de 24 países (2007), Argentina
incluida, advierte, por ejemplo, que la televisión infantil es:
animada porque está compuesta principalmente de animación, un formato que puede
ser más universal y menos específico culturalmente;
globalizada porque el 60 por ciento de los programas que se exhiben provienen de
Estados Unidos y el 28 por ciento de Europa;
masculina porque de los personajes principales, el 68 por ciento son varones, una
proporción que aumenta cuando los personajes son animales o fantásticos;
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blanca porque el 72 por ciento de los personajes son blancos, especialmente en el caso
de los personajes masculinos y en general cuando son líderes. Las mujeres, con mayor
frecuencia, se presentan en grupo, no lideran y cuando aparece un personaje femenino
como líder, en general es pelirrojo.
En algún sentido estas tendencias muestran qué es lo “visible” y lo “invisible” en la
programación infantil, cómo se configura en buena medida el paisaje cultural que los medios
ponen a disposición de los chicos y chicas y cómo esos productos culturales impactan en sus
identidades.
Estas representaciones que la televisión infantil pone en circulación pueden rastrearse
probablemente a lo largo de los últimos 50 años. Claro está que algunas cosas felizmente han
cambiado desde las primeras princesas representadas por Disney como Blancanieves,
Cenicienta, la Bella Durmiente, Aurora, Ariel (sumisas, amas de casa, ingenuas, vulnerables,
cuya única motivación era el amor) a algunas princesas más actuales como Mérida de Valiente
o La princesa Medialuna de Pakapaka.
Este clip recorre algunas de las princesas emblemáticas representadas en las películas de
Disney. Es interesante para reflexionar sobre estereotipos de género tanto en los roles
femeninos como en los masculinos:
http://www.youtube.com/watch?v=57zKcmrT6M
Segmento del film Valiente de Pixar – Disney. Mérida, su protagonista, es una experta arquera
que dispuesta a trazar su propio destino, decide romper con una antigua costumbre que la
obligaba a casarse con uno de los hijos de los señores de la tierra:
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Capítulo de Medialuna y las noches mágicas de Pakapaka:
Medialuna, es una princesa aventurera, exploradora. La estética de la serie se propuso valorar
elementos de las culturas originarias de América Latina.
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Blancanieves sin final feliz…
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De Popeye a Pakapaka
Sin embargo, hemos recorrido un largo camino desde los inicios de la televisión infantil hasta
hoy y también nos hemos formado y hemos formado o al menos lo intentamos, a nuestros
hijos, hijas, alumnos/as para que puedan ser receptores críticos de aquello que los medios pone
a su disposición.
Algunas décadas atrás podíamos ver en televisión, este capítulo de Popeye, el marino
probablemente sin escandalizarnos:
Hoy los propios chicos nos sorprenden con comentarios agudos y reflexivos sobre los
estereotipos de género. Riley, una niña pequeña, reflexiona sobre el color rosa, las princesas y
los superhéroes:
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El paisaje cultural a disposición de los niños y niñas en Argentina y en América Latina ha
iniciado un movimiento de búsqueda de otros sentidos, otras apuestas, otros modos de pensar
y diseñar productos culturales para las infancias de nuestra región.
Latinoamérica viene desarrollando desde hace varios años el sector del audiovisual infantil de
manera sistemática, con los esfuerzos y voluntades de la política pública en algunos países,
aunados a los esfuerzos y voluntades de canales, productoras, instituciones e individuos.
La explosión de contenidos de países como Brasil, Chile, Argentina, México, Cuba y
Colombia empieza a dar cuenta de una nueva tendencia y un estilo “latinoamericano”. Este
estilo, esta forma de hacer, de sentir y de ver, merece ser entendido desde su concepto y su
contexto, desde sus particularidades como región, como sociedad y como cultura, teniendo en
cuenta que se propone responder a las necesidades, gustos e intereses de los chicos y chicas de
la región.
Aún de modo desparejo, nuestros países han comenzado a hacer una televisión con identidad
desde su concepto y sus estéticas. Ejemplos como la pionera Tv Cultura de Brasil, Pakapaka
de Argentina, Señal Colombia o Canal Once de México son referentes de experiencias de una
televisión para la infancia que combina la calidad en la producción, los contenidos y las
estéticas con el reconocimiento a nuestras propias narrativas, narrativas en recíproca conexión
emocional con la de los chicos y las chicas de este lado del mundo.
A su vez, un dato que es absolutamente importante y que marca el escenario de una manera
muy fuerte, al menos en Argentina, que ha sido pionera en la sanción de una legislación de
este tipo, es la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que contiene algunos artículos
vinculados con la protección y promoción de los derechos de infancia con relación a la
comunicación. Otros países en nuestra región también están discutiendo sus propias leyes y la
inclusión de los derechos de los chicos y chicas en ese tipo de normas.
Estas experiencias, novedosas, tanto desde el plano normativo como desde la producción
cultural han comenzado a instalar otros sentidos desde los medios de comunicación acerca de
qué significa ser un niño/o y otros diálogos con la infancia como audiencia, respetuosos de sus
intereses, de sus voces, de sus demandas.
Este es el caso de Pakapaka, la primera señal pública y educativa dirigida a la infancia en
Argentina, una propuesta que concibe a los niños y niñas como ciudadanos y se propone
contribuir y acompañar el desarrollo integral de los chicos; apoyar el proceso de enseñanza y
aprendizaje dentro del aula; y crear oportunidades para que todos y todas puedan aprender,
reconocer, conocer, participar y expresarse.
El canal que, desde 2010, transmite programación dirigida exclusivamente a niños y niñas de
2 a 12 años, las 24 horas, combina en la pantalla una diversidad de contenidos con variedad de
formatos y propuestas estéticas. Arte, juego y expresión; entornos históricos, sociales,
culturales y naturales; historia; geografía; ciencia y tecnología conviven con ficciones y
aventuras y con historias de vida cotidiana de los chicos y chicas, entre muchos otros
contenidos.
La fantasía, el juego, los afectos, los sentidos se combinan con las preguntas, la investigación,
el conocimiento, el descubrimiento y la exploración del mundo en ficciones, documentales y
animaciones. Pueden verse autorretratos de chicos y chicas de todo el país en pequeños
documentales; cuentos de autores argentinos y leyendas latinoamericanas animadas;
canciones, poemas y versos de María Elena Walsh con distintas estéticas; un reality show por
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los parques nacionales de la Argentina; un talk show con animales que debaten sobre
cuestiones como los celos, la privacidad, la envidia, el amor, la relación con los padres; un
recorrido en clave de aventura por la historia argentina de los últimos doscientos años de la
mano de Zamba, personaje emblemático del canal.
Una de los apuestas más grandes del canal ha sido el abordaje desde un dibujo animado
infantil de uno de los períodos más dolorosos de nuestra historia: la última dictadura militar
desde la perspectiva de los chicos.
Capítulo “La asombrosa excursión de Zamba en la Casa Rosada”:
En todos los contenidos, ya sea aquellos vinculados con la currícula escolar como en los que
abordan aspectos de la vida cotidiana de los chicos (peleas entre pares, miedos, situaciones y
cambios asociados crecimiento, etc.) o conflictos propios de la sociedad en la que viven (la
justicia y las injusticias, las diferencias culturales, el medio ambiente, etc.) el canal, como
medio público y educativo, busca asumir el tratamiento de cada caso de manera responsable y
cuidadosa.
Pakapaka introduce, además, nuevas dimensiones en la televisión infantil que completan esta
combinación de contenidos apropiados, relevantes y significativos, con estéticas y formatos
atractivos y entretenidos. Esas dimensiones tienen que ver con lo poético: se busca trasmitir
emociones y sentimientos a partir de los programas; con la experiencia: se busca promover el
conocimiento asociado siempre a la experiencia; con la multiplicidad de lenguajes: lograr
una pantalla que tenga palabras, sonidos e imágenes; con la imaginación: la programación
buscar estimular la posibilidad de imaginar y crear historias; y con otras posibilidades de
diálogos: en la señal hay espacio para el vértigo pero también para el diálogo, la pausa, e
incluso el silencio.
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Hacer la diferencia
En un paisaje marcado especialmente por propuestas que, desde el mercado, interpelan a los
chicos y chicas como consumidores, una propuesta audiovisual hace la diferencia cuando
concibe a los chicos y chicas como sujetos de derechos, actores sociales y productores de
cultura. Cuando los reconoce como seres sociales que se relacionan con su entorno e influyen
en él, en el seno de la familia, la comunidad, la sociedad. Cuando los representa en interacción
con el mundo familiar y social: cuenta en imágenes cómo son en sus casas, en sus escuelas, en
las calles de sus barrios, cómo son sus grupos sociales, sus familias y aborda desde los
contenidos sus intereses, sus inquietudes, sus dinámicas, sus emociones, sus alegrías, sus
juegos, sus juguetes pero también hace lugar a sus preocupaciones, sus preguntas, sus
conflictos, sus luchas, sus demandas, sus angustias.
Autorretrato de Rodrigo para Pakapaka:
http://www.pakapaka.gob.ar/sitios/pakapaka/videos/index?
serie=104404&limit=5&offset=25&sdest=1
La televisión hace una diferencia cuando crea espacios para que los chicos expresen sus
intereses, dudas y cuestionamientos, y sus preguntas vinculadas tanto con la exploración y el
conocimiento del mundo, de la sociedad en la que viven y de la vida cotidiana, como con su
propio universo emocional.
Migrópolis. Esta serie de Señal Colombia que ha recibido numerosos reconocimientos
internacionales, aborda desde la mirada infantil las experiencias de niños y niñas migrantes,
sus preocupaciones, sus anhelos, sus conflictos:
El protagonismo de los chicos implica entonces incorporar sus perspectivas, sus voces, sus
maneras de ser, de expresarse y de vincularse con el presente, con lo que ha tenido lugar y con
el futuro que imaginan o vislumbran, así como con los sueños que habitan en sus imaginarios.
Finalmente, se hace también una diferencia cuando se ponen a disposición de los chicos otras
estéticas que reflejen texturas, colores y tramas que se alejan de los tradicionales rosas y lilas
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que usan otras señales para los personajes femeninos y los azules y los celestes para los
varones y va incluso en busca de paletas, texturas y tramas que representen entornos
argentinos y latinoamericanos. Una estética que apunta a enriquecer el mundo infantil, que no
reproduzca estereotipos y que se conecte con sus culturas.
Mi familia. La diversidad desde la mirada infantil:
Las experiencias de ser chico o chica en nuestro país y en América Latina difieren según los
contextos sociales y culturales. La cultura infantil está caracterizada por la mixtura, la
existencia y la vivencia de una multiplicidad de experiencias de diferente índole y con
estéticas diversas, y el desafío de la televisión es expresar esa multiplicidad de experiencias y
sus manifestaciones para estimular de ese modo la posibilidad de ver las cosas desde otras
perspectivas.
Hermano mayor. Una de las piezas más simples y más bellas del canal. Dos niños y un
entorno pocas veces vistos en la televisión argentina, desde esta perspectiva:
Hermano%20Mayor.mov
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Hacia la democratización de los vínculos
La relación entre las infancias y los medios exige tener en cuenta el lugar que los chicos y
chicas tienen en la sociedad, su estatus político y ciudadano, su visibilidad social y su
inclusión o exclusión de la agenda de las políticas públicas.
Hablar de ciudadanía hoy, nos remite al derecho al reconocimiento social y cultura y al
derecho a la expresión y participación de todas las sensibilidades y narrativas en las que se
plasma la creatividad política y cultural de un país (Barbero, 2001).
Por ello, la participación constituye también y especialmente un reto para las experiencias de
creación de contenidos audiovisuales para la infancia que se están gestando en los países de
nuestra región. Un reto que implica pensar con los chicos y chicas en función de sus intereses
y demandas, la conformación de esas experiencias y de espacios legítimos de participación
que propongan otras historias, otros sentidos y otros relatos distintos a del mercado, y
respetuosos de las miradas y perspectivas de niños, niñas y adolescentes, como un derecho.
El camino hacia el pleno reconocimiento de los derechos de niños, niñas y adolescentes ha
sido más largo que el de otros grupos sociales puesto que la lucha por esos derechos a
diferencia de la de otros grupos excluidos, no ha sido una lucha propia sino que ha quedado en
manos del discurso y de las acciones de los adultos.
Como apunta Eduardo Bustelo (2007), uno de los principales problemas de la infancia es que
no puede autorrepresentarse. Por ello, en las luchas por los derechos de los niños, ellos no han
sido protagonistas, sino destinatarios de esos derechos sin lograr constituirse como un sujeto
colectivo a través de un movimiento público de reivindicación. Sin ese poder social es difícil
construir poder político.
Y en esas luchas, los adultos hemos dado un amplio espacio a los derechos civiles, a los
derechos sociales y económicos de los chicos y chicas, pero un espacio muy pequeño a los
derechos de participación, mucho menos a los de participación política. Los adultos hemos
reformulado las reglas del juego y los procedimientos a través de los cuales pueden ser
tomadas decisiones que afectan la vida de los niños y niñas pero no hemos compartido con
ellos el poder de reformular esas reglas de juego y procedimientos (Baratta, 1997), no los
hemos incorporado en las decisiones que tomamos en colectivo.
Una sociedad decidida a tener en cuenta las decisiones, intereses y aportes de los niños, niñas
y adolescentes debe democratizar todos los espacios donde los chicos y chicas crecen y se
desarrollan. Y eso involucra a la familia, la escuela, el club, las asociaciones políticas,
sociales, culturales y religiosas y también a los medios de comunicación.
Hoy, a casi 24 años de la aprobación de la Convención, es necesario repensar la dimensión
que los adultos le hemos asignado al derecho a la participación de los niños, niñas y
adolescentes. Un derecho que está fuertemente interrelacionado con los derechos de libertad y
con los derechos a la comunicación ( la libertad de opinión, de información, de formarse un
juicio propio, de asociación y de reunión y de acceso a los medios de comunicación) y que
tiene una importancia central, puesto que el ejercicio de esos derechos condiciona y garantiza
todos los demás derechos.
Sin tener voz, sin participar en los procesos de información, de comunicación, de decisión en
todas las esferas de la vida de una sociedad, los chicos y chicas no pueden ejercer la necesaria
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influencia sobre las condiciones de las cuales depende el ejercicio de sus derechos
económicos, sociales y culturales.
La infancia es una forma específica de experiencia en la vida; una forma específica con una
fuerza, una intensidad y una manera particular de estar en el mundo. Del mismo modo, la
ciudadanía de los chicos y chicas, su participación activa en la democracia es diferente,
precisamente por su identidad de niños, pero no menor o menos intensa que la de los adultos.
No podemos reducir la cuestión únicamente a garantizar la pura libertad de niños, niñas y
adolescentes a expresarse plenamente en todos los espacios, sino que ello significa en concreto
el deber de los adultos de escucharlos, de aprender de ellos, de estar dispuestos a modificar
actitudes y prácticas en el vínculo con los niños y niñas. (Baratta, 1997)
Es ese movimiento el que estamos llamados a hacer los adultos desde todos los ámbitos en los
cuales nos relacionamos y nos comunicamos con los chicos y chicas. Un movimiento que
visibilice a los niños y niñas como sujetos activos en las relaciones familiares, en la escuela,
en las relaciones sociales, en los medios de comunicación y en interacción con el mundo, con
la cultura, con lo social; que restituya a los niños la palabra, las condiciones para enunciar lo
que sienten, lo que piensan, lo que desean, lo que imaginan y lo que sueñan como base para
estructurar un proyecto de vida. Un movimiento que finalmente escuche a los niños y niñas y
esté dispuesto a democratizar los vínculos que los unen con el mundo adulto.
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