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pierde su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10:37-
39).
Pablo de Tarso renunció a su posición en el tribunal
supremo de Israel; Mateo dejó su fuente de ingresos en
el banco de los tributos públicos; Bernabé abandonó sus
tierras; otros dejaron sus redes de pescadores para seguir
al Maestro. Y de Jesús, dice Pablo:
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo,
que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para
que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” (2ª
Corintios 8:9).
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó
el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y estando en la condición de
hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8).
Pero hay un detalle que suele pasar inadvertido a muchos
lectores del Evangelio: Nuestro hombre no extrae el
tesoro y escapa con él. Entiende que pertenece a la tierra,
y por eso la compra, con el tesoro que reposa en su
interior y todo lo demás, tanto sus aspectos positivos
como los negativos.
El reino de los cielos hace acto inmediato de presencia.
Este hombre no es un buscador de tesoros. Lo halla por
aparente casualidad. Pensamos en la mujer
samaritana del capítulo 4 del Evangelio de Juan; el
carcelero de Filipos, en el capítulo 16 de los Hechos de
los Apóstoles; el centurión y los que estaban con él
guardando a Jesús al pie de la cruz (Mateo 27:54), y el
ladrón crucificado junto al Maestro (Lucas 23:39-43).
Nos recuerda las palabras de Pablo a los Romanos:
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“Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me
buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por
mí.” (Romanos 10:20). Los místicos siempre vieron el
tesoro escondido como una realidad espiritual que palpita
dentro de cada uno de nosotros.
Cualquier tesoro que no forme parte de nuestro ser no
pasará de ser un espejismo. El tesoro guiará nuestro curso
por la vida, mientras que los espejismos sólo sirven para
desorientarnos y extraviarnos:
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos
tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen,
y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”
(Mateo 6:19-21).
“Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que
tienes,y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y
ven y sígueme.” (Mateo 19:21).
En una ocasión, un gran rey cruzaba el desierto. Lo
seguían sus ministros. De pronto, uno de los camellos se
desplomó a tierra y se rompió el baúl que cargaba en su
joroba. Una lluvia de joyas, perlas preciosas y diamantes
se desparramó sobre la ardiente arena. El rey dijo a sus
ministros:
– “Señores, yo sigo adelante. Ustedes, si quieren, pueden
quedarse aquí. Todo lo que recojan, será suyo”. Y
continuó su viaje sin parpadear, pensando que ya nadie
lo seguiría. Al cabo de un rato, se da cuenta de que
alguien viene detrás de él. Vuelve la mirada hacia atrás y
ve que es uno de sus ministros. El rey le pregunta:
– “¿Qué? ¿no te importan las perlas y diamantes de tu
rey? Podrías ser rico toda tu vida...”
Y el ministro replica:
– “Me importa más mi rey que todas las perlas de mi rey”.
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Objetivo de las parábolas:
No es tanto el objeto material del tesoro escondido, sino
la decisión fundamental de estos dos hombres de dejar
todo para llegar a poseer ese tesoro de incalculable valor
que han encontrado. “Va a vender todo lo que tiene –nos
dice Cristo– para comprar aquel campo
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duda en vender todo cuanto tiene para adquirirla. De
nuevo hace acto de presencia el elemento de la renuncia.
Seguramente, hemos de pensar en las “perlas” del
“legalismo” de los judíos, de la “filosofía” de los griegos, y
de otras “perlas” de orgullo que podemos albergar en
nuestra vida, de lo que hemos de desprendernos para
adquirir la sencillez del Evangelio del reino de Dios
que Jesucristo encarna y proclama. Ante el valor
imperecedero de acceder al reino de los cielos, ningún
sacrificio es demasiado grande; ningún precio es
demasiado alto; ningún desprendimiento resultará ser
demasiado costoso.
La figura de la perla está presente también en el acceso a
la ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén: “Las doce puertas
eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla.
Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como
vidrio.” (Apocalipsis21:21).
Algunos místicos judíos vieron en la perla y en la
madreperla un símbolo de la “shejiná”, de la “luz divina”
o “resplandor de la gloria de la presencia del Señor”.
Jesús es “la perla de gran precio”, con su
mansedumbre y humildad, su desapego por las
cosas que a otros deslumbran. Clemente de
Alejandría, entre los padres de la Iglesia, predicaba a
Cristo Jesús describiendo al Verbo de Dios como la “Perla
de Gran Precio”.
La clase de “perla” que nuestro Maestro representa, no
puede hallarse en los escaparates de las joyerías, ni en
las cámaras más acorazadas. Esta “perla” nos llega
vestida de ave de los cielos, de lirio o mies de los campos,
de niños de la calle en alguna “fabela” o “villa-miseria” de
Latinoamérica. Esta “perla” es un verdadero tesoro
porque tiene un núcleo de amor y libertad bajo cualquier
revestimiento.
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Jesús también emplea la figura de la perla para
advertirnos que hemos de ser buenos administradores de
la superabundante gracia de Dios:
“No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas
delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se
vuelvan y os despedacen.” (Mateo 7:6).
Esta parábola es también una llamada de advertencia para
que no nos dejemos engañar, pues hay baratijas muy
elaboradas que pueden aparentar ser joyas, pero no lo
son, y los incautos caen en la trampa de adquirirlas; de
gastar la vida por tener dinero; de sacrificar el “ser”
por el “poseer”; de “querer” a las personas y “amar” a las
cosas.
El collar falso
GUY DE MAUPASSANT
El resumen de la obra el collar, escrito por el literato, Guy de
Maupassant, es el siguiente: El señor Loisel es una buena
persona y destacado empleado del ministerio de Instrucción
pública. De modo que, un día fue invitado por el ministerio de
educación a una fiesta a su honor, lo cual se llevaría a cabo
celebrarse el lunes 18 de enero en el ministerio.
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la fiesta, saliendo del evento perdió el collar, quedando los
esposos sumidos a una profunda preocupación.
ser cristiano.