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El contexto educativo en el país es ciertamente diverso, por ello, parece

indispensable desarrollar una nueva metodología nacional, con razonable consenso,


para la planeación que incluya no sólo los factores cuantitativos como hasta ahora, sino
que vaya asociada a algunos elementos de calidad, eficiencia y equidad. Además, ya
que, una educación de calidad es un fin en sí mismo por ser parte fundamental de vida
de una sociedad, es evidente que, para alcanzar el principal objetivo, es indispensable
tener claro que la correlación entre inversión y calidad puede ser fuerte, pero no
absoluta y plantear, en consecuencia, la necesidad no sólo de invertir más sino, sobre
todo, de invertir mejor, mejorar la gestión y optimizar los recursos adicionales, tema
de política y educación presentes en este ensayo. Ilustra de manera significativa este
recuento incorporar la visión de Rincón (2010), el cual opina:
Bourdieu demuestra la intención del sistema educativo de seleccionar a los
estudiantes de acuerdo con sus orígenes determinados por la posesión de
capital económico, social y cultural, principalmente. Esta selección no
tiene otro propósito que mantener la hegemonía de las clases sociales
superiores en el poder (p. 43).

Articulado con este discurso, la educación es un proceso a través del cual, se van
adquiriendo elementos del contexto social, que permiten que ocurran cambios
intrínsecos, contribuyentes en la transformación de los entornos vivenciales. En este
sentido, es el instrumento, que apunta a enfrentar situaciones de la vida cotidiana, y a
su vez, embulle al colectivo en la búsqueda de cómo encarar las realidades, que
presentan los diferentes enfoques paradigmáticos.
El entramado social ubica al ser humano como eje del conocimiento, el entorno
en el que se mueven, los grupos sociales, la familia y las personas se rigen por pautas
de comportamiento establecidas y sujetas a la influencia de un enorme número de
factores. De allí que la educación venga hacer uno de los grandes desafíos del siglo
XXI, jugando un papel trascendental e importante para el desarrollo tecnológico y
económico de las sociedades. Esto implica una concienciación cultural y conductual,
donde las nuevas generaciones adquieren modos de ser y sentir, de acuerdo ámbito
donde se desenvuelven.
Los grandiosos gobernantes han resaltado la importancia del estudio para forjar
a un individuo a ser una persona con potencial en la sociedad y para acertar, nos sólo
en la interpretación de la realidad de su entorno, sino en su transformación. La
formación sociopolítica y la educación están estrechamente ligados ya que, para formar
sociopolíticamente a un individuo, éste debe familiarizarse con herramientas
conceptuales y metodológicas que contribuyan a mejorar sus capacidades para
desenvolverse en el ámbito social y político, las cuales se obtendrán solo con una
educación adecuada, tema del presente análisis.
La formación sociopolítica posee propósitos políticos que tienen el fin de
construir ciudadanos críticos, autónomos y autogestionarios que requiere el país para
avanzar hacia su desarrollo, para lograr romper con la constante dinámica de la
formación intelectual de élites que pretenden guiar a los sujetos como borregos hacia
un destino predeterminado. Por lo tanto, la formación, el aprendizaje y la educación,
en términos generales y particulares, constituye una de las condiciones para desarrollar
exitosamente la lucha por la libertad, significando un salto en las conciencias, en la
cualificación del sujeto como protagonista y creador colectivo de su propia evolución.
Según Rincón (2010):
Así, aunque los criterios pedagógicos y las formas de evaluar lo aprendido
sean similares, tienen muchas más ventajas los estudiantes formados
cultural y socialmente en un espacio consecuente con los propósitos de la
política educativa vigente en un momento específico (p. 36).

El objetivo de la formación sociopolítica es formar a ciudadanos y ciudadanas


con capacidad para intervenir y participar en la vida pública con una orientación y
vocación democrática, lo cual es fundamental para que el estudiante comprenda los
aspectos socioculturales, económicos, sociales, políticos, humano–cristiano, así como
herramientas prácticas que le permitan contribuir al fortalecimiento de los procesos de
organización y participación de las comunidades populares a través del conocimiento
del quehacer comunitario y la cogestión entre comunidades e instituciones públicas.
Por lo tanto, pensar la educación como una práctica sociopolítica implica haber
desnaturalizado ya las bondades ingenuas de la educación para preguntarse por los
sentidos ocultos, sin ningún temor. ¿Qué tiene de política la práctica educativa, en
sentido amplio? ¿Qué es lo político de la práctica docente? En el trajín diario, la
práctica docente es analizada como trabajo y como práctica sociopolítica. Ambas
dimensiones del trabajo docente se colocan en tensión en este punto. También se
reconocen como tensionadas las posibilidades de pensar las intervenciones educativas
considerándolas desde la dimensión política del trabajo docente, frente a las
posibilidades reales que se manifiestan en el espacio de juego y negociación concreto
de las escuelas y otros ámbitos educativos por fuera de ella. Al respecto, Hernández
(2010), expresa:
Respecto del propio ámbito educativo, las concepciones liberales alientan
una educación en la que, tanto en lo que se refiere a la dirección y control
de la estructura y del sistema educativo como a la extensión y
democratización escolares —con seria preocupación por el gasto público,
no obstante—, se rechaza el monopolio del Estado, nunca asistencialista
(p. 137).

La comprensión de la tarea política del educador se concreta al dar la palabra, al


ayudar a comprender las “secretas aventuras del orden” en que se vive, al dejar el
aislamiento y buscar el apoyo de los otros para buscar alternativas, hacerlas públicas y
defenderlas, transforma las prácticas educativas mecanizadas en prácticas políticas. Por
lo tanto, se piensa en la educación como un proceso que ha desbordado al sistema al
que la redujo la modernidad. En ese sentido, los cambios en el Estado como regulador
de las dinámicas sociales, favorecen la emergencia de otros procesos educativos no
necesariamente escolares, de nuevos tiempos y necesidades de los sujetos en relación
a la educación permanente y continua.
La lectura crítica del entramado social-institucional y las transformaciones
político-económicas que han sucedido en los últimos años produce un cambio de
perspectiva en la comprensión de los procesos y del ejercicio de la tarea educativa,
desde el que se visualiza un campo más amplio de prácticas que no requieren de la
escuela como ámbito para su producción. Así se fue comprendiendo que en la tarea
educativa están implicadas acciones diversas además de las conocidas tareas asociadas
a la distribución o transmisión del conocimiento (oficial). Contribuir a desarrollar
hábitos de sociabilidad, construir redes, incluir, producir demanda por derechos
(vulnerados, otorgados, pero no reclamados, entre otros), cobijar, rescatar, acompañar,
son algunas de las acciones comprendidas en el sentido amplio y político de favorecer
la inscripción de los sujetos en tramas o redes sociales.
Como se puede entender, la episteme de la modernidad en el siglo pasado hizo
que las instituciones escolares transformaran gradualmente la formación educativa,
emprendieron un desvío del sentido fundamental y de los propósitos y metas cuya
orientación era la de formar los profesionales tradicionales. No obstante, el tiempo, y
la humanidad han avanzado y con ellos las necesidades y las metas por lo cual se
amerita reflexionar sobre la postura epistemológica y las prácticas teóricas del docente
con función supervisora, más aún cuando se tiene la responsabilidad de gestionar y
asesorar instituciones educativas y de actualizar pensamientos en función de las nuevas
realidades.
Es decir, se debe buscar que la autorreflexión desenlace el interés cognitivo
liberador, generando una crítica a las relaciones de dependencia ideológicamente
congeladas, pero mutables, lo que producirá un saber crítico sobre la ley que, si no la
deroga, por lo menos la deja sin aplicación y sin efecto. En otras palabras, esto significa
que si se quiere supervisar las instituciones educativas en una sociedad participativa
deben pensar por sí mismas, ya que, pensar por sí mismo exige algo más, implica una
reflexión sobre la propia experiencia personal y no permitan que se les impongan ideas
contrarias a sus propias ideas y vivencias, de allí que es necesario que la supervisión
escolar municipal se conviertan en una comunidad de investigación constante en cuyo
espacio reine la tolerancia, el respeto y la solidaridad para buscar que los hábitos y
criterios de reflexión sean llevados a la práctica.
Desde esta perspectiva, Touraine (citado por Pérez, 1994), plantea que el
centralismo y la crisis de la participación ciudadana conllevan a una creciente
disociación entre la gestión pública y demanda de los consumidores, lo que incide en
el debilitamiento del estado democrático, al producirse un cuestionamiento del centro
mismo del orden político y social que guía a una sociedad. En tal sentido, para Vargas
(1992), el centralismo se convierte en el gran enemigo de la libertad con la fatídica
pretensión de querer organizar, desde un centro cualquiera de poder, la vida de la
comunidad, sustituyendo las formas espontáneas, las instituciones surgidas sin
premeditación y control, por estructuras artificiales y encaminadas a objetivos como
racionalizar la producción, redistribuir la riqueza, imponer el igualitarismo o uniformar
al todo social en una ideología, cultura o religión.
En este aspecto se incluye la administración del sistema educativo que según
Escolano (citado en Hernández, 2010):
En todo caso, y en principio, confesional, sino laica y neutral tanto en
aspectos religiosos como políticos; si bien, y de acuerdo con los padres,
puede impartir contenidos y valores de carácter religioso. A veces puede
abogar también por la educación cívica y en valores. Quizás pueda ocurrir,
no obstante, como señala Escolano, que «un positivismo liberal,
pretendidamente neutro y “laico” —tómese este calificativo en su acepción
más amplia—, al relativizar las ideologías, puede conducir a ciertas formas
de descompromiso ético y de frivolidad deshumanizadora (p. 139).

Desde esta perspectiva, el autor precitado afirma que en la educación se


encuentran entonces mundos perceptivos diferentes. El mundo del que racionaliza o
decide en última instancia. El que calcula o predice lo que hay que hacer, y el mundo
interno del que ejecuta una decisión, o del que espera que su decisión sea legítima. En
el mundo de los directivos sólo cabe el cálculo de la acción o el deseo. Esto se plasma
en los llamados sistemas de planificación normativos, ideados desde el centro del
poder. Aquí la participación es nula o casi nula. Al director de una escuela, no le queda
más remedio que obedecer y aplicar los planes de arriba. La función deja de ser
creativa. Es rutinaria, solamente le resta repartir la carga docente o los horarios.
También no tiene más opción que cumplir el papel de vigilante, cuando se lo cree, o
simplemente no hace nada.
Se concluye que la educación es la herramienta y el derecho esencial para
promover al ser humano a un nuevo nivel de conciencia democrática y de principios
ciudadanos; que ésta se puede aplicar por distintas instituciones ya sean
gubernamentales, privadas o especiales, todas con el mismo objetivo: inculcar los
valores y conocimientos necesarios en el individuo para una sana convivencia y
desarrollo en la sociedad, aportando lo mejor de ellos generando un bienestar común
que a la larga se refleje en la calidad de vida de todos sus habitantes.
No obstante, aún faltan demasiados aspectos que deben perfeccionarse y un largo
camino por recorrer; y esto se logrará solamente con la participación de todos los
organismos gubernamentales y civiles, haciendo a un lado los intereses partidistas e
individuales. Teniendo como único objetivo alcanzar la madurez educativa que a su
vez genere una mejora paulatina en todos los sectores que requieran la participación de
ciudadanos conscientes, cultos, con valores y ética de excelente calidad. Es momento
de hacer uso de dichas capacidades y cumplir con las obligaciones de buenos
ciudadanos para hacer una nación realmente soberana e independiente.
REFERENCIAS

Hernández, J. (2010). Ideología, educación y políticas educativas. Revista Española de


Pedagogía, Año LXVIII, Nº 245, enero-abril 2010.

Rincón, O. (2010). Análisis de la política educativa actual en Colombia desde la


perspectiva teórica de Pierre Bourdieu. Magistro, Vol. 4, Nº. 8 (Julio - Diciembre),
2010.

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