2 de febrero en el mundo cristiano se celebra la fiesta de la Candelaria. Realmente, teniendo
en cuenta que es una costumbre judía, lo que se celebra es la Purificación de la Virgen María, es decir, posterior al parto –24 de diciembre por la noche– se cuentan 40 días para llegar al 2 de febrero y para que la mujer, en ese mundo hetero patriarcal, se presentará en el templo sacrificando u ofreciendo una paloma para que se declararla pura y volviera a tener vida social, de paso presentará al niño formalmente ante el templo y todo lo que ello significará. Se cuentan 40 días por el significado cultural que tiene el número en el caso de la cultura judía. La fiesta nos la trajeron los españoles y en México tomó connotaciones distintas, de tal forma que la celebración se dio a partir del inicio de las actividades agrícolas, por eso se celebraba con los tamales, que era uno de los alimentos más importantes de la dieta mesoamericana. El origen de la fiesta tiene que ver con el momento de la Presentación de Jesús en el tempo y se remonta al encuentro que tienen los padres del Niño, con un sacerdote (anciano) del templo que recibe una revelación y al ver a Jesús exclama: ahora, Señor, tu promesa está cumplida, ya puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque he visto la salvación que has comenzado a realizar ante los ojos de todas las naciones, la luz que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo Israel (Lc. 2, 29-32). Lo que rescatamos aquí es la afirmación “luz que alumbrará a todas las naciones”. Es decir, las ideas de amor-solidaridad, verdad, paz y justicia dichas por Jesús en su paso histórico por la tierra son como lo han sido “luz que alumbra a todos los pueblos”. En ese sentido, la Candelaria, la candela, la luz. En México, al paso del tiempo se convirtió en un sincretismo, es decir, en una síntesis de la cultura judía, católica y prehispánica. Al tiempo, ya no fue una paloma, ya en el catolicismo español fue una vela. Como muchas otras coincidencias en tiempos y en prácticas, en el mundo náhuatl era una fiesta agrícola donde se bendecía el maíz, por eso el tamal como comida propia del día. Como dato cultural tamalli, significa envuelto. En el norte, nunca supimos de qué se trataba la fiesta; en el centro y en el sur del País lo tuvieron siempre claro, y como respuesta comenzaron a presentar los niños en el templo en la fiesta de la Purificación de la Virgen María. En nuestras tierras norteñas, ¿por qué lo hemos hecho así? Es decir, ¿porque la fiesta se ha vuelto una chunga donde lo que puja son los tamales y el champurrado? Porque como otras tantas cosas, como decía José Vasconcelos, “la cultura termina, donde comienza la carne asada”. El tema festivo en un país como el nuestro es importante, pero más pasar del tamal a la luz. La candela-vela es lo que se celebra, pero las nuestras son celebraciones tergiversadas y esporádicas. La fiesta en mundo judío y en el mundo náhuatl, tenían liga con la vida. En el mundo cristiano y más en una costumbre heredada de la tradición española, sólo es eso, costumbre, y para decirlo de una forma clara, mala costumbre. Mala porque carece de significatividad. Entiendo que requerimos identidad, por eso buscamos asociarnos a otros y en la mayoría de los eventos acabamos haciendo las cosas porque todos las hacen, aunque no comprendamos por qué las hacen. Otro elemento es la herencia histórica y el otro la psicología del mexicano, siempre “fieles a las tradiciones”. Una cosa es lo que hacemos, otra por qué lo hacemos. Hacemos la fiesta por la fiesta misma, hominización. Hacemos la fiesta y celebramos la misma, humanización. Hacemos la fiesta, celebramos la fiesta y ligamos la fiesta con la vida, es decir, nos cambia la vida: culturalización. ¿En dónde estamos? La luz aclara la oscuridad, nos da la posibilidad de vernos, de apreciarnos, de ver a quienes queremos, de admirar la naturaleza, de intervenir el caos, caos en el que está sumergida la sociedad. Homicidios, corrupción que insistimos en seguir practicando, raterías que no acaban, niños y jóvenes que viven bajo la tentación del uso de las armas, violencia que sigue viento en popa, en fin; requerimos comprender que lo que celebramos no puede estar ajeno a lo que vivimos. Pasemos de la cultura del tamal y el champurrado a la cultura de la luz y del compromiso con el otro.