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ARCO 2020

¿Quién manda en el mundo del arte?


Ocho destacadas personalidades del sector reflexionan sobre los
mecanismos que mueven el mercado
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BEA ESPEJO
22 FEB 2020 - 00:13 CET

La celebración de Arco, la feria especializada más importante en España supone una


buena ocasión para abrir un debate sobre quién ostenta el poder dentro de este sector.
¿Priman las ideas o el dinero? ¿Son más relevantes los artistas o los coleccionistas?
¿Cuál es la influencia que ejercen las instituciones?

El poder de la resistencia
Daniel García Andújar. Artista

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Daniel García Andújar. JAIME
VILLANUEVA

El mundo del arte es un complejo sistema con multitud de capas, estructuras, redes
formales y lenguajes. Se ha construido sobre siglos de poder de la clase dominante. Es
una economía simbólica que opera con la moneda cambiante del prestigio y el capital
cultural. Aun así, nadie en particular detenta, ahora mismo, el poder de control del
sistema. Está distribuido bajo una forma cada vez más intangible del poscapitalismo
global —cuya alienación acelerada del mundo elimina el arte—. Hacer arte es la forma
más libre de trabajo humano, pero tiene un coste enorme en términos de sacrificio y
rendición. Los artistas, a menudo, entregamos nuestra autonomía a cambio de acceso a
un costoso sistema de admisión que se basa en el abandono sistemático de tal
inocencia. La búsqueda de algún significado trascendente en nuestro trabajo se
enfrenta a paradojas como la de que la mayoría de los artistas profesionales se ven
obligados a vigilar el mercado, les guste o no, o responden a la obligación tácita de
tener que enmarcar su trabajo dentro de un lenguaje crítico reconocido
institucionalmente. La parcela particular de poder que corresponde al artista no está
en el mercado o en el reconocimiento institucional. Se fundamenta en el desarrollo de
una práctica artística transformadora e inconformista, verdadera muestra de
resistencia a un modelo impuesto que pretende mantenerse con obstinación en un

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espacio de relaciones jerarquizado, difuso, globalizado y estandarizado, produciendo
las obras que son interpretadas, exhibidas o comercializadas dentro de una estructura
discursiva. Ahí es donde reside el poder ideológico real.

Los hilos del dinero


Álex Nogueras y Rebeca Blanchard. Galeristas

Álex Nogueras. SAMUEL SÁNCHEZ

Rebeca Blanchard.

A pesar de las personas o entidades que puedan aparecer en la lista anual Power 100
de la revista ArtReview, el que realmente mueve los hilos del mundo del arte es el
dinero. En una época de capitalismo salvaje, el arte está siendo mercantilizado (de
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hecho, la palabra inglesa se ajusta mejor: commodified). El dinero instantáneamente
desactiva cualquier intención transformadora y radical del arte, y el mercado
literalmente absorbe y subvierte cualquier intento revolucionario. Sobre todo en un
momento como el actual, en que la obra de arte es comunicada y tiene máxima
visibilidad en el mismo momento de ser creada, perdiendo la necesaria distancia para
la reflexión y sin disponer del tiempo para asumir un discurso. Aun así, el mercado está
controlando los eventos más influyentes del mundo del arte, creando confusión en la
forma en que percibimos ferias, bienales y exposiciones en los grandes museos. La
infrafinanciación de estos lugares públicos ha sido utilizada por las grandes
corporaciones del arte para influir en programaciones. Los comisarios se enfrentan al
dilema de decidir qué artistas escogen, si priorizan a los que vienen con la financiación
puesta o a los que de verdad les interesan. La captación de fondos se ha convertido en
una necesidad por parte de las instituciones y muchas veces eso puede comprometer
el programa. Por otro lado, el establishment alimenta esta coyuntura, con el que sale
muy barato crear valor añadido y, por ende, grandes ganancias. Todos somos
cómplices de esa estructura amoral y sin regulación legal, y por ello la respuesta a
quién manda en el mundo del arte solo puede ser una.

Es el mercado, estúpidos
Rosa Olivares. Crítica de arte y directora del proyecto editorial 'Exit'

Rosa Olivares.

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Como diría Augusto Monterroso, voy a ser breve: en el mundo del arte manda el
dinero. ¿Quién manda en la política? El dinero. ¿Quién manda en el deporte? El dinero.
Pensar que en el mundo de la cultura es diferente no es un tema de romanticismo, sino
de ceguera o de ignorancia. La calidad del artista, la inteligencia del comisario o del
teórico (¡ojo!, son dos cosas muy distintas), la excelencia de la galería…, todo eso y
mucho más no brilla sin el dinero. Sin el dinero del coleccionista o de las instituciones,
ningún artista va a aparecer en las grandes exposiciones ni va a ser adquirido por los
museos. Es el dinero. “Es el mercado, estúpidos”. Esto no va de sensibilidad, ni de
inteligencia, ni de experiencia; esto va de pasta. Por eso a nadie le preocupa la
ignorancia de los comisarios, ni el funcionamiento de los museos, ni el cuidado de los
artistas, ni la enseñanza del arte, ni la cultura en general, y mucho menos el arte actual
en particular. El soporte del arte, y de la cultura en general, siempre ha venido desde el
poder; es decir, desde el dinero: la Iglesia, la nobleza, las monarquías y las grandes
casas reales, la alta burguesía, los ricos coleccionistas individuales que dan paso a las
corporaciones financieras… Naturalmente, ese otro poder de definir líneas artísticas,
además del mercado, lo siguen teniendo algunos directores de museos, pocos y muy
influenciados por los mercados y por los intereses personales y privados. Todos los
demás somos actores de una comedia bufa a la que el público ya le ha vuelto la espalda.

La honestidad del artista


Hans Ulrich Obrich. Comisario y director artístico de la Serpentine Gallery de Londres

Hans Ulrich Obrist. DARREN GERRISH


(WIREIMAGE)
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El poder siempre está con los artistas. Pese a los picos de protagonismo e influencia de
los diferentes agentes del sistema del arte, los artistas están en el centro. En un
momento como el actual, de peligro ecológico real, somos muchos los que buscamos en
los artistas cómo dar forma al futuro. Pienso en el artista Gustav Metzger, por ejemplo,
fallecido hace unos meses. Desde su práctica, hizo un llamamiento al mundo del arte
para que despertara ante la amenaza de la destrucción del planeta. Nos ha inspirado a
colocar la ecología en el corazón de todo lo que hacemos como profesionales del
campo del arte. Como comisarios, directores de museos, críticos de arte o mediadores,
nuestro papel es expandir la influencia de los artistas. Cualquier forma de arte es, a
menudo, sobre el poder de conectar cosas aparentemente inconexas. Las instituciones
artísticas pueden ser una buena herramienta para ello, para unir geografías, ideas y
formas de vida. Cuando hacen uso de su poder como plataformas para el pensamiento,
los problemas más graves del mundo pueden entenderse con honestidad y esperanza.
Ahí hay otra idea clave: eso no pasa sin generosidad, que es el medio del siglo XXI. Más
allá de nombres y de listas, ahí está el verdadero poder. Eso debe mandar por encima
de todas las cosas.

El eje patriarcal
Manuela Moscoso. Comisaria de la Bienal de Liverpool 2020

Manuela Moscoso.

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El poder de este mundo se genera a través de un cúmulo de alianzas, mientras que su
fortaleza está dada por el poder de legitimación que tiene el consenso colectivo al
definir si algo está bien, es sobresaliente o vale la pena dentro del contexto actual.
Estos consensos se construyen por efecto de la circulación, diseminación y distribución
de prácticas facilitadas por una combinación de contactos, trabajo, dinero y, a menudo,
privilegios asociados con clases sociales particulares y asentadas en geopolíticas
occidentales. Es una cuestión compleja. Afortunadamente, el mundo del arte también
es un sistema no estable y tiene la capacidad de generar autocrítica y resistir frente a
los mandatos convencionales que están asociados a economías del poder. El arte es, a
fin de cuentas, experiencias, proposiciones, posiciones estéticas de estar en el mundo,
como historia y como futuro. Conozco a muchos profesionales que, desde sus propias
prácticas de trabajo, ejercen contrapuntos, desafían el statu quo y promueven
contaminantes productivos e imprevisibles, capaces de hacernos pensar de diferente
manera, experimentar formas de existencia que no conocíamos o conectar la
experiencia cotidiana con historias y microhistorias aparentemente absurdas. Y esto es
maravilloso. No obstante, también hay que decir que el arte como sistema se funda
bajo un orden tremendamente patriarcal, normativo y colonial, que hoy en día aún
sustenta, promueve y corteja a quienes al momento de trabajar y de operar en el
mundo conservan ese mismo viejo orden patriarcal, normativo y colonial.

En busca del antagonismo


Paul B. Preciado. Filósofo asociado al Centro Pompidou de París

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Paul B. Preciado. MARIE ROUGE

Los malos entendidos surgen de una falsa idealización del arte y del genio artístico
como universos autónomos, separados de los órdenes políticos o sociales. La
producción artística contemporánea está inserta dentro del régimen patriarcocolonial,
del mercado capitalista y del entramado institucional de los distintos contextos
sociales y políticos donde circula, tanto democráticos como claramente autoritarios.
Preguntar quién manda en el mundo del arte sería algo así como preguntar quién
manda en el mundo del automóvil: tendríamos que explorar los circuitos de
producción-distribución-consumo-crítica de las industrias culturales, las distintas
regulaciones gubernamentales, los públicos y sus prácticas sociales y críticas. Creo que
la cuestión es más bien cómo crear procesos antagonistas, cómo despatriarcalizar y
descolonizar la institución y la narración dominante de la historia del arte, cómo
distribuir agencia. El problema con los movimientos de crítica que surgen dentro del
arte es que su fuerza de transformación es absorbida tanto por la narración
hegemónica como por la institución y el mercado, y transformada en un “estilo” más.
Esto es lo que está sucediendo con la “moda” de las exposiciones feministas, o sobre el
“género” con los artistas del “sur global” o con el artivismo.

Cuestión de clases
Helena Cabello y Ana Carceller. Artistas
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Helena Cabello ÁLVARO GARCÍA

Ana Carceller. ÁLVARO GARCÍA

Parece una pregunta compleja, pero por desgracia no lo es tanto. Fundamentalmente,


en el arte el poder sigue siendo una cuestión de clase, social y económica. Se detenta a
través de grupos de presión integrados por asesores, galeristas, empresarios, gestores
y/o artistas pertenecientes, habitualmente por lazos familiares, a las élites. En estos
grupos se involucra también a menudo a otros agentes, necesarios para la renovación
conceptual; sirven para aportar un poco de riesgo, pero sin pasarse. A diferencia de
otras manifestaciones culturales, la manera en la que se comercializa, gestiona y
presenta la producción artística beneficia particularmente a esas élites y a su entorno.
El resto de la sociedad apenas tiene voz. Lo más interesante de esta pregunta es que
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parte de un singular. No pregunta quiénes sino quién, porque, en el fondo, quien
pregunta posiblemente sospecha que no son tantos los implicados. Sería fácil dar una
respuesta huidiza y evadirse con abstracciones estructurales, pero lo que hemos visto
a lo largo de este tiempo es cómo esas clases dominantes, más cohesionadas en sus
intereses de lo que sería deseable en sociedades que se dicen democráticas, iban
imponiendo su criterio en distintos ámbitos de la gestión de la memoria artística
colectiva. Su presencia descompensada en patronatos de museos, gestionados en su
mayoría con dinero público, es solo la punta del iceberg. El ejemplo más visible que
evidencia cuán preocupados están por convertir sus intereses particulares en canon,
por suplantar a la colectividad.

La pregunta genuina
Estrella de Diego. Catedrática y académica de la Real Academia de San Fernando

Estrella de Diego. SAMUEL SÁNCHEZ

Los warbugrianos del instituto londinense, siguiendo la estela de su inventor —el


autor del Atlas Mnemosyne, Aby Warburg—, hablaban de “la pregunta genuina”,
aquella única y capaz de contestar lo relevante sobre una cuestión concreta. Encontrar
esa “pregunta genuina”, decían, era tener una respuesta brillante, porque proponer
una buena pregunta es mucho más complejo que contestarla. Personalmente no estoy
tan segura que la pregunta “quién manda en el mundo del arte” —o qué manda— sea
la “genuina”, la que podría contribuir a desentrañar lo inquietante de un territorio
plagado de deslizamientos y personajes en aparente tránsito. Pese a todo, esa pregunta

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retórica a veces sobrevuela las conversaciones. El dinero en todas sus acepciones,
desde corporaciones multinacionales hasta influencers y redes a sueldo indirecto o
directo del dinero, pasando por comisarixs estrella, directorxs de grandes museos,
colecciones importantes, jurados de premios internacionales y galeristas pujantes que
ahora regentan galerías-museos suele ser una de las respuestas favoritas. Era lo que se
preguntaba Martha Rosler en su texto de 1979 sobre mirones y compradores: ese
dinero en su propia arena es imbatible, reflexionaba. En todo caso, decir que lo que
manda en el mundo del arte es el dinero es decir lo obvio, porque ha sido así desde los
Médici y los encargos papales. Además, el dinero suele extender sus tentáculos a la
escena artística desde lugares menos visibles. No sé quién manda en el mundo del arte
y, sobre todo, si sirve de algo saberlo más allá de los discursos que se genere.

Prácticas indomables.
Marta Gili. Comisaria

Marta Gili.

El mundo del arte es muy amplio y heterogéneo. El tema de mandar, es decir, de


gobernar a un grupo de subordinados, me parece que, por definición, no se puede
aplicar en la creación artística, lugar por definición de libertad de pensamiento y de
expresión. Otra cosa es quien pretende controlar o prescribir en estos espacios, que
por supuesto se da muy a menudo. Pero afortunadamente, existen todavía algunas
prácticas artísticas indomables, desde la literatura a las artes visuales, el diseño o la
arquitectura, por ejemplo, que se inscriben en periferias y entrecruces, desde lo
poético a lo político, raramente sometidas a tendencias establecidas. El rol de las
instituciones y de los comisariados sería dar visibilidad y contexto, efectivamente, a
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esas prácticas artísticas que se encuentran fuera de los circuitos del mainstream y que
analizan e investigan el mundo por medio de dispositivos que configuran un sentido de
la vida vivida y que nos permitan experimentar y percibir nuestro entorno de otro
modo.

https://elpais.com/cultura/2020/02/20/babelia/1582216985_567182.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR0WeK
wTFRkNyUimexCDSFBSv3ow0nT8blZhIs5-O9pnYJRS7Ec76eCZr1w, consultado em 22/02/2020.

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