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TEMA 30.

LA FORMACIÓN DE LAS MONARQUIAS FEUDALES EN LA EUROPA


OCCIDENTAL. EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS
1. LA FORMACIÓN DE LAS MONARQUÍAS FEUDALES EN 3. LOS CONFLICTOS EUROPEOS EN LA BAJA EDAD
LA EUROPA OCCIDENTAL MEDIA

1.1. Teoría política (siglos XII-XIV): Tomás de Aquino y el derecho 3.1. La Guerra de los Cien Años
romano
3.2. La fragmentación del Imperio alemán
1.2. La aplicación de la teoría: el triunfo de la monarquía feudal
3.3. La península itálica
2. PRINCIPALES MONARQUÍAS FEUDALES EUROPEAS
4. EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS
2.1. Los antecedentes de la monarquía francesa y alemana: el Imperio
Carolingio 4.1. Los espacios nacionales

2.2. Sacro Imperio Romano Germánico 4.2. El nacimiento de la fiscalidad de Estado

2.3. La dinastía de los Capeto en Francia 4.3. La administración del poder

2.4. La Inglaterra angevina

INTRODUCCIÓN

La expresión “monarquía feudal” define lo que fue la situación de los Estados de la Europa Occidental en los siglos XI
y XII. Los monarcas de estos Estados son simples cúspides de una pirámide feudal, puesto que su poder descansa en
los compromisos de fidelidad contraídos hacia ellos por sus súbditos. La meta deseada por los monarcas europeos del
siglo XIII será afianzar su poder frente a la nobleza y constituirse en fuerzas autónomas al margen de las intromisiones
de los grandes poderes universales, el Papado y el Imperio.
Mientras en Italia y Alemania trabajan los teóricos del cesaropapismo y la teocracia, en Francia e Inglaterra hacen lo
propio una serie de autores que respaldan el principio monárquico. La relativa estabilidad alcanzada por las monarquías
occidentales a mediados del siglo XIII desemboca, desde finales de la centuria, en una serie de tensiones que anuncian
la crisis general de la Baja Edad Media.
Bajo el nombre de “Guerra de los Cien Años” se esconde uno de los aspectos de la gran crisis que sacude a todo
Occidente en los últimos siglos de la Edad Media. Esta guerra rebasa los marcos feudales y se considera el preámbulo
de los choques entre las grandes monarquías del Renacimiento. A fines de la Edad Media ya podemos emplear el
término de “monarquías nacionales”; monarquías al margen de los poderes universales que crean los instrumentos que
les permiten imponerse a las fuerzas centrífugas: ejército permanente, diplomacia y aparato fiscal.
1. LA FORMACIÓN DE LAS MONARQUÍAS FEUDALES EN LA EUROPA OCCIDENTAL
1.1. Teoría política (siglos XII-XIV): Tomás de Aquino y el derecho romano
Durante la Alta Edad Media se percibía la sociedad como un único cuerpo social, si bien existían discrepancias sobre
quién debía ser el poseedor de la autoridad sobre este y si cabía la primicia de la Iglesia (sacerdotium), representada
por el Papado, sobre el poder laico de los aristócratas (regnum). Las principales teorías respecto a esta problemática
reciben el nombre de agustinismo político y cesaropapismo.

• El agustinismo político, expuesto por Gelasio I a finales del siglo V, sostenía la superioridad eclesiástica
sobre la real. Pretendía poner fines morales al poder politico y vigilar su cumplimiento.
• El cesaropapismo se desarrolló en torno al siglo IX en el contexto del Imperio Carolingio. Según esta teoría
la jefatura debía detentarla el emperador, mientras que la Iglesia solo tenía que ocuparse de asuntos de
carácter espiritual
Las circunstancias políticas de cada momento hicieron que pesara más una u otra corriente de pensamiento. Durante la
primera mitad del siglo XI se llegó a un momento en que tanto el papado, fortalecido por la reciente reforma gregoriana,
como el imperio, se vieron con fuerzas para imponer su visión respecto a la jefatura política de la Cristiandad. Esta
pugna desembocó en la llamada Querella de Investiduras. Aunque esta se superó finalmente con el Concordato de
Worms (1122) y el II Concilio de Letrán (1123), con el reconocimiento de la autonomía de los poderes eclesiástico
y secular, a lo largo del siglo XII aun se produjeron enfrentamientos entre el papado y el imperio, quedando ambos
poderes debilitados. Esta debilidad fue aprovechada por las monarquías feudales para afirmar su poder e independencia.
En la justificación teórica del poder monárquico pesó mucho la reinterpretación de las teorías aristotélicas por parte de
Tomás de Aquino y el redescubrimiento del derecho romano que, a partir del siglo XII, se realizó en la Universidad de
Bolonia.
Las teorías de Tomás de Aquino, consideraban que el ejercicio del poder debía basarse en la ley divina, pero había un
margen para que el legislador ordenada cara sociedad concreta. Defendía así la independencia del poder temporal frente
al eclesiástico, si bien la autoridad papal seguía siendo fundamental en el terreno espiritual. Tomás de Aquino ponía el
concepto de bien común en el centro del concepto de ley. En este sentido, diferenciaba el régimen basado en la plenitud
absoluta de poderes del soberano, régimen regale, del régimen politicum, en el que los poderes del gobernante estaban
limitados por las leyes. Los principales autores de esta época fueron; Juan de Salisbury, que defendía la independencia
de las monarquías feudales frente al poder del Imperio; y Otón de Freising quien, por el contrario, defendió la autoridad
del emperador.
Durante esta época algunos filósofos evolucionaron de la concepción de la fidelidad personal, seguida en el feudalismo,
a una teoría de lealtad a la comunidad y una autolimitación con el objetivo del bien común. Así, a finales del siglo XIII,
se pasó de la noción alto medieval de Cristiandad al concepto de Estado. Durante el siglo siguiente aumento la tendencia
a aceptar la independencia de las monarquías feudales, pensamiento que podemos encontrar en la obra de autores como
Guillermo de Ockham, Juan de Paris o Marsilio de Padua.
A esta nueva concepción se le debe sumar, como ya hemos citado, la recepción del derecho romano. Así, durante el
siglo XIV los juristas, que habían sido incorporados al aparato de gobierno como asesores de los monarcas, defendieron
la independencia de la monarquía frente al poder papal e imperial. Ulpiano expuso la lex regia: lo que place al príncipe
tiene vigor de ley, ya que el pueblo ha depositado en él su autoridad y su poder.
1.2. La aplicación de la teoría: el triunfo de la monarquía feudal
Durante los siglos XI a XIII se produjo un proceso de concentración territorial, creándose, ya fuera por alianzas
matrimoniales o por fuerza militar, formaciones políticas de mayor tamaño. Los dos procesos que permitieron la
creación y el afianzamiento de estos reinos fueron el fortalecimiento del poder de las monaquias y la elaboración de
instrumentos que aseguraron la acción de gobierno. Entre estos destacan los aparatos de legitimación dinástica; el fisco
regio; el ejercito real; la justicia regia; y las asambleas participativas.
1. Legitimación dinástica. Esta podía darse por imposición forzosa sobre otros aspirantes, por la utilización en
beneficio propio de los vínculos de vasallaje, que situaban al nuevo monarca en lo alto de la pirámide feudal;
instaurando un sistema de sucesión hereditaria frente al electivo e introduciendo el principio de la
primogenitura; o reconociendo el poder divino de la monarquía.
2. El fisco regio. En un principio los ingresos reales provenían de las rentas de los territorios propios del rey de
los servicios pecuniarios, pero pronto los monarcas lograron hacerse con otras fuentes de financiación:
tributos que provenían de la explotación de las regalías (salinas, acuñación de moneda, etc.), ingresos
derivados de guerras de conquista, impuestos sobre la circulación de mercancías, participación en la
fiscalidad eclesiástica y prestaciones extraordinarias concedidas por las asambleas representativas.
3. El ejército real. Al principio el ejercito real estaba formado por los vasallos que tenían que acudir en defensa
de su señor según el principio de auxilium. Durante un determinado periodo de tiempo ese servicio era
gratuito pero, si se precisaba más tiempo, el rey debía llegar a un acuerdo con sus vasallos. A partir de lis
siglo XIV y XV los monarcas tuvieron un fisco lo suficientemente desarrollado par permitirse contratar
mercenarios.
4. La justifica regia. Impartir justicia era uno de los deberes fundamentales del rey. Durante este periodo los
monarcas consiguieron que en las tierras de jurisdicción señorial los tribunales reales fueran reconocidos
como máximo tribunal de apelación. La extensión y tecnificación de la jurisdicción regia tuvo como
consecuencia la creación de una red de funcionarios que administraban justifica en nombre del rey y que
tendieron a la unificación de los distintos derechos vigentes en el territorio, fijando por escrito las costumbres,
disposiciones y fueros locales. A partir del siglo XIII se fijó por escrito el corpus jurídico de cada reino y el
derecho pasó a ser uno de los elementos cohesionadores de cada territorio.
5. Las asambleas representativas. El aumento del peso de las ciudades en la sociedad y la economía de los
reinos aconsejó una reformulación que posibilitaría su participación en la Curia regia. Así, se constituyeron
asambleas representativas estamentales cuyos objetivos principales eran: la discusión de las peticiones
económicas del monarca, la resolución de agravios y, en algunos casos, la presentación de iniciativas
legislativas. El proceso de formación de estas asambleas empezó a finales del siglo XII (Cortes de León en
1188) y se prolongó durante todo el XIII y principios del XIV. A lo largo del siglo XIV todas intentaron fijar
una cierta periocidad en su convocatoria. El poder de estas asambleas fue muy desigual en función de la
correlación de las fuerzas sociales de cada reino.
2. PRINCIPALES MONARQUÍAS FEUDALES EUROPEAS

2.1. Los antecedentes de la monarquía francesa y alemana: el Imperio Carolingio


Los merovingios habían dejado el gobierno en manos de los mayordomos de palacio, uno de los cuales, Carlos Martel,
logró unificar el Reino en 721 y contener la expansión islámica en 732 tras la batalla de Poitiers, al sur de las Galias.
El hijo de Carlos Martel, Pipino el Breve, tomó el título de rey de los francos —recibiendo el beneplácito del papa
Zacarías, a quien prestó ayuda contra los Lombardos— en el año 751.
A su muerte dejó dividido el Imperio entre sus dos hijos: Carlos (Carlomagno) y Carlomán, pero la muerte prematura
de este último permitió a Carlos restablecer la unidad. El nuevo monarca pacificó el ducado de Aquitania, lo erigió en
reino y lo cedió a su hijo Luis el Piadoso. Primero derrotó a los lombardos, luego a los sajones, y fue derrotado en
Roncesvalles (778) tras su intento de crear un limes hispanicum. Tras esta derrota, el monarca franco regresó a Italia y
acabó dominando ampliamente el país, llegando incluso a expulsar a los bizantinos de algunas regiones. En la Península
Ibérica llegó a ocupar las plazas de Gerona (785) y Barcelona (802), tras lo cual creó la llamada Marca Hispánica;
extendiendo los dominios de su Imperio desde el curso del Elba hasta los Pirineos. El 25 de diciembre del 800,
Carlomagno fue coronado emperador por el papa León III. Se establece así una alianza entre el emperador carolingio
con el pontificado bajo el concepto cesaropapista por el cual el Emperador ostentaba el poder temporal de la cristiandad
como soldado de Dios (miles Dei), y el Papa el poder espiritual.
La administración central del Imperio Carolingio giraba en torno al Palatium en Aquisgrán y a los territorios que
dependían directamente del Emperador. La administración territorial se organizaba a través de los condes —al frente
de más de 200 condados—, cuyo cargo era electivo a voluntad del Emperador. La heredabilidad de este cargo acabó
siendo establecida por el Capitular de Quiercy en el 877. El condado se subdividió en veguerías, al frente de las cuales
se situaron los vicarios (vicarii o vegueres). Otros funcionarios eran los missi dominici o enviados del Emperador,
laicos y eclesiásticos que inspeccionaban la actuación de los condes y oían las quejas de los súbditos. En las zonas
limítrofes (marcas) se estableció un marqués o margrave (conde de la marca) con mayores funciones.

Luis, rey de Aquitania, fue coronado coemperador en 813, falleciendo Carlomagno poco después (814). El gobierno de
Luis el Piadoso (814-840) padeció grandes dificultades por intrigas familiares. A su muerte, sus tres hijos trataron de
apoderarse del Imperio. En el 843, Lotario, Carlos el Calvo y Luis el Germánico pusieron fin a sus disputas con el
Tratado de Verdún, donde se repartieron el Imperio: Lotario, con el título imperial, conservaba una franja de territorio
entre el mar del Norte y el Mediterráneo, de Frisia a Campania; Carlos el Calvo heredaba Francia Occidental; y Luis el
Germánico quedaría con Francia Oriental. Muerto Lotario, Luis y Carlos se repartieron su parte en el Tratado de
Meersen (870), dando lugar a los territorios que conformarían Francia y Alemania.
2.2. Sacro Imperio Romano Germánico
Hasta el siglo X se mantuvo en Alemania el "estatus carolingio" —Luis el Germánico era nieto de Carlomagno—.
Los últimos reyes carolingios de Alemania fue Luis el Niño, que no pudo impedir las devastaciones de los húngaros
sobre el territorio. A la muerte de Luis, Germania se encontraba dividida en cinco grandes ducados: Sajonia, Baviera,
Franconia, Suabia, y Lorena.
La monarquía germánica mantuvo su carácter electivo durante los primeros años pero, con el ascenso al poder de los
duques de Sajonia, este cargo acabó convirtiéndose en hereditario. Enrique I el Pajarero fue el artífice de esta
dinastía; su hijo Otón I fue coronado rey en 936 en Aquisgrán y en 962 fue coronado Emperador por el papa Juan XII,
creando el Sacro Imperio Romano Germánico, que en estas fechas ocupaba los territorios de la actual Alemania,
Italia, Borgoña y Polonia. El imperio, por lo tanto, pasó de estar ubicado en Francia a estarlo en Alemania. A través a
su política de expansión territorial, Otón I rechazó las oleadas de invasores magiares, conquistó el norte de Italia y se
expandió hacia el Este.
Otón III, nieto del anterior, propuso como máximo objetivo de su política el "renacimiento” el antiguo Imperio
Romano. Para ello, trasladó la corte imperial a Roma y recuperó el concepto cesaropapista propio del Imperio
Carolingio. Sin embargo, su temprana muerte puso fin a este proyecto y sus sucesores (Enrique II de Baviera, Conrado
II y Enrique III) tuvieron que concentrarse en reafirmar su dominio en Alemania, donde los ducados habían
aprovechado la ausencia del emperador para recuperar el poder y volver al sistema de monarquía electiva.
Sin embargo, la autoridad imperial fue restablecida a partir del 1056 bajo el mandato de Enrique IV. Con la mayoría
de edad el emperador logró dominar a la nobleza alemana y como símbolo de ello intentó designar al arzobispo de
Milán. Esto chocó con los intereses del papado, que defendía la intendencia del poder eclesiástico. A tal efecto, el papa
Gregorio VII proclamó el Dictatus Papae, a través del cual se impone el celibato eclesiástico y se prohíbe la simonía
(compra y acumulación de cargos eclesiásticos), lo que, en la realidad, suponía una oposición directa a la concesión de
feudos eclesiásticos a nobles laicos, una conocida practica imperial. Así mismo, se estableció que únicamente el Papa
podía nombrar y deponer no sólo a los obispos, sino también a los reyes, puesto que éstos, por el hecho de recibir el
poder de Dios, son dignatarios de la Iglesia. El enfrentamiento con Enrique IV llevó al Papa a excomulgar a este en
1076. Ante esta oportunidad, los príncipes alemanes acordaron deponer al emperador, produciéndose entonces la
Humillación de Canossa (1077), por la que el Papa perdonaba a Enrique IV.
Aunque este conflicto, conocido por la historiografía como la Querella de las Investiduras, se reactivó poco después,
el enfrentamiento entre la Santa Sede y el Imperio Germánico se suavizó con la sucesión de Enrique IV por su hijo
Enrique V. La actitud del nuevo emperador y la labor del nuevo Papa, Calisto II pusieron fin a esta primera etapa del
conflicto a través de la firma del Concordato de Worms (1122), por el que se reconocía el poder papal para investir a
los cargos eclesiásticos de su poder espiritual mientras que el emperador debía investirlos de su poder temporal y
concederles los feudos asociados a su dignidad. Al emperador se le reconocía además la potestad de asistir a la elección
de los cargos eclesiásticos y de utilizar su voto de calidad cuando no hubiese acuerdo entre los electores.
Con la dinastía Hohenstaufen (1137-1250), iniciada en el 1137 por Conrado III, los alemanes iniciaron su avance
hacia el Báltico y Europa del Este con el apoyo de las órdenes militares, entre la que destaca la de los Caballeros
Teutones. Conrado III fue sucedido en el trono por su sobrino, Federico I Barbarroja, cuyo reinado se caracteriza por
la reactivación del conflicto por las investiduras. Durante este conflicto se formaron dos facciones enfrentadas, los
güelfos y gibelinos, que ya habían hecho su aparición anteriormente durante el problema sucesorio tras la muerte de
Enrique V. Los gibelinos mantuvieron su alianza con la dinastía Hohenstaufen, mientras los güelfos apoyaron al papa
Alejandro III, que se alió con las ciudades del norte de Italia, agrupadas en la Liga Lombarda. El enfrentamiento acabó
con la victoria de las ciudades italianas en Legnano, provocando la independencia de las ciudades mercantiles italianas,
aunque el emperador conservó el derecho a nombrar jueces de apelación en cada una de estas. Ante este fracaso,
Barbarroja buscó el prestigio participando en la III Cruzada contra su homólogo de Oriente, Saladino. Su muerte en
la campaña cruzada provocó la subida al trono de su hijo, Enrique VI en 1190.
El emperador Enrique VI había heredado el reino de Sicilia a la muerte de su suegro el rey Roger II. Al incorporarse
Sicilia a los territorios imperiales, los dominios del papa quedaban atrapados entre dos frentes. La minoría de edad del
hijo de Enrique VI, Federico Roger, permitió al papa liberarse de esa amenaza. Federico Roger se convirtió así en rey
de Sicilia pero la corona imperial, que era electiva, pasó a Otón de Brunswick. El enfrentamiento entre ambos rivales
culminó en la batalla de Bouvines (1214), en la que Otón fue derrotado.
Dos años después moría el papa Inocencio III, que había sido el mayor defensor de la plenitudo potestatis pontificia.
Las monarquías, finalmente, ganaban la partida a los que habían querido ser los dos grandes poderes universales:
emperador y papado. Durante la segunda mitad del siglo XIII los príncipes alemanes fueron incapaces de ponerse de
acuerdo para elegir un emperador. Se produjo entonces el llamado Gran Interregno Alemán (1254-1273), periodo en
el cual el título fue disputado entre varios candidatos, entre ellos Alfonso X el Sabio y Conrado V, el último
Hohenstaufen. Esta debilidad imperial fortaleció a los príncipes laicos y eclesiásticos y favoreció el desarrollo de
ciudades libres en Italia y Alemania, que formaron entidades como la Liga lombarda y la Liga Hanseática. La historia
de Alemania desde entonces se caracterizará por la atomización de poder del emperador
Por lo que respecta al reino de Sicilia, el papa ungió rey a Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia. Esto dio pie
a la intervención de Pedro III de Aragón, casado con la hija del ultimo rey Hohenstaufen, que se haría con el reino en
1282 a raíz de los sucesos de las Vísperas Sicilianas.
2.3. La dinastía de los Capeto en Francia
La debilidad del Imperio Carolingio se había convertido en un hecho con los sucesores de Carlos el Calvo, y se
intensificó durante el reinado de Carlos el Simple, cuya autoridad regia no fue reconocida entre los señores feudales.
Cuando Hugo Capeto fue elegido rey en 987, existía en Francia un mosaico de principados autónomos, entre los que
destacaban por su poder el de Gascuña, Aquitania, Bretaña, Normandía y Borgoña. La consolidación del poder
nobiliario durante este periodo provocó una situación difícil para Hugo I, que solo pudo ejercer su autoridad regia sobre
el eje París-Orleáns.

La independencia del poder nobiliario impedirá a los sucesores de Hugo I establecer una monarquía fuerte frente a los
intereses de los nobles. Habrá que esperar hasta la entronización de Luis VI el Gordo en 1108 para que la monarquía
francesa adquiriese mayores prerrogativas. El nuevo monarca hizo efectiva su autoridad frente a los señores feudales
tras la tentativa de conquista por parte de Enrique IV, emperador alemán, en 1124. El prestigio de Luis VI hizo que
los barones franceses se pusieran de su parte y obligaron al emperador a retirarse. Luis VI continuó la labor de sus
predecesores aumentando los ingresos de la corona y favoreciendo el desarrollo de los municipios franceses, hallando
en los burgueses los súbditos más fieles. Fruto de su colaboración con el Papado, se establecieron nuevas escuelas
catedralicias en París y Orleans.
Luis VII (1137-1180) continuó la labor de su padre haciendo efectiva la autoridad regia sobre los nobles. Su reinado
se caracteriza por su rivalidad con Enrique II de Plantagenet, duque de Anjou y futuro rey de Inglaterra, a raíz de la
anulación del matrimonio entre el monarca francés y Leonor de Aquitania, hija del duque de Aquitania (1152). Los
territorios de Aquitania, que conformaban la dote de Leonor, pasaron a manos del monarca inglés tras su posterior
unión matrimonial. Este enfrentamiento terminó con el establecimiento de un tratado de amistad entre ambos monarcas
en 1173.
En 1180 le sucede su hijo, Felipe II Augusto, que incrementó el dominio real en detrimento de los principados. Además
de reclamar de todos sus vasallos un vínculo personal, reclamaba de todos los habitantes del reino un vinculo de
naturaleza, y así pasó de intitularse “rey de los francos” a “rey de Francia”. Como reflejo de esta extensión del poder
real se creó la figura de los bailis, oficiales con funciones hacendísticas, de justifica y militares en todos los territorios
de realengo.
Por lo que respecta a la construcción del territorio, sus dos principales frentes abiertos eran los dominios de los
Plantagenet (en especial, Aquitania) y el condado de Tolosa en el sur. En el caso de los Plantagenet, Felipe Augusto
alimentó tanto como pudo los enfrentamientos entre Enrique II y sus hijos, Ricardo y Juan, que lideraron las revueltas
contra el monarca inglés. A la muerte de Ricardo, Felipe Augusto finalmente aprovechó la debilidad del reinado de
Juan I (Juan Sin Tierra) para confiscarle toda la Aquitania. La victoria contra este en Bouvines (1214) vino a reforzar
aún más su posición frente a los Plantagenet.
En el sur el rey consiguió otra victoria, esta vez mediante el recurso de una cruzada decretada por el papa contra los
cátaros. Los caballeros franceses se enfrentaron con los occitanos capitaneados por el conde de Tolosa y apoyados
por Pedro II de Aragón. Los franceses ganaron en la batalla de Muret (1213) y el rey de Francia acabó haciéndose
con los derechos del condado de Tolosa. La disputa se zanjaría definitivamente con la firma del Tratado de Corbeil
(1258) entre Luis IX de Francia y Jaime I de Aragón, por el que se reconocía la soberanía francesa sobre las tierras
occitanas.

El reinado de Luis IX marcó una época de paz y de centralización de la administración y apoyo al desarrollo económico
y urbano. Pacificó las relaciones exteriores firmando concordias con los reyes de Aragón; los de Inglaterra, sancionando
el monarca inglés la perdida de los feudos de Aquitania; estableció a Teobaldo de Champaña como rey de Navarra; y
cultivó amistad con los duques de Flandes y Hainaut.
2.4. La Inglaterra angevina
El primer contacto de los duques normandos con Inglaterra se produjo en 980 cuando el rey inglés se vio obligado a
pedir ayuda al duque de Normandía para protegerse contra las invasiones de los daneses. Esa alianza no impidió que el
rey danés Canuto se hiciera con el poder, aunque, a su muerte, la corona volvió a manos de la dinastía anglosajona.
A mediados del siglo XI, el feudalismo aún no había penetrado con fuerza en Gran Bretaña. El rey, rodeado de un
consejo de notables, había conseguido mantener la justificia regida, administrada por una serie de funcionarios locales,
así como la prestación del servicio militar obligatorio.

Cuando el rey Eduardo el Confesor murió sin descendencia, sus sobrinos Harold y Guillermo, este último duque de
Normandía, se disputaron la sucesión. Finalmente Guillermo, con el apoyo del Papado, invadió la isla y se hizo con el
trono después de ganar la batalla de Hastings (1066). En la navidad de 1066 fue consagrado rey de Inglaterra, dando
origen a la dinastía Normanda. Con esta dinastía el feudalismo se instaló en Inglaterra, si bien los feudos que se
crearon no fueron muy amplios, evitando así un futuro enfrentamiento en el poder entre la nobleza y la monarquía. El
dominio del rey se complementaba con el monopolio de la acuñación de moneda, de al alta justicia y el control del
clero. El clero normando reorganizó la Iglesia de Inglaterra, cuya máxima autoridad era el arzobispo de Canterbury,
amigo del rey.
Medio siglo después, durante el reinado de Enrique I, empezaron a surgir los primeros organismos administrativos
especializados: el exchequer, que se ocupaba de la gestión de la hacienda regia, y la administración de justicia. A la
muerte de Enrique I, la sucesión recayó en su hija Matilde, su esposo Godofredo de Plantagenet y su hijo Enrique.

La primera tarea de Enrique II como rey inglés fue volver a someter a los nobles vinculándolos al gobierno y a las
tareas de administración del reino, obligándoles además a participar en empresas militares en el exterior (Escocia,
Irlanda, Gales) bajo el principio de auxilium militar. Su matrimonio con Leonor de Aquitania le convirtió en el señor
feudal más poderoso de Europa, si bien su reino no estaba aún unificado. En Inglaterra creó instituciones modernas
inspiradas en el derecho romano, estableciendo la institución judicial del jurado, que ha perdurado hasta nuestros días.
Además, consolidó el exchequer, y creó la figura del sheriff, agentes del rey encargados de "inquirir" sobre la actuación
de los barones y de los oficiales reales. Por otra parte, exigió de los barones el scutage, el cual les dispensaba del
servicio personal de armas a cambio del pago de una cantidad. La supresión de ciertos privilegios eclesiásticos y la
exigencia del reconocimiento del monarca por parte del clero como máxima autoridad (Constituciones de Clarendon)
le enfrentó con Tomás Becket, arzobispo de Canterbury. Becket fue asesinado, lo cual produjo una reacción popular
contra del rey, que se vio obligado a infeudar sus estados a la Santa Sede. Después de su imposición sobre el clero y la
nobleza, el otro gran pilar del reinado de Enrique II fue la consolidación del sistema judicial en base al common law.
El common law tenía una base en elementos del derecho feudal y del derecho germánico que conformaban la base de
un derecho común que era reinterpretado por los jueces de manera favorable a los intereses reales.
Los hijos de Enrique II no fueron tan resolutivos. Tras el breve reinado de Ricardo I Corazón de León, su hermano
Juan I (Juan Sin Tierra) heredó el trono. Durante su reinado la alta nobleza fue ganando protagonismo y poder,
mientras que la baja nobleza (gentry) dominaba totalmente la administración pública. En las ciudades, enriquecidas
gracias al crecimiento económico, se hallaba un importante patriciado urbano. Todos estos grupos deseaban intervenir
en la política y la gestión del reino, limitando el poder regio.
La coyuntura no acompaño a Juan I. En cinco años el rey de Francia recuperó la mitad de los territorios de los Anjou
en el continente, por lo que parte de la nobleza inglesa se quedó sin feudos. Por otra parte, una disputa entre el rey el
papa sobre quién debía ser nombrado arzobispo de Canterbury llevó al papa a excomulgar al rey. Finalmente el papa
impuso a su candidato. La derrota en la batalla de Bouvines (1214) acabó de debilitar al rey, que se vio obligado a
aceptar las demandas de la nobleza, el clero y las ciudades y firmar la Carta Magna (1215). Este documento limitaba
el poder real e imponía la creación de una asamblea representativa.
El reinado de su hijo, Enrique III, agravó aun más la debilidad de la monarquía. El rey fracasó en su intento de
recuperar los territorios franceses y se vio obligado a sofocar una rebelión nobiliaria. Sus sucesores fueron Eduardo I,
Eduardo II y Eduardo III, quien acabó por establecer la clásica división del parlamento británico en dos cámaras —
la de los Lores y la de los Comunes— y vivió terribles enfrentamientos en Escocia.
3. LOS CONFLICTOS EUROPEOS EN LA BAJA EDAD MEDIA
3.1. La Guerra de los Cien Años

La Guerra de los Cien Años fue un conflicto que enfrentó a Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453. La guerra empezó
con la muerte del ultimo rey de la dinastía de los Capeto, Carlos IV, sin dejar sucesión masculina. El Consejo Real de
Francia permitió invalidar la sucesión femenina, pues la hermana del difunto rey era la reina de Inglaterra, y la corona
pasó a Felipe VI, el primer rey de la dinastía Valois. Este cambio dinástico coincidió con la minoría de edad del rey
inglés Eduardo III. Cuando Eduardo III alcanzó la mayoría de edad en 1337 reclamó la corona de Francia por
considerarse heredero de su tío Carlos IV y declaró la guerra a los Valois.

Podemos dividir esta larga contienda en cuatro fases:


1. 1337-1360 (Paz de Bretigny). Eduardo III desembarcó con sus tropas en Francia y llegó hasta París, derrotó
al ejército francés en Crécy y conquisto Calais, puesto que aseguró el transporte de hombres y mercancías a
través del Canal de la Mancha. Después del paréntesis provocado por la peste negra, las operaciones militares
las dirigieron nuevos jefes: por parte francesa, el nuevo rey Juan II el Bueno, sucesor de su padre Felipe VI,
muerto en 1350; por la inglesa, Eduardo, príncipe de Gales, primogénito de Eduardo III y conocido como el
«Príncipe Negro». En 1355 los ingleses volvieron a derrotar a los franceses y tomaron prisionero al rey
francés. El delfín se vio obligado a negociar la paz de Bretigny, por la que se entregaban a Inglaterra los
territorios de Aquitania, Normandía, Maine, Anjou y Turena.
2. 1360-1399. La subida de Carlos V al trono francés significó una etapa de lenta recuperación económica para
el país, lo que le permitió a la vez reorganizar el ejército. Durante la minoría de Edad de Ricardo II, Inglaterra
fue perdiendo territorios. El final del siglo XIV también coincidió en Francia con una minoría de edad que
debilitó la corona, ya que fue aprovechada en beneficio propio por la gran nobleza. Finalmente, con los
recursos de ambos países prácticamente agotados, en 1396 se firmó una tregua por 28 años.
3. 1399-1442. Después de la gran victoria de Enrique V de Inglaterra en Azincourt el triunfo parecía otra vez
en manos inglesas. Además, Francia se enfrentaba a un periodo de luchas internas entre los cabochiens,
burgueses y pueblo bajo, partidarios del duque de Borgoña; y los armagnac, partidarios del conde de
Armagnac. Carlos VI de Francia firmó el Tratado de Troyes (1420) con Enrique V, que casaba al rey inglés
con la hija del rey francés y nombraba heredero de Francia la futuro hijo de este matrimonio, desheredando
por tanto al delfín (Carlos VII).
4. 1442-1453. En 1442 fallecieron Carlos VI y Enrique V. Teóricamente Francia debía pasar a manos del hijo
de Enrique V, pero el niño solo tenía 10 meses. A partir de 1429 la aparición de Juana de Arco actuó como
catalizador para aunar fuerzas en torno al delfín, que logró ser coronado en Reims como Carlos VII. Las
luchas continuarían durante 20 años más, tras los cuales los ingleses fueron expulsados de la mayor parte del
territorio, conservando sólo Calais, y dando la guerra por finalizada en 1453.
Las consecuencias de la guerra para Francia fueron el fortalecimiento de la administración estatal central, la reforma
de la justifica y, sobre todo, el establecimiento de una fiscalidad de Estado controlada por la monarquía. Después de la
contienda se repoblaron los espacios que habían quedado diezmados ofreciendo a los campesinos contratos con unas
condiciones muy favorables. A principios del siglo XV la economía francesa ya daba muestras de recuperación.
En Inglaterra la derrota conllevó una crisis económica causada por la merma de población campesina y por la bajada
del precio de la lana, principal exportación inglesa. A nivel político, la perdida de la guerra supuso el comienzo de una
disputa por la corona entre las casas de York y Lancaster en la Guerra de las Dos Rosas (1453-1485). Este conflicto
terminó con una solución de compromiso, casando a un miembro de la casa Lancaster con una de la casa de York y
fundando así la dinastía de los Tudor en la persona de Enrique VII.
3.2. La fragmentación del Imperio alemán

El interregno debilitó el imperio y el territorio alemán se dividió en distintas entidades gobernadas por nobles laicos o
eclesiásticos.
El enfrentamiento del emperador con el papa por la hegemonía en Italia culminó con la llamada Bula de Oro, publicada
por el emperador Carlos IV (1335), por la que la autoridad imperial se limitaba al territorio alemán y el emperador sería
elegido únicamente por un numero determinado de príncipes electores laicos y eclesiásticos, todos ellos alemanes.
Desde finales del siglo XIII los emperadores no habían logrado establecer una sucesión hereditaria. Solo a finales del
siglo XV la alianza entre los Habsburgo y los Luxemburgo dio pie a la dinastía de los Habsburgo, que se mantendría
en el trono imperial durante siglos.
A todo ello se añadió un proceso inexorable de disgregación territorial. No solo se abandonaron los territorios del norte
de Italia, sino que a finales del siglo XIV la monarquía francesa se apropió de las zonas de Lyon y el Delfinado. A
finales del siglo XV el imperio reconoció la independencia de los cantones alpinos y surge la Confederación Suiza. Al
este del imperio se desgajan otros territorios. A mediados del siglo XIV empiezan a configurarse los estados de
Bohemia, Hungría y Polonia.
3.3. La península itálica
A partir de finales del siglo XIII, con el declive del poder del papado y del imperio, empiezan a surgir en el norte de
Italia toda una serie de pequeños Estados independientes. A lo largo del siglo XIV el norte se configuró como un
territorio mucho más poblado, con una gran densidad de núcleos urbanos y una intensa actividad comercial. Las cuatro
grandes ciudades-Estado que marcaban la política de los territorios eran Génova, Florencia, Milán y Venecia. Las
presiones de las oligarquías forzaban cambios en la orientación política de las ciudades-Estado y sus diferentes alianzas
con poderes externos repercutieron en la política peninsular, crenado inestabilidad.
Al sur de los Estados Pontificios la realidad era otra. Se trataba de un territorio mucho más rural, con una economía
basada en la agricultura y la ganadería controlada por la aristocracia feudal. Pronto se convirtió en el punto de mira de
aragoneses, franceses y de las ciudades-Estado del norte. Así, desde principios del siglo XIV, los aragoneses dominaron
Cerdeña y Sicilia, donde pasaron a ser substituidos por la dinastía angevina, que recibía apoyo del papado. A mediados
del siglo XV Alfonso el Magnánimo volvió a recuperar el control de las islas para los aragoneses.
A principios de la segunda mitad del siglo XV la amenaza turca favoreció la alianza entre las principales potencias
italianas: la Paz de Lodi (1454), que posibilitó un periodo de paz relativa hasta finales del XV, cuando los franceses
intervinieron reclamando los derechos de los Anjou y convirtieron a la península Italia en un campo de batalla durante
gran parte del siglo XVI.
4. EL ORIGEN DE LOS ESTADOS MODERNOS
Entre 1270 y 1360 surgió un nuevo modelo de organización que introdujo una relación no feudal entre reyes y súbditos.
La aparición del Estado coincidió con la crisis europea de mediados del siglo XIV. El punto de encuentro entre ambos
fenómenos radicó en la persistencia de la guerra y en la aparición de una fiscalidad de Estado ligada a la actividad
bélica.
4.1. Los espacios nacionales
Para que funcionase la teoría del poder ascendente, es decir, la teoría que afirmaba que el pueblo había depositado el
poder en los reyes para que estos ordenasen la sociedad, hacia falta que se creara un sentimiento de comunidad y que
esta tuviese conciencia de ser diferente de otras. En este proceso de creación de identidades nacionales la Historia jugó
un papel importante, así como el control del territorio. Las fronteras marcaban el espacio regido por cada monarca y
ocupado por una comunidad determinada. En este sentido, al final de la Edad Media se observó un proceso de absorción
de los Estados pequeños por parte de los mayores, y de establecimiento de alianzas familiares entre monarcas que
permitían unir territorios para constituir unidades políticas más extensas.
También en el aspecto económico se delimitaron los espacios nacionales, primando el dominio de los mercados y de
las fuentes de materias primas. Estos espacios vinieron delimitados por factores como las aduanas, los impuestos
indirectos, la política monetaria y la política comercial.
4.2. El nacimiento de la fiscalidad de Estado

Los siglos XIV y XV marcaron un largo periodo de guerra en Europa, que supusieron un gasto inasumible para el fisco
real, que solo contaba con las prestaciones vasalláticas. Para poder costear las guerras las monarquías se vieron
obligadas a introducir novedades en el sistema fiscal.
Así, la monarquía se alió con las ciudades aprovechando la pujanza económica de estas para autorizar regímenes e
impuestos locales a cambio de la colaboración de las oligarquías urbanas en los proyectos reales. Por otra parte, la
monarquía diversificó sus ingresos: el auge económico fue aprovechado para establecer un sistema de impuestos
indirectos sobre el comercio y las transacciones a la vez que se regulaban enérgicamente los monopolios reales.
La transformación radical se produjo cuando los impuestos extraordinarios implantados para sufragar una situación de
guerra se convirtieron en regulares. Así, se extendió la concepción del impuesto como contribución sujeta a una norma
legal.
4.3. La administración del poder
A partir del siglo XIV se estableció un sistema administrativo que permitió un control y un dominio más efectivo sobre
la población. La estructura se apoyó en una serie de nuevos personajes, normalmente laicos que provenían de la baja
nobleza o de sectores acomodados urbanos y que habían recibido una educación universitaria. Estas personas acabaron
teniendo un poder considerable y, a veces, consiguieron patrimonializar el cargo que ocupaban.
Se creó así una estructura político-administrativa destinada a asesorar al rey: el consejo, al frente del cual se hallaba un
canciller. El consejo dio lugar a una serie de organismos especializados para llevar a cabo las tareas más importantes
que asumía el estado moderno: el control de las finanzas, la administración de justifica, el ejército y la diplomacia.
El establecimiento de un gobierno central fue acompañado por un reforzamiento de la presencia del poder real en las
circunscripciones regionales. Así, se estableció una red de funcionarios reales encargados de hacer justicia y vigilar el
cumplimiento de las ordenes reales en todo el territorio.
Otros aspectos que cobraron especial importancia a raíz de esta centralización fueron las comunicaciones entre la capital
y las provincias, así como la documentación escrita, que resultaba fundamental para poder organizar una administración
bien coordinada.
CONCLUSIÓN
En el periodo que abarca del siglo XII al XV se produjo un proceso de fortalecimiento de las monarquías estatales, que
acabaron configurando una administración que se extendió por todo el territorio del Estado.

La situación en que se encontraba la Europa de los siglo XI y XII, con un poder publico altamente fragmentado y
privatizado y dos únicos poderes de carácter global (el Imperio y el Papado), no hubiese podido ser superada sin la
aparición de nuevas teorías políticas y el redescubrimiento del derecho romano. Con este apoyo intelectual las
monarquías lograron imponerse a sus vasallos, al tiempo que el poder papal e imperial se iba debilitando. Mediante la
creación de las asambleas representativas se consiguió que los sectores emergentes de la sociedad, las ciudades, se
implicaran en la política del reino. Así se llegó a l siglo XV con una administración real que había logrado dominar una
fiscalidad de Estado que le permitía costear un ejercito profesional, hacerse cargo de las relaciones exteriores con la
diplomacia y extendiendo una justifica regia como máximo tribunal de apelación en todo el territorio.
BIBLIOGRAFÍA
ALVAREZ PALENZUELA, A. (coord.) (2005) Historia universal de la Edad Media, Ariel.
ULLMANN, W. (1983) Historia del pensamiento político en la Edad Media, Ariel.
STRAYER, J (1986). Sobre los orígenes sociales del Estado Moderno, Ariel.

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