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México ( 1881 - 1959 ) Educador, politico, orador, ensayista, confe- rencista de gran fuste. Uno de los hombres mas relevantes en la difusidn de las ideas renovadoras en el campo de la filosoffa latinoamericana. Su Jabor como promotor de la cultura en su pais, y en Hispanoamérica, ejereis gran influencia entre Jas juventudes. Cys :INUNNANN sHc1s87728 “ies (© kori Fandacin-UNA, ‘Apartado 863000 Heredia, Costa Rica Prohibi a reprcdascin ttl paral desta oie consentiniento ‘expres po eset de la EFUNA ecto l depo de Ley, 1999 © Alfonse Chase, délacomplaetn te CCUADERNOS DELICENERO "17727 te" - CCleccin de lect ara profesor yextadiaes~ —= rectory productor editorial Prof Afonso Chase Supervisor editorial: Lil, Gerardo César Hurtado Disebo de potad Eduardo Sin Diagramacin: Gualerma Ferninder Impreso en: Mando Grin, 8A, fren Wvasi-r Vasconcelos, José La raza cosmica / José Vasconcelos| Heredia, CR: EFUNA, 1999. 7p. ; 21x14 om. ISBN. 9968-14.071-6 1, Ensayos mexicanos. Titulo "itor Fundacion UNA. Apdo: 86-3000 « Heredia, Cosa Rica “Tel: (506) 262.0505 «Fax: (505) 27-8936 371 JUL 2000 r BL MESTIZAJE Opinan gedlogos autorizados que el continente americano contiene algunas de las mas antiguas zonas del mundo. La ma- sa de los Andes es, sin diida, tan viejajco- mo la que mas del planeta. Y si la Tierra es antigua, también las trazas de vida y de cultura humana se remontan a donde no aleanzan los célculos. Las ruinas arquitec- ténicas de mayas, quechuas y toltecas le- gendarios son testimonio de vida civiliza- dg/anterior a las mas viejas fundaciones de ideeristce del Oriente y de Europa. A me- dida que las investigaciones progresan, se afirma la hipotesis de la Atlintida, como cuna de una civilizacién que hace millares de aiios florecié en el continente desapare- cido y en parte de lo que es hoy América. El pensamiento de la Atlantida evoca el re- cuerdo de sus antecedentes misteriosos. El continente hiperbéreo desaparecido, sin dejar otras huellas que los rastros de vida y de cultura que a veces se descubren bajo José Vasconcelos las nieves de Groenlandia; los lemurianos © raza negra del Sur; la civilizacién atlénti- da de los hombres rojos; en seguida, la aparicién de los amarillos, y por tiltimo la civilizaciGn de los blancos. Explica mejor el proceso de los pueblos esta profunda hips- tesis legendaria que las lucubraciones de gedlogos como Ameghino, que ponen el origen del hombre en la Patagonia, una tie- tra que desde luego se sabe es de forma- cidn geolégica reciente. En cambio, la ver- sién de los imperios étnicos de la prehisto- ria se afirma extraordinariamente con la teoria de Wegener de la traslacién de los continentes. Segtin esta tesis, todas las tie- tras estaban unidas, formando un solo continente, que se ha ido disgregando. Es entonces fécil suponer que en determinada region de una masa continua se desarrolla- ba una raza que después de progresar y decaer era sustituida por otra, en vez de re- currir a la hip6tesis de las emigraciones de un continente a otro por medio de puentes desaparecidos. También es curioso adver- tir otra coincidencia de la antigua tradicién con los datos mas modernos de la geolo- gia, pues, segtin el mismo Wegener, la co- municacién entre Australia, la India y Madagascar se interrumpié antes que la Laraza ebsmica comunicaci6n entre la América del Sur y el Africa. Lo cual equivale a confirmar que el sitio de la civilizacién lemuriana desapare- cid antes que floreciera la Atléntida, y tam- bién que el tiltimo continente desaparecido es la Atlantida, puesto que las exploracio- nes cientificas han venido a demostrar que es el Atlantico el mar de formacisn més re- ciente, Confundidos mas o thenos los antece- dentes de esta teorfa en una tradicién tan obscura como rica de sentido, queda, sin embargo, viva la leyenda de una civiliza- cién nacida de nuestros bosques o derra- mada hasta ellos después de un poderoso crecimiento, y cuyas huellas estén atin visi- bles en Chichén y Itza y en Palenque y en todos los sitios donde perdura el misterio atlante. El misterio de los hombres rojos que, después de dominar el mundo, hicie- ron grabar los preceptos de su sabiduria en la tabla de Esmeralda, alguna maravillosa esmeralda colombiana, que a la hora de las conmociones teltiricas fue llevada a Egip- to, donde Hermes y sus adeptos conocie- ron y transmitieron sus secretos. Si, pues, somos antiguos geolégica- mente y también en lo que respecta a la tra- dicién, gc6mo podremos seguir aceptando José Vasconcelos esta ficcién, inventada por nuestros padres europeos, que la novedad de un continen- te que existia desde antes que apareciese la tierra de donde procedian descubridores y reconquistadores? La cuestién tiene una importancia enorme para quienes se empefian en bus- car un plan en la Historia. La comproba- cién de la gran antigiiedad de nuestro con- tinente parecerd ociosa a los que no ven en Jos suicesos sino una cadena fatal de repeti- clones sin objeto. Con pereza contempla- riamos la obra dela civilizacién contempo- rdnea si los palacios toltecas no nos dijesen otra cosa que el que las civilizaciones pa- san sin dejar més fruto que unas cuantas piedras labradas puestas unas sobre otras, © formando techumbre de béveda arquea- da, 0 de dos superficies que se encuentran en Angulo. 2A qué volver a comenzar, si dentro de cuatro o cinco mil afios otros nuevos emigrantes divertirdn sus ocios ca- vilando sobre los restos de nuestra trivial arquitectura contemporénea? La historia cientifica se confunde y deja sin respuesta todas estas cavilaciones. La historia empi- rica, enferma de miopia, se pierde en el de- talle, pero no acierta a determinar un solo La raza césmica aitecedente de los tiempos hist6ricos. Hu- ye de las conclusiones generales, de las hi- pétesis trascendentales, pero cae en la pue- rilidad de la descripcién de los utensilios y de los indices cefélicos y tantos otros por- menores, meramente externos, que carecen de importancia si se les desliga de una teo- ria vasta y comprensiva. Solo un salto del espfritu, nutrido de datos, podra darnos una visién que nos le- vante por encima de la microideologia del especialista. Sondeamos entonces en el conjunto de los sucesos para descubrir en ellos una direccién, un ritmo y un propési- to. ¥ justamente alli donde nada descubre el analista, el sintetizador y el creador se iluninan. Ensayemos, pues, explicaciones no con fantasia de novelista, pero sf con una intuicién que se apoya en los datos de la historia y la ciencia. La taza que hemos convenido en lla- mar atléntida prosperé y decayé en Amé- rica. Después de un extraordinario floreci- miento, tras de cumplir su ciclo, terminada su misi6n particular, entré en silencio y fue decayendo hasta quedar reducida a los menguados imperios azteca e inca, indignos José Vasconcelos La raza césmien totalmente de la antigua y superior cultu- ra, Al decaer los atlantes, la civilizacién in- tensa se traslad6 a otros sitios y cambié de estirpes; deslumbr6 en Egipto; se ensanché en la India y en Grecia injertando en razas nuevas. Bl ario, mezclndose con los dravi- dios, produjo el indostan, y a la vez, me- diante otras mezclas, creé la cultura helé- nica. En Grecia se funda el desarrollo de la civilizacién occidental 0 europea, la civili- zacién blanca, que al expandirse llegé has- ta las playas olvidadas del continente ame- ricano para consumar una obra de recivili- zacién y repoblacién. Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el ne- gro, el indio, el mogol y el blanco. Este til- timo, después de organizarse en Europa, se ha convertido en invasor del mundo, y se ha cte{do llamado a predominar, lo mis- ‘mo que lo creyeron las razas anteriores, ca- da una en la época de su poderio. Es claro que el predominio del blanco sera también temporal, pero su misién es diferente de la de sus predecesores; su misiOn es servir de Puente. El blanco ha puesto al mundo en situacin de que todos los tipos y todas las culturas puedan fundirse. La civilizacién conquistada por los blancos, organizada 10 por nuestra época, ha puesto las bases ma- leriales y morales pata-la-ui todos los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superacidn de to- do el pasado. La cultura del blanco es emigradora; pero no fue Europa en conjunto la encarga- da de iniciar la reincorporacién del mundo rojo a las modalidades de Ja cultura preu- niversal, representada desde hace siglos por el blanco. La misién trascendental co- mespondi¢ a las dos mas audaces ramas de laf milia europea, a los dos tipos humanos més ‘uertes y mas disimiles: el espaiiol y el inglés Desde los primeros tiempos, desde el descubrimiento y la conquista, fueron cas tellanos y britdnicos, o latinos y sajones, para incluir por una parte a los portugue- ses y por otra al holandés, los que consu- maron la tarea de iniciar un nuevo periodo de la Historia conquistando y poblando el hemisferio nuevo. Aunque ellos mismos solamente se hayan sentido colonizadores, trasplantadores de cultura, en realidad es- tablecian las bases de una etapa de general u José Vasconcelos y definitiva transformacién. Los llamados latinos, poseedores de genio y de arrojo, se apoderaron de las mejores regiones, de las que creyeron més ricas, y los ingleses, en- tonces, tuvieron que coriformarse con lo que les dejaban gentes més aptas que ellos. Ni Espajia ni Portugal permitian que a sus dominios se acercase el sajén, ya no digo para guerrear, ni siquiera para tomar parte en el comercio. El predominio latino fue in- digcutible en los comienzos. Nadie hubiera sospechado, en los tiempos del lando pa- pal que dividis el Nuevo Mundo entre Portugal y Espaita, que unos siglos mas tarde ya no seria el Nuevo Mundo portu- gués ni espaitol, sino mas bien inglés. Na- die hubiera imaginado que los humildes colonos del Hudson y del Delaware, paci- ficos y hacendosos, se irfan apoderando paso a paso de las mejores y mayores ex- tensiones de la tierra, hasta formar la repti- blica que hoy constituye uno de los mayo- res imperios de la Historia. Pugna de latinidad contra sajonismo ha llegado a ser, sigue siendo, nuestra épo- ca; pugna de instituciones, de propésitos y de ideales. Crisis, crisis de una lucha secu- lar que se inicia con el desastre de la Armada 2 La raza oésmica Invencible y se agrava con la derrota de Trafalgar. Solo que desde entonces el sitio del conflicto comienza a desplazarse y se traslada al continente nuevo, donde tuvo todavia episodios fatales. Las derrotas de Santiago de Cuba y de Cavite y Manila son ecos distantes, pero l6gicos, de las catastro- fes de la Invencible y de Trafalgar. Y el con- flicto esta ahora planteado totalmente en el Nuevo)Mundo. En la Historia, los siglos suelen ser como dias; nada tiene de extra- fio que no acabemos todavia de salir de la impresi6n de la derrota. Atravesamos épocas de desaliento, seguimos perdiendo no solo en soberanfa geografica, sino también en poderfo moral. Lejos de sentirnos unidos frente al desas- tre, la voluntad se nos dispersa en peque- fos y vanos fines. La derrota nos ha traido la confusién de los valores y los conceptos;, la diplomacia de los vencedores nos enga- fia después de vencemos; el comercio nos conquista con sus pequefias ventajas. Des- pojados de la antigua grandeza, nos ufana~ mos de un patriotismo exclusivamente na- cional, y ni siquiera advertimos los peli- gros que amenazan a nuestra raza en con- junto. Nos negamos los unos a los otros. La ee ae José Vasconcelos derrota nos ha envilecido a tal punto que, sin darnos cuenta, servimos los fines de la politica enemiga de batirnos en detalle, de ofrecer ventajas particulares a cada uno de nuestros hermanos, mientras al otro se le sactifica en intereses vitales. No solo nos derrotaron en el combate; ideolégicamente también nos siguen venciendo. Se perdis la mayor de las batallas el dia en que cada una de las reptiblicas ibéricas se lanzé a hacer vida propia, vida desligada de sus hermanos concertando tratados y recibien- do beneficios falsos, sin atender a los inte- reses comunes de la raza. Los creadores de nuestro nacionalismo fueron, sin saberlo, los mejores aliados del sajén, nuestro rival en la posesién del continente. El desplie- gue de nuestras veinte banderas en la Unién panamericana de Washington debe- riamos verlo como una burla de enemigos habiles. Sin embargo, nos ufanamos cada uno de nuestro humilde trapo, que dice ilusién vana, y ni siquiera nos ruboriza el hecho de nuestra discordia delante de la fuerte uni6n norteamericana. No advertimos el contraste de la unidad sajona frente a la anarquia y solidad de los escudos iberoa- mericanos. Nos mantenemos celosamente “ La raza césmica independientes respecto de nosotros mis. ‘mos; pero de una o de otra manera nos so- metemos © nos aliamos con la Un na. Ni siquiera se ha podido lograr la uni- dad nacional de los cinco pueblos centroa- mericanos, porque no ha querido darnos su venia un extrafio y porque nos falta el patriotismo verdadero que sacrifique el presente al porveniz, Una carencia de pensamiento creador y un exceso de affn critico, que por cierto tomamos prestado de otras culturas, nos lleva a discusiones estériles, en las que tan pronto se niega como se afirma la comuni- dad de nuestras aspiraciones; pero no ad- vertimos que a la hora de obrar, y pese a todas las dudas de los sabios ingleses, el inglés busca la alianza de sus hermanos de América y de Australia, y entonces el yan- qui se siente tan inglés como el inglés en Inglaterra. Nosotros no seremos grandes mientras el espafiol de la América no se sienta tan espafiol como los hijos de Espa- iia. Lo cual no impide que seamos distintos cada vez que sea necesario, pero sin apar- tarnos de la ms alta misién comtin. Asf es menester que procedamos, si hemos de lo- grar que la cultura ibérica acabe de dar todos yn SajO- 15 José Vasconcelos sus frutos, si hemos de impedir que en la América triunfe sin oposicién la cultura sa- jona. Intitil es imaginar otras soluciones. La civilizaci6n no se improvisa ni se trun- ca, ni puede hacerse partir del papel de una constitucién politica; se deriva siem- pre de una larga, de una secular prepara- cién y depuracién de elementos que se transmiten y se combinan desde los co- mienzos de la Historia. Por eso resulta tan torpe hacer comenzar nuestro patriotismo con el grito de independencia del padre Hidalgo, 0 con la conspiracién de Quito, 0 con las hazafias de Bolivar, pues si no lo arraigamos en Cuauhtémoc y en Atahual- pa no tendré sostén, y al mismo tiempo es necesario remontarlo a su fuente hispénica y educarlo en las ensefianzas que deberia- mos derivar de las derrotas, que son tam- bién nuestras, de las derrotas de la Inven- cible y de Trafalgar. Si nuestro patriotismo no se identifica con las diversas etapas del viejo conflicto de latinos y sajones, jamas lograremos que sobrepase los caracteres de un regionalismo sin aliento universal, y lo veremos fatalmente degenerar en estre- chez y miopfa de campanario y en inercia impotente de molusco que se apega a su roca. 16 La raza edsmica Para no tener que renegar alguna vez de la patria misma es menester que viva- mos conforme al alto interés de la raza, aun cuando este no sea todavia el més alto interés de la humanidad. Es claro que el coraz6n solo se conforma con internacio- nalismo cabal; pero, en Jas actuales cir- cunstancias del mundo, el internacionalis- mo solo serviria para acabar de consumar 1 triunfo de las naciones mas fuertes; ser- viria exclusivamente a los fines del inglés. Los mismos rusos, con sus doscientos mi- llones de poblacién, han tenido que apla- var su internacionalismo te6rico, para de- dicarse a apoyar nacionalidades oprimidas como la India y Egipto. A la vez han refor- zado su propio nacionalismo para defen- derse de una desintegracién que solo po- dria favorecer a los grandes estados impe- rialistas. Resultaria, pues, infantil que pue- blos débiles como los nuestros se pusieran a renegar de todo lo que les es propio, en nombre de propésitos que no podrian cris- talizar en realidad. Bl estado actual de la civilizaci6n nos impone todavia el patrio- tismo como una necesidad de defensa de intereses materiales y morales, pero es in- dispensable que ese patriotismo persiga y José Vasconcelos finalidades vastas y trascendentales. Su misiGn se truncé en cierto sentido con la independencia, y ahora es menester devol- verlo al cauce de su destino histérico uni- versal. En Europa se decidié la primera eta- pa del profundo conflicto y nos tocé per- der. Después, asf que todas las ventajas es- taban de nuestra parte en el nuevo Nuevo Mundo, ya que Espafia habia dominado la América, la estupidez napoleénica fue cau- sa de que la Luisiana se entregara a los in- gleses del otro lado del mar, a los yanquis, con lo que se decidié en favor del sajén la suerte del Mundo Nuevo. El «genio de la guerra» no miraba més alla de las misera- bles disputas de fronteras entre los estadi- tos de Europa y no se dio cuenta de que la causa de la latinidad, que él pretendia re- presentar, fracas6 el mismo dfa de la pro- clamacién del Imperio, por el solo hecho de que los destinos comunes quedaron confiados a un ineapaz. Por otra parte, el prejuicio europeo impidis ver que en América estaba ya planteado, con caracte- res de universalidad, el conflicto que Na- poleén no pudo ni concebir en toda su trascendencia. La tonteria napolednica no 18 La raza césmicn pudo sospechar que era en el Nuevo Mun- do donde iba a decidirse el destino de las razas de Europa, y al destruir de la mane- xa més inconscienie el poderio francés de Ja América debilité también a los espafio- les; nos traicioné, nos puso a merced del enemigo comuin. Sin Napoleén no existi- ran los Estados Unidos como imperio mundial, y la Luisiana, todavia francesa, tendria que ser parte de la Confederacién Latinoamericana. Trafalgar entonces hu- biese quedado burlado. Nada de esto se peS6 siquiera, porque el destino de la ra- za estaba en manos de un necio; porque el cesarismo es el azote de la raza latina. La tradicin de Napoleén a los desti- nos mundiales de Francia hirié también de muerte al imperio espaftol de América en los instantes de su mayor debilidad. Las gentes de habla inglesa se apoderan de la Luisiana sin combatir y reservando sus pertrechos para la ya facil conquista de Te- jas y California. Sin Ja base del Misisipt, los ingleses, que se llaman asi mismo yanquis por su simple riqueza de expresidn, no hu- bieran logrado aduefiarse del Pacifico, no serfan hoy los amos del continente; se ha- brian quedado en una especie de Holanda 19 José Vasconcelos trasplantada a la América, y el Nuevo Mundo seria espafiol y francés. Bonaparte Jo hizo sajén. Claro que no solo las causas externas, los tratados, la guerra y la politica resuel- ven el destino de los pueblos. Los napoleo- nes no son mas que membrete de vanida- des y corrupciones. La decadencia de las costumbres, la pérdida de las libertades puiblicas y la ignorancia general causan el efecto de paralizar la energia de toda una raza en determinadas épocas Los espafioles fueron al Nuevo Mun- do con el brio que les sobraba después del éxito de la Reconquista. Los hombres libres que se llamaron Cortés y Pizarro y Alvara- do y Belalcézar no eran césares ni lacayos, sino grandes capitanes que al impetu des- tructivo adunaban el genio creador. En se~ guida de la victoria trazaban el plano de as nuevas ciudades y redactaban los esta- tutos de su fundacién. Mas tarde, a la hora de las agrias disputas con la metrépoli, sa- bfan devolver injuria por injuria, como lo hizo uno de los Pizarro en un célebre jui- cio. Todos ellos se sentian los iguales ante el rey, como se sintié el Cid, como se sen- tian los grandes escritores del Siglo de Oro, 20 como se sienten en las grandes épocas to- dos los hombres libres. Pero a medida que la conquista se consumaba, toda la nueva organizacién iba quedando en manos de cortesanos y validos del monarca. Hombres incapaces, yano digo de conquistar, ni siquiera de de- fender lo que otros conquistaron'con talen- to y arrojo. Palaciegos degenerados, capa- ces dé oprimir y humillar al nativo, pero sumisos al poder real, ellos y sus amos no hicieron otra cosa que echar a perder la obra del genio espafiol en América. La obra portentosa iniciada por los férreos conquistadores y consumada por los sa- bios y abnegados misioneros fue quedan- do anulada. Una serie de monarcas extran- jetos, tan justicieramente pintados por Ve- lézquez y Goya en compaiifa de enanos, bufones y cortesanos, consumaron el de- sastre de la administracién colonial. La manta de imitar al imperio romano, que tanto dafio ha causado lo mismo en Espa- fia que en Italia y en Francia, el militarismo y el absolutismo trajeron la decadencia en la misma época en que nuestros rivales, fortalecidos por la virtud, crecian y se en- sanchaban en libertad. a José Vasconcelos Junto con la fortaleza material se les desarrollé el ingenio préctico. La intuicién del éxito. Los antiguos colonos de Nueva Inglaterra y de Virginia se separaron de In- glaterra, pero solo para crecer mejor y ha- cerse mas fuertes. La separacién politica nunea ha sido entre ellos obstaculo para que en el asunto de la comin misién étni- ca se mantengan unidos y acordes. La emancipacién, en vez de debilitar a la gran raza, la bifure6, la multiplied, la desbord6 poderosa Sobre ef mundo; desde el nticleo imponente de uno de los mas grandes im- perios qué han conocido los tiempos. Y ya desde entonces, lo que no conquista el i glés en las Islas se lo toma y lo guarda el in- glés del nuevo continente. En cambio, nosotros los espafioles por la sangre o por la cultura, a la hora de nuestra emancipacién comenzamos por re- negar de nuestras tradiciones; rompimos con el pasado y no falté quien renegara la sangre diciendo que hubiera sido mejor que la conquista de nuestras regiones la hubiesen consumado los ingleses, Palabras de tradicién que se excusan por el acto que engendra la tirania y por la ceguedad que trae la derrota. Pero perder por esta suerte 2 La raza césmi el sentido hist6rico de una raza equivale a un absurdo, es lo mismo que negar a los padres fuertes y sabios cuando somos no- sotros mismos, no ellos, los culpables de la decadencia. De todas maneras las prédicas deses- pajtolizantes y el inglesamiento correlati- vo, habilmente difundido por los mismos ingleses, pervirtis nuestros juicios desde el origen; nos hizo olvidar que en los agra- vios de Trafalgar también tenemos parte. La injerencia de oficiales ingleses en los es- tados mayores de los guerreros de la inde~ pendencia hubiera acabado por deshon- ramos, si no fuese porque la vieja sangre altiva revivia ante la injuria y castigaba a los piratas de Albin cada vez que se acer- caban con el propésito de consumar un despojo. La rebeldia ancestral supo res~ ponder a caftonazos lo mismo en Buenos ‘Aires que en Veracruz, en La Habana 0 en Campeche y Panamd, cada vez que el cor- sario inglés, disfrazado de pirata para elu- dir las responsabilidades de un fracaso, atacaba, confiado en lograr, si vencia, un puesto de honor en la nobleza briténica. ‘A pesar de esta firme cohesién ante un enemigo invasor, nuestra guerra de ‘Iosé Vasconcelos independencia se vio amenguada por el provincialismo y por la ausencia de planes trascendentales, La raza que habia sofiado con el imperio del mundo, los supuestos descendientes de la gloria romana, caye- ron en la pueril satisfaccién de crear na- cioncitas y soberangas de principado, alen- tadas por almas que en cada cordillera veian un muro y no una ctispide. Glorias balcénicas sofiaron nuestros emancipado- res, con la ilustre excepcién de Bolivar y Sucre y Peti6n, el negro, y media docena més, a lo sumo. Pero los otros, obs dos por el concepto local y enredados en una confusa fraseologia seudorrevolucio- naria, solo se ocuparon en empequefiecer un conflicto que pudo haber sido el princi- pio del despertar de un continente. Divi- dit, despedazar el suefio de un gran pode- rfo latino, tal parecia ser el propésito de ciertos practicos ignorantes que colabora- ron en la independencia, y dentro de ese movimiento merecen puesto de honor; pe- to no supieron, no quisieron, ni escuchar las advertencias geniales de Bolivar. Claro que en todo proceso social hay que tener en cuenta las causas profundas, inevitables, que determinan un momento. jona- La raza césmica dado. Nuestra geografia, por ejemplo, era y sigue siendo un obstaculo de la unién; pero si hemos de dominarlo sera menester que antes pongamos en orden al espiritu, depurando las ideas y sefialando orienta- ciones precisas. Mientras no logremos co- rregir los conceptos, no sera posible que obremos sobre el medio fisico en tal forma que lo hagamos seryir a nyestro propésito. En México, por ejemplo, fuera de Mi- na, casi nadie pensé en los intereses del continente; peor atin: el patriotismo verné- culo estuvo ensefiando, durante un siglo, que triunfamos de Espaiia gracias al valor indomable de nuestros soldados, y casi ni se mencionan las Cortes de Cédiz ni el le vantamiento contra Napoleén, que electri- za la raza, ni las victorias y martirios de los. pueblos hermanos del continente, Este pe- cado, comin a cada una de nuestras pa~ trias, es resultado de épocas en que la His- toria se escribe para halagar a los déspolas. Entonces la patrioterfa no se conforma con presentar a sus héroes como unidades de un movimiento continental, y los presenta auténomos, sin darse cuenta de que al obrar de esta suerte los empequefiece en vez de agrandarlos. José Vasconcelos Se explican también estas aberracio- nes porque el elemento indigena no se ha- bia fusionado, no se ha fusionado atin en su totalidad, con la sangre espajiola; pero esta discordia es mas aparente que real. Hablese al més exaltado indianista de la conveniencia de adaptarnos a la latinidad y no opondra el menor reparo; digasele que nuestra cultura es espafiola y en segui- da formulard objeciones. Subsiste la huella de la sangre vertida, huella maldita que no borran los siglos, pero que el peligro co- muin debe anular. Y no hay otro recurso. Los mismos indios puros estan espaftoliza~ dos, estan latinizados, como esta latiniza- do el ambiente. Digase lo que se-quiera, los rojos, los ilustres atlantes de quienes viene el indio, se durmieron hace millares de afios para no despertar. En la Historia no hay retor- nos, porque toda ella es transformacién y novedad. Ninguna raza vuelve; cada-una plantea su misidn, la cumple y se va. Esta verdad rige lo mismo en los tiempos bibli cos que en los nuestros; todos los historia- dores antiguos la han formulado. Los dias de los blancos puros, los vencedores de hoy, estén tan contados como lo estuvieron 26 EES La raza césmica los de sus antecesores. Al cumplir su desti- no de mecanizar el mundo, ellos mismos han puesto, sin saberlo, las bases de un pe- riodo nuevo: el periodo de la fusién y la mezcla de todos los pueblos. El indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la puerta de la cultura moderna, ni otro cami- no que el camino ya desbrozado de la civi- lizacién latina. También el, blanco tendré que deponer su orgullo, y buscard progre- so y redenci6n posterior en el alma de sus hermanos de las otras castas, y se confun- diré y se perfeccionaré en cada una de las variedades superiores de la especie, en ca~ da una de las modalidades que tornan muiltiple la revelacién y més poderoso el genio. En el proceso de nuestra misién étni- ca, la guerra de emancipacién de Espafia significa_una crisis peligrosa- No quiero decir con esto que la guerra no debié ha- cerse ni que no debié triunfar. En determi- nadas épocas el fin trascendental tiene que quedar aplazado, la raza espera, en tanto que la patria urge, y la patria es el presente ya José Vasconcelos inmediato e indispensable. Era imposible seguir dependiendo de un cetro que de tropiezo, en tropiezo y de descalabro en bochorno habia ido bajando hasta caer en las manos sin honra de un Fernando VII. Se pudo haber tratado en las Cortes de Ca- diz para organizar una libre Federacién castellana; no se podia responder a la mo- narquia sino batiéndole sus enviados. En este punto la visién de Mina fue cabal: implantar la libertad en el Nuevo Mundo y derrocar después la monarquia en Espafia. Ya que la imbecilidad de la épo- ca impidis que se cumpliera este genial de- signio, procuremos al menos tenerlo pre- sente. Reconozcamos que fue una desgra- cia no haber procedido con la cohesién que demostraron los del Norte; la raza prodi- giosa, a la que solemos llenar de imprope- rios solo porque nos ha ganado cada parti- da de la lucha secular. Ella triunfa porque aduna sus capacidades practicas con la vi- sién clara de un gran destino. Conserva presente la intuicién de una misién histori- ca definida, en tanto que nosotros nos per: demos-en el laberinto de quimeras verba- les. Parece que Dios mismo conduce los pasos del sajonismo, en tanto que nosotros, oR La raza césmica nos matamos por el dogma o nos procla- mamos ateos. ;Cémo deben de reir de nuestros desplantes y vanidades latinas es- tos fuertes constructores de imperios! Ellos no tienen en la mente el lastre ciceroniano de la fraseologia, ni en la sangre los instin- tos contradictorios de la mezcla de razas disimiles; pero cometieron el pecado de des- truir esas razas, en tanto que nosotros las asi- milamos, y esto nos da derechos nuevos y espe- ranzas de und misién sin precedente en la His~ toria. De aqui que los tropiezos adversos no nos inclinen a claudicar; vagamente senti- mos que han de servirnos para descubrir nuestra ruta. Precisamente, en las diferen- cias encontramos el camino; si no mas imi- tamos, perdemos; si descubrimos, si crea- mos, triunfaremos. La ventaja de nuestra tradicidn es que posee mayor facilidad de simpatia con los extraiios. Esto implica que nuestra civiliza- cién, con todos sus defectos, puede ser la elegida para asimilar y convertir a un nue- vo tipo.a todos los hombres. En ella se pre- para de esta suerte la trama, el multiple y rico plasma de la humanidad futura. ‘Comienza a advertirse este mandato de la Historia en esa abundancia de amor 29 José Vasconcelos que permiti6 a los espafioles crear una ra- za nueva con el indio y con el negro; pro- digando la estirpe blanca a través del sol- dado que engendaba familia indigena y la cultura de Occidente por medio de la doe- trina y el ejemplo de los misioneros que pusieron al indio en condiciones de pene- trar en la nueva etapa: la etapa del mundo Uno. La colonizacién espajiola creé mesti- zaje; esto sefiala su cardcter, fija su respon- sabilidad y define su porvenitr. El inglés si- guid cruzéndose solo con el blanco y exter~ min6 al indigena; lo sigue exterminando en la sorda lucha econémica, mas eficaz que la conquista armada. Esto prueba su li- mitacién y es el indicio de su decadencia. Equivale, en grande, a los matrimonios in- cestuosos de los faraones, que minaron la virtud de aquella raza, y contradice el fin ulterior de la Historia, que es lograr la fu- sién de los pueblos y las culturas. Hacer un mundo inglés; exterminar a los rojos, para que en toda la América se renueve el narte de Europa, hecho de blancos puros, no es més que repetir el proceso victorioso de una raza vencedora. Ya esto lo hicieron los rojos; lo han he- cho o lo han intentado todas las razas fuertes. 30 La raza césmien y homogéneas; pero eso no resuelve el pro- blema humane; para un objetivo tan men- guado no se quedé en reserva cinco mil afios la América. El objeto del continente nuevo y antiguo es mucho més importan- te, Su predestinacién obedece al designio de constituir lacuna de una raza quinta en Ja que se fundiran todos los pueblos, para reemplazar a las citatro que aisladamente han venido forjando la Historia. En el sue- lo de América hallaré término la disper- sion, alli se consumard la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la superacion de todas las estirpes. Y se engendraré, de tal suerte, el tipo sintesis que ha de juntar los tesoros de la Historia, para dar expresi6n al anhelo total del mundo. Los pueblos lamados latinos, por ha- ber sido mis fieles a su misidn divina de América, son los llamados a consumarla. Y tal fidelidad al oculto designio es la garan- tia de nuestro triunfo. En el mismo periodo castico de la in- dependencia, que tantas censuras merece, se advierten, sin embargo, vislumbres de ese affin de universalidad que ya anuncia el deseo de fundir lo humano en un tipo a José Vasconcelos universal y sintético. Desde luego, Bolivar, en parte porque se dio cuenta del peligro en que cafamos, repartidos en nacionalida- des aisladas, y también por su don de pro- fecfa, formulé aquel plan de federacién iberoamericana que ciertos necios todavia hoy discuten. Y si los demés caudillos de la inde- pendencia latinoamericana, en general, no tuvieron un concepto claro del futuro; si es verdad que levados del provincialismo, que hoy llamamos patriotismo, o de la li- mitacién, que hoy se titula soberania na- cional, cada uno se preocupé no més que de la suerte inmediata de su propio pue- blo, también es sorprendente observar que todos se sintieron animados de un sen- timiento humano universal que coincide con el destino que hoy asignamos al conti- nente iberoamericano. Hidalgo, Morelos, Bolivar, Petién el haitiano, los argentinos en Tucumén, Sucre, todos se preocuparon de libertar a los esclavos, de declarar la igualdad de todos los hombres por dere- cho natural; la igualdad social y cfvica de los blancos, negtos e indios. En un instan- te de crisis histérica, formularon la misién trascendental asignada a aquella zona del cas 32 La raza césmica globo: misién de fundir étnica y espiritual- mente a las gentes. De tal suerte se hizo en el bando lati- no lo que nadie ni pensé hacer en el conti- nente saj6n. Alli siguié imperando la tesis contraria, el propésito confesado o tacito de limpiar la tierra de indios, mogoles y negros, para mayor gloria y ventura del blanco. En realidad, desde aquella época quedaron-bien definidos los sistemas que, perdurando hasta la fecha, colocan en campos sociolégicos opuestos a las dos ci- vilizaciones: la que quiere el predominio exclusivo del blanco y la que esta forman- do una raza nueva, raza de sintesis, que as- pira a englobar y expresar todo lo humano en maneras de constante superacién. Si fuese menester aducir pruebas, bastaria observar la mezcla creciente y es- pontanea que en todo el continente latino se opera entre todos los pueblos y, por la otra parte, la linea inflexible que separa al negro del blanco en Estados Unidos, y las leyes, cada vez mAs rigurosas, para la ex- clusién de los japoneses y chinos de Cali- fornia. Los Ilamados latinos, tal vez porque desde un principio no son propiamente 33 José Vasconcelos tales latinos, sino un conglomerado de ti- pos y razas, persisten en no tomar muy en cuenta el factor étnico para sus relaciones sexuales. Sean cuales fueren las opiniones que a este respecto se emitan, y aun la re- pugnancia que el prejuicio nos causa, lo cierto es que se ha producido y se sigue consumando la mezcla de sangres. Y es en esta fusin de estirpes donde debemos buscar el rasgo fundamental de la idiosin- crasia iberoamericana. Ocurriré algunas veces, y ha ocurrido ya, en efecto, que la competencia econémica nos obligue a ce- rrar nuestras puertas, tal como lo hace el sajén, a una desmedida irrupcién de orien- tales. Pero, al proceder de esta suerte, noso- tros no obedecemos més que a razones de orden econémico; reconocemos que no es justo que pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de la moral confuciana se multiplican como los ratones, vengan a de- gradar la condicion humana, justamente en los instantes en que comenzamos a comprender que la inteligencia sirve para refrenar y regular bajos instintos zool6gicos, contrarios a un concepto verdaderamente religioso de la vida. Si los rechazamos es La raza césmica porque el hombre, a medida que progresa, multiplica menos y siente el horror del ntimero, por lo mismo que ha llegado a es- timar la calidad. i En Estados Unidos rechazan a los asiaticos por el mismo temor del desborda- miento fisico propio de las especies supe- riores; pero también lo hacen porque no les simpatiza el asidtico, porque desdefan y serian incapaces de eruzarse con él. Las se- Aoritas de San Francisco se han negado a bailar con oficiales de la Marina Japonesa, que son hombres tan aseados, inteligentes y,a'su manera, tan bellos como los de cual- quiera otra Marina del mundo. Sin embar- go, ellas jamés comprenderan que un japo- nés pueda ser bello. Tampoco es facil con- vencer al sajén de que si el amarillo y el ne- gro tienen su tufo, también el blanco lo tie- ne para el extrafio, aunque nosotros no nos, demos cuenta de ello. En la América latina existe, pero infi- nitamente més atenuada, la repulsién de una sangre que se encuentra con otra san- gre extrafia. Alli hay mil puentes para la fusién sincera y cordial de todas las razas E| amurallamiento étnico de los del Norte frente a la simpatia mucho més facil de los. José del Sur, tal es el dato més importante, y a Ia vez mas favorable, para nosotros, si se reflexiona, aunque sea superficialmente, en el porvenir. Pues se verd en seguida que somos nosotros de mafiana, en tanto que ellos van siendo de ayer. Acabaran de for- mar los yanquis el tiltimo gran imperio de una sola raza: el imperio final del poderio blanco. Entre tanto, nosotros seguiremos pa- deciendo en el vasto caos de una estirpe en formacion, contagiados de la levadura de todos los tipos, pero seguros del avatar de una estirpe mejor. En la América espaitola ya no repetira la Naturaleza uno de sus en- sayos parciales, ya no ser la raza de un so- lo color, de rasgos particulares, la que en esta vez salga de la olvidada Atlantida; no serd la futura ni una quinta ni una sexta ra- za, destinada a prevalecer sobre sus ante- cesoras; lo que de alli va a salir es la raza definitiva; la raza sintesis 0 raza integral, hecha con el genio y con la sangre de todos los pueblos y, por lo mismo, més capaz. de verdadera fraternidad y de visién real- mente universal Para acercarnos a este propésito subli- me es preciso ir creando, como si dijéramos, La raza cision cl tejido celular que ha de servir de carne y sostén a la nueva aparicién biolégica. Y a fin de crear ese tejido proteico, maleable, profundo, etéreo y esencial, sera menester que la raza iberoamericana se pe- netre de su misién y la abrace como un misticismo. Quizé no haya nada inttil en los pro- cesos de la Historia; nuestro mismo aisla- miento material y el error de crear nacio- nes nos ha servido, junto con la mezcla ori- ginal de la sangre, para no caer en la limi- tacién sajona de constituir castas de raza pura. La Historia demuestra que estas se- lecciones prolongadas y rigurosas dan ti- pos de refinamiento fisico; curiosos, pero sin vigor; bellos con una extrafia belleza, como la de la casta brahménica milenaria, pero a la postre decadentes. Jamds se ha visto que aventajen a los otros hombres ni en talento, ni en bondad, ni en vigor. El ca~ mino que hemos iniciado nosotros es mu- cho més atrevido, rompe los prejuicios an- tiguos, y casi no se explicaria si no se fun- dase en una suerte de clamor que llega de una lejania remota, que no es la del pasa-~ do, sino la misteriosa lejanfa de donde vie- nen los presagios del porvenit. 37 Unidos son otra Inglaterra, entonces lavie- Ja lucha de las dos estirpes no haria otra Cova que Tepetir sus episodios en la tierra més vasta, y uno de los dos rivales acaba- tia por imponerse y llegaria a Prevalecer, Pero no es esta la ley natural de los cho- dues, ni en la mecénica ni en la vida. La Oposicién y Ja lucha, Particularmente cuando ellas se trasladan al campo del es- Pititu, sirven para definir mejor los contra- Hos, para llevar a cada uno ala clispide de su destino, y,a la postre, para sumarlos en una comtin y victoriosa superacién, La misién del sajén se ha cumplido mds pronto que la nuestra, Porque era mas inmediata y ya conocida en la Historia; pa- za cumplirla no habia més que seguir el sjemplo de otros pueblos victoriosos, Me- lores del blanco legaron al cenit, He aby Por qué la historia de Norteamérica es oo. mo un inintetrumpido y vigoroso allegro de marcha triunfal. iCudn distintos los sones de la forma- cién iberoamericana! Semejan el profundo 38 La raza cosmica scherzo de una sinfonia infinita y honda; voces que traen acentos de la Atlantida, abismos contenidos en la pupila del hom. bre rojo, que supo tanto, hace tantos miles de afios, y ahora parece que se ha olvidado de todo. Se parece su alma al viejo cenote maya, de aguas verdes, profundas, inmé- viles, en el centro del bosque, desde hace tantos siglos que ya ni su leyenda perdura, Y se remueve esta quietud de infinito, con [a gota que en nuestra sangre pone el ne- 810, vido de dicha sensual, ebrio de dan. zas y desenfrenadas lujurias. Asoma tam. bign el mogol con el misterio de su ojo obli. uo, que toda cosa la mira conforme a un Angulo extrafio, que descubre no sé qué Pliegues y dimensiones nuevas. Interviene asf mismo la mente clara del blanco, pare- cida a su tez y a su ensueno. Se revelan estrias judaicas que se es- condieron en la sangre castellana desde los dias de la cruel expulsi6n; melancolias del arabe, que son un dejo de la enfermiza sen- sualidad musulmana: zquién no tiene algo de todo esto 0 no desea tenerlo todo? He ah al hindu, que también legaré, que ha legado ya por el espiritu, y aunque es el ultimo en venir parece el mas préximo pa- riente. José Vasconcelos Tantos que han venido y otros que vendran, y asi se nos ha de ir haciendo un corazén sensible y ancho que todo lo abar- cay contiene y se conmueve; pero, henchi- do de vigor, impone leyes nuevas al mun- do. Y presentimos como otra cabeza, que dispondra de todos los angulos para cum- plir el prodigio de superar a la esfera I Después de examinar las potenciali- dades remotas y proximas de la raza mixta que habita el continente iberoamericano y el destino que la lleva a convertirse en la primera raza sintesis del globo, se hace ne- cesario investigar si el medio fisico en que se desarrolla dicha estirpe corresponde a los fines que le marca su bistica. La exten- sién de que ya dispone es enorme; no hay, desde luego, problema de superficie. La circunstancia de que sus costas no tienen muchos puertos de primera clase casi no tiene importancia, dados los adelantos cre- cientes de la ingenierfa. En cambio, lo que es fundamental abunda en cantidad superior, sin duda, a cualquiera otra regién de la tierra: recursos 40 La raza cismica naturales, superficie cultivable y_fértil, agua y clima, Sobre este iiltimo factor se adelantard, desde Inego, una objecién: el clima, se diré, es adverso a la nueva raza, porque la mayor parte de las tierras dispo- nibles esta situada en la region més célida del globo. Sin embargo, tal es, precisamente, la ventaja y el secreto de su futuro. Las gran- des civilizaciones se iniciaron entre trépi- cos y la civilizaci6n final volveré al tr6pico. La nueva raza comenzaré a cumplir su destino a medida que se inventen los nuevos medios de combatir el calor en lo que tiene de hostil para el hombre, pero dejandole todo su poderio benético para la produccion de la vida. El triunfo del blan- co se inicié con la conquista de la nieve y del frio. La base de la civilizacién blanca es el combustible. Sirvié primeramente de proteccién en los largos inviernos; después se advirtié que tenfa una fuerza capaz de ser utilizada no solo en el abrigo, sino tam- bién en el trabajo; entonces nacié el motor, y, de esta suerte, del fogén y de la estufa procede todo el maquinismo que esté transformando al mundo. Una invencién semejante hubiera sido imposible en el célido Egipto, y, en efecto, a José Vasconcelos no ocurrié alld, a pesar de que aquella raza superaba infinitamente en capacidad inte- lectual a la raza inglesa. Para comprobar esta tiltima afirmacién basta comparar la metafisica sublime del Libro de los Muertos de los sacerdotes egipcios, con las chabaca- nerfas del darvinismo spenceriano. El abis- mo que separa a Spencer de Hermes Tri- megisto no lo franquea el dolicocéfalo ru- bio ni en otros mil afios de adiestramiento y seleccién. En cambio, el barco inglés, esa maqui- na maravillosa que procede de los vikin- gos del Norte, no la sofiaron siquiera los egipcios. La lucha ruda contra el medio obligé al blanco a dedicar sus aptitudes a la conquista de la naturaleza temporal, y esto precisamente constituye el aporte del blanco a la civilizacién del futuro. El blan- co ensefié el dominio de Jo material. La ciencia de los blancos invertiré alguna vez los métodos que empleé para alcanzar el dominio del fuego y aprovecharé nieves condensadas, 0 corrientes de electroqui- mia, o gases de magia sutil, para destruir moscas y alimafias, para disipar el bochor- no y la fiebre. Entonces la humanidad en- tera se derramara sobre el tr6pico, y en la inmensidad solemne de sus paisajes las al- mas conquistardn la plenitud. Los blancos intentaran, al principio, aprovechar sus inventos en beneficio pro- pio, pero como la ciencia ya no es esotérica no sera facil que lo logren; los absorber la avalancha de todos los demés pueblos, y finalmente, deponiendo su orgullo, entra- réncon los demas a componer la nueva ra- za sintesis, la quinta raza futura La conquista del tr6pico transformaré todos los aspectos de la vida; la arquitectu- ra abandonars Ia ojiva, la boveda y, en ge- neral, la techumbre, que responde a la ne- cesidad de buscar abrigo; se desarrollara otra vez la pirdmide; se levantarén colum- natas en intitiles alardes de belleza y, qui- za, construcciones en caracol, porque la nueva estética trataré de amoldarse a la curva sin fin de la espiral, que representa el anhelo libre, el triunfo del ser en la con quista del infinito. EI paisaje pleno-de colores y ritmos comunicaré su riqueza en la emocién; la realidad sera como la fantasia. La estética de los nublados y de los grises se verd co- mo un arte enfermizo del pasado. Una ci- vilizacion refinada e intensa responderé a José Vasconcelos Naturalmente, la quinta raza no pre- tendera excluir a los blancos, como no se propone excluir a ninguno de los demés pueblos; precisamente la norma de su for- maci6n es el aprovechamiento de todas las capacidades para mayor integracién del poder. No es la guerra contra el blanco nuestra mira, pero sf una guerra contra to- da clase de predominio violento, lo mismo el del blanco que, en su caso, el del amari- lo, si el Japén legare a convertirse en ame- naza continental. Por lo que hace al blanco yasu cultura, la quinta raza cuenta ya con ellos y todavia espera beneficios de su ge- nio. La América latina debe lo que es al eu- ropeo blanco y no va a renegar de él; al mismo norteamericano le debe gran parte de sus ferrocarriles y puentes y empresas, y de igual suerte necesita de todas las otras razas. Sin embargo, aceptamos los ideales superiores del blanco, pero no su arrogan- cia; queremos brindarle, lo mismo que a todas las gentes, una patria libre en la que encuentre hogar y refugio, pero no una prolongacién de sus conquistas. Los mis- mos blancos, descontentos del materialis- mo y de la injusticia social en que ha caido La raza césmica su raza, la cuarta raza, vendrn a nosotros para ayudar en la conquista de la libertad. Quizé entre todos los caracteres de la quinta raza predominen los caracteres del blanco, pero tal supremacia debe ser fruto deselecci6n libre del gusto y no resultado de la violencia o de la presién econémica/ Los caracteres superiores de la cultura y de la naturaleza tendran que triunfar, pero ese triunfo sélo ser firme si se funda en la aceptacién volimntaria de la conciencia y en la elecci6n libre de la fantasfa. Hasta la fe- cha, la vida ha recibido su cardcter de las potencias bajas del hombre; la quinta rama serd el fruto de las potencias superiores. La quinta raza no excluye; acapara vida; por eso la exclusién del yanqui, como Ia exclu- sién de cualquier otro tipo humano, equi valdrfa a una mutilacién anticipada, mas funesta atin que un corte posterior. Si no queremos excluir ni a las razas que pudie- ran ser consideradas como inferiores, mu- cho menos cuerdo seria apartar de nuestra empresa a una raza Ilena de empuje y de firmes virtudes sociales. Expuesta ya la teoria de la formacién de la raza futura iberoamericana y la ma- nera como podra aprovechar el medio en a7 José Vasconcelos La raza césnica que vive, resta solo considerar el tercer fac- tor de la transformacién que se verifica en el nuevo continente: el factor espiritual que ha de dirigir y consumar la extraordi- naria empresa. Se pensaré, tal vez, que la fusién de las distintas razas contempord- neas en una nueva que complete y supere a todas, va a ser un proceso repugnante de anarquico hibridismo, delante del cual la practica inglesa de celebrar matrimonios solo dentro de la propia estirpe se veré co- mo un ideal de refinamiento y de pureza. Los arios primitivos del Indostan en- sayaron precisamente este sistema inglés para defenderse de la mezcla con las razas de color, pero como esas razas obscuras posefan una sabiduria necesaria para com- pletar la de los invasores rubios, la verda- dera cultura indosténica no se produjo si- no después de que los siglos consumaron la mezcla, a pesar de todas las prohibicio- nes escritas. Y la mezcla fatal, fue titil no solo por razones de cultura, sino porque el mismo individuo fisico necesita renovarse en sus semejantes. Los norteamericanos se sostienen muy firmes en su resolucién de mantener pura su estirpe; pero eso depen- de de que tienen delante al negro, que es 48 como el otro polo, como el contrario de los elementos que pueden mezclarse. En el mundo iberoamericano el problema no se presenta con caracteres tan crudos; tene- mos poquisimos negros y la mayor parte de ellos se han ido transformando ya en poblaciones mulatas. El indio es buen puente de mestizajé. Ademas, el clima céli- do es propicio al trato y reunion de todas las gentes. Por otra parte, y esto es fundamental, el cruce de las distintas razas no va.a-obe- decer a razones de simple proximidad, co- mo sucedfa al principio, cuando el colono blanco tomaba mujer indigena o negra porque no habja otra a mano. En lo sucesi- vo, a medida que las condiciones sociales mejoren, el cruce de sangre seré cada vez més espontaneo, a tal punto que no estaré ya sujeto a la necesidad, sino al gusto; en iiltimo caso, a la curiosidad. El motivo es- piritual se iré sobreponiendo de esta suer- te a las contingencias de lo fisico. Por mo- tivo espiritual ha de entenderse, mas bien que la reflexion, el gusto que dirige el mis- terio de la eleccién de una persona entre una multitud. 49 José Vasconcelos 1m Dicha ley del gusto como norma de Jas relaciones humanas la hemos enuncia- do en diversas ocasiones con el nombre de la ley de los tres estados sociales, definidos no a la manera comtiana, sino con una comprensién més vasta. Los tres estados que esta ley sefiala son: el material o gue- rrero, el intelectual o politico y el espiritual © estético. Los tres estados representan un proceso que gradualmente nos va libertan- do del imperio de la necesidad y, poco a poco, va sometiendo la vida entera a las normas superiores del sentimiento y de la fantasia. En el primer estado manda solo la materia; los pueblos, al encontrarse, com- baten o se juntan sin més ley que la violen- cia y el poderio relativo. Se exterminan unas veces o celebran acuerdos atendiendo a la conveniencia oa la necesidad, Asi viven la horda y la tribu de todas las razas. En semejante situacion la mezcla de sangres se ha impuesto tam- bién por la fuerza material, tinico elemen- to de cohesin de un grupo. No puede haber eleccién donde el fuerte toma o La raza cfismica rechaza, conforme a su capricho, la hem- bra sometida. Por supuesto que ya desde ese perio- do late en el fondo de las relaciones huma- nas el instinto de simpatia que atrae 0 re- pele conforme a ese misterio que llama- mos, el gusto, misterio que es la secreta ra- z6n de toda estética; pero la sugestin del gusto no constituye el mévil predominan- te del primer periodo, como no lo es tam- poco del segundo, sometido a la inflexible norma de la raz6n. ‘También Ia raz6n est contenida en el primer periodo como origen de conducta y de accién humanas; pero es una razén dé- bil, como el gusto oprimido; no es ella quien decide, sino la fuerza, y a esa fuerza, comtinmente brutal, se somete el juicio, convertido en esclavo de la voluntad pri- mitiva. Corrompido asi el juicio en astucia, se envilece para servir a la injusticia. En el primer periodo no es posible trabajar por la fusién cordial de las razas, tanto porque la misma ley de la violencia a que esta sometido excluye las posibilida- des de cohesién esponténea, cuanto por- que ni siquiera las condiciones geogréficas permitian la comunicacién constante de todos los pueblos del planeta. 51 José Vasconcelos En el segundo periodo tiende a pre- valecer la raz6n que artificiosamente apro- vecha las ventajas conquistadas por la fuerza y corrige sus errores. Las fronteras se definen en tratados y las costumbres se organizan conforme a las leyes derivadas de las conveniencias reciprocas y la Igica; el romanismo es el mas acabado modelo de este sistema social racional, aunque en realidad comenz6 antes de Roma y se pro- longa todavia en esta época de las naciona- lidades. En este régimen, la mezcla de las razas obedece en parte al capricho de un instinto libre que se ejerce por debajo de los rigores de la norma social, y obedece especialmente a las conveniencias éticas 0 politicas del momento. En nombre de la moral, por ejemplo, se imponen ligas matrimoniales, dificiles de romper, entre personas que nose.aman; en nombre de la politica se restringen bertades interiores y exteriores; en nombre de la religién, que ‘debiera ser la inspira- cin sublime, se imponen dogmas y tira- nas; pero cada caso se justifica con el dic- tado de la razén, reconocido como supre- mo de los asuntos humanos. Proceden también conforme a légica superficial y a 32 saber equivoco quienes condenan la me: cla de razas en nombre de una eugénica que, por fundarse en datos cientificos in- completos y falsos, no ha podido dar resul- tados validos. La caracteristica de este se- gundo periodo es\la fe en la formula; por eso en todos sentidos no hace otra cosa que dar norma a la inteligencia, limites a la ac- ci6n, fronteras a la patria y frenos al senti- miento. Regla, norma y tiranta, tal es la ley del segundo periodo en que estamos presos y del cual es menester salir. En el tercer periodo, cuyo adveni- miento se anuncia ya en mil formas, la orientacién de la conducta no se buscaré en la pobre raz6n, que explica, pero no descubre; se buscaré en el sentimiento creador y en la belleza que convence. Las normas las dard Ja facultad suprema, la fantasia; es decir, se vivird sin norma, en un estado en que todo cuanto nace del sen- timiento es un acierto. En vez de reglas, inspiracién constante. Y no se buscaré el mérito de una ac- cién en su resultado inmediato y palpa- ble, como ocurre en el primer periodo; ni tampoco se atender4 a que se adapte a José Vasconcelos determinadas reglas de razén pura; el mis- mo imperativo ético sera sobrepujado, y més alld del bien y del mal, en el mundo del pathos estético, solo importaré que el acto, por ser bello, produzca dicha. Hacer nuestro antojo, no nuestro deber; seguir el sendero del gusto, no el del apetito ni el del silogismo; vivir el jiibilo fundado en amor, esa es la tercera etapa. Desgraciadamente, somos tan imper- fectos que para lograr semejante vida de dioses serd menester que pasemos antes por todos los caminos; por el camino del deber, donde se-depuran-y-superan-los apetitos.bajos; por-el camino de la ilusién, que estimula las aspiraciones més altas. Vendrd en seguida la pasién, que re- dime de la baja sensualidad. Vivir en pat- hos, sentir por todo una emocién tan inten- sa que el movimiento de las cosas adopte ritmos de dicha, he ahi un rasgo del tercer petiodo. A élse llega soltando el anhelo di- vino, para que alcance, sin puentes de mo- ral y de légica, de un solo dgil salto, las zo- nas de revelacién. Don artistico es esa in- tuicién inmediata que brinca sobre la cade- na de los sorites y, por ser pasidn, supera desde el principio el deber y lo reemplaza 54 La raza césmica en el amor exaltado. Deber y l6gica, ya se entiende que uno y otro son andamios y mecénica de la construccién; pero el alma de la arquitectura es ritmo que trasciende el mecanismo y no conoce més ley que el misterio de la belleza divina. {Qué papel desempefia en este proce- so ese nervio de los destinos humanos, la voluntad que esta cuarta raza lleg6 a deifi- car en el instante de embriaguez de su triunfo? La voluntad es fuerza, la fuerza ciega que corre tras de fines confusos; en el primer periodo la dirige el apetito, que se sirve de ella para todos sus caprichos; prende después su luz la raz6n, y la volun- tad se refrena en el deber y se da formas en el pensamiento légico. Enel tercer periodo la voluntad se ha- ce libre, sobrepuja lo finito, y estalla y se anega en una especie de realidad infinita; se lena de rumores y de propésitos remo- tos; no le basta la l6gica y se pone las alas. de la fantasfa; se hunde en lo mds profun- do y vislumbra lo mas alto; se ensancha en la armonia y asciende en el misterio crea- dor de la melodia; se satisface y se disuel- ve en la emocién y se confunde en la ale- gria del universo: se hace pasién de belle- za. José Vasconcelos Si reconocemos que la Humanidad gradualmente se acerca al tercer periodo de su destino, comprenderemos que la obra de fusi6n de las razas se va a verificar en el continente iberoamericano conforme a una ley derivada del goce de las funcio- nes més altas. Las leyes de la emocién, la belleza y la alegria regirén la eleccién de parejas, con tn resultado infinitamente su- perior al de esa eugénica fundada en la ra- z6n Gientifica que nunca mira mas que la porcién menos importante del suceso amoroso. Por encima de la eugénica cientifica prevalecerd la eugénica misteriosa del gus- to estético. Donde manda la pasi6n ilumi- nada no es menester ningiin correctivo. Los muy feos no procreardn, no de- searn proctear; 2qué importa entonces que todas las razas se mezclen si la fealdad no encontraré cuna? La pobreza, la educa- cidn defectuosa, la escasez de tipos bellos, la miseria que vuelve a la gente fea, todas estas calamidades desaparecerén del esta- do social futuro. Se vera entonces repug- nante, parecer un crimen, el hecho hoy cotidiano de que una pareja mediocre se ufane de haber multiplicado miseria. 56 La raza césmica El matrimonio dejaré de ser consuelo de desventuras que no hay por qué perpe- tuar, y se convertiré en una obra de arte. Tan pronto como la educacién y el bienestar se difundan, ya no habré peligro de que se mezclen los mas opuestos tipos. Las uniones se efectuaran conforme a la ley singular del tercer perfodo, la ley de simpatia, refinada por el sentido de la be- lleza. Una simpatia verdadera y no la falsa que hoy nos imponen la necesidad y la ig- norancia. Las uniones, sinceramente apa- sionadas y facilmente deshechas en caso de error, produciran vastagos despejados y hermosos. La especie entera cambiar de tipo fisico y de temperamento, prevalece- rén los instintos superiores y perduraran, como en sintesis feliz, los elementos de hermosura, que hoy estan repartidos en los distintos pueblos. Actualmente, en parte por hipocresia y en parte porque las uniones se verifican entre personas miserables dentro de un medio desventurado, vemos con profundo horror el casamiento de una negra con un blanco; no sentirfamos repugnancia alguna sise tratara del enlace de un Apolo negro con una Venus rubia, lo que prueba que todo lo 57 José Vasconcelos La raza 6st santifica la belleza. En cambio, es repug- nante mirar esas parejas de casados que sa- len a diario de los juzgados o los templos, feas en una proporcién, mas o menos del noventa por ciento de los contrayentes. El mundo esta asi Ileno de fealdad a causa de nuestros vicios, nuestros prejui cios y nuestra miseria. La procreacién por amor es ya un buen antecedente de proge- nie lozana; pero hace falta que el amor sea en si mismo una obra de arfe y no un re- curso de desesperados. Si lo que se va a transimitir es estupi- dez, entonces lo que liga a los padres no es amor, sino instinto oprobioso y ruin. Una mezcla de razas consumada de acuerdo con las leyes de la comodidad so- cial, la simpatia y la belleza conducird ala formacién de un tipo infinitamente supe- rior a todos los que han existido. El cruce de contrarios, conforme a la ley mendelia- na de la herencia, produciré variaciones discontinuas y sumamente complejas, co- mo son mitiltiples y diversos los elementos de la cruza humana. Pero esto mismo es garantia de las posibilidades sin limites que un instinto bien orientado ofrece para la perfeccién gradual de la especie. 58 Si hasta hoy no ha mejorado gran co- sa es porque ha vivido en condiciones de aglomeracién y de miseria en las queno ha sido posible que funcione el instinto libre de la belleza; la reproduccién se ha hecho a la manera de las bestias, sin limite de can- tidad y sin aspiracién de mejoramiento. No ha intervenido en ella el espiritu, sino el apetito, que se satisface como puede. Asi es que no estamos en condiciones ni de imaginar las modalidades y los efec- tos de una serie de cruzamientos verdade- ramente inspirados. Uniones fundadas en la capacidad y la belleza de los tipos ten- drian que producir un gran nimero de in- dividuos dotados con las cualidades domi- nantes. Eligiendo en seguida, no con la re- flexién, sino con el gusto, las cualidades que deseamos hacer predominar, los tipos de seleccién se irén multiplicando, a medi- da que los recesivos tenderan a desapare- cer. Los vastagos recesivos ya no se uni- rian entre sf, sino a su vez irian en busca de mejoramiento répido o extinguirian volun- tariamente todo deseo de reproduccién, sica. La conciencia misma de la especie iré desarrollando un mendelismo astuto asf 59 José Vasconcelos que se vea libre del apremio fisico, de la ig- norancia y la miseria, y, de esta suerte, en muy pocas generaciones desaparecerin las monstruosidades; lo que hoy es normal lle- gard a parecer abominable. Los tipos bajos de la especie serdn ab- sorbidos por el tipo superior. De esta suer- te podrfa redimirse, por ejemplo, el negro, Y poco a poco, por extincién voluntaria, las estirpes més feas iran cediendo el paso a las mas hermosas. Las razas inferiores, al educarse, se harian menos prolificas, y las mejores especimenes irén ascendiendo en una escala de mejoramiento étnico, cuyo ti- po méximo no es precisamente el blanco, sino esa nueva raza a la que el mismo blan- co tendré que aspirar con el objeto de con- quistar la sintesis. El indio, por medio del injerto en la raza afin, daria el salto de los millares de afios que median de la Atldnti- da a nuestra época, y en unas cuantas dé- cadas de eugenesia estética podria desapa- recer el negro junto con los tipos que el li- bre instinto de hermosura vaya sefialando como fundamentalmente recesivos e in- dignos, por lo mismo, de perpetuacién. Se operarfa en esta forma una selec- cién por el gusto, mucho mas eficaz que la @) La raza césmica brutal seleccién darviniana que solo es va lida, si acaso, para las especies inferiores, pero ya no para el hombre. Ninguna raza contemporénea puede presentarse por sf sola como un modelo acabado que todas las otras hayan de imi- tar. El mestizo y el indio, aun el negro, su- peran al blanco en una infinidad de capa- cidades propiamente espirituales. Ni en la antigiiedad ni en el presente se ha dado ja- més el caso de una raza que se baste a si misma para forjar civilizacién. Las épacas més ilustres de la humanidad han sido, precisamente, aquellas en que varios pue- blos disimiles se ponen en contacto y se mezclan. La India, Grecia, Alejandria, Ro- ma, no son sino ejemplos de que solo una universalidad geografica y étnica es capaz de dar frutos de civilizaci6n. En la época contempordnea, cuando el orgullo de los actuales amos del mundo afirma por la boca de sus hombres de cien- cia la superioridad étnica y mental del blanco del Norte, cualquier profesor puede comprobar que los grupos de nifios y de j6- venes descendientes de escandinavos, ho- landeses ¢ ingleses de las universidades norteamericanas son mucho més lentos, a José Vasconcelos casi torpes, comparados con los nifios y j6- venes mestizos del Sur. Tal vez se explica esta ventaja por efecto de un mendelismo espiritual benéfi- co, a causa de una combinaci6n de elemen- tos contrarios. Lo cierto es que el vigor se renueva con los injertos y que el alma mis- ma busca lo disimil para enriquecer la mo notonfa de su propio contenido. Solo una prolongada experiencia podrd poner de manifiesto los resultados de una mezcla realizada ya no por la violencia ni por efec- to de la necesidad, sino por eleccién funda- da en el deslumbramiento que produce la belleza y confirmada por el Gathos~del amor. a En los periodos primero y segundo en que vivimos, a causa del aislamiento y de Ia guerra, la especie humana vive en cierto sentido conforme a las leyes darvi- nianas. Los ingleses, que solo ven el pre- sente del mundo externo, no vacilaron en aplicar teorias zoolégicas al campo de la sociologia humana. Sila falsa traslacién de Ia ley fisiolégica a la zona del espfritu fue- se aceptable, entonces hablar de la incor poracién étnica del negro seria tanto como defender el retroceso. a La raza eésmica La teorfa inglesa supone, implicita 0 francamente, que el negro es una especie de eslabén que esté mds cerca del mono que del hombre rubio. No queda, por lo mismo, otro recurso que hacerlo desapare- cer. En cambio, el blanco, particularmente el blanco de habla inglesa, es presentado como el término sublime de la evolucién humana; cruzarlo con otra raza equival- dria a ensuciar su estirpe. Pero semejante manera de ver no es mas que la ilusién de cada pueblo afortunado en el periodo de su poderio, Cada uno de los grandes pueblos de Ja Historia se ha crefdo el final y el elegido. Cuando se comparan unas con otras estas infantiles soberbias, se ve que la misién que cada pueblo se atribuye no es en el fondo otra cosa que afan de botin y deseo de exterminar a la potencia rival. La mis- ma ciencia oficial es en cada época un re- flejo de esa soberbia de la raza dominante. Los hebreos fundaron la creencia de -su superioridad en ordculos y promesas divinas. Los ingleses radican la suya en ob- servaciones relativas a los animales do- mésticos. De la observacién de cruzamientos y variedades hereditarias de dichos animales José Vasconcelos fue saliendo el darvinismo, primero como una modesta teorfa zoolégica, después co- mo biologia social que otorga la preponde- rancia definitiva al inglés sobre todas las demés razas. Todo imperialismo necesita de una filosofia que lo justifique; el impe- rio romano predicaba el orden, es decir, la jerarquia; primero el romano, después sus aliados, y el barbaro en la esclavitud. Los briténicos predican la seleccién natural, con la consecuencia técita de que el reino del mundo corresponde por derecho natu- ral y divino al dolicocéfalo de las Islas y sus descendientes. Pero esta ciencia que legé a invadirnos junto con los artefactos del comercio conquistador se combate co- mo se combate todo imperialismo, ponién- dole enfrente una ciencia superior, una ci- vilizacién més amplia y vigorosa. Lo cierto es que ninguna raza se bas- ta sf sola, y que la Humanidad perderia, pierde, cada vez que una raza desaparece por medios violentos. En hora buena que cada una se transforme segtin su arbitrio, pero dentro de su propia visién de belleza y sin romper el desarrollo arménico de los elementos humanos. Cada raza que se levanta necesita constituir su propia filosofia, el deus ex pn a hn La raza césmien machina de su éxito. Nosotros nos hemos educado bajo la influencia humillante de una filosofia ideada por nuestros enemi- 08, si se quiere de una manera sincera; pe- ro con el propésito de exaltar sus propios fines y anular los nuestros. De esta suerte nosotros mismos hemos llegado a creer en la inferioridad del mestizo, en la irreden- cin del indio, en la condenacién del ne- gro, en la decadencia irreparable del orien- tal. La rebelién de las armas no fue segui- da de la rebelién de las conciencias. Nos rebelamos contra el poder politico de Es- paiia y no advertimos que, junto con Espa- ita, caimos en la dominacién econémica y moral de la raza que ha sido sefiora del mundo desde que terminé la grandeza de Espafia. Sacudimos un yugo para caer bajo otro nuevo. El movimiento de desplaza- miento de que fuimos victimas no se hu- biese podido evitar, aunque lo hubiésemos comprendido a tiempo. Hay cierta fatali- dad en el destino de los pueblos lo mismo que en el destino de los individuos; pero ahora que se inicia una nueva fase de la Historia se hace necesario reconstituir nuestra ideologia y organizar conforme a José Vasconcelos una nueva doctrina étnica toda nuestra vi- da continental. Comencemos, entonces, haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espiritu, jams lo- graremos redimir la materia. Tenemos el deber de formular las ba- ses de una nueva civilizacién, y por eso mismo es menester que tengamos presente que las civilizaciones no se repiten ni en la forma ni en el fondo. La teoria de la supe- rioridad étnica ha sido simplemente un re- curso de combate comiin a todos los pue- blos batalladores; pero la batalla que noso- tros debemos de librar es tan importante que no admite ningtin ardid falso. Noso- tros no sostenemos que somos ni que llega- remos a ser la primera raza del mundo, la mis ilustrada, la més fuerte y la mas her- mosa. Nuestro propésito es todavia més alto y mas diffcil que lograr una seleccién temporal. Nuestros valores estan en poten- cia, a tal punto que nada somos atin. Sin embargo, la raza hebrea no era para los egipcios arrogantes otra cosa que una ruin casta de esclavos, y de ella nacié La raza césmica Jesucristo, el autor del mayor movimiento de la Historia, el que anuncié el amor de todos los hombres. Este amor ser uno de los dogmas fundamentales de la quinta raza que ha de producirse en América. El cristianismo li- berta y engendra vida, porque contiene te- velacin universal, no nacional, por eso tu- vieron que rechazarlo los propios judios, que no se decidieron a comulgar con gen- tiles. Pero la América es la patria de la gen- tilidad, la verdadera tierra de promisién cristiana, Si nuestra raza se muestra indig- na de este suelo consagrado, si llega a fal- tarle el amor, se veré suplantada por pue- blos més capaces de realizar la mision fatal de aquellas tierras; la misién de servir de asiento a una humanidad hecha de todas las naciones y todas las estirpes. La bistica que el progreso del mundo impone a la América de origen hispénico no es un cre- do rival que frente al adversario dice: «Te supero, o me basto», sino una ansia infini- ta de integracién y de totalidad que por lo mismo invoca al universo. La infinitud de su anhelo le asegura fuerza para combatir el credo exclusivista del bando enemigo y confianza en la victoria que siempre co- rresponde a los gentiles. 7 José Vasconcelos El peligro més bien esté en que nos ocurra a nosotros lo que a la mayorfa de los hebreos, que por no hacerse gentiles perdieron la gracia originada en su seno. As{ ocurrirfa sino sabemos ofrecer hogar y fraternidad a todos los hombres; entonces otro pueblo serviré de eje, alguna otra len- gua serd el vehiculo; pero ya nadie puede contener la fusi6n de las gentes, la apari- cién de la quinta era-del mundo, la era de la universalidad y el sentimiento césmico. La docttina de formacién sociolégica, de formacién biolégica, que en estas pagi- nas enunciames, no'es un simple esfuerzo ideologico para levantar el 4nimo de una raza deprimida ofreciéndole una tesis que contradice la doctrina con que habfan que- rido condenarla sus rivales Lo que sucede es que, a medida que se descubre la falsedad de la premisa cien- tifica en que descansa la dominacién de las. potencias contempordneas, se vislumbran también, en la ciencia experimental mis- ma, orientaciones que sefialan un camino ya no para el triunfo de una raza sola, sino para la redenci6n de todos los hombres. Sucede como sila palingenesia anuncia- da por el cristianismo, con una anticipacién 8 eS La raza e6smica de millares de afios, se viera confirmada actualmente en las distintas ramas del co- nocimiento cientifico. El cristianismo pre- dic6 el amor como base de las relaciones humanas, y ahora comienza a verse que solo el amor es capaz. de producir una Hu- manidad excelsa. La politica de los estados y laciencia de los positivistas, influenciada de una manera directa por esa politica, di- jeron que no era el amor la ley, sino el an- tagonismo, la lucha y el triunfo del apto, sin otro criterio para juzgar la aptitud que la curiosa peticién de principio contenida en la misma tesis, puesto que el apto es el que triunfa y solo triunfa el apto. Y asi, a formulas verbales y viciosas de esta indole se va reduciendo todo el sa- ber pequefio que quiso desentenderse de las revelaciones geniales para substituirlas con generalizaciones fundadas en la mera suma de los detalles. El descrédito de semejantes doctrinas se agrava con los descubrimientos y obser- vaciones que hoy revolucionan las cien- cias. No era posible combatir la teoria de la 69 José Vasconcelos oria como un proceso de frivolidades, cuando se crefa que la vida individual es- taba también desprovista de fin metafisico y de plan providencial. Pero si la matema- tica vacila y reforma sus ¢onclusiones para amos el concepto de un mundo movible cuyo misterio cambia de acuerdo con nuestra posicién relativa y la naturaleza de nuestros conceptos; sila fisica y la quimica no se atreven ya a declarar que en los pro- cesos del tomo no hay otra cosa que ac- cin de masas y fuerzas; si la biologia tam- bién en sus nuevas hipétesis afirma, por ejemplo, con Uexkiill que en el curso de la vida «las células se mueven como si obra- sen dentro de un organismo acabado cu- yos érganos armonizan conforme a plan y trabajan en comtin, esto es, posee un plan de funcion», chabiendo un engrane de fac- tores vitales en la rueda motriz.ffsico-qui- mica” —lo que contraria el darvinismo, por lo menos en la interpretacién de los darvinistas que niegan que la Naturaleza obedezea a un plan—; si también el men- delismo demuestra, conforme a las pala- bras de Uexkiill, que el protoplasma es una mezcla de sustancias de las cuales puede ser hecho todo, sobre poco mas 0 menos; 7 La raza e6smica delante de todos estos cambios de concep- tos de la ciencia, es preciso reconocer que se ha derrumbado también el edificio te6- rico de la dominaci6n de una sola raza. Es- to, a la vez, es presagio de que no tardaré en caer también el poderio material de quienes han constituido toda esa falsa ciencia de ocasién y de conquista. La ley de Mendel, particularmente cuando confirma «la intervencién de facto- res vitales en la rueda motriz fisico-quimi- ca», debe formar parte de nuestro nuevo patriotismo. Pues de su texto puede deri- varse la conclusién de que las distintas fa- cultades del espiritu toman parte en los procesos del destino. Qué importa que el materialismo spenceriano nos tuviese condenados, si hoy resulta que podemos juzgarnos como una especie de reserva de la Humanidad, ‘como una promesa de un futuro que sobre- Pujara a todo tiempo anterior? Nos halla- ‘mos entonces en una de esas épocas de pa- lingenesia y en el centro del malstrim uni- versal, y urge lamar a conciencia a todas nuestras facultades, para que, alertas y ac- tivas, intervengan desde ya, como dicen los argentinos, en los procesos de la redencién n José Vasconcelos colectiva. Esplende la aurora de una época sin par. Se dirfa que es el cristianismo el que va a consumarse, pero ya no solo en las almas, sino en la rafz de los seres. Como instrumento de la trascenden- tal transformacién, se ha ido formando en el continente ibérico una raza lena de vi cios y defectos, pero dotada de maleabili- dad, comprensién rapida y emoci6n facil, fecundos elementos para el plasma germi- nal de la especie futura: Reunidos estan ya en la abundancia los materiales biolégicos, las predisposi- ciones, los caracteres, las genes de que ha- blan los mendelistas, y solo ha estado fal- tando el impulso organizador, el plan de formacién de la especie nueva. ¢Cusles de- berdn ser los rasgos de ese impulso crea- dor? Si procediésemos conforme a la ley de pura energia confusa del primer perio- do, conforme al primitivo darvinismo bio- légico, entonces la fuerza ciega, por impo- sicién casi mecénica de los elementos mas vigorosos, decidiria de una manera senci- la y brutal, exterminando a los débiles, mis bien dicho, a los que no se acomodan al plan de la raza nueva, Pero en el nuevo La raza césmica orden, por su misma ley, los elementos perdurables no se apoyarén en la violen- cia, sino en el gusto, y, por lo mismo, la se- leccién se haré espontnea, como lo hace el pintor cuando de todos los colores toma solo los que convienen a su obra. Si para constituir la quinta raza se procediese conforme a la ley del segundo periodo, entonces vendria una pugna de astucias, en la cual los listos y los faltos de escriipulos ganarfan la partida a los soba~ dores y a los bondadosos. Probablemente entonces la nueva humanidad seria predo- minantemente malaya, pues se asegura que nadie les gana en cautela y habilidad y aun, si es necesario, en perfidia Por el camino de la inteligencia se podria llegar atin, sise quiere, a una huma- nidad de estoicos que adoptara como nor- ma suprema el deber. El mundo se volve- ria como un vasto pueblo de cudqueros, en donde el plan del espiritu acabarfa por sentirse estrangulado y contrahecho por la regla. Pues la raz6n, la pura raz6n, puede reconocer las ventajas de la ley moral, pero no es capaz de imprimir a la acci6n el ar- dor combativo que la vuelve fecunda. En cambio, la verdadera potencia creadora de José Vasconcelos jbilo esté contenida en la ley del tercer pe- riodo, que es emocién de belleza y un amor tan acendrado que se confunde con la revelacién divina. Propiedad de antiguo sefialada a la belleza, porejemplo en el Fe- dro; es la de ser patética; su dinamismo contagia y mueve los nimos, transforma las cosas y el mismo destino. La raza ms apta para adivinar y pa- ra imponer semejante ley en la vida y en las cosas, esa serd la raza matriz de la nue- va era de civilizacién. Por fortuna, tal don, necesario a la quinta raza lo posee en gra- do subido la gente mestiza del continente iberoamericano; gente para quien la belle- za es la razén mayor de toda cosa. Una fina sensibilidad estética. y un amor de belleza profunda ajenos a todo in- terés bastardo y libre de trabas formales, todo eso es necesario al tercer periodo im- pregnado de esteticismo cristiano que so- bre la misma fealdad pone el toque reden- tor de la piedad que enciende un halo alre- dedor de todo lo creado. Tenemos, pues, en el continente to- dos los elementos de la nueva humanidad; una ley que ira seleccionando factores para Ja creacién de tipos predominantes, ley 7” La raza cbsmica que operard no conforme a criterio nacio- nal, como tendria que hacerlo una sola ra- za conquistadora, sino con criterio de uni- versalidad y belleza; y tenemos también el territorio y los recursos naturales. Ningtin pueblo de Europa podria reemplazar al iberoamericano en esta mi- sién, por bien dotado que esté, pues todos tienen su cultura ya hecha y una tradicion que para obras semejantes constituye un peso. No podria sustituirnos una raza con- quistadora, porque fatalmente impondria sus propios rasgos, aunque solo sea por la necesidad de ejercer la violencia para man- tener su conquista. No pueden Ilenar esta misidn universal tampoco los pueblos del Asia, que estan exhaustos 0, por lo menos, faltos del arrojo necesario a las empresas nuevas. La gente que esté formando la Amé- rica hispdnica, un poco desbaratada, pero libre de espiritu y con el anhelo en tensién a causa de las grandes regiones inexplora- das, puede todavia repetir las proezas de los conquistadores castellanos y portugue- ses. La raza hispdnica en general tiene to- davia por delante esta misién de descubrir nuevas zonas en el espfritu, ahora que to- das las tierras estan exploradas. 5 La raza césmica Solamente la parte ibérica del conti- nente dispone de los factores espirituales, la raza y el territorio que son necesarios para la gran empresa de iniciar la era uni- versal de la Humanidad, Estén allt todas Jas razas que han de ir dando su aporte; el hombre nérdico, que hoy es maestro de ac- cién, pero que tuvo comienzos humildes y aprecio inferior en una época en que ya ha- bian aparecido y decafdo varias grandes culturas; el negro, como una reserva de po- tencialidades que arrancan de los dias re~ motos de la Lemuria; el indio, que vio pe- recer la Atlintida, pero guarda un quieto misterio en la conciencia; tenemos todos los pueblos y todas las aptitudes, y solo ha- ce falta que el amor verdadero organice y ponga en marcha la ley de la Historia Muchos obstdculos se oponen al plan del espfritu, pero son obstéculos co- munes a todo progreso. Desde luego ocu- tre objetar que cémo se van a unir en con- cordia las distintas razas si ni siquiera los hijos de una misma estirpe pueden vivir en paz y alegria dentro del régimen econémi- co y social que hoy oprime a los hombres. Pero tal estado de los 4nimos tendra que cambiar rapidamente. Las tendencias todas del futuro se entrelazan en la actua- lidad: mendelismo en biologia, socialismo en el gobierno, simpatia creciente en las al- mas, progreso generalizado y aparicién de la quinta raza que llenard el planeta, con los triunfos de la primera cultura verdade- ramente universal, verdaderamente césmi- ca. Si contemplamos el proceso en pa- norama, nos encontraremos con las tres etapas de la ley de los tres estados de la so- ciedad, vivificadas cada una con el aporte de las cuatro razas fundamentales que con- suman su misin y en seguida desapare- cen para crear un quinto tipo étnico supe- rior. Lo que da cinco razas y tres estados, 0 sea, el ntimero ocho, que en la gnosis pita- g6rica representa el ideal de la igualdad de todos los hombres. Semejantes coinciden- cias 0 aciertos sorprenden cuando se les descubre, aunque después parezcan trivia- les. Para expresar todas estas ideas que hoy procuro exponer en répida sintesis, hace algunos afios, cuando todavia no se hallaban bien definidas, procuré darles signos en el nuevo Palacio de la Educacién Puiblica de México. Sin elementos bastantes 7 José Vasconcelos para hacer exactamente lo que deseaba, tu- ve que conformarme con una construccién renacentista espaftola, de dos patios, con arquerfas y pasarelas, que tienen algo de la impresion de un ala En os tableros de los cuatro éngulos. del patio anterior hice labrar alegorias de Espafia, de México, Grecia y la India, las cuatro civilizaciones particulares que mas tienen que contribuir a la formacién de la ‘América latina, En seguida, debajo de estas cuatro alegorias debieron levantarse cuatro gran- des estatuas de piedra de las cuatro gran- des razas contemporéneas: la blanea, la 10- ja, la negra y la amarilla, para indicar que la América es hogar de todas y de todas necesita. Finalmente, en el centro debia eri- gitse un monumento que en alguna forma simbolizara la ley de los tres estados: el material, el intelectual y el estético. Todo para indicar que mediante el ejercicio de la triple ley llegaremos en América, antes que en parte alguna del globo, a la creacién de una taza hecha con el tesoro de todas las anteriores, la raza final, la raza césmica

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