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Comer al Señor

Por Witness Lee

Living Stream Ministry


Comer al Señor
CONTENIDO

1. La Biblia es un libro acerca de comer


2. El Señor vino para que el hombre le comiera
3. Vamos al banquete y celebramos la fiesta
4. Comemos de dos maneras: en la siembra y en la cosecha

PREFACIO

Este pequeño tomo es una traducción de algunos mansajes que el hermano Witness Lee dio y que
fueron luego publicados en chino en septiembre de 1979. La traducción no fue revisada por el autor.

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CAPITULO UNO

LA BIBLIA ES UN LIBRO
ACERCA DE COMER

Lectura bíblica: Gn. 2:8-9, 16; Ex. 12:6-8; Dt. 12:6-7; 15:19-20; 16:10-11, 15; Jn. 6:35, 57, 63; Ap.
22:2, 14

LA BIBLIA ES UN LIBRO ACERCA DE COMER

La Biblia es un libro maravilloso, pero ¿cuál es su tema principal? Es perfectamente válido decir que
la Biblia habla de Cristo, la vida y la salvación. Además, es correcto decir que habla de que las esposas
deben someterse a sus maridos, del amor que éstos deben tener para con aquéllas, del honor que los
hijos deben dar a sus padres y del cuidado de éstos para con ellos. También se puede decir que la
Biblia habla de la humildad, la paciencia, la paz y la bondad, que habla del amor de Dios, Su luz y Su
santidad. También podemos decir que habla de adorar a Dios, amarle y servirle. Podemos enumerar
centenares y millares de temas que la Biblia contiene. Sin embargo, es interesante que jamás hayamos
oído un mensaje acerca de que la Biblia habla de comer.

Es cierto que la Biblia es un libro de vida, de salvación, de amor y de enseñanzas. No obstante,


después de leer los versículos citados, debemos reconocer que la Biblia es un libro acerca de comer.

Cuando Dios creó al hombre, no le dijo que necesitaba vida o salvación, ni que debía obedecerle, ni
que debía ser humilde o pacífico, sino que lo puso en un huerto frente al árbol de la vida, indicándole
en efecto que debía comer, comer y comer. ¿De qué habla la Biblia? De comer. ¿Cuál es el tema de la
Biblia? Comer.

La Biblia es un libro profundo y misterioso. No nos aburre aun después de leerla repetidas veces ni
podemos agotar sus riquezas después de leerla cien, o mil, o diez mil veces. Cada vez que leemos la
Biblia hallamos algo nuevo. Hace unos treinta años yo ya había gastado tres o cuatro Biblias de tanto
leerlas, y pensaba que la entendía casi en su totalidad. Pero llegué a comprender que todavía hay
muchas verdades en la Biblia que no he visto. Si ahora me preguntan: “¿Hermano Lee, ¿qué ha
descubierto en la Biblia ahora?” Les respondería: “Descubrí una sola palabra: comer”.

PARA LEER LA BIBLIA DEBEMOS


DESECHAR NUESTRAS IDEAS

Este tema se presenta claramente en la Biblia, pero no lo vemos ni siquiera después de leerla muchas
veces. ¿Por qué no lo vemos? Porque las ideas obsoletas que tenemos son un velo que nos cubre los
ojos. Es evidente que la palabra comer se encuentra en la Biblia, mas nosotros no la vemos. Esto se
debe a que tenemos ideas preconcebidas y viejas.

Los versículos de Deuteronomio que citamos contienen un mandato que se repite muchas veces: “Y
comeréis allí ... vosotros y vuestras familias” (12:7). Aunque hemos leído esta expresión muchas veces,
es posible que no veamos que está ahí. Sin embargo, la expresión de Josué 24 que dice: “Yo y mi casa
serviremos a Jehová” (v. 15), que sólo consta una vez en los sesenta y seis libros de la Biblia, es
conocida por todos los creyentes. ¿A qué se debe esto? A que en nuestros conceptos naturales, la idea
de servir a Dios cabe muy bien, pero no tenemos noción alguna de lo que es comer al Señor. Por lo
tanto, aun después de leer los versículos que mencionan este tema, quizá todavía no veamos la
palabra comer. Este verbo está en la Biblia, pero no es parte de nuestros conceptos. Sin embargo, la

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noción de servir sí es parte de nuestra mentalidad. Siendo francos, inclusive sin leer el versículo de
Josué 24, según nuestros conceptos, nosotros diríamos igualmente: “Yo y mi casa serviremos a
Jehová”. Este versículo bíblico concuerda con nuestros conceptos. Por consiguiente, esta idea se fija
fácilmente en nuestra mente al leer el versículo. Esto es ajustar la Biblia a nuestros conceptos, no
nuestros conceptos a la Biblia. Este es el problema que tenemos al leer la Biblia.

Dios dice que Sus pensamientos no son nuestros pensamientos; con todo, nosotros no estamos
dispuestos a desechar los nuestros. Cada vez que acudimos a la Palabra de Dios, no leemos la Biblia,
sino nuestros conceptos. Por ejemplo, tenemos el concepto común de que la esposa debe sujetarse al
esposo y que el esposo debe amar a la esposa. Así que, al leer Efesios 5 donde se mencionan estas
cosas, las vemos inmediatamente. Pero hay muchos pasajes importantes de la Biblia que pasamos por
alto aunque los leamos muchas veces.

GENESIS: EL DESEO DE DIOS ES


QUE EL HOMBRE COMA DEL ARBOL DE LA VIDA

¿De qué habla la Biblia de principio a fin? Todos los estudiosos de la Biblia reconocen que hay un
principio básico en la Biblia: cuando la Biblia menciona algo por primera vez, establece el significado
inmutable de ese tema en su desarrollo posterior. Por consiguiente, si deseamos conocer la debida
relación entre Dios y el hombre, debemos ver lo que Dios quería que él hiciera cuando lo creó.
Cuando El creó a Adán, no le dijo: “Adán, te he creado para que me adores”. No notamos estas cosas
en la Biblia, pues los pensamientos del hombre son religiosos. No digo con esto que tales conceptos
sean malos, sino que son religiosos y provienen de la mentalidad del hombre caído; no son el
pensamiento original. Cuando Adán fue creado, Dios lo puso frente al árbol de la vida y le dijo que
podía comer gratuitamente del fruto de los árboles del huerto. Lo primero que Dios deseaba era que
el hombre comiera, comiera y comiera. Por eso decimos que la Biblia es un libro que habla de comer.
Pero ¿comer qué? Comer a Dios. Comer al Señor.

Sin embargo, podemos ver que de inmediato el hombre cometió el error de comer lo que no debía, y
cayó. Es terrible comer lo que no debemos. Adán cayó porque comió. Comer físicamente es un
símbolo de esto. Lo que comamos, sea de la vida animal o de la vida vegetal, es nuestra provisión
vital. Si comemos lo que no debemos, podemos intoxicarnos. En algunos casos, nos podemos
enfermar, y en casos más serios, hasta podemos morir. Lo mismo se aplica al ámbito espiritual.
Solamente Dios es la verdadera comida; debemos comerlo únicamente a El. Si comemos otro
alimento, comemos lo que no debemos. No nos debe sorprender que todos los seres humanos estén
intoxicados. La última oración del libro de Génesis dice, refiriéndose a José: “Lo embalsamaron y lo
pusieron en un ataúd en Egipto” (Gn. 50:26). Tal fue el fin de José, y ése es precisamente el final del
género humano. Este fue el resultado de que el hombre que Dios creó se hubiera intoxicado. Después
de que el hombre se envenenó, murió, luego fue puesto en un ataúd, y permaneció en Egipto.

EXODO: EL DESEO DE DIOS ES


QUE EL HOMBRE COMA EL CORDERO

Después de Génesis, tenemos el Exodo, libro en el que Dios salva al hombre, quien todavía estaba en
Egipto. ¿Cómo llevó a cabo Dios la salvación? En esta ocasión Dios se presentó en otra forma. En
Génesis Dios se presentó como árbol de la vida, mas en Exodo se presenta como el Cordero.

Primero, Dios se presenta como una planta; luego como un animal. Ambos son figuras muy
significativas. Un cordero es pequeño, y creo que el árbol de la vida no era un árbol grande ni alto, ya

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que estaba al alcance de Adán. De hecho, pienso que no era un árbol que crecía muy alto, sino que se
extendía horizontalmente como la vid. Por consiguiente, Dios no se nos presenta como algo enorme.

No digo con esto que Dios no sea grande, sino que cuando El se nos dio para que lo comiéramos, se
hizo pequeño. Cuando Jesús vino, los judíos esperaban al Mesías. Para ellos, éste tenía que ser un
hombre grandioso. No obstante, cuando vino el Señor Jesús, a ellos les pareció muy débil y sin
atractivo ni majestad; para ellos, El era un nazareno, de Galilea. Era verdaderamente insignificante.

Un día este pequeño hombre Jesús hizo algo espectacular. Alimentó con cinco panes y dos peces a
cinco mil personas, sin contar a las mujeres ni a los niños. Por eso los judíos dijeron: “Este
verdaderamente es el Profeta”, y trataron de hacerle rey. El Señor se les escabulló cuando oyó tal cosa.
Nosotros no lo necesitamos aplaudir, pues si lo hacemos, El no recibirá el homenaje, sino que se irá.
Al día siguiente el Señor Jesús regresó, pero no haciendo un despliegue de grandeza, sino en secreto,
y les dijo: “Yo soy el pan de vida. Vine como alimento. No me interesa ser vuestro rey. No me adoréis,
ya que cuanto más lo hacéis, más me desagrada. Pero si me coméis, me alegraré. Yo soy el pan de
vida; el que me come vivirá por causa de Mí”.

Este concepto no se basa en la moral ni en la religión; ya que es un concepto divino. Hasta el presente,
nosotros tenemos conceptos religiosos y seguimos pensando que el Señor está lejos en los cielos y que
es supremamente santo. No digo que esto sea errado ni que no sea bueno, sino que no concuerda con
el concepto de Dios, el cual consiste en que no hagamos un sinnúmero de actividades sino que le
comamos.

CRISTO VINO PARA QUE LE COMAMOS

Los versículos que leímos en Deuteronomio 15 dicen que el primogénito del ganado no debe ser
puesto a trabajar, ni se debe esquilar al primogénito de las ovejas, sino que deben comerse (vs. 19-
20). ¿Qué significa esto en la tipología? Cuando muchos creyentes, y también incrédulos, hablan de
Cristo, esperan que El labore para ellos o desean esquilarlo. Nadie piensa en comer a Cristo. Pedirle a
Cristo que labre la tierra significa pedirle que haga algo para nosotros. ¿Ha notado que todos
queremos que Cristo labre la tierra para nuestro beneficio todos los días? Si uno no puede resolver
algún desacuerdo con su esposa, ora así: “Señor, Tú sabes qué esposa me diste; ya no sé qué hacer.
Por favor cámbiala”. Esto es pedirle al Señor que labre la tierra en favor nuestro. Algunas hermanas
oran así: “Señor, Tú sabes cuán terco es mi esposo. Por favor cámbialo; si no, no podré soportar más
esta situación”. Cuando le pedimos al Señor que haga estas cosas para nosotros, le estamos pidiendo
que labre la tierra.

¿Qué significa esquilar a las ovejas? Es quitarles la lana, la cual se usa para hacer ropa. Tal vez
queramos que Cristo sea nuestro ornamento externo y tratemos de imitarlo. Son pocos los creyentes
que escapan a esto. Los creyentes que no aman al Señor lo hacen a un lado sin siquiera notarlo. Pero
los que le aman desean que El les labre la tierra o quieren esquilarlo.

La Biblia no nos dice que debemos labrar la tierra sino que debemos comer. No le pida a Cristo que
haga algo en favor suyo; más bien coma a Cristo. No le pida que cambie a su cónyuge; más bien, coma
a Cristo y vívalo a El. Tal vez su cónyuge no cambie nada, pero para usted, el vivir será Cristo. No le
pida al Señor que discipline a su cónyuge, pues El nunca responde esa clase de oración. El Señor le
dirá: “Mejor usaré mi vara para disciplinarte a ti”. Necesitamos comer al Señor. Cuando comemos al
Señor, cualquier maltrato por parte de nuestro cónyuge nos será placentero. ¡Aleluya! No necesitamos
que el Señor labre la tierra por nosotros ni necesitamos esquilarlo; sencillamente debemos comerlo.
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Es como si el Señor nos dijera: “Yo soy el pan de vida. El que me come vivirá por causa de Mí. No
esperéis que haga obras en vuestro favor, ni esperéis que yo sea vuestro ornato. Debéis comprender
que yo vine para daros vida, y vida en abundancia. Yo deseo entrar en vosotros y ser vuestra vida y
vuestro todo. Si yo vivo en vosotros, no os preocuparéis por las circunstancias. Es bueno que vuestro
cónyuge cambie, pero es aún mejor si no cambia. Es bueno que vuestra esposa sea sumisa, pero es
mejor si no lo es. Es hermoso tener un esposo tierno y comprensivo; sin embargo, es más hermoso si
es tosco y áspero”.

Por consiguiente, lo que importa es tener vida en nosotros; no implorarle a Cristo que nos haga
favores. Si Cristo entra en nosotros para ser nuestra vida y nuestro suministro vital, podemos hacer lo
que otros no pueden, soportar lo que otros no pueden y llevar las cargas que otros no pueden. No
labremos la tierra ni esquilemos las ovejas; más bien ¡comamos al Señor! No esperemos que El sea
nuestro Profeta ni nuestro Rey. El vino para ser nuestro pan de vida. Así que, comámosle.

¿De qué trata la Biblia? ¡De comer! ¿Para qué vino Jesús? Para que le comamos. Cuando un creyente
tradicional habla de la Pascua, le da importancia suprema a la sangre, lo cual es válido; no lo niego. El
hombre pecó y necesita la sangre. Sin embargo, en el huerto de Edén sólo estaba el árbol de la vida, y
no se menciona la sangre, ya que ésta sólo se hizo necesaria cuando el hombre pecó, pero el cordero
no sólo tiene sangre, sino también carne. La sangre nos limpia de los pecados que cometimos por
causa de la caída, y la carne nos suministra la vida del árbol de la vida. Por lo tanto, no sólo tenemos
la sangre, sino también la carne.

Al leer Exodo 12 vemos dos cosas, la sangre y la carne. Aquélla fue rociada en los postes de la casa,
por fuera, para que la casa estuviese cubierta por la sangre. ¿Qué hicieron los hijos de Israel que
estaban cubiertos por la sangre? Comieron. Muchos creyentes hablan claramente de la sangre, pero el
centro de la Pascua no es la sangre, sino la carne. La sangre es necesaria para participar de la carne; la
aspersión de la sangre conduce al hombre a comer la carne. La sangre trae redención, y ésta, a su vez,
conduce el hombre a disfrutar a Cristo como vida.

DEUTERONOMIO: EL DESEO DE DIOS


ES QUE EL HOMBRE COMA
EL PRODUCTO DE LA TIERRA

En el libro de Deuteronomio, vemos todo tipo de productos como diversas ofrendas que el pueblo de
Israel traía a Dios. Estos productos tipifican a Cristo. Aunque las ofrendas se ofrecen a Dios, se
convierten en nuestra comida. Ofrecemos a Dios estos productos, pero también llegan a ser nuestro
alimento. Así que comemos lo que traemos como ofrenda.

En esta etapa, lo que disfrutamos no es sólo el cordero sino también la fiesta, en la cual tenemos
bueyes, ovejas, tórtolas, grano, vino fresco y una gran variedad de primicias. Tenemos un rico
banquete que incluye plantas y animales. Además, comemos este banquete siete días, no uno solo.
Comemos durante los siete días de la fiesta.

Hoy comemos a Cristo no sólo como el árbol de la vida y como el Cordero, sino también como la
fiesta. Guardamos la fiesta de Cristo. En cada reunión de la iglesia guardamos la fiesta y comemos a
Cristo. ¡Venid y celebrad la fiesta! ¡Venid y comed a Cristo!

APOCALIPSIS: EL DESEO DE DIOS SIGUE SIENDO


QUE EL HOMBRE COMA DEL ARBOL DE LA VIDA

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Por último, al final de Apocalipsis vemos la Nueva Jerusalén, la cual tiene un río y el árbol de vida que
crece a ambos lados del río. Hay un versículo en el último capítulo de Apocalipsis que dice:
“Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar
por la puertas en la ciudad” (v. 14). Vemos, entonces, que nuestro destino es comer y beber al Señor,
ya que Dios así lo dispuso. El ordenó nuestro destino. No debemos elegir lo que a nosotros nos
parece.

Aun antes de la fundación del mundo, Dios determinó que nuestro destino y nuestro futuro sería
comer al Señor diariamente. ¿Qué deben hacer los creyentes? ¡Comer al Señor! ¿Qué clase de
creyentes debemos ser? Debemos ser creyentes que comen al Señor. ¿Qué clase de iglesia hemos de
ser? Una iglesia que come al Señor. Los creyentes son personas que comen al Señor. En esto consiste
el recobro del Señor. ¿Qué está recobrando el Señor? El está recobrando la práctica de comerle. La
cristiandad, en general, perdió esto, y dejó de ver el hecho de que los creyentes tienen derecho a
comer al Señor. Esto es lo que el Señor está recobrando en la actualidad.

Bienaventurados los que lavan sus ropas, porque ellos tienen derecho al árbol de la vida. No dice que
tienen derecho a adorar ni a servir, sino a comer. Últimamente cuando se reúne la iglesia en Los
Angeles, los asientos no están ordenados en hileras, sino en numerosos círculos pequeños. Oí que
planeaban tener muchas mesas, a fin de sentarse juntos y disfrutar el banquete. Esto tiene mucho
significado. Miren cómo están organizadas las bancas en este salón. Cuando los hermanos y las
hermanas se reúnen ocupan las bancas, fila por fila, da la impresión de que estuvieran en “el culto
dominical de adoración”. Cuando ustedes se sientan de esta forma, reina la atmósfera de un “culto
dominical de adoración”. No piensen que la distribución de los asientos no merece nuestra atención.
Cuando todos se sientan tan ordenadamente, predomina el sabor de la religión, y se pierde la
atmósfera de banquete. Pero si distribuimos los asientos en pequeños círculos de cinco o seis,
tendremos un ambiente de banquete.

LA MANERA DE COMER

Si el Señor a quien comemos es el Espíritu, ¿qué órgano debemos utilizar para comerle? Debemos
usar nuestro espíritu. El Señor es el Espíritu; así que debemos usar nuestro espíritu para comerle.
¿Cómo le comemos? Lo hacemos invocándole: “¡Oh, Señor! ¡Oh, Señor!” Invocar al Señor equivale a
comerle. La Biblia dice explícitamente que el Señor es nuestro alimento y que debemos comerle. El,
como Espíritu, es nuestra comida, y el órgano con el cual le ingerimos es nuestro espíritu. Además, la
manera de comerle es invocar Su nombre. Invocar al Señor es comerle.

Algunos tal vez digan que nosotros no celebramos el culto dominical de adoración con aclamación e
invocación. Tienen toda la razón. A nosotros no nos interesa ningún tipo de culto dominical; nos
reunimos para comer al Señor. ¿Cómo lo hacemos? Invocando Su nombre. Uno puede ser refinado en
muchas reuniones, pero no cuando se trata de comer. Tal vez piensen que invocar al Señor no es algo
muy refinado, pero yo sé que es agradable y dulce, pues lo he saboreado. Agradecemos y alabamos al
Señor porque El está recobrando esto hoy. ¿Qué está recobrando el Señor en la actualidad? ¡Que
debemos comerle a El! ¡Aleluya!

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CAPITULO DOS

EL SEÑOR VINO
PARA QUE EL HOMBRE LE COMIERA

Lectura bíblica: Mt. 15:21-28; Lc. 14:15-16; 15:22-24; 1Co. 3:2; 1Pe. 2:2

LEEMOS LA BIBLIA
PARA TOCAR LA VIDA QUE CONTIENE

La Biblia es un libro extraordinario. Las ideas y los temas que recalca están, por lo general, fuera de
nuestro alcance y además son contrarios a nuestros conceptos. Por lo tanto, cuando leemos la Biblia,
debemos hacerlo despojándonos de nuestros conceptos. Debemos decirle al Señor desde lo profundo
de nuestro ser: “Señor, líbrame de mis conceptos; quita mis velos para poder ver la luz pura contenida
en Tu Palabra y para tocar el sentir puro que Tú tienes”.

Muchos hemos leído el Nuevo Testamento varias veces. Creo que al hacerlo nos hemos percatado de
muchas enseñanzas bíblicas, pero si las examinamos detenidamente, descubriremos que la mayoría
son conceptos que nosotros ya teníamos y eran parte de nuestra mentalidad. Podríamos decir que al
leer la Biblia no adquirimos conceptos nuevos, salvo los que ya se encontraban en nuestra mente.

¿Por qué leemos la Biblia como si fuera un libro de ética o de moral? Porque nuestros conceptos giran
en torno a lo ético y lo moral. ¿Por qué cuando leemos la Biblia, lo único que vemos es que debemos
servir al Señor, laborar para El y tener celo por Sus asuntos o hacer obras para El? Esto se debe a que
dichas nociones residen en nuestra mente.

Quisiera decir que si bien todos estos conceptos éticos y morales son válidos y constan en la Biblia,
como por ejemplo, servir al Señor y trabajar para El, son en realidad el resultado de la vida que la
Biblia contiene. Lo podemos comparar con un ramo de flores, el cual tiene cierta apariencia, forma y
color; sin embargo, estas características externas son la manifestación de la vida que contienen las
flores. Cada especie de vida tiene su propia esencia, fuerza y forma. Si uno permite que cierta vida se
desarrolle, ésta manifestará su forma externa y su apariencia. Por consiguiente, la apariencia que se
ve por fuera es la expresión de la vida que lleva por dentro.

Hoy en día cuando leemos la Biblia, es muy fácil ver la apariencia y la forma externa, pero no es fácil
tocar la vida que está en lo interior. Esta es la dificultad fundamental que tenemos al leer las
Escrituras. ¿Cómo podemos ver la vida que la Biblia contiene? En palabras sencillas: podemos
hacerlo comiendo.

EL SEÑOR ES EL PAN DE LOS HIJOS


Y, POR ENDE, EL HOMBRE LE PUEDE COMER

Usemos el ejemplo de Mateo 15, donde se narra que el Señor se retiró de la tierra de Judea a la región
gentil de Tiro y Sidón. Una mujer cananea se le acercó y clamó: “¡Ten misericordia de mí, Señor, Hijo
de David! Mi hija sufre mucho estando endemoniada” (v. 22). Aunque ella era gentil, llamó al Señor
Jesús Hijo de David, según la tradición judía, pero el Señor le respondió: “No está bien tomar el pan
de los hijos, y echarlo a los perrillos” (v. 26). La mujer usó el título religioso “Hijo de David”; la
respuesta de Jesús se refería a pedazos de pan. ¡Qué enorme diferencia entre las palabras dichas por
estas dos personas!

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El Hijo de David, un descendiente de la nobleza y heredero al trono era un hombre muy importante.
En el concepto religioso del hombre, Cristo era un hombre increíblemente grandioso y era el
Heredero de la familia real. Pero la respuesta de Jesús indica que El era el pan para los hijos. ¿Quién
es mayor, el Hijo de David o los hijos? Todos concordaríamos en que el Hijo de David es mayor.
Ahora bien, ¿quién es mayor, los hijos o el pan de éstos? Sobra decir que los hijos son mayores que el
pan que comen. Examinemos lo siguiente: ¿quién es mayor, nosotros o el Señor Jesús? Deberíamos
decir confiadamente que nosotros somos mayores, porque nosotros somos los hijos y El es el pan; sin
embargo, no nos atrevemos a decirlo por la influencia de los conceptos religiosos y de las tradiciones.
Decir que uno es mayor que el Señor no es una blasfemia para el Señor, sino una expresión genuina
que es fruto de conocer al Señor. Con un corazón sincero, podemos decir: “Señor, te agradezco y te
alabo porque llegaste a ser mi alimento. El que come es mayor que la comida. Señor, Tú te hiciste
suficientemente pequeño para llegar a ser el alimento que yo puedo comer”.

Cuando el Señor se retiró a las regiones de Tiro y de Sidón, se le acercó una mujer cananea que estaba
en una condición lamentable, pobre y vil. Para ella el Señor era el Hijo de David, un noble
descendiente de la familia real. Pero el Señor fue sabio y le dio una formidable respuesta, la cual fue
sencilla y profunda a la vez: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. El
quería que la mujer cananea comprendiera que si El adoptaba la posición de Hijo de David no podría
venir a ella, pues estaría en el trono, no en Tiro ni en Sidón, y ella no tendría derecho a clamar a El.
Ella debía saber que El era el pan de los hijos, y que ella tenía su propio lugar. Aun como pan de los
hijos, ella no tenía derecho a comerle. Ella era un perro gentil. Es decir, no conocía bien al Señor, ni
se conocía bien a sí misma.

El Señor fue verdaderamente sabio, y el significado de Su respuesta fue profundo. Además, en ese
momento, el Espíritu Santo operó en aquella mujer e hizo que su entendimiento se abriera al oír las
palabras del Señor. Ella no discutió ni se molestó. Fue como si ella hubiera dicho: “Señor, tienes
razón. Tú eres el pan de los hijos, y yo sólo soy un perro pagano. No obstante, los perros tienen su
porción, que es las migajas que caen de la mesa. Los perros no pueden comer el pan que se sirve sobre
la mesa, pero ¿no podrán comer las migajas que caen de la mesa?” La respuesta de la mujer cananea
también estaba llena de significado. Es asombroso decir: “Señor, aunque Tú eres el pan de los hijos,
éste ya no está en la mesa, pues los hijos lo arrojaron de la mesa. Como un perro pagano, yo estoy
bajo la mesa, mas Tú también estás debajo de la mesa. Yo estoy en la región de Tiro y Sidón, y Tú no
estás en Jerusalén; por lo tanto, Tú eres mi porción”.

EL SEÑOR SE HIZO TAN PEQUEÑO


QUE PUEDE ENTRAR EN NOSOTROS

Hermanos y hermanas, debemos ver lo significativo de este caso. Las personas se dirigen al Señor
según sus propios conceptos religiosos y lo consideran un hombre grandioso, pero El nos revela
claramente que eso no es acertado. No debemos conocerle según nuestros conceptos religiosos, sino
según lo que nos revela Su Palabra. En la actualidad, la mayoría de las personas ven a Cristo como lo
vio la mujer cananea. Por eso, algunos afirman que El era un maestro religioso, otros, que El fue el
fundador de una religión o que fue un hombre muy destacado. Eso es lo que dicen los incrédulos.
Para los creyentes, Cristo es mayor y más elevado. No niego que el Señor sea grandioso y altísimo,
pero sí debemos comprender que tales conceptos concuerdan con las ideas religiosas del hombre.
Desde que Dios creó al hombre, se le ha revelado y se le presentó como árbol de vida. Sabemos que
los árboles frutales no son muy altos. Por ejemplo, el manzano y la vid no son árboles altos. Pero
árboles como el abeto o el ciprés, cuya madera se usa para hacer postes, son bastante altos. Si los
árboles frutales tuvieran una altura de cien metros, sería muy difícil comer su fruto. Por eso, estoy
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convencido de que el árbol de la vida presentado en la Biblia era pequeño y de baja altura. Algunos
eruditos piensan que el árbol de la vida era una vid, porque el Señor declaró: “Yo soy la vid
verdadera”. Aparte de este argumento, el árbol de la vida con seguridad no podía ser muy alto.

¡Aleluya! Cuando Dios apareció al hombre por primera vez, no se le presentó como un árbol enorme,
sino como un árbol que estaba a su altura. Más tarde, cuando vino Jesús, el hombre lo consideró un
gran líder religioso, pero El dijo: “Yo soy el pan de vida”. El pan es aún más pequeño que un árbol.
Dios siempre se presenta al hombre como un ser accesible, y no como un ser enorme. Ello se debe a
que solamente siendo pequeño puede entrar en el hombre. Cuando le ingerimos, El se deleita.

Muchos conocemos las epístolas de Pablo. Permítanme preguntar: en dichas epístolas ¿cuántas veces
se nos exhorta a inclinar la cabeza y postrarnos ante Dios? Sólo en unos cuantos casos, pero con
frecuencia Pablo usa las expresiones “Cristo en mí” y “Cristo en vosotros”. Por ejemplo, dijo: “Ya no
vivo yo, mas vive Cristo en mí”; “agradó a Dios ... revelar a Su Hijo en mí”; “Hijitos míos, por quienes
vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”; “Cristo en vosotros, la
esperanza de gloria”; “para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones” (Gá. 2:20; 1:15-16; 4:19;
Col. 1:27; Ef. 3:17). Cuando algo entra en uno, ¿qué es mayor: la persona o lo que ingirió? ¡Aleluya! La
persona es mayor. Cuando alabe al Señor puede decirle confiadamente: “Señor, te alabo porque soy
más grande que Tú. Señor, Tú eres más pequeño que yo”. Si uno no se atreve a alabar al Señor así,
demuestra que lo detienen sus conceptos religiosos. En la madrugada, trate de decirle al Señor con
osadía: “Aleluya. Yo soy grande, y Tú eres pequeño”. Si lo hace, le garantizo que su espíritu brincará
de gozo. El Señor le dirá: “He aquí un hombre que me conoce bien”.

No me entiendan mal. No digo que la persona del Señor Jesús sea menor que nosotros. El en Sí
mismo es muy superior a nosotros. Sin embargo, El se hizo pequeño, el hombre Jesús, a fin de que le
podamos comer y disfrutar. Además, cuando El salió de Jerusalén y se retiró a la región de Tiro y
Sidón, se convirtió en las migajas que caen de la mesa. El pan que está sobre la mesa es relativamente
grande, comparado con las migajas que caen, las cuales son muy pequeñas. “Jesús. Te alabo por ser
las migajas que caen bajo la mesa. Ahora Tú no eres el Jesús entero, sino Jesús en migajas”.

Hace unos quince años en un adiestramiento que tuvimos aquí, me dediqué a escudriñar toda la
Biblia buscando todos los títulos adjudicados al Señor que pudiera encontrar. El es Cristo,
Emmanuel, el Hijo de Dios, y así sucesivamente. Encontramos unos doscientos setenta títulos, pero
no incluí el título “migajas”. Esta mañana quisiera añadirlo. El Señor Jesús también es llamado
migajas. El no sólo es el pan de vida, sino también las migajas.

Repito que Jesús mismo es grandioso, pero a fin de que nosotros le pudiéramos comer, El estuvo
dispuesto a humillarse y a tomar la forma de esclavo. El hombre, en sus ideas religiosas, le llama Hijo
de David, lo cual concuerda con la forma en que la tradición se dirige a El, pero el Señor Jesús dijo:
“Yo soy el pan de los hijos; más aún, soy las migajas. No soy ni siquiera las migajas que quedan sobre
la mesa, sino las que caen bajo la mesa”. El Señor Jesús vino al mismo lugar donde nosotros estamos,
a la condición caída de Tiro y Sidón. Estas dos ciudades no eran lugares de prestigio, pero el Señor
Jesús descendió allí. Aunque el es santo, se humilló y se solidarizó con nosotros, para acercarse a los
pecadores y los injustos. Aunque es el gran Dios, se acerca a los hombres viles.

NO LE PEDIMOS AL SEÑOR
QUE HAGA ALGO POR NOSOTROS,
SINO QUE LE COMEMOS

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La mujer cananea se le acercó al Señor y le pidió que le hiciera un favor; le pidió que sanara a su hija
enferma. Pero la respuesta del Señor no le dio la menor esperanza de que fuera a hacerle favor
alguno. Le dijo que El era el pan que la podía alimentar. Esto nos muestra que lo que necesitamos no
es que el Señor Jesús haga obras en beneficio nuestro, sino comerle. Hermana, ¿está enfermo su
esposo? No le pida al Señor que lo sane. La razón por la cual su marido está enfermo es que usted
pueda comer al Señor Jesús, y entonces su esposo sanará. ¿Está abatida por la desobediencia de sus
hijos? Usted ora con frecuencia pidiéndole al Señor que haga el milagro de hacer que sus hijos sean
obedientes. Pero cuanto más ora, menos eficaz parece la oración y peores se vuelven sus hijos. Ahora
usted sabe lo que debe hacer: comer más al Señor. Coma bien al Señor, y su hijo sanará.

Cualquier necesidad que tengamos es una evidencia de que necesitamos comer al Señor Jesús. ¿Está
desempleado? No le pida al Señor que le dé un trabajo; lo único que debe hacer es comer al Señor
Jesús, y el trabajo aparecerá. Cuando los incrédulos oyen estas palabras, piensan que esto es una
necedad, pero los que tienen experiencia saben que el trabajo viene como resultado de comer al
Señor. No le pidamos al Señor que haga algo fuera de nosotros. Más bien, coma al Señor e ingiéralo.

Hermanos y hermanas, ya vimos que el Señor Jesús verdaderamente se hizo alimento para nosotros.
Nuestra mentalidad necesita un cambio. Los ancianos de todas las localidades administran fielmente
las iglesias, las llevan en sus corazones y desean ardientemente que avancen. Pero estar ansiosos por
el progreso de las iglesias, aunque sea una preocupación genuina, no ayuda. No le pidamos al Señor
que nos ayude a cuidar bien a las iglesias; lo que debemos hacer es comer algunas migajas del Señor
Jesús. Cuando comemos más de Él, las iglesias son avivadas.

Esta es la perspectiva primordial del Nuevo Testamento. El Señor no vino a hacer obras en favor
nuestro, sino a alimentarnos. Es una equivocación pedirle al Señor que, como primogénito del
ganado, labre la tierra para nosotros, y también es un error despojarlo de su lana para embellecernos
nosotros. Cuando la mujer cananea mencionada en Mateo 15 le pidió al Señor Jesús que sanara a su
hija enferma, El le contestó algo así: “No me pidas que sea como los bueyes para labrar tu tierra; soy
las migajas que puedes comer. No te preocupes si tu hija está enferma o sana, sólo ¡cómeme!
Cómeme, y tu hija sanará”.

Tenemos problemas en nuestra vida familiar porque no comemos a Jesús. Cuando la esposa come a
Jesús, el esposo cambia para bien, y cuando el esposo come a Jesús, es ella la que cambia. Cuando los
hijos comen a Jesús, los padres dejan de ser un problema. Cuando los padres comen al Señor Jesús,
los hijos se vuelven a Dios. Necesitamos ingerir al Señor y dejar que sea nuestra vida, nuestro
alimento y nuestro todo; sólo entonces las circunstancias cambiarán.

De hecho, ni siquiera nos preocupa si las circunstancias cambian; sólo nos interesa comer y disfrutar
al Señor. El es comestible. Primero comemos las migajas que caen de la mesa; después de cierto
tiempo, comemos lo que está sobre la mesa. Cuando los perros gentiles comen a Cristo, llegan a ser
hijos de Dios. Después de que los hijos comen más de Cristo, llegan a ser piedras preciosas. En
Apocalipsis 2, el Señor le dice al mensajero de la iglesia en Pérgamo: “Al que venza, daré a comer del
maná escondido, y le daré una piedrecita blanca” (v. 17). La piedrecita blanca es el que vence. El que
come el maná escondido llega a ser una piedra blanca en el edificio de Dios.

EL CONCEPTO BIBLICO ES COMER

Cuando el hijo pródigo regresó a casa, fue cubierto por fuera con el mejor vestido, el cual su padre
tenía preparado, pero interiormente todavía tenía hambre. Por lo tanto, el Padre dijo: “Traed el
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becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (Lc. 15:23). Este es el concepto
neotestamentario, el cual se ve en toda la Biblia.

El Señor Jesús dijo que la predicación del evangelio es semejante a un hombre que preparó un gran
banquete. Cuando nosotros predicamos el evangelio, por lo general instamos a las personas a
arrepentirse y les hablamos del pecado. Pero en esta parábola el Señor Jesús dijo: “Id y traed a los
convidados a la cena, pues todo está preparado”. ¿Traedlos para qué? ¡Traedlos para que coman! No
nos preocupemos si los incrédulos no confiesan sus pecados ni se arrepienten. Cuando coman al
Señor, se regocijarán. Luego, cuando comprendan que son pecadores, llorarán. Este llanto y la
confesión de pecados que conlleva son mejores que lo que hubieran hecho si los hubiésemos
convencido de que eran pecadores. Por lo tanto, cuando prediquemos el evangelio, debemos instarles
a comer. El hombre necesita comer al Señor, ingerirlo.

Pablo dice en sus epístolas que él alimentaba a los creyentes con leche. Pablo también afirma que los
recién nacidos anhelan la leche pura y no adulterada. La leche no sólo se puede beber sino también
comer. La leche es un alimento nutritivo. Por lo tanto, el concepto bíblico radica en comer. La Biblia
es un libro que habla de comer. ¡Comer, comer y comer! ¡Necesitamos comer al Señor Jesús!

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CAPITULO TRES

VAMOS AL BANQUETE
Y CELEBRAMOS LA FIESTA

Lectura bíblica: Mt. 22:2-4; 1Co. 10:17-21; 11:23; 5:7-8; Ap. 3:20-21; 19:7-9

RECIBIR EL EVANGELIO
ES COMO IR A UN BANQUETE

En el Nuevo Testamento vemos que cuando el Señor salva al hombre, dirige la atención al asunto de
comer. Los versículos citados nos muestran que el evangelio es un gran banquete. Ser convidado a
este banquete es ser invitado a disfrutar. De veras quisiera que leyésemos y orásemos con estos
versículos reiteradas veces. Entonces veremos que si comer no fuera importante, no se repetiría tanto
en el Nuevo Testamento. Se menciona en Mateo, luego en 1 Corintios y por último en Apocalipsis.
Desde el punto de vista de Dios, Su evangelio no se centra en pedirle al hombre que se arrepienta y
crea, y mucho menos en pedirle que se una a cierta religión. El evangelio consiste en invitar a las
personas a un banquete. Asistir al banquete significa estar ahí para disfrutar al Señor Jesús.

No obstante, nuestros conceptos naturales están demasiado lejos de este hecho. Si no fuera por el
hecho de que este asunto consta en la Biblia, jamás lo aceptaríamos como parte de nuestra
mentalidad. Pensaríamos que recibir el evangelio equivale a creer y recibir la verdad. En realidad,
estas cosas, no son recibir el evangelio. Recibir el evangelio es recibir al Señor para poder comerle,
beberle y disfrutarle.

LA VIDA CRISTIANA

En el Nuevo Testamento la palabra fiesta usada en 1 Corintios 5:8, que dice: “Celebremos la fiesta”,
tiene la misma connotación que en el Antiguo Testamento, en el cual Dios deseaba que Su pueblo le
celebrara ciertas fiestas. Ese era solamente el tipo, y su cumplimiento se halla en el Nuevo
Testamento. El cumplimiento consiste en que disfrutamos al Señor Jesús. Toda la vida cristiana
consiste en celebrar la fiesta. Cada día celebramos la fiesta. Cuando nos reunimos, celebramos la
fiesta. Cada vez que nos juntamos para cantar, para orar-leer, para compartir del Señor en
mutualidad, seguimos el principio básico de celebrar fiesta.

En el evangelio de Mateo el Señor dice que el reino de los cielos es semejante a un rey que preparó
una fiesta de bodas para su hijo y envió a los siervos a traer los invitados a la fiesta (22:2-4). Más
adelante, al final de Apocalipsis, dice: “Han llegado las bodas del Cordero ... Bienaventurados los que
son llamados a la cena de las bodas del Cordero” (19:7, 9). Vemos que el Nuevo Testamento comienza
con una fiesta y también termina con una fiesta. ¿Qué hacemos hoy en la vida cristiana? Si decimos
que asistimos a conferencias o a servicios religiosos, eso no es una buena respuesta. Estamos aquí
para celebrar una fiesta. ¿Qué fiesta? La fiesta de bodas del Cordero. No estamos solamente en una
fiesta sino en una fiesta de bodas. Esta fiesta de gran gozo es la fiesta de las bodas de Cristo. ¿Cuándo
empezó esta fiesta? En el día de Pentecostés, poco después de que el Señor Jesús ascendió a los cielos.
La fiesta de bodas no dura dos horas ni dos días. Empezó en Pentecostés y continúa en la actualidad.

El mensaje que escuchábamos cuando estábamos en la cristiandad era producto de los conceptos
naturales. Piensen en lo primero que les vino a la mente cuando fueron salvos. Inmediatamente,
algunos tuvimos la idea de que debíamos ir a más reuniones, aprender más verdades, prestar más
atención a la Biblia y otras exigencias de esta índole. ¿Alguno de nosotros, cuando fue salvo, declaró
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gozoso que estaba invitado a una fiesta y que asistiría a la fiesta de bodas del Cordero? Yo creo que
nadie tiene tal reacción. Pero el Señor nos dice claramente que ser salvos equivale a ser invitados a
una fiesta. Dios preparó una gran fiesta de bodas universal, una fiesta para Su Hijo. Dios dijo: “Venid,
porque todo está preparado”.

No somos librados del mundo por hacer un gran esfuerzo ni por oír sermones ni por ser exhortados ni
por ser corregidos; sino por alimentarnos de Cristo. Cuando le hemos gustado y le hemos comido,
perdemos el interés por el mundo y sus cosas, y no lo tomamos ni aunque nos lo ofrezcan. Si otros se
enredan en el mundo, no es problema nuestro. Nuestro único interés es celebrar la fiesta cada día,
comer a Cristo y disfrutarle continuamente. Por eso Pablo dice que debemos celebrar la fiesta.

¿Cómo celebramos la fiesta? Lo hacemos comiendo el pan sin levadura de sinceridad y verdad. En
dicho pan, hay muchos ingredientes, como por ejemplo, amor, verdad, iluminación, santidad, poder y
paciencia. El pan sin levadura, un pan de sinceridad y verdad, es Cristo. Nosotros celebramos la fiesta
no estudiando las verdades ni oyendo mensajes, sino comiendo a Cristo. Cuanto más comemos a
Cristo, más tenemos Sus elementos.

Dios no desea que nosotros laboremos ni luchemos ni nos esforcemos. Es cierto que la Biblia dice: “El
reino de los cielos es tomado con violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt. 11:12), pero estas
palabras indican la necesidad de disfrutar a Cristo en nuestro espíritu. La era neotestamentaria no es
una era de labor sino de fiesta. Tengamos presente que en el tipo del Antiguo Testamento no estaba
permitido trabajar durante las fiestas. En los demás días del año se debía trabajar, pero durante la
fiesta no era permitido trabajar; más bien, se instaba a todo el pueblo a comer, beber y disfrutar.
Además, durante las fiestas no comían poco, sino que comían manjares y celebraban.

LA REUNION DEL PARTIMIENTO DEL PAN


ES LA FIESTA DEL SEÑOR

¿Por qué celebramos con frecuencia la reunión en la que partimos el pan? ¿Y qué significa partir el
pan? Nótese la expresión de 1 Corintios 10:21, la mesa del Señor. La reunión de la fracción del pan es
lo que llamamos la mesa del Señor, la fiesta del Señor. En la mesa, en esta fiesta, comemos el cuerpo
del Señor y bebemos Su sangre. Es decir, comemos y bebemos al Señor. Al mismo tiempo, cuando
partimos el pan, declaramos y atestiguamos ante el universo que somos un grupo de creyentes que
viven festejando a Cristo, comiéndole y disfrutándole diariamente. Cuando partimos el pan,
exhibimos nuestra vida diaria. En nuestra vida normal comemos al Señor, le bebemos y le
disfrutamos. En consecuencia, el domingo nos reunimos para exhibirle ante todos y ante toda la
creación, declarando que nuestra vida es sustentada por disfrutar al Señor.

En la mesa del Señor que celebrábamos anteriormente, retuvimos algunos conceptos de la tradición
de adorar, ya que prestábamos atención a la manera de alabar al Hijo y de adorar al Padre, lo cual
aprendimos de la Asamblea de los Hermanos. Aunque dichas prácticas no son incorrectas, no pasan
de ser una tradición. En realidad, lo importante en la mesa del Señor no es si alabamos o no, sino si
abrimos nuestro espíritu y exhibimos una vez más para que los ángeles y Satanás vean que nosotros
ingerimos a Cristo. Ante tal exhibición, tal vez alabemos al Señor, o tal vez no.

Creo que los Hermanos tuvieron mucha luz, pero ésta fue limitada debido a sus conceptos humanos y
naturales. Por consiguiente, no podemos seguir en ese viejo camino. Si lo hiciéramos, nuestro espíritu
quedaría paralizado. Así que, el énfasis de la mesa del Señor es que nos abramos al Señor para
recibirle y disfrutarle.
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Por ejemplo, dos hermanos vienen a la mesa del Señor. Uno de ellos tiene una conducta excelente y lo
consideramos un buen hermano. Antes de entrar en la reunión, se examina a sí mismo para ver si ha
ofendido a alguien o si ha cometido algún pecado. Después de sentarse en la reunión se comporta con
rectitud y rigidez. Cuando otro canta, él canta a la par; si otros oran, él dice amén; cuando pasan el
pan, él toma un pedacito, y cuando pasan la copa, bebe un poco. El alaba al Señor y adora al Padre.
Aún así, no hay cambio alguno en él. Al salir de la reunión está en la misma condición que cuando
entró. Tal vez no suceda lo mismo con el segundo hermano. Este tal vez sea bastante inquieto y
travieso; quizá haya discutido con alguien el día anterior. Con todo, cuando asiste a la reunión del
partimiento del pan, tal vez toque al Espíritu y se abra al Señor de par en par. No está consciente de si
alaba o no, pero en la reunión de la mesa recibe al Señor en su interior. Al recibir al Señor, su ser
cambia, y exclama ¡Aleluya!. En ese momento se remonta a las nubes. No es necesario que le
hablemos de los pecados ni de las cosas de la tierra. No hay nada nublado en él. Si le decimos que no
se enoje contra otros, de inmediato lo derribamos y lo bajamos de la experiencia que está teniendo.
Cuando él se abre desde lo profundo de su ser y recibe al Señor, se eleva por los cielos. Por otro lado,
el hermano que es recto es como un insecto que se arrastra por la tierra y no escala las montañas. Esta
es la diferencia entre uno que disfruta a Cristo y uno que no lo hace.

Perdónenme si soy muy franco. Algunos posiblemente hayamos venido a la mesa del Señor todos los
domingos por dieciocho años y seamos un “insecto que se arrastra sobre la tierra” y que se porta muy
bien. Tal vez hayamos sido creyentes durante dieciocho años y siempre nos hayamos conducido
rectamente. Nuestra esposa nos dice que somos buenos y nuestros amigos nos elogian. Nadie nos
critica, y seguimos siendo insectos que se arrastran sobre la tierra. Todos caen, pero nosotros nunca.
Sencillamente seguimos arrastrándonos lentamente y con paso seguro.

Tal vez un hermano ha dado problema antes, pero en la reunión toca al Señor. Después de esto,
regresa cada domingo a tocar al Señor. Dicho hermano no viene a recibir la “Sagrada Comunión” ni a
conducirse rectamente ni a adorar al Padre. El viene sólo a tocar al Señor y es como un enorme avión
que desciende a llenar el tanque de combustible. La mesa del Señor es el aeropuerto donde llena el
tanque para toda la semana, y así regresa la semana siguiente.

Por lo tanto, asistir a la mesa del Señor es asistir a un banquete, y también es volver a cargar
combustible. No se trata de recibir enseñanzas, ni corrección, ni exhortaciones, sino de reunirnos con
el Señor interiormente. Es por eso que nuestra reunión no necesita ningún precepto. ¿Para qué sirven
los preceptos? ¿Qué mérito tienen? Basta con que toquemos al Señor interiormente. En tanto que
llenemos nuestro interior de combustible, si nos conducimos rectamente, si gritamos o si rodamos
por el piso o si saltamos; todo ello estará bien.

Sin embargo, no animo a nadie a inventar algún tipo de ardid, ya que eso carecería de sentido. Ser
astuto es una cosa, pero tocar al Señor es completamente otra. No deseamos establecer preceptos
porque no queremos limitar a los santos ni impedirles que toquen al Señor.

Puesto que la mesa del Señor es una declaración, ésta debe estar respaldada por la vida. Si nuestra
vida privada no es la misma que declaramos, entonces la reunión deja de ser una declaración y se
convierte en una actuación, un espectáculo. Si en nuestra vida privada no disfrutamos a Cristo y
asistimos a la reunión sólo para dar la impresión de que lo hacemos, eso será una falsedad. La
reunión de la mesa del Señor que celebramos no es un simulacro ni una actuación, sino un testimonio
y una declaración, que anuncia a todo el universo que vivimos por comer al Señor, por beberle y por

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disfrutarle; por lo tanto, nos reunimos para dar testimonio ante todo el universo de que somos
personas que comemos, bebemos y disfrutamos al Señor.

Creo que cuando volvamos a la mesa del Señor, nuestro concepto será otro. No estaremos allí con
ningún precepto. De hecho, no es necesario guardar ninguna norma. Abriremos nuestro espíritu y
tocaremos al Señor en nuestro espíritu. No tenemos normas ni restricciones. Es así como debemos
vivir cada día, sin ritos ni preceptos, sino abiertos al Señor en nuestro espíritu comiéndole y
bebiéndole continuamente. Entonces, al llegar el domingo, nos reunimos y declaramos una vez más
que ésta es la manera en que vivimos. Celebramos la fiesta todos los días. ¿Hasta cuándo
celebraremos la fiesta? El Señor Jesús nos dijo que lo hiciéramos “hasta aquel día en que lo beba
nuevo con vosotros” (Mt. 26:29). Un día celebraremos la fiesta con El cara a cara. En la actualidad,
empezamos el banquete y continuamos hasta el día cuando celebremos la cena en la fiesta nueva.

LA IGLESIA SE DEGRADO
POR NO DISFRUTAR AL SEÑOR

Examinen la degradación de las iglesias de Efeso y Laodicea. Estas decayeron porque dejaron de
disfrutar al Señor y se dedicaron a laborar y dedicaron mucha atención a las doctrinas y a las
enseñanzas. Se degradaron a tal extremo que llegaron a pensar que entendían todas las doctrinas. Es
como si el Señor les dijera: “Puesto que no eres ni frío ni caliente, te voy a expulsar de mi fiesta. Yo
estoy afuera llamando a la puerta. Debes abrirte a Mí, para que yo pueda entrar y cenar contigo, y tú
conmigo. Estuviste en esta fiesta cuando fuiste salvo, pero te saliste de la fiesta y caíste en el
cristianismo degradado. Te llamo a que seas un vencedor y a que no te pierdas la fiesta. Abrete a Mí, y
déjame entrar en ti para que celebremos juntos”. Esta fiesta continuará hasta la fiesta de las bodas del
Cordero, descrita en Apocalipsis 19. En ese entonces, seremos los convidados a la fiesta. ¡Aleluya!

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CAPITULO CUATRO

COMEMOS DE DOS MANERAS:


EN LA SIEMBRA Y EN LA COSECHA

Lectura bíblica: Dt. 12:5-9, 17-18; 14:22-23; 15:19-21; 16:9-10, 13-17

Agradecemos al Señor porque ahora estamos aprendiendo a comerle. Sin embargo, según lo revelado
en Deuteronomio, hay muchos aspectos específicos relacionados con comer, beber y disfrutar al
Señor. Por un lado, el Señor es el pan de vida, y nosotros sencillamente debemos comerle; por otro,
según Deuteronomio 12, 14 y 15, el Señor Jesús, a quien comemos, es el producto de nuestra labor; El
es producido de lo que sembramos en la tierra y del ganado y las ovejas que criamos. Por lo tanto,
según Deuteronomio, el deleite que tenemos de las riquezas del Señor es el resultado de lo que
laboramos en El.

Puedo describir con más detalles el tipo de comer. Por ejemplo, si uno lee la Biblia, invoca el nombre
del Señor y ora-lee la Palabra, puede disfrutar al Señor ahora mismo. No obstante, ésta es sólo la
etapa inicial; no es el deleite que se tiene al recoger toda la cosecha, porque carece de nuestra labor.
Podemos disfrutar al Señor simplemente abriéndonos a El, utilizando nuestro espíritu al invocar Su
nombre y orando-leyendo Su Palabra. El deleite que tenemos al sembrar no es el mismo que tenemos
al cosechar.

Muchos podemos dar testimonio de cuánto disfrutamos al Señor, pero casi todo gira en torno a aquel
comer que experimentamos al sembrar. Necesitamos llegar al nivel de comer al recoger la cosecha. La
siembra inicial es relativamente fácil, pero recoger la cosecha al final, no es tan fácil. Después de
sembrar las semillas, no sabemos con certeza si obtendremos una cosecha. Hasta ese momento, lo
que comemos del Señor se halla en la etapa inicial, la etapa de la siembra.

Debo dejar bien en claro que nosotros no debemos detenernos en el deleite que experimentamos al
sembrar, sino que debemos avanzar al deleite que tenemos al cosechar. Cuando sembramos, lo único
que hacemos es depositar la semilla en la tierra. En lo sucesivo, debemos velar por que brote, crezca y
lleve fruto. Solamente entonces tenemos el deleite de la cosecha. Al disfrutar en sembrar, recibimos
algo del Señor en nuestro interior. Cuando invocamos al Señor y oramos-leemos Su Palabra,
recibimos una porción del Señor como una semilla en nosotros. Esto puede producir una cosecha si
estamos dispuestos a permitir que la semilla crezca. Si lo hacemos, habrá una cosecha, si no, no habrá
cosecha alguna.

DEBEMOS LABORAR PARA OBTENER


UNA BUENA COSECHA

Según lo que he observado, el deleite que los hermanos y las hermanas tienen es mayormente el
deleite de sembrar. Muchas de las semillas sembradas en nosotros no producen mucho resultado. ¿A
qué se debe esto? A que después de comer, beber y disfrutar al Señor, no le permitimos crecer ni
madurar ni llevar fruto en nosotros.

Supongamos que digo: “Oh, Señor Jesús”. Creo que invocar al Señor tiene efectos evidentes en
nosotros, ya que no podemos invocar al Señor sin que esto traiga repercusiones. Cuando le
invocamos, El viene a nosotros. Por un lado, El viene a reconfortarnos y, por otro, tal vez venga a
incomodarnos. Si un esposo invoca al Señor, es posible que el Señor le toque el corazón y le diga: “¿Te
diste cuenta de que ofendiste a tu esposa?” El esposo dice: “Señor, límpiame con Tu sangre preciosa”.
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Pero el Señor añade: “En verdad la sangre te puede limpiar, pero no puede confesar tus pecados por
ti. Ve y confiésale esto a tu esposa”. ¿Qué debe hacer este esposo? Algunos hermanos pueden
endurecer su corazón y no obedecer. Si se rehúsan a cambiar de actitud, es posible que el Señor los
abandone. Si nos hallamos en esa situación y tratamos de invocar al Señor, no obtendremos el mismo
resultado que antes. El Señor Jesús conoce nuestra situación. Así que, cuando le invoquemos de
nuevo, El no actuará. Todos hemos tenido experiencias de esta índole. Anteriormente el Señor venía
cuando le invocábamos diciendo: “Oh, Señor”, pero ya no viene. Cuanto más le invocamos, menos
resultados obtenemos y más desanimados nos hallamos. Es posible que empecemos a preguntarnos si
la práctica de invocar al Señor en verdad trae resultados y lleguemos a dejar de invocar. ¿No es esto
lamentable? Solamente sembramos la semilla en la tierra, pero no la dejamos crecer hasta culminar
en una cosecha. Con el tiempo, el deleite que teníamos de la semilla también se esfumará.

Leemos en Isaías 55:10: “Da semilla al que siembra, y pan al que come”. Yo siembro la semilla en la
tierra, y produce treinta granos; entonces consumo quince, y me quedan quince para sembrar el año
siguiente. ¿Cuál es nuestra situación? La semilla que sembramos se nos acabó porque no se
reprodujo. Así que, nos quedamos sin semilla. ¿Por qué se nos acaba la semilla? Porque no la dejamos
crecer.

Cuando invocamos al Señor y El nos indica que ofendimos a nuestra esposa, si confesamos de
inmediato nuestro agravio ante el Señor y ante nuestra esposa, reconocemos que cometimos una falta
y pedimos perdón, entonces la semilla crece con rapidez. Cuando volvemos a invocar al Señor, el
sabor será completamente nuevo. Aún así, el Señor sigue incomodándonos. Cuando le invocamos de
nuevo, El viene y nos muestra que nuestro cabello no tiene un corte decoroso y que debemos cortarlo
como es debido. Si le obedecemos al instante y vamos a cortarnos el cabello, tendremos mucho gozo.
Cuando esto sucede, el resultado es sorprendente. Nuestro ser viene a ser un campo, un huerto
enorme del cual se obtendrá una abundante cosecha todos los días. Esto cumple en verdad lo dicho
por Isaías, de dar semilla al que siembra y pan al que come. Quisiera que nos examinemos y nos
preguntemos si como sembradores tenemos semilla y si como comensales tenemos pan. Es posible
que sólo tengamos medio plato de arroz, que no alcanza ni para una persona. Si uno no puede
alimentarse a sí mismo debidamente, ¿cómo espera alimentar a otros? ¿A qué se debe esta escasez? A
que sembramos las semillas, pero no laboramos para que crezcan.

Cuando un agricultor labra la tierra, tiene que quitar las piedras, arrancar la maleza, regar el plantío,
añadir abono al suelo y, en ocasiones, aplicar pesticidas. ¿Qué hacemos nosotros? Comer al Señor
orando-leyendo Su palabra, lo cual está bien, pero si no quitamos las piedras ni arrancamos la maleza
ni regamos la tierra ni la abonamos ni aplicamos pesticidas, al final será como si no hubiésemos
sembrado nada. Si no sembramos la semilla, la podemos retener, pero si la sembramos, la perdemos.
Algunas personas se reservan una pequeña porción del Señor, pero después de ganar de El al orar-
leer la Palabra, no obedecen puesto que no laboran; de este modo, pierden la presencia del Señor, y El
se aleja de ellos.

COMPARACION ENTRE EL MANA


Y EL PRODUCTO DE LA TIERRA

En Deuteronomio vemos que laborar para cultivar y extraer el producto de la tierra es muy diferente a
recoger el maná en el desierto. En verdad, la tierra de Canaán fue dada por Dios, lo mismo que la
semilla y todo lo necesario para su crecimiento, como por ejemplo, el aire, el sol y la lluvia. No
obstante, además de estos elementos gratuitos, el pueblo tenía que laborar. Si no labraban los
campos, el Señor no haría nada más. En la tipología, el Señor mismo era la semilla, la luz del sol, la
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lluvia y aun la fuerza física para que el pueblo sembrara y labrara la tierra. Aún así, se requería que el
pueblo cooperara con El. Ellos no podían recoger el producto de la tierra, a menos que cooperaran
con el Señor. El producto de la tierra era diferente al maná, ya que éste les caía del cielo. El hombre
no tenía que sembrar ni recoger el producto de la tierra en cooperación con Dios, aunque se
sobreentiende que para comer el maná había que madrugar y recogerlo. Si alguno era perezoso y se
levantaba tarde, ya no hallaba qué recoger. Podría decirse que salir de la tienda en la madrugada era
cooperar, pero esta cooperación era mínima en comparación con la labor necesaria para obtener el
producto de la tierra, ya que para esto se requería la cooperación del hombre de principio a fin. Dios
daba el agua, la luz del sol, el aire y la semilla, pero no laboraba por ellos, ya que esto era lo que le
correspondía al pueblo.

Permítanme preguntar: ¿qué es mejor y más elevado: el maná o el producto de la buena tierra de
Canaán? Obviamente, el producto de la tierra es superior. ¿En qué aspecto es superior? En primer
lugar, el producto de la tierra se puede presentar como ofrenda. El maná descendía del cielo y era
bueno a los ojos del hombre, pero Dios no deseaba que se hiciera ninguna ofrenda de maná. El no dijo
que se le debía ofrecer maná en el holocausto, ni en la ofrenda mecida, ni en la ofrenda elevada, sino
que instó al pueblo a comerlo. El maná sólo sirve para comerse, no está al nivel de presentarse como
ofrenda. Por medio de las ofrendas se adora a Dios. El maná es alimento, pero no sirve para adorar. Si
deseamos adorar a Dios, debemos traer el producto de la buena tierra de Canaán, pues sólo éste
puede usarse para adorar a Dios. No importa cuánto maná comamos, al igual que el pueblo de Israel
que comió el maná durante cuarenta años, éste no basta para adorar a Dios. Tenemos que comer del
producto de la tierra de Canaán, ya que sólo este producto puede convertirse en adoración para Dios.
Por eso decimos que el maná es inferior al producto de la tierra de Canaán.

Pregunto ¿qué comemos hoy: el maná o el producto de la buena tierra? Algunos podrían decir que
comen maná, y otros afirmarían que comen ambos. Ambas respuestas son válidas, pero espero que
los que comen el maná dejen de hacerlo gradualmente, ya que el maná se comía exclusivamente en el
desierto. De modo que comer maná es una clara evidencia de que uno todavía está vagando. ¿En
dónde se comía el producto de la buena tierra? En Canaán. Además, la décima porción de la cosecha
de la tierra, la mejor porción —que era el primogénito del ganado y de las ovejas, y las primicias del
grano—, no se comía en casa, sino que se llevaba al templo y se comía delante de Dios. Esto muestra
que el peregrinaje había cesado.

¿Deseamos ser creyentes que comen maná o que comen el producto de la buena tierra? Todos
quisiéramos estar en el segundo grupo. Es cierto que el maná es bueno, pero no es suficiente, porque
es la dieta de los que vagan por el desierto. Josué 5 nos muestra claramente que el maná dejó de caer
del cielo tan pronto como los hijos de Israel entraron en Canaán y comenzaron a comer el producto de
la tierra (v. 12). Una vez que uno gusta el producto de la buena tierra, no necesita volver a comer
maná, porque ha experimentado algo más profundo y mejor. Desde ese momento uno deja de comer
maná. Es cierto que Cristo es el maná, pero es la provisión que Dios nos da mientras estamos en
nuestro peregrinaje. Debemos entrar en la buena tierra, cuyos productos son mucho mejores que el
maná.

ACEPTAMOS EL QUEBRANTAMIENTO
PARA OBTENER UNA RICA COSECHA

Para recoger el maná no tenemos que trabajar, pero para obtener el producto de la tierra de Canaán,
sí. Mientras disfrutamos al Señor y le recibimos en nuestro ser, El muchas veces ocasiona
circunstancias difíciles y permite dificultades que a la postre redundan en nuestro bien, a fin de que la
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semilla crezca en nosotros y se reproduzca. Por ejemplo, una hermana cuyo esposo la mortifica
continuamente, ora diariamente pidiéndole al Señor que haga que su esposo lo ame a El como ella lo
ama. No obstante, cuanto más ora, él menos ama al Señor; cuanto más ella invoca al Señor y ora-lee
la Palabra, menos interés muestra el esposo por las cosas de Dios. Antes el esposo iba a dos reuniones
por semana, pero ahora no va ni a media. ¿Qué hace uno en ese caso? Todo ello acontece como
resultado de que el Señor incita al viento del norte a soplar en nuestra dirección (Cnt. 4:16). En vez de
pedirle al Señor que cambie al esposo, pídale más bien que crezca en usted. Dígale: “Señor, quiero
estar dispuesta a aceptar lo que Tú estás haciendo. Señor, subyúgame desde mi interior. Haz que me
someta a Tu mano y acepte el quebrantamiento”. Más tarde, usted agradecerá y alabará al Señor, ya
que por estar dispuesta a ser quebrantada, la vida divina creció en usted.

Usted empieza a aceptar el quebrantamiento que le sobreviene cuando la vida que está en su interior
crece un poco hoy, y un poco más al día siguiente. Sin embargo, el tercer día sus hijos tal vez estén del
lado de su esposo y la quebranten a usted aún más. ¿Qué debe hacer en tal caso? Una vez más es el
viento del norte que sopla para quebrantarla. Aprenda a aceptarlo. ¿Sabía que cuando aceptamos el
quebrantamiento e invocamos de nuevo al Señor, el sabor es maravilloso? Cuando invocamos al
Señor, El viene, y entonces, tenemos la cosecha. De este modo tenemos un suministro abundante de
semilla para sembrar y de pan para comer. Al mismo tiempo, podemos traer a la reunión esa décima
parte que es nuestra mejor porción, las primicias de nuestros productos, a fin de comer y disfrutar
con los santos. Nuestra adoración consiste en comer así. Esto es lo que falta en el cristianismo y
también en nuestro medio, y es esto lo que el Señor desea recobrar. Sin este elemento, es muy difícil
que la iglesia madure, que la novia se prepare y que el Señor regrese; por eso es tan decisivo.

LABORAMOS EN CRISTO
Y EN LA VIDA DE IGLESIA

Hermanos y hermanas, tengo la certeza de que el Señor está recuperando estas cosas en la actualidad.
El no está recobrando nuestras virtudes ni nuestra victoria ni nuestra santidad. Lo que El desea es un
grupo de personas que entren en Su Palabra y en Su plan eterno. No es asunto de controlar nuestro
mal genio ni de ser victoriosos ni de tratar de ser santos, sino de tocar al Señor verdaderamente y de
permitirle que crezca y madure en nosotros. Cuando tenemos una cosecha abundante, tenemos
suficiente para comer nosotros y para invitar a los hermanos y hermanas a comer con nosotros.
Además, tendremos la mejor porción, la cual podremos traer a las reuniones para ofrecerla a Dios.
Esta es la vida auténtica de iglesia. En la reunión todos damos testimonio de Cristo. Ofrecemos este
Cristo a Dios, y le disfrutamos junto con los hermanos y las hermanas después de satisfacer a Dios.
Esta es la reunión normal de la iglesia; es su adoración, su vida práctica y su testimonio.

Tengo el claro sentir de que en lo que habíamos visto acerca del testimonio de la iglesia y acerca de
que ésta es la expresión de Cristo, había elementos naturales, y no veíamos claramente los aspectos de
comer y crecer. Hace veinte años, cuando yo observaba hermanos que tenían un buen carácter, una
conducta recta y que daban la impresión de estar bien, los valoraba mucho. Pero ahora, al mirar atrás,
aunque estos hermanos tenían todas estas virtudes, no llevaban fruto. Por el contrario, eran algunos
hermanos que eran descuidados y desaliñados los que traían personas a la salvación. La vida de
iglesia y el testimonio de la iglesia no depende de la conducta ni de ser personas impecables, sino de
comer al Señor como la semilla y de permitirle crecer en nosotros. Igual que el agricultor, debemos
quitar las piedras, arrancar la maleza, regar el plantío, abonarlo y echarle pesticidas para que el Cristo
que está en nosotros crezca gradualmente hasta producir una cosecha. Eso no está determinado por el
comportamiento, el cual está en el ámbito del bien y el mal, sino que se halla en una esfera
completamente diferente. Nos referimos a la esfera de Cristo. Estamos llenos de Cristo y traemos
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nuestra mejor porción ante Dios para disfrutarla con los santos en la reunión. Esta es la manera en
que nos reunimos. El énfasis de la reunión no es cantar, orar, alabar, hablar en lenguas ni funcionar,
sino traer nuestra mejor porción del Cristo que hemos producido. Yo traigo mi porción, y usted la
suya, y presentamos a Cristo sin ninguna formalidad.

TENGAMOS CUIDADO
DE LA MANERA EN QUE LABORAMOS

Tengo el sentir de que la gran necesidad que tenemos hoy de traer a Cristo a las reuniones obedece a
que nuestra cosecha es demasiado pequeña. Es por eso que cuando tratamos de dar un testimonio,
utilizamos los recursos que tenemos a mano. No sugiero con esto que debemos dejar de usar todo tipo
de método, sino que temo que éstos carezcan de contenido. Los recursos se utilizan para adornar,
pero no son el contenido. Prefiero no tener recursos ni usar métodos, siempre y cuando lo que diga
tenga contenido. No podemos obtener algo de peso para nuestros testimonios en unos cuantos días;
es necesario que laboremos por un tiempo considerable.

Hermanos y hermanas, necesitamos volvernos al Señor para obtener una cosecha. Debemos laborar y
cultivar para producir algo. Algunas veces el Señor es como un grano sembrado en nosotros, y otras
es como un arbusto, el cual puede ser un olivo, una vid, una higuera o un granado. Debemos
cultivarlo para que crezca y lleve fruto. Después, al ir a las reuniones, tenemos frutos para ofrecer a
Dios.

El problema más común hoy es que cuando vamos a las reuniones, sólo sabemos liberar el espíritu e
invocar el nombre del Señor, pero no podemos presentar nada de peso para traer deleite a los demás.
Esto se puede comparar con ir a un banquete sin traer nada, o ir sólo con una tórtola, que sólo alcanza
para una pequeña comida. Ya que carecemos de productos para presentar, tenemos que recurrir a
alguna actividad que entretenga a los asistentes. Lamentablemente, todos los oyentes quedan vacíos.

Si tenemos una cosecha rica, grano en abundancia, vino fresco, toros, ovejas y tórtolas, podemos traer
nuestros productos en grandes cantidades. Podemos presentar nuestros toros, nuestras ovejas,
nuestras tórtolas y nuestras frutas. Esto será muy rico. Todos recibirán su provisión y desearán
volver.

Espero no invertir energía en ardides, y más bien esforzarme por producir algo que tenga contenido.
Debemos sembrar nuestra parcela, cultivar los árboles frutales, apacentar el ganado y cuidar las
tórtolas. Con el tiempo, la tierra rendirá su cosecha, los árboles darán fruto, y el ganado, las ovejas y
las tórtolas crecerán. De este modo, seremos ricos porque todo esto crecerá continuamente. Así, el
sembrador tiene semilla para sembrar y pan para comer, y el oferente tiene algo que presentar.
Cuando cada uno trae sus riquezas a las reuniones, las reuniones estarán libres de los viejos caminos.

Sólo quisiera añadir que ya aprendimos a comer; aprendimos que hay dos niveles de comer. Uno es
comer sembrando, y el otro es comer en la cosecha. Comer al sembrar no produce material para
adorar a Dios; para esto necesitamos comer al recoger la cosecha. Cuando traemos a la reunión lo que
comemos en la cosecha, ello constituirá la verdadera adoración y la vida genuina de iglesia. La iglesia
necesita esto en la actualidad. Tenemos que acudir al Señor y abrirnos a El para aprender a
ejercitarnos en comer.

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