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LA EDUCACIÓN HOMÉRICA

En la educación homérica, señala el historiador Marrou en su excelente obra sobre la


educación en la Antigüedad que estamos siguiendo, que había un doble factor. Por un lado
se inculcaba una técnica, entendiendo esto como iniciación en un estilo de vida. Y por otro
lado, se inculcaba un ideal o una moral que apuntaba a algo por realizar, a un cierto ideal de
existencia. En este segundo aspecto, Marrou desarrolla el ideal caballeresco homérico que,
en la medida en que Homero siempre estuve presente en la educación antigua como textos
canónicos en la enseñanza, pervivió todo el tiempo. Homero fue, según Platón, el educador
de toda Grecia, cosa que ya había hecho notar Jenófanes en el siglo VI a. C. Aunque el
predominio de la obra de Homero pudo justificarse en algunos momentos por su valor
estético, en realidad había más motivos subyacentes. “la epopeya no fue estudiada
primordialmente como obra maestra de la literatura, sino porque su contenido la convertía
en un manual de ética, en un tratado del ideal. (…) el contenido técnico de la educación
griega evolucionó profundamente, reflejando las transformaciones radicales del conjunto
total de la civilización: sólo la ética de Homero pudo conservar, además de su valor estético
imperecedero, un alcance permanente” (p. 27). De todos modos, como todavía ocurre con
cualquier texto canónico o clásico, se puede utilizar y usar de muchas maneras. Hay un
modo típicamente conservador o incluso reaccionario (según las circunstancias del
momento) que consiste en promover valores y una cultura arcaicos que no responden
totalmente al presente, o en todo caso, responde a un presente que va al pasado para
justificar la eternidad de lo que es en realidad contingente. Se trata del impulso por hallar
“valores eternos” en viejas obras que ya en su estilo, imitado con pedantería, suponen una
regresión que se ofrece como respuesta a un presente cuyo dinamismo tira hacia lo nuevo.
Es el ideal, creo, de una pureza, de un conocimiento impoluto, etéreo o ultramundano que
se eleva y finge regir o querer regir el presente desde los altos cielos. Pero el arcaísmo a
menudo obedece a una aspiración de mantener valores y estructuras en la sociedad propias
de, en el caso de Grecia, una antigua cultura aristocrática. Esta es una fuerza que parece
estar dándose casi siempre en la historia entre modelos elitistas o aristocráticos de
sociedad, defendidos por las instancias conservadoras (Esparta, oligarquía ateniense), y
modelos más democráticos, como el que acabó gobernando Atenas en el siglo V a. C. El
caso es que estos ideales y conjuntos axiológicos son, en realidad, apuestas por formas de
existencia y de configuración social y política. Creo que en todo estudio de las ideas debe
mantenerse una cierta vigilancia acerca de este hecho, lejos de toda especulación
meramente abstracta.
La ética homérica, pues, responde a una sociedad o grupo social concreto. Se compone de
sabiduría práctica del tipo oriental (la misma de los libros sapienciales del Antiguo
Testamento), una moral heroica del honor que se basa en el amor a la gloria. Resulta
interesante la observación del historiador que estoy siguiendo de que hay un pesimismo
griego en torno a la fugacidad de la vida y la carencia de valor de la otra vida, que lleva
precisamente a buscar lo bueno en la vida real. Así lo expresa, con su estilo un tanto
idealista: “Esta vida tan breve, que su destino de combatientes vuelve todavía más precaria,
nuestros héroes la aman fervientemente, con ese espíritu tan terrenal, con ese amor tan
franco y súbito, que a nuestros ojos sirve para definir una evidente actitud del alma pagana.
Y no obstante, esta vida terrenal tan preciosa, no representa a la luz de sus ojos el valor
supremo. Siempre dispuestos -¡y con qué decisión!- a sacrificarla en aras de algo superior a
su propia vida; y es en este sentido en el que la ética homérica se convierte en una ética del
honor” (p. 29). Este valor superior al que se sacrifica la vida es la areté, que a veces se
traduce por “virtud”. En la moral homérica, la areté es lo que hace a un hombre valiente, un
héroe. La gloria a la que se aspira será, entonces, el reconocimiento público de los
valientes. Subyace, por tanto, un ideal agonístico de la vida, como combate o competición
deportiva. El hombre “homérico” aspira a destacar entre los demás, a ser el primero y
superior dentro de su categoría. Los grandes héroes de los poemas homéricos serán como
modelos o paradigmas que ha de seguir el griego noble y libre y que precisamente se
vinculan con la permanencia de este grupo y estructuración social. Es el modelo de un
heroísmo que justifica un tipo de sociedad aristocrática y fuertemente jerarquizada, que
viene en el fondo a sancionar al aristócrata como bueno y admirable. Así, un viejo modelo
social determina y configura una mirada que pare una cierta axiología concreta. La
educación, en este sentido, sirve a la consagración y perpetuación de este viejo modelo
propio de la Grecia arcaica de los guerreros individuales que pronto serán sustituidos (léase
Esparta) por un tipo de ejército organizado en el que el ideal ya es ser un buen soldado en
un conjunto disciplinado y no tanto un noble combatiente solitario. En el próximo post
dedicado a la educación antigua nos ocuparemos de este caso representado sobre todo por
Esparta. Sí quiero señalar la distinta forma de entender la educación que son, por un lado,
la cultura del escriba de carácter literario que a Grecia llegará muy tarde, y, por otro lado, la
cultura heroica del guerrero singular que persistirá como cultivo del deporte cuya presencia
en la primitiva educación griega, veremos, era predominante, hasta que se impuso un
modelo de escriba literario en la Grecia clásica que fue desalojando al deporte y la cultura
física de la educación.

Bibliografía​ : Marcos Santos Gómez


Profesor en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada.

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