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Dr.

Kléver Silva Zaldumbide


MEDICO ACUPUNTURISTA
Doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad Central del Ecuador
Especialización de dos años de postgrado en la República de China en
ACUPUNTURA Y MOXIBUSTIÓN

El caos nuestro de cada día

Creo que todos tenemos conciencia de que somos un país ingobernable y esa
ingobernabilidad es sólo un aspecto del estado del caos social en que nos
debatimos. ¿Es sólo cuestión de cambiar un gobierno, un modelo, una
tendencia política o al final del día lo que se necesita es un cambio de la
sociedad misma? Se requiere un cambio profundo del esquema jurídico, pero
basta con preguntarnos: ¿De quienes depende estos cambios? ¿Acaso los
mismos que se involucran en actos corrompidos y de delincuencia
organizada, y que muchos de ellos están incrustados en los organismos
responsables de cambiar, autorizar, aprobar, ratificar, validar o legitimar
leyes de devolución de lo robado o cualquier castigo, pena, multa, condena o
penalización? Tal quimera, tal suicidio ético de estos deshonrados
atracadores se desvanece entre sus cinismos y desvergüenzas.
¿Cuál es el país que tiene ex Vicepresidentes en la cárcel por delinquir y les
siguen pagando 4.500 dólares mensuales por sus bochornosos y
desfalcadores actos? ¿Cuál es el país en dónde alguien fue presidente por un
día y tiene dos sueldos para toda la vida? ¿Cuál es el país en dónde se
comprueba que tienen títulos falsos y siguen en sus trabajos estatales?
Mientras al pequeño honesto emprendedor le “pisan los talones” buscando “la
quinta pata al gato” y que a pesar de llevar todo en orden, las entidades de
control de rentas, de seguros, de lo laboral entre otros, siempre le encuentran
alguna falla para multarle, los altos dirigentes se compran mansiones en
Miami.
Faltaría tiempo y papel para la interminable lista de bazofias nauseabundas
que tenemos que ver en el día a día, nuestras noticias no son más que
fabricadores de indignación y decepción que a la larga afectan la tranquilidad
y el bienestar colectivo desde el punto de vista de la salud mental y
consecuentemente física.

Nuestra política es un trauma, una adicción morbosa del ciudadano común.


La vivimos y la sufrimos día a día, nos perturba, nos indigna y nos da
pesadumbre. Es, eso sí, un modus vivendi de un grupo de élite que lucra de
ella, la ocupación de unos pocos y la preocupación impotente de muchos. Luce
como un circo para pendejos, ellos mientras acaban con el país viendo solo su
conveniencia y las del gremio o personaje que los auspicia, y, con sus cuentos
circenses, tienen apendejados al pueblo y a los que sí trabajan honestamente.
Hacemos todo a la inversa, buscamos un salvador, un líder mesiánico
populista o caudillo que nos pone el cartel de pobre en la cara y reparte
pobreza, destruyendo la esencia del ser humano de superación, destruye la
familia sometiendo y condicionando su economía a pretexto de que no les
gusta la propiedad privada, pero bien que la tienen, bien que la disfrutan,
basta “pisarles los talones” y todos los incautos seguidores probarán que
estos avivatos y creadores de mafias organizadas nunca viven de la manera
como dicen pensar.
Estamos acostumbrados a las incongruencias. Estamos muy lejos de construir
una democracia consensuada y sólo el consenso abre los caminos a una
gobernabilidad de cualquier país del planeta. La legitimidad de los
gobernantes es frágil y su mediocridad es enorme y colmada de oportunismo,
y, aunque se creyera que los gobernados no tolerarían el autoritarismo, el
despotismo, la tiranía y la grosería, parece que mediante una especie de
pseudo-hipnosis les controlan con dadivas sembrando, cultivando y
cosechando un ciego conformismo. En Latinoamérica hay una propensión a la
dictadura encontrando un despotismo, una falsa revolución permanente
cambiando sólo de bolsillo el atraco y los desfalcos. Basta con fijarnos nuestra
historia, cada cierto tiempo revolotea la sombra de un tirano, sombra bajo la
cual ni la libertad ni la democracia podrían respirar. Además, nuestra vida es
sólo invención, inconstancia, improvisación, sobresalto e indisciplina con una
tendencia indefectible al desbarajuste y al irrespeto de las normas como
hábito imprescindible. Saltar las leyes haciendo gala de una mezcla de ingenio
y mala fe, más conocida como la “viveza criolla”. Muy emocionales y
seducibles vivimos en la “cultura” del desorden, en el “caos nuestro de cada
día” ante el perverso ilusionismo maligno de los politiqueros de turno que con
discursos patrioteros siempre provocan las crisis del “sálvese quien pueda”.
Estos lactantes del estado han logrado la perfecta obra llamada trivialización
del mal. Imaginémonos ser asesinos, llevarnos por miles de millones y dormir
tranquilos sabiendo que nadie nos buscará pues previamente nos habíamos
apoderado de la justicia y de quienes hacen las leyes. Es ahí cuando parece
que los culpables de semejante crimen no somos nosotros sino los que nos
antecedieron o los que están estos momentos dilapidando la riqueza nacional
y los aportes al estado de la gente que sí trabaja. Qué tranquilo debe sentirse
el criminal en un país en que el dedo que jala el gatillo también es mártir.
Y como no, el incauto pueblo, desconocedor de la verdad oculta, hasta acepta
la corrupción, viendo unas cuantas sobre preciadas y mal hechas obras en una
época de insospechada bonanza parecen ciegos y amputados el raciocinio sin
poder ver algo tan evidente como el grosero endeudamiento externo.
Definitivamente con su fanatismo, no les es posible visualizar el “caos nuestro
de cada día”.

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