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EL FUNDAMENTALISMO

En los últimos años, palabras como fundamentalismo, integrismo, tolerancia, etc., han
adquirido una actualidad tal que las oímos en boca de periodistas, políticos, personalidades
religiosas... Raro es el día que no las encontramos de una manera u otra en el diario. Y ello,
si bien delata que la tolerancia como valor ha llegado a calar hondo en el hombre
democrático, también muestra que está amenazada por múltiples peligros.

¿Por qué hemos de ser tolerantes? ¿Por qué hemos de ceder ante posturas contrarias a las
nuestras especialmente cuando estamos convencidos de la verdad de nuestra posición? Más
aún: ¿cómo ser tolerantes en temas que nos tocan tan en lo profundo como la religión? Los
hombres de las cruzadas pensaban que no podían ser tolerantes porque lo que estaba en
juego era nada menos que la vida eterna, la salvación de la propia alma y la de los impíos
musulmanes. ¿No será, pues, la actual tolerancia religiosa fruto de la resignación a no poder
dominar ya sobre la sociedad?

1. ¿Qué se entiende por fundamentalismo?

El uso común de las palabras fundamentalismo e integrismo tiende a utilizarlas


indistintamente y a entenderlas como sinónimas de fanatismo, radicalismo (en sentido
peyorativo), dogmatismo... Están también ligadas a la intransigencia y rigidez mental. En
todos estos conceptos hay la idea de un exceso, de un tomarse demasiado en serio temas sin
importancia.

Esta es la actitud del fanático. Fanum en latín significa lugar sagrado. El “fanaticus” era el
servidor del santuario y, por la actitud exaltada de algunos de ellos, pasó a tener un sentido
peyorativo. Así, el fanático es aquel que sacraliza de manera intransigente algún aspecto de
la realidad. Y cuando algo se hace tan desmesuradamente esencial impone al sujeto una
exigencia de luchar por esa causa, una lucha que es a menudo violenta.

El término “fundamentalismo” se emplea para referirse a fenómenos y contextos muy


diversos, alcanzando ámbitos que van desde lo religioso, político y cultural hasta lo social,
científico y económico, pasando por lo histórico, artístico y deportivo. Así que no abarca
solamente a la esfera religiosa, sino que se habla, aunque en menor medida, de
“fundamentalismo económico”, “fundamentalismo neoliberal”, “fundamentalismo
artístico” o “fundamentalismo político”.

En sentido estricto, este término fue creado a principios del siglo XX por un periodista
conservador norteamericano para, inicialmente, describir una actitud que manifestaron
teólogos protestantes frente a la interpretación liberal de la Biblia que defendía una nueva
lectura de los textos sagrados y libre de las afirmaciones, según las teorías modernistas,
desfasadas y axiomáticas. Posteriormente, fenómenos análogos del fundamentalismo
norteamericano aparecieron en todas las culturas del mundo dando una dimensión y
extensión planetaria a este fenómeno, de modo que ha merecido ser nombrado “el
fenómeno de los fenómenos”.

Como resultado, el fundamentalismo se ha convertido en objeto de unos abrumadores


estudios, tanto serios como impulsivos, con el fin de aclarar las circunstancias que rodean el
surgimiento de los movimientos fundamentalistas que, fuera de todos los pronósticos,
llegaron a ocupar un importante lugar en el espacio social y político de la mayoría de las
culturas, razón por la que se suele hablar de “fundamentalismos” en plural y no solamente
en singular. Dejando las particularidades que se puedan presentar en cada caso, hay
fundamentalismo cristiano, judío, islámico, hindú y budista.

Una considerable parte de los esfuerzos por comprender el fenómeno ha sido destinada a
precisar y establecer una expresión representativa que sirva para identificarlo de la manera
más apropiada posible, ya que el término “fundamentalismo”, que es el más utilizado, había
suscitado no pocas controversias y estaba en pleno debate.

En efecto, se han barajado varias maneras, tanto en la prensa como en la parcela de los
especialistas, de nombrar la propuesta de los movimientos de carácter político y/o religioso,
especialmente aquellos que reaparecieron en el seno de la sociedad árabe e islámica, que
proclaman la creación de una sociedad basada en los fundamentos entendidos como
sagrados e inherentes a su historia propia. Hay autores que han tildado este fenómeno de
integrismo, tradicionalismo o extremismo, mientras que otros, sobre todo los que
pertenecen al mundo islámico, han preferido hablar de movimientos de revivalismo
religioso, de resurgimiento, de renovación o de restauración. Si revisamos la literatura
correspondiente, vemos que hay autores que utilizan las palabras “fundamentalismo” e
“integrismo” como sinónimas. Para otros el “fundamentalismo” se emplea actualmente para
distinguir lo que antes era denominado “integrismo” considerándolos una sola ideología. En
otros casos observamos que se expresa más ambigüedad e indecisión, puesto que se utilizan
las dos denominaciones conjuntamente: “fundamentalismo integrista”. Mientras que otros
investigadores señalan que el uso común de estas palabras tiende a utilizarlas sin distinción
y a entenderlas como sinónimas de “evangelismo”, “radicalismo” y “dogmatismo”. De
igual modo, el término “fundamentalismo” se compara a menudo con el “activismo
político”, “extremismo” y “fanatismo”.

Así que, a causa de tanta fluctuación de conceptos, el “fundamentalismo” como término


casi ha perdido su capacidad de describir el fenómeno y sus diferentes ramificaciones. Esto
ha creado una evidente dificultad de comprender el fenómeno en su especificidad así como
en su diversidad de modo que la tarea de nombrarlo se ha hecho en ocasiones inútilmente
más compleja. Lo llamativo de este caso es que sea el mundo académico el que alimente la
simplificación y la incertidumbre. Lo cual dificulta el desarrollo de un diálogo eficaz y
serio entre los especialistas de la materia y, por consiguiente, da motivo a dudas y
confusiones entre el gran público.

El “fundamentalismo” no es un término viejo. Si consultamos los diccionarios de habla


española en busca de esta palabra, nos percatamos de que fue incorporada muy
recientemente a cualquiera de los léxicos y enciclopedias que se publican en esta lengua. A
modo de ejemplo, el Diccionario de la Real Academia Española adoptó los artículos
“fundamentalismo” y “fundamentalista” por primera vez en su vigésima segunda edición,
publicada en el año 2001.

2. Origen de la palabra

No hace falta indagar mucho para ubicar el origen de la palabra “fundamentalismo”. Fue
introducida al castellano como resultado de la traducción literal y equivalente de la palabra
inglesa fundamentalism. Como habíamos indicado antes, se aplicó por primera vez a
principios del siglo XX en el ámbito cultural y lingüístico anglosajón para definir la actitud
religiosa del protestantismo baptista norteamericano que estaba firmemente adherido a los
fundamentos de la fe cristiana tomándolos como únicos puntos de referencia válidos y
verdaderos. Frente a la crítica virulenta y desestabilizadora de los progresistas y de sus
métodos crítico-históricos que empezaban a cuestionar la veracidad de la Escritura, varios
grupos protestantes se reunieron para plantarles cara y configurar una respuesta ajustada a
los principios fundamentales de sus creencias con el fin de disipar las dudas surgidas y
recuperar la confianza de la gente en el texto sagrado. En el año 1910 los teólogos
protestantes que participaron en la Asamblea General de los Presbiterianos elaboraron un
documento que resumía en cinco puntos inalienables las doctrinas de la fe cristiana: 1) la
absoluta infalibilidad de la Biblia; 2) el nacimiento virginal de Jesús; 3) la muerte redentora
de Jesucristo para la salvación de la humanidad; 4) la resurrección física, y 5) la
autenticidad de sus milagros.

Entre 1910 y 1915 algunos profesores de la Biblia y evangelistas estadounidenses editaron


una serie de doce volúmenes que, a posteriori, cobraron una importancia capital y se
convirtieron en un punto de referencia simbólica para identificar el movimiento
fundamentalista norteamericano. Estos libros, titulados The Fundamentals: A Testimony to
the Truth, tenían como objetivo dar un testimonio de fe en los fundamentos cristianos frente
al debilitamiento de la credibilidad bíblica. Sin embargo, el impacto de los libros no fue, al
parecer, inmediato y la gente tampoco los acogió con gran entusiasmo.

Así, pues, estos escritos pretendían definir y defender los aspectos fundamentales del
cristianismo. Para ello, usaban como fuente la Biblia interpretada en su sentido más literal.
Con ella criticaron duramente a Darwin porque contradecía el relato de la creación del
Génesis. Si los libros sagrados son de origen revelado ¿cómo admitir la posibilidad de error
en algún contenido suyo? Esta actitud llegó a un extremo tal que en algunas zonas de
EE.UU. se llegó a prohibir a los profesores la enseñanza de las teorías de Darwin. Todos
estos extremismos estaban causados por una nefasta interpretación de la Biblia. El
fundamentalista era, por tanto, la persona que pretendía leer la Biblia sin tener en cuenta ni
los símbolos y géneros literarios que utiliza ni la época en la que fue escrita. Y si siempre
es un error extraer una frase de su contexto dentro de un escrito, no lo es menos desvincular
un texto de su contexto histórico.

3. ¿Sólo fundamentalismo religioso?

Tras haber descrito lo que son los fundamentalismos, surge una segunda cuestión: dónde se
manifiestan, cuál es la amplitud de este término. A partir de esta cuestión, se nos plantean
otros dos interrogantes. El primero consiste en averiguar si el fundamentalismo es algo
inherente al hecho religioso. El segundo, ver si apreciamos este comportamiento en otros
ámbitos de la vida. La primera cuestión nos asalta tan pronto como estudiamos un poco de
historia de las religiones. Las guerras de religión nos salen rápidamente al paso.
Recordamos las cruzadas del pasado, el radicalismo predestinacionista de los calvinistas y
el antiliberalismo de la Iglesia Católica del siglo XIX. Vemos los conflictos entre palestinos
y judíos, entre chiítas y sunitas en Pakistán, entre hindúes y musulmanes en la India, la
guerra de Bosnia y la difícil situación argelina, entre otros muchos problemas existentes. La
lista podría ser infinitamente más larga. Tendríamos motivos para el pesimismo.

Sin embargo, estos radicalismos no son esenciales al hecho religioso, sino su más radical
perversión. La Iglesia católica ha sido durante mucho tiempo intransigente; ha necesitado
de las críticas hechas desde fuera de ella para abogar por la tolerancia, sin embargo no es
difícil percibir que este “nuevo” valor era algo intrínseco del mensaje de Jesucristo.

La existencia, en todas las religiones, de hombres profundamente creyentes de mentalidad


abierta a otras posiciones y de una gran tolerancia (muchas veces a pesar de la persecución)
muestra cómo la intransigencia no es algo esencial al hecho religioso. Pero, aún debemos
decir más: no sólo no es esencial sino que es contraria al mismo. El encuentro con un Dios
perdonador y misericordioso, amante de todas sus criaturas, no puede llevar a una actitud
de juez implacable. Cuando un integrista dice fundamentarse en textos revelados, hay que
preguntarle si al interpretarlos busca la obediencia a Dios o su propia seguridad.

Es fácil ver también cómo las actitudes intransigentes desbordan el hecho religioso.
Encontramos intolerancia en la política, en los enfrentamientos entre ideologías opuestas,
en lo que se ha llamado “fundamentalismo de mercado”, en los crímenes del nazismo y
otros nacionalismos exacerbados, como los de la antigua Yugoslavia o ETA, en los actuales
“skinheads”... También en el racismo y en los enfrentamientos entre seguidores de equipos
de fútbol. ¿Por qué cada equipo tiene sus “ultras”? Finalmente, encontramos intolerancia
incluso en la comunidad científica. T. Kuhn describe muy acertadamente el
conservadurismo científico que rechaza los nuevos descubrimientos de otros científicos -
que contradicen sus propias teorías - por incapacidad de echar por tierra las investigaciones
de toda una vida. Esto le supondría tener que comenzar de nuevo. Y si esto ocurre en la
ciencia... Es pues el ser humano (no la religión o la cultura o la patria) el que está
profundamente expuesto a la tentación fundamentalista.

Nos vamos acercando a las causas de la intolerancia: hay una inseguridad profunda que
impide estar abierto al cambio, a lo otro, a lo diferente. Es cierto que la palabra
“fundamentalismo” se adapta mejor a ciertas formas de vivir la religión. Sin embargo, a
menudo, los partidos políticos, instituciones, movimientos, etc., han de interpretar también
su tradición o su ideólogo fundador, para renovarse manteniendo la identidad. Cabe, por
tanto, una interpretación literal o una adaptación a los nuevos tiempos.

Los extremismos los vemos presentes en la historia, especialmente en el ámbito religioso,


ya que toda la cultura antigua estaba impregnada de referencias a lo trascendente. Después,
el espacio abierto por el retroceso de la presencia religiosa en el ámbito público, obligó a
ciertos individuos de personalidad fundamentalista a agarrarse a otros ámbitos
potencialmente “fundamentizables”. Tal es el caso de algunas ideologías.

Podemos concluir, por tanto, que las actitudes integristas superan el ámbito religioso,
aunque, ciertamente, encuentran en él una tierra muy fecunda.

4. Características básicas de los fundamentalismos

a) La centralidad de un cuerpo doctrinal cerrado y dogmático

En todo fundamentalismo, se apela a un texto sagrado y/o a una tradición pura y originaria,
sin margen para la interpretación libre: Dios se ha manifestado y no hay posibilidad de
conflictos interpretativos, dándose una estrecha relación entre “revelación” y unas
prescripciones morales absolutas y eternas que deben ser objeto de una fiel observancia por
parte de sus seguidores tanto en la esfera pública como en la vida privada. No obstante, el
fundamentalismo es ciego a sus propios ejercicios de interpretación y de selección, los
cuales, con mayor o menor frecuencia, implican innovaciones y variaciones doctrinales
importantes respecto de la tradición donde se insertan.

Este carácter absoluto de una única interpretación hace que aquellas personas que se
apartan de la doctrina establecida puedan ser catalogadas de herejes, infieles y, por tanto,
dignas de castigo. En la historia conocemos muchos ejemplos al respecto.

b) Postura ambivalente ante la modernidad: el pasado al servicio del presente

En los fundamentalismos no existe una oposición a los avances tecnológicos. Incluso,


muchos de los fundamentalistas presentan, con frecuencia, cierta fascinación por los
medios técnicos en tanto que pueden ayudar a la difusión de su mensaje y de sus métodos
(p.ej.: el fenómeno de los telepredicadores en EEUU): sus líderes tienen formación
científico-técnica y no son pobres, analfabetos y de clase baja. Como Fátima Mernissi
indica, los fundamentalistas islámicos no son los más desheredados, sino los que han tenido
algún contacto con Occidente, los que comprenden los horizontes de posibilidades que les
niegan las desigualdades del sistema mundial.

En el resurgimiento talibán que se ha vivido en Afganistán, por citar un caso, las nuevas
tecnologías juegan un papel fundamental. Los insurgentes usan Internet y el celular para
transmitir los mensajes de sus comités al resto de las provincias.

c) Universos simbólicos dualistas y maniqueos en el interior de comunidades dotadas


de fuertes liderazgos carismáticos

En los fenómenos fundamentalistas subyace una concepción dualista de la realidad que


efectúa un claro enfrentamiento entre la gran mayoría secularizada, desviada, herética o
apóstata y un “nosotros” puro y recto, haciendo inviable cualquier espacio para la
interpelación, el diálogo y la trasgresión; quien se sale de las fronteras de la comunidad
creyente puede ser adjetivado y tratado incluso como traidor. En definitiva, todo credo
fundamentalista siempre considerará al otro, al que piensa y actúa distinto como un
enemigo a eliminar de cualquier modo. Para ello se emplean diferentes técnicas, como la
censura, la prisión o, incluso, la muerte. No hay margen para la tolerancia.

Los fundamentalistas incluyen, asimismo, una especie de “dimensión de promesa” o


perspectiva escatológica. Es decir, la comunidad se erige en el hábitat por excelencia donde
tiende a anticiparse la sociedad del futuro. Estos grupos o comunidades cerradas crean las
condiciones ambientales aptas para una socialización fuerte, que persigue construir
identidades monolíticas, cerradas sobre sí mismas e inmunes a los cambios. En semejantes
instituciones totalizadoras reviste una especial importancia el liderazgo carismático de un
individuo que ejerce su autoridad como auténtico intérprete de la voluntad de Dios, de la
escritura y/o de la tradición. Las instituciones fundamentalistas cultivan relaciones de
dependencia de uno o varios líderes, a los que se tiende a rendir cierto culto a la
personalidad; son presentados como encarnación del espíritu religioso, llegando
frecuentemente a sustituir al mismo espíritu o carisma o suplantando al fundador de la
religión.

d) La violencia y su dimensión regeneracionista

Hace más de una década, François Houtart recordaba que resulta demasiado fácil y simple
afirmar, de modo un tanto apologético, que las religiones son esencialmente no violentas y
que somos los seres humanos quienes, individual o colectivamente, las desviamos de su
sentido. Insistía provocativamente en que “en realidad, las raíces de la violencia se
encuentran hasta en lo religioso”.
Las prácticas violentas - que oscilan entre la presión intimidatoria y la aniquilación del
adversario - se convierten en la última razón al servicio de la reconstrucción en el presente
de un supuesto paraíso perdido y conllevan un proyecto sociopolítico revestido en casos
extremos de connotaciones teocráticas. El código ético que sirve de refrendo a semejante
imaginario subraya la autoinmolación resistente mediante los binomios matar/morir y
conmigo/contra mí y la relativización del derecho a la vida y a la integridad física en
situaciones que atentan contra los derechos sagrados de Dios. En semejante definición de la
realidad no queda margen para la existencia de las víctimas, la culpa y la inocencia se
convierten en nociones sin sentido: no hay víctimas inocentes sino cómplices. A este
proceso le sigue una suerte de ‘borrado’ de las víctimas, una eliminación de la humanidad
del ‘enemigo’. Al concentrar todo lo que les desagrada en una única fuerza, los
fundamentalistas defienden cualquier acción que les sirva para luchar contra lo que
consideran la amenaza principal de su doctrina y la justifican de las más diversas maneras.

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