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DESDE EL DERECHO EGIPCIO AL DERECHO DE LOS ROMANOS

Hans Jürgen Adler

La milenaria civilización egipcia, entre sus evidentes adelantos culturales, también

incluye su cultura jurídica y sus instituciones, todo un legado cultural que a través de los

tiempos ha pervivido en las civilizaciones posteriores, en otros continentes, en otros

pueblos muy diferentes. Espacio y tiempo son dimensiones que permiten identificar en el

proceso de la historia instituciones del derecho que posibilitan reconocer que el actual

derecho de Occidente -con todo y la contemporánea globalización-, se fundamenta

mayormente en las instituciones jurídicas del Imperio romano. Y aquí es donde interviene

la historia para aclararnos que tal afirmación no es del todo cierta. En realidad, el derecho

de Roma fue apenas una estación en el itinerario de un viaje civilizatorio que empezó

muchísimo antes, miles de años atrás, en Sumeria y en Egipto.

La verdad es que Roma fue un tardío receptor de las instituciones jurídicas egipcias,

proceso que sucedió a través de la cultura griega y de su vigencia en toda la cuenca del

Mediterráneo, por cuenta del acervo cultural que había sido constituido a través de milenios

de fundamental ascendiente cultural de la civilización egipcia y, en especial, de las

relaciones directas de los griegos con los egipcios.

El hecho de existir en Roma temas jurídicos sobre contratos, obligaciones, impuestos,

administración territorial, administración pública, administración judicial, organizaciones

colegiadas referidas a oficios y cofradías, la institución del escriba o notario, el registro, la

fe pública, la autenticación de los actos jurídicos, el archivo organizado de los documentos


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jurídicos, etc. esto es solo una pequeña muestra del complejo de instituciones y operaciones

jurídicas que la civilización egipcia transmitió a los pueblos que influenció a lo largo de los

siglos desde su particular enclave geográfico.

De este modo, la historia muestra cómo, paso a paso, a lo largo de milenios la cultura de

los egipcios se difundió por toda la región oriental del Mediterráneo, y esta circulación

incluyó su cultura jurídica, por tratarse del país más rico y culturalmente más adelantado

por entonces.

En el Egipto de los faraones la legislación era emitida para tratar sobre materias

determinadas, promulgando normas sobre soluciones de derecho o sobre temas coercitivos.

De ahí que, sin el estilo de sistematización codificadora de la Modernidad, ciertamente la

preceptiva establecida por el faraón correspondía a lo que hoy se entiende por ley, es decir,

esas disposiciones contenían los requisitos que corresponden a lo que la teoría jurídica

actual estima adecuados para la noción de ley, como un Estado, una Administración

Pública, una organización de funcionarios especializados en materia jurídica, una

legislación expedida formalmente y, el establecimiento material de las leyes por el poder

central.

En relación con lo judicial, el sistema jurídico egipcio comprendía, además de la

vigencia legal de las normas, una significativa práctica de la mayor importancia histórica,

establecida originalmente muchísimo antes que en los subsiguientes sistemas jurídicos de

las civilizaciones posteriores: la existencia y aplicación de una jurisprudencia creadora.

Esta colección era identificada como jurisprudencia del Chaty (después denominado por los

europeos Visir), siendo éste, después del faraón, el más alto funcionario estatal, el cargo
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más importante en el Estado. Entre sus muchos títulos y dignidades, como la de primer

ministro, el Chaty, era la máxima autoridad en la organización judicial.

Ya desde el Imperio Antiguo (2686-2173 a.C), en Egipto, jurídicamente existía toda

una estructura judicial estatal que cumplía con una tramitación procedimental organizada

metódica y técnicamente, tal y como la tenemos en el presente. Una nación como la

Egipcia, cuyo proceso histórico demuestra ventajosamente un grado de civilización y

refinamiento cultural superior, por milenios, a lo que en aquel tiempo apenas era una

modesta congregación tribal recolectora que deambulaba por la región central de Italia –que

fundó Roma parcamente en el año 753 a.C.–, es, pues, la faraónica, una civilización que,

dado su gran desarrollo, necesariamente influyó en los pueblos circundantes, y mucho más

en los pueblos con los que sostuvo, también durante siglos, estrechas relaciones

económicas, culturales y hasta militares, como es el caso de los griegos. Muchos siglos

después, con ocasión de la redacción de la Ley de las Doce Tablas, hacia mediados del

siglo V a.C. (454 a.C.), fue cuando el Senado romano delegó una comisión de tres

magistrados para que fueran a Atenas a recibir instrucciones detalladas sobre la legislación

(594 a.C.) instaurada por Solón (638 a.C.-558 a.C.), quien se había destacado como

Arconte y legislador y, precisamente, había redactado la nueva Constitución ateniense,

fundamentada en el principio igualitario ante la ley.

Es oportuno recordar, según la documentación histórica, que los romanos, sabedores de

la gran distancia que los separaba de los evolucionados adelantos culturales de los griegos,

guardaban una enorme admiración por todas la manifestaciones de la cultura griega, cultura

que siempre fue su arquetipo y que imitaron sin reservas. Poco después de haber
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conquistado Grecia (146 a.C.) tras vencer en la batalla de Corinto, y asignándole el imperial

tratamiento político de protectorado, consideraban los romanos que aunque los griegos

habían sido vencidos en franca guerra, en realidad éstos habían resultado vencedores, en

razón de su cultura. Este reconocimiento se comprueba desde antes de la conquista, porque

los romanos ya se habían encargado de traducir, reproducir y asimilar el acervo cultural

helenístico, y se evidencia también cuando inmediatamente después de la conquista

empezaron a utilizar el idioma griego –que era el de todo el oriente del Mediterráneo–

como su idioma administrativo y, además, para complementar, se valieron de la cultura

griega como eficaz fórmula de prestigio apropiada para la promoción de su política

imperial.

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