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Cómo fue que ocurrió este horror en los Montes de María?

Medio centenar de masacres, casi


cuatro mil asesinatos políticos, doscientos mil desplazados, campos desolados, tugurios en las
ciudades. ¿Por qué tanta impunidad, si eso no era selva, y había fuerza pública y fiscales, jueces y
gobierno, iglesias y organizaciones civiles? ¿Cómo podían matar a su gusto y luego salir por las
carreteras sin que nadie los detuviera, estando a un par de horas de Cartagena, la capital del
turismo colombiano? ¿Por qué nadie protegió a esos campesinos corajudos que llevaban más de
dos décadas luchando por su tierra? ¿Cómo no fueron escuchados estos pobladores de cultura
ancestral ricos de palabras y de música de gaitas y de tambores? ¿Cómo fue que quienes se
proclamaron sus “salvadores” los arruinaron y solo les dejaron una tristeza honda en sus
corazones?

El paramilitarismo nació en 1997 en una reunión en la finca Las Canarias de la zona rural de
Sincelejo que pertenecía al ex gobernador Miguel Nule Amín. Esto dice la versión oficial, si es que
se le puede llamar así al inicio formal de una guerra clandestina. Se hizo para sellar una alianza
contra-guerrillera entre un centenar de finqueros y políticos con algunos jefes paramilitares que
vinieron del vecino departamento de Córdoba. Eso atestiguaron ante la justicia varios asistentes.

Sin embargo, cuando se mira más de cerca desde dos décadas atrás, el conflicto en los Montes de
María ya venía subiendo de tono una guerra sorda y sucia, mucho antes de que los jefes de las
autodefensas de la vecina Córdoba, Mancuso y Castaño, hubieran siquiera pisado estas tierras.

“La primera finca con ‘paras’ fue en corregimiento de Carboneros, municipio de Chinú (Córdoba)
por allá al comienzo de los ochenta”, recuerda Jesús Pérez, líder del movimiento agrario de
Palmitos de 75 años y conocedor reputado de la historia local. Y luego explica que en la vereda
Bajo de la Alegría en San Pedro y en La Mojana, al sur de Sucre, aparecieron también hombres
armados.

Los organizaron hacendados y políticos, que eran los mismos, pues desde tiempos de la colonia,
un puñado de familias eran las dueñas de esas tierras. Por siglos, los García, los Guerra, los De la
Ossa, los Badel, los Martelo, entre otros, habían mandado en casi todo en estos montes verdes de
ceibas milenarias. Al despuntar los setenta, sin embargo, la reforma agraria de Lleras Restrepo
anunció que iba a titularles tierras a arrendatarios que por años habían labrado las fincas de sus
patrones. Los hacendados reaccionaron asustados y sacaron a miles de campesinos arrendatarios
de sus fincas. Viéndose atacados, los otrora fieles siervos se organizaron con apoyo oficial en la
Asociación de Usuarios Campesinos, más conocida por su sigla Anuc. Y, al son del acordeón y con
el canto de “la tierra es pa’l que la trabaja”, volvieron a las fincas donde habían vivido por
generaciones y las ocuparon exigiendo pacíficamente que se las titularan. Invadieron más de 400
haciendas, según los cálculos que en 1976 hizo el investigador Alejandro Reyes.

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