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Introducción:

El humanismo manifiesta que las sensaciones dolorosas que sufre el sujeto


tienen su esencia en la conciencia. Cuando para el sujeto se desata el evento
traumático, como la muerte del ser querido, se genera en él la necesidad de darse
cuenta de que el ser querido ya no está en la realidad y que no regresará nunca
más; se produce un choque entre el individuo y la realidad que debe enfrentar y
entonces se genera la ruptura súbita del vínculo de amor que simbólicamente los
mantenía ligados.

Teniendo en cuenta que el humanismo como corriente psicológica cree en la


capacidad que tiene el sujeto para aceptar las pérdidas y lograr trascender a partir
de ello, Frankl (2004) expresa que el duelo es un proceso que se lleva a cabo a
partir de vivencias traumáticas que afectan a la persona, según su experiencia en
los campos de concentración nazis, en donde por varios años experimentó
sentimientos encontrados en sí mismo y los vio en sus compañeros de prisión,
quienes tenían como único sentido de vida precisamente lograr sobrevivir, por
encima de sus propias dolencias y sin darle importancia a nada más.

“Reflexiones filosóficas en torno al duelo”


Michel de Montaigne, siguiendo a Cicerón, dijo que filosofar no es otra cosa
que prepararse a morir. Lo dijo porque creía que el estudio aparta la mente del
cuerpo y la ocupa fuera de él, de manera semejante a ella. También lo expresó
porque creía que toda sabiduría se reduce a ese punto: a enseñarnos a no temer la
muerte. Montaigne sabía que el fin del hombre no es la felicidad, sino la
voluptuosidad, es decir, la complacencia en los placeres de la vida. Por eso es que
solemos despreciar los accidentes de ésta, como la pobreza y el dolor. Sin embargo,
la vida está llena de ellos. Como bien señala Fernando Savater, “la vida, en el único
sentido de la palabra que conocemos, está hecha de cambios, de oscilaciones entre
lo mejor y lo peor, de imprevistos”. La muerte, no sólo es un accidente más, sino es
la finalización de todos los demás accidentes e imprevistos. Decía el filósofo
francés: “es la muerte la meta de nuestra carrera, es necesario que apuntemos a
ella, si nos espanta, ¿cómo será posible dar un paso sin fiebre? El remedio del
común de los mortales es no pensar en ella”. Evocarla, es provocar miedo. Ya que,
como dice Savater, nada positivo nos ofrece para pensar, pues, significa algo
negativo: la pérdida propia de los goces de la vida, o en el caso de la muerte ajena,
el abandono permanente de los seres amados, y en el mejor de los casos la
finalización de un sufrimiento que se anula con la inexistencia.
No obstante, tal cosa, el filósofo Karl Popper considera que “es la certeza
práctica de la muerte lo que contribuye, en gran medida, a dar valor a nuestras vidas
y especialmente a la vida de los demás. No valoraríamos la vida si ésta estuviese
avocada a proseguir para siempre”.
Sin embargo, esto no quita el miedo a la muerte. Para Montaigne, la solución
a dicho sentir está en pensarla. Pensémosla.
Primero que nada, ella a la razón, le es un absurdo, pues no le atañe, al vivo
porque está vivo, ni al muerto, porque está muerto. Podríamos pensar que antes de
nacer era la nada, la muerte eterna y que de ella escapamos al haber nacido, como
suponían Lucrecio y Lichtenberg. Pero esto, no aclara en nada su misterio. No
sabes nada del antes, como del después de nuestra vida. No hemos comprobado
si hay un más allá, y a veces, las religiones, parecieran tener un desprecio por la
vida, al apelar a otra forma superior de existencia a la que sí valoran. Y si bien, para
los creyentes esto puede no ser cierto, el único vehículo que tienen para esa certeza
es abrazarse a este mundo, con fe en un porvenir, más allá de lo que la razón puede
con certeza decir. Por otro lado, el tiempo que se deja, el que se abandona con la
muerte, es tan ajeno como el que existía antes de nuestro nacimiento. Irónicamente,
la muerte es lejana, ajena, indiferente, incognoscible, pero a la vez, es tan personal,
cercana, abrumadora e inminente. Ella es democrática e intempestiva para todos.
Por eso, dice Fernando Savater, “morirse no es cosa de viejos, ni de enfermos: dese
el primer momento en que empezamos a vivir, ya estamos listos para morirnos”.
En ese tenor y a sabiendas de su inmediatez, Michel de Montaigne se
preguntó cuántas maneras tiene la muerte de sorprendernos, ya que, citando a
Horacio, decía que nunca podemos prever suficientemente los peligros que nos
acechan a cada instante. Podemos morir de la manera menos imaginada, de la más
absurda e inverosímil. La muerte –si no está anunciada por una agonía- ocurre de
la manera y en el momento menos pensados. Siempre su sombra nos acompaña.
Pero Montaigne no proponía temerla, sino enfrentarla y combatirla, sabiendo
precisamente que, a cada rato, en cualquier lugar puede suceder. La muerte es
segura y su momento es incierto. Así, pues, recomendó vivir como señalaba
Horacio: viviendo como si cada día fuera el último. Añade el texto de Montaigne:
“No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La
premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir,
aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción”. Vivamos
con intensidad y realicemos nuestros proyectos, que la vida no será suficiente para
culminarlos.
“El duelo como experiencia de formación”
El Dr. José Manuel López Estrada expone que el duelo ha sido objeto
privilegiado de la psicología, ya que desde el punto de vista del psicoanálisis y la
psiquiatría ha partir de las investigaciones en esos campos ahora se posee un
conocimiento detallado del proceso que sigue a la perdida en lo que respecta a
emociones conductas y pensamientos, pero el Dr. Expone la posibilidad de
expresarlo desde perspectivas distintas y retomarlo desde la pedagogía
transversalmente con la tanatología y la educación.
Colocarnos en un campo distintas al psicólogo nos invita a ampliar la visión
favoreciendo una visión fenomenológica, que no parta de supuestos teóricos ya
dados o sedimentados.
El duelo debe entenderse como un descubrimiento teórico, aproximarnos a
la perdida como acontecimiento y al duelo como experiencia para proponer una
reflexión cuyos ejes son el tiempo, el espacio y el sentido en torno al duelo, es decir,
pasar al ámbito de las emociones a la percepción.

En el supuesto que estemos saliendo de un duelo siendo otra persona, pero


nos interesa reflexionar sobre el sentido y el significado de esos cambios como
identidad, subjetivación y pertenencia, para poder desplegar un comportamiento del
sentido comunitario que de ahí surge.
Metodológicamente el trabajo del Dr. José Manuel se encuentra dentro de la
perspectiva de Nietzsche y la hermenéutica fenomenológica de Gadamer.

Propone una reflexión en ejes temáticos, el primero la necesidad de pensar


al ser humano relacionado con la muerte, hecho que la tanatología toma como su
campo de reflexión e investigación.
Por otra parte, expone que dicha racionalidad define la condición humana el
en plano antropológico, siendo el hombre un animal que se relaciona con la muerte,
lo que significa que es una condición para la humanización de hombres y mujeres,
así como para el desarrollo de una conciencia humana de la muerte. Por otro lado,
define nuestras condiciones ontológicas.

El tercer eje expone al duelo como una experiencia donde podemos observar
la racionalidad del hombre con la muerte, así como sus implicaciones en la
antropología y en lo ontológico, al mismo tiempo contiene una dimensión formativa
que lo vincula directamente con la educación.

“Teoría de la recuperación del sujeto”

La teoría de la recuperación del sujeto busca presentar los aportes de los


Derechos Humanos para la construcción teórica sobre el duelo, señalando la
necesidad de teorizar el duelo desde los derechos fundamentales pensando en la
dignificación de la persona, a pesar de que históricamente se ha reconocido la
sublimidad de la existencia humana, los eventos cotidianos que vulneran los
derechos humanos rompen con la dignidad del ser humano impidiendo que las
personas puedan recuperar subjetividad, lo que victimiza a las personas y le impide
resignificar la experiencia por la falta de la existencia de los mecanismos jurídicos
que permiten reivindicar las vivencias de los Derechos Humanos desde el proceso
pedagógico y desde lo empírico.

El criticismo del idealismo y su yo trascendental transformó la previa "filosofía


de la subjetividad" en "filosofía de la experiencia".
Esta nueva filosofía no es una visión sustancialista de la ontología, sino una
visión comunicacional, que percibe las estructuras reales como totalidades
emergentes de sistemas relacionales. Esta nueva visión superó los viejos dualismos
con sus problemas, especialmente el subjetivismo de la conciencia, pero trajo
consigo otras dificultades como la desaparición del sujeto en el pensamiento
heideggeriano temprano.

La eliminación del sujeto puede ser constatada también en el


estructuralismo, pero yo creo que no es posible una psicopatología sin un sujeto
propietario de su cuerpo, de su mundo y de su vida.

La superación del idealismo erradica al sujeto a priori, pero es compatible


con la emergencia del sujeto desde la mismidad consistente y persistente del
proceso relacional de la vida. Este último es un sujeto a posteriori, como vemos en
la psicología y epistemología genéticas de Piaget.

En la filosofía y antropología filosófica este proceso ha sido descrito


profundamente por Zubiri en cuatro pasos: el nivel del “me” (esto me afecta), que
transforma lo meramente vivido en explícitamente vivenciado. El nivel del “mi” (esto
es mío) y el nivel del yo (yo hago esto), los cuales soportan la posibilidad de la
alienación de lo propio. Por último, el nivel del “yo mismo” (yo mismo realizo esto),
que señala al sujeto personal, el real propietario de la vida personal por apropiación.
Si este último proceso no es realizado por la persona, se generan las estructuras
psicopatológicas por una despersonalizada desapropiación.

Conclusión:

Ahora bien, algo que es real, es que es mejor una muerte rápida que una
lenta para el que fallece; no así para su familia y allegados. El moribundo y sus
seres cercanos se ven muy acongojados por la lentitud de su muerte. En el primero,
el efecto es muy negativo, pues le anuncia con bombo y platillo el final de su
existencia; en los segundos, a pesar del dolor, prepara el terreno para la aceptación
de dicho evento, abre la posibilidad construir un duelo y cerrar algunos círculos.
Montaigne, pensando en el que muere, dice: “¡Feliz muerte aquélla que priva de la
posibilidad de preparar tal pompa!”. Ahora, pensemos en ese caso: ¿cómo evitar el
golpe, cómo no generar rencores, ni deudas hacia los muertos entre los que
resentimos un deceso inesperado? Viviendo plenamente con ellos y de la mejor
manera posible mientras estén y estemos vivos. Dice Fernando Savater que la
muerte nos conduce a pensar, a tener pensamientos verdaderamente propios, una
vez que nos enteramos que somos mortales. Savater considera lo siguiente: “sea
temida o deseada, en sí misma, la muerte es pura negación, reverso de la vida que
por tanto de un modo u otro nos remite siempre a la vida misma, como el negativo
de una fotografía está pidiendo siempre ser positivado para que lo veamos mejor.
Así que la muerte sirve para hacernos pensar, pero no sobre la muerte, sino sobre
la vida”.
No cabe duda, tenía razón Montaigne, la filosofía prepara para la muerte.
Vivamos filosóficamente. Dicho lo anterior, el que tenga oídos, que oiga.

Referencias
Arendt, H. (2011). La condición humana. Argentina: Paidos.

Argullol, R. N. (2004). Del Ganges al Mediterráneo. . España: Ciruela.

Caruso, L. (2007). La separación de los amantes. México.: Siglo XXI.

Cortés Zúñiga, M. M. (2009). Reflexiones filosóficas en torno al duelo. En "Pensar del duelo
desde la Teoría" La Rueca de Penélope. Ciudad de Mèxico: Thanatos.

Kant, E. (1781). Critica de la razón pura. . Madrid: Espasa Calpe.

Lòpez Estrada, D. (2009). El duelo como experiencia de formación. En "Pensar del duelo
desde la Teoría" La Rueca de Penélope. Ciudad de México. : Thanatos.

López Galicia , M. (2009). Teoría de la Recuperación del sujeto. En "Pensar del duelo desde
la Teoría" La Rueca de Penélope. Ciudad de México.: Thanatos. .

Montaigne, M. (1985). Ensayos I. . Madrid. : Catedra. .

Pascal, B. (2004). Pensamientos. Madrid: Alianza.

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