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Un ángel en la tierra*
Con su morral en bandolera, con lápiz y cuaderno, Horacio era poeta de a pié, en la calle
o en los bares, frente al mar o en la montaña, no sólo escribía poesía, él era poesía.
Renegaba de las instituciones, de normas y convenciones, diría que del saber
preestablecido en general. A la manera nietzscheana pensaba y transmitía con vocación
docente, la libertad en el pensar y en el hacer, particularmente en el ámbito de la
literatura.
Poco tiempo antes de morir, mi hija Ailén mantenía con Horacio un fluido intercambio
a propósito de sus primeras incursiones literarias. Ella argumentaba citando a Sastre o
algún otro, Horacio le decía que a él le importaban sólo sus propias opiniones. Así
pensaba, así vivía y transmitía en forma permanente.
Algunos habrán dicho que era un niño, casi un inocente. Nadie puede ser siempre
bueno, siempre desinteresado, siempre generoso. Sólo un niño puede. Pues bien, yo no
he conocido de él otras facetas. De hecho no era niño, y menos inocente en el sentido
vulgar de la palabra. Pero vibraba en una “longitud de onda” diferente, como una locura
de bondad, fraternidad e inocencia creadora invulnerables.
Las siguientes estrofas escritas por Chamalú, indio quechua que vive en Cochabamba,
Bolivia, de alguna manera describen el andar de Horacio Rossi por el mundo:
Soy guerrero
mi espada es el amor
mi escudo, el humor
mi hogar la coherencia
y mi texto, libertad
*Guillermo Heredia
Noviembre de 2008
Homenaje*
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