El Matrimonio es una sociedad que se constituye por la unión marital del
hombre y de la mujer, contraída entre personas legítimas, y que lleva a mantener una íntima costumbre de vida, permanente y monógama.
El carácter de sociedad propio del Matrimonio como institución natural
es uno de los rasgos esenciales que lo constituyen; y, como toda sociedad, está dotado de características y fines propios que lo configuran y especifican de tal manera que, si éstos faltasen, dejaría de tener sentido hablar de semejante sociedad. Esas características esenciales son: la unión permanente entre un hombre y una mujer ordenada a unos fines comunes; procreación y educación de los hijos en primer lugar y, secundariamente, a la ayuda mutua y remedio de la concupiscencia.
Todo ello es consecuencia de un libre pacto por el que ambos cónyuges
hacen mutua donación del derecho sobre el propio cuerpo en orden a los actos requeridos para procrear. Donde falten esos elementos esenciales no podrá hablarse de verdadero Matrimonio (natural).
Es posible distinguir así en el Matrimonio, como institución natural, las
relaciones específicas que surgen entre marido y mujer (sociedad o comunidad conyugal), y el pacto que da lugar al nacimiento de esas relaciones. El pacto o contrato es propiamente causa del vínculo, de la unión, y recibe el nombre de Matrimonio in fieri, reservándose para el vínculo la denominación de Matrimonio in facto. El pacto lo hacen los esposos a través de su “SÍ” y el vínculo lo crea Dios cuando recibe el sí de los esposos.
Según nos enseña Santo Tomás de Aquino, la esencia del Matrimonio
reside en el vínculo que nace al prestar los cónyuges el mutuo y libre consentimiento[4]. Éste ha de realizarse con unas características propias, de tal forma que sólo así los actos a los que se ordena serán moralmente lícitos.
El Matrimonio como institución natural implica un convenio específico
entre un hombre y una mujer, que “lo hace totalmente diverso no sólo de los ayuntamientos animales realizados por el solo instinto ciego de la naturaleza, sin razón ni voluntad deliberada alguna, sino también de aquellas inconstantes uniones de los hombres, que carecen de todo vínculo verdadero y honesto de las voluntades y están destituidas de todo derecho a la convivencia doméstica”[5] . El Matrimonio se especifica, pues, por la absoluta unidad del vínculo, contraído por libre voluntad, de modo indisoluble, y ordenado a la procreación.
De ahí, por tanto, que como institución natural pueda hablarse de
verdadero Matrimonio cuando concurren las características mencionadas y que se considere legítimo y verdadero Matrimonio el contraído también entre infieles (no bautizados), siempre que se salven las propiedades esenciales del mismo.[6]
Cada Matrimonio particular, en cuanto es unión conyugal entre un
hombre determinado y una determinada mujer, no se realiza sin el libre consentimiento de uno y de otro esposo… Esta libertad, sin embargo, sólo tiene por fin que conste si los contrayentes quieran o no contraer Matrimonio y con esta persona precisamente; pero la naturaleza del Matrimonio está totalmente sustraída a la libertad del hombre, de suerte que, una vez se ha contraído, está el hombre sujeto a sus leyes divinas y a sus propiedades esenciales.
En la Encíclica Casti connubii (a. 1930) de Pío XI se dice:
“El Matrimonio tiene solamente lugar a través del libre consentimiento
de ambos contrayentes”. Objeto de esta unión de voluntades, que “no puede ser sustituida por ningún poder humano”, es, con todo, solamente esto: “que los contrayentes quieran o no contraer realmente Matrimonio, y, a decir verdad, con una determinada persona”. Por otra parte, la naturaleza del Matrimonio “está completamente sustraída al capricho de los contrayentes, de modo que quien haya contraído una vez Matrimonio se someta a las leyes divinas y a la naturaleza intrínseca del mismo” (Cfr. DS 3700).
Mientras otros contratos están sujetos al libre convenio de los
contrayentes, el contrato matrimonial está determinado en su contenido por su misma naturaleza, es decir, por Dios mismo. La celebración del Matrimonio en la forma contractual de modo que cree una obligación ante Dios y ante los hombres es una exigencia del orden social y, al mismo tiempo, una manifestación del amor conyugal, que se expresa a través del juramento santo como unidad, indisolubilidad y exclusividad.