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La prudencia, hábito cognoscitivo práctico de lo singular y concreto, ordenada a la acción libre y responsable, es, si se
ordena a la praxis realizada con las solas fuerzas naturales y con relación a un fin bueno particular de la vida humana,
una virtud natural, pero imperfecta, y si se orienta al fin último de la vida, tendremos la virtud de la prudencia perfecta;
pero si tiende al fin último de la misma bajo la acción de la gracia, tendremos la prudencia infusa sobrenatural. La
prudencia natural es un hábito adquirido por la repetición de los actos, los cuales van modelando al sujeto,
capacitándolo para que, de un modo cuasi connatural, evite el mal, siga el bien y lo realice lo más perfectamente
posible. Por tanto, no es una cualidad innata, sino que su adquisición requiere deliberación ponderada, discreción
adecuada, entrega generosa y asidua, diligencia solícita, circunspección minuciosa, y toda una serie de actitudes que,
como cortejo armónico, acompañan y posibilitan sus funciones. Así como el artista o el científico pueden ser hombres
carentes de rectitud, como tantas veces se ha dicho, no así el hombre prudente. En él no cabe desorden, pues, por el
mismo hecho, dejaría de ser prudente. Junto a la virtud natural de la prudencia puede darse la virtud sobrenatural
resultante de la infusión de la gracia, ya que con ella se dan todas las virtudes. Con ella el hombre queda perfectamente
orientado al fin total de la vida humana, que es Dios, y bajo la acción del Espíritu Santo podrá asumir los medios
correctos para su salvación, ya porque en docilidad al mismo Espíritu descubra por sí mismo los caminos
proporcionados, ya porque busque el consejo de los expertos cuando por la complejidad de las situaciones no vea con
claridad qué postura adoptar. Conviene, sin embargo, advertir que la virtud infusa, si es verdad que da la orientación
recta por su tendencia objetiva al fin, sin embargo, no adiestra o habilita si no se corrobora mediante la repetición de
actos hechos bajo la gracia, a diferencia de la natural, que surge precisamente como consecuencia de la conformación
derivada de los mismos actos. Por otro lado, si la gracia surge una vez adquirido el hábito natural, entonces los actos de
la virtud infusa imperan los actos de la virtud natural, los aumenta y los p erfecciona, debido al impulso y dirección
propias de la virtud infusa imperante, mucho más firme e infaliblemente 51. De todo lo cual se deduce lo necesaria que
es la adquisición de la prudencia en el orden natural, lo convenientísimo de la virtud infusa y la diversidad del principio
fontal originante de una y otra, a saber: los actos humanos, realizados por el propio esfuerzo en la natural, y la infusión
gratuita y benevolente de Dios en la sobrenatural. Si esta armonización se llega a realizar, el hombre queda equipado
para dirigirse y poder comportarse virtuosamente en el campo propio, para ordenar los actos de las demás virtudes; y
aquí radica el gran dinamismo de la prudencia frente a los falsos conceptos de la misma, al considerarla frecuentemente
como la virtud de la mediocridad, de la mezquindad, el   de la precaución, del ahorro, o bien como una
cierta actitud de contemporización que rehúsa tomar un partidoamenaza las decisiones y mira sobre todo a apartar las
responsabilidades 52, cuando rectamente entendida es la virtud de las iniciativas, del riesgo responsable, de las grandes
decisiones, desafíos y afrontamientos 53. En expresión reiterada de Santo Tomás, es la causa primera por la que las
otras virtudes son propiamente virtudes 54, es la medida de la justicia, de la fortaleza y de la templanza 55; a todas las
informa 56, en todas actúa y a cada una la hace partícipe de sí misma, perfeccionando todas las demás virtudes morales
57. La prudencia es un principio activo, constante, sin descanso, no conoce vacaciones, como no las conoce el hombre
en marcha hacia su infinito bien 58. Es más, su actividad se extiende hasta las virtudes teológicas, mandando en
ocasiones el ejercicio de sus actos. De ahí que, ante esa perfección que otorga la prudencia, se la haya denominado
quinta esencia de la mayoría de edad y emblema de la libertad moral 59, hábito que, como el director de una sinfonía,
produce la gran obra de la virtud humana 60.

, 51 «La virtud infusa de la prudencia la recibe cada uno por el bautismo. Esta prudencia, recibida como don, va referida de modo exclusivo,
como advierte Santo Tomás, a lo necesario para la eterna salvación, pero hay otra prudencia más perfecta a ún que no es ya don inmediato del
bautismo, pero que dispone al hombre a 'proveer' para sí y para otros no sólo acerca de las cosas que son necesarias para la salvación, sino
también en cuantos asuntos atañen a la vida humana: es esa prudencia en donde la gracia divina se une al 'supuesto' de la virtud natural»
(PIEPER, J., Y  
    G adrid, Rialp, 1976] p.47). 384

52 LABOURDETTE, A.,     I: Y   Rev. Thom. 50 (1950) n.1, 221.
53 Cf. PERRIN, J., Y                  
    en    Cahiers de la Vie Spirituelle (París 1948) p.65 -92; THIBON,
G., Y          Étud. Carm. 24 (1939) I 47 -70; cf. BRIHAT, D.,   
  (París 1966).
54  a.6; 2-2 q.51 a.2. 56   q.14 a.5 ad 11.
55 1-2 q.64 a.3;  a.13. 57  a.6.
58 RAULIN, A., Y   en        II (Barcelona, Herder, 1959) p.532.
59 PIEPER, J., Y  
    p.71-72.
60 GÓ EZ ROBLEDO, A.,         ( éxico, FCE, 1957) p.194.
61  ! 3 d.33 q.2 a.2.3; 1 q.22 a.1 ad 1; 2 -2 q.47 a.6.7. Que denomina sindéresis (2 -2
q.47 a.6 ad 1). 62 1-2 q.94 a.3.
63 2-2 q.109 a.2; q.114 a.7; q.137 a.1; q.149 a.2. 65 2-2 q.47 a.6 ad 1.
64 2-2 q.47 a.6 ad 1; De   q.5 a.1 66 RA REZ, S., Y   p.99.

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