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El cerro Ancón queda en la Zona del Canal y se convierte en el símbolo del territorio perdido,
cantado en hermoso poema por la poetisa Amelia Denis de Icaza. Pero esa situación del
enclave colonial no puede durar eternamente. Mientras tanto, Panamá está creciendo y se está
poblando; los panameños, en especial los jóvenes estudiantes, son cada vez más conscientes
de que tienen clavado en el corazón de su territorio la espina de una colonia extranjera, en
donde son vejados todos los días. Territorio en el que además se impide que se aplique
plenamente la soberanía panameña. Nace así desde principios de la década de 1950 la religión
de Panamá soberana con sus rituales laicos, se fortalece el nacionalismo que se extiende a
todas las capas sociales y aparece la siembra de banderas por parte de grupos de patriotas en
la Zona del Canal. Es un gesto pacífico pero lleno de fuerte significado simbólico que tendrá
felices consecuencias mucho más tarde, a fines de la década de 1970.
Gracias a los conocimientos brindados por Finlay, Gorgas pudo desarrollar una estrategia que
le permitió controlar los criaderos de insectos y reducir dramáticamente la tasa de mortalidad
en La Habana, que en el año 1900 consistió sorprendentemente de 34 defunciones por 1000
residentes. En 1901, la fiebre amarilla había desaparecido.
CONDICIONES EN PANAMÁ
Pero todos sabían que la situación de Panamá era bastante más complicada y difícil.
De acuerdo con las memorias transcritas por su esposa Marie, (recogidas por David
McCullough en su portentosa obra ‘Un camino entre dos mares'), al llegar a Panamá, Gorgas
encontró un lugar ‘terrible'.
Colón lo sorprendió como ‘un pueblo sucio y dilapidado', donde los niños deambulaban
desnudos en ‘medio de casuchas rodeadas de pantanos pestilentes cubiertos de aguas
negras'.
En general, el istmo era el paraíso de los mosquitos. No solo la temperatura, que permanecía
constante a través del año, permitía su constante renovación. Las costumbres de la población
también ayudaban.
En el mismo Hospital de Ancón -construido y operado por los franceses y que fue aprovechado
por Gorgas para establecer su sede de operaciones-, no había mosquiteros. En los jardines
abundaban los recipientes que acumulaban el agua. En las salas para los enfermos, se
protegía a los pacientes de las arrieras colocando vasijas llenas del líquido en las patas de la
cama.
En las noches, había tantos mosquitos en el hospital, que parte del personal tenía como única
ocupación abanicar a los doctores y enfermeras para que estos pudieran trabajar.
Para transmitir la fiebre, la hembra del mosquito debía picar a la persona durante los primeros
tres días de incubación de la enfermedad.
En junio de 1904, llegaría al istmo el ingeniero John F. Wallace, nombrado por Roosevelt como
jefe de ingenieros del canal y cabeza principal del proyecto.
Wallace, que tenía un sueldo de $25 mil al año (Gorgas ganaba $4,000), estaba ansioso de
iniciar las obras. Para ello, necesitaba reunir lo más pronto posible una fuerza laboral de unos
30 mil trabajadores, la mayoría de los cuales debían ser extranjeros.
Temiendo que los miles de recién llegados no inmunes provocaran otra nueva epidemia,
Gorgas presentó a Wallace su plan de trabajo.
Sin embargo, ni este ni el entonces gobernador de la recién organizada Zona del Canal, el
general Davis, comprendieron la gravedad ni la urgencia de la situación.
Cuando Gorgas le pidió que se adquirieran telas metálicas para edificios y residencias, la
respuesta de la gente de Wallace fue que ‘tenían cosas más importantes en las que pensar'.
Como lo temía Gorgas, pronto aparecería nuevamente la fiebre. El primer caso se dio en el
Hospital Santo Tomás, el 21 de noviembre. Se trataba de un trabajador italiano recién llegado
al istmo.
En las páginas del Star & Herald se aparecían a diario numerosos obituarios de los muertos y
un listado de nuevos casos.
En Colón, cuenta McCullough, un empresario, que había vivido epidemias previas, empezó a
acumular ataúdes en su establecimiento comercial, preparándose para hacer negocio.
Pero un hecho cambiaría todo: abrumado por la burocracia, los deslizamientos de tierra y las
muertes de los trabajadores, el ingeniero Wallace decidió renunciar a su puesto.