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La Zona del Canal se crea en 1904 como un territorio de 1,432 kilómetros cuadrados entre el

Atlántico y el Pacífico alrededor de la vía interoceánica, bajo jurisdicción exclusiva de los


Estados Unidos. Se desarrolla rápidamente como un enclave de tipo colonial en el corazón de
Panamá. Se instaura desde el principio, en la Zona del Canal, una segregación social y racial
rigurosa legalmente constituida, separándose la población en blancos y de color, con sus
poblados, viviendas, escuelas, dispensarios, almacenes, fondas, restaurantes y transporte
público segregados. Habrá beneficios menores para los negros al igual que una justicia
selectiva en la que los panameños y los negros llevan la peor parte. Se crean dos grupos de
paga muy inequitativa: los de silver roll, empleados de color y los del gold roll, empleados
blancos de origen norteamericano de preferencia. Se practica el apartheid como en Sudáfrica y
se discrimina al panameño. Se impone el inglés como lengua oficial. Se aplican las leyes de
Estados Unidos y los panameños son tratados como extranjeros indeseables que incursionan
en un territorio de otra potencia. Solo pueden vivir y circular libremente en la Zona del Canal los
empleados por el gobierno de Estados Unidos, civiles y militares. Policías, tribunales, jueces y
funcionarios federales, con sus temibles cárceles, intimidan a los panameños y los mantienen
fuera del territorio. Atrapar un mango que cae de los numerosos árboles que florecen en la
Zona del Canal, cometer una falta de tránsito o arrojar basura en la calle es un grave delito
penado al igual que cazar en sus tupidos bosques creados para mantener a los panameños a
lo lejos del oasis de opulencia y de prosperidad, con sus casas bien cuidadas en medio de
prados impecables y jardines magníficos, todo pulcro y limpio. Toda esa ciudad jardín es
pagada con los altos ingresos por la operación del Canal mientras que Panamá solo recibe, por
ese motivo, una anualidad de migajas.

El cerro Ancón queda en la Zona del Canal y se convierte en el símbolo del territorio perdido,
cantado en hermoso poema por la poetisa Amelia Denis de Icaza. Pero esa situación del
enclave colonial no puede durar eternamente. Mientras tanto, Panamá está creciendo y se está
poblando; los panameños, en especial los jóvenes estudiantes, son cada vez más conscientes
de que tienen clavado en el corazón de su territorio la espina de una colonia extranjera, en
donde son vejados todos los días. Territorio en el que además se impide que se aplique
plenamente la soberanía panameña. Nace así desde principios de la década de 1950 la religión
de Panamá soberana con sus rituales laicos, se fortalece el nacionalismo que se extiende a
todas las capas sociales y aparece la siembra de banderas por parte de grupos de patriotas en
la Zona del Canal. Es un gesto pacífico pero lleno de fuerte significado simbólico que tendrá
felices consecuencias mucho más tarde, a fines de la década de 1970.

Gracias a los conocimientos brindados por Finlay, Gorgas pudo desarrollar una estrategia que
le permitió controlar los criaderos de insectos y reducir dramáticamente la tasa de mortalidad
en La Habana, que en el año 1900 consistió sorprendentemente de 34 defunciones por 1000
residentes. En 1901, la fiebre amarilla había desaparecido.

CONDICIONES EN PANAMÁ

Pero todos sabían que la situación de Panamá era bastante más complicada y difícil.

De acuerdo con las memorias transcritas por su esposa Marie, (recogidas por David
McCullough en su portentosa obra ‘Un camino entre dos mares'), al llegar a Panamá, Gorgas
encontró un lugar ‘terrible'.

Colón lo sorprendió como ‘un pueblo sucio y dilapidado', donde los niños deambulaban
desnudos en ‘medio de casuchas rodeadas de pantanos pestilentes cubiertos de aguas
negras'.

Ni en la terminal atlántica del ferrocarril ni en la del pacífico, Panamá, había alcantarillados.

En general, el istmo era el paraíso de los mosquitos. No solo la temperatura, que permanecía
constante a través del año, permitía su constante renovación. Las costumbres de la población
también ayudaban.

En las casas de la ciudad de Panamá, el agua se almacenaba en barriles de madera y tinajas


de barro, en las que abundaban las larvas.

En el mismo Hospital de Ancón -construido y operado por los franceses y que fue aprovechado
por Gorgas para establecer su sede de operaciones-, no había mosquiteros. En los jardines
abundaban los recipientes que acumulaban el agua. En las salas para los enfermos, se
protegía a los pacientes de las arrieras colocando vasijas llenas del líquido en las patas de la
cama.

En las noches, había tantos mosquitos en el hospital, que parte del personal tenía como única
ocupación abanicar a los doctores y enfermeras para que estos pudieran trabajar.

Tras un análisis profundo de la situación imperante, Gorgas estableció su estrategia de


saneamiento, en la que el combate a la fiebre amarilla ocupaba el primer lugar.

A diferencia de la malaria, endémica en el istmo, y que afectaba a gran parte de la población


residente a lo largo de la ruta elegida para el canal, la fiebre amarilla aparecía esporádicamente
en forma de epidemia, con gran mortandad. Entre los años 1892 y 1897 esta había
desaparecido para volver con fuerza en 1899 y 1900. Por ello, Gorgas pudo determinar que
esta debía provenir de elementos recién llegados al istmo.
A través de los estudios de Finlay, Gorgas había podido saber que la fiebre amarilla se
transmite entre los seres humanos por medio de la picadura del mosquito Stegomyia fasciata,
hoy conocido como Aedes aegypti.

Mientras el Anopheles, que transmite la malaria, se cría principalmente en los pantanos, el


Stegomya vive entre los seres humanos, cuya sangre necesita para madurar sus huevos.

Para transmitir la fiebre, la hembra del mosquito debía picar a la persona durante los primeros
tres días de incubación de la enfermedad.

LA FIEBRE AMARILLA EN PANAMÁ

En junio de 1904, llegaría al istmo el ingeniero John F. Wallace, nombrado por Roosevelt como
jefe de ingenieros del canal y cabeza principal del proyecto.

Wallace, que tenía un sueldo de $25 mil al año (Gorgas ganaba $4,000), estaba ansioso de
iniciar las obras. Para ello, necesitaba reunir lo más pronto posible una fuerza laboral de unos
30 mil trabajadores, la mayoría de los cuales debían ser extranjeros.

Temiendo que los miles de recién llegados no inmunes provocaran otra nueva epidemia,
Gorgas presentó a Wallace su plan de trabajo.

Sin embargo, ni este ni el entonces gobernador de la recién organizada Zona del Canal, el
general Davis, comprendieron la gravedad ni la urgencia de la situación.

Cuando Gorgas le pidió que se adquirieran telas metálicas para edificios y residencias, la
respuesta de la gente de Wallace fue que ‘tenían cosas más importantes en las que pensar'.

Como lo temía Gorgas, pronto aparecería nuevamente la fiebre. El primer caso se dio en el
Hospital Santo Tomás, el 21 de noviembre. Se trataba de un trabajador italiano recién llegado
al istmo.

Para gran alarma de Gorgas y de la población, la enfermedad empezó a propagarse


rápidamente.

En las páginas del Star & Herald se aparecían a diario numerosos obituarios de los muertos y
un listado de nuevos casos.

En Colón, cuenta McCullough, un empresario, que había vivido epidemias previas, empezó a
acumular ataúdes en su establecimiento comercial, preparándose para hacer negocio.

Pero un hecho cambiaría todo: abrumado por la burocracia, los deslizamientos de tierra y las
muertes de los trabajadores, el ingeniero Wallace decidió renunciar a su puesto.

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