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El 14 de abril de 1931,
Niceto Alcalá Zamora
sale al balcón que da a
la Puerta del Sol de
Madrid y ante miles de
personas proclama la II
República. Aquello
significó uno de los
hitos más importantes
de nuestra historia
reciente. También
supuso el advenimiento
de nuevos y
renovadores tiempos,
dando un salto de
gigantes hacia la
evolución del país y dejando atrás el fosilífero sistema monárquico de la Restauración.
Poco después, el rey Borbón Alfonso XIII se exilia al extranjero. Ante el recelo de una
España de caciques y terratenientes, de militares que soñaban con viejas glorias
coloniales, de sórdidos curas guardianes del equilibrio moral, de monárquicos
momificados y de un “feudalismo” pasado de moda, se abría el camino hacia una
España Moderna, acorde con el flujo histórico europeo e incluso aventajado en
intelectualidad.
Con la Reforma Militar querían acabar con el excesivo numero de oficiales, reducir el
servicio militar obligatorio a un año, conceder pensiones integras a oficiales retirados
entre otras.
Con la Reforma Laboral se pretendía alcanzar la jornada de ocho horas, subir el jornal a
5 pesetas el día, combatir el paro obrero, aprobar leyes sobre accidentes laborales,
seguros obligatorios de maternidad.
Con la Reforma Agraria se deseaba cultivar las tierras baldías de los terratenientes para
acabar con el paro entre los jornaleros, así como impulsar a los campesinos de pequeña
propiedad concediéndole tierras. Se aprueban leyes para solventar el problema caciquil
de los embargos hipotecarios de los pequeños propietarios rurales; práctica muy
extendida por los Larios en la Axarquía. Y con la cuestión de las Autonomías se llegó a
crear estatutos similares a los actuales. En tan sólo medio año se promulgan reformas de
vital importancia para la modernización de España. Sin embargo, las ilusiones se van
truncando y los ánimos crispando.