Sei sulla pagina 1di 20

Pinceladas de Teología (3)

Colección de Cosas que he leído……


Y no he querido olvidar……

Selección de párrafos para recordar

Jesús no nos habla del Dios todopoderoso, Padre Idealizado, omnipotente y omnisciente, que se corresponde con la
creación imaginaria del deseo infantil. Ése es nuestro “invento”, que está detrás de tantas teorías de la expiación. El
dios omnipotente exige sacrificio hasta ver reparada su dignidad ofendida; sangre que pueda aplacar su venganza: el
conflicto edípico no podía alcanzar una proyección mayor. Pero el Dios del que habla Jesús es otra cosa.
Con Él se trata, ante todo, de vivir y de amar, de acogida y de ofrenda en libertad, de gratuidad amorosa y de servicio
a los otros. Pero no aprendemos. Es una trágica ironía que la novedad del mensaje de Jesús quedara sepultada por
imágenes de dios y por ideas de sacrificio que tendrían que haber quedado absolutamente desterradas después de
él. Volvimos a trasladar el centro de gravedad: de la existencia cotidiana al sacrificio ritual; del sufrimiento de las
personas a la cuestión del pecado; del Dios de Jesús al Padre omnipotente, y hasta sádico, de nuestra fantasía
infantil.
¿A qué obedeció ese cambio? En gran medida, al hecho de que la gente seguía necesitando satisfacer su necesidad
de reparación de la culpa, ante un dios cuya imagen ya se había deformado y ante el que, como revivido Padre de
Edipo, había que ajustar cuentas.
Todo ello sin contar con el hecho de que una religiosidad de ese tipo favorece a los que detentan o aspiran a
detentar el poder. Cuanto más se presente a Dios como “Todopoderoso”, más ven ellos cómo crece su poder y sus
“argumentos” para someter a los demás. Indudablemente, el desarrollo de lo “religioso”, como dimensión separada,
genera una “casta sacerdotal”, el grupo que lo gestiona. Enrique Martínez Lozano. ¿Qué Dios y qué salvación?
Claves para entender el cambio religioso.

El tema de la saluación por la cruz exige por sí mismo un respeto muy peculiar, pues, con teoría o sin ella, ha sido
siempre para muchos el gránde e íntimo refugio en la vida real. Pero la coherencia puede ser también una muestra
de respeto frente a un apresurado y fundamentalista refugio en el "misterio". Porque si, por un lado, se mantiene
que Dios podría, si quisiese, evitar el mal en el mundo, no se ve cómo es posible afirmar luego que está dispuesto a
todo -hasta dar la vida de su Hijo- para combatirlo. Aunque pueda parecer irreverente, resulta difícil escaparse a la
impresión de que esa lógica se parece demasiado a la del que primero hace a los pobres y después les construye el
hospital*. Sobre todo, cuando toda la dinámica de la pasión –leída críticamente a través de los motivos apologéticos
entonces indispensables- muestra bien a las claras que el asesinato de Jesús va contra Dios, que "no puede"
impedirlo; y en ese tener que tolerar, sufriendo con Jesús y acompañándolo -igual que le sucede con los
innumerables condenados de la historia- demuestra su amor y abre la esperanza.
* Aludo a Ia copla satírica:
"El señor don Juan de Porres, / de caridad sin igual, / por amor hacia los pobres / construyó este hospital. / ... Pero
antes hizo a los pobres" cita de L. Gonzalez-Carvajal, Con los pobres contra la pobreza.
El mal inevitable. Andrés Torres Queiruga

El terror de la historia es para mí la experiencia de un hombre sin religión, que no tiene esperanza alguna de
encontrar sentido definitivo al drama histórico, que debe sufrir los crímenes de la historia sin comprender su
sentido. Un israelita cautivo en Babilonia sufría enormemente, pero aquel sufrimiento tenía un sentido: Yahvé quería
castigar a su pueblo. Y sabía que, al final, iba a triunfar Yahvé, el bien por consiguiente [...] También para Hegel, todo
acontecimiento, toda prueba era una manifestación del espíritu universal y, por consiguiente, tenía sentido. Se
podía, cuando no justificar, al menos explicar racionalmente el mal histórico ... Cuando los acontecimientos
históricos se vacían de toda significación transhistórica, cuando dejan de ser lo que eran para el hombre tradicional
—pruebas para un pueblo o individuo—, estamos ante lo que he llamado el terror de la historia. M. Eliade
1
Puedo asegurar que la teología actual no desea renovar las pruebas de la existencia de Dios. Su diálogo con el
ateísmo contemporáneo no está motivado por exigencias de tipo apologético. Es más: teólogos como Pannenberg,
Tillich y Ebeling piensan que las tradicionales pruebas de la existencia de Dios, en las que tanto insistía la teología
natural, más que asegurar la existencia de Dios pretendían mostrar la finitud del hombre y del mundo. Tales pruebas
sólo remitirían a la condición finita y contingente del hombre; pero no serían la respuesta a esa contingencia. Su
misión sería la de poner de manifiesto que es necesario ir más allá del hombre y del mundo si se aspira a lograr un
fundamento sólido para la realidad. Las pruebas de la existencia de Dios son, por tanto, un buen testimonio de que
el hombre supera todo lo finito y busca la explicación última de las cosas en una instancia superior a él. (Recuérdese
la frase de Kierkegaard: «Hay que ser más que hombre para ser al menos hombre».) Manuel Fraijó

En plena ilustración europea se prohibían en España los libros que intentaran demostrar la existencia de Dios. Se los
consideraba «peligrosos». Dios era tan evidente que no necesitaba demostración alguna. Se cuenta que, durante el
reinado de Felipe IV (1621-1665), se pensó, para remediar la miseria y pobreza de nuestras tierras, en canalizar los
ríos Manzanares y Tajo. Pero una ilustre comisión de teólogos se declaró en contra con la siguiente sutil y elevada
argumentación: si Dios hubiese querido que ambos ríos fuesen navegables, le habría bastado con pronunciar un
sencillo fiat. Por tanto: quien intente mejorar lo que Dios, por razones inescrutables, ha dejado incompleto, peca
contra la divina providencia. Manuel Fraijó.

Cuando la comunicación con Dios se utiliza para que la persona no profundice en su autoconocimiento y capacidad
de libertad, cuando se apela a una presunta voluntad de Dios que impide la búsqueda personal y las propias
preguntas, cuando la plegaria incapacita para afrontar con autonomía y autenticidad los problemas de la iglesia y de
la sociedad, entonces es alienante.
No sirve para configurar al ser humano a imagen y semejanza de Dios desde el modelo de Jesús, sino para generar
dinamismos de dependencia y frustrar las capacidades y dones de la persona.
Hay practicas oracionales y de espiritualidad que se presentan como cristianas y que sin embargo, sirven para
atontar a la persona, para generar en ella dinamismos espiritualistas y para eliminar todo sentido crítico. No es
posible asumir como cristiana una experiencia deshumanizante, ya que contradice la revelación del Dios bíblico que
culmina en la afirmación de un Dios encarnado. Los frutos de la oración en la persona y en la vida son los
determinantes para evaluarla, más que criterios formales o inherentes a la oración misma. Juan Antonio Estrada La
oración de petición bajo sospecha Cuadernos FS Sal Terrae.

Para hablar de Dios y de la «omnipotencia» que va siempre unida al concepto de Dios, no disponemos más que de
palabras humanas, de palabras exclusivamente apropiadas para hablar de cosas humanas y mundanas. No tenemos
a nuestra disposición un lenguaje divino. Por eso, para poder hablar de Dios tenemos que rebautizar y estirar
metafóricamente todas nuestras palabras. Ante todo, la palabra “poder” está gravemente contagiada de
humanidad. El poder humano también puede, desde luego, ser liberador y productivo, pero frecuentemente es
destructivo y amordazante, esclavizante y manipulador. Justamente debido a que en la mayor parte de las ocasiones
experimentamos las relaciones de poder en este sentido, los hombres modernos son reacios a usar para Dios el
concepto «omnipotencia»: hasta tal punto suscita la evocación de manifestaciones dictatoriales de poder que
esclavizan a los hombres. Y el escalofrío que impide aplicar a Dios el concepto de omnipotencia prevalece tanto más
cuanto más se evidencia que, en el transcurso de la historia, las Iglesias cristianas se han puesto del lado de «los
poderosos de este mundo» y frecuentemente, invocando la omnipotencia de Dios, han tratado de religiosamente
poca cosa y siervos a los que ya desde el punto de vista social eran pobres y oprimidos. Así que, cuando hablamos de
la omnipotencia de Dios, ha de tratarse de una omnipotencia liberadora, de una omnipotencia buena. Si no es así, es
mejor no usar semejantes palabras en conexión con Dios. Edward Schillebeeckx. Los hombres relato de Dios.

«En el ámbito del pensamiento —dejó escrito Heidegger— es mejor no hablar de Dios». Se tiene la impresión de que
Pannenberg colocó esta frase en su despacho y se propuso rebatirla día a día. Su gran pasión ha sido, y continúa
siendo, mostrar —no «demostrar»— la plausibilidad de Dios. Muchas torpezas acumuladas hicieron que Dios saliese
malparado de la Modernidad. Entre razón y fe parecía abrirse un abismo. Muchos cristianos dieron por perdida la
batalla del pensamiento y se refugiaron en la emoción, la liturgia y el compromiso. Se trataba, sin duda, de buenos y
nobles destinos; pero el Areópago quedaba vacío. H. Gollwitzer afirmaba: «el cristiano sólo puede «asegurar, pero no
probar». Manuel Fraijó.

Los cristianos deben desprenderse de una doctrina de la predestinación errónea, funesta e inhumana, sin hacer por
ello de Dios la gran víctima expiatoria de nuestra historia. Tenemos que deshacernos de una historia mundial fijada
2
«desde todos los siglos » y «cocinada» por Dios, sin hacer por ello que nuestra historia dé jaque mate a Dios. Nada
está predeterminado. En la naturaleza hay azar y determinación. En el mundo de la actividad humana hay la
posibilidad de opciones libres. Por eso, el futuro histórico le es a Dios mismo desconocido. De otro modo, nosotros y
nuestra historia no seríamos más que un guiñol cuyos hilos maneja Dios. La historia es también para Dios una
aventura, una historia abierta para los hombres y de los hombres. Cuando digo que creo en Dios que ha tomado
sobre sí el riesgo de crear el mundo, quiere esto decir mi confianza en que el mundo, en última instancia, ha de ser la
expresión de la voluntad de Dios, y ello, por cierto, de un modo que ahora todavía no es verdadero y que incluso
está contradicho en el presente por las experiencias fácticas. Por esto, jamás podemos en el ahora identificar con
toda precisión la voluntad de Dios. Edward Schillebeeckx. Los hombres relato de Dios.

«Hay que desarraigar la aberración de hacer de la Biblia un fetiche, o de la palabra humana palabra inmediata de
Dios. Dios no está disponible en la letra»* aunque sea la letra de la Biblia. Pero, más allá de cualquier forma de
«fundamentalismo bíblico», objetivar a Dios o cosificar a Dios «objeto» o una «cosa» a nuestra disposición y al que
podemos utilizar para mandar en su nombre (pongo por caso) o para dictar a otros lo que nosotros decimos que
«esto es la voluntad de Dios» o «esto es lo que Dios quiere», semejante lenguaje es la mayor falta de respeto que se
puede cometer contra Dios. En el fondo, es algo así como «suplantar a Dios» para «endiosarse» uno a sí mismo. Por
favor, «¡Dejad que Dios sea Dios! ¡En Jesucristo!», según la conocida exclamación de Karl Barth.
*F. Fernández Ramos, Fundamentalismo bíblico, (en Jose Mª Castillo. La humanización de Dios)

El mensaje de Jesús se orienta a todos los hombres, la justicia y paz que propugna no conocen límites nacionales. De
allí que más revolucionario que los zelotes, encarnizados defensores de la obediencia literal de la ley, Jesús enseñará
una actitud de libertad espiritual frente a ella. De otro lado, para Jesús el reino es, en primer lugar, un don, sólo
partiendo de esto se entiende el sentido de la participación activa del hombre en su advenimiento; los zelotes
tendían a verlo, más bien, como fruto de su propio esfuerzo. Y es que para Jesús la opresión y la injusticia no se
limitan a unas situación histórica determinada; sus causas son más profundas y no podrán ser eliminadas
verdaderamente si no se va a las raíces mismas de la situación: la quiebra de la fraternidad y la comunión entre los
hombres. Además, y esto es de enormes consecuencias, Jesús es opuesto a todo mesianismo político-religioso que
no respeta ni la hondura de lo religioso ni la consistencia propia de la acción política. El mesianismo puede ser eficaz
a corto plazo pero las ambigüedades y confusiones que lleva dentro hacen abor¬tar las metas que se propone
alcanzar. Esa concepción fue considerada por Jesús como una tentación y como tal la rechazó . La liberación que
aporta Jesús es universal e integral, ella hace saltar las fronteras nacionales, ataca el fundamento de la injusticia y la
expoliación, y elimina las confusiones político-religiosas, sin limitarse, por ello, a un plano puramente «espiritual».
Gustavo Gutierrez. Teología de la Librecaión

Jesús retomará la gran tradición profética y reclamará la autenticidad del culto en base a disposiciones personales
profundas, a la creación de una verdadera fraternidad entre los hombres y a compromisos reales en favor de los
demás, en especial de los más nece¬sitados (cf. por ejemplo Mt 5, 23-24; 25, 31-45). Jesús acompañaba, en efecto,
esta crítica con una frontal oposi¬ción a los ricos y poderosos y con una radical opción por los pobres: la actitud
frente a ellos decide la validez de todo comportamiento religioso; es ante todo, por ellos, por quienes ha venido el
Hijo del Hombre. Gustavo Gutierrez. Teología de la Librecaión

El milagro se realiza como fe. Así lo indica la tradición evangélica recordando una y otra vez las palabras de Jesús que
dice a los enfermos "si crees puedes curarte" o "tú fe te ha curado". Fe es ponerse en manos de la gracia de Dios, en
manos de su fuerza creadora. La fe es el gesto por el cual, superando lo que somos, nos ponemos en brazos de aquel
que nos hace vivir, de aquel que nos capacita para esperar. Al llegar a este nivel puede realizarse y se realiza muchas
veces el milagro.
¿Qué es milagro?
Milagro no es por tanto algo que puede hacerse por la fuerza; si se hace por la fuerza no es milagro. Tampoco es
milagro algo que puede demostrar por métodos científicos. Milagro es el descubrimiento y despliegue de la fe que
actúa, que libera fuerzas interiores y que capacita a los hombres y mujeres para vivir, para comunicarse, para
superar la violencia, para perdonar, para curar.

3
Por eso se puede decir, en el caso de los milagros de Jesús, que aquel que cura de verdad Dios (poder del reino),
para añadir que los milagros son gestos de Jesús, que es portador del reino; pero, al mismo tiempo, se puede y debe
afirmar que los milagros son gestos de fe del mismo enfermo que se vuelve capaz de vivir con intensidad, de forma
nueva; milagro es superar el principio del talión, la imposición de los que se creen justos, la violencia de una ley que
termina matando a todos, como sabe Pablo, discípulo de Jesús, para iniciar así un camino de humanidad distinta.
El milagro es la fe misma que actúa. Milagro es el gesto y consecuencia de aquella confianza radical que, en medio
de este mundo malo, pone a los hombres ante el resplandor de Dios, no para que crean en sentido abstracto, sino
para que crean en la vida, en la reconciliación, en el perdón.
La máxima actuación del hombre consiste en dejar que Dios actúa, dejándose en los brazos de su reino. Por eso el
milagro no se puede programar ni demostrar; no se puede convertir después en acción de compraventa, en mercado
de favores religiosos, pero se puede y se debe buscar, pedir... iniciando un camino de perdón.
Milagro es la misma vida de la gracia, es el gesto y el impulso de amor de Dios que irrumpe, por medio de Jesús en la
existencia de los hombres, el gesto de amor de los samaritanos que responden dando gracias. Por eso, toda la vida
del creyente empieza a ser milagro: signo de gratuidad, canto de vida, principio de libertad.
Por los prodigios de la magia el hombre puede quedar fijado en lo exterior, en manos de poderes que le manipulan.
Esto es lo que intentan siempre los grandes "buscadores" de prodigios, los que van al adivino y hechicero, al echador
de cartas o al pronosticador de futuro: tienen miedo de su propia libertad; quieren que otro les resuelva los
problemas desde fuera.
Milagro, una fe que se hace amor
No cura Jesús para resolver los problemas de los hombres; cura para ayudarles a ser humanos, para hacerles capaces
de asumir su responsabilidad en un camino de existencia abierto hacia la entrega de amor y hacia la muerte. Dos
son, en esta línea, los componentes fundamentales de todo milagro de Jesús:
a) El milagro es gesto de amor compasivo: Jesús mira a los hombres y tiene compasión, pues los encuentra
encorvados, aplastados en la tierra (los leprosos, emigrantes, guerrilleros...; los defensores violentos del orden
establecido son más difíciles de curar). Por eso, como mensajero de la gratuidad de Dios quiere ayudarles,
ofreciéndoles la mano, dándoles su cariño, haciéndoles capaces de asumir su propia vida.
b) Al mismo tiempo, los milagros son invitación a la libertad: Jesús quiere que los curados, liberados de la
enfermedad, los que superan el abismo de su locura o de la lepra, puedan hacerse responsables de su vida. En
fórmula paradógica, podríamos decir que Jesús cura a los hombres para hacerles capaces de asumir en libertad su
propia tarea de vida, e incluso su propia muerte como gesto de entrega por los otros (como consecuencia de un
servicio a los demás.
El auténtico milagro consiste en aprender a amar, pudiendo así entregarse hasta la muerte. Un hombre inmortal, un
hombre que siempre tiene razón, no podría amar nunca del todo, ni podría dar su vida por el otro, como han
destacado algunas de las versiones modernas del "superman": un héroe inmortal, que realiza series de prodigios
exteriores, viene a estar al fin como cautivo de su propia "grandeza". No puede enamorarse de verdad: no puede dar
su vida por los otros.
El milagro de Jesús consiste en ser humano hasta el final, de un modo fuerte, irradiando la fuerza de la fe, que cura y
limpia a los leprosos. El milagro de Jesús su misma fe en la vida. Jesús ama dando su propia vida, confiando en los
demás, y haciendo que ellos puedan confiar en sí mismo, a pesar de su lepra, desde las cunetas y las alcantarillas
donde yacen hacinados los leprosos de la tierra.
Jesús no es un mago que actúa mirando las cosas desde fuera, como un visitador que permanece siempre alejado de
los verdaderos problemas de los hombres. Es todo lo contrario: en cada gesto de amor, en cada uno de los milagros,
Jesús entrega su propia vida y de esa forma va "muriendo" por los demás, es decir, va viviendo con ellos y para ellos.
Milagros que matan
Significativamente, a Jesús le han condenado a muerte porque ha hecho milagros en favor de la libertad de los más
pobres del pueblo. Le han condenado porque sus milagros desestabilizan el orden social que había forjado un tipo de
Israel; no le han matado los "malos", le ha matado el orden establecido de la buena ley, de los que se creen
defensores de la buena justicia.
Jesús no cura a unos pocos. . . , poniendo sus curaciones al servicio del sistema, como sucede en Epidauro o en los
sitios donde actúan los exorcistas judíos. Jesús cura ofreciendo a los curados y a todos los pobres de la tierra un ideal
nuevo de vida liberada, de amor hasta la muerte.
a) Por eso, en un primer momento, dice a los leprosos que vayan donde los sacerdotes, para volver al orden social de
siempre… pues no quiere empezar apareciendo como un simple trasgresor del orden social.
b) Pero después alaba al samaritano que no va donde los sacerdotes, que “desobedece” a Jesús en un sentido
externo, para iniciar una vida distinta, que no está ya dominada por los patrones de pureza de este viejo mundo.

4
De esta forma, los milagros de Jesús se convierten en principio de ruptura dentro de aquella sociedad establecida en
la que había sitio para cojos, mancos, ciegos y posesos. . . pero dentro un sistema sacral que justificaba el orden
existente, dominado por los sacerdotes de turno. Xavier Pikaza

(Ruego encarecidamente que NO lean esta meditación, sobre la urgentísima "reforma litúrgica", los católicos de fe
frágil, insegura, rígida o fanática). "Si le dices su error a un sabio, ganas un amigo; si se lo dices a un necio, ganas un
enemigo" Me produce un dolor inmenso escribir sobre los "guías ciegos" de nuestra Iglesia. Y más ahora que se han
convertido en saco de boxeo, que han perdido autoridad social y eclesial, que son ridiculizados por propios y
extraños, que vivimos tiempos de persecución… Pero todo eso no es lo más grave, aunque me preocupe y me duela.
Hoy necesito ir a algo más interno y más esencial para nuestra Iglesia: ¿En qué Dios creemos? El indicativo real
estará sin duda en nuestra oración: ¿A quién oramos?
Tengo el piadoso hábito de participar todos los días en la Eucaristía, de celebrar la santa Misa (nada de "oír", "asistir"
o "escuchar"). Soy un hombre que busca sinceramente a Dios y acude a alimentarse con el Pan y la Palabra. Pero
llevo mucho tiempo comprobando que me mezclan mucha "paja" y mucha "toxina".
……………..
La liturgia (la jerarquía que la crea e impone) parte del supuesto de un "dios intervencionista y amnésico" que
necesita le recordemos que existe hambre, guerras, enfermedades, etc. Y le pide que haga las intervenciones
oportunas para eliminar tanto dolor y necesidad. Pero ese "dios milagrero" no existe. Nos estamos dirigiendo a "un
ídolo", tan falso como el ancestral que se alimentaba de sangre y sacrificios humanos (visión teológica todavía
vigente entre el Oficialismo católico al interpretar la muerte del Señor).
El Dios único y verdadero creó el mundo y nos lo entregó para que lo administrásemos nosotros: "Creced,
multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" (Gen 1,28). Nosotros somos sus manos, su corazón, su energía, su luz, su
salvación. ¿Si no, por qué y para qué se encarnó el Señor? ¿No será que la administración y salvación "progresiva"
del mundo hay que hacerla desde dentro del mundo? El Dios en que creo nos ha proporcionado todos los medios
materiales y espirituales. Es más, nos está creando y recreando cada instante dándonos la vida, la luz de la
inteligencia, la fuerza de la voluntad y la capacidad de elegir lo que nos conviene.
Dos ejemplos reales: Estamos rezando las Preces y se inicia un incendio en la iglesia. ¿A que no sigues rezando "para
que apagues este incendio, te rogamos óyenos"? ¡No! Todos salen corriendo y si tienen móvil, llaman a los
bomberos.
Cuando una persona de desmaya en la iglesia a que no se oye al cura pidiendo: "Restablece la consciencia de este
hijo tuyo; escucha y ten piedad". ¡Tampoco! Tratarán de auxiliar al desvanecido, preguntarán si hay algún médico en
la iglesia y, por último, llamarán a una ambulancia.
¿Si así actuamos con las necesidades concretas e inmediatas, por qué creemos que las lejanas y generales las ha de
resolver el mismísimo Dios? ¡Somos unos tontos o unos ingenuos! ¡Somos nosotros los que tenemos que movernos
para resolver nuestros problemas, los próximos y los lejanos! Lo decía claramente san Agustín: "La oración no es
para mover a Dios, sino para movernos a nosotros". Pero la enorme formación intelectual de sus ilustrísimas no les
llegó para entender esto tan básico.
¡Claro que tendremos que empezar por reconocer nuestra limitación, nuestra pequeñez, para llegar más allá de
nuestras narices! ¡Claro que apoyarnos en un Dios, que nos ama y todo lo ha creado para nuestro bien, nos ayudará
a encontrar las soluciones! Pero la administración del mundo nos corresponde a nosotros como seres libres y
autónomos. Jairo Del Agua . La liturgia católica

“Querido amigo:
Me preguntaste: ¿Qué he de hacer para encontrar el tesoro de la sabiduría? He aquí mi consejo: No te lances
directamente al mar; acude a él por los ríos. Con otras palabras: empieza por lo sencillo, que ya llegará lo complicado
Te añadiré algo más para tu vida personal. Procura pensar lo que dices. Si puedes evitar las tertulias en las que se
habla demasiado, mejor. Que en tu conciencia no haya dobleces. Se constante en la oración. Enamórate del
recogimiento, pues en él encontrarás luz para entender.
Que tu trato sea siempre amable. Interiormente no condenes a nadie. Deja a un lado los cotilleos, que solo producen
menosprecio y distracción. Infórmate de lo que ocurre en el mundo, pero no seas mundano. Trázate objetivos claros,
evitando toda dispersión. Sigue las huellas que han dejado marcadas los mejores.

5
Archiva en tu memoria todo lo bueno que oigas y veas, venga de donde venga. Esfuérzate por comprender lo que
leas. Disipa las dudas que te surjan. Ve llenando tu mente de cosas como quien va llenando un vaso: poco a poco.
Calibra tus fuerzas y no pretendas alcanzar lo que rebasa tus posibilidades.
Si haces todo esto, mientras vivas, serás como una cepa cargada de racimos en la viña del Señor. Además,
conseguirás lo que te propongas”. Carta que Santo Tomás escribió a un estudiante,

Podemos entender que el término «intimidad hipostática» que nos legó la tradición quiere decir simplemente que a
Dios no se le puede buscar ni encima, ni además, ni distante del ser humano de Jesús (como si sólo «se asomara» en
él), ni tampoco «disolviendo» al ser humano de Jesús, sino precisamente en ese ser humano. El prefijo hypo (en latín
«sub»: desde el fondo, desde lo más profundo) es quizá lo mejor de esa palabra «hipostático»: y nos dice claramente
que Jesús es «de-Dios» porque Dios es lo más íntimo de Jesús, incluso a niveles que ya no caben en nosotros.
J. Ignacio Gonzalez Faus. Jesús y Dios

Durante siglos nos han enseñado que el pecado del hombre causó una ofensa infinita a Dios. Siendo el hombre un
ser finito, no podía reparar esa ofensa infinita. Era preciso alguien infinito para satisfacer el honor de Dios.
Por otro lado, al haber sido cometida la ofensa por el hombre, tenía que ser reparada por un hombre. Eso explica
que Jesús (Dios y hombre) se encarne, muera y merezca con su muerte (sacrificio con valor infinito por tratarse de
un ser infinito) la reconciliación con Dios.
Al quedar pagado el justiprecio por todos nuestros pecados, quedamos redimidos y los cielos abiertos. Se me ponen
los pelos de punta al recordar esta nefasta doctrina que ha durado siglos, ha denigrado el rostro de Dios revelado
por Cristo y ha causado tanto temor. Bajo ella laten los conceptos de "culpa" y "expiación" judaicos de los que estaba
impregnado Pablo y con los que, a veces, salpica sus cartas.
La superada "interpretación literal" de la Escritura nos permite ahora distinguir el diamante (Palabra de Dios) de los
defectos causados por su tallador (el escritor sagrado). No podemos olvidar que los autores del Nuevo Testamento
eran judíos. Es normal, por tanto, que su mentalidad judía esté presente en sus escritos. Algo que es imprescindible
considerar a la hora de interpretar.
En el siglo XI san Anselmo, influido por la literalidad de la Escritura y el ambiente feudal de su época, escribió la
teoría de la Redención que he resumido. La recogió después Tomás de Aquino y se ha ido trasmitiendo por
generaciones.
Ahora los teólogos la rechazan, pero no se hace lo necesario para informar a los creyentes y borrar del subconsciente
colectivo esa trágica teoría. Cuando se descubre un error, lo lógico es corregirlo inmediatamente. Sin embargo,
determinados textos oficiales, la liturgia y algunas predicaciones siguen reflejando esa deplorable historia del
pasado.
A esto hay que añadir la insistencia de algunos en considerar como prueba de santidad o camino de santificación la
"masoquista autoagresión" de muchos santos del pasado. La explicación histórica de esas bien intencionadas
"aberraciones" son una consecuencia más de la "expiación" judaica y la antigua teoría de la Redención.
Ni Salvados ni redidimos. Jairo del Agua

El exegeta está condicionado, lo quiera o no lo quiera, por el mundo en el que ha nacido y se mueve. Esta afirmación
se dirige contra la idea que ha predominado durante muchos años (casi dos siglos) del exegeta como un personaje
imparcial, por encima del bien y del mal, que busca y propone la interpretación exacta del texto sin estar
condicionado por nada ni por nadie. Julius Wellhausen, renunciando a su cátedra de Tubinga por fidelidad a sus
convicciones, sería el modelo ideal del exegeta. Sin embargo, esta imagen no resiste una crítica objetiva. Por mucho
que se esfuerce por ser imparcial, el exegeta es hijo de su época y estará siempre condicionado, en mayor o menor
media, positiva o negativamente, por las circunstancias políticas, sociales, culturales, religiosas, económicas, que lo
rodean. Jose Luis Sicre

Pero ¿existen de verdad los ángeles y el diablo? ¿Por qué no respondes de un modo sencillo con un sí o con un no?
Sencillamente, no puedo responder de esa manera, a pesar de que he escrito cientos de páginas sobre el tema...
Tampoco Jesús respondió con un sí o con un no, sino que hizo algo mucho más profundo: Luchó contra lo
demoníaco, que expresar el sentido de Dios (el sentido de lo angélico) en el mundo.
Por eso:
a. No puedo decir si los ángeles y el Diablo existen, como existe esta casa o el río Guadalquivir… o como existes tú,
Francisco? No, los ángeles y el Diablo no son cosas que podamos meter dentro las coordenadas cartesianas… de un
6
modo material, sino que forman parte de nuestra propia vida humana, en relación de presencia o ausencia de Dios,
en un contexto de bien o de mal...
b. Pero tampoco puede decir que no existen, en contra de lo que algunos llaman la desmitologización racionalista.
Ciertamente, existe lo angélico, espacio superior de gracia que nos inunda y desborda. Existe lo demoníaco… pero de
un modo distinto.
c. Quizá la misma palabra realidad (de res, cosa) y la palabra exsistencia (de estar fuera…) son al fin muy
problemáticas. Quizá esos «seres» (ángeles, demonio) no tengan realidad cósmica, no sean eso que algunos han
llamado «entes a la mano» (utensilios) o «entes a los ojos» (ideas). En este campo la teología no ha dado todavía sus
pasos decisivos.
d. Por otra parte, debo añadir que resulta plenamente ambiguo, por no decir equivocado, empeñarse en llamar a los
ángeles y al Diablo realidades personales. Es difícil que podamos llamarles personas, en el sentido en que decimos
que Dios es personal, o que somos personas los seres humanos…. Pienso que acaba siendo una osadía el decir que
los ángeles y el Diablo son personas.
Lo más que podríamos hacer es situar a los ángeles en el ámbito de lo personal (personalizante) y concluir en el
Diablo (lo demoníaco) existe en el plano de lo antipersonal. Unos y otros, ángeles y Diablo, “son”, en un sentido
extenso: Ellos forman parte del gran drama de la historia de Dios con los hombres. Con esto nos basta. El sentido
más exacto de su realidad o existencia suscita tales dificultades y preguntas que aquí no podemos ni siquiera
plantearlas. ¿Existen los ángeles? ¿Cómo existe el Diablo? Respuesta de Jesús. Xavier Pikaza

La apuesta por la existencia de Dios


La razón es incierta y vacua para comprender a Dios y demostrar su existencia; no puede decir nada. Si hay Dios,
asevera Pascal, es incomprensible. Al no tener partes ni límites, se encuentra fuera de nuestro alcance. Más aún, no
somos capaces de saber si existe y qué es. Es como tirar una moneda al aire: puede salir cara o cruz. Estamos ante el
conocido problema de la apuesta, que tanto ha atraído a los pensadores y ha sido objeto de múltiples
interpretaciones.
Racionalmente no se puede apostar por la existencia de Dios o por la no-existencia, pues una y otra posibilidad son
inciertas. Y. sin embargo, Pascal cree que hay que apostar, y hacerlo por la existencia de Dios, pues si no se apuesta
por dicha existencia, se está apostando por la no existencia. A la hora de apostar hay que ver dónde se puede ganar
más y perder menos. Lo que está en juego es la propia vida. Si se apuesta la propia vida para ganar dos vidas, merece
la pena apostar. Si puede ganarse una infinidad de vidas, que en nuestro caso es la dicha infinita, aunque sea posible
una infinidad de muertes, entre ellas la nuestra, hay que apostar por la existencia de Dios. Pues si en la apuesta por
ella se gana, se gana todo, y si se pierde, no se pierde nada. La apuesta aparece aquí como una introducción a la fe.
Para comprender LA CRISIS DE DIOS HOY. Juan-José Tamayo-Acosta

Durante un curso de Sicopedagogía del Crecimiento, un sacerdote dominico rezó públicamente esta improvisada
oración: "Te doy gracias Padre porque, después de estar toda mi vida intentando ser alpinista para conseguir las
cumbres de mis ideales, por fin me he dado cuenta que lo que importa es ser minero". Se me quedó grabada esta
plegaria porque sintetiza muy bien la dificultad -subconsciente e ignorada- de muchas personas religiosas: Intentan
caminar hacia arriba y hacia fuera, cuando la fuente de la Vida está dentro y profunda. Lo dice expresamente el
Evangelio: "El reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21).
Todas las dificultades esbozadas se resumen en una: La insuficiente "puesta en orden" de la persona. "Estando ya mi
casa sosegada", dice Juan de la Cruz. Para conseguirlo son de enorme ayuda determinadas Sicologías actuales que
nos ayudan a reencontrar el orden natural, derivado de la propia constitución del ser humano, de su propia
naturaleza. Esto ayuda mucho más que las teorías sobre la "gracia" que han inundado la tradicional pedagogía
religiosa. Por la sencilla razón de que la "gracia" siempre está ahí, queriendo brotar desde el fondo, porque Dios no
es un cuentagotas sino un torrente. El problema principal radica en encontrar "el camino de la interioridad".
Jairo Del Agua . Experiencia de Dios

Algo está revolucionando hoy el mundo de relacional entre hombres y mujeres: muchas de ellas han decidido
romper el silencio y sacudirse el peso de violencia con el que cargaban y se ha provocado un inesperado tsunami.
La situación me hace pensar en otra “revolución” femenina, la provocada en la Palestina del s. I por la inaudita
novedad de la actitud de Jesús hacia las mujeres: por fin alguien las miraba de frente, las escuchaba, dialogaba con
ellas, no rehuía su contacto, ni sus perfumes ni su afecto; hablaba del reino de Dios como de un espacio sin
dominación, anulaba las pretensiones de superioridad masculina, no se interesaba por cuestiones de sexo o de
pureza, actuaba con asombrosa libertad.
7
Ellas entonces comenzaron a comportarse de forma inesperada, dejando atrás los estereotipos establecidos:
tomaban la palabra, decían lo que pensaban, intervenían, empujaban, insistían, realizaban gestos atrevidos y
rompedores. María de Betania se sentaba a sus pies como discípula, algo prohibido a las mujeres; una pecadora
irrumpía en un banquete al que no había sido invitada y le ungía llorando; una samaritana lo reconocía como Mesías
y hablaba de él a todos; una mujer encorvada se enderezaba al contacto de sus manos; otra sorprendida en
adulterio, volvía a su casa erguida y libre. Algunas se le acercaban buscando algo pero otras no pedían nada y lo
ofrecían todo: su casa, sus bienes, su escucha, su presencia, sus perfumes, su fe sin condiciones.
No sabemos el alcance que tendrán movimientos como el #Me too. Lo incuestionable es que el iniciado por las
mujeres del Evangelio sigue abierto para nosotros: es el camino de la cercanía y la proximidad con Jesús, el de fluir
en un mutuo entendimiento, el de practicar una apasionada afinidad con su Evangelio.
Movimientos. Dolores Aleixandre.

La salvación en Pablo. Puede ser muy útil tomar conciencia de la diferencia entre lo que predicó Jesús y lo que
predicó Pablo. Pablo acomodó la doctrina de las primeras comunidades de Palestina, para hacerlas más asequibles a
las comunidades gentiles que estaba fundando. El cambio fundamental fue hacer de Jesús un ser divino sin
matización alguna, a pesar de que Jesús nunca se consideró distinto a los demás seres humanos.
Pablo fue el que estructuró la nueva religión y no tanto sobre la predicación de Jesús, sino sobre sus propias ideas. Él
recupero para el cristianismo la idea del dios del AT. Esa idea de Dios del AT, que mantuvo, influyó en el modo de
interpretar la propuesta de salvación que llevó a cabo Jesús. Para Pablo, la salvación tenía que reflejar la idea de
sacrificio expiatorio que había mantenido su religión durante siglos.
El Dios justiciero de Pablo, nos salva exigiendo el sacrificio definitivo de Cristo en la cruz. Por eso da tanta
importancia al pecado en su teología. A Jesús no le preocupaba el pecado sino toda miseria humana. Su obsesión fue
siempre librar al hombre de esa miseria, que le impedía ser él, salvando a todo el que sufre. Esa fue su manera de
librarnos del pecado.
El centro de la predicación de Jesús fue el Reinado de Dios, es decir, un ámbito en el que todos los seres humanos
pudieran desplegar su verdadera humanidad. En cambio la obsesión de Pablo fue la moralidad. Removió cielo y
tierra para terminar imponiendo a todos, unas normas rígidas de moralidad, aunque llevara consigo mayor
deshumanización. Él fue el inventor de una moral sexual obsesiva y misógina.
Este modo de explicar a Jesús (Cristo) de Pablo tuvo un influjo muy grande en la modelación del primer cristianismo.
Incluso algunos se atreven a decir que su influjo fue mayor del que tuvo Jesús. Los primeros escritos que circularon
entre los cristianos no fueron los evangelios sino las cartas de Pablo. Hasta nosotros han llegado no pocas doctrinas
propias de Pablo que hemos aceptado como enseñanzas de Jesús.
El Dios de Pablo, fiel a la idea del AT, exige una fidelidad externa que no tiene en cuenta las circunstancias concretas
de cada ser humano. De este modo, no le preocupa para nada que sus exigencias obliguen al hombre y a la mujer a
someterse y humillarse hasta sentirse despreciados e indignos. Con esto consiguió transmitir la idea de que, para
acercase a Dios, el camino más rápido es alejarse del hombre.
Fr Marcos Rodriguez. Atrévete a dar el salto

Jesús, personificación del Reino. El símbolo central del Reino de Dios aporta ya una clave para aprehender la
autoconciencia y la identidad de Jesús. El Reino de Dios es el contenido central de su predicación y de su actuación.
Pero esta afirmación no recoge de modo suficiente la evidencia de los hechos. ¿Cómo dar razón de la radical
implicación del predicador en el contenido de su predicación? No sería fiel a la fuerza del relato el intento de
presentar a Jesús hablando del Reino como de una magnitud ajena a él mismo. Jesús en buena medida es el
contenido central del Reino. Está tan inseparablemente unido al Reino que puede ser considerado el Reino en
persona. Más aún: Jesús “antecede” al Reino en el sentido de que hace venir y acontecer el Reino. Sería insuficiente
adoptar la perspectiva inversa, como si fuera el Reino el que determina la identidad de Jesús. El Reino tiene un
carácter personal. Orígenes habló de Jesús como del “auto-reino” para poner de manifiesto que Jesús es el Reino en
persona. Es la persona la que hace presente el Reino y la que indica lo que el Reino realmente significa. Eloy Bueno
de la Fuente. 10 palabras claves en cristología. Autoconciencia ¿Quién se consideró Jesús?

La salvación de la que se habla en el AT es casi siempre siempre una salvación de dificultades materiales. Además,
esa liberación se espera siempre de una acción externa de Dios, realizada directamente o a través de intermediarios.
Confiaban en su Dios, porque para ellos era el único todopoderoso. Ese fue el objetivo de la creencia en un ser
superior en los albores de la humanidad.
En tiempos de Jesús confiaban en que el Mesías, anunciado por los profetas, sería el salvador definitivo. Los
primeros cristianos que eran todos judíos, declararon Mesías a Jesús porque de él esperaron una verdadera y
8
definitiva liberación. Pero al descubrir que las limitaciones y las miserias humanas continuaban, fueron abriéndose a
una salvación de otro orden.
No podemos responder directamente a la pregunta porque está mal planteada. Acabamos de ver que el lenguaje
humano no se puede aplicar a Dios adecuadamente. Nosotros nos movemos en el tiempo y en el espacio, pero Dios
no está afectado por el tiempo ni por el espacio. La acción de Dios y la del hombre no son de la misma naturaleza,
por lo tanto, ni se suman ni se restan, ni se contraponen ni se identifican.

No se trata de elegir entre dos sujetos que pueden realizar la mima acción, Dios o el hombre. En realidad puedo
pensar que Dios me salva al 100% y yo, solo o con la ayuda de los demás me tengo que salvar también al 100%, sin
que exista ninguna contradicción. El no ver esto claro nos lleva a disquisiciones verdaderamente ridículas obre la
salvación. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”, decía S. Agustín con clarividencia.
Dios en mí hace posible que yo acceda a una manera de ser que me trasciende. Dios es el ámbito donde puedo
desplegar todas mis posibilidades de ser. Recordemos que el “Ruah” era el aire que me envuelve, el espacio del que
yo puedo sorber la Vida. Dios es esa VIDA, que yo mismo puedo vivir. Dios no tiene actos y no puede hacer nada para
salvarme, me está salvando siempre. Descubrir, vivir y manifestar lo que Dios es en mí, sería la verdadera salvación.
La salvación que me ofrece Dios es Él mismo como don absoluto y total. Solo porque Él está disponible yo puedo
hacer mío todo lo que Él es. Él no tiene que hacer nada para salvarme, porque ser salvación es su esencia. Ni siquiera
puede hacer nada para impedir mi salvación. No se trata de una acción de Dios, sino de la realidad de Dios
manifestándose en mi ser y abriéndome unas posibilidades infinitas.
Dios es siempre salvación para todo ser humano. Si en un momento pudiera darnos algo y no nos lo diera dejaría de
ser Dios. Nuestra esperanza en Dios es de presente, no de futuro. En realidad solo esperamos descubrir lo que ya
somos y tenemos gracias a Él. Dios no tiene que hacer nada para salvarme ni tiene que poner en marcha ninguna
fuerza para cambiar algo en mí o en la realidad que me envuelve.
Hemos ridiculizado a Dios y al ser humano al proponer la salvación heterónoma. Nadie nos puede salvar. La
verdadera salvación no nos puede venir de fuera. El ser humano no es una marioneta sin entidad y sin posibilidades
de desarrollar una plenitud personal. No necesitamos que alguien mueva unos hilos que determinen lo que somos y
lo que hacemos. Este dios que nos hemos fabricado es un ídolo. Fr Marcos Rodriguez. Atrévete a dar el salto

Siempre me preocupó el abismo que existe entre la exégesis de la Biblia, tal como se realiza en las universidades, y el
modo como se usa la Biblia en la vida de la Iglesia, en su oración, su liturgia, su catequesis, su vida espiritual. A veces
parece que esos dos mundos viven totalmente de espaldas el uno al otro. Se da el caso de personas anfibias que
tienen que vivir simultáneamente en ambos mundos, pero da la impresión de que cambian de indumentaria al pasar
de uno al otro, como quien debe representar personajes distintos en la misma obra de teatro en la sesión de tarde y
en la sesión de noche.
Mi vocación personal ha sido siempre servir de puente entre ambos mundos, aunque esto me condene a sentirme
un tanto extraterrestre en ambos simultáneamente. Esta vocación de hacer de puente nace de un afán de lealtad a
ambos mundos, al descubrir lo mucho bueno que ambos atesoran, lo complementario de sus enfoques, la riqueza
que proviene de su hibridación. En muchas ocasiones trabajos muy técnicos sobre análisis narrativo de textos, o
sobre la crítica de la redacción, me han aportado luces muy importantes en mi vida de oración y en la comprensión
espiritual de esos mismos textos. Y, a la vez, muchas veces iluminaciones recibidas en mi vida espiritual o en mi
ministerio pastoral me han ayudado a entender el significado profundo de debates técnicos acerca de determinados
problemas exegéticos. Juan Manuel Martín-Moreno, s.j. introducción al libro Personajes del cuarto evangelio.

La Oración de petición; El fracaso de las falsas expectativas puestas en la oración de petición ha hecho que muchas
personas se alejen de Dios. No se puede creer en un Dios que condiciona sus dones a que se lo piden con insistencia.
O, peor todavía, que conceda algo al que se lo pide y se lo niegue al que no se lo pide. El colmo del absurdo es
constatar que un Dios, que es amor, te niegue lo que le pides. Este intento de manipular a Dios viene de lejos.
Hoy hemos asumido que lo que sucede en cada instante en el mundo no depende del capricho de un Dios
todopoderoso. Ya hemos dicho que Dios lo está haciendo todo en cada instante, suponiendo que se pudiera hablar
así de Dios. Dios nos lo está dando todo siempre. Comprenderéis que no tiene mucho sentido seguir implorando a
un Dios que ya nos lo ha dado todo, y que ni siquiera puede dejar de darme lo que me está dando.
Y sin embargo, necesitamos manifestar nuestros sentimientos de radical impotencia, necesidad, pobreza.
Necesitamos verbalizar nuestras limitaciones, nuestras esperanzas y deseos incumplidos. Necesitamos manifestar
estos anhelos de seres desvalidos y destrozados por las limitaciones de toda índole y desahogarnos así ante el que
consideramos Ser Supremo. Esto no tiene nada malo. Lo malo es esperar una respuesta concreta.

9
Por otra parte, también descubrimos la inutilidad de la oración de petición a un Dios que sabemos impasible,
silencioso, oculto. Sabemos que las cosas no van a cambiar. La experiencia nos dice que Dios no está ahí fuera para
sacarnos las castañas del fuego. Dios no es un tapa-agujeros que anda cambiando la realidad material. Pero como
seres desvalidos y míseros, seguimos necesitando mantener la ilusión de que es así.
Después de lo dicho, ¿puede tener algún sentido la oración de petición? Si la hacemos para informar a Dios de que
tenemos tal o cual necesidad, es ridículo. Si la hacemos para forzar a Dios a realizar una acción, sería pura magia. Si
la hacemos para que Dios se ponga de mi parte en contra de otros o de la misma realidad, es absurdo. Y si la
hacemos pidiendo a Dios que dañe a otra persona, la bajeza moral llega a límites inconcebibles. Fr Marcos
Rodriguez. Atrévete a dar el salto
La verdadera miseria de nuestro mundo no es que millones de personas carezcan de lo más imprescindible para
vivir, sino que una gran parte de la humanidad somos tan inhumanos que no sentimos la necesidad de salir de
nosotros y darnos a los demás. La principal tarea de trasformación no está en el tercer o cuarto mundo, sino en el
primer mundo.
En nosotros los ricos se encuentra la verdadera miseria. Los ricos tenemos mucha más necesidad de liberación que
los pobres, porque tenemos más peligro de hacernos inhumanos. Es mucho más difícil liberar al rico de su riqueza
que al pobre de su pobreza. No tiene ningún sentido decir: ¿qué puedo hacer yo? Tú lo puedes hacer todo. Lo que se
te pide no es remediar la necesidad del mundo, sino que tú seas cada día más humano.
Fijaros bien hasta qué punto tiene que cambiar nuestra perspectiva para que entremos en la dinámica del
evange¬lio. Entrar en el Reino de Dios sería entrar en la dinámica de las bienaventuranzas, que no responden a
ningún planteamiento racional, sino a una vivencia. Ellas demuestran que se puede ser más con menos, lo cual nos
arrancaría de todo egoísmo.
Esa actitud fundamental de la persona, tiene que nacer de dentro; no basta con que aceptemos una programación
por compasión o pena. Tenemos que convencernos de que los necesitados, son una ocasión que se me brinda para
salir de mi egoísmo, y, saliendo de mí individualismo, poder crecer en la verdadera dirección que me lleva a una
plenitud de humanidad.
Pretender una salvación espiritual desentendiéndome de lo que les pasa a los demás seres humanos es un
contrasentido. Solo el amor libera, pero el amor llegará cuando hayamos tomado conciencia de lo que realmente
somos y de lo que son los demás. El amor que no se manifiesta en mi entrega sin límites a los demás, puedo estar
seguro de que no existe. Fr Marcos Rodriguez. Atrévete a dar el salto.

En 1975 tuve mi experiencia carismática de lo que en lenguaje pentecostal se llama “bautismo en el Espíritu”. Esta
experiencia dio paso a una de las mejores etapas de gracia en mi vida. Para entonces ya era sacerdote y profesor de
Escritura, pero ante la novedad de todo lo que se abrió ante mis ojos, descubrí que ignoraba todo lo que era
verdaderamente importante. Durante algunos meses me negaba a predicar, a dar charlas; sólo encontraba gusto en
escuchar a las personas que hablaban en esa nueva longitud de onda. Algunos de ellos eran gente muy sencilla, pero
¡con qué sabiduría se expresaban!
¡Qué gozo escucharles! Me sentaba ante ellos como un doctrino para aprender, consciente de que lo había
aprendido todo mal y necesitaba aprenderlo de nuevo.
Compré entonces un ejemplar de la Biblia de Jerusalén que conservo hasta ahora. Textos que había analizado en
profundidad durante mis estudios me resultaban ahora totalmente nuevos. Fui subrayando mi Biblia de colores,
garrapateando en ella nombres y fechas.
La he tenido que encuadernar varias veces y está ya muy vieja y deteriorada, pero sigue siendo el mayor de mis
tesoros. Luego me he vuelto viejo otra vez, y me he vuelto a cargar de conocimientos y saberes. No hay nada que
añore tanto como volver a pasar otra vez por aquella misma experiencia de infancia espiritual, de conciencia de mi
propia ignorancia. El problema no es tanto cuánto falta por aprender, sino cuánto falta por olvidar.
A Nicodemo le resultaba muy difícil olvidar para empezar a aprender. Sin embargo la luz de Jesús acabó venciendo
sus tinieblas. Juan Manuel Martín-Moreno. Personajes el cuarto evangelio

La Familia de Betania. Unas de las palabras más misteriosas del texto son las que Jesús dirige a los asistentes en el
momento en que Lázaro sale de la tumba. “Desatadlo y dejadle ir” (11,44). Estas palabras están dirigidas no sólo a la
familia de Lázaro, sino a toda familia cristiana que está de luto. Desatar al difunto es renunciar a retenerlo con
nosotros físicamente a toda costa; es darle permiso para que vaya con Jesús. Es nuestra incapacidad para desatar a
los difuntos la que causa tantas depresio nes y lutos morbosos, que destrozan la vida de las personas y les impiden
seguir viviendo.
Nos hemos referido al mutismo de Lázaro. Hemos visto cómo durante el resto del relato está presente, pero no
habla, no interviene. Se sienta a la mesa durante el banquete, pero callado en un rincón. El mutismo de Lázaro nos
10
está dando una clave de lectura para interpretar la vida en Cristo de nuestros difuntos. Siguen viviendo con nosotros,
aunque no nos hablen, aunque no intervengan en los asuntos prácticos de la vida. Se sientan con nosotros en
nuestra Eucaristía.
¡Viven!
Nunca olvidaré el entierro de José Alfonso, muerto a los 23 años en un accidente de moto. Era el único hijo varón de
sus padres, cristianos de profunda fe. En la homilía yo prediqué sobre este texto “Desatadlo y dejadle ir”. Luego en el
entierro, hubo un momento dramático inolvidable. Ante el sepulcro abierto aquel padre tuvo el valor para hacer una
oración en voz alta. Esa oración decía simplemente:
“Padre Dios, gracias por cada uno de los 23 años en que nos has permitido gozar de nuestro hijo. Han sido unos años
maravillosos. Pero si lo quieres para ti, tómalo. Es tuyo. No es nuestro”. Más tarde me entregó un poema que había
escrito, titulado “Desatadlo y dejadlo ir”. En el poema pude ver que había entendido perfectamente el mensaje del
cuarto evangelio. Se había colocado exactamente en el punto desde donde se ve la forma de la montaña. Juan
Manuel Martín-Moreno. Personajes el cuarto evangelio

El cardenal Ratzinger nos previene contra todo intento de asignar a Satanás rasgos “personales”. “Un rasgo
particular de lo demoníaco es su ausencia de fisonomía y su anormalidad. A la pregunta de si el diablo es una
persona, se debería responder exactamente: es la no-persona, la desagregación, la disolución del ser personal y por
esta razón el hecho de presentarse sin rostro es lo que constituye su particularidad. Su fuerza propia y específica es
ser incognoscible. En cualquier caso sigue siendo cierto que es un poder real, o mejor, un conjunto de poderes y no
una pura suma de yoes humanos”. J. Ratzinger, Dogma e predicazione, Brescia 1974, p. 197. (Citado por Juan
Manuel Martín- Moreno Ibid)

¡«Expiación representativa»! Los dos términos de esta expresión se prestan hoy igualmente a confusión.
Comencemos examinando lo que significa «expiación». Muchos contemporáneos asocian con «expiación » -sobre
todo a la vista de los sacrificios cruentos de no pocas religiones, y guiados por una comprensión errónea de la
muerte de Cristo en la cruz-una imagen insoportable de Dios, verdaderamente demoníaca. Es la imagen de un Dios
que, herido en su honor, se enoja y castiga o exige expiación y penitencia por sed de venganza, para luego, pese a
todo, dejarse persuadir quizá -¡quién sabe!-y volverse de nuevo al hombre. Ahora bien, es imposible negar que en la
historia del cristianismo existen hasta hoy maneras de decir y entender la muerte de Jesús que ponen a Dios bajo
una luz siniestra. Sin embargo, todo esto tiene poco o nada en absoluto que ver con el auténtico mensaje de la fe
cristiana. Creer en el Dios Uno y Trino; Gisbert Greshake. Sal terrae 2002 pag 77
Una consecuencia de esto es que las expresiones anteriores de la fe, incluso los dogmas, por una parte son
irrevocables, irreversibles. No se pueden abolir, ya que, dentro de un determinado sistema de referencia socio-
cultural, han expresado de hecho en cada caso el misterio de Jesucristo —y, así, en definitiva, el misterio de Dios—, y
han procurado salvaguardarlo, de un modo, para su tiempo, conseguido —o, algunas veces, menos conseguido—.
Pero, por otro lado, pueden volverse enteramente irrelevantes, en sus figuras histórico-culturales, para las
generaciones posteriores, e incluso pueden vaciarse de sentido en una pura repetición material: porque las
generaciones anteriores han expresado sus más profundas convicciones cristianas de fe en el interior de un campo
semántico diferente, en otro sistema de comunicación y mediante otra visión de la realidad.
Pensemos en la solemne declaración del concilio de Florencia- Ferrara con la que empecé este libro. Para aquellos
Padres conciliares esta declaración quería propiamente decir (consideradas las cosas retrospectivamente) que para
ellos Jesucristo era el único acceso, el único itinerario vital hacia Dios. Para su fe no cabía imaginar ninguna otra
cosa. Muy bien. Pero, en conexión esencial con esto, su equivocación estaba en el hecho de que no veían la obra
salvífica de Dios fuera del cristianismo y, así, despreciaban cuanto era no-cristiano. La equivocación estribaba, aún
más profundamente, en el hecho de que confundieron una convicción vital personal con una «verdad objetivamente
cognoscible», extrapolada de la fe, que cualquier hombre, con algún esfuerzo y autorrenuncia, podría descubrir.
Según este razonamiento, entonces, los no-cristianos carecen de buena voluntad —con todas las funestas
consecuencias que de aquí se siguen—. Y, sin embargo, incluso los dogmas que se han vuelto irrelevantes por los
cambios de los tiempos, siguen siendo teológicos, o sea, importantes para nuestra comprensión creyente, e incluso
siguen señalándonos la orientación. Hoy, sin las consecuencias e implicaciones del concilio florentino, tenemos
nosotros que poder dar cuenta de por qué Jesús, confesado como el Cristo, es para nosotros el único camino de la
vida, aunque Dios deja abiertos ante nosotros otros caminos; y también de por qué seguimos siendo cristianos de
corazón sin que acusemos de herejía o discriminemos a los no-cristianos; y, en fin, tenemos que poder justificar, con
modestia y sobriedad y dando testimonio teológico de la verdad, qué queremos decir cuando hablamos de misión o
envío. Edward Schillebeeckx. Los hombres relato de Dios.

11
Pues suponer que, en un determinado momento, Dios se decide a hacer un milagro, quiere decir que antes no
estaba haciendo todo lo posible, que su amor no era «más grande de cuanto pueda pensarse» y que su ser no
consiste en estar amando. Peor todavía: si lo hace para unos y no para otros, no ama a todos sus hijos e hijas por
igual, convirtiéndose —contra la misma Escritura— en un Dios favoritista y con «acepción de personas»; y si lo hace
a unos pocos y de tarde en tarde, pudiendo hacerlo a todos y siempre, no es siquiera un Dios amoroso... Da cierto
pudor decir estas cosas, que incluso pueden parecerse demasiado a una logomaquia nominalista. Pero basta hablar
con la gente en la desgracia o leer la prensa a raíz de una catástrofe natural, para palpar que estas objeciones tienen
una presencia muy real y terriblemente deletérea en el ambiente común.
Alguien así es el Dios en quien yo creo. Andrés Torres Queiruga. Ed Trotta SA 2013.

¿Tiene sentido aplicar los términos de esencia y existencia a Dios? Es un lenguaje formalmente correcto para
nosotros, pero vacio de contenido, porque no sabemos en que consiste la divinidad. ¿Que es ser Dios? No lo
sabemos. El lenguaje cae en la trampa de hablar desde lo existente (de lo que tiene el ser) para mencionar al que no
lo tiene, porque no es contingente. Presuponemos que ya sabemos lo que es lo divino y que podemos diferenciar el
uso que hacemos de sus atributos y de los mundano. Por eso, toda representacion divina tiene un significado
abusivo, propicio a la idolatria. Lo unico que podriamos afirmar es que Dios es un misterio inefable para nosotros,
nadamás que eso. ¿Que decimos cuando hablamos de Dios? Juan Antonio Estrada.

LA PERDIDA DE REFERENCIAS; La revolución cultural, en la que el imaginario de la ciencia ha desplazado al de la


religion, se completó con la critica ilustrada a la religion. La filosofia se unio a la ciencia para liberar al hombre y
facilitar el paso a su mayoria de edad. La critica a las instituciones y autoridades cambio la concepcion tradicional. Se
paso de la autoridad del cargo, en la que se creia por la relevancia moral del que mandaba (el rey, el papa, el
maestro, etc.), a la autoridad de los argumentos, a dar razones para convencer. Y esto afecto de forma especial a la
religion y tambien a la moral, como instancias normativas de la sociedad. Sin imagenes y conceptos creibles, el
lenguaje sobre lo divino resulta incomprensible. Por eso, mantener representaciones antiguas, que valieron en el
pasado, condena la fe a ser un residuo de viejas tradiciones, en las que nadie cree hoy. Todo lo que digamos sobre
Dios se convierte en habladuria humana no comprobable. Las viejas generaciones que se han socializado en un
ambiente cristiano pueden mantener ese lenguaje y sus simbolos tradicionales, pero resultan incomprensibles a las
jovenes. El culto religioso con sus rituales y practicas liturgicas es un buen exponente de una escenificacion de lo
religioso. En buena parte, pertenece al museo de la historia, aunque perdure en el tiempo. El tradicionalismo de la
religion mantiene formas comunicativas y expresivas obsoletas. Las religiones tienden a la acumulacion y al
barroquismo. Se resisten a renovarse y acumulan las novedades del presente con las practicas del pasado, que se
quieren conservar. Este conservadurismo las aleja de la correspondencia con el presente. Tambien, oculta la
vaciedad de muchas formulaciones, oraciones y ritos, que no dicen nada a los que participan en ellas. Se mantienen
por la costumbre y la inercia historica. La escenificacion del culto religioso propicia la pregunta, que generalmente no
se hace, ¿de que Dios estamos hablando y que queremos decir con nuestras expresiones? ¿Que decimos cuando
hablamos de Dios? Juan Antonio Estrada

El Vaticano II abrió el camino reconociendo lo que «hay de verdadero y santo» (Nostra aetate, 2) en las religiones,
pero no se atrevió a usar para ellas la palabra «revelación». Sin duda, en el fondo persistían, como una sombra
inconsciente, restos del concepto de revelación milagrosa, que por tanto solo podía darse propiamente en la Biblia.
Pero si Dios por su parte —digámoslo así— está tratando de revelarse a todas las personas, es claro que toda religión
consiste justamente en una captación —más o menos plena y acertada, pero real, como sucede en la misma Biblia—
de su revelación (por tanto, en sentido estricto). Por eso creo que llega la hora tomar siempre como principio el
reconocimiento de que «todas las religiones son verdaderas»; lo son, desde luego, en la medida en que logran
captar, expresar y vivir la revelación. Por eso en principio tiene razón la afirmación del «pluralismo. LA TEOLOGÍA
DESPUÉS DEL VATICANO II .Diagnóstico y propuestas. Andrés Torres Queiruga

La fe, que se prolonga en obras como su fruto necesario, es semejante a un árbol bueno que da frutos buenos. Los
frutos no producen el árbol, es el árbol el que produce los frutos, pero los frutos manifiestan el tipo de árbol del que
proceden. Del mismo modo, las obras buenas no producen la fe, la fe es un don de Dios y una actitud del creyente;
es la fe la que produce buenas obras, pero estas buenas obras manifiestan la fe, hasta el punto de que bien puede
decirse que una persona que no realiza obras de amor es porque no tiene fe. En esta línea, dicho sea de paso, se
movía Martín Lutero. Es bueno recordarlo para romper con esa caricatura de un Lutero que oponía fe y obras o que
estaba en contra de las buenas obras. Hay un texto suyo, comentando la carta a los romanos, que resulta
significativo a este respecto: «¡La fe es cosa viva, creadora, activa y poderosa! Es impensable que esté sin hacer el
12
bien continuamente. No pregunta si hay que hacer buenas obras, pues las ha hecho antes de que la pregunta se
plantee. Está siempre en acción. El que no hace obras de esta manera es un hombre sin fe… Es tan imposible separar
la fe de la obra como el fuego de la luz» Mutua Implicación entre fe y caridad. Martín Gelabert.

Postraciones; Voy constatando sin demasiada sorpresa que el imaginario mariano se mantiene resistente al cambio.
De niña, en mi colegio cantábamos en Mayo: «Mira a tus plantas Virgen pura las hijas de tu corazón...» y aunque de
eso hace ya una pila de años, he vuelto a escuchar este mes en una iglesia una versión casi idéntica: «De nuevo aquí
nos tienes purísima doncella, más que la luna bella, postrados a tus pies».
El gesto de postrarse es un clásico en todas las religiones y no soy yo quién para criticarlo, que cada cual es muy
dueño de elegir la postura que le parezca oportuna, siempre que se lo permitan sus rodillas.
Solo quiero aportar un par de consideraciones en torno al tema: una, que situarse tan abajo solo permite ver las
baldosas del suelo o, todo lo más los angelitos descabezados que pueblan las peanas de las estatuas, cosa que
resulta una penosa limitación.
Otra objeción, más sólida ésta y con la ventaja añadida de ofrecer un fundamento bíblico a mi falta de entusiasmo
por las postraciones: cuando Israel allá por el s. VIII a.C. se preguntaba cómo agradar Dios (¿inmolamos holocaustos?
¿hacemos reverencias? ¿más golpes de muñeca con el incensario?), el profeta Miqueas se lo dejó clarísimo: “Ni
sacrificios, ni ofrendas, ni inclinaciones, ni canturreos: lo que el Señor espera de vosotros es que aprendáis a amar
con fidelidad y con ternura y que caminéis humildemente con Él”. (Cf Mi 6,8). Resumiendo: que menos postraciones,
más honradez y más ternura.
Es más que probable que María escuchara ese texto de Miqueas detrás de la celosía de la sinagoga de Nazaret, así
que me atrevo a pensar que, si le dejáramos elegir y como “verdadera hermana nuestra”, ella preferiría
seguramente tenernos a su lado caminando mejor que arracimados a sus pies. Es solo una opinión. Dolores
Aleixandre

No cabe mayor devaluación del tema de Satán que escribir miles de páginas sobre lo específico del cristianismo sin
necesidad de mencionar al ilustre personaje. Es la mejor forma de mostrar que todo marcha bien sin él. Se pone así
de manifiesto que su leyenda no pertenece al «depósito de la fe». Y, por supuesto, que la defensa de su existencia
no es un articulus stantis et cadentis Ecclesiae (un asunto de vida o muerte para la Iglesia).
Las grandes obras de Schillebeeckx, Küng o Metz son un buen ejemplo de lo que estoy diciendo. En vano se buscará
en ellas la presencia de nuestro incómodo personaje. Otros teólogos católicos, más comprometidos con el sistema,
buscan un penoso equilibrio entre la doctrina del magisterio y las dificultades de afirmar la existencia personal de
Satán. Tienen que servir a dos señores, cosa siempre im:ómoda. Creo que fue el caso de mi admirado K. Rahner.
También esa doble militancia puede, en determinadas encrucijadas históricas, no carecer de grandeza. La mayoría de
los teólogos católicos son conscientes de los problemas que implica la creencia en la existencia personal de Satán, y
hace ya tiempo que optaron por interpretar la tradición que habla de él. Satán en horas bajas. Manuel Farijó

Nos encontramos con una paradójica ironía de la historia: en la religión judía, la creencia en Satán y en los demonios
fue un episodio pasajero. Los especialistas afirman que «hoy día, hace ya tiempo que esta creencia no tiene ningún
papel en la religión judaica». En cambio, la Iglesia católica cultiva cuidadosamente esta en herencia envenenada y,
en ocasiones, la convierte incluso en tema central de su predicación.
El texto de Génesis 3 no ofrece base para identificar a la serpiente con Satán. Ya hemos dejado constancia de que
Satán fue una figura desconocida durante todo el período anterior al destierro. Difícilmente podría aludirse a él en
un documento literario del siglo X a.C. Esa identificación es fruto de una interpretación muy posterior. En Génesis 3,
la serpiente no es, por lo demás, símbolo del tentador, sino de la tentación. Y ésta acontece en el corazón del
hombre. Lo que ocurre es que, dado el estilo simbolizante de la narración, la tentación tiene que exteriorizarse y
proyectarse en un agente externo. El narrador elige a la serpiente en atención a su proverbial astucia y peligrosidad.
Por lo demás, es de esperar que, después del ingente esfuerzo de la exégesis histórico- crítica, se acepte que Génesis
3 no I es una historia, sino una leyenda, fábula o mito que intenta explicar el origen del mal.
Comentando este capítulo del Génesis, P. Ricoeur pone de relieve que la serpiente tiene un doble simbolismo. Ante
todo, el simbolismo interno: «La serpiente sería una parte de nosotros mismos que nos pasa inadvertida; sería la
seducción con que nos seducimos nosotros mismos, proyectada en el objeto de la seducción». En este sentido, la
serpiente representa «la proyección psicológica de la concupiscencia». La serpiente simboliza «nuestra propia
animalidad soliviantada por la prohibición, alocada por el vértigo de la infinitud, pervertida por la preferencia que se
concede cada uno a sí mismo y a sus propias diferencias específicas... ». Satán en horas bajas. Manuel Farijó

13
El cardenal Gasquet relata esta anéctoda: Un catecúmeno preguntó a un sacerdote católico cual era la posición del
laico en su Iglesia. La posición de laico en nuestra Iglesia- respondió el sacerdote- es doble: ponerse de rodillas ante
al altar, es la primera; sentarse frente al púlpito, es la segunda. El cardenal Gasquet añade: Olvidó una tercera; meter
la mano en el portamonedas.
En ciertro modo, nada ha cambiado, ni cambiará jamás. Los laicos estarán siempre arrodillados ante el altar,
sentados frente al púlpito y por mucho tiempo seguirán metiendo la mano en el portamnedas. Jalones para una
teología del laicado. I. M –J. Congar

La experiencia más bella que podemos tener es la de lo misterioso. Se trata de un sentimiento fundamental que es,
como si dijéramos, la cuna del arte y de la ciencia verdadera. Quien no lo conoce y ya no puede maravillarse ni
admirarse de nada, ya está muerto, podríamos decir, y su ojo está debilitado. Fue la experiencia de lo que es
plenamente misterioso —aunque estuviera mezclado con el miedo— lo que hizo nacer la religión. Pero saber que
existe algo impenetrable, algo que se manifiesta en la razón más profunda y la belleza más resplandeciente hasta tal
extremo que nuestra razón sólo puede acceder toscamente, este saber y este sentimiento constituyen la verdadera
religiosidad. En este sentido, y en ninguno más, soy un hombre profundamente religioso».ALbert. EINSTEIN, Física y
realidad y otros escritos filosòficos.

La sabiduría no consiste solamente en saber. Es mucho más que eso: consiste en saber utilizar el saber. Es el arte de
vivir y la vida es más compleja que una constelación de conocimientos. Ni la sabiduría, ni la verdad son valores
exclusivamente intelectuales, tampoco el saber de la sabiduría es una actividad puramente racional, sino, sobre
todo, un contacto con la realidad, un saber tocar y gozar la realidad existente.
Sabiduría procede de sabor y denota simultáneamente saborear y tener saber. El sabio sabe degustar las cosas,
desde las más vitales hasta las más insignificantes. La sabiduría trasciende el conocimiento intelectual y tecnológico,
también la erudición, porque emana de la vida, del aprendizaje que uno adquiere por el mero hecho de vivir.
Contra el racionalismo que propugna un tipo de saber separado de la vida, la sabiduría expresa una forma de
conocimiento que permite comprender, no sólo el cosmos y sus leyes, sino los fundamentos del ser humano. Esta
búsqueda no es patrimonio de una determinada cultura; tiene un carácter transversal. No pertenece a Occidente o a
Oriente; en ambas civilizaciones hallamos sabios que iluminan la senda del conocimiento.
Todo ser humano, por el mero hecho de tener inteligencia espiritual, aspira a una visión global de la existencia y a
orientarse en ella. Lo que es común a todos los seres humanos de todas las épocas y culturas es la búsqueda de tal
sabiduría. Las respuestas son múltiples, porque múltiples son las manifestaciones culturales a lo largo de la historia y
de la geografía. Inteligencia espiritual. Francesc Torralba.

El sentido de la vida en un contexto Nihilista.La sociedad ofrece un proyecto de realización y de sentido que, al ser
asumido por la persona, consagra su carencia de significación. El individuo pasa a ser un miembro de la ciudadanía,
uno más, con una alteridad cada vez más recortada y homogeneizada según las pautas sociales. Se ofrece un estilo
de vida integrador, en el que el individuo se cree libre, ya que formalmente tiene todas las libertades y derechos,
pero su capacidad de decisión autónoma está muy recortada. La malla institucional de las sociedades complejas deja
poco espacio a las personas, que asimilan por ósmosis su concepción de la vida, confundiendo la permisividad social
con la autonomía personal.
Desde esta perspectiva, se puede hablar de una decadencia del yo en cuanto personalidad autónoma, que se integra
en el nosotros colectivo y asume su código cultural. La personalización de la vida, en una línea contraria a las pautas
socioculturales, resulta mucho más difícil hoy que en las sociedades tradicionales, porque ha aumentado el control
de la sociedad sobre los individuos. Teóricamente, hay más libertades que nunca, pero, de hecho, aumenta la
presión social sobre las personas, se pierde la diferencia entre la vida privada y el ámbito público, y se interiorizan
hábitos de comportamiento. Se puede hablar de una disciplinización de los individuos y de un control cada vez
mayor de la conducta, facilitado por la revolución tecnológica. Controlar y vigilar es la nueva forma de represión, que
pretende prevenir y propulsar formas de conducta, más que reprimir y castigar, como en las sociedades
tradicionales.
Foucault ha mostrado que las nuevas formas de poder social, el «biopoder», no se basan en sancionar a los
disidentes y en reprimir a los desviados de las normas, sino que incitan a asumir comportamientos y ofrecen una
multiplicidad de modelos que imitar. El sujeto se integra en un estilo de vida dado y en un espacio de relaciones
sociales, en el que es gobernado sin saberlo. La sociedad determina lo que es o no deseable y lo que es racional o no,
según el régimen de conocimiento en que vivimos. Conocemos y deseamos lo que podemos, porque la sociedad
marca el horizonte de lo cognoscible y deseable, sin que el individuo pueda exonerarse de la presión social. En este

14
marco es inevitable que la comprensión de lo que es el sentido de la vida y una existencia lograda esté construida
socialmente. Juan Antonio Estrada. El sentido y el sinsentido de la vida.

Hay que obligar a la gente a consumir masivamente y forzarla a que se sienta feliz con ello, porque el absolutismo
del mercado rechaza a los herejes que se abstengan de esa panacea de la felicidad. Una promesa de plenitud basada
en el bienestar material lleva aparejado un malestar constante, en parte porque las metas de bienestar se alargan
indefinidamente. Cuanto más se tiene, más se necesita,… Juan Antonio Estrada. El sentido y el sinsentido de la vida.

La proclamación de Jesús como Hijo de Dios, tras la experiencia de la resurrección, no desplaza el significado de su
vida. Por eso, se recuerda que el Resucitado es el Crucificado, contra los que buscan un sentido al margen de la
historia vivida por Jesús (1 Cor 1,22-25), contraponiéndolo a la sabiduría racional griega. Se hace del seguimiento de
su proyecto el criterio fundamental para proclamar un sentido que supera la muerte. El problema no estriba sólo en
si Jesús es Hijo de Dios, sino en si su forma de vivir es la que Dios quiere, en si su proceso histórico comunica qué es
lo divino y cómo es Dios. A Dios no lo conoce nadie, lo revela el Hijo con su forma de vida (Jn 1,18). Por eso, el
contenido de lo divino lo da la vida de Jesús, no una especulación filosófica. No es simplemente que Dios se haga
presente en Jesús, sino que no se pueden asumir imágenes de Dios que contradigan los valores por los que vivió y
murió. El criterio de lo divino es una forma de vida. El problema posterior de los cristianismos históricos estriba en
que la discusión sobre su persona, su relación con la divinidad se desplazó del ámbito del proyecto existencial al de
las consideraciones filosóficas, basadas en la imagen griega de la divinidad (impasible, ahistórica, esencialista).
Entonces, las especulaciones sobre el dios encarnado se interpretaron en clave de designio divino, centrando en la
cruz —a costa de desplazar su proyecto del reinado de Dios, que fue su código de sentido— el principio ordenador
alternativo al desorden social e histórico. De esta forma, se mitigó el significado conflictivo de esa hermenéutica, que
sigue provocando e interpelando al hombre de hoy. Juan Antonio Estrada. El sentido y el sinsentido de la vida.

Teologia ecuménica; una de las propuestas teológicas mejor elaboradas, entre otras cosas por estar basada en una
amplia documentación y sostenida por una larga reflexión, es la avanzada por Hans Küng, en Teología en camino
(1987) y en Proyecto de una ética mundial (1990), de una «teología ecuménica crítica» de las religiones al servicio de
una «teología ecuménica para la paz», y que no puede describirse simplemente con la fórmula «Cristo por encima de
las religiones», según la formulación de Knitter. Además del ateísmo y el relativismo, una teología ecuménica crítica
excluye también, obviamente, el exclusivismo, para el que sólo la propia religión es verdadera, pero también el
inclusivismo, que acaba subordinando a la propia religión todas las demás religiones. Pero no renuncia a la cuestión
de la verdad y trabaja con un complejo criterio de verdad: ético, religioso y específicamente cristiano. «Según el
criterio ético general, una religión es verdadera y buena si y en la medida en que es humana y no reprime ni
destruye, sino que defiende y promueve la humanidad. Según el criterio religioso general, una religión es verdadera
y buena si y en la medida en que permanece fiel a su propio origen o a su canon: a su auténtica "naturaleza", a su
escritura o figura normativa, a la que se remite continuamente. Según el criterio específicamente cristiano, una
religión es verdadera y buena si y en la medida en que deja traslucir en su teoría y en su praxis el espíritu de
Jesucristo».
Pero Küng aplica este tercer criterio directamente sólo al cristianismo, en cuanto que, como teólogo cristiano, se
sitúa dentro del cristianismo. De donde se sigue que, desde el punto de vista ético y religioso, pueden darse muchas
religiones verdaderas; pero desde el punto de vista existencial sólo una religión es verdadera y, por tanto, para el
cristiano, sólo el cristianismo es verdadero: «No se trata de una verdad universal, sino de una verdad existencial, en
mi religión y en todas las demás: "tua res aginar". En este sentido, para mí -como para todos los demás creyentes- no
hay más que una religión verdadera». Esta distinción de criterios -ético, religioso y específicamente cristiano-
permite mirar a las religiones desde fuera y desde dentro: «Vistas desde fuera, consideradas desde el punto de vista
de la ciencia de las religiones, existen diversas religiones verdaderas [...]. Vista desde dentro, desde el punto de vista
del cristiano creyente orientado al Nuevo Testamento, para mí existe la religión verdadera, la cual, al no poder
recorrer al mismo tiempo todos los caminos, es el camino que trato de recorrer: el cristianismo en cuanto que da
testimonio del único verdadero Dios en Jesús. [...] Las otras religiones no son simplemente falsas, pero tampoco son
simplemente verdaderas sin reservas, sino que son religiones condicionadamente ("con reserva", o como se quiera
decir) verdaderas, las cuales, al no diferir del mensaje cristiano en puntos fundamentales, pueden perfectamente
integrar, corregir y enriquecer la religión cristiana» Rosino Gibelini. La teología del s.XX

Para ser moral, no hace falta tener una religión y la comprensión judeocristiana de la dignidad del hombre, en
cuanto imagen y semejante a Dios, puede ser asumida desde instancias no religiosas. Sin embargo, las religiones
ofrecen motivaciones morales, enraizadas en el valor ejemplarizante de las grandes personalidades religiosas,
15
que no pueden ofrecer los razonamientos filosóficos. Porque ser moral y apelar a la heroicidad en situaciones
difíciles es típico de las religiones, sobre todo desde la dinámica del llamamiento a la imitación y el seguimiento de
los fundadores de las religiones monoteístas. El ejemplo y el testimonio, propios de las narraciones religiosas,
arrastran y motivan tanto o más que las creencias, doctrinas e ideologías. De hecho, las religiones han sido instancias
éticas en las sociedades, presentando como mandamientos divinos las exigencias morales, sobre la base de un
comportamiento ejemplar. Por eso, la decadencia de las religiones establecidas en Europa y el vacío normativo y
axiológico que han generado, han favorecido la erosión de la moral. Un sistema ideológico puede convencer pero es
insuficiente como motivación, y la cultura laica y secularizada en la que vivimos puede presentar pocos referentes
morales que susciten deseos de imitación y seguimiento. Tras la ética religiosa no sólo han surgido otras laicas,
autónomas y secularizadas, sino también carencias y vacíos morales, porque sin el referente religioso, y con carencia
de alternativas que lo sustituyan, se ha impuesto la permisividad amoral. No es fácil encontrar sustitutivos a las
religiones, a la hora de motivar y crear pautas de conducta para los miembros de una sociedad. La fe religiosa no
sólo da sentido a la vida de muchas personas, más allá de la dimensión ética, sino que es la gran instancia
orientadora de las conductas. Juan Antonio Estrada. El sentido y el sinsentido de la vida.

Las personas con convicciones religiosas hondas soportan mejor que otras las dificultades y adversidades de la vida
porque tienen un sistema de referencia que les permite integrarlas y darles un sentido. Un código cultural que dé
respuesta a los problemas ayuda a luchar y buscar soluciones. Las religiones han ofrecido estas codificaciones a lo
largo de la historia, por eso las sociedades han tenido hasta ahora un código religioso patente y latente. Como
ofrecen también rituales colectivos, instituciones sociales, comunidades interpersonales y valores comunes, llenan
un vacío, el de las relaciones significativas con el otro. Las sociedades secularizadas y laicas tienen muchas
dificultades para encontrar alternativas convincentes y plausibles a los rituales de paso y los sistemas de creencia
religiosos en las situaciones límite de la existencia. Muchos de los intentos actuales por crear imaginarios laicos, que
sustituyan a los religiosos, no hacen más que apoyarse en ellos e intentar darles otro sentido profano y no sacral.
Juan Antonio Estrada. El sentido y el sinsentido de la vida.

Lamentablemente, muchos cristianos, incluidos pastores y profesores de Biblia, no entienden ni el significado de la


expresión «reino de Dios» ni el sentido del concepto bíblico de escatología. Algunos cristianos piensan que con la
expresión «reino de Dios» Jesús se refería al cielo o al milenio. Algunos incluso tratan de establecer una distinción
entre el reino de Dios y el reino de los cielos. Peor aún, algunos piensan que «escatología» se refiere al «fin del
mundo». Graig A. Evans. El Jesús deformado

Algunos estudiosos no sólo tienen puntos de partida restrictivos e injustificados, sino que sus métodos son con
frecuencia muy severos y escépticos. Parece que algunos investigadores piensan que cuanto mayor sea su
escepticismo, tanto más críticos son ellos. Pero la adopción de una actitud escéptica excesiva e injustificada no es
una postura más crítica que la aceptación crédula de cualquier cosa que se presente. En mi opinión, mucho de lo que
pasa por crítica no lo es en modo alguno; no es más que escepticismo disfrazado de erudición. Esta manera de
pensar es una de las principales aportaciones a las imágenes deformadas de Jesús y de los evangelios en gran parte
de la erudición radical actual. Graig A. Evans. El Jesús deformado

Pedestales; Reconozco una resistencia que raya en lo maniático hacia las imágenes espaciales (relativamente
frecuentes en la Biblia ¡ay!) en las que para hablar de majestad, victoria o soberanía, aparece algo o alguien bajo los
pies de otro. A veces son los enemigos puestos “como estrado de tus pies” (Sal 110,2); o “Él tiene que reinar hasta
poner a todos sus enemigos bajo sus pies” (1 Co 15,25). Otras veces es la dichosa serpiente aplastada por la mujer
(Gen 3,15), mirándonos con ojillos malévolos desde las peanas de las estatuas. Ni siquiera el estar bajo las plantas de
María me parece un buen sitio para la luna, aunque lo diga el Apocalipsis (Ap 12,2): de preguntárselo a ella, creo que
hubiera preferido verla allá arriba, alumbrando las noches de verano en el cielo de Nazaret. Me parece peligroso ese
lenguaje visual de sometimiento y dominio y la conclusión que suele sacar el necio es: Soy-más-que-tú-así-que-te-
espachurro. Bastantes genes de prepotencia anidan ya en nosotros como para que nos los confirmen las esculturas,
los cuadros o las estampas.
Además, no encuentro ni rastro de ese imaginario en el Evangelio, más bien todo lo contrario: a Judas, enemigo
declarado de Jesús, él lo recibe en el huerto llamándole amigo, no dándole un pisotón. A sus discípulos, dispuestos
siempre a encaramarse a cualquier podio con tal de sobresalir, les conmina a ponerse en el último lugar al servicio
de todos. Y él mismo no encontrará un gesto más elocuente que el de quitarse el manto y arrodillarse a los pies de
sus amigos para lavárselos.
16
Estoy en total acuerdo con lo que decía aquí hace poco Jesús Martínez Gordo: “La intensidad y extensión del dolor
provocado (por la pederastia) y el arraigo de la complicidad institucional han evidenciado que tan depravada praxis,
descaradamente verticalista y absolutista, nada tiene que ver con lo dicho, hecho y recomendado por Jesús y sí
mucho con el modo de proceder heredado del absolutismo”.
Conclusión del sabio:- ¿Pedestales? No, gracias. Ya he visto que todos llevan una pegatina que avisa: “Tonto-el-que-
se-suba”. Dolores Aleixandre. Blog Un grano de mostaza-

Pese a la singularidad irrepetible de los apóstoles, que conocieron a Jesús antes de su muerte, la forma en que ellos
“ llegaron a ser cristianos” responsables no difiere esencialmente de la nuestra. De ahí que la afirmación creyente de
que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos pueda representar para todos los cristianos la descripción, de una
experiencia inmediata de la realidad y no una interpretación secundaria o construcción ideológica separable de la
situación experiencial. En otras palabras: precisamente en la experiencia pascual se expresa lo que aconteció a Jesús
para la salvación de todos. Esto valió para los apóstoles, pero también vale si nuestra fe no ha de ser una costumbre
para los cristianos actuales “gracias a la mediación de la comunidad viva de la Iglesia” E. Schillebeeckx. Jesús la
historia de un viviente.

Parábola del Fariseo y el Publicano. (Lc 18, 9.14)


Ojalá que al lector del evangelio se le concediera la experiencia cristiana más profunda: la de saberse querido por
Dios incondicionalmente, gratuitamente, no a causa de sus virtudes y valores, sino por el hecho de ser hijo. Esta
experiencia capacita para situarse frente a los demás, aceptándolos incondicionalmente, gratuitamente, no por sus
valores, virtudes, simpatía..., como Jesús. Esta experiencia rompe de una vez por todas nuestro fariseísmo: creer que
compramos la “vida” con las buenas obras5. Y, como contrapartida, nos capacita para amar a los demás por ellos
mismos y no por la satisfacción que puedan darnos. Nos permitimos, como todo comentario de la parábola,
transcribir un posible segundo acto.
El publicano bajaba del templo justificado, es decir, consciente de haberse convertido en amigo de Dios. Estaba tan
contento, que saludaba hasta a los desconocidos. Aquella noche no durmió de la alegría. El fariseo bajaba del templo
desconcertado. No entendía la lógica de Dios. Él, precisamente, había querido huir del ritualismo, convencido, como
estaba, de que sus ofrendas no serían agradables a Dios, si no cumplía la Ley o si había ofendido a algún hermano.
No había subido al templo a pedir favores egoístas, ni tampoco había hecho ostentación de sus buenas obras como
si estas lo hicieran merecedor de determinadas recompensas, sino que, teniéndolo todo por Dios, había orado
diciendo: “Oh, Dios, te doy gracias...”. Aquella noche no pudo dormir de tristeza.
Apuntó un nuevo día. El segundo día, a veces, es más delicado que el primero.
El fariseo y el publicano subieron de nuevo al templo para orar.
El fariseo seguía muy desconcertado. Pasar la noche en vela no le había aclarado en absoluto las ideas. Como tenía
temor de Dios, estaba hundido por la sentencia condenatoria del día anterior. No hacía sino pensar por qué lado
debía fallar su sistema religioso. Aquel día no empezó a orar diciendo: “Oh Dios, te doy gracias”, sino: “Oh Dios, no te
comprendo”. El publicano subió al templo con la euforia de todos los recién convertidos. Como ya era amigo de Dios,
no se quedó rezagado golpeándose el pecho, sino que se abrió paso a empujones y a codazos hasta llegar delante de
todos, alzó los brazos en actitud de oración y oró así: “Oh Dios, no hace falta que te vuelva a pedir perdón porque eso
sería dudar de ti. Es verdad que había acumulado muchas riquezas con los impuestos cobrados injustamente, pero
repartiré la mitad a los pobres y restituiré cuatro veces todo lo que haya defraudado. Ya verás cómo mi conversión
será muy comentada. Oh Dios, te doy gracias porque no soy como ese fariseo, que desconoce tu misericordia y
presume de sus buenas obras. Le estuvo muy bien empleado lo que ayer le dijiste”.
Pero el Señor dijo: “En verdad, en verdad os digo, que la forma más refinada de fariseísmo es la de hacerse pasar
por publicano”.
Aquella noche ni el fariseo ni el publicano pudieron dormir por la preocupación.
Apuntó el tercer día. El tercer día es a veces el decisivo.
El fariseo y el publicano se hicieron amigos mientras subían al templo. Ambos se quedaron a una distancia prudente
y, sin alzar demasiado la vista, dijeron: “Oh Dios, dinos de una vez por todas qué es lo que hace y qué es lo que impide
que quedemos justificados”.
Entonces el Señor les respondió: “Lo que impide quedar justificado es dedicarse a catalogar a la gente, dividiéndola
en fariseos y publicanos. Lo que justifica es que tú, tras descubrir que tienes dentro de tí un fariseo y al mismo tiempo
un publicano, anules al fariseo que hay en ti para dejar que yo convierta y salve al publicano”.
El fariseo ya casi lo había entendido, pero todavía osó empezar una última pregunta: “Entonces, para que quede
completamente seguro...” Sin embargo, el Señor le interrumpió de manera contundente: “Hijo mío, eso es,
precisamente, lo que no te conviene: estar seguro”.
17
Aquella noche tanto el fariseo como el publicano durmieron de un tirón, como niños. Francesc Riera i Figueras, s.j.
Jesús de Nazaret el evangelio de Lucas (i), escuela de justicia y misericordia

Todas las tensiones que podemos apreciar hoy en la Iglesia se reducen a esta alternativa: aceptar el cambio u
oponerse a él. A la inmensa mayoría de los cristianos se les ha inculcado que no había que pensar. Me acuerdo de
una frase del catecismo que teníamos que aprender de memoria. A una pregunta complicada había que responder:
“eso no me lo preguntes a mí, que soy ignorante; doctores tiene la Iglesia que lo sabrán responder”.
Entre los cristianos la división es absoluta. Llamémosles integristas o aperturistas, conservadores o progresistas,
fundamentalistas o relativistas, todos estamos en uno u otro bando. Los que están dispuestos a avanzar, dando por
supuesto que todo conocimiento de Dios es relativo y los que están instalados en sus verdades absolutas e incluso
eternas que ni pueden ni deben cambiar.
Sería muy difícil hablar de tanto por ciento, pero creo que hoy serían muchos más los que se sienten reacios a
modificar su idea de Dios. Este miedo es muy lógico en la medida que confundimos nuestra idea de Dios con la
realidad de Dios. El punto de partida de todo posible cambio está en superar la creencia de que nuestra idea de dios
y la realidad de Dios coinciden exactamente. Fray Marcos Rodriguez. Qué nos queda de Dios.

Produce extrañeza el ver a tantos pioneros de ayer convertirse en frenos de todo progreso actual. Autores queridos,
de los que venimos, en cuya obra nos hemos formado y de quienes hemos recibido impulsos que, ayudándonos a
romper esquemas caducados, nos abrieron hacia el futuro, pero que ahora ven peligros y herejías por todas partes.
Promotores de la apertura conciliar en una Iglesia a punto de asfixia teológica, pero que hoy dan la impresión de
haber cambiado de cuarteles, constituyéndose en paladines que luchan para apagar el dinamismo conciliar que ellos
desencadenaron……
Cuando un teólogo está empeñado en el avance y trabaja él mismo en la ampliación de las fronteras, calibra
personalmente el peligro y sabe por propia experiencia que el progreso intelectual se edifica sobre el terreno de la
fe; pero cuando -po r edad o porque se ha cumplido el ciclo de su obra- deja de estar empeñado personalmente en
el avance, empieza a ver el peligro desde fuera y tiende a identificar el terreno de la fe con los precisos límites de su
teología. Puede producirse entonces la paradoja de que él repita con los demás justamente lo que otros habían
hecho con él. Sólo la humildad por su parte y la confianza en los que, acaso apoyados en sus «hombros de gigantes»,
están ahora en la brecha, puede librarlos a ellos de la trampa; y, en todo caso, debe dejarnos libres a nosotros para
seguir adelante. A. Torres Queruga. Repensar la cristología

El catolicismo actual solo se siente llamado a levantar la voz cuando está de por medio el tema sexual. Y no voy a
negar que la sexualidad es una realidad compleja y resbaladiza. Pero creo que llama la atención el siguiente
contraste: en los evangelios apenas hay dos o tres pasajes que se ocupan del tema sexual; en ellos Jesús se muestra
tan exigente en la teoría como luego tolerante con las personas concretas. En cambio ya hemos visto cuántas veces
hablan los evangelio de las diferencias entre ricos y pobres; pues bien parece que el lenguaje oficial del catolicismo
de hoy es el reverso de ese tapiz; da la sensación de que toda la moral se reduce al sexo y que es aquí donde hay que
levantar la voz mientras que el dinero se lo deja correr pecaminosamente sin molestarlo. José Ig. González Faús.
Herejías del catolicismo actual. Pag 73
Si existe una verdad capital en la religión de Israel y en su idea de la historia de la salvación es el Éxodo. La confesión
de que "el Señor nos sacó de Egipto", atraviesa todo el Antiguo Testamento. "Yo soy el Señor, tu Dios. Yo te saqué de
Egipto, de la esclavitud", es la solemne introducción histórica al Decálogo (Ex 20,2; Dt 5,6). Y el tema resuena en los
salmos (135,8; 136,10-15), aparece en boca de paganos como Rajab (Jue 2,10) y Ajior (Jdt 5,10-14), es objeto de
profunda reflexión por parte del autor del libro de la Sabiduría.
Pero, como todas las verdades, también este dogma se presta a falsas interpretaciones, que provocan una falsa
seguridad religiosa. Como si Dios se hubiese comprometido de forma definitiva y exclusiva con Israel, y éste pudiese
abusar de dicho privilegio.
La denuncia más enérgica de esta postura se encuentra en el libro de Amós. Se trata de un pasaje muy breve, pero
tan radical que debió resultar blasfemo a sus oyentes y lectores:
¿No sois para mí como etíopes, israelitas?
-oráculo del Señor-
Si saqué a Israel de Egipto,
saqué a los filisteos de Creta
y a los sirios de Quir (Am 9,7).
18
Es imposible decir algo tan duro en menos palabras. De un golpe, Amós tira por tierra todo privilegio. Lo que Israel
considera como un episodio único y exclusivo en la historia universal, su salida de Egipto, es puesto al mismo nivel de
las emigraciones de filisteos y sirios, precisamente esos pueblos que fueron de los mayores enemigos de Israel. Amós
no niega la intervención de Dios en Egipto; pero la amplía a la historia de todos los países. No desmitifica la historia
de Israel, sino que hace sagrada toda la historia universal, eliminando con ello presuntos privilegios del que se
considera "pueblo elegido".
Para que comprendamos lo blasfemas que debieron de sonar estas palabras en oídos israelitas propongo la siguiente
actualización, aun con riesgo de aparecer como hereje:
"¿No sois para mí
como los demás hombres cristianos?
si a vosotros os envié a Jesús,
a los musulmanes les envié a Mahoma
y a los budistas les envié a Buda".
El que nos pongan a Jesús al mismo nivel que Mahoma o Buda, nos resulta hiriente, a pesar de todo el respeto que
podamos sentir por esos personajes. Algo parecido ocurriría a los israelitas. Pero lo que el profeta pretende no es
herir la sensibilidad, sino hacer caer en la cuenta de una verdad profunda. Que las confesiones de fe, los dogmas, son
palabras totalmente vacías cuando no se vive de acuerdo con ellas. Con palabras de Jesús: "No basta decirme:
'¡Señor, Señor!' para entrar en el reino de los cielos; no, hay que poner por obra el designio de mi Padre del cielo"
(Mateo 7,21). La confesión de Jesús como "el Señor" es capital en el Nuevo Testamento, la que nos salva. Pero no
automáticamente, de forma mágica, sino unida a una vida conforme con esa confesión. José L.Sicre Los profetas de
Israel y su mensaje.

Para los cristianos, la confesión neotestamentaria de Jesucristo es la norma de la fe interpretativa cristiana en Jesús
de Nazaret. Pero desde su muerte, Jesús está ausente de nuestra historia. Sólo nos es accesible como tal mediante
un texto que refleja la fe en Jesús de las comunidades eclesiales cristianas primitivas. Ese texto se halla además lejos
de nosotros en el tiempo y en la cultura. Lo cual nos plantea con mayor agudeza la cuestión de la «norma
cristológica»: ¿está en la Escritura o está en la acción pneumática, eficaz en la Iglesia, del Espíritu del Resucitado
ausente? En este punto acechan los peligros del biblicismo, por una parte, y, por la otra, de la apelación magisterial o
carismática injustificable, poco menos que cosista y automática, al Espíritu santo.
La respuesta a esta cuestión podemos leerla en la estructura del nuevo testamento. Es patente que los autores del
nuevo testamento ponen en boca de Jesús toda suerte de palabras que él históricamente nunca pronunció. Lo que
Jesús dijo o hizo en una situación distinta, lo adaptan creativamente a situaciones nuevas que Jesús, en la Palestina
de su tiempo, no conoció o no pudo conocer. Obraron así, y con razón, porque estaban convencidos de que hoy el
mismo Jesús, que según la convicción de la fe cristiana ha sido elevado junto al Padre tras su muerte y envía desde
allí su Espíritu, habla a creyentes que viven en una situación completamente diferente de la de los primeros
discípulos en el tiempo de Jesús. Aquellos creyentes partieron del supuesto de que lo que Jesús había dicho en unas
situaciones particulares muy determinadas conserva su significación en otras situaciones particulares y, por ello,
también en el presente. El «significado universal» del mensaje de Jesús —que así se corrobora—, por su propia
naturaleza, en circunstancias que se han alterado, tiene que ser ajustado a la actualidad: exige su actualización.
Edward Schillebeeckx. Los hombres relato de Dios.

El mal no es un castigo, sino todo lo contrario: representa el obstáculo que, oponiéndose idénticamente a la
creatura y al impulso creador que la sostiene, es aquello que Dios «no quiere» y en cuya superación —como padre al
lado de sus hijos— trabaja él mismo, apoyando e inspirando nuestro esfuerzo. La salvación en Jesucristo no es el
precio que pagar a un dios airado; todo lo contrario: es la culminación de la «lucha amorosa» que, a lo largo y a lo
ancho de toda la historia, sostiene el Dios-Abbá contra nuestros límites inevitables y nuestras resistencias culpables,
con el único fin de darnos a conocer su amor y hacernos capaces de acoger su ayuda. Finalmente, la gloria será la
realización del designio originario de Dios que, engendrándonos en el amor, no buscaba otra cosa que nuestro ser,
nuestra realización y nuestra felicidad. El «paraíso», intuido por el mito, era real; pero estaba al final, no al principio.
En frase conocida y feliz: la protología es la escatología. Alguien así es el Dios en quien yo creo. Andrés Torres
Queiruga. Ed Trotta SA 2013.

Muchas veces habla Jesús de Dios como Padre bueno, pero nunca lo hace con la maestría seductora con que
describe en una parábola a un padre acogiendo a su hijo perdido (Lucas 15,11-32). Dios, el Padre bueno, no es como
un patriarca autoritario, preocupado solo de su honor, controlador implacable de su familia. Es como un padre
19
cercano que no piensa en su herencia, respeta las decisiones de sus hijos y les permite seguir libremente su camino.
A este Dios siempre se puede volver sin temor alguno. Cuando el padre ve llegar a su hijo hambriento y humillado,
corre a su encuentro, lo abraza y besa efusivamente como una madre y grita a todo el mundo su alegría. Interrumpe
su confesión para ahorrarle más humillaciones; no necesita de nada para acogerlo tal como es. No le impone castigo
alguno; no le plantea ninguna condición para aceptarlo de nuevo en casa; no le exige un ritual de purificación. No
parece sentir necesidad de perdonarlo; sencillamente lo ama desde siempre y solo busca su felicidad. Le regala la
dignidad de hijo: el anillo de casa y el mejor vestido. Ofrece fiesta, banquete, música y bailes. El hijo ha de conocer
junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que ha vivido entre prostitutas paganas.
Este no es el Dios vigilante de la ley, atento a las ofensas de sus hijos, que le da a cada uno su merecido y no concede
el perdón si antes no se han cumplido escrupulosamente unas condiciones. Este es el Dios del perdón y de la vida; no
hemos de humillamos o autodegradarnos en su presencia. Al hijo no se le exige nada. Solo se espera de él que crea
en su padre. Cuando Dios es captado como poder absoluto que gobierna y se impone por la fuerza de su ley, emerge
una religión regida por el rigor, los méritos y los castigos. Cuando Dios es experimentado como bondad y
misericordia, nace una religión fundada en la confianza. Dios no aterra por su poder y su grandeza, seduce por su
bondad y cercanía. Se puede confiar en él. Lo decía Jesús de mil maneras a los enfermos, desgraciados, indeseables y
pecadores: Dios es para los que tienen necesidad de que sea bueno. J. Antonio Pagola. Jesús. Aproximación
histórica.

Citado por Andres Torres Queiruga en el libro, en el capítulo dedecicado a la oración de petición;
“Por tanto, si lo que sucede es que antiguamente se creía que Dios intervenía, al menos en algunos casos
determinados, de una manera puntual y espaciotemporal en instantes concretos de la marcha del universo,
entonces verdaderamente ha tenido lugar una transformación enorme de mentalidad en el paso de épocas
anteriores a la nuestra, una transformación que [...] ciertamente todavía no se ha llegado a imponer hasta las
últimas consecuencias [...] y, precisamente por ello, nos está creando grandes dificultades (Karl Rahner).

Y poco despues añade ….


El mismo Rahner hace a continuación equilibrios para salvarla de alguna manera. Algo parecido sucede con la
siguiente cita de H. Schaller, que plantea admirablemente la cuestión: Entendido así, Dios no necesita ni ser
motivado para dar ni movido a ello. [...] Dios no necesita intervenir, sino ser acogido: él ya está en medio de su
mundo, al cual no abandona a sí mismo y a su destino, y espera poder habitar también en el corazón del ser
humano. La oración de petición —«¡Que venga tu Reino!»— es la valentía por la que el hombre se abre a la cercanía
de Dios y la deja actuar a través de su vida.
Alguien así es el Dios en quien yo creo Andrés Torres Queiruga

20

Potrebbero piacerti anche