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A León Felipe, en su homenaje | Edición impresa | EL PAÍS https://elpais.com/diario/1976/05/04/opinion/200008802_850215.

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OPINIÓN
TRIBUNA:

A León Felipe, en su homenaje


4 MAY 1976

Mientras la voz de Rafael Alberti no suene entre


nosotros, bien puede decirse que todavía un trozo de la
RAFAEL ALBERTI
España rota. permanece perdido. Desde su exilio en el
Trastévere romano, Alberti había mandado unas
cuartillas para ser leídas en el homenaje que el pasado
día 27 de abril debía haberse celebrado en Madrid en
honor de León Felipe. El acto público fue prohibido,
pero hemos podido rescatar para esta página las
palabras evocadoras del poeta. Para EL PAIS, que
aspira a practicar sin prejuicios ni fobias el liberalismo
de la cultura, es motivo de honra y satisfacción
inaugurar su turno de colaboraciones con la pluma y la
emoción de Rafael Alberti.

Solamente tres veces en mi vida he visto llegar a León Felipe. Y siempre. venía
desde muy lejos, porque aquel grande justiciero poeta, al igual que el grito que
él amó, parecía venir desde un mundo lejano. O de la profundidad que ni él,
quizá, conociera, pero que lo disparaba veloz hacia nosotros, como una
arrebatada, una candente flecha silbadora.La primera vez fue en Madrid.
Aquella confiada España de los primeros años de la República. Allí lo
saludamos. Allí lo quisimos. Allí, puede decirse, lo conocimos. Y allí, también,
una noche le dijimos adiós. Porque el poeta caminante, siguiendo ese destino
suyo que creyérase siempre fue el éxodo, se alejaba nuevamente.

Así que en aquella noche junto a él, estaban todos los poetas de España, y con

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ellos Pablo Neruda. ¿Recuerdas, León, a García Lorca? ¿Recuerdas, León, a


Miguel Hernández? Y, aunque en presencia no, también se hallaba con
nosotros esa noche don Antonio Machado.

La segunda vez, yo, vi Regar esta segunda vez a León Felipe a otro Madrid muy
diferente. Aquel Madrid ya de los aires desoladores por las calles. Al Madrid
desventurado de las noches sin fin bombardeadas y las grandes albas
heroicas, serenas, impasibles.

Venía también León desde muy lejos. Con un sencillo «goodbye, Panamá», el
poeta se había despedido de la cátedra de literatura, en uno de los breves
descansos de su vida, que en la Universidad de aquel país desempeñaba.

Y entonces fue cuando, de pronto, sintió un estirón de las raíces que nunca se
habían desgajado. Pisó León otra vez tierra de España. ¡Y Federico ya no
estaba! Había, no se sabe en qué sitio, quizá un pobre nido, una piedra
perdida, un tallo matinal, manchado con su sangre.

Verdadera uña y carne, llegó León a Madrid para poner también su vida de
español al tablero, para empapaprse y confundirse con el corazón dérraniado
de sus hermanos y sentir arrancársele por primera vez, desde las cuevas de
sus entrañas, ese tremendo grito justiciero, ese clamor por la justicia que
desde aquellos días lo empujó y lo acosó y lo desasosegó, llevándolo de un
lado para otro como un león rugiente. Como un león que fuera conciencia de
los olvidadizos, de los agazapados, de los tibios, de los enfriados, de todos
aquellos que no creen, como él pensaba, en la redención del hombre por las
lágrimas.

Era el poeta acusador porque para algo él vio, él tocó la España muerta, con
sus ojos, porque para algo se pasó aquel otoño en el paseo del Prado,
contando muertos. Contando muertos por las plazas y parques, contando

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niños muertos en los hospitales, contando muertos en los carros de las


ambulancias, en los hoteles, en los tranvías, en él Metro. En las mañanas
lívidas, en las noches negras, sin alumbrado y sin estrellas.

La tercera vez encontré a León Felipe en Buenos Aires, y al cabo de unos años
de no verlo, pero de oírlo, sin embargo. Y no era únicamente Federico, sino
Antonio y Miguel, los que no estaban. Cuando los españoles del éxodo nos
encontramos, y más cuando uno de ellos se llama León Felipe, es como si
chocaran, si se unieran pedazos de tierra vagabundos, trozos vivientes de una
entraña lanzados a lo alto, dispersos por una mala tromba.

Allí me tropezaba con España. Allí chocaba. Allí me daba contra alguien muy
vivo, muy sangrante, muy desesperado, muy animoso.

Venía ganándose la luz mientras ya otros se habían ganado definitivamente la


sombra. Nos afirmó entonces León cómo el cielo le hizo que él fuera Jonás, tal
vez fuera Job, nadie, o el viento.

No sé. Pero yo, que le conocí bien, os digo aquí:

¡Era un ángel, un niño, un hombre! Uno de los hombres más puros. Uno de los
poetas más buenos de España.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 4 de mayo de 1976

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