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EL MACROECUMENISMO Y LOS RETOS DE LA PAZ

Rev. Jairo Suárez


Noviembre de 2003

Cuando Irene me contó su historia, no era capaz ni siquiera de balbucear una


palabra que pudiera animarla. Hacía ocho días que estaba huyendo con sus cuatro
hijitos, sola en la vida de muerte que la estaba rodeando. Sola en la angustia de
quien corre para salvar la vida, la propia y la de sus hijitos. Ellos con sus ojos
grandes y rojos de tanto llorar habían visto el asesinato de su propio padre.

Irene se sentía sucia, quienes los expulsaron de la parcela, la habían violentado.


Solo atiné a darle un abrazo. ¿Qué más podía hacer en este instante?

Seguramente quien ha estado en los momentos de llegada de una familia o parte


de una familia a la ciudad, sabe que la realidad es tan cruel que el sentimiento de
indefensión lo asalta con su mayor intensidad.

Lamentablemente esta historia se debe multiplicar y sumar cada día en esta


Colombia que se preocupa por estar bien ante el mundo, pero no ve su propio
interior. Hoy donde a la sombra del estado comunitario y de la seguridad
democrática, se aplican estrategias que provocan una subcultura de la
desconfianza y se influye para crear una polarización cauterizante de las
conciencias puras. Hoy es cuando con más afán, experiencias de unidad en torno
de los retos que nos presenta el país, toman relevancia porque surgen como
respuesta a la situación de desesperanza de millones de personas. No podemos
caer en la trampa de legitimar el nuevo ordenamiento que usa el sentimiento
religioso en función de las estrategias del mercado y de la muerte. Los cristianos y
no cristianos estamos llamados a ser constructores de la esperanza en una época
en la que se pregona y afirma un gobierno de la proto-esperanza.

¿Qué significa ser constructores de la esperanza en medio de la proto-esperanza?


Cuando Jesús oraba por sus discípulos, clamaba al Padre por la unidad de ellos y
de los que habrían de venir para dar testimonio de El mismo, sin embargo, Jesús
incluye el testimonio de la unidad en el contexto de un mundo que los odia y
rechaza. En ese contexto del mundo como símbolo y encarnación del mal, los
cristianos debieron difundir la esperanza que finalmente llevaría a la vivencia del
Reino que se nos anticipa en la comunidad de Jerusalén.

Ese sueño de Dios, el sueño de la unidad en la diversidad es un sueño que hoy


sigue en trámite. Sueño que estamos llamados a alimentar especialmente en este
mundo que alimenta el fraccionamiento hasta de la integridad personal. En
Colombia y en el continente se está despertando una sensibilidad por lo religioso
que antes no se había visto. Pero ese interés por lo religioso y lo místico se está
manifestando “en gran parte, más para una religión centrada en la dimensión
individual, emocional y espectacular” 1 Entonces dónde está la respuesta en procura
de la unidad, si es lo individual el imperativo en todos los ámbitos de la vida.

Cuando hablamos de la esperanza como algo que se construye a partir de las


señales de la unidad solidaria, estamos llamados a ser testigos vivenciales de la
transformación que Dios ha hecho en nosotros y en nuestro entorno. Testimonio
vivencial que debe ser proclamador de nuevas alternativas ante la violencia y
desestructuración de la sociedad. Jesús no pide que salgamos del mundo, por el
contrario, se preocupa por garantizar nuestra permanencia rogando que seamos
guardados de el. Estar en el mundo, en la sociedad como actores responsables y
políticos de la misma, es una responsabilidad tan espiritual como ir al culto. Por
eso, podemos decir que si es posible pensar en la realización del sueño de Dios si
comenzamos a pensar en la realización del sueño del hombre. Hablar de la
esperanza es hablar de un futuro que es realizable hoy. Ahí es donde está la
importancia de los procesos formativos y de acompañamiento a las comunidades
que sufren directamente el impacto de la guerra, que en última instancia es la
realización del anti-reino. En el llamado a la unidad como paradigma de la
experiencia de Dios, estamos llamados a ser portadores de buenas nuevas de paz.
Sin embargo tenemos que cuidarnos del otro peligro que hoy se está expandiendo
a nivel mundial, es decir que en el contexto de un mundo globalizado y
desorientado por amenazas orbitales, surgen los nuevos mesianismos, “líderes
mesiánicos que se presentan como los salvadores de los males de la humanidad,
llamando a todos los ciudadanos a vincularse a la nueva cruzada de salvación,
constituida por los planes y estrategias políticas, económicas, militares y culturales,
por ellos diseñadas”2, el que no es con Dios es contra Dios.

Algunas pistas en esta dirección pueden ser encontradas en el contexto del mundo
ecuménico que, a pesar de los pasos tímidos en Colombia, han venido siendo
construidas con paciencia.

Hoy tenemos que recatar las esencias de la proclamación del evangelio que no se
queda callado ante las injusticias, tenemos que reforzar la tarea profética de
denuncia y anuncio. Creo que el quehacer profético hoy debe ser asumido en
conjunto a fin de que como las diferentes partes del cuerpo, cada una aporte su
experiencia y determinación. Esa proclamación profética puede ser asumida como
el reto para la consecución de una paz duradera que puede estar bajo unos
principios que respondan a la construcción de la esperanza.

Como colombianos, las víctimas de la violencia son personas que tienen vulnerados
sus derechos. Derechos fundamentales y derechos económicos, sociales y
culturales que son consagrados constitucionalmente. Ante esto como iglesias y
organizaciones religiosas estamos en un proceso de aprendizaje para utilizar más
efectivamente los medios y los instrumentos que nos otorgan la constitución y las
leyes para velar y ser defensores de la vida, la paz, la justicia y la libertad de
1
PEREZ Diego. Red Ecuménica de Iglesias y Organizaciones Cristianas de Colombia. Plan Trienal 2004-
2006. Bogotá, 2003. p. 22 (Texto borrador sin publicar)
2
Id. Ibid. p. 23
nuestros conciudadanos y de nosotros como sujetos activos de nuestra sociedad.
Este es un quehacer propio de la actividad política de la iglesia y que en buena
hora hemos comenzado. Las Iglesias y sus miembros hacen parte de la sociedad
civil y como tal deben propender por los derechos humanos, el DIH y las garantías
consagradas en la Carta Internacional de Derechos Humanos y en la Constitución
de nuestro país.

El hecho del desplazamiento es reconocido por los y las afectadas como una gran
injusticia que se suma a los grandes desatinos del Estado. En algunos casos hay
gran resentimiento que sumado a los atropellos y desconocimiento de la dignidad
humana por parte del Estado, provoca un anhelo de hacer justicia por sus propias
manos. Aquí somos llamados como iglesias a asumir un papel de liderazgo y ser
medio de conciliación. Así como Jesús fue voz de los que no tenían voz, queremos
ser activos en nuestro papel de incidencia ante las autoridades en cualquiera de
sus niveles para salvar vidas. Así como Ester nos enseña con su acción ante el
poder “si cayo también moriré” (Ester 4)

También encontramos apoyo en nuestra función profética que denuncia las


injusticias y los atropellos de las diferentes personas e instituciones; pero no
queremos limitarnos a la denuncia sino que, también, anunciamos que como
iglesias que se han ganado el respeto de la gente podemos ser facilitadotes para
que haya una interlocución directa de las comunidades con las instituciones sin
mediaciones politiqueras como es usual en algunas regiones del país.

Es necesario implementar pedagogías participativas en las que los sujetos en su


gran mayoría estén enterados de la totalidad de los procesos y se demuestre la
transparencia en la ejecución de los recursos por parte de las congregaciones o de
los equipos de trabajo respectivos. Esto provoca un gran empoderamiento y
cuidado de los procesos, acabando con desconfianzas y malos entendidos.

También hay una preocupación por el concepto de identidad cultural y el


encuentro de lo rural con lo urbano. Esta situación es importante en cuanto la
mayoría de los las víctimas de la violencia y especialmente los desplazados, son
campesinos que se confrontan con la cultura de las ciudades. Desde nuestra
experiencia debemos entender y promover el respeto de lo otro, de la diversidad
cultural. En ese sentido es importante implementar lenguajes adecuados
normalmente aprehendidos del lenguaje de la población atendida. Procurar
establecer medios de comunicación que entiendan los diferentes lenguajes y sean
de uso común del imaginario de las diferentes poblaciones. Buscar actualización en
temas que nos sirvan para implementar el aprendizaje mutuo y así lograr el
enriquecimiento de la población afectada por las acciones de la oikoumene.

Todo proceso de desplazamiento provoca inestabilidad emocional, y esto es más


fuerte en cuanto el desplazamiento se hace forzadamente, y se agregan
agravantes, cuando los desplazados cambian de región cultural. Como parte del
acompañamiento integral a los desplazados, las iglesias tienen mucho que aportar.
La persona es un complejo de elementos que se integran y además del
acompañamiento espiritual y afectivo, es necesario facilitar herramientas para que
las personas en situación de desplazamiento sepan sortear los cambios sociales por
los que están atravesando y sobre todo aprendan a “cambiar la actitud de
victimización y dependencia por el empoderamiento individual y colectivo que los
convierte en gestores de su propio desarrollo.”3

Mediante el acompañamiento de personas capacitadas, y alianzas estratégicas e


interdisciplinarias, deben atenderse los traumas provocados por la violencia que se
da en los ámbitos que rodean al desplazado. Violencia estructural, violencia social
en la ciudad y en el campo, violencia intrafamiliar, etc. La atención psicosocial
debe estar orientada hacia “el rescate de la persona, la reconstrucción del proyecto
de vida, así como el manejo adecuado de los duelos y traumas generados por la
perdida de seres queridos y familiares.”4

Pero también, esperamos que el retorno a la normalidad de la vida de las personas


se de cómo constante de esperanza. No pueden haber procesos de desarrollo y
organización participativa sin que las personas tengan por lo menos las
necesidades básicas atendidas: abrigo, alimento, salud.

San Marcos 8:2ss nos muestra a Jesús y su preocupación por atender las
necesidades primarias de aquellos que le siguen “tengo compasión de la gente” no
se detiene a preguntar si son de El o no. Después de estar tres días compartiendo
la palabra, Jesús ordena a sus discípulos que les den comida.

Es por esa motivación que urge establecer estrategias que atiendan las
necesidades básicas de la gente y, junto con esto, se implemente un
acompañamiento, que con las actividades pedagógicas, lleve a la organización y
capacitación de los líderes y la comunidad de desplazados para generar procesos
de autogestión y desarrollo.

Con estos y otros principios pienso que se pueden hacer aproximaciones


importantes ante los retos de la paz a los cuales somos llamados desde la casa de
todos, la oikoumene. Que todos podamos entrar en esa casa común que Dios nos
ha venido preparando y que desde ya estamos invitados a disfrutar.

3
Cita del padre Rafael Castillo en: ANÁLISIS DE LA INTERVENCIÓN EN LAS ZONA SUR Y CENTRO DEL
DEPARTAMENTO DE BOLÍVAR. 2003 (Texto borrador Sin Publicar)
4
Id. Ibid.

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