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Universidad de Buenos Aires

Facultad de Psicología

TESIS DE LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA


“El impacto de las etiquetas diagnósticas en la subjetividad
de niños y niñas”

Tutora: Franco, Adriana Magalí


D.N.I.: 10131458

Alumna: Yovino, Belén


L.U.: 379045000
Índice

Agradecimientos……………………………………………………….....………p.3
Introducción………………………………………….……………………....……p.4
Planteo del problema……………………………………………………..……...p.5
Objetivos………………………………………………………………….……..….p.6
Marco teórico………………………………………….......................................p.6
La época, la subjetividad y la infancia…………………………....…..……p.8
Los otros significativos………………………………………………………p.11
Metodología…..……………………………………….……………………….….p.12
Estado del Arte…………………………………………………………….…...…p.12
Desarrollo………………………………………………………………….......…..p.14
¿Qué época habita la infancia hoy?........................................................p.14
La subjetividad y la cultura de la virtualidad……………………..….…….p.18
Las parentalidades actuales…...…………………………………….……..p.22
Lo normal y lo patológico en nuestro tiempo……………...…….…..……p.25
La medicalización como solución rentable e inmediata………….…..….p.28
Los diagnósticos en su vertiente invalidante………………………..….…p.32
Conclusión………………………………………….……………………..………p.38
Bibliografía……………………………………………….…………….………….p.41

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Agradecimientos

A la Educación y la Universidad Pública por haber sembrado en mí, valores,


convicciones y propósitos

A mi mamá y a mi papá por el apoyo incondicional

A Gaby y Juan, que aún a miles de kilómetros, siempre encontraron la manera


de estar presentes

A mis amigas y mis amigos, por ser amor y refugio

A Caro y Ailu, colegas y amigas, porque transitamos este camino juntas,


celebrando logros y atemperando contratiempos

A mi compañero, por sus abrazos en los días buenos y malos

A mi tutora, Adriana, por haberme acompañado en la confección de este


trabajo

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Introducción

El presente trabajo responde a la exigencia de presentación de una Tesis


como requisito, solicitado por la Facultad de Psicología de la Universidad de
Buenos Aires en pos de la obtención del título de Licenciatura en Psicología.

El momento histórico que transitamos merece reflexión en cuanto a las


problemáticas que atañen a la infancia, entendida la misma como una etapa
fundamental donde el proceso de constitución subjetiva tiene lugar. Asistimos
hace ya algunas décadas a una proliferación de diagnósticos psicopatológicos
que recaen sobre niños y niñas, los cuales –en la mayoría de los casos– son
también medicados.

Por ello, el tema seleccionado para la elaboración de la presente Tesis es el


impacto de las etiquetas o rótulos diagnósticos sobre la subjetividad en la
infancia y la niñez, en la época actual. Estos diagnósticos funcionan al modo de
una etiqueta que clasifica los diversos modos de sufrimientos, adquiriendo la
mayoría de las veces, un carácter irreversible.
De aquí el interés de poder profundizar en la complejidad que supone la
lectura y el abordaje de estos tiempos vitales en el contexto socio-histórico
actual, teniendo en cuenta la multiplicidad de factores que intervienen.

Por último, mencionar que será posible desplegar teóricamente lo


propuesto, al haber transitado la materia “Clínica de niños y adolescentes”
perteneciente al área clínica, en cuyo cuerpo teórico y compromiso con la
infancia y la niñez, estará enmarcado el despliegue de la Tesis de Grado.

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Planteo del problema

Los interrogantes que sustentan el presente trabajo emergen como


consecuencia del recorrido académico atravesado, la aproximación teórica a
diversos autores y la práctica clínica con niños en algunas ocasiones.

En el marco de un incremento de la patologización y medicalización en la


infancia y la niñez que evidencian, exponen y problematizan varios autores/as y
profesionales de la salud, es posible preguntarse ¿Qué condiciones
favorecieron el surgimiento y la perpetuación de estos procesos? ¿Sobre qué
elementos se asienta la aceptación de la prescripción de fármacos en niños y
niñas en los primerísimos años de su vida? De acuerdo con ello ¿Qué efectos
conlleva, sobre una subjetividad que se está constituyendo, patologizar y
medicar?

Habida cuenta de este panorama, cobra relevancia la reflexión acerca de las


características específicas del momento socio-histórico que transitamos, para
poder indagar hasta qué punto el consumo, las tecnologías, las nuevas
maneras de vincularse, la rapidez y la masificación de la información, el
exitismo, los mandatos sociales y las exigencias propias de la época se
encuentran sosteniendo los procesos anteriormente mencionados.

A su vez, aceptando que la infancia y la niñez son construcciones sociales,


culturales y políticas y teniendo en cuenta que el niño/a se conforma de
acuerdo a lo que la sociedad sanciona como infancia (Moreno, 2002) es
necesario dar cuenta de qué es lo que se entiende por infancia actualmente,
qué se espera de ella y que proyecto de subjetividad se le está ofreciendo… o
imponiendo.

Por estos interrogantes transita el desarrollo del trabajo, buscando


aproximarnos a los mismos desde una orientación psicoanalítica, subrayando
la importancia de rescatar la singularidad, la cual pareciera disiparse cuando un
niño/a es diagnosticado con clasificaciones que responden a generalidades.

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Objetivos

Nos convoca poder reflexionar acerca del impacto que las etiquetas
diagnosticas tienen sobre la subjetividad en constitución, propia de la infancia,
haciendo de ello el objetivo general de la presente Tesis.

Los objetivos específicos serán:

Explicitar las características y los efectos de la época actual que


habita hoy la infancia, así como su entramado político-social,
cultural e histórico.
Indagar la interrelación entre producción de subjetividad y lo
epocal
Problematizar la patologización y medicalización en la infancia y
la niñez.

Marco teórico

La obra de Silvia Bleichmar se encuentra signada por la importancia


fundamental que le otorgó al concepto de subjetividad y al análisis de las
coordenadas donde la misma tiene lugar. Asimismo, su obra se encuentra
atravesada por su compromiso, teórico y clínico, con situaciones sociales
traumáticas y la realidad social en general.

Se considerará la diferenciación que realiza entre producción de


subjetividad y constitución del psiquismo. Sobre la primera afirma que es del
orden político e histórico y tendrá que ver con el modo en que cada momento
histórico define determinados parámetros que lo sostienen y que posibilitan la
construcción de sujetos que respondan a dichos parámetros. Dice: “La
producción de subjetividad, por su parte, incluye todos aquellos aspectos que hacen a la
construcción social del sujeto, en términos de producción y reproducción ideológica y de
articulación con las variables sociales que lo inscriben en un tiempo y espacio particulares
desde el punto de vista de la historia política.” (Bleichmar, 1999, p. 3)

Por consiguiente, si las variantes culturales inciden continuamente en la


subjetividad, lo invariante queda del lado de la constitución del psiquismo.
Expresa Bleichmar: “Mientras que la diferenciación tópica en sistemas regidos por

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legalidades y tipos de representación es el del orden de la constitución psíquica. De ahí que lo
constitutivo del psiquismo, da cuenta de aspectos científicos del psicoanálisis y que se
sostienen con cierta trascendencia por relación a los distintos periodos históricos.” (2010, p.
33).
Entonces la singularidad humana se constituye en el entrecruzamiento de
universales necesarios que hacen a la constitución psíquica y relaciones
particulares, modos históricos, que generan las condiciones para el sujeto
social. Dicho entrecruzamiento se trata de que los elementos impregnados de
la constitución psíquica sean tomados de lo histórico-social. Sostiene: “La
producción de subjetividad no es todo el aparato psíquico. Es el lugar donde se articulan los
enunciados sociales respecto al Yo. El aparato psíquico implica ciertas reglas que exceden a la
producción de subjetividad, por ejemplo, la represión.” (2010, p. 55) .
De este modo, plantea la intersección de estos dos ejes -producción
psíquica que se recubre por la producción de la subjetividad- pero también
plantea la importancia de poder diferenciarlos, para no confundir algo del orden
siempre político e histórico y por lo tanto variable, con algo del orden universal
y a-histórico, como lo es la constitución psíquica, así concebida desde la teoría
psicoanalítica.
Por otro lado, con una notable claridad teórica analiza y desarrolla “el
malestar sobrante” que comenzó a generarse en Argentina en la década del
90, donde la corrupción y el individualismo –como formas ideológicas
predominantes–, llevaron al agravamiento de la crisis y devastación moral. Dirá
que debemos poner en el centro de nuestras preocupaciones “los procesos
severos de deconstrucción de la subjetividad efecto de la desocupación,
marginalidad y cosificación a las cuales ha llevado la depredación económica
(…) ya que invaden nuestra práctica y acosan las teorías.” (Bleichmar, 2009, p.
92).

Z. Bauman –distinguido filósofo y sociólogo– a lo largo de su obra demostró


un destacado interés por encontrar nuevas formas de pensar el mundo en el
que vivimos, así como por la descripción de fenómenos que en él acontecen.
En función de analizar la época contemporánea, realiza una vasta comparación
entre las características de los líquidos –fluidos– y los sólidos. A diferencia de
los sólidos los cuales conservan su forma y perduran en el tiempo, los líquidos,

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no conservan su forma fácilmente y están dispuestos a cambiarla de manera
permanente. Si de líquidos se trata, no importará tanto el espacio que puedan
ocupar, siendo importante, por el contrario, el flujo del tiempo; no así los sólidos
los cuales tienen una clara dimensión espacial y neutralizan el impacto del
tiempo. A su vez, los líquidos se asocian inevitablemente a la idea de levedad
por su extraordinaria movilidad e inconstancia. Se justifica, de esta manera,
que se considere la “fluidez” para aprehender la naturaleza de la fase actual de
la historia de la modernidad, dando lugar a una de sus categorías sociológicas
más notables: la modernidad líquida. Con ella busca describir la transitoriedad,
la incertidumbre y demás fenómenos que trajo consigo el paso de la fase sólida
de la modernidad a la fase líquida.

Lipovetsky es otro autor destacado para pensar la época que habitamos. El


autor (2004) nombra a esta era como la era del vacío y sostiene que cada
rincón de la subjetividad fue trastocado por la sociedad de la hipermodernidad.
La lógica individualista caracteriza a estas sociedades posmodernas, reinando
la indiferencia en masa, el desamparo, así como los sentimientos de apatía,
reiteración y estancamiento. La globalización y la consecuente sociedad
consumista difunden que, mediante el consumo de distintos objetos que el
mercado ofrece –los cuales se presentan como indispensables–, se logrará una
elevada satisfacción y bienestar.

La época actual, la subjetividad y la infancia

FORUM infancias es una agrupación de profesionales de la salud,


educación y ciencias sociales que trabajan y reflexionan activamente respecto
de las etiquetas diagnosticas, así como también sobre los procesos de
patologización y medicalización en la infancia, realizando valiosos aportes en
relación al tema.
En el año 2005, el Ministerio de Salud de la Nación convoca a un grupo de
profesionales –de distintas áreas– a escribir un Consenso de Expertos del Área
de Salud sobre el llamado “Trastorno por Déficit de Atención con o sin
Hiperactividad.” Allí, planteaban su creciente preocupación por la multiplicidad
de diagnósticos a los que se asisten actualmente en la clínica con niños,
despojando a la infancia de la complejidad que la caracteriza, planteando esta

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situación como un “fenómeno epocal”. A su vez, manifiestan el retorno a la
concepción reduccionista de los problemas psicopatológicos así como también
de su tratamiento –medicación y modificación conductual.– Éste retorno se
basa en una concepción biologicista, sostenido por discursos científicos –del
área de las neurociencias– revestidos de gran autoridad y ampliamente
aceptados que minimizan la complejidad de los procesos subjetivos.
Plantean una época donde los adultos están en crisis y donde, frente a los
avances incesantes de la tecnología, las contradicciones internas de la
institución educativa están a la vista. También destacan y recuerdan la
ineludible incidencia que el contexto y la época poseen en el desarrollo del
niño.
Respecto de la medicación, resaltan las contraindicaciones y efectos
secundarios de todas las drogas que se utilizan para niños desatentos o
movedizos así como, paradójicamente, la insistencia con la cual los medios
propagandizan su consumo cuando las manifestaciones de los trastornos –que
también ellos mismos se encargan de distribuir– aparecen.

Janin, B. (2015) publica “Neoliberalismo y sufrimiento psíquico en niños y


adolescentes” en el cual cuestiona los diagnósticos clasificatorios y sostiene
que obturan posibilidades vitales. Indaga qué sucede con la época donde este
aumento de niños y niñas clasificados tiene lugar. Expresa que nos
encontramos en una época donde la felicidad aparece como una exigencia y
una época donde no se puede dejar de producir –ni de consumir–, no se puede
dejar de ser productivo, ni siquiera, un momento.
Es un tiempo vertiginoso, donde reina la inmediatez, lo cual es
extremadamente opuesto al proyecto de infancia donde necesariamente las
adquisiciones y el crecimiento, requieren de tiempo y disponibilidad. En la
misma línea argumentativa Untoiglich (2017) dirá que en la actualidad, nos
encontramos con una exacerbación de políticas neoliberales que se
manifiestan en los modos de pensar y abordar la salud mental. Sostiene que es
una época en la cual la economía de mercado, el individualismo y la
supervivencia, no garantiza la existencia: “En la sociedad de rendimiento no
hay tiempo que perder” (Untoiglich, 2017, p. 61).

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Si la subjetividad se liga necesariamente a la Historia social, a las variables
sociales y a transformaciones que acontecen dentro de un sistema socio-
político cultural, podríamos vislumbrar que dichas transformaciones están
reguladas por los centros de poder que definen el tipo de sujeto necesario para
mantener y conservar dicho sistema en orden. (Bleichmar, 2009)

En este punto, son considerables los desarrollos de M. Foucault, con una


vigencia absoluta, sobre los mecanismos e instancias de poder que enmarcan
el devenir de cada individuo. En esta misma línea, si cada sociedad construye
sus propias premisas y valores, en las cuales tendrán que incluirse los
individuos para que se les reconozca como parte, cabe preguntarse qué
sucede con aquellos individuos que no encajan en estas premisas. La
aproximación a esta pregunta no puede menos que adentrarnos en la
construcción de las categorías “normal” y “anormal” de cada momento histórico
y al tratamiento de exclusión que se le dio a los comportamientos denominados
“desviados” sin dejar de tener en cuenta que dichas categorías son
construcciones funcionales a una época determinada, respondiendo a un
saber-poder establecido. Ya decía Foucault hace varias décadas: “A quienes
se vigila, educa y corrige, sobre los locos, los niños (…)” (2014, p. 39).

Por otro lado, el estudio de la medicalización constituye uno de los puntos


nodales de los análisis del autor a lo largo de su obra. Desde su perspectiva, la
medicina es entendida como discurso de poder, que operando en dispositivos
de índole diversa, forma parte del núcleo duro de las estrategias tendientes a la
normalización de los cuerpos individuales y sociales (Bianchi, 2010). A través
del proceso de medicalización es posible comprender que dichos cuerpos se
conviertan en objeto de saber, blanco de poder y campo de intervención de
múltiples dispositivos. El autor (1990) abordo la medicalización como una
estrategia de gobierno de las poblaciones y al respecto sostiene que “cada
cultura define de una forma propia y particular el ámbito de los sufrimientos, de las anomalías,
de las desviaciones, de las perturbaciones funcionales, de los trastornos de la conducta que
corresponden a la medicina, suscitan su intervención y le exigen una práctica específicamente
adaptada (…)” (p. 21). Es decir, la medicalización sería entonces un proceso
histórico, mediante el cual el ámbito medico se encarga y trata diversos
problemas de índole no médica, asociados en realidad a características

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inherentes a la vida. De esta manera, los procesos vitales se convierten en un
campo de intervención de la medicina, leídos desde lo patológico y no desde la
salud. Ésta última, a causa de la mencionada extensión sin límites del campo
de intervención de la medicina, se convierte en un bien de consumo. Es así
como el saber y la práctica médica, incorpora, absorbe y coloniza áreas y
problemas de la vida social.

Los otros significativos

Pediatra, psicoanalista y psiquiatra inglés, D. Winnicott sostenía desde su


concepción teórica y clínica, que el medio ambiente podía generar estados más
o menos saludables en el niño: facilitaba o inhibía el desarrollo emocional del
bebe. Para el autor, entonces, una provisión ambiental adecuada es
fundamental para el desarrollo emocional de un niño: “un niño no tiene la
menor posibilidad de pasar del principio de placer al principio de realidad o a la
identificación primaria o más allá de ella, si no existe una madre lo bastante
buena.” (Winnicott, 1971, p.40). Por lo tanto, para que el desarrollo emocional
del niño pueda desplegarse, es necesario que la madre cumpla la función de
madre suficientemente buena, llevando a cabo una adaptación activa y casi
total a las necesidades del bebe –en un comienzo–, disminuyendo dicha
adaptación paulatinamente, a medida que el niño pueda ir tolerando en mayor
medida los resultados de la frustración. Si al principio esta adaptación no es
exacta, la capacidad para experimentar una relación con la realidad exterior –o
formarse una concepción de ella– se ve alterada.

Se tomará como eje esta importancia ambiental fundante para indagar qué
condiciones ofrecen las parentalidades actuales y consecuentemente, que
formas adoptan los modos vinculares. Para ello se tomarán algunos aportes
teóricos de Morici, S. y Muniz, A.

Lo expuesto en estos párrafos será el marco en el cual se trabajará, a fin de


abordar el tema considerando los componentes históricos, socioeconómicos,
culturales, biológicos y psicológicos que intervienen, teniendo en cuenta tanto
la complejidad que nos impone la época, como así también la complejidad que
suponen los procesos subjetivos en las primeras etapas de la vida.

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Metodología

El método utilizado para la presente investigación es cualitativo, exploratorio


y descriptivo. Por tanto, se realizará un análisis del tema propuesto mediante la
revisión y exploración bibliográfica de diversas fuentes así como también
mediante una articulación conceptual, en pos de reflexionar sobre el impacto
que ciertos tipos de diagnósticos tienen sobre las subjetividades en la infancia,
procediendo de igual manera sobre los objetivos específicos planteados.

Estado del Arte

En el presente apartado se llevará a cabo un recorte de las investigaciones


recientes más relevantes que guardan relación con la temática propuesta, con
la intención de determinar cuál es el Estado del Arte vigente hasta el momento.

En el año 2015, Bianchi Eugenia1, lleva a cabo una investigación


postdoctoral titulada “Diagnósticos psiquiátricos infantiles, biomedicalizacion y
DSM: ¿hacia una nueva (a) normalidad?” Publicada en la Revista
Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud. En la misma, aborda
las transformaciones que se han dado en los diagnósticos infantiles efecto de
los desarrollos de la biomedicina y la psiquiatría biológica, a partir de dos
categorías que ofrecen elementos para analizar dichos cambios: TDAH
(Trastorno por déficit de Atención e Hiperactividad) y TEA (Trastorno del
Espectro Autista). En las consideraciones finales, sostiene que los efectos de la
medicalización y biomedicalizacion recaen con énfasis en el abordaje de las
infancias actuales y que estos procesos han posibilitado que lo anormal se
asimile a lo patológico, siendo ésta una de las estrategias de gobierno, una vez
conformados los Estados capitalistas.
En este sentido, expresa que los diagnósticos psiquiátricos tienen un rol
destacado en la atribución de parámetros normalidad-anormalidad,
entendiendo que éstos no son conceptos cerrados ni circunscriptos
históricamente. Arriba a la concepción del DSM 5, en este sentido, como un
instrumento fundamental del ejercicio de la psiquiatría biológica cuya influencia

1
Licenciada en Sociología, Magíster en Investigación en Ciencias Sociales y Doctora en Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires. Profesora de grado y posgrado Universidad de Buenos Aires. Becaria
Postdoctoral II.GG.-Conicet.

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se traduce en saberes, tecnologías y métodos. La biomedicina y la psiquiatría
del S. XXI no evidenciaron intenciones de abolir ni prescindir de la
normalización, sino que la han modelado con características particulares,
reconfigurando los límites de la normalidad y la patología, de la enfermedad
mental y la salud mental (Rose, 2006). Los diagnósticos de TDAH y TEA dejan
en evidencia que la normalización puede estar inserta también en una lógica de
modulación –así presentados en la última versión del DSM–

Bianchi, E. y Faraone, S. llevan a cabo en el mismo año una investigación


titulada “Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDA/H).
Tecnologías, actores sociales e industria farmacéutica” y publicada en Revista
de Salud colectiva.2 En ella abordan críticamente los procesos de
farmacologización de la infancia, a partir de resultados de investigaciones
sobre el consumo de psicotrópicos en niños. Enfatizan el rol de la industria
farmacéutica, sus avances tecnológicos y el DSM como elementos centrales en
la instalación y difusión de procesos concretos como el empleo del
metilfenidato y el diagnostico de TDA/H. Entre sus conclusiones más
importantes, evidenciaron la estrecha relación entre manuales de clasificación,
construcción diagnóstica e industria farmacéutica –nuevos diagnósticos,
nuevos medicamentos– A partir de los datos recabados, se verifica el auge y la
consolidación del diagnostico del TDA/H en las últimas dos décadas en la
población infantil argentina, mediante dos fenómenos: las cifras de importación
del metilfenidato y las estrategias de marketing de la industria farmacéutica
para ampliar sus mercados y potenciales consumidores.
Asimismo resaltan la necesidad de dar cuenta de la incidencia de factores
históricos, sociales y culturales que intervienen en las líneas de demarcación
entre salud-enfermedad y normal-anormal, teniendo en cuenta que asistimos
hace ya algunas décadas a una proliferación de perspectivas subsidiarias de
explicaciones biologizantes, donde la mayoría de las veces omiten dichos
factores como variantes explicativas –como en el TDA/H. –

2
Physis vol.25 no.1 Río de Janeiro

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Desarrollo

¿Qué época habita la infancia?

“Vivir en una época de incertidumbre”


(Bauman, 2017)

Cada momento socio-histórico cultural, construye e impone sus propios


valores, premisas, categorías y modos de vinculación, lo que deja en evidencia
que éstas tienen un carácter esencialmente móvil, ya que son construcciones
que encuentran su razón de ser en una época determinada. La modernidad
tardía –también denominada posmodernidad o hipermodernidad– revela la
existencia de nuevas pautas de relaciones sociales, económicas, políticas y
culturales. Es así, que las nuevas configuraciones familiares, sus modos
vinculares, el avance masivo de distintas tecnologías y la nueva concepción de
sujeto acarrean profundos cambios en la vida social impactando de lleno en la
constitución subjetiva, configurando rasgos subjetivos que distan de aquellos
predominantes en otros tiempos.

La sociedad actual se encuentra caracterizada por el carácter provisorio de


los vínculos humanos; es una sociedad donde prevalecen los intereses y los
procesos individuales e inmediatos, desplazando a un segundo plano los
intereses colectivos y la unidad. Instituciones sólidas como el trabajo y familia,
propias del capitalismo industrial devienen cada vez más frágiles, también
despojadas de la idea de perdurabilidad (Bauman, 2010). El malestar que
genera la incertidumbre inherente a nuestro tiempo, tiene que ver con la
imposibilidad del sujeto de acotar el ritmo vertiginoso de cambio al que se
asiste hoy: de aquí el futuro incierto, la inseguridad del presente y el mundo
impenetrable (Bauman, 2010). En lo que respecta al futuro, S. Bleichmar, en el
año 2003 sostenía que estábamos viviendo en una sociedad sin futuro, “por lo
menos hasta ahora.” (2010, p. 55).

Asimismo, se vislumbra un corrimiento del Estado –y sus funciones– dando


lugar a cierta hegemonía del mercado y favoreciendo la prevalencia de
intereses económicos, lo que conlleva a lógicas consumistas, individualistas y
competitivas. Este tipo de lógica excluye la posibilidad de una seguridad
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existencial y anima a la propia protección personal al estilo de un sálvese quien
pueda –al modo de un deber individual– que inevitablemente lleva a la
fragmentación de los lazos sociales y al debilitamiento de la solidaridad,
imponiéndose un mundo cada vez mas atomizado. Este nuevo ideal individual,
propio de los países post-industrializados contrasta con el anterior colectivo y
público (Cohen Imach, 2016).

Actualmente prima una lógica de mercado, donde el consumo de objetos se


constituye como un ideal y un imperativo cultural. Estos objetos cambian
permanentemente de acuerdo a la oferta constante por parte del mercado, que
a cada paso ofrece bienes de consumo nuevos y promesas de bienestar. En
esta lógica lo vincular va siendo relegado a un segundo plano y el placer queda
degradado a una satisfacción instantánea –y momentánea– (Janin, 2014). En
este punto, Mannoni, M. expresa: “(…) un mundo donde el valor mercantil, la
productividad, se lleva, a su paso, el ser del hombre.” (1995, p. 23).

De esta manera, la satisfacción propia se vuelve impostergable y está


asociada al híper-consumo que se asienta sobre una lógica circular: para
consumir continuamente hay que producir de la misma manera. Esto conduce
inevitablemente a modos de vivir cada vez más productivistas y orientados
hacia el consumo (Untoiglich, 2013) donde los proyectos de vida, según
Bleichmar (2010) se relegaron en pos de un goce inmediato como forma de
supervivencia. Entonces, en este consumismo fugaz e instantáneo que es parte
de la nueva cultura liquida, se constituyen nuevas subjetividades, así como
también nuevas modalidades de sufrimiento psíquico (Bauman, 2007).

Es necesario aclarar que la contracara de esto, es la gran parte de la


población que tiene escasas o nulas posibilidades de ingresar en esta lógica
circular de producir-consumir, excluida del sistema: “(…) bajo la égida del
neoliberalismo, un incremento brutal de la miseria, de la riqueza” (Bleichmar,
2010, p. 61). Esto genera profundas desigualdades socio-económicas al interior
de la población, generando de la misma manera, infancias inmersas en
realidades profundamente desiguales: una de las características más brutales
de nuestro mundo actual, manifiesta la autora. En lo que respecta a que puede

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ofrecer la época contemporánea a la infancia y a la niñez y sin dejar de lado las
lecturas que contemplan los modos diversos de confrontación con la realidad,
Bleichmar (2009) expresa: “La propuesta realizada a los niños –a aquellos que tienen aun
el privilegio de poder ser parte de una propuesta– se reduce, en lo fundamental, a que logren
las herramientas futuras para sobrevivir en un mundo que se avizora de una crueldad mayor
que el presente.” (p. 30).

Los niños y niñas que son incluidos en el sistema mercantil son expuestos a
expectativas desmedidas –colocados en el lugar del ideal– que los llevan a
experimentar oscilantemente la omnipotencia e impotencia: de allí los niños
sobreadaptados exitosos o apáticos desinteresados, entre otras figuras que se
encuentran en las consultas actuales (Rojas, 2014). De allí parecería como los
mandatos sociales y culturales no distinguen entre adultos y niños. Estos
últimos se encuentran inmersos y ocupados en actividades extra escolares
que, en algunas ocasiones, no le despiertan interés alguno (Muniz, 2013).
Dichas actividades están asociadas la mayoría de las veces, desde la lógica
adulta, al éxito y las posibilidades laborales futuras de ese niño en el marco
legitimado de triunfar a cualquier precio.
Janin, B. (2011) enfatiza que el fantasma de esta época es la exclusión, el
cual se fundamenta en la idea de que el rendimiento de un niño en los primeros
años de su vida determina su futuro. Lo que es capaz de hacer, incluso en sus
primerísimos años, es premonitorio de lo que será su desempeño futuro, por lo
que la autora sostiene: “si un niño queda afuera de la escuela, queda afuera del
mundo” (Janin, 2014, p. 38) entendiendo a dicha institución como la puerta de
entrada al mercado laboral. En este sentido, la autora señala que hay una
demanda desmedida referida a lo que debería poder hacer todo sujeto en los
primeros años de su vida: “Se supone que un niño tiene que poder incluirse en una
institución a los dos años, debe aprender a leer y a escribir antes del ingreso a primer grado,
tiene que tolerar 8 horas de escolaridad a los seis años y debe estar gran parte de esas horas
quieto, atento y respetar normas” (Janin, 2014, p. 36). Quien no responde a esto, es
marcado como diferente, quedando expulsado simbólicamente –y muchas
veces concretamente también– de sus lugares de pertenencia .
En la misma línea, Bleichmar, S. (2009) enuncia el temor de los padres
respecto de que los hijos queden por fuera de la cadena productiva, temor que

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conlleva a que éstos se centren en la administración de los conocimientos más
que en la posibilidad de construcción de un sujeto. Al respecto, la autora
expresa: “de ahí la caída del carácter lúdico (…) que corresponde a la infancia, que ha
devenido ahora una etapa de trabajo (…) con jornadas de más de 10 horas de trabajo en
escuelas que garantizan, supuestamente, que no serán arrojados a los bordes de la
subsistencia.” (2009, p. 30). Así pues, lo prioritario sea la acumulación y el flujo
constante de conocimientos, dejando en segundo plano el placer que conlleva
la adquisición de los mismos, como un proceso gradual basado en intereses
individuales. El fenómeno de exclusión social no cesa de producir sus efectos.

Retomando lo expuesto, si la sociedad ofrece reconocimiento y pertenencia


en la medida que cada sujeto pueda sostener sus enunciados, lógicas y
premisas fundamentales, podríamos pensar que hoy en día lo que se exige de
forma permanente es ser útil, es decir, ser productivo y exitoso. De dicha
exigencia no se encuentran exentos los niños. Es decir, el “sujeto potable
socialmente” (Bleichmar, 2010, p. 54) que genera la sociedad actual, responde
a los mandatos epocales de productividad, eficiencia e inmediatez y se
extienden sin cuestionamiento a la infancia y la niñez.
En esta propuesta de producción de subjetividad queda por fuera la
consideración del contexto familiar y social –la historia singular–, ya que se
centra exclusivamente en los esfuerzos individuales o las competencias de
cada sujeto. En este sentido, Rojas (2014) sostiene que el mercado propone
una subjetividad poco critica y pensante, alienada en la imagen.

En suma, podríamos entender como en este contexto que demanda


“felicidad” constante pero exigencias desmedidas para alcanzarla y donde todo
se considera un bien de consumo momentáneo y reemplazable, el proceso de
patologización emerge como efecto de ello, respondiendo a las características
de la época que habitamos. La realidad socio-cultural de nuestro tiempo, las
características de la modernidad liquida así como lo que se espera y se exige a
niños y niñas, son elementos fundamentales para reflexionar sobre el
surgimiento, aceptación y reproducción del proceso de patologización y su
consecuencia más notable, la medicalización en la infancia.

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La subjetividad y la cultura de la virtualidad

“La condición humana se sostiene en la peculiaridad de que lo que consideramos su naturaleza


no es sino el efecto de las condiciones mismas de su producción”
(Bleichmar, 2009, p. 38)

En línea con lo anterior, se vuelve esencial considerar la notable incidencia


constitutiva que los efectos de los avances tecnológicos y el mundo digital en
general, tienen sobre la subjetividad.

Hace ya algunos años Bleichmar, S. (2010) anticipaba: “No es de desdeñar (…)


el lugar que las nuevas tecnologías tendrán en la producción de subjetividad en los próximos
años. La televisión interactiva propondrá a los niños de nuestra cultura nuevos modos de
aproximación a la realidad, y construcciones de un orden que en su potencialidad estimulante
o pasivizante están aún en vías de ser repensadas” (p. 29).
Por ello, la autora se pregunta si cambiarán las formas de percepción de la
realidad a partir de los nuevos modos de organización de la información: “¿Dara
esto necesariamente origen a una nueva forma de la subjetividad, o a modos de
recomposición de los modelos de pensamiento que no alteran, en lo fundamental, las
relaciones entre los sistemas psíquicos? ¿Ha cambiado la informática los modos de vinculo con
la realidad?” (Bleichmar, 2010, p. 30). A partir de estos interrogantes sostiene
que en los videojuegos se percibe un modo distinto de capturar la imagen,
inmediato, donde la narrativa clásica no tiene lugar. Si bien se toma más en
cuenta la imagen que el relato, se siguen articulando secuencias y
construyendo sentidos. La autora destaca que la búsqueda de sentido es una
característica esencial del ser humano, la cual es invariable mas allá de los
medios que se empleen: “Lo fundamental, mientras los seres humanos sigan
naciendo hombre y mujer (…) es que sus enigmas versarán –aunque sea bajo
nuevas formas– sobre las mismas cuestiones.” (Bleichmar, 2010, p. 30)

Siguiendo a Moreno (2014) podemos nombrar a los niños nacidos en esta


era como nativos digitales. Dicha denominación encuentra su razón de ser en
los notables y acelerados avances de nuevas tecnologías en el S. XXI,
concebida como una nueva era, donde los adultos muchas veces presentan
ciertas dificultades para el uso de diversas tecnologías, mientras que los niños
parecen desenvolverse como expertos en el tema. El autor atribuye esta

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situación a la lógica imperante en cada momento histórico: el adulto se maneja
con una lógica asociativa –predominante en la Modernidad– mientras que los
niños de este siglo emplean una lógica conectiva, característica del momento
actual.

Estas lógicas están presentes en todo proceso de subjetivación, toda


experiencia las incluye ya que son formas de relacionarse con lo circundante.
Entre ellas existe un ir y venir, aún cuando no se articulen entre sí: lo asociativo
suplementa e interfiere con lo conectivo y viceversa. Esto se relaciona con dos
formas de concebir el pensar; la primera tiene que ver con un comprender
basado en lo que ya se conoce donde prima lo asociativo y la segunda procede
de manera que prescinde de las representaciones e implica un contacto directo
con el afuera, procediendo entonces, conectivamente. (Moreno, 2017).

En la Modernidad hubo una clara preponderancia de la lógica asociativa en


la producción de subjetividad; desde la familia, la escuela y los saberes
instituidos se buscaba atemperar los impactos del mundo exterior que pudiesen
alterar el proyecto de subjetividad que se proponía en ese momento. Sin
embargo, en la actualidad se modifico la forma de tratar con lo novedoso, ya
que no se trata tanto de comprenderlo –formulando la novedad en términos de
lo conocido– sino se tratará de conectar representaciones que circulan en el
mundo exterior. Por tal, esa captura inmediata y precisa del afuera elude la
necesidad de comprenderlo, asociarlo o explicarlo causalmente. Con los
desarrollos tecnológicos, la masividad y la rapidez de información así como el
fácil acceso a la misma, se hace difícil amortiguar los sucesos del mundo
exterior que podrían ser perturbadores, como sucedía en la Modernidad
(Moreno, 2017).

El autor sostiene que los niños de hoy parecieran preferir más las
representaciones conectivas más que las comprensiones asociativas, mientras
que a los adultos por el contrario, les resulta más difícil concebir la lógica
conectiva que la asociativa. Niños y niñas, prescindiendo de esta última, captan
tramas externas a ellos a través de la conexión, sin la necesidad de
incorporarlas a lo ya conocido. Por ello, según el autor, los niños recorren los
terrenos de lo incierto mas hábilmente, haciendo nuevos recorridos a cada

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paso, sin la necesidad de apoyarse en mapas previos. De aquí la afirmación de
Moreno (2002) de que los niños no necesitan comprender algo asociativamente
para ejecutarlo y poder transmitirlo, sino que para ello, sólo requieren
conectarlo. Y agrega: “la inercia racional típica de la mente de los adultos
modernos –o sea el intento de “comprender” racionalmente por qué o cómo se
relacionan los hechos– es un estorbo” (Moreno, 2002, p. 217).

Podríamos aproximarnos a la idea de que el predominio de la lógica


conectiva responde en gran medida a la necesidad de procesar el exceso de
información y estímulos a los que adultos y niños se encuentran expuestos en
la actualidad. Sobre tal exceso, Bleichmar (1998) enuncia: “(…) podemos ser
perfectamente devorados por la información (…) es tan excesiva que no la
podemos organizar, o que nos aporta tal cantidad de datos que no podemos
codificar.” (p. 22). Además, mediante el cuestionamiento de la perdurabilidad
de la información, evidencia la transitoriedad de la misma, cualidad que mejor
la describiría actualmente.

Hoy en día, cualquier información está al alcance de los niños, incluso sin
mediación de los adultos. Sin embargo, dicha información antes estaba
reservada de forma exclusiva para la esfera adulta. Siguiendo a Moreno (2002)
en la Modernidad todo lo que se consideraba no apto para la infancia era
apartado rápidamente de ella, mientras que en la actualidad cualquier intento
de apartar o filtrar determinada información fracasa ya que “ni la TV, ni Internet,
ni los medios gráficos logran administrar esa diferencia” (p. 217). De esta
manera, si en la época moderna los niños eran resguardados por el mundo
adulto del mundo exterior y de la información que allí circulaba, hoy son los
niños quienes están en contacto constante con estas informaciones
circundantes ya que tienen un mejor manejo de las nuevas tecnologías
(Moreno, 2014).

Por otra parte, si en la Modernidad los niños eran vistos como seres frágiles,
inocentes y educables, basando en esta concepción la crianza, “el niño de hoy
da muestras constantes de no ser adecuadamente representado por las
imágenes que alguna vez generó el concepto de infancia de la modernidad”
(Moreno, 2002, p. 213). El niño moderno encarnaba este ideal, mostrándose

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dócil y maleable frente a lo que padres y educadores esperaban de él,
aprendiendo dentro de los limites que los adultos establecían, existiendo
además una clara división generacional, donde la separación adulto-niño era
rotunda. La consideración del niño como frágil, indefenso e inocente, hoy es
objeto de revisión (Moreno, 2002). En la actualidad, la habitualidad y facilidad
de los niños con las tecnologías y las dificultades de algunos adultos con las
mismas, según Moreno produce un quiebre en la continuidad subjetiva entre
padres e hijos, produciendo también modificaciones en lo que respecta a las
prácticas de crianza y a los discursos que circulan entre ellos.
De allí que una de las consecuencias más notables del avance de los
desarrollos tecnológicos y la difusión masiva de información a cargo de los
medios de comunicación, es la caída de la posición adulta como fuente de
respuesta a todos los interrogantes del niño. Al respecto, Moreno (2014)
expresa: “(…) Además, la conexión ágil y eficaz de los niños con los medios
directamente afecta la posibilidad de que ellos supongan a sus padres (o en
otros adultos) con las respuestas a los interrogantes” (p. 123). Manifiesta como
actualmente son los niños y adolescentes quienes enseñan a los adultos ‘como
son las cosas’ siendo que, hasta no hace mucho, éstos eran los mayores los
sabedores indiscutidos de esas verdades. Por tal razón, afirma que “como
resultado, la interfaz niños-padres también ha cambiado de permeabilidad y de
dirección. Antes iba sin dudas de padres a hijos, ahora es de jóvenes a
mayores” (Moreno, 2014, p. 118).

De acuerdo con lo expuesto, la revolución digital atraviesa toda la vida


cotidiana de los sujetos. Los medios de comunicación y las tecnologías
impregnan todos los ámbitos donde niños y niñas se desarrollan, siendo
capaces de modificar el concepto mismo de infancia, demostrando su notable
incidencia. Generan efectos que involucran la subjetividad, los modos de
vincularse y las formas de aprehender y decodificar el mundo. Efectos que,
según Rojas (2014) “saturan las prácticas subjetivantes, modelan vínculos y
sujetos (p. 67). Todo esto, siguiendo a Moreno (2014) guía la conformación de
subjetividades en el proceso de crianza.

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Las parentalidades actuales

“El hecho de que los seres humanos sean crías destinadas a humanizarse en la cultura marca
un punto insoslayable de su constitución: la presencia del semejante es inherente a su
organización misma. En el otro se alimentan no solo nuestras bocas sino nuestras mentes; de él
recibimos junto con la leche, el odio y el amor, nuestras preferencias morales y nuestras
valoraciones ideológicas.”
(Bleichmar, 2009, p. 20)

Desde una comprensión psicoanalítica del advenimiento del sujeto psíquico,


se entenderá que el bebé llega a un mundo que lo pre-existe, en el cual, a
partir del sostén afectuoso de las figuras primordiales podrá constituirse como
tal. Es esto lo que posibilitará el pasaje progresivo del infante de la indefensión
y dependencia a cierta autonomía e independencia, que caracterizan al sujeto
maduro. Es decir, la cría humana necesita fundamentalmente de los
intercambios con los otros, del sostén del otro para su supervivencia física y su
armado psíquico (Untoiglich, 2014).
Por ello no es posible pensar a este sujeto de forma aislada, siendo el mismo
efecto de un contexto social-afectivo y una historia singular, que adviene
mediante encuentros y desencuentros con sus otros significativos. En este
sentido, Bleichmar (2008) plantea que “el hombre, tal como lo conocemos, no es sino
desprendimiento carnal y amoroso de otro ser humano. El sentido de su existencia está
previsto como contigüidad, enlace amoroso, pasión (…). De esta cuestión deriva el surgimiento
de la subjetividad hasta el presente” (p. 31).

En un primer momento el mundo es, para el niño o niña, los otros que lo
rodean –también marcados por una cultura y una sociedad determinada– por lo
cual su realidad será la realidad psíquica de aquellos investidos libidinalmente,
aquellos que lo cuidan, alimentan y erotizan. En otras palabras, una realidad
fundamental para el infante es la realidad psíquica de los padres ya que éste se
constituye, en gran parte, a través de los decires y las acciones de sus
progenitores. A su vez, las expectativas familiares mediante las cuales se
constituye un niño están ceñidas, según Moreno (2002) por “los discursos que
en cada sociedad y en cada época reglamentan que es un niño” (p. 201).

En esta línea, Bleichmar (2009) manifiesta que “…el adulto que tiene a cargo los
cuidados precoces tiene su propia organización simbólica de la experiencia. Y ésta, está

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atravesada por la experiencia singular de cada uno, pero imbricada también en la experiencia
histórica de grupo social de pertenencia sus traumatismos y fantasmas.” (p. 44). Es así
como cada grupo familiar y social aguarda al niño que nace incluyéndolo de
determinada manera y asignándole ciertos lugares que responden a las
coordenadas socio-culturales que imperan.

En esta dependencia absoluta que caracteriza los primerísimos tiempos del


infante, no se debe dejar de lado, al decir de Janin (2014) que el niño no es
sólo hijo, sino que es un sujeto activo que trabaja en su constitución, un ser con
su propio bagaje genético y que procesa las vivencias de un modo singular.
Aún así, el ámbito donde el niño o niña se desenvuelve tendrá una importancia
fundamental, ya que si bien los adultos no hacen al niño, lo ayudan o no a ser.
Una de las enseñanzas fundamentales que se desprenden de la obra de D.
Winnicott radica en la fundamentación que tanto la crianza en particular como
la infancia en general requieren de tiempo, sostén físico y emocional –holding–
y disponibilidad por parte de las figuras primordiales del niño y las funciones
ambientales que emprenden: “(…) la historia de un bebé no se puede escribir
en términos de él solamente. Hay que escribirla además en términos del
ofrecimiento de un ambiente que satisface las necesidades de dependencia o
no logra satisfacerlas.” (Winnicott, 1971, p. 123).

De acuerdo con ello, Morici (2014) reflexiona sobre los modos de pensar la
niñez y la crianza en el discurso de las parentalidades actuales, es decir, como
se define lo infantil en el imaginario del adulto en la era actual. A su vez, se
pregunta qué sucede en los tiempos actuales con el concepto de parentalidad
tolerante, protectora y deseante. Sostiene que el concepto de infancia, como
aquella etapa caracterizada por la dependencia y la vulnerabilidad donde, para
desarrollarse progresivamente hacia la madurez, requiere de tolerancia y
paciencia, no pareciera estar presente en el imaginario de madres y padres.
Asimismo, retomando el artículo de Freud “Introducción al Narcisismo” sostiene
que, en el discurso parental actual, ya no es posible identificar a “His Majesty
The Baby” –su majestad, el bebé–. Por el contrario, refiere que habitualmente
se encuentran pequeños que deben adaptarse de forma temprana, solitaria y
veloz a las exigencias del medio.

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Es necesaria la salvedad de que la autora arriba a estas conclusiones
mediante el análisis de algunas viñetas clínicas, por lo que se deben tomar
recaudos si uno quisiera generalizar esto al discurso parental en general. Si
bien es necesario trabajar caso por caso, son notables sus aportes en relación
a la descripción de las parentalidades actuales, impregnadas de impaciencia y
entendidas desde una posición subjetiva que no pareciera percibir ni
comprender las necesidades de la infancia.

Por su parte, Janin (2011) expresa que “los adultos se sientes vulnerables y se
produce una desmentida generalizada de la indefensión infantil lo que lleva a suponer los
niños como poderosos, confundiendo la fantaseada omnipotencia infantil con la realidad. Así
no son seres dependientes a los que hay que cuidar y proteger sino que son ellos mismos los
poderosos frente a adultos que quedan inermes” (p. 64). Una de las consecuencias de
esta situación, advierte la autora, es el quiebre de la diferencia entre adulto-
niño, donde en este último se deposita un poder que lo supera, quedando
desamparado y sin sostén. Se ubica al niño como poderoso y como aquel que
debería resolver las angustias de los adultos (Janin, 2011). A su vez, Untoiglich
(2014) reflexiona sobre los últimos años, donde nos encontramos con niños
que no se ajustan a lo esperable y donde madres y padres necesitan un mayor
sostén para la crianza de sus hijos, hallando cada vez “mayores niveles de
fragilizacion” (p.18).
En este punto, Muniz (2013) habla de un borramiento de las asimetrías
generacionales y lo atribuye a las particularidades propias del momento
presente: la necesidad de los padres de producir hijos exitosos a la altura del
mercado, sus propias demandas sociales, laborales y/o económicas, la
eficacia, el rendimiento y el temor a un futuro incierto. Sostiene que el vértigo
constante de la supervivencia, lleva a generar vínculos superficiales, obviando
el trabajo de vincularse con otros, produciéndose un “desapegamiento hacia los
otros en oposición a un excesivo apegamiento hacia las cosas” (Muniz, 2013,
p. 137). En otras palabras, el compromiso afectivo demanda tiempo; tiempo
que actualmente es utilizado en largas jornadas de trabajo que suplantan
tiempos familiares.
Simultáneamente, frente a los mandatos culturales sobre el qué hacer, qué
tener y cómo ser, el deseo se confunde con la necesidad, necesidad que

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genera el propio sistema. También, se exacerban los temores de exclusión y se
produce un desdibujamiento de las figuras parentales seguras, estables y
consistentes. En esta lógica, la autora dirá que cuando los adultos sucumben,
son los niños quienes sostienen a los padres ya sea “renunciando a expresar el
propio dolor frente a quienes no pueden contenerlos o bien asumiendo
funciones de cuidado con sus hermanos ante la falta de sostén parental”
(Muniz, 2013, p. 138) quedando la infancia desamparada ante la inestabilidad
de sus padres. La misma se encuentra también, muchas veces, frente a
adultos cansados u ocupados.

La exigencia ocupo el lugar del ideal, la perentoriedad por el éxito


reemplazo a la perentoriedad pulsional y la resistencia ocupo el lugar del
placer. Siguiendo a Morici (2014) todo parecería indicar que se ha producido
una metamorfosis en el imaginario parental, sobre el concepto mismo de
infancia. Esto es de vital importancia ya que, como se expuso, los modos de
posicionamiento parental inciden en el devenir del sujeto en proceso de
subjetivación.

Lo normal y lo patológico en nuestro tiempo

“(…) no se es loco sino en relación con una sociedad dada; es el consenso social el que
delimita las zonas, fluctuantes, de la razón y del desatino o sinrazón.”
(Bastide, 1988)

M. Foucault, trabajó a lo largo de su obra las formas de exclusión que


recaían sobre los comportamientos que se consideraban, en cada momento,
desviados. Razón por la cual, se entiende, cada época construye sus propias
categorías de lo que considerará al interior de ella como normal y como
patológico. En cada momento histórico hay una normalidad anhelada en pos
mantener el orden establecido y diferentes métodos –o castigos, en términos
del autor– que apuntaron a lo largo de la historia, a corregir los
comportamientos anormales intentando restablecer dicha normalidad. Por
tanto, tales categorías son funcionales a un saber-poder que las genera y que
se reproduce en distintas prácticas, discursos e instituciones, percibiendo que
tal dicotomía es necesaria para asegurar el funcionamiento de la estructura
social.

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Untoiglich (2013) refiere que estamos frente a un proceso de patologización
de la vida, cuando características inherentes a lo humano –como la tristeza,
inquietud infantil, timidez, rebeldía adolescente– se transforman en patología,
proceso asociado siempre a un conjunto de operaciones políticas, programas,
estrategias y dispositivos, campos argumentales e intervenciones de distinto
orden. Asimismo sostiene que el efecto inmediato de tales operaciones es que
el sujeto que queda por fuera de los criterios de normalidad de la época, sea
colocado en el lugar de anormal o patológico. Entonces, este proceso obedece
a la idea de un único patrón de comportamiento y pensamiento, donde la
pluralidad y la diversidad se convierten en enfermedad. Particularmente en lo
que refiere a la patologización en la infancia, se trata de concebir conflictos
inherentes a esta etapa de la vida como conflictos de origen biológicos e
individuales, mediante las conductas manifiestas del niño. Opera mediante la
modificación misma de las concepciones de salud-enfermedad, transformando
rasgos comunes –patognomónicos de la infancia como la inquietud y la
desatención– en trastornos a ser erradicados (Untoiglich, 2014). Según Dueñas
(2014) patologizar comprende concebir como patológica, anómala o enferma a
aquellas conductas o expresiones que se alejen de lo esperable o resulten
disruptivas. De lo dicho, se desprende que este proceso responde de manera
unívoca al paradigma de normalidad fijo de cada época, el cual se sostiene en
una o varias modalidades de saber que son solidarias, a su vez, a un ejercicio
de poder. Y éste, según Foucault (1975), no solo tiene una función represiva,
sino y sobre todo una impronta formativa sobre el individuo.

Habiendo mencionado ya las características de la época y lo que se espera


de cada sujeto, se vislumbra que éste, actualmente, no puede hacer otra cosa
que producir. Entonces, si son los centros de poder –grupos sociales con
intereses comunes– quienes definen mediante diversas operaciones cual será
el sujeto que necesita para perpetuarse, siendo éste un sujeto productivo, se
entiende que el eje normalidad-patológico de esta época, se establece en torno
a quien puede producir y quién no.
En este punto, Foucault, M. (2000) sostenía que las formas de dominación –
técnicas de sometimiento– que pueden ejercerse dentro de una sociedad son
múltiples: múltiples son los sometimientos que se producen y funcionan dentro

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de un campo social. Seremos clasificados, dirá, destinados a cierta manera de
vivir en función de ciertos discursos que se entraman inevitablemente a efectos
específicos de poder.
A su vez, el autor examinó a lo largo de su obra cómo es que se engendran
y reproducen ciertos procesos continuos e ininterrumpidos que someten y rigen
los cuerpos, los gestos y los comportamientos. Así pues, se vuelve necesario
retomar sus aportes en relación a lo que denominó como mecanismos de
control-exclusión –históricamente asociados a la locura, la sexualidad y la
delincuencia– los cuales están ligados de forma indisoluble al poder, a los
discursos y sus efectos. Y en este sentido, afirma: “los mecanismos de
exclusión (…) aportaron cierta ganancia económica, demostraron cierta utilidad
política y, como resultado, fueron naturalmente colonizados y sostenidos por
mecanismos globales y, finalmente, por todo el sistema del estado.” (Foucault,
2000, p. 41). De esta manera, si aceptamos el rédito que de estos mecanismos
se desprenden, entretejidos y basados en discursos y dispositivos de poder,
podríamos entender como la mayoría de las veces son ampliamente aceptados
por grandes sectores de la población, que hacen al funcionamiento global de la
sociedad de normalización (Foucault, 2000).
En este sentido Collares C. y Moysés M (2013) expresan: “La forma en que
fueron tratados los comportamientos desviados en toda la historia del hombre, es un eje
central para comprender por qué la medicalización resulta tan fácilmente aceptada y
difundida, pues responde a los deseos de la propia sociedad” (p. 111). Aluden a la
tendencia constante de la sociedad a discriminar los comportamientos que
distan –en pos de erradicar el peligro y ratificar su seguridad– de los
establecidos socialmente y que constituyen un eje de normalidad. Por lo tanto,
lo que quede por fuera de ello, lo diferente, es catalogado como peligroso.

Las coagulaciones de sentido que cada sociedad instituye, normal-anormal,


productivo-no productivo, no son solo significantes en oposición dentro de una
lógica binaria, sino modos de jerarquización y valoración, que impregnan
múltiples formas de organización de la realidad (Bleichmar, 2009)

Es en este contexto que podría entenderse, como una vez operando el


proceso de patologización en el sentido expuesto, los fármacos se constituyen
como el recurso privilegiado para volver a producir cuando algo lo impide, a la

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luz de los tiempos vertiginosos a los cuales asistimos, donde no hay tiempo
que perder. Sobre esto, Bleichmar reflexiona: “la inmediatez ha ganado la vida
cotidiana. Y esto incide en la dificultad que tiene la gente hoy para analizarse.
Porque el análisis es una inversión a futuro (…) implica tener conciencia que
hay tiempo por delante” (2010, p. 54). Es así que en una sociedad que avanza
hacia lo supuestamente efectivo y prioriza las soluciones rápidas para que el
sujeto vuelva a ser rentable –ya que sobre esto se asienta la normalidad– se
construye un terreno fértil para el consumo de medicamentos.

La medicalización como solución rentable e inmediata

“La enfermedad es, en una época determinada y en una sociedad concreta, aquello que se
encuentra practica o teóricamente medicalizado.”
(Foucault, 1990, p. 21)

Actualmente, el consumo de fármacos aparece naturalizado en nuestra


sociedad y sin cuestionamientos se impregna en el discurso social, familiar e
institucional, generando un aumento exponencial de su uso en niños y niñas
(Untoiglich, 2017). En Argentina, fue registrado un aumento de 900% en el
consumo de Metilfenidato, entre 1994 y 2005. También se evidencio un
incremento significativo en lo que respecta a su importación: de 47.91 kg en
2007 a 81.75 en 2008 (Untoiglich, 2013).

Retomando lo expuesto anteriormente, si cada sociedad permea sus


categorías de normal-patológico, Untoiglich (2017) sostiene que en esta época
aquella persona que no encaje en el sistema hoy ya no es encerrado, sino que
es medicado para que rápidamente retorne a formar parte de la cadena
productiva. En un contexto donde todo malestar o conflicto se atribuye a
causas individuales, el fracaso será, un inconveniente individual que habrá que
resolver a cualquier precio. Las exigencias epocales, habilitan –cuando no
promueven– el consumo de psicofármacos como “un medio legitimado para dar
lo mejor de sí.” (Untoiglich, 2017, p. 58). De acuerdo con esto, Affonso Moysés
y Collares (1996) señalan que estamos ante un proceso de medicalización de
la vida cuando cuestiones del orden colectivo, social y político se abordan
como problemas individuales, atribuyendo su causación –la mayoría de las
veces– a determinaciones biológicas.

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Por su parte, Conrad (2007) explica que lo fundamental para instalar los
procesos de medicalización es poder definir un problema en términos médicos,
establecer un marco medico para su abordaje e intervenciones medicas para
tratarlo. Así, se deforma la realidad y se promueve el control social en nombre
de la salud (Faraone y cols., 2010).
En estrecha relación con lo planteado anteriormente, Punta Rodulfo, M.
reflexiona críticamente y profundiza sobre el abuso de medicación en la
infancia y sobre ello enuncia: “salir de la medicalización es un Derecho
Humano.” (2016, p. 18). La autora sostiene que éste fenómeno refiere a todas
aquellas prácticas que se ejercen por aquellos quienes, en el campo de la
salud mental, no respetan las diferencias y patologizan la diversidad. Asimismo,
señala que este proceso se extiende a la sociedad en general y por ello podría
pensarse que es aceptado y trasladado de forma masiva a la infancia.
Basándose en los desarrollos de R. Castel (1980), concibe a la psiquiatría
como un nuevo orden, regulado y justificado en determinadas relaciones de
poder, mediante las cuales genera discursos legitimadores aceptados por gran
parte de la población, siendo el objetivo último el rédito, el aumento de la
eficacia productiva y la racionalización. Por ello, Punta Rodulfo, M. habla de
una “psiquiatrización imperante en el momento actual” (2016, p. 27) donde se
busca extender el campo de la enfermedad al campo de la salud para, de esta
manera, normalizar determinadas conductas que no encuadran dentro de lo
que se espera.
De aquí que los avatares de la infancia y la niñez quedan sumidos en la
lógica de mercado e inmediatez, donde inmediatamente después de recibir un
diagnóstico que tiene en cuenta solamente la dimensión conductual, se le
administra medicación para atemperar el malestar e inquietud que en sus otros
sociales, familiares o educativos, genera aquella conducta.

Asimismo, esta notable expansión de las áreas de incumbencia de la


medicina, causa que actualmente la medicalización sea la forma de
intervención privilegiada en el campo de la salud mental –fomentada, según
Conrad, por una industria farmacéutica creciente poderosa y rentable–. Este
proceso tiene como único objetivo restablecer los parámetros de normalidad,
buscando que niños y niñas se adapten a las exigencias epocales de éxito.

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Con los diferentes fármacos, entonces, se busca llanamente normalizar la
conducta: el cuerpo biológico y concreto –un cuerpo inquieto, característico de
este tiempo vital, ahora catalogado como TDA/H– Respecto de esta cuestión,
Untoiglich (2013) señala que el objetivo de estos abordajes –clasificación,
medicación y modificación conductual– es acomodar al niño a lo esperable y
ofrecer “tips” a maestros, madres y padres para que puedan lidiar con las
conductas no deseables del niño, desatendiendo a la pregunta de qué es lo
que genera dicha conducta.

Resulta conveniente aclarar que es innegable la mejora en la calidad de


vida de amplios sectores de la población mundial que el avance de los
desarrollos científicos de la industria farmacéutica trajo consigo. No obstante,
es éticamente necesario cuestionar el abuso de estas prácticas en la infancia y
la naturalización de que niños y niñas reciban medicación cada vez a más
temprana edad.
En este punto, Bianchi (2010) expresa: “(…) Foucault anticipó la inclusión de la
industria farmacéutica como actor relevante en el proceso de medicalización (…) Uno de los
efectos más contundentes de la anexión de la industria farmacéutica al proceso de
medicalización, es la asociación que se produce entre la nosología de las entidades clínicas, y la
administración de fármacos. Diagnóstico –de la entidad clínica- y tratamiento –farmacológico-
aparecen así fuertemente imbricados.” (p.14).

Además, pareciera desconocerse los riesgos a nivel físico que una droga
puede tener en la salud de un niño y los peligros respecto de la habitualidad y
banalización de su consumo (Faraone et al., 2009).
El tratamiento difundido para el TDA/H se basa en la ingesta de
psicotrópicos estimulantes del sistema nervoso central, donde particularmente
se destacan dos drogas: Metilfenidato y Dextro-anfetamina. (Affonso Moysés y
Collares, 2010). Su administración conlleva cambios en la conducta, dado que
el niño se tranquiliza, su atención mejora y su productividad aumenta pero ¿a
qué costo? Estos poderosos estimulantes, con gran cantidad de reacciones
adversas, actúan produciendo la aceleración del ritmo respiratorio y cardiaco
así como un aumento de la presión sanguínea y la temperatura corporal.
Pueden producir alucinaciones, se asocian con episodios psicóticos y se

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caracterizan por una alta dependencia psicológica, entre otros efectos
(Benasayag, 2014). Si reflexionamos sobre la administración de este tipo de
drogas en los niños, parecería ser que los beneficios no atañen al niño ya que
para éste conlleva riesgosos efectos en su salud, pero sí pareciera beneficiarse
su entorno más próximo.
Por ello, podríamos ubicar retomando los planteos de Szasz (2007) como la
medicalización no es medicina, ni ciencia, sino una estrategia semántica y
social que beneficia a pocas personas y daña a muchas otras. Situación que se
agrava cuando el tratamiento con fármacos es considerado como única forma
de intervención que intenta rectificar la conducta infantil, dejando de lado lo que
subyace y genera dicha conducta.
La lógica que sostiene a los procesos de patologización y medicalización es
la misma: la biologización de seres culturales, una lógica implícita de
normalidad; en esta operación de reducción a un determinismo genético, se
ignora que aprendemos maneras de pensar, de ser, de actuar, en los
intercambios con las personas de nuestro entorno (Untoiglich, 2013). Se vuelve
necesario destacar, entonces, que los procesos mencionados invisibilizan por
completo los orígenes sociales, culturales, políticos y económicos de las
problemáticas y malestares, situando en su lugar, una causa biológica –y por
tanto individual–. Operando de esta manera sobre la realidad, en nombre de la
salud, se lleva a cabo un reduccionismo de la complejidad inherente al ser
humano hasta su reducción en componentes biológicos, neurológicos y
hereditarios, desconociendo que cada persona es un sujeto histórico y cultural.
A su vez, produce también una desresponsabilización por parte del sujeto de
sus propios actos, concibiendo un problema o malestar exclusivamente como
un desorden orgánico. En el área de la salud, la lectura de un individuo desde
el modelo medico hegemónico –que pondera la dimensión biológica– es ya un
reduccionismo, dado que dicha concepción supone una interpretación
restrictiva de las causales de una problemática.
Una de las consecuencias más relevantes de ignorar las múltiples
determinaciones del sufrimiento humano, relegando la naturaleza social del
comportamiento humano y centrándose exclusivamente en el medio ambiente
interno de los individuos, es la obturación de otros niveles de intervención
posibles (Bianchi, 2010). En este sentido, la medicalización y la patologización

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son medios de control social, que adoptando diversas formas en los distintos
escenarios donde transita la infancia y la niñez y sostenidos por discursos
medico-científicos –revestidos de gran prestigio y poder– se llevan a su paso la
singularidad de cada quien.

Los diagnósticos en su vertiente invalidante

“¿Cómo construir el narcisismo si nos han puesto un sello invalidante?, ¿cómo sentirse valioso
si de entrada se es rotulado, clasificado y ubicado como portador de un síndrome?, ¿cómo
podrán los padres mirar a ese niño si lo que les devuelven es un “déficit de” o algún
trastorno?” (Janin, 2014, p. 45)

Untoiglich, G (2012) advierte sobre una modalidad de diagnosticar que se


guía exclusivamente por las conductas observables del niño, sin tener en
cuenta el contexto socio-cultural así como tampoco la historia singular y
vincular. Según la autora esto genera que los modos singulares en los que el
padecimiento se expresa queden entrampados en etiquetas diagnosticas, las
cuales aplastan posibles armados subjetivos. Se trata de diagnósticos lineales
y nomenclaturas que no serían capaces de alojar al sufrimiento infantil ni de
revisar sus causas, instituyendo modos de abordajes y lecturas reduccionistas
de dicho sufrimiento.
A modo de ejemplo, en una investigación3 llevada a cabo por la Dra.
Faraone y su equipo, se arribó a la observación que confirma la consolidación y
el auge del diagnóstico de TDA/TDAH en las últimas décadas en la población
infantil de nuestro país.
Otra de sus conclusiones interesantes fue que entre los profesionales
consultados, hubo una aceptación y un acuerdo sobre la existencia del TDA/H
como entidad clínica, conjuntamente con el planteo de cierta dificultad para
precisar dicho diagnóstico por la posibilidad de enmascaramiento que implica el
cuadro, la alta frecuencia de comorbilidad y la reiteración del fenómeno de
sobrediagnóstico.

Habida cuenta de este panorama, cobran relevancia los dos sistemas de


clasificación más referenciados mundialmente: Manual Diagnóstico y
3
Medicalización /medicamentalizacion de la infancia. Políticas públicas, actores sociales y nuevos
escenarios, en el marco del XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología. VIII
Jornadas de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Asociación Latinoamericana de
Sociología, Buenos Aires, 2009.
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Estadístico de los Trastornos Mentales –DSM por sus siglas en inglés– editado
y publicación por American Psychiatric Association –APA– y la Clasificación
Internacional de Enfermedades –CIE– clasificación oficial de las enfermedades
realizada por la Organización Mundial de la Salud. Si bien ambos tienen una
notable incidencia en la realidad y los discursos de la salud mental, aquí se
tendrá en cuenta solamente el DSM.
Este manual opera como un sistema de clasificación de los trastornos
mentales, basado en diversos criterios diagnósticos –conjunto de descripciones
y síntomas– de los mismos. Su uso, desde la primera edición –DSM-I–
publicada en 1952 hasta su última versión, el DSM 5, publicada en 2013, ha
suscitado fuertes controversias, generando adhesiones y discrepancias en todo
el mundo. En Argentina, particularmente, dicha situación se manifiesta en
diversos congresos, jornadas y simposios donde se exponen y se trabajan las
diversas problemáticas actuales en relación a los trastornos infantiles.

Según su última versión la clasificación para el diagnostico del TDA/H es la


siguiente: “Patrón persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad que
interfiere con el funcionamiento o desarrollo que se caracteriza por inatención
y/o hiperactividad e impulsividad”. Es así que el manual describe una larga lista
de síntomas para cada uno de ellos; para el diagnostico el niño o niña deberá
presentar seis o más de estos síntomas durante o al menos seis meses.
Algunos de los síntomas de inatención son: con frecuencia no presta atención a
los detalles o comete errores por descuido, tiene dificultad para mantener la
atención, parece no escuchar, tiene dificultad para seguir las instrucciones
hasta el final, tiene dificultad con la organización, evita o le disgustan las tareas
que requieren un esfuerzo mental sostenido, pierde las cosas, se distrae con
facilidad, es olvidadizo para las tareas diarias.
Algunos de los síntomas de hiperactividad e impulsividad son: con frecuencia
mueve o retuerce nerviosamente las manos o los pies, o no se puede quedar
quieto en una silla, tiene dificultad para permanecer sentado, corre o se trepa
de manera excesiva, dificultad para realizar actividades tranquilamente, habla
en exceso, responde antes de que se haya terminado de formular las
preguntas, interrumpe o importuna a los demás, entre otras.

Página | 33
Si estos síntomas sumados unos a otros, mediante una mera observación –
o muchas veces directamente desde el discurso de sus otros significativos–,
pueden conducir a generar un diagnostico de TDA/H podríamos preguntarnos
si la gran mayoría de los síntomas que proponen, preocupantes para este
manual, no son propios de la infancia. Y a su vez ¿No podrían ser
considerados estos síntomas –y su exacerbación– efectos de las
características ya mencionadas de la época?
Según Janin (2015) el movimiento de un niño puede ser tomado como normal o
patológico, dependiendo de quién sea el observador. Plantea que cuando los
niños son diagnosticados sobre la base de observaciones, cuestionarios o
criterios regidos por una normalidad atemporal, el modo mismo de estos
diagnósticos implica una operación subjetivante, ya que el niño queda borrado
como alguien que puede decir acerca de lo que le pasa. En esta operación el
niño pierde la capacidad de ser escuchado y al decir de Dueñas (2012): “ El
‘saber’ está en él. Su historia, las experiencias, las palabras que comprometieron sus
aprendizajes están en él. Aunque se trata de un saber inconsciente, del que el síntoma es sólo
una expresión, sólo él sabe por qué le pasa lo que le pasa.” (p. 8). En la misma línea Janin
(2014) sostiene: “(…) un síntoma con el que “dice” su desesperación, termina en algunos
casos siendo un espacio en el que el niño queda anudado a un decir sobre el que lo excluye
como sujeto.” (p. 37).

De allí, que una de las consecuencias notables de marcar al niño con un


diagnostico clasificatorio, es que una vez que esto sucede se obturan todo los
interrogantes. Dicho diagnostico, una vez impuesto mitiga la incertidumbre de
“que es lo que le pasaba a ese niño/a” –que genera malestar en los otros–
resultando poco probable que se interrogue por lo que subyace, es decir, que
es lo que se encuentra generando estas manifestaciones. Al respecto, Janin
(2011) señala que ya no se trata de un niño que posee ciertas manifestaciones,
las cuales requieren ser descubiertas para saber qué es lo que nos está
diciendo a través de las mismas, sino ahora se trata de que sus conductas
totalizan su identidad y se transforman en la principal causa de todo lo que le
sucede: una categoría descriptiva toma carácter de explicativa. Esto, además,
hace que se coloque al niño en una posición de culpable y responsable de sus
conductas, descontextualizándolo y concibiéndolo como un sujeto a-histórico,

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invalidando la historia, la palabra y el sufrimiento.
En este sentido se podría pensar como entonces los diagnósticos
tempranos operan, para los otros, como una etiqueta que define al niño de
forma íntegra, actuando éstos como una etiqueta que abarca toda la
singularidad. Si dicha etiqueta explica el todo, es probable que no haya lugar
para otra cosa que las manifestaciones que confirmen ese diagnostico que se
coloca sobre el niño, que funciona al fin y al cabo, al modo de una profecía
auto-cumplida. Siguiendo a Watzlawick (1988) una profecía que se autocumple
es una suposición o predicción que por la sola razón de haberse hecho,
convierte en realidad el suceso supuesto, esperado o profetizado confirmando
así su propia "exactitud". Esto genera que cualquier conducta del niño quede
encuadrada en el supuesto trastorno para seguir confirmándolo, arrasando con
la capacidad de quien lo mire de poder percibir algo novedoso y anulando toda
posibilidad de cambio y transformación –tan propios de este tiempo vital–
(Janin, 2011)

En relación a ello, Braunstein (2013) advierte que los diagnósticos cuando


se emiten como sentencia actúan como actos perfomativos, donde las palabras
que constituyen al sujeto que las recibe, pueden transformarlo en otro –en el
otro del diagnostico– a la vez que transforman su realidad y sus vínculos. La
imagen que se va formando del niño/a mediante representaciones de otros,
poco tiene que ver con lo que le sucede.
De esta manera, diagnosticar clasificatoriamente a un niño/a, ahora portador
de algún trastorno, lo encierra en una mirada cargada de sentidos sociales,
culturales, ideológicos, que lo anulan como tal en su camino a constituirse
activamente como persona y como sujeto de derecho.

Por otra parte, siguiendo a Winnicott (1971), reconocemos la importancia


que la mirada de la madre –o quien cumpla esta función– tiene sobre el niño.
Dicha mirada tiene una importancia fundamental en la imagen que el niño se
forja de sí mismo: “Cuando miro se me ve, y por tanto existo. Ahora puedo
permitirme mirar y ver.” (Winnicott, 1971, p. 183). Si bien el autor enfatiza este
planteo en relación a los primeros meses de vida, podríamos permitirnos
extender dicha teorización a los años posteriores y considerar las
consecuencias que estos diagnósticos tendrán en relación a como el niño es

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mirado y la imagen que le devuelven sus otros significativos, considerando que
dicha imagen constituye un soporte fundamental frente a los avatares de la
vida. La posibilidad de quererse a uno mismo, de valorarse, tiene como fuente
esa representación de nosotros mismos que nos fue legada durante los
primeros años.

En relación al tema, Janin (2011) sostiene: “El niño queda atrapado en ese ‘ser’
que los otros le proponen. No puede oponer enunciados identificatorio propios a los que se
proyectan sobre él. Queda inerme frente a ese ser identificado como: ‘el terrible, el genio, el
malvado…’ en tanto no puede apelar a otras representaciones de sí (…) apresado en ese
calificativo que lo identifica como si fuera el único rasgo” (p. 25). Cuando a los padres se
les brinda un diagnostico invalidante sobre su hijo, esto probablemente tenga
un efecto traumático en ellos, lo que produce también una distancia
considerable en relación al niño/a. La autora enfatiza que los diagnósticos
clasificatorios formulados en etapas muy tempranas de la vida, llevan el sello
de deficiencias de por vida, condenando al pequeño a ser ubicado
precozmente en el lugar de “distinto” o “enfermo”, por lo que se pierde la idea
de que ese niño o niña es el destinatario de un proyecto identificatorio,
pudiendo albergar ilusiones, dejando comprometida su posibilidad de ser
narcisizado.

No obstante lo expuesto, es ineludible mencionar la importancia del


diagnostico en la clínica con niños, versando la crítica sobre aquellos, que, en
su vertiente invalidante y desubjetivante, desconocen la gran incidencia del
contexto y desestiman toda dimensión subjetiva, asumiendo en muchos casos
–en términos de S. Bleichmar– fijeza e irreversibilidad.
Aludiendo a la necesidad de un diagnostico, Untoiglich (2014) sostiene: “(…)
esas primeras hipótesis diagnosticas que por un lado son absolutamente
necesarias y forman parte del proceso de cura, pero que no deberían
constituirse nunca en una marca indeleble en la vida de un sujeto.” (p. 61)
agregando que éstos deberían funcionar como brújulas orientadoras, teniendo
en cuenta que se construyen en un devenir que va modificándose.
Siguiendo a Janin (2018) se entiende que diagnosticar, a diferencia de
clasificar, supone un trabajo de profundización en las determinaciones intra e
intersubjetivas. Es poder observar dificultades pero también potencialidades,

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armando un conjunto de ideas que habrá que ir poniendo en juego y
contrastarlas con la evolución del niño/a y su familia.

Por su parte, Punta Rodulfo, M. (2016) diferencia entre diagnosticar –desde


el Psicoanálisis– y clasificar. Sostiene que los rótulos diagnósticos tienen más
que ver con la psiquiatría y están regidos por el principio binario de identidad.
Por el contrario, las lógicas psíquicas no son reductibles a dicha identidad, se
rigen por la no coherencia. Advierte entonces, sobre no banalizar la importancia
del diagnostico psicoanalítico el cual no es reductible a una mera clasificación.
Habla de un diagnostico exhaustivo: poder vislumbrar y atender a qué
momento de la estructuración subjetiva esta el niño o niña, a predominio de
que proceso se está estructurando y cuáles son las lógicas que lo caracterizan.
De aquí que sostenga al proceso diagnostico como un camino a trazar y
examinar constantemente.

En la misma línea argumentativa, Rodulfo, R. (1989) siguiendo a Winnicott,


plantea que el profesional, en la clínica psicoanalítica con niños no debe
quedarse en el plano conductual. Permanecer en este plano, conlleva el riesgo
de analizar al niño/a como si solamente fuese un cuerpo psicofísico aislado del
medio, dejando por fuera las experiencias del infante con el entorno. De aquí
que el autor sostenga que si bien el diagnostico inicial permite planificar la
estrategia terapéutica, el profesional debe estar atento y abierto a los cambios
que durante el tratamiento acontecen, concibiendo a aquel esbozo diagnostico
como algo a ser desarrollado, evitando que se convierta en una clasificación.

Por su parte, Winnicott (1959) propone que es fundamental considerar que


el diagnostico se va transformando en el curso del trabajo analítico y es en este
devenir que el mismo se va esclareciendo. Respecto de las clasificaciones
psiquiátricas señala que buscan lograr algo irrealizable: intentar fijar y anclar
con empeño el desarrollo de un sujeto, el cual está en constante movimiento.
En suma, encasillar a las infancias en diversas nosografías diagnosticas sin
un cuestionamiento crítico, resultaría alarmante ya que éstas se reproducen y
perpetúan actuando como mecanismos de poder que enmarcan y predicen la
existencia de niños y niñas. Un diagnóstico basado exclusivamente en la
presencia y duración de determinadas conductas es reducir la complejidad del

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sujeto humano y particularmente, desestimar los avatares a los cuales las
infancias y la niñez están expuestas. Es desconocer la vida en un sentido
dinámico, clausurando otros porvenires posibles.

Conclusión

A lo largo del trabajo, se ha intentado destacar que las infancias y la niñez


necesitan ser entendidas en su complejidad –dando cuenta de todos los
factores que intervienen en una problemática– para evitar caer en miradas
simplistas que descontextualizan al niño/a y se desentienden sobre lo que
expresan en sus conductas. Pensar una infancia situada supone tener en
cuenta la interrelación con patrones culturales, categorías propias de la época,
modos de vincularse y producción de subjetividad en un marco social, histórico
y político determinado.

Por ello, se han expuesto las características de la época actual, la cual lleva
la marca de la inmediatez y la individualidad, condicionando y atravesando la
formulación de proyectos vitales, diluyendo tránsitos intermedios. La infancia,
hoy parece ser leída desde una lógica de rendimiento-exclusión, relegando su
concepción como un tiempo vital que requiere de otros, de afecto, de
disponibilidad así como de su propia maduración, para ir conquistando
progresivamente diversos logros. De aquí que adherimos a lo propuesto por
Muniz respecto de que las conductas que hoy son clasificadas como
patológicas responden a los modos actuales de convivencia, a las
cotidianeidades no estables y a las condiciones de subjetivación novedosas de
nuestra actualidad.

A su vez, partiendo de la importancia fundamental del sostén por parte del


adulto como condición para la subsistencia del niño/a, parece ser como hoy en
día algunos adultos sucumben frente a esta necesidad fundante de este tiempo
vital. Los niños se encuentran con madres y padres inmersos también en las
exigencias de la época por lo que muchas veces se enfrentan a adultos
cansados, agobiados, impacientes y en última instancia, vulnerables.
Asimismo, esta necesidad de sostén se ve trastocada y atravesada por los
vertiginosos avances de las tecnologías y la información, que alterando la
distancia entre niños y adultos, incide directamente en la concepción que se

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tiene sobre la infancia, la niñez y la crianza.
De esta manera, las características de la época y los efectos de la
revolución digital, atraviesan los modos de concepción de la infancia y la niñez
y van en detrimento, hasta el momento, de la contención segura, estable y
protectora tan necesaria en estos tiempos.

Apresados en el tiempo presente de la subsistencia, el éxito y la inmediatez,


niños y niñas se convierten en blancos privilegiados de los procesos de
patologización y medicalización, como elementos de control social y como
efectos concomitantes de la realidad socio-cultural de nuestro tiempo, que
adoptan formas específicas. Son prácticas desubjetivantes que producen una
sustancialización de los problemas más que la búsqueda de su causa, de aquí
el reduccionismo que muchas líneas teóricas señalan. Estos procesos
encuentran su fundamento en las categorías de normal-anormal que cada
época construye y sostiene, procediendo mediante la estigmatización y la
simplificación del niño/a y la problemática que presenta. Ésta es leída como
unicausal, individual y biológica y encuadrada mediante los trastornos
legitimados que incluye el DSM 5 donde es posible impartir el mismo
diagnostico a subjetividades y sufrimientos muy diversos.
A su vez, leídos como déficits biológicos, estos trastornos se suponen
inmodificables ¿No surge así una idea fatalista de un destino inevitable? Aquí,
por lo expuesto, se sostiene que si. Tanto la infancia como la niñez son terreno
de potencialidades, desconocer esto implica desconocerlas como etapas
vitales donde se juegan los tiempos instituyentes de la subjetividad. Por ello,
los procesos de patologización, respondiendo a la necesidad de resolver las
urgencias y los conflictos en el menor tiempo posible, ignoran la importancia de
estos tiempos fundantes. Esto habilita, junto con la medicalización, que la
escucha y la palabra queden relegadas y sean reemplazadas por la
prescripción de un fármaco, en una sociedad donde los espacios de
interrogación son obturados de forma vertiginosa. Del mismo modo, se
desestima la historia, los vínculos, la organización social y el impacto de la
realidad.
Asimismo, como se ha mencionado, estos diagnósticos tienen una notable
incidencia en la mirada que los otros significativos tienen sobre el niño así

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como también en la imagen que le devuelven a éste. Una vez que sobre el
niño/a recae un rotulo diagnostico es factible que se instale en el lugar de
‘diferente’ –con una connotación negativa– y sean vistos exclusivamente desde
ese lugar, siendo ésta la única imagen que los otros pueden devolverle.

Por todo lo expuesto, podemos sostener que el tránsito por la experiencia


de un diagnostico, sean las letras que sean, tiene un impacto notable en el
proceso de constitución de la subjetividad. La complejidad subjetiva de la
infancia y de la niñez no puede encuadrarse dentro de una sigla diagnostica
que no busca explicar qué es lo que le sucede a ese niño o niña sino que solo
busca amoldarlo, medicación por medio, a las exigencias epocales.
Podría resultar ambicioso, desde el lugar que nos toca, emprender una
lucha contra el (ab)uso de medicación, del DSM y sus diagnósticos
clasificatorios en la infancia y la niñez. Si, como profesionales, podríamos
ofrecer un espacio de escucha sin exigencias ni demandas, un espacio y una
mirada que comprenda que las dificultades de estos tiempos vitales son
acciones conjugadas donde confluyen múltiples causas y sobre todo un
espacio que pueda interrogar lo que se da por sentado. Así, desde nuestro
lugar, será necesario atemperar esta lógica cortoplacista que desautoriza la
complejidad, buscando rescatar nada menos que la pluralidad de estos tiempos
vitales, contribuyendo a la construcción de la subjetividad en un mundo
globalizado, signado por el con-su-mismo.

Para concluir, en palabras de Silvia Bleichmar:


“La realidad que debemos recuperar es la de poder construir sistemas de representaciones
que restituyan el derecho a pensar y a estructurar proyectos que no reduzcan a los seres
humanos que constantemente el sistema expulsa hacia la marginalidad a sus puros cuerpos
biológicos, que no limite nuestras acciones a un asistencialismo que despoja los restos de
identidad y genera la engañosa propuesta de una sola realidad (…) la de un cuerpo sin
subjetividad en el espacio de la vida humana” (2009, p. 72).

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