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Facultad de Psicología
Agradecimientos……………………………………………………….....………p.3
Introducción………………………………………….……………………....……p.4
Planteo del problema……………………………………………………..……...p.5
Objetivos………………………………………………………………….……..….p.6
Marco teórico………………………………………….......................................p.6
La época, la subjetividad y la infancia…………………………....…..……p.8
Los otros significativos………………………………………………………p.11
Metodología…..……………………………………….……………………….….p.12
Estado del Arte…………………………………………………………….…...…p.12
Desarrollo………………………………………………………………….......…..p.14
¿Qué época habita la infancia hoy?........................................................p.14
La subjetividad y la cultura de la virtualidad……………………..….…….p.18
Las parentalidades actuales…...…………………………………….……..p.22
Lo normal y lo patológico en nuestro tiempo……………...…….…..……p.25
La medicalización como solución rentable e inmediata………….…..….p.28
Los diagnósticos en su vertiente invalidante………………………..….…p.32
Conclusión………………………………………….……………………..………p.38
Bibliografía……………………………………………….…………….………….p.41
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Agradecimientos
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Introducción
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Planteo del problema
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Objetivos
Nos convoca poder reflexionar acerca del impacto que las etiquetas
diagnosticas tienen sobre la subjetividad en constitución, propia de la infancia,
haciendo de ello el objetivo general de la presente Tesis.
Marco teórico
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legalidades y tipos de representación es el del orden de la constitución psíquica. De ahí que lo
constitutivo del psiquismo, da cuenta de aspectos científicos del psicoanálisis y que se
sostienen con cierta trascendencia por relación a los distintos periodos históricos.” (2010, p.
33).
Entonces la singularidad humana se constituye en el entrecruzamiento de
universales necesarios que hacen a la constitución psíquica y relaciones
particulares, modos históricos, que generan las condiciones para el sujeto
social. Dicho entrecruzamiento se trata de que los elementos impregnados de
la constitución psíquica sean tomados de lo histórico-social. Sostiene: “La
producción de subjetividad no es todo el aparato psíquico. Es el lugar donde se articulan los
enunciados sociales respecto al Yo. El aparato psíquico implica ciertas reglas que exceden a la
producción de subjetividad, por ejemplo, la represión.” (2010, p. 55) .
De este modo, plantea la intersección de estos dos ejes -producción
psíquica que se recubre por la producción de la subjetividad- pero también
plantea la importancia de poder diferenciarlos, para no confundir algo del orden
siempre político e histórico y por lo tanto variable, con algo del orden universal
y a-histórico, como lo es la constitución psíquica, así concebida desde la teoría
psicoanalítica.
Por otro lado, con una notable claridad teórica analiza y desarrolla “el
malestar sobrante” que comenzó a generarse en Argentina en la década del
90, donde la corrupción y el individualismo –como formas ideológicas
predominantes–, llevaron al agravamiento de la crisis y devastación moral. Dirá
que debemos poner en el centro de nuestras preocupaciones “los procesos
severos de deconstrucción de la subjetividad efecto de la desocupación,
marginalidad y cosificación a las cuales ha llevado la depredación económica
(…) ya que invaden nuestra práctica y acosan las teorías.” (Bleichmar, 2009, p.
92).
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no conservan su forma fácilmente y están dispuestos a cambiarla de manera
permanente. Si de líquidos se trata, no importará tanto el espacio que puedan
ocupar, siendo importante, por el contrario, el flujo del tiempo; no así los sólidos
los cuales tienen una clara dimensión espacial y neutralizan el impacto del
tiempo. A su vez, los líquidos se asocian inevitablemente a la idea de levedad
por su extraordinaria movilidad e inconstancia. Se justifica, de esta manera,
que se considere la “fluidez” para aprehender la naturaleza de la fase actual de
la historia de la modernidad, dando lugar a una de sus categorías sociológicas
más notables: la modernidad líquida. Con ella busca describir la transitoriedad,
la incertidumbre y demás fenómenos que trajo consigo el paso de la fase sólida
de la modernidad a la fase líquida.
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situación como un “fenómeno epocal”. A su vez, manifiestan el retorno a la
concepción reduccionista de los problemas psicopatológicos así como también
de su tratamiento –medicación y modificación conductual.– Éste retorno se
basa en una concepción biologicista, sostenido por discursos científicos –del
área de las neurociencias– revestidos de gran autoridad y ampliamente
aceptados que minimizan la complejidad de los procesos subjetivos.
Plantean una época donde los adultos están en crisis y donde, frente a los
avances incesantes de la tecnología, las contradicciones internas de la
institución educativa están a la vista. También destacan y recuerdan la
ineludible incidencia que el contexto y la época poseen en el desarrollo del
niño.
Respecto de la medicación, resaltan las contraindicaciones y efectos
secundarios de todas las drogas que se utilizan para niños desatentos o
movedizos así como, paradójicamente, la insistencia con la cual los medios
propagandizan su consumo cuando las manifestaciones de los trastornos –que
también ellos mismos se encargan de distribuir– aparecen.
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Si la subjetividad se liga necesariamente a la Historia social, a las variables
sociales y a transformaciones que acontecen dentro de un sistema socio-
político cultural, podríamos vislumbrar que dichas transformaciones están
reguladas por los centros de poder que definen el tipo de sujeto necesario para
mantener y conservar dicho sistema en orden. (Bleichmar, 2009)
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inherentes a la vida. De esta manera, los procesos vitales se convierten en un
campo de intervención de la medicina, leídos desde lo patológico y no desde la
salud. Ésta última, a causa de la mencionada extensión sin límites del campo
de intervención de la medicina, se convierte en un bien de consumo. Es así
como el saber y la práctica médica, incorpora, absorbe y coloniza áreas y
problemas de la vida social.
Se tomará como eje esta importancia ambiental fundante para indagar qué
condiciones ofrecen las parentalidades actuales y consecuentemente, que
formas adoptan los modos vinculares. Para ello se tomarán algunos aportes
teóricos de Morici, S. y Muniz, A.
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Metodología
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Licenciada en Sociología, Magíster en Investigación en Ciencias Sociales y Doctora en Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires. Profesora de grado y posgrado Universidad de Buenos Aires. Becaria
Postdoctoral II.GG.-Conicet.
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se traduce en saberes, tecnologías y métodos. La biomedicina y la psiquiatría
del S. XXI no evidenciaron intenciones de abolir ni prescindir de la
normalización, sino que la han modelado con características particulares,
reconfigurando los límites de la normalidad y la patología, de la enfermedad
mental y la salud mental (Rose, 2006). Los diagnósticos de TDAH y TEA dejan
en evidencia que la normalización puede estar inserta también en una lógica de
modulación –así presentados en la última versión del DSM–
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Physis vol.25 no.1 Río de Janeiro
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Desarrollo
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ofrecer la época contemporánea a la infancia y a la niñez y sin dejar de lado las
lecturas que contemplan los modos diversos de confrontación con la realidad,
Bleichmar (2009) expresa: “La propuesta realizada a los niños –a aquellos que tienen aun
el privilegio de poder ser parte de una propuesta– se reduce, en lo fundamental, a que logren
las herramientas futuras para sobrevivir en un mundo que se avizora de una crueldad mayor
que el presente.” (p. 30).
Los niños y niñas que son incluidos en el sistema mercantil son expuestos a
expectativas desmedidas –colocados en el lugar del ideal– que los llevan a
experimentar oscilantemente la omnipotencia e impotencia: de allí los niños
sobreadaptados exitosos o apáticos desinteresados, entre otras figuras que se
encuentran en las consultas actuales (Rojas, 2014). De allí parecería como los
mandatos sociales y culturales no distinguen entre adultos y niños. Estos
últimos se encuentran inmersos y ocupados en actividades extra escolares
que, en algunas ocasiones, no le despiertan interés alguno (Muniz, 2013).
Dichas actividades están asociadas la mayoría de las veces, desde la lógica
adulta, al éxito y las posibilidades laborales futuras de ese niño en el marco
legitimado de triunfar a cualquier precio.
Janin, B. (2011) enfatiza que el fantasma de esta época es la exclusión, el
cual se fundamenta en la idea de que el rendimiento de un niño en los primeros
años de su vida determina su futuro. Lo que es capaz de hacer, incluso en sus
primerísimos años, es premonitorio de lo que será su desempeño futuro, por lo
que la autora sostiene: “si un niño queda afuera de la escuela, queda afuera del
mundo” (Janin, 2014, p. 38) entendiendo a dicha institución como la puerta de
entrada al mercado laboral. En este sentido, la autora señala que hay una
demanda desmedida referida a lo que debería poder hacer todo sujeto en los
primeros años de su vida: “Se supone que un niño tiene que poder incluirse en una
institución a los dos años, debe aprender a leer y a escribir antes del ingreso a primer grado,
tiene que tolerar 8 horas de escolaridad a los seis años y debe estar gran parte de esas horas
quieto, atento y respetar normas” (Janin, 2014, p. 36). Quien no responde a esto, es
marcado como diferente, quedando expulsado simbólicamente –y muchas
veces concretamente también– de sus lugares de pertenencia .
En la misma línea, Bleichmar, S. (2009) enuncia el temor de los padres
respecto de que los hijos queden por fuera de la cadena productiva, temor que
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conlleva a que éstos se centren en la administración de los conocimientos más
que en la posibilidad de construcción de un sujeto. Al respecto, la autora
expresa: “de ahí la caída del carácter lúdico (…) que corresponde a la infancia, que ha
devenido ahora una etapa de trabajo (…) con jornadas de más de 10 horas de trabajo en
escuelas que garantizan, supuestamente, que no serán arrojados a los bordes de la
subsistencia.” (2009, p. 30). Así pues, lo prioritario sea la acumulación y el flujo
constante de conocimientos, dejando en segundo plano el placer que conlleva
la adquisición de los mismos, como un proceso gradual basado en intereses
individuales. El fenómeno de exclusión social no cesa de producir sus efectos.
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La subjetividad y la cultura de la virtualidad
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situación a la lógica imperante en cada momento histórico: el adulto se maneja
con una lógica asociativa –predominante en la Modernidad– mientras que los
niños de este siglo emplean una lógica conectiva, característica del momento
actual.
El autor sostiene que los niños de hoy parecieran preferir más las
representaciones conectivas más que las comprensiones asociativas, mientras
que a los adultos por el contrario, les resulta más difícil concebir la lógica
conectiva que la asociativa. Niños y niñas, prescindiendo de esta última, captan
tramas externas a ellos a través de la conexión, sin la necesidad de
incorporarlas a lo ya conocido. Por ello, según el autor, los niños recorren los
terrenos de lo incierto mas hábilmente, haciendo nuevos recorridos a cada
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paso, sin la necesidad de apoyarse en mapas previos. De aquí la afirmación de
Moreno (2002) de que los niños no necesitan comprender algo asociativamente
para ejecutarlo y poder transmitirlo, sino que para ello, sólo requieren
conectarlo. Y agrega: “la inercia racional típica de la mente de los adultos
modernos –o sea el intento de “comprender” racionalmente por qué o cómo se
relacionan los hechos– es un estorbo” (Moreno, 2002, p. 217).
Hoy en día, cualquier información está al alcance de los niños, incluso sin
mediación de los adultos. Sin embargo, dicha información antes estaba
reservada de forma exclusiva para la esfera adulta. Siguiendo a Moreno (2002)
en la Modernidad todo lo que se consideraba no apto para la infancia era
apartado rápidamente de ella, mientras que en la actualidad cualquier intento
de apartar o filtrar determinada información fracasa ya que “ni la TV, ni Internet,
ni los medios gráficos logran administrar esa diferencia” (p. 217). De esta
manera, si en la época moderna los niños eran resguardados por el mundo
adulto del mundo exterior y de la información que allí circulaba, hoy son los
niños quienes están en contacto constante con estas informaciones
circundantes ya que tienen un mejor manejo de las nuevas tecnologías
(Moreno, 2014).
Por otra parte, si en la Modernidad los niños eran vistos como seres frágiles,
inocentes y educables, basando en esta concepción la crianza, “el niño de hoy
da muestras constantes de no ser adecuadamente representado por las
imágenes que alguna vez generó el concepto de infancia de la modernidad”
(Moreno, 2002, p. 213). El niño moderno encarnaba este ideal, mostrándose
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dócil y maleable frente a lo que padres y educadores esperaban de él,
aprendiendo dentro de los limites que los adultos establecían, existiendo
además una clara división generacional, donde la separación adulto-niño era
rotunda. La consideración del niño como frágil, indefenso e inocente, hoy es
objeto de revisión (Moreno, 2002). En la actualidad, la habitualidad y facilidad
de los niños con las tecnologías y las dificultades de algunos adultos con las
mismas, según Moreno produce un quiebre en la continuidad subjetiva entre
padres e hijos, produciendo también modificaciones en lo que respecta a las
prácticas de crianza y a los discursos que circulan entre ellos.
De allí que una de las consecuencias más notables del avance de los
desarrollos tecnológicos y la difusión masiva de información a cargo de los
medios de comunicación, es la caída de la posición adulta como fuente de
respuesta a todos los interrogantes del niño. Al respecto, Moreno (2014)
expresa: “(…) Además, la conexión ágil y eficaz de los niños con los medios
directamente afecta la posibilidad de que ellos supongan a sus padres (o en
otros adultos) con las respuestas a los interrogantes” (p. 123). Manifiesta como
actualmente son los niños y adolescentes quienes enseñan a los adultos ‘como
son las cosas’ siendo que, hasta no hace mucho, éstos eran los mayores los
sabedores indiscutidos de esas verdades. Por tal razón, afirma que “como
resultado, la interfaz niños-padres también ha cambiado de permeabilidad y de
dirección. Antes iba sin dudas de padres a hijos, ahora es de jóvenes a
mayores” (Moreno, 2014, p. 118).
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Las parentalidades actuales
“El hecho de que los seres humanos sean crías destinadas a humanizarse en la cultura marca
un punto insoslayable de su constitución: la presencia del semejante es inherente a su
organización misma. En el otro se alimentan no solo nuestras bocas sino nuestras mentes; de él
recibimos junto con la leche, el odio y el amor, nuestras preferencias morales y nuestras
valoraciones ideológicas.”
(Bleichmar, 2009, p. 20)
En un primer momento el mundo es, para el niño o niña, los otros que lo
rodean –también marcados por una cultura y una sociedad determinada– por lo
cual su realidad será la realidad psíquica de aquellos investidos libidinalmente,
aquellos que lo cuidan, alimentan y erotizan. En otras palabras, una realidad
fundamental para el infante es la realidad psíquica de los padres ya que éste se
constituye, en gran parte, a través de los decires y las acciones de sus
progenitores. A su vez, las expectativas familiares mediante las cuales se
constituye un niño están ceñidas, según Moreno (2002) por “los discursos que
en cada sociedad y en cada época reglamentan que es un niño” (p. 201).
En esta línea, Bleichmar (2009) manifiesta que “…el adulto que tiene a cargo los
cuidados precoces tiene su propia organización simbólica de la experiencia. Y ésta, está
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atravesada por la experiencia singular de cada uno, pero imbricada también en la experiencia
histórica de grupo social de pertenencia sus traumatismos y fantasmas.” (p. 44). Es así
como cada grupo familiar y social aguarda al niño que nace incluyéndolo de
determinada manera y asignándole ciertos lugares que responden a las
coordenadas socio-culturales que imperan.
De acuerdo con ello, Morici (2014) reflexiona sobre los modos de pensar la
niñez y la crianza en el discurso de las parentalidades actuales, es decir, como
se define lo infantil en el imaginario del adulto en la era actual. A su vez, se
pregunta qué sucede en los tiempos actuales con el concepto de parentalidad
tolerante, protectora y deseante. Sostiene que el concepto de infancia, como
aquella etapa caracterizada por la dependencia y la vulnerabilidad donde, para
desarrollarse progresivamente hacia la madurez, requiere de tolerancia y
paciencia, no pareciera estar presente en el imaginario de madres y padres.
Asimismo, retomando el artículo de Freud “Introducción al Narcisismo” sostiene
que, en el discurso parental actual, ya no es posible identificar a “His Majesty
The Baby” –su majestad, el bebé–. Por el contrario, refiere que habitualmente
se encuentran pequeños que deben adaptarse de forma temprana, solitaria y
veloz a las exigencias del medio.
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Es necesaria la salvedad de que la autora arriba a estas conclusiones
mediante el análisis de algunas viñetas clínicas, por lo que se deben tomar
recaudos si uno quisiera generalizar esto al discurso parental en general. Si
bien es necesario trabajar caso por caso, son notables sus aportes en relación
a la descripción de las parentalidades actuales, impregnadas de impaciencia y
entendidas desde una posición subjetiva que no pareciera percibir ni
comprender las necesidades de la infancia.
Por su parte, Janin (2011) expresa que “los adultos se sientes vulnerables y se
produce una desmentida generalizada de la indefensión infantil lo que lleva a suponer los
niños como poderosos, confundiendo la fantaseada omnipotencia infantil con la realidad. Así
no son seres dependientes a los que hay que cuidar y proteger sino que son ellos mismos los
poderosos frente a adultos que quedan inermes” (p. 64). Una de las consecuencias de
esta situación, advierte la autora, es el quiebre de la diferencia entre adulto-
niño, donde en este último se deposita un poder que lo supera, quedando
desamparado y sin sostén. Se ubica al niño como poderoso y como aquel que
debería resolver las angustias de los adultos (Janin, 2011). A su vez, Untoiglich
(2014) reflexiona sobre los últimos años, donde nos encontramos con niños
que no se ajustan a lo esperable y donde madres y padres necesitan un mayor
sostén para la crianza de sus hijos, hallando cada vez “mayores niveles de
fragilizacion” (p.18).
En este punto, Muniz (2013) habla de un borramiento de las asimetrías
generacionales y lo atribuye a las particularidades propias del momento
presente: la necesidad de los padres de producir hijos exitosos a la altura del
mercado, sus propias demandas sociales, laborales y/o económicas, la
eficacia, el rendimiento y el temor a un futuro incierto. Sostiene que el vértigo
constante de la supervivencia, lleva a generar vínculos superficiales, obviando
el trabajo de vincularse con otros, produciéndose un “desapegamiento hacia los
otros en oposición a un excesivo apegamiento hacia las cosas” (Muniz, 2013,
p. 137). En otras palabras, el compromiso afectivo demanda tiempo; tiempo
que actualmente es utilizado en largas jornadas de trabajo que suplantan
tiempos familiares.
Simultáneamente, frente a los mandatos culturales sobre el qué hacer, qué
tener y cómo ser, el deseo se confunde con la necesidad, necesidad que
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genera el propio sistema. También, se exacerban los temores de exclusión y se
produce un desdibujamiento de las figuras parentales seguras, estables y
consistentes. En esta lógica, la autora dirá que cuando los adultos sucumben,
son los niños quienes sostienen a los padres ya sea “renunciando a expresar el
propio dolor frente a quienes no pueden contenerlos o bien asumiendo
funciones de cuidado con sus hermanos ante la falta de sostén parental”
(Muniz, 2013, p. 138) quedando la infancia desamparada ante la inestabilidad
de sus padres. La misma se encuentra también, muchas veces, frente a
adultos cansados u ocupados.
“(…) no se es loco sino en relación con una sociedad dada; es el consenso social el que
delimita las zonas, fluctuantes, de la razón y del desatino o sinrazón.”
(Bastide, 1988)
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Untoiglich (2013) refiere que estamos frente a un proceso de patologización
de la vida, cuando características inherentes a lo humano –como la tristeza,
inquietud infantil, timidez, rebeldía adolescente– se transforman en patología,
proceso asociado siempre a un conjunto de operaciones políticas, programas,
estrategias y dispositivos, campos argumentales e intervenciones de distinto
orden. Asimismo sostiene que el efecto inmediato de tales operaciones es que
el sujeto que queda por fuera de los criterios de normalidad de la época, sea
colocado en el lugar de anormal o patológico. Entonces, este proceso obedece
a la idea de un único patrón de comportamiento y pensamiento, donde la
pluralidad y la diversidad se convierten en enfermedad. Particularmente en lo
que refiere a la patologización en la infancia, se trata de concebir conflictos
inherentes a esta etapa de la vida como conflictos de origen biológicos e
individuales, mediante las conductas manifiestas del niño. Opera mediante la
modificación misma de las concepciones de salud-enfermedad, transformando
rasgos comunes –patognomónicos de la infancia como la inquietud y la
desatención– en trastornos a ser erradicados (Untoiglich, 2014). Según Dueñas
(2014) patologizar comprende concebir como patológica, anómala o enferma a
aquellas conductas o expresiones que se alejen de lo esperable o resulten
disruptivas. De lo dicho, se desprende que este proceso responde de manera
unívoca al paradigma de normalidad fijo de cada época, el cual se sostiene en
una o varias modalidades de saber que son solidarias, a su vez, a un ejercicio
de poder. Y éste, según Foucault (1975), no solo tiene una función represiva,
sino y sobre todo una impronta formativa sobre el individuo.
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de un campo social. Seremos clasificados, dirá, destinados a cierta manera de
vivir en función de ciertos discursos que se entraman inevitablemente a efectos
específicos de poder.
A su vez, el autor examinó a lo largo de su obra cómo es que se engendran
y reproducen ciertos procesos continuos e ininterrumpidos que someten y rigen
los cuerpos, los gestos y los comportamientos. Así pues, se vuelve necesario
retomar sus aportes en relación a lo que denominó como mecanismos de
control-exclusión –históricamente asociados a la locura, la sexualidad y la
delincuencia– los cuales están ligados de forma indisoluble al poder, a los
discursos y sus efectos. Y en este sentido, afirma: “los mecanismos de
exclusión (…) aportaron cierta ganancia económica, demostraron cierta utilidad
política y, como resultado, fueron naturalmente colonizados y sostenidos por
mecanismos globales y, finalmente, por todo el sistema del estado.” (Foucault,
2000, p. 41). De esta manera, si aceptamos el rédito que de estos mecanismos
se desprenden, entretejidos y basados en discursos y dispositivos de poder,
podríamos entender como la mayoría de las veces son ampliamente aceptados
por grandes sectores de la población, que hacen al funcionamiento global de la
sociedad de normalización (Foucault, 2000).
En este sentido Collares C. y Moysés M (2013) expresan: “La forma en que
fueron tratados los comportamientos desviados en toda la historia del hombre, es un eje
central para comprender por qué la medicalización resulta tan fácilmente aceptada y
difundida, pues responde a los deseos de la propia sociedad” (p. 111). Aluden a la
tendencia constante de la sociedad a discriminar los comportamientos que
distan –en pos de erradicar el peligro y ratificar su seguridad– de los
establecidos socialmente y que constituyen un eje de normalidad. Por lo tanto,
lo que quede por fuera de ello, lo diferente, es catalogado como peligroso.
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luz de los tiempos vertiginosos a los cuales asistimos, donde no hay tiempo
que perder. Sobre esto, Bleichmar reflexiona: “la inmediatez ha ganado la vida
cotidiana. Y esto incide en la dificultad que tiene la gente hoy para analizarse.
Porque el análisis es una inversión a futuro (…) implica tener conciencia que
hay tiempo por delante” (2010, p. 54). Es así que en una sociedad que avanza
hacia lo supuestamente efectivo y prioriza las soluciones rápidas para que el
sujeto vuelva a ser rentable –ya que sobre esto se asienta la normalidad– se
construye un terreno fértil para el consumo de medicamentos.
“La enfermedad es, en una época determinada y en una sociedad concreta, aquello que se
encuentra practica o teóricamente medicalizado.”
(Foucault, 1990, p. 21)
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Por su parte, Conrad (2007) explica que lo fundamental para instalar los
procesos de medicalización es poder definir un problema en términos médicos,
establecer un marco medico para su abordaje e intervenciones medicas para
tratarlo. Así, se deforma la realidad y se promueve el control social en nombre
de la salud (Faraone y cols., 2010).
En estrecha relación con lo planteado anteriormente, Punta Rodulfo, M.
reflexiona críticamente y profundiza sobre el abuso de medicación en la
infancia y sobre ello enuncia: “salir de la medicalización es un Derecho
Humano.” (2016, p. 18). La autora sostiene que éste fenómeno refiere a todas
aquellas prácticas que se ejercen por aquellos quienes, en el campo de la
salud mental, no respetan las diferencias y patologizan la diversidad. Asimismo,
señala que este proceso se extiende a la sociedad en general y por ello podría
pensarse que es aceptado y trasladado de forma masiva a la infancia.
Basándose en los desarrollos de R. Castel (1980), concibe a la psiquiatría
como un nuevo orden, regulado y justificado en determinadas relaciones de
poder, mediante las cuales genera discursos legitimadores aceptados por gran
parte de la población, siendo el objetivo último el rédito, el aumento de la
eficacia productiva y la racionalización. Por ello, Punta Rodulfo, M. habla de
una “psiquiatrización imperante en el momento actual” (2016, p. 27) donde se
busca extender el campo de la enfermedad al campo de la salud para, de esta
manera, normalizar determinadas conductas que no encuadran dentro de lo
que se espera.
De aquí que los avatares de la infancia y la niñez quedan sumidos en la
lógica de mercado e inmediatez, donde inmediatamente después de recibir un
diagnóstico que tiene en cuenta solamente la dimensión conductual, se le
administra medicación para atemperar el malestar e inquietud que en sus otros
sociales, familiares o educativos, genera aquella conducta.
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Con los diferentes fármacos, entonces, se busca llanamente normalizar la
conducta: el cuerpo biológico y concreto –un cuerpo inquieto, característico de
este tiempo vital, ahora catalogado como TDA/H– Respecto de esta cuestión,
Untoiglich (2013) señala que el objetivo de estos abordajes –clasificación,
medicación y modificación conductual– es acomodar al niño a lo esperable y
ofrecer “tips” a maestros, madres y padres para que puedan lidiar con las
conductas no deseables del niño, desatendiendo a la pregunta de qué es lo
que genera dicha conducta.
Además, pareciera desconocerse los riesgos a nivel físico que una droga
puede tener en la salud de un niño y los peligros respecto de la habitualidad y
banalización de su consumo (Faraone et al., 2009).
El tratamiento difundido para el TDA/H se basa en la ingesta de
psicotrópicos estimulantes del sistema nervoso central, donde particularmente
se destacan dos drogas: Metilfenidato y Dextro-anfetamina. (Affonso Moysés y
Collares, 2010). Su administración conlleva cambios en la conducta, dado que
el niño se tranquiliza, su atención mejora y su productividad aumenta pero ¿a
qué costo? Estos poderosos estimulantes, con gran cantidad de reacciones
adversas, actúan produciendo la aceleración del ritmo respiratorio y cardiaco
así como un aumento de la presión sanguínea y la temperatura corporal.
Pueden producir alucinaciones, se asocian con episodios psicóticos y se
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caracterizan por una alta dependencia psicológica, entre otros efectos
(Benasayag, 2014). Si reflexionamos sobre la administración de este tipo de
drogas en los niños, parecería ser que los beneficios no atañen al niño ya que
para éste conlleva riesgosos efectos en su salud, pero sí pareciera beneficiarse
su entorno más próximo.
Por ello, podríamos ubicar retomando los planteos de Szasz (2007) como la
medicalización no es medicina, ni ciencia, sino una estrategia semántica y
social que beneficia a pocas personas y daña a muchas otras. Situación que se
agrava cuando el tratamiento con fármacos es considerado como única forma
de intervención que intenta rectificar la conducta infantil, dejando de lado lo que
subyace y genera dicha conducta.
La lógica que sostiene a los procesos de patologización y medicalización es
la misma: la biologización de seres culturales, una lógica implícita de
normalidad; en esta operación de reducción a un determinismo genético, se
ignora que aprendemos maneras de pensar, de ser, de actuar, en los
intercambios con las personas de nuestro entorno (Untoiglich, 2013). Se vuelve
necesario destacar, entonces, que los procesos mencionados invisibilizan por
completo los orígenes sociales, culturales, políticos y económicos de las
problemáticas y malestares, situando en su lugar, una causa biológica –y por
tanto individual–. Operando de esta manera sobre la realidad, en nombre de la
salud, se lleva a cabo un reduccionismo de la complejidad inherente al ser
humano hasta su reducción en componentes biológicos, neurológicos y
hereditarios, desconociendo que cada persona es un sujeto histórico y cultural.
A su vez, produce también una desresponsabilización por parte del sujeto de
sus propios actos, concibiendo un problema o malestar exclusivamente como
un desorden orgánico. En el área de la salud, la lectura de un individuo desde
el modelo medico hegemónico –que pondera la dimensión biológica– es ya un
reduccionismo, dado que dicha concepción supone una interpretación
restrictiva de las causales de una problemática.
Una de las consecuencias más relevantes de ignorar las múltiples
determinaciones del sufrimiento humano, relegando la naturaleza social del
comportamiento humano y centrándose exclusivamente en el medio ambiente
interno de los individuos, es la obturación de otros niveles de intervención
posibles (Bianchi, 2010). En este sentido, la medicalización y la patologización
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son medios de control social, que adoptando diversas formas en los distintos
escenarios donde transita la infancia y la niñez y sostenidos por discursos
medico-científicos –revestidos de gran prestigio y poder– se llevan a su paso la
singularidad de cada quien.
“¿Cómo construir el narcisismo si nos han puesto un sello invalidante?, ¿cómo sentirse valioso
si de entrada se es rotulado, clasificado y ubicado como portador de un síndrome?, ¿cómo
podrán los padres mirar a ese niño si lo que les devuelven es un “déficit de” o algún
trastorno?” (Janin, 2014, p. 45)
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Si estos síntomas sumados unos a otros, mediante una mera observación –
o muchas veces directamente desde el discurso de sus otros significativos–,
pueden conducir a generar un diagnostico de TDA/H podríamos preguntarnos
si la gran mayoría de los síntomas que proponen, preocupantes para este
manual, no son propios de la infancia. Y a su vez ¿No podrían ser
considerados estos síntomas –y su exacerbación– efectos de las
características ya mencionadas de la época?
Según Janin (2015) el movimiento de un niño puede ser tomado como normal o
patológico, dependiendo de quién sea el observador. Plantea que cuando los
niños son diagnosticados sobre la base de observaciones, cuestionarios o
criterios regidos por una normalidad atemporal, el modo mismo de estos
diagnósticos implica una operación subjetivante, ya que el niño queda borrado
como alguien que puede decir acerca de lo que le pasa. En esta operación el
niño pierde la capacidad de ser escuchado y al decir de Dueñas (2012): “ El
‘saber’ está en él. Su historia, las experiencias, las palabras que comprometieron sus
aprendizajes están en él. Aunque se trata de un saber inconsciente, del que el síntoma es sólo
una expresión, sólo él sabe por qué le pasa lo que le pasa.” (p. 8). En la misma línea Janin
(2014) sostiene: “(…) un síntoma con el que “dice” su desesperación, termina en algunos
casos siendo un espacio en el que el niño queda anudado a un decir sobre el que lo excluye
como sujeto.” (p. 37).
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invalidando la historia, la palabra y el sufrimiento.
En este sentido se podría pensar como entonces los diagnósticos
tempranos operan, para los otros, como una etiqueta que define al niño de
forma íntegra, actuando éstos como una etiqueta que abarca toda la
singularidad. Si dicha etiqueta explica el todo, es probable que no haya lugar
para otra cosa que las manifestaciones que confirmen ese diagnostico que se
coloca sobre el niño, que funciona al fin y al cabo, al modo de una profecía
auto-cumplida. Siguiendo a Watzlawick (1988) una profecía que se autocumple
es una suposición o predicción que por la sola razón de haberse hecho,
convierte en realidad el suceso supuesto, esperado o profetizado confirmando
así su propia "exactitud". Esto genera que cualquier conducta del niño quede
encuadrada en el supuesto trastorno para seguir confirmándolo, arrasando con
la capacidad de quien lo mire de poder percibir algo novedoso y anulando toda
posibilidad de cambio y transformación –tan propios de este tiempo vital–
(Janin, 2011)
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mirado y la imagen que le devuelven sus otros significativos, considerando que
dicha imagen constituye un soporte fundamental frente a los avatares de la
vida. La posibilidad de quererse a uno mismo, de valorarse, tiene como fuente
esa representación de nosotros mismos que nos fue legada durante los
primeros años.
En relación al tema, Janin (2011) sostiene: “El niño queda atrapado en ese ‘ser’
que los otros le proponen. No puede oponer enunciados identificatorio propios a los que se
proyectan sobre él. Queda inerme frente a ese ser identificado como: ‘el terrible, el genio, el
malvado…’ en tanto no puede apelar a otras representaciones de sí (…) apresado en ese
calificativo que lo identifica como si fuera el único rasgo” (p. 25). Cuando a los padres se
les brinda un diagnostico invalidante sobre su hijo, esto probablemente tenga
un efecto traumático en ellos, lo que produce también una distancia
considerable en relación al niño/a. La autora enfatiza que los diagnósticos
clasificatorios formulados en etapas muy tempranas de la vida, llevan el sello
de deficiencias de por vida, condenando al pequeño a ser ubicado
precozmente en el lugar de “distinto” o “enfermo”, por lo que se pierde la idea
de que ese niño o niña es el destinatario de un proyecto identificatorio,
pudiendo albergar ilusiones, dejando comprometida su posibilidad de ser
narcisizado.
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armando un conjunto de ideas que habrá que ir poniendo en juego y
contrastarlas con la evolución del niño/a y su familia.
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sujeto humano y particularmente, desestimar los avatares a los cuales las
infancias y la niñez están expuestas. Es desconocer la vida en un sentido
dinámico, clausurando otros porvenires posibles.
Conclusión
Por ello, se han expuesto las características de la época actual, la cual lleva
la marca de la inmediatez y la individualidad, condicionando y atravesando la
formulación de proyectos vitales, diluyendo tránsitos intermedios. La infancia,
hoy parece ser leída desde una lógica de rendimiento-exclusión, relegando su
concepción como un tiempo vital que requiere de otros, de afecto, de
disponibilidad así como de su propia maduración, para ir conquistando
progresivamente diversos logros. De aquí que adherimos a lo propuesto por
Muniz respecto de que las conductas que hoy son clasificadas como
patológicas responden a los modos actuales de convivencia, a las
cotidianeidades no estables y a las condiciones de subjetivación novedosas de
nuestra actualidad.
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tiene sobre la infancia, la niñez y la crianza.
De esta manera, las características de la época y los efectos de la
revolución digital, atraviesan los modos de concepción de la infancia y la niñez
y van en detrimento, hasta el momento, de la contención segura, estable y
protectora tan necesaria en estos tiempos.
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como también en la imagen que le devuelven a éste. Una vez que sobre el
niño/a recae un rotulo diagnostico es factible que se instale en el lugar de
‘diferente’ –con una connotación negativa– y sean vistos exclusivamente desde
ese lugar, siendo ésta la única imagen que los otros pueden devolverle.
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