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Una experiencia familiar en el Espíritu.

Testimonio del Espíritu de familia en la Comunidad Laical Nicolás Castel.

Por Manuel Lozano.

Plantear el tema es revisar primero cuáles fueron las claves para que en una comunidad como la
nuestra con una mayoría de matrimonios se diera esta característica: en principio, existía como en todo
grupo comunitario con personas casadas, la voluntad de incorporar a la reflexión de la vida cristiana el
tema del matrimonio. Éramos conscientes que la realidad de estar casados movía en sus bases lo que
veníamos construyendo como testimonio de vida cristiana. Una vida de casados es no sólo una realidad
social y económica sustancialmente diferente, sino también plantea el reto de revisar la dimensión
espiritual de toda nuestra vida. Además de ello, también jugaba en esas épocas otra constante que
también moviliza la dinámica de comunidades de características similares: los integrantes, sabiéndose
ante la inminente llegada de los hijos –que como sabemos aparecen por todas partes en el proceso,
pero sobre todo en las reuniones y hasta en la agenda— nos veíamos ilusionados con la idea de crear
para nuestros descendientes una realidad distinta. Los integrantes nos avocamos a construir una
especie de hogar paralelo, en donde los hijos son más que conocidos, viven un ambiente donde todos
somos sus tíos, y los padres nos compartimos las preocupaciones y el cuidado de todos los hijos, en
una dinámica que nos da a todos la oportunidad de compartir emocional y prácticamente el proceso de
formación y acompañamiento de todos los hogares dentro de la dinámica de la comunidad. En nombre
de esas intenciones, hemos hecho reuniones de todo tipo, desde reuniones paralelas padres niños,
convivencias deportivas, recreativas y de reflexión compartida.

Pasados ya los años y viendo en perspectiva lo vivido no nos arrepentimos del esfuerzo. Hemos
ganado para la comunidad un ambiente muy especial entre nosotros, y hemos logrado llevar esta
preocupación a áreas como la reflexión teológica laical, el apostolado y la preocupación social. Sin
embargo, queremos compartir con ustedes, queridos lectores, algunas conclusiones que podemos
expresar ahora, en el camino:

Toda comunidad que pretenda recorrer este camino deberá entender también que no
se puede permanecer en esta dinámica durante toda la vida comunitaria. Los que ya hemos
hecho este proceso sabemos que son los años los que terminan de dar nuevas pautas de reunión; esto
porque obviamente, no podemos ofrecerle a nuestros hijos a tener el mismo espacio de reunión que
nosotros, sobre todo cuando ellos crecen. Hay que pedir al Señor mucha claridad para poder leer entre
los comentarios de nuestros hijos, que no descartan ni rechazan la vida de nuestra comunidad, pero
que naturalmente nos reclaman un lugar más propio. Muchos de nuestros hijos necesitan a veces que
seamos nosotros que demos el paso primero, porque simplemente han podido participar de todo el
proceso y tienen pena de incomodarnos porque son testigos de todo el amor y el esfuerzo que la
comunidad ha realizado para recibirlos desde que eran niños.

Las comunidades deben reconocer que asumir la vida familiar no siempre significa
estar reunidos en todas partes como familia, hay un reto más amplio presente en el
testimonio de las familias que pertenecen a una comunidad, y es precisamente llevar la
comunidad al seno de la vida del hogar. Esto es esencial para mantener una relación armónica
entre el proceso comunitario y la evolución de cada una de las familias de los integrantes. Podríamos
decir que uno de los regalos que recibimos las familias que participamos de procesos comunitarios, es
que si logramos un diálogo y respeto mutuo entre la dinámica comunitaria, el proyecto personal de los
integrantes y los proyectos de familia, logramos formar un testimonio de familia que incorpora en su
dinámica la preocupación por difundir la comunidad como un valor. Somos testigos de muchas de las
familias de nuestros integrantes (inclusive de los integrantes solteros), que han llegado a convertirse
en el eje de sus familias extensas, formando redes de verdadera solidaridad y preocupación por los
demás que están vinculados a ellas. Creemos que es este aspecto uno de las principales áreas del
compromiso de la vida familiar en que las comunidades deben motivar a sus miembros a involucrarse.
Para una comunidad cuyos integrantes son a su vez familias, la intensidad de las relaciones familiares
de éstas con sus familias de origen, y la manera como a través de ellas llega el mensaje del Evangelio
vivido en la comunidad, es quizás la manera como se logran mantener estas experiencias vivas y
participantes en el proceso.

Tener familias en una comunidad es ocasión para celebrar un caminar de Iglesia en la


vida. Un aporte especial de este tipo de comunidad es esta posibilidad de convertirse en un espacio de
encuentro permanente con la Vida y con una manera especial de construir iglesia desde la vida
cotidiana. Son los hechos familiares, los nacimientos, las penas, enfermedades, alegrías, que llegan
desde los hogares, los que abren a la comunidad a la solidaridad, a la preocupación por compartir la
esperanza, y reconocer en estos hechos un espacio de encuentro con los sacramentos. Casi sin
proponerlo, vamos construyendo en cada barrio, en cada trabajo pastoral, en cada centro de trabajo,
un espacio para poder pensar en la familia con esperanza, sabiendo que es una puerta hacia la Vida.

Lo anteriormente mencionado es tan sólo una justificación de lo que pretendemos explicitar a


continuación. Es a partir de lo vivido que nos hemos acercado a una experiencia espiritual más cercana
a nuestras vidas, y pretendemos que en el caso del Espíritu de familia, nuestro testimonio muestre a la
vez que lo alcanzado, el largo proceso de trabajo personal y comunitario que hemos realizado para
tener la seguridad de declarar estas líneas como nuestras.

Finalmente, y ya acercándonos propiamente al tema que nos convoca, el Espíritu de familia,


podemos decir que la experiencia de vivir como familia en una comunidad es abrir una doble vía en la
vivencia de este rasgo dentro de la Espiritualidad Sagrados Corazones. Por un lado, creemos que
reconocer la presencia del Espíritu como animador de una fraternidad cristiana que tiene forma de
familia, es para ellas una ocasión de confirmación en la importancia del testimonio y compromiso
familiar dentro del proceso comunitario. Nos invita a vivir más intensamente nuestras relaciones y
buscar en ellas las claves para una vida más comprometida y en un hogar cada vez más abierto al
crecimiento y a la maduración humana y cristiana. Y por otro lado, este rasgo de vida espiritual se ve
alimentado en nuestras comunidades a partir de estas familias, que dan su tiempo, sus recursos, sus
espacios de descanso y veces hasta sus propias casas para construir un proyecto comunitario desde
sus propias circunstancias. La comunidad resulta a veces descansando en estas familias, que han
comprendido que además de los hijos y familiares, parte de su compromiso de amor se extiende a los
demás, a través de los integrantes de la comunidad. Son familias que han dado esperanza a otros, que
escuchan a los que están solos y tienen la capacidad de atender demandas externas al propio núcleo
familiar.

En la comunidad Nicolás Castel, creemos que esto que estamos declarando resulta sustantivo
no sólo para el caso de las comunidades laicales, sino que también es importante considerarlo en el
caso de las comunidades religiosas, teniendo en cuenta su propia vocación. Hemos tenido ocasión
durante todo el proceso, no sólo de sentirnos acompañados por hermanos y hermanas ss.cc., sino
también de acompañar el testimonio de muchos de ellos compartiendo en el camino de nuestra misión
las luces y las sombras de la vida comunitaria. Y es desde ese compartir que creemos necesaria la
relación e intercambio de experiencias de comunidades laicales y religiosas, sobre todo en este tema.
El aporte y riqueza particular compartida e intercambiada, puede hacer que este rasgo de Espíritu de
familia que pretendemos vivir en nuestras comunidades, lleve sus integrantes a involucrarse más
intensamente al interior de cada una de sus comunidades, y quizás nos daría a todos nosotros como
familia ss.cc. una oportunidad para crecer juntos. Porque si bien es cierto, el testimonio de familia
dentro de una comunidad sólo es posible -hasta el momento- dentro de una comunidad laical, todos
compartimos la experiencia de haber vivido en una familia, y ese regalo común que todos los seres
humanos hemos tenido, es el que nos puede hacer capaces de compartirlo, y hacerlo parte de nuestra
vida cristiana y congregacional.

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