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Los ritmos ocultos de la ciudad

María Luz Cárdenas

Ritmos Urbanos se inscribe en la investigación que Carmela Fenice realiza en torno


a la memoria y la manera como los fragmentos afectan la construcción de los
recuerdos: sus variaciones, sus formas que dibujan y desdibujan contornos
generando nuevas e inesperadas estructuras. El campo de acción es la ciudad
recorrida, observada, amada; la ciudad que se convierte en muchas ciudades y
tránsitos –la ciudad tejida en la imaginación después de haber sido vivida en toda
su extensión y sus afectos. Fenice ha caminado ciudades, habitado sus rincones.
Sabe asumirla en sus detalles más íntimos y sabe también ver lo que en la
superficie no se logra fácilmente precisar. El de ella es un ojo que atiende, que
interroga, que analiza los detalles y los examina cuidadosamente para convertirlos
en una trama diferente.

El proceso de elaboración de las 23 obras exhibidas en esta exposición se origina en


las imágenes fotográficas capturadas en sus trayectos por las calles. De allí, separa
los fragmentos que utilizará posteriormente para crear el collage digital con
disposiciones cromáticas y formales asignadas a cada pieza. Estos fragmentos
generan sus propias dinámicas y producen una musicalidad interior cuyas notas
podrían ser los elementos urbanos reconstruidos y reimaginados en las
reminiscencias de la realidad. Estamos ante una sinfonía –o una larga y extendida
partitura. La organización visual se basa en las repeticiones de los fragmentos y el
planteamiento plástico se ajusta en colores sólidos y en los compases y armonías
musicales que yacen en el imaginario colectivo del espacio urbano. La ciudad es
una y múltiple, es la imagen total y sus segmentos. El formato utilizado nos remite
a un homenaje al lenguaje gráfico del poster –uno de los elementos más
enraizados en la tradición urbana. Acá se revaloriza el cartel y nos hace sentir la
relación con ese espacio de una manera más profunda: los letreros y pancartas
generan textos sobre textos que, a la vez, determinan una forma muy propia de
comunicación en las paredes de la urbe.

Otro aspecto formal y conceptualmente significativo, es la invocación a la fotografía


analógica que se puede apreciar, tanto porque cada imagen está elaborada en
positivo y negativo produciendo un doble juego de espejos, como porque en cada
una de ellas las estructuras se van desdibujando y crean nuevas formas con la
dualidad tonal. Pero las composiciones en donde confluyen líneas horizontales,
verticales y diagonales, recuerdan también a aquellos negativos próximos a ser
revelados, empleados en los procesos analógicos y a las hojas de contacto con las
ligeras inclinaciones no alineadas que siempre encontramos en ellas.

El color se va deslindado poco a poco del blanco y el negro hasta cobrar presencia
en pequeños toques, como los amarillos luminosos, que parecen brotar del fondo y
que inevitablemente asociamos con vitrales de un nuevo orden urbano, como si la
ciudad fuese ella misma, en su totalidad y sus fragmentos –un templo de luz. La
fuerza de esa ciudad-templo se descubre también en la expresión totémica presente
en la composición de los collages donde atisbamos un espectro de edificaciones que
va, de las torres de la mezquita de Djenné en Mali (aquella lejana construcción
hecha en el barro primordial para honrar a los dioses), hasta los Siete templos
celestiales de Anselm Kiefer (gigantescas torres habitadas por claves místicas
hebreas, referencias cabalísticas a los siete niveles de espiritualidad). Y es que allí,
por entre esos misteriosos enigmas del pasado y el futuro –arquitecturas de lo
sagrado–, los Ritmos Urbanos de Carmela Fenice parecen recordarnos que bajo la
arquitectura cotidiana, la que nos rodea en la ciudad contemporánea, yace oculta
una posible significación gráfica del espacio totémico.

La línea de tiempos se cruza: sus ciudades son arcaicas pero también megalópolis;
son las ciudades recién descubiertas por la cámara en movimiento en la
cinematografía de comienzos del siglo pasado, pero también la ciudad
contemporánea con su propia iconografía, con sus tejidos invisibles, con sus
geometrías ocultas y con ese otro tipo de dinámica que le otorgan los rieles o los
rascacielos y los ventanales inmensos. Las de Carmela no son ciudades
reconocibles pero tampoco son ciudades inventadas: son las ciudades de que yacen
en el archivo la memoria, las que construimos poéticamente bajo las reglas de
nuestros propios afectos.

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